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Junípero Serra nació en Petra, Mallorca, en 1713. Ingresó en la orden de los franciscanos cuando era joven y fue ordenado sacerdote hacia 1737. Ocupó la Cátedra de Filosofía en la Universidad Luliana de Mallorca y adquirió la reputación de ser un gran profesor y predicador en toda la isla. A fines de la década de 1740, se ofreció a dejar su tierra natal porque sentía un gran anhelo de servir como misionero en el Nuevo Mundo. Pasó ocho años en la Sierra Gorda, una región escabrosa de México. Ahí predicó a los indígenas Pame. También, durante parte de ese tiempo sirvió como presidente de las cinco misiones franciscanas en esa región. Después, por ocho años más, tuvo varios puestos en la sede de los misioneros franciscanos en la Ciudad de México. Durante este tiempo predicó gran número de misiones domésticas por muchas áreas de México. En 1767 lo eligieron presidente del grupo de franciscanos designado a reemplazar a los jesuitas expulsados de sus misiones en Baja California. Dos años después, Serra tomó parte en la expedición para extender la frontera española hacia el norte y ocupar Alta California. De 1769 hasta su muerte en 1784, Serra fue presidente de las misiones franciscanas en Alta California. Durante su presidencia, se fundaron nueve misiones por la costa de California entre diversos grupos de indígenas, incluso los Kumeyaay, Ohlone, Salinan, Tongva, Cjachemen y Chumash. Serra se esforzó por congregar dentro del complejo misional a los indígenas que vivían cerca. Esperaba poder darles a conocer, poco a poco y de una manera voluntaria, los fundamentos del catolicismo. Muy a menudo peleaba con las autoridades militares acerca de la mejor manera de tratar a los indígenas y hasta viajó una vez a la capital de México para persuadirle al virrey, en persona, de apartar a un comandante militar de su mando. Durante los años que Serra estaba en California, miles de indígenas fueron bautizados y confirmados. Pero también muchos perecieron en las misiones, muchas veces a causa de las enfermedades introducidas por la incursión española en al área. Serra emprendió muchos viajes misioneros por California. Se mantuvo firme en estos viajes arduos hasta el fin de su vida a pesar de las enfermedades y debilidades físicas de las que padecía y que le agotaron de sus fuerzas. Falleció el 28 de agosto de 1784 en la Misión de San Carlos en Carmel. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988 [y canonizado por el papa Francisco el 23 de septiembre de 2015 en Washington USA]. * * *
Homilía del papa Francisco «Alégrense siempre en el Señor. Repito: Alégrense» (Flp 4,4). Una invitación que golpea fuerte nuestra vida. «Alégrense» nos dice Pablo con una fuerza casi imperativa. Una invitación que se hace eco del deseo que todos experimentamos de una vida plena, una vida con sentido, una vida con alegría. Es como si Pablo tuviera la capacidad de escuchar cada uno de nuestros corazones y pusiera voz a lo que sentimos y vivimos. Hay algo dentro de nosotros que nos invita a la alegría y a no conformarnos con placebos que siempre quieren contentarnos. Pero a su vez, vivimos las tensiones de la vida cotidiana. Son muchas las situaciones que parecen poner en duda esta invitación. La propia dinámica a la que muchas veces nos vemos sometidos parece conducirnos a una resignación triste que poco a poco se va transformando en acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el corazón. No queremos que la resignación sea el motor de nuestra vida, ¿o lo queremos?; no queremos que el acostumbramiento se apodere de nuestros días, ¿o sí?. Por eso podemos preguntarnos, ¿cómo hacer para que no se nos anestesie el corazón? ¿Cómo profundizar la alegría del Evangelio en las diferentes situaciones de nuestra vida? Jesús lo dijo a los discípulos de ayer y nos lo dice a nosotros: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta, se conoce y se vive solamente dándola, dándose. El espíritu del mundo nos invita al conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano «hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo» (Laudato si', 229). Tenemos la responsabilidad de anunciar el mensaje de Jesús. Porque la fuente de nuestra alegría «nace de ese deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva» (Evangelii gaudium, 24). Vayan a todos a anunciar ungiendo y a ungir anunciando. A esto el Señor nos invita hoy y nos dice: La alegría el cristiano la experimenta en la misión: «Vayan a las gentes de todas las naciones» (Mt 28,19). La alegría el cristiano la encuentra en una invitación: Vayan y anuncien. La alegría el cristiano la renueva, la actualiza con una llamada: Vayan y unjan. Jesús los envía a todas las naciones. A todas las gentes. Y en ese «todos» de hace dos mil años estábamos también nosotros. Jesús no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o no de recibir su mensaje y su presencia. Por el contrario, abrazó siempre la vida tal cual se le presentaba. Con rostro de dolor, hambre, enfermedad, pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio. Con rostro de dudas y de piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada, trucada, la abrazó como venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas veces se presenta derrotada, sucia, destruida. A «todos» dijo Jesús, a todos, vayan y anuncien; a toda esa vida como es y no como nos gustaría que fuese, vayan y abracen en mi nombre. Vayan al cruce de los caminos, vayan… a anunciar sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre. Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón. La misión no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado; la misión siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y perdonada. La misión nace de experimentar una y otra vez la unción misericordiosa de Dios. La Iglesia, el Pueblo santo de Dios, sabe transitar los caminos polvorientos de la historia atravesados tantas veces por conflictos, injusticias y violencia para ir a encontrar a sus hijos y hermanos. El santo Pueblo fiel de Dios, no teme al error; teme al encierro, a la cristalización en elites, al aferrarse a las propias seguridades. Sabe que el encierro en sus múltiples formas es la causa de tantas resignaciones. Por eso, «salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo» (Evangelii gaudium, 49). El Pueblo de Dios sabe involucrarse porque es discípulo de Aquel que se puso de rodillas ante los suyos para lavarles los pies (cf. ibíd., 24). Hoy estamos aquí, podemos estar aquí, porque hubo muchos que se animaron a responder esta llamada, muchos que creyeron que «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad» (Documento de Aparecida, 360). Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse «en las estructuras que nos dan una falsa contención… en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta» (Evangelii gaudium, 49). Somos deudores de una tradición, de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena Nueva del Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena. Y hoy recordamos a uno de esos testigos que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios. Supo dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades. Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos. Tuvo un lema que inspiró sus pasos y plasmó su vida: supo decir, pero sobre todo supo vivir diciendo: «siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el corazón. Fue siempre adelante, porque el Señor espera; siempre adelante, porque el hermano espera; siempre adelante, por todo lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante. Que, como él ayer, hoy nosotros podamos decir: «siempre adelante». * * * Misionero en Sierra Gorda y en las Californias: Mis queridos hermanos de las Provincias Franciscanas de "San José" de Valencia-Aragón-Baleares en España, de "San Pedro y San Pablo" en México, del "Beato Junípero Serra" en México, y de "Santa Bárbara" (California), y a todos los hermanos de la Orden: ¡El Señor os done su paz! Mientras celebramos el tercer centenario del nacimiento del beato Junípero Serra, misionero franciscano español en Sierra Gorda y en las Californias, recordamos las palabras escritas por el Papa Benedicto XVI en su Carta Apostólica titulada Porta Fidei: «La "puerta de la fe", que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida». El beato Junípero ha demostrado su profundo deseo de permanecer siempre en comunión con Dios con el ejemplo de su vida, predicando y enseñando en su tierra natal de Mallorca, España, y como misionero franciscano en Sierra Gorda, Baja California (México), y Alta California (Estados Unidos). Él se ha dejado plasmar el corazón de la gracia transformadora de la oración, de la hermandad, de la pobreza absoluta, de la evangelización misionera y de un ardiente deseo de traducir la fe en un lenguaje que pudiera ser entendido por las personas entre las que vivía y ejercía su ministerio. El beato Junípero, en uno de sus muchos sermones del periodo en el que fue profesor de Filosofía en la Universidad Luliana de Mallorca (1738-1749), habló del poder de la Palabra y de la Eucaristía en la vida de aquellos a quienes el Señor Jesús trajo a la luz de la fe: «Quienquiera que haya saboreado la dulzura del Señor aunque sólo una vez, considera vacuos todos los placeres y delicias de la vida, admitido que ameriten ser llamados así… Los que no conocen en absoluto tal dulzura y no la saborean, no tienen algún deseo de ella. Pero, quién la ha probado aunque sea una sola vez, descubre un creciente deseo, porque la encuentra muy serenadora. Como lo dice el Señor: Los que me coman quedarán aún con hambre de mí, los que me beben sienten todavía sed (Sir 24,21)» (Palma, 1744, traducido por R. M. Beebe y R. Senkewicz). Miguel José Serra nació y fue bautizado en la localidad de Petra, Mallorca, España, el 24 de noviembre de 1713. Decide cambiar su nombre por el de Junípero en honor a uno de los compañeros de san Francisco de Asís, murió en la Misión de "San Carlos Borromeo" (actualmente misión Carmel), en California, el 28 de agosto de 1784. En 1730 sintió la llamada de Dios a ser miembro de la Orden Franciscana, ingresando en los Franciscanos de Palma de Mallorca. Haciéndose notar por su talento académico, Serra fue nombrado profesor de Filosofía escotista (1740-43) y, después de haber obtenido el doctorado en teología, ocupó la cátedra de Filosofía hasta 1749. A pesar de su notoriedad como profesor universitario, el beato Junípero sintió el ardiente deseo de ser misionero y llevar la luz de la fe en el Nuevo Mundo, por lo que los indígenas no cristianos pudieron "saborear la dulzura del Señor", que él mismo había saboreado en su vida franciscana de oración, ascesis, humildad y fraternidad, y a través de su predicación y sus de enseñanza en Mallorca. Aunque no podemos apreciar en todos sus detalle el impulso misionero experimentado por el beato Junípero, podemos decir que con toda probabilidad él es quien, -para utilizar las palabras del documento del Capítulo general 2009- : «nos pone en movimiento, porque no es posible sentir el abrazo infinito de un Dios locamente enamorado porque es amor y sólo amor sin sentir al mismo tiempo la necesidad urgente de compartir esta experiencia con los demás» (PdE 11, Roma, 2009). El beato Junípero partió para la Nueva España, es decir México, para servir como misionero, junto a Fr. Francisco Palou, Fr. Juan Crespí y otros treinta misioneros franciscanos provenientes