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Beata Margarita Bays (1815-1879) Textos de L'Osservatore Romano |
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Margarita Bays nació en La Pierraz, parroquia de Siviriez (Friburgo de Suiza), el 8 de septiembre de 1815. Sus padres eran agricultores y buenos cristianos. A los 15 años aprendió el oficio de modista, que ejerció a domicilio y en las familias vecinas. Desde muy joven recibió como don del Espíritu Santo un gran amor a la oración: dejaba a menudo los juegos y los amigos para retirarse a su habitación a orar. Pasó su vida en la familia, dedicada a las tareas domésticas y a la costura, creando una atmósfera de buen humor y de paz entre sus tres hermanos y sus tres hermanas. Cuando se casó su hermano mayor, sufrió la hostilidad de su cuñada, que le reñía por el tiempo que pasaba en oración. En la parroquia fue modelo de laica, llena de celo; dedicó su tiempo libre a un apostolado activo entre los niños, a los que enseñaba el catecismo de acuerdo con su edad, formándolos en la vida moral y religiosa personal. Preparaba con gran solicitud a las muchachas para su futura misión de esposas y madres; visitaba infatigablemente a los enfermos y moribundos. Los pobres hallaban en ella a una amiga fiel, llena de bondad. Introdujo en la parroquia las Obras misionales y contribuyó a difundir la prensa católica. Se hizo incansable apóstol de la oración, consciente de su importancia vital para todo cristiano. Amaba profundamente a Jesús eucaristía y a la Virgen. Vivía continuamente en la presencia de Dios. A los 35 años le sobrevino un cáncer en el intestino, que los médicos no lograron detener. Margarita pidió a la Virgen le cambiase estos dolores por otros que le permitieran participar más directamente en la pasión de Cristo. El 8 de diciembre de 1854, en el momento en que el Papa Pío IX proclamaba en Roma el dogma de la Inmaculada Concepción, le sobrevino una enfermedad misteriosa que la inmovilizaba en éxtasis todos los viernes, mientras revivía en el espíritu y en el cuerpo los sufrimientos de Jesús, desde Getsemaní hasta el Calvario. Recibió al mismo tiempo los estigmas de la crucifixión, que disimulaba celosamente a los ojos de los curiosos. En los últimos años de su vida el dolor se hizo más intenso, pero lo soportó sin un lamento, abandonándose totalmente a la voluntad del Señor. Murió, según su deseo, en la fiesta del Sagrado Corazón, el viernes 27 de junio de 1879, a las tres de la tarde. [Datos tomados de L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 27-X-1995] ******************** De la homilía de Juan Pablo II en la misa de beatificación (29-X-1995) Otra católica suiza libró también el buen combate de la fe. Margarita Bays era una humilde laica, cuya vida estaba oculta con Cristo en Dios (cf. Col 3,3). Se trata de una mujer muy sencilla, con una vida común, en la que cada uno de nosotros puede verse reflejado. No realizó cosas extraordinarias, y, sin embargo, su existencia fue una larga marcha silenciosa por el camino de la santidad. En la Eucaristía, cumbre de su jornada, Cristo era su alimento y su fuerza. A través de la meditación de los misterios del Salvador, en particular del misterio de la pasión, llegó a la unión transformadora con Dios. Algunos de sus contemporáneos consideraban que sus largos momentos de oración eran tiempo perdido. Pero, cuanto más intensa era su oración, tanto más se acercaba a Dios y más se consagraba al servicio de sus hermanos. Porque sólo el que ora conoce verdaderamente a Dios y, escuchando el corazón de Dios, también está cercano al corazón del mundo. Descubrimos así el puesto tan importante que ocupa la oración en la vida seglar. No se apartó del mundo. Por el contrario, dilató su ser interior y se mostró dispuesta al perdón y a la vida fraterna. La misión que vivió Margarita Bays es la misión que corresponde a todo cristiano. En la catequesis, se ocupaba de presentar a los niños de su aldea el mensaje del Evangelio, con palabras que los jóvenes podían comprender. Se dedicaba incondicionalmente a los pobres y a los enfermos. Sin salir de su país, tenía el corazón abierto a las dimensiones de la Iglesia universal y del mundo. Con el sentido misionero que la caracterizaba, introdujo en su parroquia la obra de la Propagación de la fe y de la Santa Infancia. En Margarita Bays descubrimos lo que hizo el Señor para que llegara a la santidad: caminó humildemente con Dios, realizando por amor cada acto de su vida diaria. Margarita Bays nos exhorta a hacer de nuestra existencia un camino de amor. Nos recuerda también nuestra misión en el mundo: anunciar a tiempo y a destiempo el Evangelio, en particular a los jóvenes. Nos invita a ayudarles a descubrir la grandeza de los sacramentos de la Iglesia. En efecto, ¿cómo podrán reconocer los jóvenes de hoy al Salvador en su camino, si nadie los introduce en los misterios cristianos? ¿Cómo podrán acercarse a la mesa eucarística y al sacramento de la penitencia, si nadie les ayuda a descubrir su riqueza, como supo hacerlo Margarita Bays? [Texto de L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 03-XI-1995] |
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