DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

28 de julio
Santa Alfonsa de la Inmaculada Concepción
(1910-1946)

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Santa Alfonsa, católica de rito siro-malabar, religiosa profesa de la congregación de las Franciscanas Clarisas de Kerala, es la primera mujer de la India que ha sido elevada al honor de los altares. Juan Pablo II la beatificó el año 1986 y Benedicto XVI la canonizó el 2008. El tiempo de su vida religiosa fue un sucederse de enfermedades y sufrimientos, que ella afrontaba gozosa y serena a la luz del misterio pascual, confortada en la contemplación de la muerte y resurrección de Jesucristo.
A continuación ofrecemos, en primer lugar, textos referentes al tiempo de su beatificación y, luego, al de su canonización.

Alfonsa de la Inmaculada, en el siglo Ana Muttathupadam, nació el 19 de agosto de 1910 en Kudamaloor (Kerala, India); fue bautizada 8 días después y se le impuso el nombre de Ana; fue educada en el contexto socio-religioso de las familias católicas de rito siro-malabar. Después de los estudios elementales y medios pidió, en 1928, ingresar en el instituto de las Franciscanas Clarisas; vistió el hábito religioso el 19 de mayo de 1931; emitió la profesión simple en 1932 y la perpetua el 12 de agosto de 1936.

El período de 1930 a 1936 estuvo caracterizado por graves enfermedades y sufrimientos morales. A partir de 1936 y hasta su muerte, acaecida en 1946, sor Alfonsa no pudo ejercer por largo tiempo ninguna tarea debido a las continuas enfermedades. Durante un año enseñó en Vakakkadu, pero la tuberculosis que padecía desde hacía años le impidió seguir enseñando. Desde 1939 fue un subseguirse de enfermedades dolorosas. Un tumor extendido por todo el organismo transformó su último año de vida en una continua agonía. Murió serenamente el 28 de julio de 1946 en Bharananganam.

Su lema fue: consumarse como una vela para iluminar a los demás. Daba un gran valor al sufrimiento, viéndolo a la luz del misterio pascual, es decir, de la muerte y de la resurrección de Cristo. Si bien esta actitud espiritual se afinó y elevó con el tiempo, sin embargo la tenía ya en el período de su primera juventud, cosa que afirma un familiar suyo y también un médico pagano brahmán que, después de haber visitado a sor Alfonsa, manifestó a un amigo su gran admiración y asombro por la serenidad y el gozo con los que la religiosa soportaba los grandes sufrimientos causados por el tumor extendido por todo su cuerpo. La explicación de esta actitud alegre ante el dolor nos la da una compañera suya: «Pasión, sacrificio, amor de Dios y del prójimo, son éstos los elementos que deben santificar la vida; y éste es el mensaje que sor Alfonsa lanza al mundo moderno, a la Iglesia y a la patria».

Mons. Sebastián Valloppilly, obispo de Tellicherry (India), que conoció muy bien a la Sierva de Dios, percibió el valor incalculable, actual y eclesial del mensaje de sor Alfonsa para el mundo actual: el dolor no es un mal, las pruebas y dificultades de la vida, aceptadas y sufridas con gozo por amor de Dios, son causa de méritos, y para adquirirlos no es necesario realizar acciones extraordinarias que llamen la atención: las cruces diarias, abrazadas con gozo por amor de Dios, exaltan la vida cristiana y nos permiten adquirir grandes méritos. Sor Alfonsa, durante su breve vida, no hizo grandes y extraordinarias acciones desde el punto de vista humano, pero su mensaje es fácilmente perceptible en India: el mismo Ghandi enseñó el valor del sufrimiento; sor Alfonsa, además, imprimió a esta enseñanza la luz sobrenatural del Evangelio.

El mensaje de sor Alfonsa se dirige al mundo entero, pero de forma particular a los sacerdotes, religiosos y almas consagradas, por quienes se ofreció como víctima.