de España, llegando el día de Año Nuevo de 1750 al Colegio Apostólico de Propaganda Fide "San Fernando" en la ciudad de México. A mediados de ese mismo año fue asignado al Colegio de Propaganda Fide de la Santa Cruz de Querétaro. De este Colegio el beato Junípero inició su brillante carrera misionera con fray Francisco Palou, Fr. Juan Crespi y otros treinta misioneros franciscanos, dedicándose a misionar los grupos indígenas de Chichimecas, Pames, Sonaos y Otomíes asentados en la región montañosa de la Sierra Gorda, en el Estado de Querétaro, en el corazón de México. Aquí Fr. Junípero permaneció por nueve años (1750-1759) y fundó en cinco misiones: Jalpán (dedicada al Señor Santiago), Concá (dedicada a S. Miguel Arcángel), Landa de Matamoros (dedicada a la Purísima Concepción); Tilaco (dedicada a S. Francisco de Asís); y Tancoyol (dedicada a la Virgen de la Luz). En esta zona el beato Junípero trabajó con constancia y celo apostólico, aprendió la lengua "pame" y tradujo en esta lengua las oraciones y los preceptos cristianos, difundiendo además la devoción a la Inmaculada Concepción. Una vez que regresó a la Ciudad de México (1759-1767), el beato Junípero obtuvo el mismo suceso que había experimentado como predicador en su nativa Mallorca. Las circunstancias históricas llevaron al beato Junípero, desde 1767 hasta su muerte, a seguir realizando su incansable actividad misionera con los indígenas en las poblaciones de Baja California (México) y de la Alta California, actual Estado de California en los Estados Unidos, en donde fundó nueve misiones. El estilo ascético de vida franciscano mezclado con un fuerte sentido de entusiasmo y pasión misionera, inspiró en el ánimo del beato Junípero un compromiso incansable para ir entre los pueblos indígenas de las Californias para predicar el Evangelio y convertir a los no cristianos a la fe Católica. Llegó a recorrer miles de kilómetros a pie. Sus métodos de predicación incluyeron demostraciones públicas de auto-humillación y auto-flagelación para demostrar el poder y la fuerza del Evangelio. A lo largo de su vida, su lema era: "¡Mirar siempre adelante!". "¡Siempre, adelante!". El beato Junípero fue también un hombre de su tiempo y se le considera uno de los pocos colonizadores españoles o europeos que trataron en toda ocasión de proteger a la población indígena de graves abusos por parte de las fuerzas de ocupación civil y militar. Después del incendio de la misión franciscana de San Diego por los miembros de la población indígena local, el beato Junípero exigió que los culpables no fueran castigados. Inmediatamente después de su muerte en 1784, el beato Junípero fue admirado y tenido como un ejemplo de cultura, fervor franciscano y celo misionero. Fr. Francisco Palóu, que fue su estudiante, y después por mucho tiempo, su amigo y colaborador, registró los sucesos más importantes en una biografía publicada poco después de su muerte. Palóu describe como un cronista las luchas de Serra y sobre todo los sucesos acaecidos durante la fundación de una serie de misiones franciscanas en los límites meridionales de la actual California hasta la Bahía de San Francisco al Norte: San Diego (1769), San Carlos Borromeo (que después se denominará como Misión de "Carmel" en 1770), San Antonio y San Gabriel (1771), San Luis Obispo (1772), Misión Dolores (San Francisco) y San Juan Capistrano (1776), Santa Clara (1777) y San Buenaventura (1782). En los últimos años de su vida Fr. Junípero inicia la construcción de la Misión Santa Bárbara, que no llegará a ver coronada porque lo visitará antes la hermana muerte el 28 de agosto de 1784. Serra fue beatificado 25 de septiembre 1988 por el Papa Juan Pablo II [y canonizado por el papa Francisco el 23 de septiembre de 2015]. La vida y las obras del beato Junípero Serra nos siguen inspirando y estimulando como cristianos y franciscanos. En primer lugar, fue un estudioso que analizó en profundidad las tradiciones cristianas y franciscanas con la finalidad de compartir la dulzura del Señor con sus hermanos, con sus estudiantes, con los laicos cristianos, y con las poblaciones indígenas que aún no habían escuchado y aceptado el Evangelio. En segundo lugar, contribuyó al desarrollo de la cultura contemporánea, mientras trataba de servir al Evangelio. En tercer lugar fue un apasionado devoto de Cristo y estuvo siempre dispuesto a partir, con paciencia y determinación (¡Siempre Adelante!) para proclamar el Evangelio. En honor de este hermano nuestro, el beato Junípero Serra, nosotros los Hermanos Menores estamos siempre estimulados a examinar las raíces de nuestra identidad y práctica misionera, a ser sensibles al contexto sociopolítico, económico y religioso de las culturas y de los pueblos en medio de los cuales somos enviados, con la finalidad de que podamos proclamar con más confianza la Buena Nueva a través del testimonio de vida impuesta libre y plenamente al servicio del Reino de Dios. Mientras conmemoramos el Tercer centenario del nacimiento del beato Junípero Serra, nos inspire su constante y profunda relación con el Señor Jesús, sus incansables esfuerzos para promover el Evangelio y la fe cristiana, la manera en que compartió su vida y misión con sus hermanos franciscanos, realidades todas que demuestran la fuerza de la fraternidad puesta al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia. Renovemos siempre nuestra confianza y esperanza en el Señor Jesús. Escuchemos su llamada a ser hombres del Evangelio, servidores de la humanidad e itinerantes al servicio del Reino de Dios, ¡siguiendo el ejemplo de san Francisco y del beato Junípero Serra! Roma, 14 de noviembre de 2013. * * * JUNÍPERO SERRA, APÓSTOL FRANCISCANO
I. IGLESIA Y MISIÓN «La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser el "sacramento universal de salvación", por exigencias íntimas de su catolicidad y obedeciendo al mandato de su Fundador (Mc 16,16), se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres» (Ad Gentes 1). Con estas palabras iniciales del Decreto sobre su actividad, la Iglesia reconoce su necesaria misionalidad. La Iglesia existe «para que en todos los pueblos haya una respuesta de fe en honor del nombre» de Jesús (cf. Rom 1,5), el Mesías y Señor, su Esposo y Fundador. Si la Esposa de Cristo quiere ser fecunda, convertirse en Santa Madre Iglesia, debe evangelizar, y «¡pobre de Ella si no anunciara el Evangelio!» (cf. 1 Cor 9,17). Porque los hombres, sépanlo o no, están llamados a ser «todos uno mediante el Mesías Jesús». Lo mismo que la Palabra acampó en un momento dado en el cuerpo físico del pueblo escogido, así la Iglesia debe hacerse carne en el cuerpo de cada pueblo hasta la consumación de los siglos. «La Iglesia es Jesucristo renovándose sin cesar, reapareciendo en forma humana; es la encarnación permanente del Hijo de Dios».[1] La verdadera maternidad de la Iglesia, que Congar explica con una imagen extraña, es que «la Iglesia da a luz dentro de sí los hijos que concibe fuera, tomándolos del seno de la humanidad carnal, dispersada por la propia ley de su naturaleza».[2] Esto significa que a través de la cooperación de todos sus ministros, la Esposa de Cristo se propone convocar a todos los pueblos a la fe en Dios para que se salven en Jesucristo, participando de su misterio pascual por medio del Espíritu Santo.[3] Asumir la humanidad dispersa y carnal exige que la Iglesia se encarne en las más diversas culturas, es decir, en lo que los hombres son, en lo que hacen, en sus valores sociales en un ámbito concreto. Con otras palabras, la Iglesia sobrenaturaliza, asumiéndolos, cuantos elementos positivos encuentra en cada pueblo. Fundamento de todo este proceso es la libertad espiritual. La Iglesia respeta la cultura no cristiana en cuanto le es posible, ya que es bien consciente de que el nacimiento por la fe a la salvación es puro don de Dios, pura gratuidad, de que todas las etapas salvíficas son debidas al favor generoso de Dios.[4] La Iglesia peregrina «jamás puede considerarse satisfecha, como si hubiera alcanzado la meta; deberá estar constantemente dispuesta a desprenderse de su raigambre histórica en esta o aquella época».[5] Esta reflexión teológica no aspira más que a esclarecer las palabras del Decreto «Sobre la actividad misionera de la Iglesia» del Concilio Vaticano II: «La Iglesia tiene el deber (cf. 1 Cor 9,16), a la par que el derecho sagrado, de evangelizar, y, por tanto, la actividad misionera conserva íntegra hoy, como siempre, su eficacia y su necesidad» (Ad Gentes 7). II. FRANCISCO DE ASÍS. DE DIOS AL HOMBRE Para calar en la entraña de la ingente obra apostólica del P. Serra, ayudará evocar cómo su Seráfico Padre vivió la urgencia misionera y apuntar algo sobre el impacto del espíritu franciscano en Mallorca. Vencido el joven Francisco por la gracia, dióse a la oración hasta que oyó las palabras del Evangelio en que el Señor envía a los Apóstoles a predicar por el mundo: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica» (1 Cel 22), exclamó en aquella mañana de 1208. Para los Hermanos o Frailes Menores, lo mismo que para la propia Iglesia, evangelizar es un deber ineludible, deber gozoso nacido de su profesión. Predicar y conferir credibilidad a la palabra con las obras es el principio inspiracional y operativo de la vida franciscana. «Para que todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame» (Dei Verbuin 1). Cuando Francisco de Asís escribe a todos los fieles, los saluda: «Paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor» (2CtaF 1). Y quiere que sus misioneros «se sometan a toda humana criatura por Dios» (1 R 16,6), aunque confesándose cristianos. Y el Santo fue el primero en predicar con el ejemplo ya que entre 1219 y 1220, cuando estaba en curso la Quinta Cruzada, se presentó en Egipto ante el Sultán.[6] Sin querer desorbitar el significado de este viaje, es indudable que Francisco se presentó dialogante y que su breve experiencia con el mundo musulmán se refleja en el capítulo XVI de la Regla de 1221, redactada tras su regreso.