DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

29 de octubre

Beata Restituta Kafka (1894-1943)

Textos de L'Osservatore Romano

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La beata Restituta, religiosa de las Franciscanas de la Caridad Cristiana, enfermera, fue decapitada por los nazis en Viena el 30 de marzo de 1943, tras un largo y penoso año de cárcel, por no haber querido quitar los crucifijos de las salas del hospital de Mödling, donde trabajaba desde 1920. Juan Pablo II la beatificó en Viena el 21 de junio de 1998, y estableció que su fiesta se celebre el 29 de octubre.

Restituta, sexta hija de un zapatero de Brünn, en la Moravia actual, nació el 10 de mayo de 1894 y fue bautizada con el nombre de Elena. En aquel tiempo Brünn pertenecía todavía al Imperio austro-húngaro. Su infancia la pasó en Viena con la familia y después de los estudios primarios trabajó como dependienta en un comercio. Luego se hizo enfermera y, como tal, conoció a las llamadas «Hartmannschwestern», Religiosas Franciscanas de la Caridad Cristiana para la asistencia a los enfermos. Ingresó en este instituto en el año 1914, y recibió el nombre de la antigua mártir Restituta. Desde 1919, y durante más de veinte años, ejerció su oficio en el quirófano. Rápidamente se difundió su fama de enfermera excelente, religiosa devota, especialmente cercana a los pobres y a las personas perseguidas u oprimidas; protegió de la detención incluso a un médico nazi, porque la consideró injustificada. Era una persona defensora de la verdad, valiente, sin compromisos, pero de gran cordialidad y simpatía, siempre dispuesta a ayudar, alegre y no convencional.

Cuando Hitler tomó posesión de Austria, sor Restituta rechazaba ya radicalmente el nacionalsocialismo. Definió a Hitler «un loco» y decía de sí misma que «a una vienesa no se le puede cerrar la boca». Su fama se difundió ampliamente cuando expuso su vida al poner el crucifijo en cada habitación de una nueva sección del hospital. Los nazis exigieron que se quitasen las cruces si no querían perder a sor Restituta: ni se quitaron los crucifijos ni se llevaron a sor Restituta, porque su comunidad dijo que no tenían personal para sustituirla. La detuvieron y tras un proceso-farsa, la acusaron no tanto de haber puesto los crucifijos, cuanto de haber compuesto una poesía irrisoria respecto a Hitler. El 28 de octubre de 1942 fue condenada a muerte por «favorecer al enemigo, traicionando a la patria y preparando un acto de alta traición». Declaró más tarde que en la cárcel le ofrecieron la libertad si abandonaba la congregación religiosa, pero que dio las gracias y rechazó la proposición. Ofreció su vida en defensa de la fe católica y por la libertad de su pueblo: «He vivido por Cristo y quiero morir por él». Estando en prisión, se ocupó de otras personas encarceladas, como más tarde han testimoniado incluso prisioneros comunistas. Las autoridades rechazaron varias peticiones de gracia, y el 30 de marzo de 1943 fue decapitada. Sor Restituta es la única religiosa de la zona de lengua alemana asesinada por los nazis a causa de su resistencia al régimen. A través de los testigos se ha podido conocer el ofrecimiento sacrificial de su vida, su serena confianza en el Señor y en la vida eterna, el perdón generoso de sus acusadores y verdugos. Se une así a otros mártires austríacos que fueron beatificados el año pasado: Otto Neururer y Jakob Gapp, del Tirol, ajusticiados ambos por oponerse al régimen nazi.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 3-VII-98.]

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De la homilía de Juan Pablo II en la misa de beatificación (Viena, 21-VI-1998)

Sor Restituta Kafka no había alcanzado aún la mayoría de edad cuando expresó su intención de entrar al convento. Sus padres se opusieron, pero la joven permaneció fiel a su objetivo de ser religiosa «por amor a Dios y a los hombres». Quería servir al Señor especialmente en los pobres y los enfermos. Ingresó en la congregación de las religiosas Franciscanas de la Caridad para seguir su vocación en el servicio diario del hospital, a menudo duro y monótono. Auténtica enfermera, en Mödling se convirtió pronto en una institución. Su competencia como enfermera, su eficacia y su cordialidad hicieron que muchos la llamaran sor Resoluta y no sor Restituta.

Por su valor y su entereza no quiso callar ni siquiera frente al régimen nacionalsocialista. Desafiando las prohibiciones de la autoridad política, sor Restituta colgó crucifijos en todas las habitaciones del hospital. El miércoles de Ceniza de 1942 fue detenida por la Gestapo. En la cárcel comenzó para ella un calvario, que duró más de un año y que concluyó en el patíbulo. Sus últimas palabras fueron: «He vivido por Cristo; quiero morir por Cristo».

