DIRECTORIO FRANCISCANO
La oración franciscana

«NUESTRA MEDITACIÓN»
«Orar siempre a Dios con puro corazón»

por Dacian Bluma, O.F.M.

.

Antes de presentar su tema en el aula de sesiones del Capítulo general extraordinario OFM de 1976, el P. Bluma ofreció a los capitulares un texto en el que se aclaraba que no sería leído en el Capítulo, sino que se les brindaba como lectura orientativa e introductoria. Este texto es el que reproducimos en primer lugar. Luego, a partir de la imagen central de J. Segrelles: "San Francisco en oración", damos la ponencia que sí presentó oficialmente al Capítulo.

Esta presentación quiere ser breve y sencilla. Su finalidad es describir la oración como una experiencia que crece en la relación, en la amistad con Dios. Dentro de este concepto amplio de la oración (meditación, oración mental...), y siguiendo los puntos tratados en el capítulo 2 de nuestras Constituciones Generales (=CC. GG.), desarrollaremos los siguientes aspectos: 1) Oración y vida; 2) Ritmo de oración; 3) Espíritu de oración; 4) Eremitorio franciscano; 5) Ayuda para la oración.

I. ORACIÓN Y VIDA

La finalidad más básica de la oración es reconocer a Dios como mi Señor y Redentor, y rendirle culto por medio de la adoración, la acción de gracias, la contrición y la petición. Amarle con toda mi mente, corazón y fuerza es el primer mandamiento. Colocarle en el primer plano en mi vida es orar con corazón y mente puros.

Se trata de una experiencia creciente: llegar a conocerle más íntimamente y comprender su significado (revelación) para mí. La oración me impele a descubrir quien soy yo y lo que puedo llegar a ser, al relacionar su Palabra y su presencia con mi vida y espíritu.

Esto implica unos períodos exclusivos de tiempo para mí, a fin de apartarme de las ocupaciones y presiones de mi contexto inmediato para alcanzar una imagen recta de mí mismo y de mi Dios.

Como proceso que crece a lo largo de los años, tal meditación está conectada con mi vida y mis experiencias: dónde estoy yo y lo que son mis circunstancias, mis necesidades y mis pretensiones, es decir, la suma de mis experiencias. Todo esto lo coloco bajo la influencia de mi relación con Dios para que sea examinado a la luz de su Palabra y puesto bajo su gracia redentora.

Más que reflexión sobre mí mismo, la oración me hace consciente de la calidad de mi relación con Dios. Teniendo siempre ante mí la certeza de su amor, soy estimulado a responderle escuchando su Palabra hecha carne, descubriendo su modo de ver y de actuar, para así llegar yo a comprender su llamada en mi vida (oración discursiva). Es una llamada a la amistad, que apela a mi voluntad y deseo, a mis sentimientos y emociones, y que me invita a una creciente confianza en la fe (oración afectiva). Es una dedicación de todo mi ser, mediante la cual entrego literalmente mi vida, consumiendo el tiempo en el ocio sagrado de gozar de su presencia, su bondad y su amor (oración contemplativa).

Para entrar en este mundo de fe, busco la lectura espiritual a fin de adquirir el gusto de la oración, el creciente convencimiento de la realidad de su amor por mí, y su constante presencia en mí. Bajo la guía de maestros espirituales y de santos, verifico la validez de mi acercamiento, y encuentro luz para evaluar mi propia experiencia.

II. RITMO DE ORACIÓN

Una amistad, para ser viva y dinámica, requiere una comunicación frecuente. Tal contacto incluye una cantidad sustancial de tiempo en orden a que, en vez de imponer mis propias ideas a Dios, asuma yo el papel de un escucha (discípulo) a los pies del Maestro. El espacio de tiempo debe ser suficientemente largo para que pueda yo verificar su amor en mi vida, experimentar su presencia y adquirir gusto por la oración, más que rellenar mi tiempo meramente como un deber que se ha de cumplir. Y tendrá que ser bastante frecuente para que mi vigilancia en esta relación y los frutos de mi experiencia puedan acrecentarse de forma progresiva.

Nuestras CC. GG. presentan un ritmo básico de oración: un período de oración personal cada día, un día de retiro cada mes, y varios días de ejercicios cada año (CC. GG. art. 19). La regularidad de mi oración es básica con relación a la honradez que tengo acerca de mi crecimiento. Sin ella, pierdo la vitalidad de mi relación con Dios, olvidando fácilmente quien soy delante de Él (Sant 1,23-24), y forjándome ilusiones de mí mismo a base de lo que creo que los otros piensan o esperan de mí.