[7] Los hermanos que vayan entre no creyentes deben ante todo dar testimonio de auténtica vida cristiana, sometiéndose a toda autoridad; sólo cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios (1 R 16,6-7). Este texto legislativo, pacífico hasta la aceptación del martirio, es la oposición exacta a la mística de las Cruzadas. Francisco buscó el martirio, pero no como cruzado, sino como testigo del Evangelio. Inaugura así su método misional seguido por multitud de sus hijos a través de los tiempos. Quien consideraba el saludo de paz como revelación divina (cf. Test 23), y lo anteponía a toda prédica, quiso que sus hijos atrajeran a los hombres con la Paz y el Bien. «Nada de vosotros retengáis para vosotros mismos, para que enteros os reciba el que todo entero se os da», había dicho a toda la Fraternidad, e insiste: «para esto os ha enviado Dios al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz» (CtaO 29 y 9). Ya al terminar el siglo XIII la Orden de Hermanos Menores se había extendido con rapidez inusitada por todo Occidente. Entre las 17 Provincias Franciscanas ultramontanas, contábanse las 3 de la Península Ibérica. Una de ellas, la de Aragón, tenía en 1282 cinco Custodias, con un total de 36 conventos. A la Provincia de Aragón pertenecía la isla de Mallorca, a la cual llegaron los franciscanos en 1229. La penetración del franciscanismo en el sucesivo Reino de Mallorca, no se limitó a la mera fundación de conventos. El mismo espíritu franciscano, en cuanto idea y acción, tuvo algunos de sus más significativos representantes en la propia Casa Real mallorquina y en mallorquines egregios. Entre éstos destaca la figura señera del beato Ramón Lull, terciarlo franciscano. Su compleja personalidad estuvo caracterizada por la independencia: el espíritu franciscano le había imbuido hasta el punto de poder ser juzgado un espiritual independiente. Dominado por el ansia misionera y apostólica, puede decirse que toda su ingente producción filosófica, teológica y literaria se orienta a la conversión de los no creyentes mediante la convicción y el amor. Su pensamiento se agita en un doble movimiento intelectual y místico: del reflejo de la dignidad de Dios en las criaturas se levanta a Dios Uno y Trino en quien las huellas creacionales se absolutizan e identifican; desde Dios y su dignidad vuelve a las criaturas, reflejo de la dignidad infinita de su Hacedor y Redentor. El primer movimiento ascensional es paralelo a la mística de san Buenaventura, exponente máximo del espíritu afectivo de san Francisco; el segundo movimiento de descenso tuvo ya precedentes patrísticos. La originalidad misionera de Ramón Lull estriba en el enlace de ambos movimientos y en la aplicación de ellos a su método combinatorio, como expone en su Liber de ascensu et descensu intellectus de 1304. Y radica también en la creación del Colegio de lenguas de Miramar, con el cual pretendió inculturar el cristianismo en el mundo árabe, más que a-culturar el Islam al Occidente cristiano.[8] Respecto de la influencia del espiritualismo franciscano en la Casa Real de Mallorca, llevado a veces a exageración, baste mencionar a tres de los hijos de Jaime II de Mallorca: el primogénito Jaime, fraile menor desde 1299 y fallecido como tal hacia 1330; Sancha, casada con Roberto de Anjou y reina de Nápoles [gran benefectora de Tierra Santa], y el infante Felipe de Mallorca, sacerdote y partidario extremoso de los espirituales franciscanos, amigo íntimo del célebre Ángel Clareno.[9] Grande fue la influencia que sobre el propio Jaime II de Mallorca ejercieron Ramón Lull y Arnaldo de Vilanova; Arnau, célebre médico, fue eficaz protector de los beguinos espirituales del Languedoc.[10] Otro relevante mallorquín y misionero fue Fr. Antonio Llinás, de Artá. La disminución de vocaciones misioneras y la evidente necesidad de mejor preparación espiritual y lingüística sugirió ya en 1626 la idea de fundar colegios-seminarios en América.[11] El realizador eficaz del proyecto sería Llinás. El Consejo de Indias aprobó un memorial suyo el 13 de octubre de 1681 e Inocencio XI promulgó el 7 de mayo de 1686 los Estatutos Apostólicos que regirían los Colegios; la Orden los aceptó dos años más tarde.[12] El primero de ellos en América fue el convento de Santa Cruz de Querétaro, residencia de Llinás, al cual llevó 24 misioneros reclutados en España.[13] Casi toda la actividad misional de la Observancia franciscana fue canalizada desde entonces a través de los Colegios, auténtica forja de apóstoles, cuyo gran promotor sería en el continente americano el valenciano P. Antonio de Jesús Margil, uno de los que acompañaron a Llinás.[14] Más adelante veremos cuánto significaron los Colegios en la vida de fray Junípero. Permítasenos ahora adelantar que el flujo notable de mallorquines a las misiones americanas, especialmente a las dependientes del virreinato de Nueva España, como serían las californianas, pasó todo por los Colegios Apostólicos iniciados por Llinás, y que semejante aportación mallorquina fue provocada por el ejemplo de Serra y promovida por la biografía que el palmesano Francisco Palóu escribió sobre su maestro. Bien justificado estaba el orgullo del Provincial de Mallorca Fr. Antonio Tomás cuando en 1809 escribía al Vicario General franciscano de España, recordando la sobresaliente contribución mallorquina a las misiones.[15] Colaboradores directos y eficaces del P. Serra fueron Palóu, su biógrafo y primer historiador de Alta California, fundador de la Misión de San Francisco, Presidente de Misiones y Superior del Colegio Apostólico de San Fernando;[16] Juan Crespí, explorador, diarista, fiel ayudante de Fr. Junípero;[17] Buenaventura Sitjar; Miguel Pieras;[18] Francisco Dumetz;[19] Luis Jayme, celoso misionero de San Diego, políglota, primer mártir de Alta California. Rafael Verger, de Santany, dirigió y sostuvo la obra de Junípero desde su cargo de Superior del Colegio de San Fernando; nombrado obispo de Nuevo León, México, falleció en 1790.[20] También superior del mencionado Colegio y misionero anteriormente con Serra en Baja California fue Juan Sancho, de Palma; a él va dirigida la última carta que conocemos de Junípero y él comunicó la noticia de su muerte a la Provincia de Mallorca.[21] Entre los mallorquines posteriores a Fr. Junípero, destaquemos sólo la obra de Mariano Payeras, presidente de las misiones, y notable organizador.[22] La evangelización de Alta California debe mucho al esfuerzo, sangre y celo de Mallorca misionera: de los 128 miembros del Colegio de San Fernando que entre 1769 y 1853 trabajaron en las misiones californianas dieciséis -el 8 %- procedían de la Isla y se distinguieron como difusores del Evangelio.[23] El franciscanismo mallorquín supo captar lo mejor del espíritu del Pobrecillo de Asís: su amor operante a los hombres, su misión pacífica, dispuesta hasta el martirio. Creo que sus representantes principales, entre otros muchos omitidos en honor a la brevedad, son Ramón Lull, «lo foll» («el loco») por la conversión y acercamiento al hermano mundo musulmán, hebreo y cismático de la Edad Media, auténtico doctor de las misiones, genio especulativo y, cual buen franciscano, incansable en pos del ideal de martirio. Antonio Llinás de Jesús, clarividente creador de los Colegios Apostólicos de Propaganda Fide, y nuestro Junípero Serra, celoso hasta el extremo en su obra de cristianización y civilizadora desde Sierra Gorda a la Alta California. Cada uno de ellos a su manera supo comprender en profundidad a Francisco de Asís: a la teoría, al conocimiento especulativo prefirieron la praxis, convirtiendo sus conocimientos en evangelización transida de amor al hermano no creyente o alejado de la Iglesia. III. LA OBRA APOSTÓLICA DEL PADRE SERRA 1. Aspectos externos «El yo sólo es yo verdadero y no egolátrico cuando se abre, se autotrasciende y se comunica», dice un teólogo franciscano actual.[24] Esto es cabalmente lo que realizó al modo franciscano Junípero Serra. Hacia finales de 1748 experimentó el llamamiento interior para misionar a los infieles. Contaba ya 35 años; ejercía su sacerdocio mediante la predicación en la isla natal, siendo requerido por toda clase de auditorios.[25] Dada su comprensión, las almas le solicitaban cual director espiritual. Sin embargo, ocupábale principalmente la docencia, destinado por sus superiores. El 29 de noviembre de 1737 había superado las oposiciones para Lector de Filosofía y la enseñó en el convento de San Francisco de la capital desde 1740 a 1743. Entre más de 60 alumnos que preparó, contábanse Palóu, Crespí y el futuro sacerdote diocesano Francisco Noguera, cuyos apuntes completos del trienio han llegado a nuestras manos.[26] Palóu asevera que Junípero logró el doctorado en Teología por la Universidad Luliana antes de concluir su docencia filosófica, es decir, en 1742.[27] Cierto que los registros de doctores de la Universidad no ofrecen su nombre, pero están incompletos. Palóu y los contemporáneos le dan el título de doctor y el doctor Junípero o doctor Serra figura casi en cien ocasiones asistiendo a exámenes universitarios o como patrono de tesis de Teología escotista.[28] Dos de las cátedras de Teología existentes en la Pontificia, Imperial, Real y Literaria Universidad de Mallorca eran de Teología escotista.[29] El P. Serra desempeñaba la más importante, la de «Prima», desde el 25 de enero de 17442.[30] Su magisterio redundaba en honor de la Provincia franciscana y de la Universidad; prueba de ello es que ésta encomendó a su fama el panegírico en honor del beato Ramón Lull, su patrono. Túvolo el 25 de enero de 1749 y su pieza oratoria mereció aplauso unánime.[31] Inesperada, bruscamente, el distinguido profesor Serra, predicador celebrado, una de las promesas firmes de la Provincia franciscana con un porvenir brillante humanamente, pidió la Obediencia para marchar a América. Recibida el 30 de marzo de 1749, cuando Junípero predicaba la Cuaresma en Petra, su villa natalicia, el 13 de abril zarpaba ya del puerto de Palma, dejando todo atrás: padres ancianos, ignorantes de su decisión,[32] renombre académico, futuro prometedor. ¿Por qué? Palóu, discípulo, compañero de apostolado, confesor y biógrafo, no esclarece los motivos ni en la Relación Histórica ni en las Noticias de la Nueva California. No obstante, en un documento que tal vez no esperaba fuese demasiado público se le escapa un indicio revelador. Tras los funerales del admirado maestro, escribió así en la nota necrológica del Libro de Difuntos de Misión San Carlos: «Estando en el mayor auge de estimación, tocado de Dios por un gran desengaño, dando de mano a todos los honores que tenía y podía esperar, quiso emplear los talentos de que Dios lo había dotado en la conversión de los indios infieles...».[33] «Tocado de Dios por un gran desengaño...». Nos quedamos con ganas de saber algo más. ¿Desengaño en la Universidad? ¿Desengaño en el ámbito estrictamente interno de la Provincia? Desengaño implica aspiraciones... ¿Cuáles eran las del doctor Junípero Serra? ¿Lo sabremos? Pero que la frustración debió ser grande, como dice Palóu, lo corrobora la misma precipitación en partir hacia el Nuevo Mundo. El caso es que el P. Junípero supo sacudirse la egolatría del yo y, abriéndose y comunicándose, lo hizo verdadero y auténtico. La Universidad Luliana perdió un escotista, la Provincia franciscana mallorquina un religioso relevante ya en su marco estrecho; pero los irreductibles Pames de Sierra Gorda ganaron un misionero eficiente, la Alta California a su fundador espiritual, el padre san Francisco a un hijo modélico y la Iglesia universal a uno de sus difusores más prominentes. Veamos ahora, aunque sea fugazmente, algo sobre las coordenadas históricas que encuadraron su vocación de misionero apostólico. La acción misional de España venía ejerciéndose en el Nuevo Mundo bajo el Patronato Real de Indias y el Vicariato Regio de Indias. Entre los años 1493 y 1518 vino concretándose un cuerpo de derechos de la Corona que capacitaban a los monarcas españoles para intervenir en el régimen eclesiástico.[34] El gran jurista Juan de Solórzano Pereira, tan católico como regalista, formularía toda la teoría del Patronato Regio y del Vicariato de Indias en su monumental De Indiarum Jure (1629-1630) y en el compendio castellano Política Indiana. En el siglo XVIII, Antonio José Álvarez de Abreu concluirá en su Víctima legal que los reyes españoles son vicarios pontificios, y el franciscano Pedro José de Parras, coetáneo de Serra, tratará del sistema jurídico de las órdenes religiosas en Indias, con tintes regalistas, en Gobierno de los regulares de la América, Madrid 1783. Desde su embarque en Cádiz[35] en el navío «Villasota» bajo la supervisión de los oficiales de la Casa de Contratación[36] hasta su muerte, la labor apostólica de Fr. Junípero estaría sometida al regalismo del Patronato Regio, bien acentuado sobre todo con Carlos III. Los 20 franciscanos que navegaron en el «Villasota» constituían la primera sección del total de 33 que en toda España había conseguido reunir Fr. Pedro Pérez de Mezquía, enviado por el Colegio Apostólico de San Fernando, de la capital de Nueva España.