Contemplando a la beata sor Restituta, podemos vislumbrar a qué cimas de madurez interior puede ser conducida una persona por Dios. Puso en peligro su vida con su testimonio del Crucifijo. Y conservó en su corazón el Crucifijo, dando un nuevo testimonio de él poco antes de ser llevada a la ejecución capital, cuando pidió al capellán de la cárcel que le hiciera «el signo de la cruz sobre la frente».

Muchas cosas nos pueden quitar a los cristianos. Pero la cruz como signo de salvación no nos la dejaremos arrebatar. No permitiremos que sea desterrada de la vida pública. Escucharemos la voz de la conciencia, que dice: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29).

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 3-VII-98.]

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Del discurso de Juan Pablo II a las Franciscanas de la Caridad Cristiana y al «Comité de la Hermana Restituta» (Roma, 28-X-1999)

Mi pensamiento vuelve a la plaza de los Héroes de Viena, donde el 21 de junio de 1998 tuve la dicha de elevar al honor de los altares a la religiosa franciscana Restituta Kafka. Comparto la alegría que os embarga a vosotros, y a numerosos fieles, al poder venerar como mártir a esta religiosa, que muchos de vosotros consideráis como una «hermana mayor». Al mismo tiempo, sigue vivo el perenne mensaje que, en un período oscuro de nuestro tiempo, esta espléndida testigo de la fe nos dirigió a los que nos encontramos en el umbral del tercer milenio. Gracias a la beata Restituta podemos conocer hasta qué cumbres de madurez interior puede ser guiado el hombre, si se pone en las manos de Dios.

El camino de su vida terrena fue una especie de subida al Calvario, a lo largo de la cual la beata tuvo una visión que le permitió contemplar de un modo diferente su ser y su obra, y fortaleció tan profundamente en ella la esperanza en la vida eterna, que le hizo decir ante la muerte: «He vivido por Cristo, y por Cristo deseo morir». Por este motivo, su confesor definió acertadamente su vía crucis como una «universidad para la conducta de las almas», que ella superó brillantemente.

Lo primero que aprendió la hermana Restituta fue el significado de la humildad. Entró joven en el convento «por amor a Dios y a los hombres». Durante decenios sirvió a Dios en los enfermos, a quienes dedicó incansablemente sus múltiples cualidades y su competencia. Cuando hablaba del cielo, lo hacía, en el verdadero sentido de la expresión, con los pies en la tierra. Al final de su vida terrena, con la gracia de Dios fue profundizando cada vez más en la humildad, hasta prepararse para la entrega completa. La religiosa que, como enfermera, se había inclinado sobre sus pacientes, inclinó finalmente su cabeza para profesar su fe en el Crucificado.

En la «universidad para la conducta de las almas», la hermana Restituta aprendió también la virtud de la docilidad. Tenía un carácter fuerte, era directa y abierta, llena de solicitud materna y dispuesta siempre a ayudar, alegre y, a veces, poco convencional. Una vez fue definida un «diamante bruto» a causa de su temperamento, pero se dejó pulir por Dios, y así llegó a ser un diamante precioso. Manifestó gran atención y sensibilidad hacia las hondas aflicciones del alma de sus hermanas y de sus pacientes. Por eso, no sorprende que considerara el tiempo pasado en la cárcel como un don para aprender mejor la docilidad y la paciencia, y «poder contribuir mucho a la cura de almas».

Por último, también maduró plenamente el aspecto del carácter de la hermana Restituta que más la distinguía: la valentía. Para esta religiosa, a menudo llamada sor «Resoluta» a causa de su firme manera de actuar, la cárcel se convirtió en una especie de lugar de gracia para honrar el nombre que había recibido en su consagración: Restituta, la que fue restituida por Dios. En efecto, contemplando la fuerza redentora de la cruz, creció cada vez más en su alma la certeza de que, aunque el hombre exterior debe morir, el hombre interior no muere. De este modo, su valentía se afianzó tanto, que pudo decir con san Pablo: «Como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres» (2 Cor 6,9-10).

Queridos hermanos y hermanas, que la beata hermana Restituta sea para vosotros un modelo de vida. Conquistó la grandeza con la humildad, se distinguió por su docilidad, y no perdió su valor ni siquiera cuando su fidelidad a la cruz le costó la vida.

En los momentos de dificultad presentaba sus preocupaciones a la Madre Dolorosa, a quien estuvo íntimamente unida durante toda su vida. Que la Madre Dolorosa sea también para vosotros fiel compañera en toda prueba y fuente de consuelo y confianza para vuestro testimonio diario de fe. Con este deseo, os imparto de corazón la bendición apostólica.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 5-XI-99]

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