Este ritmo requiere una disciplina de regularidad en mi contacto con Dios, una constancia (fidelidad) en seguir su voluntad, y una actitud de caballerosidad. Semejante ritmo influencia tanto el cuerpo como el espíritu, y me ayuda a hacer frente a la violencia, la prisa y las ansiedades que emergen de mi propio egoísmo.

Permanezco desnudo y solo frente a Dios. Necesito coraje para aceptarme a mí mismo como Dios me ve. Necesito ayuda para amarme a mí mismo y a los otros como Él me ama. La ayuda de mis hermanos es vital, pues, para mi perseverancia en la oración. Francisco le pidió a un amigo que estuviese junto a la cueva donde él rezaba en sus primeros años, y tuvo hermanos como ayuda a través de toda su vida. La vehemencia de su exhortación a dar a Dios el puesto más elevado en nuestra conciencia es clara en los capítulos 22 y 23 de la Regla de 1221. Y para cuando seamos incapaces de mantener esta prioridad y ritmo de oración, Francisco insiste en que debemos acudir a nuestro ministro (2 R 10).

III. ESPÍRITU DE ORACIÓN

La conciencia de ser discípulo del Señor afecta, más allá del tiempo de oración, a mi vida y a mis actividades diarias. Aquí es donde soy requerido a ajustar mis actividades y respuestas a las palabras y al espíritu del Maestro (2 R 5). Estar recogido significa mantener una totalidad, una consistencia y una fidelidad respecto a esta relación. Se da este intercambio: mi oración influye en las actitudes y acciones de mi vida; mis actitudes y acciones, a su vez, suministran a mi oración el material para el discernimiento; es decir, aquí clarifico yo qué es del Espíritu del Señor y qué es de mi propio egoísmo (1 R 17).

El espíritu de oración consiste principalmente en la actitud de escucha. Es el fruto de la oración contemplativa, donde, en el ocio de períodos más largos de oración, he aprendido a maravillarme, a quedar asombrado de Dios y de su amor. Es una postura receptiva más que la acometida de una acción. Me vuelvo cauteloso a la hora de imponer mis puntos de vista, juicios y respuestas a los otros. Me doy cuenta de lo egoístas que son tales reacciones instintivas, y en el ascetismo de la espera en el Señor, aprendo a acatar su Espíritu por encima de mis propios impulsos (2 R 10). El espíritu de oración me ayuda a ver las cosas de forma diferente, con un corazón puro, es decir, de acuerdo con su designio (Adm 16).

Dentro de mi propia fraternidad y en la vida diaria es donde especialmente seré consciente de la presencia del Espíritu y, por contraste, donde reconoceré mi propio egoísmo, que fácilmente se manifiesta en el ambiente de familiaridad, donde se patentiza mi negligencia. Sin lugar a dudas, mi debilidad me traicionará muy frecuentemente en este punto, y esta es la razón por la que Francisco nos pide una pronta reconciliación, no sólo en beneficio de la caridad, sino también para testimoniar, unos a otros, la primacía del Espíritu en nuestra fraternidad (2 R 10; 1 R 11).

IV. EREMITORIO FRANCISCANO
(RETIRO, CASA DE ORACIÓN)

Fue práctica de Francisco reservarse largos períodos de tiempo para la oración en soledad (1 Cel 71, 91, 103). Esto fue un plan (ritmo) deliberado que él estableció después de haber solucionado su problema acerca de si vivir una vida exclusivamente contemplativa (1 Cel 34-35; LM 12,1-2). Los requisitos de esta su práctica fueron: insistió en escapar periódicamente del alcance de todo contacto con la gente, escogió compañeros (hermanos) para que estuviesen con él, pasó mucho tiempo en tales lugares solitarios, y siguió allí un modelo de oración solitaria y de intercambio fraterno con sus hermanos (Vida religiosa en los eremitorios).

El eremitorio ofrece la oportunidad de liberarse del rígido programa de actividades, de experimentar el tiempo de un modo nuevo, de descubrir el ocio para la libertad de espíritu, de llevarme desde la fragmentación hasta la totalidad del ser, de curar heridas del pasado y reflexionar sobre mi vida en la presencia de un Dios que llama en el amor. Al mismo tiempo, es una experiencia purificadora, porque en la soledad es donde permanezco solo frente a mi Dios, donde, en asombro y admiración, como en un lugar santo, lo reconozco como «fuego devorador» (Heb 12,29).