[37] A él pertenecería Junípero en cuanto misionero, tanto de fieles como de infieles, pues los Colegios fundados por Llinás preparaban primordialmente misioneros para paganos, pero sus religiosos selectos impartían también misiones populares entre fieles. Asesorados por el cuerpo de Discretos, los superiores del de San Fernando dirigían toda su actividad.[38] La dinastía borbónica impuso nuevo sistema centralizador que, por su oposición a la centralización de la Curia Romana, ha merecido el calificativo de nacionalismo eclesiástico. Los soberanos apoyáronse en la Iglesia indiana, en la cual el rey se había convertido casi en verdadero papa ya en el siglo XVII, y se basaron en la línea de pensamiento político-religioso que venía sustituyendo el populismo tradicional con las ideas de Bossuet, sacralizantes del poder real, reputado cual emanación directa de la autoridad divina.[39] Factor anejo al regalismo fue el racionalismo propio de la Ilustración, que trataría de corregir los indudables abusos de las órdenes religiosas so pretexto del excesivo número de miembros y de su potencia económica. La Compañía de Jesús, considerada vanguardia intelectual y operativa del catolicismo e instrumento directo de la Santa Sede, vióse expulsada de varias naciones -de España en 1767- y acabó siendo suprimida por Clemente XIV en 1773. Las restantes órdenes fueron sometidas a las «Comisiones de Reforma». La primera funcionó en Francia en 1765.[40] La española se constituyó en 1769 bajo la dirección del cardenal Luis de Borbón y la inspiración de Campomanes: dictó normas restrictivas para la admisión de novicios, mientras el Consejo de Indias reclamaba con insistencia envíos de misioneros a ultramar. El Comisario General de la familia franciscana informaba en 1778 que los franciscanos habían disminuido en 5.582. En el año 1782 hubo de intervenir directamente el Consejo de Indias para que se abrieran de nuevo los noviciados de las órdenes misioneras.[41] Desde 1762 a 1862 los franciscanos Observantes, familia a la que perteneció Junípero, bajaron de 39.900 a 10.200.[42] E indicamos ese lapso de un siglo porque durante él se desarrolla la fundación, apogeo y desaparición de las misiones de Alta California, ya que San Diego de Alcalá, la primera, fue fundada por el P. Serra el 16 de julio de 1769 y el México independiente se encautó de las misiones a partir de 1836, salvo la de Santa Bárbara, y suprimió las órdenes regulares y los Colegios Apostólicos en 1862.[43] Dada la identificación Iglesia-Estado en el siglo XVIII, los religiosos fueron utilizados incluso para afrontar problemas de política exterior que amenazaban al Imperio colonial español. Y ellos eran conscientes de que servían a la Corona, aunque tuvieran por objetivo primordial las almas de los infieles. Este fue el caso de Fr. Junípero en su empresa cumbre, la evangelización de Alta California.[44] Y no sólo él sino los superiores de San Fernando y los restantes misioneros sabían perfectamente que con la ocupación de la Alta California la Corte madrileña pretendía anticiparse a otras potencias expansivas. A mitad del siglo XVI, bajo el zar Iván IV, los rusos atravesaron los Urales e iniciaron rápida penetración en las inmensidades siberianas. El tratado de Nertchinsk de 1689 fijó la frontera ruso-china en el Amur y regularizó las relaciones comerciales. Después, los rusos alcanzarían el Pacífico con Pedro el Grande y su explorador danés Bering saltaría en 1730 a Alaska. El cardenal Alberoni, primer ministro de Felipe V, había entrevisto la necesidad de ocupar la costa encima de la península californiana para garantizar su defensa y comunicarla por tierra con Nueva España; el misionero jesuita Kino resucitó la idea y el plan se vio reforzado ante las amenazas francesa e inglesa desde el continente o el mar y por el asentamiento de los rusos en Alaska. La Compañía rusa de América obtenía en 1799 derecho a fundar colonias, y en 1812 surgiría el puesto avanzado ruso de Fort Ross en la costa californiana, a escasos kilómetros al norte de San Francisco. Toda esta imparable actividad rusa no podía dejar indiferente a la Corte española: en enero de 1768, el ministro Grimaldi alertó al virrey de Nueva España marqués de Croix sobre las exploraciones en el área de América septentrional, exhortándole a tomar las medidas convenientes. El virrey Bucareli comunicaba en 1773 a Madrid que disponía del mapa impreso en San Petersburgo en 1758, indicativo del viaje de Bering, y que había recibido copia de la carta con que el embajador español ante el zar delataba los propósitos imperiales; como réplica, Bucareli ordenó al marino mallorquín Juan Pérez la ocupación de cualquier territorio donde hubiera puesto pie una potencia extranjera. Además, recuérdese que en 1786 el infatigable Francisco de Miranda era bien acogido por Catalina II, quien le prestó ayuda generosa cuando el criollo venezolano decidió implicar a los ingleses en la independencia de la América hispana.[45] No desdora lo más mínimo la apostolicidad de la gesta californiana que Junípero y sus frailes secundasen con entusiasmo los planes de José de Gálvez, enérgico ejecutor de la política de Carlos III.[46] Ni que el puerto de San Blas, en Nueva España, se salvara como consecuencia de las consultas de Serra con el virrey Bucareli[47] y sirviera de base para las exploraciones marítimas que llevaron hasta Alaska a misioneros del Colegio de San Fernando.[48] Para los políticos la ocupación de Alta California significaba adelantarse a otra nación. Para los misioneros conducidos por Fr. Junípero implicaba extender el Reino de Dios, aunque simultáneamente ampliaran el de su soberano terrenal, a fuer de vasallos fieles y hombres de su época. Por otra parte, y esto les honra, supieron oponerse con firmeza y decisión a los abusos del regalismo y de una secularización incipiente. Y con ello abordamos otro aspecto del apóstol P. Serra. 2. Personalidad y alma de un apóstol La finalidad que Francisco Palóu se propuso al redactar la biografía de su admirado paisano fue suscitar vocaciones misioneras en la Provincia seráfica de Mallorca, a la que dirige el libro. La crítica histórica ha reconocido en Palóu un historiador objetivo, cuyas afirmaciones han ratificado investigaciones posteriores. Bancroft, historiador materialista de California, confiesa que abrigó el propósito de impedir la publicación de las Noticias de la Nueva California y de la Relación Histórica, en las que Fr. Francisco relata respectivamente la entrada de los españoles en la Alta California y la vida y obra de Junípero. El historiador agnóstico acabó reconociendo en el franciscano palmesano la máxima y veraz autoridad para los comienzos de la historia californiana.[49] Bolton, eminente especialista, califica a Palóu de estudioso diligente y buen historiador,[50] y editó en inglés las Noticias en cuatro volúmenes. La Relación histórica presenta mayores obstáculos de credibilidad. Si en toda biografía el autor suele apasionarse por la persona estudiada, mucho más cabe desconfiar de la escrita por quien amaba entrañablemente al biografiado y tomó parte activa en casi todos los acontecimientos narrados. Palóu mismo declara cuánto le costó decidirse a escribir la vida del hermano de hábito con quien le unieron 44 años de ideales y trabajos comunes.[51] Pero se impuso el interés por las jóvenes misiones necesitadas de vocaciones para su continuidad. De ahí que resaltara lo heroico de Junípero en cuanto sacerdote, religioso y misionero, sin por ello caer en el retrato idealizado y eulogístico, que hubieran desmentido los contemporáneos entre quienes su libro circuló desde su aparición en 1787. Sí que se perciben en la Relación omisiones y vaguedades, especialmente en lo relativo a la necesaria comunicación entre Serra, Presidente de las misiones en nombre de San Fernando, y las autoridades militares y civiles inmediatas. Había razones para no exponer ni detenerse en conflictos. Misionero él mismo, Palóu juzgaba tales incidentes como inevitables en un campo misional donde la presencia militar era imprescindible y no iba a resaltarlos ante potenciales misioneros. Además, su obra debía someterse a la censura civil, ya entonces rigurosa, y algún personaje implicado vivía todavía y era influyente, como Pedro Fages, gobernador de ambas Californias.[52] La tirantez con este teniente catalán, que obligó a Serra a encaminarse a la lejana corte virreinal de México para pedir su sustitución; los desacuerdos constantes entre la indecisión e inoperancia de Fernando de Rivera y Moncada, comandante militar, y el celo vehemente del P. Presidente y, en particular, la lucha porfiada con el astuto e ilustrado Felipe de Neve, primer gobernador de las Californias, no tienen en la Relación la amplitud y transfondo, dramático a veces, que la investigación actual ha encontrado. Y he de apresurarme a decir que esa investigación, realizada por profesionales concienzudos y críticos y sometida posteriormente al examen de la oficina histórica de la Congregación para las Causas de los Santos, no empaña la veracidad del historiador y biógrafo Palóu. Largos años de contacto con la figura del religioso mallorquín me permiten señalar los rasgos dominantes de su personalidad psicológica. Inteligencia lógica y analítica, desarrollada por años de cultivo intelectual y de docencia. Voluntad férrea, tenaz, inasequible al desaliento. Naturalmente ambicioso, era amigo de la obra acabada, un perfeccionista. Su sentido práctico era elevado. Tal es el cuadro caracterológico que emerge de su nutrida correspondencia, recogida en cuatro gruesos volúmenes de edición bilingüe.[53] Inteligencia lógica y analítica. Se trasluce ya en los apuntes de teología escotista que copiara «fideliter» su discípulo Francisco Noguera en el «Compendium Scoticum», extenso manuscrito de 800 folios. Y campea en las cartas relativas a las controversias con el refinado y astuto Felipe de Neve, político consumado. Cuando este Gobernador se empecinó en aplicar el Patronato Real a las misiones; cuando estorbó y llegó a impedir que el siervo de Dios ejerciese el privilegio pontificio de confirmar; cuando, obcecado, quiso aplicar en los establecimientos misionales una secularización incipiente, ensayada antes en las misiones del Río Colorado y concluida en el desastre de julio de 1781,[54] el P. Presidente lidió verdaderas batallas conceptuales, desmontando argumentos y falacias con rigor silogístico. Léanse también los 32 puntos de la «Representación» o informe en que Serra resumió para el virrey Bucareli la situación y necesidades de California y se verá que cada fase de la actividad en la empresa misionera queda expuesta y razonada con precisión tal que este documento convenció al virrey y a sus asesores y constituiría la base para la legislación inicial de la Alta California. Indígenas, soldados, comandante militar, marinos, correos de posta, misioneros, colonos, el Colegio de San Fernando e incluso la corte virreinal: ningún aspecto escapa a la minuciosa exposición.[55] «Passar avant y nunca retroceder», escribía en su carta de despedida a los ancianos padres, hermana y cuñado.