Es notable el hecho de que esta heroína de las virtudes es honrada no sólo por católicos, sino también por brahmanes y mahometanos, que visitan su tumba e invocan su intercesión: este modo de practicar el ecumenismo comenzó inmediatamente después de la muerte de la Sierva de Dios (1946) y sigue también hoy creciendo progresivamente.

La congregación de las Franciscanas Clarisas de Kerala fue fundada hacia 1870; trabaja especialmente con los pobres, enfermos, ancianos y abandonados. Tiene 9 provincias, 300 casas y más de 4.000 religiosas: 2.000 actúan en Kerala y otras tantas trabajan en las misiones del Norte de India, donde cada provincia tiene misiones propias.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 2-II-86]

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De la homilía de Juan Pablo II
en la misa de beatificación (8-II-86)

Sor Alfonsa de la Inmaculada Concepción nació en 1910, un siglo después del padre Kuriakose Elías [beatificado a la vez que la Beata Alfonsa], y quiso servir al Señor gozosamente en proyectos apostólicos similares. Y ciertamente tuvo una devoción personal al padre Kuriakose desde los comienzos de su vida religiosa. Pero el camino de la santidad para sor Alfonsa fue claramente diferente. Fue el camino de la cruz, el camino de la enfermedad y del sufrimiento.

Ya desde muy joven, Alfonsa deseaba servir al Señor como religiosa, pero sólo a través de duras pruebas fue finalmente capaz de conseguir su meta. Cuando esto le resultó posible se unió a la congregación de Clarisas Franciscanas. A lo largo de su vida, que duró sólo treinta y seis años, ella daba gracias continuamente a Dios por la alegría y el privilegio de su vocación religiosa, por la gracia de los votos de castidad, pobreza y obediencia.

Muy pronto en su vida, la hermana Alfonsa tuvo que soportar un gran sufrimiento. Con el paso de los años el Padre celestial le concedía una participación cada vez más plena en la pasión de su Hijo amado. Recordamos cómo ella experimentó no sólo dolor físico de gran intensidad, sino también el sufrimiento espiritual de ser incomprendida y erróneamente juzgada por otros. Pero ella siempre aceptó todos sus sufrimientos con serenidad y confianza en Dios, firmemente convencida de que purificarían sus motivos, le ayudarían a superar todo egoísmo, y la unirían más íntimamente con su amado y divino Esposo. Así escribió a su director espiritual: «Querido padre, como mi buen Señor Jesús me ama tanto, deseo sinceramente permanecer en esta cama enferma y sufrir no sólo esto, sino otras cosas además, hasta el fin del mundo. Siento ahora que Dios ha entendido mi vida como una oblación, como un sacrificio de sufrimiento» (20 de noviembre de 1944). Ella amó el sufrimiento porque amaba a Cristo sufriente. Ella aprendió a amar la cruz mediante el amor al Señor crucificado.

Sor Alfonsa sabía que por sus sufrimientos ella participaba en el apostolado de la Iglesia; encontraba en ellos la alegría porque los ofrecía todos a Cristo. De esta manera había hecho suyas las palabras de San Pablo: «Me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24). Fue dotada por Dios con un carácter afectuoso y alegre, con la capacidad de gozar de las cosas sencillas y ordinarias. El peso del sufrimiento humano, incluso la incomprensión y la envidia de los otros, no podían agotar la alegría del Señor que colmaba su corazón. En una carta escrita poco antes de su muerte, en una época de intenso sufrimiento físico y mental, ella decía: «Yo me he entregado totalmente y por entero a Jesús. Haga Él lo que quiera conmigo. Mi único deseo en este mundo es sufrir por amor de Dios y alegrarme al vivirlo» (febrero de 1946).

[La beatificación del padre Kuriakose Elías y de sor Alfonsa de la Inmaculada tuvo lugar en Kottayam (India), el 8 de febrero de 1986. La Misa fue en rito siro-malabar, al que pertenecían los dos Siervos de Dios. Se trata del rito siro-oriental o caldeo, que se desarrolló en el Imperio persa de los Sasánidas y fue llevado a India por los misioneros de Mesopotamia, probablemente a partir del siglo IV. Es muy rico y diverso. Su lengua es el siríaco, lengua semita, dialecto arameo oriental de Edesa, que en el siglo IV pasó a ser lengua culta y litúrgica de los cristianos de lengua aramea. En India el rito se celebraba en siríaco hasta 1962, fecha en que se introdujo el malayalam].