Nuestras CC. GG., basadas en la sencilla regla de Francisco, adaptada a las necesidades de nuestro tiempo, proveen lo preciso para tales eremitorios (CC. GG., art. 28-30).

V. AYUDA PARA LA ORACIÓN

La credibilidad de la importancia de la oración depende en gran medida de nuestros Ministros. La teoría debe elaborarse para ser aplicada en la práctica: que la oración tenga la prioridad máxima en nuestras vidas. Los Ministros se encuentran en la mejor situación para esto, y pueden expresarlo de la manera más convincente con su propia práctica, con sus actitudes y decisiones, y con la voluntad que manifiestan al atender estas necesidades de los hermanos (CC. GG., art. 20).

Otros dos medios de ayuda para la oración, que hoy merecen nuestra especial atención, son el capítulo conventual y el director espiritual.

El capítulo conventual influye grandemente en el clima para la oración. La oración se practica y se comprueba en el ámbito de nuestro cotidiano vivir. Así pues, la fraternidad local puede: reunirse en capítulo para dialogar unos con otros sobre la oración; fijar tiempos de silencio en atención a la oración (CC. GG., art. 44,2); compartir experiencias en el crecimiento espiritual, y discernir juntos la manera cómo la fraternidad, en cuanto tal, refleja los valores evangélicos (CC. GG., art. 22). Entonces se hace más fácil hablar de la penitencia como medio para simplificar las necesidades personales y para sujetar las varias formas de egoísmo a la vida y a la acción del Espíritu dentro de la fraternidad (CC. GG., art. 25,2).

De otro lado, la función del confesor (director espiritual) ha constituido siempre un medio vital para el crecimiento en la oración (CC. GG., art. 26). Hoy en día, esto asume mayor significación como medio de discernimiento, porque hemos abierto nuestras estructuras en la comunidad y hemos dado a cada hermano una mayor libertad para hacer opciones personales. El riesgo, por tanto, de extraviarse siguiendo los propios prejuicios y estrechos juicios es mucho mayor.

La tarea del confesor (director espiritual) es la de guiar al individuo en la oración, sugerirle medios, señalarle las dificultades, darle ánimos, ayudarle en el discernimiento. Él es capaz de revisar el estado del alma del hermano y su relación con Dios. Pudiera ser la única persona que encontrase el hermano para hablar abierta y francamente sobre sus necesidades más fundamentales para el crecimiento en la oración.

El sacramento de la reconciliación ha perdido hoy para muchos su sentido y su valor. Así, ya no cuenta para ellos, en un momento crucial, uno de los medios valiosos para desarrollar sus consciencias. Y, no teniendo el coraje de buscar un director espiritual, se abandonan a la apatía e impotencia de su situación. El nuevo rito ofrece una oportunidad de reintroducir, con nuevas posibilidades, este medio vital para el crecimiento de los hermanos en la oración.

Tienen ya en su poder un documento que trata de este mismo asunto: «Nuestra meditación». Mi propósito al redactar ese documento fue mostrar que la oración es: 1) una relación con Dios; 2) que esta relación es dinámica, es decir, que somos llamados a crecer y madurar en esta relación; 3) que este crecimiento conduce a una actitud contemplativa por medio de la cual nos convertimos en oyentes, más sensibles al Espíritu y más alertas a su presencia y operación en nosotros.

El objeto de las presentes reflexiones no es tanto el de describir la oración cuanto el hablar de las necesidades de nuestros hermanos respecto a la oración. La cuestión que nos planteamos es la siguiente: ¿Qué podemos hacer para estimular y ayudar a la práctica de la oración mental?

Sabemos que confiar en la legislación no es suficiente. Escribiendo leyes o documentos, nos sentimos a veces excusados de algo que es mucho más importante. Esto es, de una constante vigilancia, de una preocupación personal por el espíritu de oración. La gracia de la oración es un don de Dios que debe atesorarse. La urgencia actual es la de crear un clima de interés por la oración, un entusiasmo que mane de la diligencia y compromiso personales.

El incentivo y la inspiración más fuerte y apremiante para la oración no viene de la información, sino del contacto con personas que oran: personas que emplean mucho tiempo todos los días en la oración; que rigen sus vidas por el espíritu de oración.

