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Beata María Ángela Truszkowska (1825-1899) Textos de L'Osservatore Romano |
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María Ángela nació el 16 de mayo de 1825, en Kalisz (Polonia). En el bautismo recibió el nombre de Sofía Camila. Su familia se trasladó a Varsovia en 1837. Desde su infancia demostró una piedad profunda: participaba todos los días en la misa, recibía con frecuencia los sacramentos, realizaba vigilias de oración y visitaba con asiduidad el Santísimo Sacramento: todo esto desarrolló en ella una espiritualidad intensa. En un viaje que realizó atravesando Alemania, Sofía, iluminada por el Señor, durante un rato de oración en la catedral de Colonia, intuyó su vocación a estar entre los pobres y necesitados y a servir en ellos a Cristo con la oración y el sacrificio. Esta inspiración la llevó a ser miembro de la sociedad de San Vicente de Paúl. Durante el día trabajaba sin descanso por los pobres y por la noche oraba constantemente, buscando la voluntad de Dios en ella. A la edad de 29 años, descubrió su camino: comenzó a buscar y a ayudar a los niños abandonados de los barrios bajos de Varsovia y a los ancianos sin casa. Con la ayuda económica de su padre y el apoyo de su prima Clotilde comenzó a hacerse cargo de seis niños. De esta forma atrajo a muchas voluntarias y floreció el instituto fundado por ella. Sofía se hizo miembro de la Tercera Orden de san Francisco y tomó el nombre de Ángela. El 21 de noviembre de 1855, ante el icono de María, su prima y ella se consagraron a hacer la voluntad de su Hijo: éste fue el comienzo de la comunidad de las religiosas Felicianas, o de San Félix de Cantalicio. La madre Ángela determinó como ideal de su congregación: que en todo y por todo Dios sea conocido, amado y glorificado. Las religiosas dirigían a las laicas terciarias, instruían a los convertidos, visitaban las prisiones, y administraban también centros sociales rurales. Después del fracaso de la insurrección de 1863, muchos de estos centros se convirtieron en hospitales, donde las religiosas curaban a los heridos. La comunidad fue suprimida por el gobierno ruso en 1864, pero continuó en secreto bajo la guía espiritual de la fundadora. A los 44 años, durante su tercer mandato de superiora general, la madre Ángela se tuvo que retirar de la actividad de su congregación a causa de una enfermedad, pero siguió viva su dedicación a las religiosas. Murió después de 30 años de sufrimiento, devorada por el cáncer, el 10 de octubre de 1899, en presencia de las religiosas. Fue beatificada por Juan Pablo II el 18 de abril de 1993. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 16-IV-93] * * * * * De la homilía de Juan Pablo II en la misa de beatificación (18-IV-1993) Te saludo, madre María Ángela Truszkowska, madre de la gran familia feliciana. Fuiste testigo de acontecimientos difíciles de nuestra nación polaca y de la Iglesia que allí cumplía su misión. Tu nombre y tu vocación están unidos a la figura del beato Honorato Kozminski, gran apóstol de las comunidades secretas, que hicieron renacer la vida de la sociedad atormentada y alimentaron la esperanza de la resurrección. Hoy voy en peregrinación espiritual hasta tus reliquias, en mi amada Cracovia, donde se ha desarrollado la familia feliciana y desde donde se ha difundido más allá del océano, para servir a las nuevas generaciones de inmigrantes y americanos. Cristo condujo a la madre Ángela por un sendero verdaderamente excepcional, impulsándola a compartir íntimamente el misterio de su cruz. Cristo formó su espíritu mediante muchos sufrimientos, que aceptó con fe y sumisión realmente heroica a su voluntad: en recogimiento y soledad, a través de una enfermedad larga y dolorosa, y en la noche oscura del alma. Su mayor deseo fue el de llegar a ser «víctima de amor». Entendió siempre el amor como entrega libre de sí misma. «Amar significa dar. Dar todo lo que el amor pide. Dar inmediatamente, sin reservas y con alegría, con el deseo de que se nos pida cada vez más». Con esas palabras resume ella misma el programa de toda su vida. Fue capaz de encender ese mismo amor en el corazón de las religiosas de su congregación. Ese amor constituye la levadura siempre viva de las obras, con las que las comunidades de Felicianas sirven a la Iglesia en Polonia y más allá de sus fronteras. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 23-IV-93] |
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