DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

2 de diciembre

Beato Rafael Chylinski (1694-1741)

Textos de L'Osservatore Romano

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Rafael Chylinski (en el siglo, Melchor), religioso profeso, franciscano conventual, sacerdote, nació de familia noble en Wisoczka (Poznan, Polonia) el 6 de enero de 1694. Al terminar los estudios en el colegio de los jesuitas de Poznan, hizo durante tres años el servicio militar, llegando al grado de oficial. Luego ingresó en la Orden de los Franciscanos Conventuales de Cracovia, en la que quiso ser hermano laico. Aceptado por voluntad de los superiores como clérigo, hizo un curso abreviado de filosofía y teología a causa de la peste (1708), que provocó la muerte del cincuenta por ciento de los frailes de la provincia conventual polaca. Recibió la ordenación sacerdotal en 1717. Trabajó en diversas casas religiosas como confesor y predicador y se cuidó de los pobres. Sus predicaciones sencillas contrastaban con el estilo barroco vigente, y tenían gran eficacia pastoral. Pasaba horas enteras en el confesonario. Llevó una vida de mortificación y abnegación. Murió el 2 de diciembre de 1741, a los 47 años, en Lagiewniki, cerca de Lódz, donde reposa su cuerpo. Lo beatificó Juan Pablo II el 9 de junio de 1991, estableciendo que su fiesta se celebre el 2 de diciembre.

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De la homilía de Juan Pablo II en la misa de beatificación (Varsovia, 9-VI-1991)

Durante esta santa misa ha sido proclamado beato un franciscano conventual, el padre Rafael Chylinski. Era hombre de mucha oración y, a la vez, de gran corazón para con los pobres. Cuando en 1736 se difundió la epidemia en Cracovia, se entregó completamente a los enfermos y realizó todo tipo de servicios sin preocuparse por su propia seguridad. Con celo servía a los pobres, a los enfermos y a los contagiados por la epidemia, a todos los que llegaban a su convento en Lagiewniki, actualmente barriada de la ciudad de Lódz. Muchas veces, no teniendo nada que darles, les ofrecía su propia porción de pan y su manto. Poco después de su muerte comenzó el proceso de beatificación, que se interrumpió a causa de la repartición de Polonia. El hecho de que durante un período tan largo no muriera el recuerdo de su santidad, es el testimonio de que Dios esperaba expresamente que su siervo fuera proclamado beato en la Polonia libre. Que el beato Rafael nos recuerde que cada uno de nosotros, aunque sea pecador, ha sido llamado al amor y a la santidad.

He reflexionado mucho leyendo su biografía. Su vida está ligada a la época de los sajones; sabemos que eran tiempos tristes, no sólo a causa de la historia política de la I República, sino también de la moralidad social. No quiero recordar aquí los refranes, que aún hoy se pueden oír, acerca de esos tiempos. Fueron tiempos tristes, de desconfianza ilimitada de las personas, de total despreocupación y de consumismo extendido a un estamento social. Y en este escenario aparece un hombre salido precisamente de ese estamento. Es verdad que no es un gran magnate, pues no pertenece a la alta nobleza; pero posee todos los derechos sociales y políticos. Por lo que hizo y por la vocación que eligió, este hombre llegó a ser, y quizá lo es aún, protesta y expiación. Más que protesta, expiación por todo lo que llevaba a Polonia a la ruina. A veces, mientras medito sobre la vida de este beato, me viene a la mente Tadeusz Rejtan. Es verdad que el padre Rafael murió antes de la primera repartición de Polonia, en 1741. Tadeusz Rejtan, como es sabido, llevó a cabo su obra tras la repartición, durante una sesión de la Dieta que la aprobó. Precisamente en esa época Rejtan bloqueó con su propio cuerpo la puerta para no dejar pasar a los parlamentarios polacos del siglo XVIII y los instó: «¡No se puede! ¡Si queréis salir de aquí con esta decisión, con esta ley, debéis pasar sobre mi cadáver!». El padre Rafael no fue nunca diputado ni parlamentario. Escogió la vocación de hijo pobre de san Francisco. Pero su testimonio es muy parecido. Su vida escondida en Cristo era una protesta contra la conciencia, la actitud y el comportamiento autodestructivos de la nobleza de esa época sajona, cuyo fin conocemos. Pero ¿por qué la Providencia nos lo recuerda hoy? ¿Por qué ha madurado este proceso sólo ahora, a través de todos los signos de la tierra y del cielo, y podemos proclamar beato al padre Rafael? Tratad de responder a esta pregunta. Tratemos de responder a esta pregunta. La Iglesia no tiene recetas preparadas. El Papa no quiere sugeriros ninguna interpretación; pero reflexionemos todos juntos, los 35 millones de polacos, acerca de la elocuencia de esta beatificación precisamente en el año del Señor de 1991.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 19-VII-91]

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