Así como la Palabra se hizo carne, así también el ejemplo tiene más fuerza que las palabras. Por tanto, debemos buscar y fomentar hombres de oración. Pues de este modo es como Dios nos hablará, como el Espíritu nos iluminará, nos guiará y fortalecerá en nuestra vida y trabajo. Creemos que es en la oración donde llegamos a nuestras más profundas convicciones, descubrimos nuestra misión y vocación, ofrecemos la forma más fructífera de servicio y rumbo a la comunidad. Así lo creemos.

Vigilar, pues, es el primer deber de los Ministros y de todos los hermanos.

¿Qué nos dice el Espíritu hoy? Es el interrogante que se nos plantea. Estar en guardia para detectar su presencia a fin de poder servir según sus directrices, es la forma más positiva para nosotros de considerar nuestra responsabilidad de liderazgo.

Para esclarecer nuestro pensamiento debemos enfrentarnos a preguntas como las siguientes:

¿Queremos realmente que nuestros hermanos sean hombres de oración? ¿Les ayudaremos en su deseo de crecer en la oración? ¿Les daremos tiempo y oportunidad para ello? ¿Tiene la oración la máxima preferencia en las tareas y programas de nuestra comunidad? ¿Estoy dispuesto a incluir en mi vida verdaderos períodos de oración, que respalden lo que digo?

Las reflexiones que siguen están colocadas en epígrafes que sugieren y exigen responsabilidad.

I. EN CADA CONFERENCIA (GRUPO LINGÜÍSTICO)

Fuentes de material para la oración mental (CC. GG., art. 20).

Necesitamos material sobre la oración extraído de las fuentes franciscanas. Sabemos que el crecimiento de la oración depende de la lectura espiritual que ensancha la mente y motiva el corazón. La lectura espiritual tiene una influencia poderosa en la oración: para estimularnos, ampliar nuestra comprensión de Dios y profundizar en el conocimiento de nosotros mismos.

Específicamente, necesitamos conocer cómo oraron los santos franciscanos, qué dijeron sobre la oración, cómo los autores franciscanos han interpretado y explicado a Francisco en oración. Necesitamos ejemplos, sendas y métodos de oración según la tradición franciscana. Después del Vaticano II ha brotado un nuevo interés por la oración, como bien sabemos. Los jóvenes y los no tan jóvenes buscan métodos de oración aun entre las tradiciones no cristianas. Necesitan investigar, reunir y publicar, en un estilo legible, la sabiduría y experiencia de los santos de nuestra Orden. Esta es una forma excelente de estimular un interés nuevo y de ofrecer a nuestros directores y maestros directrices sobre las que construir hoy.

II. EN CADA PROVINCIA

A) Retiros (CC. GG., art. 19,1)

Hay que dar especial importancia al retiro anual (ejercicios espirituales) para evitar que se convierta en una rutina. De hecho, el retiro anual pretende ser para nosotros una llamada a salir de la rutina y a situarnos al margen y encima de la vida cotidiana a fin de valorar nuestra vida y renovar nuestra consagración.

El retiro es tan sagrado como el Sábado, tan completamente aparte de cualquier otra cosa como el Señor Jesús en la soledad del monte. El ocio, la libertad de espíritu y un modo completamente nuevo de ver las cosas debería ser algo de lo que tengamos experiencia. Ante todo, el retiro es un período más largo e ininterrumpido dedicado a la oración, en el que pueden experimentarse las disposiciones que Francisco pide de nosotros (1 R 22-23).

Para hacer esto posible, la comunidad provincial y la fraternidad local deben cooperar a apoyar y sostener al hermano que programe su retiro lejos de sus ocupaciones habituales y fuera de su propia fraternidad. Plantearse este asunto tan importante en comunidad puede ofrecer nuevas posibilidades para una variedad de formas, programas y lugares que se adapten a las necesidades reales de los hermanos y que pueden ser sostenidas por la provincia (CC. GG., art. 19,2).

El valor del día de retiro mensual es éste: romper el ritmo y la marcha del trabajo, traernos a la memoria nuestro propio ritmo de oración. Es una ocasión que se da a la comunidad local para reflexionar juntos tanto sobre las necesidades comunes como sobre las metas comunes espirituales a alcanzar (CC. GG., art. 20). Permitir en esto una negligencia habitual es abandonar a los hermanos y perder terreno en la lucha por obtener el espíritu de oración (2 R 5).