[56] Y a partir de entonces su media vida restante no sería más que comprobación práctica de la voluntad decidida e indomable que puso en realizar su vocación. Nada doblegaría su energía, puesta al servicio del ideal. Recorriendo a pie los 500 kilómetros del accidentado Camino Real entre Veracruz y la capital de Nueva España -su primer recorrido por tierras continentales americanas-, se le formó una llaga en un pie que le duraría hasta la muerte;[57] y piénsese que sólo entre 1769, año de entrada en la California inédita, y 1784, o sea desde los 56 a los 70, viajó cerca de 9.000 Km por tierra, si bien montado a veces, pero en las duras condiciones de un país cuyos itinerarios iba él prácticamente abriendo.[58] Las dificultades inherentes a toda empresa de aventurado azar parecían templar su carácter. Primer objetivo de la penetración en Alta California era la ocupación del puerto de Monterey;[59] Gaspar de Portolá, el jefe militar, fracasó en identificarlo y cuando regresó a San Diego, donde Junípero había erigido su primera misión, encontró un hospital de enfermos atacados por el escorbuto; ante la penuria de provisiones, decidió abandonar incluso la recién establecida misión de San Diego, regresando a la península de Baja California.[60] La aparición providencial de la nao «San Antonio» salvó la empresa apenas iniciada; pero el siervo de Dios estaba ya dispuesto a permanecer con el P. Crespí antes que retroceder.[61] Cuando los indígenas diegueños incendiaron la misión en la noche del 5 de noviembre de 1775 y derramaron la primera sangre misionera que fecundó la Alta California, la del mallorquín Luis Jayme,[62] Junípero acometió su reconstrucción y volvió a fundar la de San Juan Capistrano, venciendo la inactividad y temores excesivos del irresoluto Fernando de Rivera.[63] Como Presidente de los religiosos fernandinos, Serra era simple delegado del superior del Colegio Apostólico, al que asesoraban los discretos. También tuvo que superar incomprensiones y resistencias provenientes de este frente doméstico. Durante años, el Colegio no acababa de ver claridad en la aventura californiana. El propio Rafael Verger, superior y paisano del Presidente, expone sus incertidumbres y temores en correspondencia confidencial a un alto dignatario de la Corte madrileña.[64] La porfiada insistencia con que el siervo de Dios pedía refuerzos de misioneros le granjeó en San Fernando fama de santo, pero santo pesado, nos dice Palóu. El trance más amargo se lo procuró el superior Francisco Pangua, quien el 7 de febrero de 1775 emitía un documento oficial que recortaba drásticamente los poderes del Presidente, sobre todo en cuanto a traslado de misioneros y a la necesaria comunicación epistolar con el virrey. Era una auténtica prueba de humildad para Junípero; en su caso, otro hubiera renunciado al gravoso cargo; él contestó así: «La leí (la carta) luego y ahunque me causó alguna vergüenza... se obedecerá... me he sentido muy inclinado a solicitar que por indigno me retiren... pero no lo hago porque considero mejor remedio el procurar la enmienda».[65] Ni siquiera la humillación originada por cartas injustas de algún súbdito le hizo abandonar. De perfeccionista con alto sentido práctico le hemos calificado. Diríase que su lucidez conceptual y de análisis le empujaba por naturaleza a la perfección; nunca le gustaron las cosas a medias: «Mientras hagamos la cosa, hagámosla bien», escribe al Guardián, ¡ventidós días antes de morir![66] Este rasgo de carácter se percibe incluso en su caligrafía pulcra, atildada hasta en la carta postrera conocida. Y toda su actividad está presidida por el afán de perfección. Bancroft escribe de él con objetividad: «Estaba dotado en grado eminente de la facultad de aplicar el entusiasmo espiritual a los asuntos prácticos de la vida. Fue un gran misionero y no menor productor de riquezas y civilizador, si bien la producción de riqueza y la civilización debían subordinarse siempre al empeño misionero y no precisamente en honor de él sino de Dios».[67] Sorprende que un hombre agobiado por problemas de todo tipo -y sus frailes no dejaron de proporcionarle algunos- llevara su talante organizativo hasta verdaderas minucias. Muchas de sus cartas e informes se reducen a concretar hasta los clavos necesarios para una fundación. Fue un «manager» nato, habría dicho Bancroft. Y cuando se cernía sobre su obra la amenaza de que fuera transferida a los misioneros dominicos, no olvida encarecer a los ministros de cada misión que redacten por triplicado los inventarios.[68] Fruto a lo divino de sus afanes eran nueve misiones erigidas,[69] y que empezaban a ser autosuficientes en lo material. En un segmento costero de 1300 Km, habitado por una multitud variopinta de tribus con lenguas diferentes, que sólo tenían en común la subsistencia depredatoria, la barbarie sociológica, creencias rudimentarias e ignorancia absoluta del nombre de Cristo,[70] a finales de 1784, es decir, tras 15 años de evangelización, habían sido bautizados 6.736 indígenas; la Confirmación, administrada por Serra en persona, había robustecido la fe de 5.307; el sacramento del Matrimonio había santificado el amor de 1.456; habían muerto confortados espiritualmente 1.951 indígenas y seguían viviendo la existencia ordenada y paternal del régimen frailuno 4.646 personas. Las 9 misiones contaban ya con 16.443 cabezas de ganado y aquellas tierras vírgenes habían producido en el año mencionado 15.860 fanegas de cereales y leguminosas.[71] Y la época dorada misional llegaría después, edificada sobre los cimientos materiales y espirituales que Serra y su puñado de pioneros pusieron, siguiendo el método de los Colegios Apostólicos, esbozado por el venerable Antonio de Jesús Margil. Tal fue la empresa cimera del mallorquín petrense. En su convento de San Bernardino, de Petra, le prendió la vocación franciscana. Conoció el espíritu del Pobrecillo de Asís durante el noviciado en Santa María de Jesús, extramuros de Palma. La docencia de Escoto en la Universidad Luliana absorbió sus intereses hasta que en la primavera de 1749 le tocó la gracia y supo trocar su sabiduría en sapiencia, en regusto de comunicar a Dios a quienes lo ignoraban. Había calado de verdad el aforismo del Doctor Sutil: «Amor est vere praxis». Iluminado por Dios, cual revivido Ramón Lull había comprendido a la perfección el alma de su Padre san Francisco. Durante 35 años el excatedrático impartió un curso magistral, desarrollando una letanía franciscana en las riberas bañadas por el Pacífico, desde San Diego a la actual urbe del Golden Gate. Por esta lección de Apóstol inflamado le veneran México y las Californias. España entera le honra y hoy esta Universidad, a cuyo claustro perteneció, le celebra solemnemente, porque había vivido y enseñado la Fraternidad como su Seráfico Patriarca la viviera. Porque había revelado el Dios vivo y palpitante a hombres entre los más marginados de entonces. N O T A S: [1] Cf. J. Moeler, La symbolique, trad. francesa de Lachat, Besançon 1836, II, pp. 6-7. [2] Cf. Y. Congar, OP, Chrétiens désunis (Col. Unam Sanctam, 1). París 1937, p. 117. [3] Cf. P. A. Liégé, La mission entre les institutions chrétiens, en Parole et Mission, 15 (octubre 1961), pp. 459ss. [4] Gratuidad del plan salvador, cf. Ef 1,6-7.; llamamiento a ser cristiano, cf. Gál 1,15; rehabilitación por Cristo, cf. Rom 3,21-24; salvación por la fe en Cristo, cf. Ef 2,4-8. [5] Cf. Joseph Ratzinger, Comentario a la Constitución dogmática. [6] Cf. Steven Runciman, A History of the Crusades, Cambridge University Press 1954, t. 3, pp. 132-170. [7] El Santo estaba ya en Italia en la primavera de 1220. La primera Regla o Regla no bulada se presentó al Capítulo del 30 de mayo de 1221. Cf. Jordán de Giano, Crónica, 16; cf. texto en Sel Fran n. 25-26 (1980) 244-245. [8] La doctrina misionera y la acción extraordinaria de apostolado que el Beato realizó son estudiadas por R. Sugranyes de Franch, Raymond Lulle, docteur des missions, avec un choix de textes traduits et annotés, Schöneck-Beckenried 1954. Sobre la escuela de lenguas de Miramar y sus vicisitudes, cf. S. García-Palóu, El Miramar de Ramón Llull, Palma de Mallorca 1977. [9] Buen resumen del franciscanismo espiritualista de la Casa Real, en Historia de la Iglesia en España, Madrid, BAC maior 22, 1982, pp. 165, 171. Para Ángel Clareno, cf. R. Manselli, Divergences parmi les Mineurs d'Italie et de France méridionale, en Les mendiants en pays d'Oc au XIIIe siécle, Cahiers de Fanjeaux 8, Fanjeaux 1973, pp. 355-373. Lydia Von Auw, Angelo Clairens et les Spirituels du Midi, en Franciscains d'Oc. Les Spirituels ca 1280-1324, Cahiers de Fanjeaux 10, Fanjeaux 1975, pp. 243-262. Lydia Von Auw, A Propos d'Angelo Clareno, en Chi erano gli Spirituali, Asís 1976, pp. 205-220. R. G. Musto, The letters of Angelo Clareno (c. 1250-1337), Xerox University Microfilms, Ann Arbor Michigan 1977, Part I, Part II. [10] Cf. R. Manselli, Spirituali e Beghini in Provenza, Roma 1959. J. Perarnau, L'«Alia Informatio beguinorum», d'Arnau de Vilanova, Barcelona 1978. M. Batllorí, SJ, Ramon Llull i Arnau de Vilanova en relació amb la filosofia i amb les ciéncies orientals del segle XIII, en A través de la història i la cultura, Montserrat 1979, pp. 30-35. [11] Fue presentada por Fr. Gregorio de Bolívar a la Congregación de Propaganda Fide, fundada cuatro años antes. Cf. el original en Archivo de Propaganda Fide, Scritture riferite nelle Congregazioni, vol. 189, fols. 106v-129r. [12] Para las gestiones en Roma, cf. Archivo de Propaganda Fide, Atti, vols. 52, 56, 58. [13] Cf. Isidro F. de Espinosa, OFM, Crónica de los Colegios de Propaganda Fide de la Nueva España, new edition with Notes and Introduction by Lino G. Canedo, OFM, Washington 1964. Biografía de Llinás en M. Pazos, OFM, De Patre Antonio Llinás Collegiorum Missionum in Hispania et America fundatore (1635-1693), Vich 1936. S. Sáiz Díez, OFM, Los Colegios de Propaganda Fide en Hispanoamérica, Madrid 1969. [14] Cf. Isidro F. de Espinosa, OFM, El Peregrino Septentrional Atlante: delineado en la exemplarissima vida del Venerable Padre F. Antonio Margil de Jesús..., México 1737. Espinosa fue compañero de Margil en Texas. [15] Cf. «Carta de Antonio Tomás, Provincial de Mallorca, al Vicario General para España. Palma, 15 de junio de 1809», copia en Colección Desbrull, Palma de Mallorca. [16] Traen noticias acerca de Palóu, H. E. Bolton, Historical Memoirs of New California by Fray Francisco Palou, OFM. Berkeley 1926, vol. I, pp. 321ss. M. J. Geiger, OFM, Internal Organization and Activities of San Fernando College, México (1734-1858), en The Americas 6, julio 1949, n.º 1, pp. 3-31. Idem, Important California Missionary Dates Determined, en The Americas 4, enero 1948, n.º 3, pp. 287-293. Idem, Dates of Palou's Death and Lasuen's Birth Determined, en California Historical Quarterly 28, abril 1949, n.