B) El eremitorio franciscano (CC. GG., art. 28-30)

El eremitorio franciscano constituye un programa contemplativo en nuestra Orden apostólica e incluye la fraternidad incluso en la soledad. Consiste en una retirada de las actividades por un período de tiempo más largo para dedicarlo a la oración en el ocio, el silencio y la soledad. Francisco lo estimó necesario a partir de su propia experiencia, y trazó un plan para sus hermanos, en el que, en fraternidad, se ayudaran y protegieran mutuamente su intimidad para orar en un intercambio de los oficios de Marta y María ( Regla para los eremitorios).

A través de la historia se han hecho adaptaciones de este plan que han dado una inspiración nueva al crecimiento en la oración individual y comunitaria.

Hoy, por ejemplo, se puede concebir como forma de un apostolado de la oración en sí misma, allí donde los hermanos, individualmente, se dedican a la oración y a la penitencia por un período de tiempo más o menos largo.

Puede darse también una fraternidad integrada por un grupo de hermanos que forman un «núcleo» para los hermanos que vengan para tales retiros especiales. Tal núcleo proporciona el medio ambiente de oración, por vivir los hermanos juntos, unidos en su dedicación a la oración, protegiendo la soledad mutua y el silencio, y compartiendo las facilidades y servicios de una biblioteca y dirección espiritual.

Esto responde a muchas de las necesidades actuales, porque:

a) es principalmente para hermanos profesos que han empleado algunos años en el ministerio y buscan la oportunidad de vigorizar su crecimiento espiritual; b) ofrece la oportunidad, para aquellos que sientan una llamada hacia la vida contemplativa, de dedicar varios años o toda la vida a la oración y al ministerio de la oración en favor de sus hermanos; c) el eremitorio es algo más que un lugar: es una fraternidad de hermanos que da testimonio viviente de la realidad de una comunidad de fe. Su misma existencia hace creíble hoy en día la primacía de la oración en nuestra vida franciscana.

C) Programa formativo para directores espirituales

¿Quiénes son los líderes espirituales de nuestras comunidades? Instituir directores y guardianes es aceptar la responsabilidad de tal liderazgo. Esto significa que creemos que ellos pueden: comunicar el valor y la importancia de la oración; explicar e introducir caminos y métodos de oración; y que ellos mismos oran y dedican tiempo a la oración.

Sostenerles y estar con ellos es más importante hoy día, cuando el pluralismo de pensamiento y de actitudes tienden a causar divisiones y diferencias marcadas en nuestras comunidades. Debemos ser responsables los unos de los otros y dar razón de la fe que profesamos y de las enseñanzas que impartimos (1 Pe 3,15-16).

Tal apoyo implica dar a tales directores la oportunidad de recibir un especial adiestramiento y formación para fortalecer su influencia y equiparles adecuadamente para que cumplan sus más importantes responsabilidades.

Por la estima en que tenemos estos nombramientos y por la atención que les prestamos de una manera constante, demostramos que esto constituye nuestra más alta prioridad y es nuestro interés más personal. Pues en realidad, tales directores representan a los Ministros en su más alto deber.

III. DENTRO DE CADA FRATERNIDAD

El ritmo diario de vida en fraternidad es la motivación más influyente y constante para la vida de oración de cada hermano. Este es el hogar donde la vida se vive en la realidad del día a día.

El Capítulo conventual es la fraternidad en acción. La voz, el talante y la voluntad de la fraternidad se manifiestan aquí. En el Capítulo, bajo la guía del superior, nos convocamos mutuamente a la oración y nos fijamos metas y planes que hagan evidente que el espíritu de oración es nuestra inquietud principal (CC. GG., art. 96,2). Se trazan pautas para tener tiempos fijos para el silencio (CC. GG., art. 44,2); se discuten los planes del retiro anual y del retiro mensual (CC. GG., art. 19,2). En tales ocasiones especiales se leen y discuten documentos (CC. GG., art. 3) y se comparte con la fraternidad la oportunidad de evaluar el propio crecimiento espiritual (CC. GG., art. 22). A través del Capítulo conventual, el superior está en guardia para procurar medios más prácticos de introducir a los hermanos en la teoría y en la práctica de la oración mental y para tener cuidado de que se disponga de más tiempo, buen material de lectura y mejores facilidades para ella (CC. GG., art. 20).

Esta voz del Capítulo debe escucharse hoy. Los hermanos deben ser alentados para que expresen mutuamente sus necesidades (2 R 6), y todos debemos aprender el ascetismo de saber escucharnos pacientemente como signo de nuestro amor. Esto incluye al Ministro Provincial igualmente, cuya presencia en los Capítulos conventuales de la fraternidad, de vez en cuando, puede servir de ayuda para acentuar su importancia y también le da a él la oportunidad de escuchar, en diálogo, lo que los hermanos dicen.

Para crecer en la oración debemos incitarnos a nosotros mismos hacia ella; formar una mentalidad, una actitud hacia esta comunión con Dios. Necesitamos construirnos ayudas que nos ordenen hacia Dios. Este modo de vivir, de ver y de pensar es lo que queremos significar al decir Penitencia. Debe entenderse como nuestro deseo de adquirir el espíritu del Señor, en cuanto opuesto al espíritu de egoísmo. Esto es lo que Francisco dice cuando habla al respecto (2 R 10; 1 R 17).

Enfrentados como estamos al espíritu de comodidad, esta actitud y este modo de pensar es impugnado no sólo por nuestras propias inclinaciones, sino también por las formas y actitudes del hombre moderno. Necesitamos los unos de los otros para mantener el deseo fuerte y decidido del espíritu del Señor. Por eso es por lo que nuestras CC. GG. nos piden que el tema sea traído a colación de cuando en cuando en los Capítulos conventuales (CC. GG., art. 25,2).

Esto nos exige, específicamente, simplificar nuestras necesidades, que la sociedad actual incrementa constantemente. Tales necesidades absorben nuestra atención, nos tienen continuamente inquietos, y desvían nuestras mentes y corazones del punto central de nuestro interés más genuino. Como Francisco dijo, la decepción yace oculta aun bajo la capa de algo bueno, que creemos justifica nuestras preocupaciones (1 R 22). Metidos en semejante talante y ambiente se nos hace cada vez más difícil pasar períodos de tiempo más largos en soledad, silencio y oración.

Lo que buscamos en los «signos de penitencia», por tanto, es un modo de identificar aquellas necesidades que sólo sirven para complacer nuestro egoísmo, para así desconfiar de ellas y, deliberadamente, tomar posición en la simplicidad de nuestro estilo de vida, a fin de vivir según el espíritu del Señor.

IV. PARA CADA HERMANO

La oración mental es nuestro más personal deber y privilegio. Tan personal, en efecto, que nadie puede sustituirnos. Y precisamente porque es tan personal, está sujeta al descuido o abandono. Las razones son muchas, como sabemos: temor a las exigencias que puede tener sobre nuestro tiempo, temor a los cambios que exige en las comodidades de nuestra vida, etc. Las consecuencias son aún más dolorosas: la experiencia de vacío y soledad interior, que se compensa con otras distracciones y actividades. Todavía hay muchos hermanos hoy que se avergüenzan demasiado o son demasiado temerosos de revelar sus necesidades y buscar ayuda.

Cuando un hermano siente que está creciendo en su relación con Dios, descubre la razón más apremiante y personal para perseverar en la oración. ¡Todos quieren crecer! Es ley de vida. Crecer significa llegar a una mejor comprensión de la bondad y misericordia de Dios. Él experimenta la grandeza del amor y del perdón de Dios a través de la maldad y de la impotencia de su propia vida. Crecer en intimidad con el Señor es reconocer, en lo profundo y secreto de su propio ser, su indigencia y completa dependencia de Él.

Hoy, lo necesario es el estímulo. Estímulo a los hermanos que emplean su tiempo en la oración, que ponen de manifiesto que emplean una hora o más todos los días en la oración mental, que libremente discuten y alientan a los otros a buenas lecturas espirituales como ayuda para la oración.

Hay necesidad, sobre todo, de directores espirituales que, de un modo cálido y estimulante, ofrezcan una dirección seria, que se pongan prontamente a disposición de sus hermanos y que estén dispuestos a prestar una dirección continuada a través de los momentos de prueba y de desánimo. A medida que los hermanos adquieran ánimos para manifestar y compartir sus necesidades y anhelos, aprenderán gradualmente a hacerse a sí mismos responsables de su progreso espiritual y adquirirán la esperanza de poder edificar sobre él.

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, vol. V, núm. 15 (1976) 257-265]

.