º 1, pp. 19-22. Idem, Franciscan Missionaries in Hispanic California, 1769-1848, San Marino, California 1969, sub verbo. B. Font Obrador, El P. Francisco Palóu, Biógrafo e Historiador, Palma 1976. [17] Cf. H. E. Bolton, Fr. Juan Crespí Missionary Explorer of the Pacific Coast (1769-1774), Berkeley 1927. Charles J. G. Maximin Piette, OFM, Two Unknown Manuscripts Belongins to Early California, en The Americas 3, 1947, pp. 91-101; Idem, An Unpublished Diary of Fray Juan Crespí, OFM. San Diego to Monterrey, April 17 to November 11, 1770, en The Americas 3, 1947, pp. 102-114; 234-243, 368-371. [18] Para ambos, cf. Z. Engelhardt, OFM, San Antonio de Padua, the Mission of the Sierras, Santa Bárbara 1929. Sitiar fue su fundador. M. J. Geiger, OFM, Franciscan Missionaries in Hispanic California 1769-1848, sub verbo. [19] Cf. M. J. Geiger, OFM, ut supra, nota precedente sub verbo Dumetz. [20] Prueba elocuente de la admiración que Verger abrigaba por Serra es que costeó el cuadro pintado por Mariano Guerrero, representando la administración del Viático a Fr. Junípero. Este hombre de gobierno carece de la biografía merecida; Geiger aporta datos en su Palou's Lif e of Fr. Junipero Serra, Washington 1955. [21] Cf. M. J. Geiger, OFM, Franciscan Missionaries in Hispanic California, sub verbo. [22] Cf. Ibíd., sub verbo. [23] Recuérdese, por ejemplo, a Jerónimo Boscana, autor de «Chinigchinic», penetrante estudio de etnología religiosa sobre la divinidad principal de los aborígenes de San Juan Capistrano. Boscana y su obra fueron objeto de la tesis del doctor Bartolomé Font Obrador. Reconoce la deuda espiritual de California con Mallorca M. J. Geiger, OFM, en The Mallorcan Contribution to Franciscan California, en The Americas 4, octubre 1947, pp. 141-150. [24] Cf. Leonardo Boff, Gracia y liberación, Madrid 1981, p. 143. [25] Cf. Francisco Palóu, Relación histórica..., México 1787, pp. 5 y 314. [26] En latín y pulcramente caligrafiados, los apuntes de Noguera forman un manuscrito cuyo título es «Compendium Scoticum elaboratum tanquam ab auctore a Patre Fratre Junipero Serra, et tanquam ab scriptore a Francisco Noguera studente in Convento Seraphici Patris Nostri Sancti Francisci ab Assisio», Palma septiembre 1740-junio 1743. El manuscrito se custodia en la biblioteca de San Felipe, Palma. En la revista Criterion, 9 (1933), pp. 59ss., viene estudiado el ambiente cultural de los franciscanos mallorquines. [27] Cf. Francisco Palóu, o. c., p. 5. [28] Cf. «Actes de Bachiller y Graus de Theologia de la Universidad Literaria y Estudio General Lulliano desde 1738 fins en 1751», vol. 33, manuscrito en el Instituto Nacional «Raimundo Lulio», Palma. El P. Verger afirma también que Junípero era doctor en Teología en su carta a Lanz de Casafonda del 3 de agosto de 1761, conservada en Archivo General de la Nación, México, colección de Documentos para la historia de México, segunda serie, vol. 15, pp. 48-68. [29] Cf. «Constituciones, Estatutos y privilegios de la Universidad Luliana del Reyno de Mallorca», manuscrito del año 1698, en Archivo Provincial de Palma. Y J. Lladó y Ferragut, El archivo de la Real y Pontificia Universidad literaria y Estudio General Luliano del antiguo Reino de Mallorca, Palma de Mallorca 1946. [30] Sucedió a Fr. Juan Homar, Provincial entonces, que la regentaba desde hacía 10 años. [31] Cf. Francisco Palóu, o. c., p. 6. [32] Les escribió desde Cádiz el 20 de agosto de 1749, a punto de emprender la travesía del Atlántico. La preciosa carta, verdadero espejo de su espíritu franciscano y misionero, plena de afecto, se conserva original en el Archivo de la Provincia Capuchina de Barcelona. [33] Cf. «Libro de Difuntos de la Misión de San Carlos», nota autógrafa de Palóu, correspondiente al 29 de agosto de 1784, entrada n.º 381 del Libro, conservado en los Archivos del Obispado de Fresno, California. [34] Hitos iniciales del proceso legislativo del Patronato Real de Indias fueron las Bulas «Inter cétera» de Alejandro VI, mayo 1493, y la «Universalis Ecclesiae» de julio de 1508, promulgada por Julio II. [35] La documentación presenta ligeras discrepancias respecto a la fecha exacta de salida de Cádiz. Para esta cuestión, cf. M. J. Geiger, Junípero Serra in the Light of Chronology and Geography, en The Americas 4, enero 1950, pp. 296-297. [36] A ellos debemos preciosos datos físicos acerca de Serra: «El Padre Fray Junípero Serra, natural de la Villa de Petra en Mallorca, de edad de 35 años, mediano de cuerpo, moreno, poca barba, ojos y pelo negros». Cf. «Misión de San Francisco para el Colegio de San Fernando de México», escrita en Cádiz en 1749; original en el Archivo de Indias, Sevilla, Casa de Contratación, n. 5.546, sección segunda. [37] Cf. M. J. Geiger, OFM, The Franciscan «Mission» to San Fernando College, México, 1749, en The Americas 5, julio 1948, pp. 48-60. [38] Cf. M. J. Geiger, OFM, The Internal Organization and Activities of San Fernando College, Mexico City, 1734-1858, en The Americas 6, julio 1949, n.º 1, pp. 3-31. Para lo relativo a la fundación de San Fernando, cf. Isidro F. de Espinosa, o. c., nota 101, pp. 817-828. [39] Cf. Historia de la Iglesia en España, Madrid, BAC maior 19, 1979, páginas 134-135. [40] Presidíala el arzobispo de Tolouse, Loménie de Brienne. Sobre su labor reductora, cf. S. Lemaire, La commission des Réguliers, 1766-1780, París 1926. [41] Cf. Otto Maas, OFM, Las órdenes religiosas de España y la colonización de América, en Estudios Franciscanos 18 (1917), pp. 47-49, 128-132, 209-217, 455. [42] Cf. M. L. Patrem, Tableau synoptique de tout l'Ordre Seraphique, París 1879, p. 46. Acta Ordinis Fratrum Minorum 3 (1884), p. 211; 8 (1889), pp. 186-188. [43] Para las vicisitudes concretas del Colegio de San Fernando, cf. F. Sáiz Díez, OFM, ut supra, nota 101, pp. 38, 46, 154 y Apéndice II. Los numerosos Observantes criollos secundaron en masa la insurrección independentista, al paso que los miembros de los Colegios y los misioneros entre indios, casi todos españoles, tuvieron que sufrir bastante; cf. E. Martínez, Los franciscanos y la independencia de México, en Ábside 24 (1962), pp. 129-162. [44] Al escribir al virrey Bucareli recomendando al depuesto Pedro Fages, se expresa así: «Yo a más del servicio religioso que he hecho a mi santo colegio e instituto apostólico en la asistencia de estas misiones, por sólo Dios y la obediencia, considero haver hecho, siquiera de camino, alguno al Rey mi Señor en lo que he tenido de parte, poca o mucha, en la conquista de estas tierras... procuraré... quanto alcanzasen mis fuerzas para dilatar en estas tierras la fe santa y los dominios de nuestro cathólico soberano...». Cf. «Carta de Serra a Bucareli, misión San Carlos 19 de julio de 1774», en Archivos de la Universidad de Texas, Austin, Texas, Colección Stephens. ¡¡Y rogaba que se aplicaran en secreto todos sus méritos al teniente Pedro Fages!! [45] De hecho, los rusos, bajo Catalina II, sostendrían financieramente las intrigas de Miranda: Cf. Francisco de Miranda in Russia, en The Americas 6, 1950, pp. 431-449. Cf. J. Sánchez Diana, Relaciones diplomáticas entre Rusia y España en el siglo XVIII, en Hispania 12 (1952), pp. 590-605. H. Chevigny, Russian America. The great Alaskan aventure (1741-1867), New York 1965. [46] Estudia la misión completa de Gálvez, Herbert I. Priestley, José de Gálvez, Visitador General of New Spain (1765-1771), Berkeley 1916. [47] Serra se presentó convaleciente ante el virrey Bucareli en marzo de 1773; ganada la admiración del alto personaje, abogó por conservar el puerto de San Blas (México), base de aprovisionamiento para misiones y presidios militares y punto de partida de las expediciones hacia el noroeste del Pacífico. Cf. M. Gutiérrez Camarenas, San Blas y las Californias. Estudio histórico del Puerto, México 1956; Michael E. Thurman, The Naval Department of San Blas, New Spain's Bastion for Alta California and Nootka, 1767 to 1798, Glendale 1967; A. Melón y Gordezuela, Las expediciones españolas en América del Norte, alentadas por la obra misional de Fray Junípero Serra, en Estudios Geográficos I, febrero-mayo 1977, pp. 185-202. [48] La fragata «Santiago», a las órdenes del mallorquín Juan Pérez y con los padres Juan Crespí y Tomás de la Peña, navegó desde el 11 de junio hasta el 27 de agosto de 1774, alcanzando los 55 grados de latitud norte en la actual Queen Charlotte Island, Canadá. Cf. Georg B. Griffin, Journal of Fray Juan Crespí Kept During the Voyage of the «Santiago». Publications of the Historical Society of Southern California, Los Ángeles 1891, vol. II, part 1, pp. 143-213. Cf. A. J. Baker, Fray Benito de la Sierra's Account of the Heceta Expedition to the Northwest Coast in 1775, en Quaterly of the California Historical Society IX, 1930, pp. 1-44. Sobre las exploraciones marítimas en general, cf. H. R. Wagner, Spanish Voyages to the Northwest Coast of America, San Francisco 1929. [49] Cf. Z. Engelhardt, OFM, Mission San Carlos Borromeo, Santa Bárbara 1934, p. 107. [50] Cf. M. J. Geiger, OFM, Franciscan Missionaries in Hispanic California, pág. 180. [51] Cf. Francisco Palóu, Relación, Carta dedicatoria. [52] Omisiones principales son las controversias con D. José de Escandón durante la estancia de Junípero en Sierra Gorda, Nueva España. [53] Cf. Antonine Tibesar, OFM, Writings of Junipero Serra, Washington, 1955-1956. Excluye únicamente los escritos profesionales, lleva copiosa dotación de notas. [54] Las misiones de Purísima Concepción y San Pedro y San Pablo del Bicuñer, erigidas por los franciscanos del Colegio de Querétaro en 1780, fueron luego pobladas por excesivos soldados y colonos, que arrebataron las tierras a los Yumas neófitos, provocando su rebelión y la espantosa matanza subsiguiente: el 17 de julio de 1781 eran asesinados cuatro misioneros, entre ellos el famoso explorador Francisco Garcés, 104 colonos y soldados, y quedaron prisioneros 138 españoles. Desde entonces quedaría cortado por los Yumas el vital enlace entre Nueva España y Provincias Internas con Alta California, abierto por Garcés. Cf. Herbert I. Priestley, The Colorado River Campaign 1781-1782. Diary of Pedro Fages, en Publications of the Academy of Pacific Coast History, vol. III n.º 2, Berkeley 1913. [55] Cf. Copia firmada por Serra de la «Representación», puesta en manos de Bucareli el 13 de marzo de 1773, en Archivo de Misión Santa Bárbara, California, sección Junípero Serra, nº 89. [56] Cf. «Carta de Fray Junípero Serra al Padre Francisco Serra, Cádiz 20 de agosto de 1749», en Archivo de la Provincia de Capuchinos, Barcelona. [57] Cf. Francisco Palóu, Relación, p. 20. Probablemente se debió a picadura de un mosquito o a la penetración de una nigüa, muy corrientes todavía hoy en la zona. [58] Cf. M. J. Geiger, OFM, The Life and Times of Junípero Serra or the man who never turned back (1713-1784), Washington 1959, vol. II, p. 342. [59] El puerto de Monterey ya había sido descrito en la expedición dirigida por el piloto Vizcaíno en 1602; cf. A. del Portillo y D. de Sollano, Descubrimientos y exploraciones en las Costas de California, Madrid 1947, p. 350. Más tarde enfatizó su importancia el almirante González Cabrera Bueno en su Navegación Especulativa y Práctica, Manila 1734. [60] Sobre Portolá, cf. S. Boneu Companys, Don Gaspar de Portolá, descubridor y primer gobernador de California, Lérida 1970; Idem, Documentos secretos para la expedición de Portolá a California. Juntas de Guerra, Lérida 1973, en cuanto a la crítica situación en San Diego. [61] Prescindiendo de los testimonios del propio Serra y de Crespí, cf. la comunicación de Matías Armona, gobernador de Baja California, al virrey titulada «Noticias de Monterey sacadas de las cartas que recibí el 2 de agosto de 1770», en Archivo General de la Nación, México, sección Californias, vol. 76, fols. 227-231. Armona se basa en las cartas de Portolá, Fages y el ingeniero Costansó. [62] Cf. «Carta del P. Vicente Fuster a Serra, desde el presidio de San Diego, 28 de noviembre de 1775», copia en la Universidad de Texas, Austin, Texas, colección Stephens. [63] Cf. Francisco Palóu, Relación, pp. 176-184. [64] El fiscal real Lanz de Casafonda, al que escribió reiteradas cartas. Verger juzgaba la situación a distancia: los planes de Gálvez le parecían singulares y consideraba que había que frenar el celo de Serra. Cf. «Carta a Casafonda, México 3 de agosto de 1771», original en Archivo General de la Nación, México, colección Documentos para la historia de México, segunda serie, vol. XV, páginas 48-84. [65] Cf. «Carta de Serra a Pangua, San Carlos de Monterey, 13 de abril de 1776», original en Biblioteca Nacional de México, sección Cartas de Junípero Serra, fols. 88-91. [66] Cf. «Carta a Juan Sancho, desde San Carlos, 6 de agosto de 1784», original en Biblioteca Nacional de México, sección Cartas de Junípero Serra, fol. 144. [67] Cf. Hubert H. Bancroft, History of California, San Francisco 1885, pp. 414-416. Traducción mía. [68] La amenaza era debida a los planes ambiciosos y utópicos del franciscano Antonio de los Reyes, primer obispo de Sonora. Cf. «Dificultades y reparos acerca de la constitución de la nueva Custodia de San Gabriel en California», alegato escrito por Palóu a finales de 1783. Cf. M. J. Geiger, OFM, Calendar of Documents in Santa Bárbara Mission Archives, p. 54. Francisco A. Barbastro, OFM, «Defensa de la Custodia de San Carlos de Sonora, Banamichi 1786», manuscrito en la Colección Fray Marcelino da Civezza, Biblioteca del «Antonianum», Roma, sección miscelánea. Sobre Reyes, cf. Albert Stagg, The First Bishop of Sonora, Antonio de los Reyes, OFM, Tucson, Arizona 1976; J. L. Kessell, Friars, Soldiers and Reformers. Hispanic Arizona and the Sonora Mission Frontier. 1767-1856, Tucson, Arizona 1976, pp. 149-150; 152-153. [69] Eran San Diego, fundada el 16 de julio de 1769; San Carlos Borromeo, el 3 de junio de 1770; San Antonio, el 14 de julio de 1771; San Gabriel, el 8 de septiembre de 1771; San Luis Obispo, el 1 de septiembre de 1772; San Juan Capistrano, el 1 de noviembre de 1776; San Francisco, el 9 de octubre de 1776; Santa Clara, el 12 de enero de 1777 y San Buenaventura, el 31 de marzo de 1782. El 21 de abril de este mismo año estableció Junípero la Capilla del Presidio de Santa Bárbara; la misión propiamente dicha la levantaría su inmediato sucesor Lasuén el 16 de diciembre de 1786. [70] Cf. R. F. Heizer y M. A. Whipple, The California Indians. A source Book, Berkeley y Los Ángeles, 1973. Los Chumash, llamados Canaliños por los españoles debido a que poblaban la estratégica zona del Canal de Santa Bárbara, eran los más adelantados, despiertos y aguerridos. Sobre ellos, cf. pp. 255-262 de este libro. Las apreciaciones de los franciscanos acerca de los indios se pueden ver en M. J. Geiger, OFM, y C. W. Meighan, As the Padres saw Them. California Indian Life and Customs as Reported by the Franciscan Missionaries 1813-1815, Santa Bárbara 1976. [71] Cf. «Informe de Francisco Palóu al Virrey, Monterey 31 de diciembre de 1784», original autógrafo en Archivo de la Misión Santa Bárbara, California, sección Junípero Serra, n.º 383. [En Selecciones de Franciscanismo, vol, XIII, núm. 38 (1984) 307-326] * * * FRAY JUNÍPERO SERRA, EL MISIONERO COMPASIVO
Fray Junípero Serra vio la luz de este mundo por vez primera un lunes de noviembre de 1713, a la vez que el frío y la nieve inundaban de niebla la aldea de Petra, en Mallorca. Sus padres, de facciones humildes e ideales esculpidos a jirones de fe, lejos de aceptar un cielo nublado donde quedarse a vivir, se fiaron de la Providencia y consagraron todo cuando tenían a la educación religiosa de su tercer hijo, bautizado con el nombre Miguel José. Desde pequeño, el futuro apóstol de California -que adoptaría el sobrenombre espiritual de Junípero, en honor a uno de los primeros compañeros de san Francisco de Asís- intuía que los latidos que laceraban su paz tenían algo que contarle. El Dios de los pobres rompía todos sus silencios, resucitaba sus razones y enhebraba sus sueños con una prosa que nada ni nadie, en este mundo roto e indeciso, podía regalarle. Su vocación religiosa bramaba en la voz y el sufrimiento de los esclavizados, se resquebrajaba con los desamparados, temblaba de ternura en cada aliento franciscano. Antes, incluso, de profesar sus votos perpetuos, tenía tatuadas en el alma la pobreza, la castidad y la obediencia, y se dejaba amanecer en cada una de ellas cada vez que el eco de las sombras irrumpía en medio de su noche. Después de unos años en que destacó como predicador y profesor de Filosofía y de Teología en la universidad, prometió continuar con la obra que Dios estaba cincelando con sus manos. Fue ordenado sacerdote a los 24 años. En el idioma de los abandonados La vocación misionera fue despertando en Junípero a pálpitos agigantados, a medida que trazaba cada huella de su vida. Su mirada se vestía en el idioma de los desnudos, de los abandonados, de los abatidos por la herida del hambre y la tristeza. En el reflejo de cada una de sus lágrimas siempre iban inscritas las causas perdidas y las esperanzas que se había llevado el recuerdo. Quería marchar, ansiaba marchar. Y así fue. Se despidió de sus padres, pero no tuvo valor para decirles adiós con su mirada; lo hizo por carta, consciente del dolor que les dejaría, de que jamás volvería a verlos y de la cicatriz que, para siempre, permanecería abierta en sus almas. En 1749 embarcó hacia América para consagrar el resto de sus días a Dios; primero, con los indios mexicanos y, finalmente, con los indígenas que poblaban las entonces tierras de California. Pero antes de partir, se despidió de sus hermanos de comunidad, con quienes compartía gozos y angustias, anhelos y temores, dudas y fe. Les pidió perdón a cada uno de ellos y, antes de dejarles su abrazo, besó sus pies. Fue su última cena, su última despedida, su último Getsemaní. La llaga de la misión Fray Junípero, nada más clavar sus pies en América, decidió recorrer 100 leguas andando, fiel a la semilla que sembraron en su vergel san Francisco de Asís y Jesús de Nazaret. Peregrino del Amor primero, se hizo mendigo de la tierra que debía recorrer y, en medio del camino, se le abrió una llaga en una pierna que, como su Dios, no le abandonaría nunca. Sin embargo, la herida jamás venció sus ganas de servir; al contrario, fue la cruz que besó -y siempre agradecido- todos y cada uno de sus días hasta alcanzar las puertas del Cielo. Junto a otros compañeros, permaneció en Sierra Gorda, a 30 leguas de Querétaro, durante ocho dificultosos años. Aun así, le plantó cara al poder, a los que intentaron acabar con su vida y a las circunstancias que hacían, de aquella misión, un rosario de alegrías y tristezas. Pero él, fiel a su promesa de aceptar la cruz a favor de la liberación y salvación de todos los pueblos indígenas, veía en ellos el rostro mismo de Jesús: inocente y ajusticiado, deseoso de que todos renaciesen en cada entraña de su misterio. Para todos, dignidad Se dejaba desleír en cada dolor ajeno, educando al corazón del sufriente y haciendo ver a todos los indios que en él, en su vida, en su misión, podían descubrir el significado de la palabra hogar. Poco a poco, con la llaga arrastrando su andar en cada una de sus huellas, fue evangelizando y fundando muchas de las ciudades de la Alta y la Baja California: San Diego, Monterrey, Carmelo, San Antonio, San Gabriel, San Luis, San Francisco, Santa Clara, Santa Bárbara, Los Ángelus El aliento de cada una de ellas respira su espíritu, sin más argumentos que la medida del servicio, sin más razones que el dejarse amanecer en ese silencio de abandono que une a los que se fían, que conquista a los que se aman. Voz de los sin voz que hoy se hace realidad en una eternidad de Gloria. Santo. Por darse al perseguido, por defender al marginado, por recobrar la dignidad del cautivo; por mirar a Jesús, por besar a la Madre a la que tanto rezaba y por dar su propia vida en un solo suspiro. [Tomado del semanario Alfa y Omega del 17 de Septiembre de 2015] * * * FRAY JUNÍPERO, APÓSTOL DE LA MISERICORDIA
Arriesgar la vida por los más débiles es una misión reservada para los más valientes, para aquellos que son capaces de poner su corazón en manos de un Dios que se hace poesía en los pobres, en los esclavizados y en tantos rostros heridos por la llaga del hambre. En ese idioma se tradujo, de principio a fin, la vida de este religioso franciscano: mandamiento inmarcesible de compasión, alegría en el perdón y discípulo del misterio del amor. Una vida esculpida a golpes de fe El milagro se obraría el 24 de noviembre de 1713 cuando, en Petra (Mallorca), un niño de humildes facciones y naturaleza débil vería la luz por vez primera. Antonio Serra y Margarita Ferrer, unos padres sencillos, le pondrían por nombre Miguel José. Aquel infante de mirada endeble -el tercero de la estirpe-, vino al mundo bajo la protección de una familia modesta, en un hogar construido en tierra firme con los cimientos de la bondad, la austeridad y unas costumbres esculpidas a golpe de fe. A medida que cosechaba años en su diario, pincelaba cada una de sus páginas con la tinta franciscana. Desde muy pequeño, sus padres, aunque jamás tuvieron la oportunidad de aprender a hablar, a escribir y a leer al paso que los demás vecinos, desearon que su hijo caminase por los senderos de Jesús: el mismo que, a diario, les salvaba de la niebla que deja a su paso la inclemente soledad. Por ello, en el convento franciscano de San Bernardino comenzó a dejarse anochecer entre los pasos confiados del santo de Asís. Poco a poco, iba cruzando las verjas oxidadas de sus miedos e iluminando los candelabros oscuros que intentaban deslumbrar el resplandor de su fe. Así, nada más cumplir los 15 años, mientras recibía clases de Filosofía en el convento de San Francisco de Palma, comenzó a intuir que su corazón ya no palpitaba al ritmo de un solo latido, sino que latía por dos: siente la llamada a la vocación religiosa. Un año después, tal y como había soñado desde pequeño, viste el hábito franciscano en el convento de Jesús, extramuros de la ciudad. Tras las huellas de Jesús El 15 de septiembre de 1731, a solo dos meses de cumplir los dieciocho años, profesa los votos religiosos, cambiando el nombre de Miguel José por el de Junípero. Eligió llevar grabado espiritual y eternamente ese sobrenombre en honor al hermano Junípero: uno de los primeros y más escogidos discípulos y compañeros de san Francisco de Asís. Poco a poco, dejándose llevar por un corazón que, despierto a medianoche, le seguía hilvanando sus jirones, el nuevo Junípero fue lacerando todas las dudas que pretendían detener su vocación. La llamada de los frailes franciscanos le palpaba a borbotones; tanto, que consiguió salir con vida de ese sendero de torpezas y fragilidades, de magulladuras y caricias, de apriscos e intentos que pretendían trastornar sus planes. Pero su espíritu entregado y, sobre todo, su fe desmedida, se resistían a ser, simplemente, ecos de una biografía escrita en tierra de nadie. Así, el 15 de septiembre de 1731, perdió el temor, rebasó la puerta del convento franciscano y decidió -ya para siempre- consagrar cada una de sus miradas a Jesús; viviendo la observancia de cada gesto, de cada plegaria, de cada resquicio de intimidad compartida. Porque solo quien está dispuesto a perder la vida, la encuentra de verdad. Y él, de vivencias y cadencias, ya sabía demasiado... Acoger, acompañar, curar... Profesó en mallorquín, y sus palabras hablaban con la confianza de los que saben que la misericordia es la caricia de Dios sobre las heridas de sus pecados: «Yo, fray Miguel José Serra, hago voto y prometo a Dios omnipotente y a la Bienaventurada Virgen María, y al Bienaventurado Padre Nuestro san Francisco, y a todos los santos, y a vos, Padre, guardar durante el resto de mi vida la Regla de los Frailes Menores confirmada por el Papa Honorio, viviendo en obediencia, pobreza y castidad». El canto Veni Creator Spiritus, acompañado del abrazo fraternal, sellaba una promesa que duraría hasta hoy, hasta el preciso instante de toda una vida. De esta manera, prometió continuar con la tarea de ser ese instrumento fiel de la misericordia de Dios; acogiendo, acompañando, curando, siendo abrazo, sanación y consuelo para sus hermanos. A los pocos años, se licenció en Filosofía, en Teología y, durante las Témporas de Adviento -tiempo litúrgico en que se acostumbraba a conceder las órdenes sagradas-, un diciembre de 1737, con 24 años, se ordenó sacerdote. Junípero tenía claro que solamente Jesús podía prepararle una habitación en la casa de su Padre, y la única manera de saborear la verdadera libertad se escondía en abandonarse a Él, poniendo en ese Dios cada pliegue de su alma, vertiendo en Su compasión su alma vulnerable, el reposo apacible, el abrazo seguro. Entre la docencia y la predicación Nada de lo que hay en este mundo puede darnos la felicidad eterna, ni la eternidad con Dios. Solamente si renunciamos a todas nuestras seguridades por Jesús, incluso a lo que más nos duela, abrazaremos la libertad que encumbre el sentido del verdadero amor. Aquel hombre de delicadas raíces e inteligencia pulcra se sabía esa lección de memoria, conocía el alfa y la omega del tesoro escondido y, tan pronto como el tiempo y su edad le cedieron el paso, se convirtió en doctor y en catedrático de honor de la Universidad de Palma de Mallorca. Empapado por el rocío de todos esos libros tapizados entre la espiritualidad y la trascendencia, alcanzó cuatro distinciones académicas, cada una de ellas dedicada a una de las escuelas teológicas: Luliana, Tomista, Escotista y Suareciana. Con 29 años, el padre Serra alternaba la docencia con la predicación; la dedicación docente le dejaba cojo y necesitaba dedicarse a la cura de las almas. Su quehacer como confesor y director espiritual era atento y comprometido, y jamás se olvidaba de aquel que acudía a su encuentro para implorar un retazo de su sed. Para él, Dios era mucho más que una respuesta en clave de fe. Por ello, comenzó a musitar la cuestión de dónde hacía falta realmente que llegase la voz de Cristo... Al encuentro del Dios pobre La pregunta era constante, y la emboscada más inquietante aún. Sentía que no podía traicionar a la voz que le pedía a gritos la piel de sus manos. Quería ver dentro, despertar temprano a la llamada, dejarse rozar por las cuerdas vocales de Dios. En algún rincón olvidado le esperaban un secreto por contar, un regalo por abrir y un abismo por saltar. Junípero era muy joven, pero la fuerza que aleteaba dentro de su alma no podía tocarse con los sentidos ni contarse con los dedos. Sus padres fueron los primeros sacrificados de ese adiós que, finalmente, llegaría en forma de misión. Estos sellaron su huida al poco tiempo de cumplir su hijo los 35 años más dolorosos de sus vidas. El fraile mallorquín les había ocultado su vocación misionera, consciente de que aquel paso dejaría sus vidas a medio vivir. Junto a Francisco Palóu, hermano y amigo inseparable, pidió destino misionero para las Indias. Sin embargo, el clausus de misioneros les obligó a esperar a la siguiente convocatoria. Lejos de leer aquel detalle como una señal escrita desde el Cielo, esperaban con impaciencia la llegada de una noticia que tardaría pocos meses en visitarles. Junípero, cada día, en cada encuentro, se dejaba arañar por las palabras evangélicas y conocía que solo quien deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras por Jesús, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Le seducía esa mirada y le interpelaba aquella bienaventuranza. Entre escorzos de esperanza En 1749 embarcó hacia América. Pero antes de desplegar sus alas, debía despedirse de aquellos que le abrieron las puertas de su vida. No fue capaz de mirarles a los ojos, abrazarles y dejarles su último beso -consciente, de principio a fin, de que sería la última vez que se verían en esa tierra-. Así que lo hizo desde Cádiz, por carta, el 2 de agosto de 1749, en la víspera de su embarque hacia tierras americanas. Se la dirigió al padre Francisco Serra, residente entonces en el convento franciscano de Petra. El motivo de la carta era consolar y confortar a sus padres. Como estos eran analfabetos, se la envió al fraile amigo para que este se la leyera. Lo hizo y, detrás de cada una de las líneas de aquella carta, se escondían reflejos de fragilidad, escorzos de esperanza y pedazos de un abandono que solo Dios podía convertir en gracia y alegría. La fuerza del perdón Antes de partir hacia el nuevo destino, fray Junípero celebró el rito de despedida con quien compartía hogar, heridas y cicatrices de alegría. El rito consistió en una ceremonia litúrgica solemne. De rodillas, delante de toda la comunidad, pidió perdón a sus hermanos del convento por cualquier ofensa o daño que les hubiera causado. Además, fiel a su manera de amar, recreó un gesto que no estaba resumido en el protocolo: se arrodilló delante de cada uno de sus hermanos y les besó los pies. Sus hermanos quedaron estupefactos e, incluso, algunos se resistieron. Pero lo hizo. Con este gesto, resucitaría al más puro estilo de san Francisco. El 29 de agosto de 1749, junto a otros hermanos, Junípero embarcó hacia América. Lo hicieron en una nao con nombre «Villasota» y su destino era Veracruz. El día siguiente se hicieron a la vela y el 8 de septiembre ya estaban frente a Canarias. Los últimos quince días de navegación tuvieron el agua racionada y pasaron grandes penurias. A modo de paliativo, cuando el mar estaba en calma, Junípero celebraba la eucaristía, y todos participaban de ella. Además, era un fiel amante del sacramento de la confesión. Era consciente de la carga que el pecado suponía y no quería más peso que aquel que la tarea ordinaria ya le hacía soportar. Hicieron escala en Puerto Rico y, finalmente, llegaron a Veracruz. El clima era de extrema dureza para los españoles que estaban allí: suponía un choque brutal, un golpe en toda regla y sin lenitivo alguno que calmase su zozobra, ya que llegaban extremadamente debilitados después de aquellos noventa días de travesía. La herida que siempre le acompañó Desde allí, se debían trasladar hasta Ciudad de México. La Corona costeaba el viaje que debían hacer en carruaje, detalle que a Junípero, fiel a su voluntad humilde, no le agradó en absoluto. El motivo de su repulsa respondía a que san Francisco no montaría en aquel carromato, sino que iría a pie y mendigando... ¡incluso aunque fueran cien leguas! Y así sucedió, a pesar de los tres meses enteros que habían de pasar en alta mar y de las inclemencias que se encontraría en el camino. En medio del trayecto, el fraile se vio invadido por una debilidad que le acompañaría durante el resto de su vida: una llaga en la pierna que jamás cicatrizó. Pero él, a pesar de la herida, nunca cejó en su empeño de evangelizar y, más aún se servía de esa llaga para besar el milagro del perdón y el secreto de la pobreza. Llegó, y permanecieron en Sierra Gorda, en el corazón de la Sierra Madre Oriental, a treinta leguas de Querétaro y en la vertiente del Golfo de México, durante ocho arduos años. En aquella tierra iniciaría el fraile mallorquín su carrera misionera. Por Cristo, con Él y en Él Fray Junípero implantó las bases del trabajo como medida principal para que todo lo demás funcionase. Sin embargo, algunos indios no respondían a esa política. Una buena parte de ellos vivía para calmar su hambre y su sed con lo estrictamente necesario, y no atendía a razones de ningún tipo. Incluso, en más de una ocasión, contrariados por su manera de administrar las tareas, las herramientas y los recursos, intentaron asesinarle. Y esta circunstancia no solo se hizo presente desde el punto de vista humano: en la cara de la moneda dedicada a lo estrictamente gubernamental, también se enfrentó a una cuantía colosal de tensiones y desafíos. No entendían la manera que tenía de gestionar la misión en cuanto a los víveres y la logística. Sin embargo, su celo misionero y su santidad eran tales que dejaba persuadido a cualquier gobernante que le abriera las puertas de su intimidad. Siempre salvaguardando la dignidad del más indefenso, siendo testimonio vivo y servidor incansable del Jesús de los abandonados, en un solo año y con la pierna a medio quebrar, llegaría a recorrer más de 4.600 kilómetros para llegar a todos los corazones a los que fuera capaz. Desde que embarcó hacia América para ofrecerse perpetuamente a Dios, puso su vida en primer lugar al servicio de los indios mexicanos y, después, de los indígenas que poblaban cada puñado de tierra de California. La Historia reconoce al hoy san Junípero como el evangelizador y fundador de muchas de las ciudades de la Alta y la Baja California, que consagró -con la fidelidad del que atiende al rumor de Dios en las palabras pobres de la Sagrada Escritura- a sus especiales devociones: San Diego, Monterrey, Carmelo, San Antonio, San Gabriel, San Luis, San Francisco, Santa Clara, Santa Bárbara, Los Ángeles... Donde haya odio, ponga yo amor Le bastaron setenta años para rozar el alma de esta tierra y para estrechar su corazón con el de ese Dios que tanto amaba. Setenta años de toda una vida para Dios, recapitulados en cincuenta y tres sirviendo como fraile, y en treinta y cinco entregados a la misión. Supo cantar, sin poner la voz en la batalla; escribir, sin pintarle mayúsculas a sus obras; amar, sin más argumentos que la cruz que hizo, en el resplandor de una llaga, un Getsemaní tapizado con teselas de resurrección. Toda una vida entera de lucha que hoy, con la huella de la santidad, se hace realidad en una eternidad de gloria. Porque Dios no cierra ningún capítulo sin ser consciente de que la tinta trazará el último punto de la página. Y aquella herida nunca cicatrizó, jamás se deshizo del dolor de su martirio. Y fray Junípero no supo articular un solo lamento... Solo supo amar. Sin barreras. Sin miedos. En cada incertidumbre de su certeza, en cada calvario, en cada abismo, sin darle tiempo a su alma para no ser palabra comprometida, voz de los sin voz, consuelo de los afligidos, denuncia de los verdugos... En la intemperie de la fragilidad herida Hoy, la vida del hermano Junípero ha de ser nuestra huella. Su herida rozó situaciones de muerte, estuvo al lado de gente humilde, acosada por la violencia, al lado de huérfanos y ancianos abandonados, en bautizos de sin nombres y en tierras devastadas y vueltas a nacer... En este momento, tal vez, nos busca a nosotros; quizá, te busca a ti. Para que la cuides, para seas ese refugio donde Dios quiere plantar su morada. A veces, es necesario que los ojos se empañen con la niebla para, después, cuando recobren la vista, hacernos ver que el amor es capaz de hacer que lo imposible se vuelva a repetir. Es el testamento de fray Junípero, el apóstol de la misericordia, fragilidad vencida al tacto de la fe. Al final, todos necesitamos, alguna vez, en algún instante de nuestra vida, alguien que cuide con ternura nuestras cicatrices. Prometamos intentarlo, aunque sea en un desarmado susurro. Solo así podremos comprender que la herida de aquel niño de Petra jamás se cerró porque la sutura fue tejida por Dios con tres puntos suspensivos... [Tomado de la revista española Ecclesia, n. 3.798, del 26 de septiembre de 2015] |