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 23-II-86]

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SANTA ALFONSA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Santa Alfonsa de la Inmaculada Concepción nació en Kudamalur, región de Arpookara, en la diócesis de Changanacherry, India, el 19 de agosto de 1910, de la antigua y noble familia de los Muttathupadathu.

Desde su nacimiento, la vida de la Santa estuvo marcada por la cruz, que se le revelará progresivamente como el único camino para conformarse con Cristo. La mamá, María Puthukari, la dio a luz prematuramente al octavo mes de embarazo, después del susto provocado por una serpiente que se le enrolló en la cintura, mientras dormía. Ocho días después, el 28 de agosto, la pequeña venía bautizada según el rito siro malabar por el párroco Padre José Chakalayil y recibía el nombre de Annakutty, diminutivo de Ana. Era la última de cinco hijos.

Transcurridos apenas tres meses, murió la madre. Annakutty pasó sus primeros años en casa de los abuelos en Elumparambil. Allí vivió un tiempo particularmente feliz para su formación humana y cristiana, durante el cual aparecieron en ella los primeros gérmenes de vocación. Su abuela, mujer piadosa y caritativa, le transmitió la alegría de la fe, el amor a la oración, el impulso de la caridad para con los pobres. A los cinco años la niña sabía ya dirigir, con entusiasmo infantil, la oración vespertina de la familia reunida, según el uso siro malabar, en la «sala de oración».

El 11 de noviembre de 1917, Annakutty recibió por primera vez el pan eucarístico. Decía a sus amigas «¿Saben por qué hoy estoy particularmente contenta? ¡Porque tengo a Jesús en mi corazón!». Y en una carta a su padre espiritual, del 30 de noviembre de 1943, le había confiado: «Desde la edad de siete años no soy más mía. Me he dedicado toda a mi Esposo divino. Lo sabe bien Su Reverencia».

El mismo año de 1917 comenzó a frecuentar la escuela elemental de Thonnankuzhy, donde estableció una sincera amistad también con los niños hinduistas. En 1920, acabado el primer ciclo de instrucción, llega el tiempo de trasladarse a Muttuchira, a casa de la tía Anna Murickal, a la que la mamá la había encomendado antes de morir, como madre adoptiva.

La tía era una mujer severa y exigente; con tratos despóticos y violentos exigía de Annakutty la obediencia a sus más mínimas disposiciones o deseos. Asidua en las prácticas religiosas, acompañaba a la sobrina, pero no compartía la amistad de la joven con las Carmelitas del monasterio vecino, ni sus largas jornadas de oración al pie del altar. Sin embargo estaba bien determinada a procurar un ventajoso matrimonio a Annakutty, obstaculizando los claros signos de su vocación religiosa.

La virtud de la Santa se manifestó en aceptar esta severa y rígida educación como una senda de humildad y paciencia por amor a Cristo, resistiendo tenazmente los reiterados intentos de noviazgo a los que trataba de obligarla su tía. Para sustraerse al compromiso de matrimonio, Annakutty llegó al punto de provocarse voluntariamente una gravísima quemadura, poniendo el pie en brasas ardientes. «Mi noviazgo estuvo determinado cuando tenía trece años cumplidos. ¿Qué podía hacer para evitarlo? Oré toda la noche... entonces me vino una idea. ¡Si mi cuerpo hubiese estado un poco desfigurado, ninguno me habría querido!... ¡Cuánto he sufrido! Y todo lo ofrecí por mi gran intención».

El propósito de disimular su singular belleza no valió del todo para librarla de las atenciones de los pretendientes. También en los años siguientes la Santa tuvo que defender la propia vocación, incluso durante el año de prueba, cuando se intentó darla en matrimonio con la complicidad de la misma maestra de formación. «¡Oh, vocación que he recibido! ¡Don de mi buen Dios!... Dios vio el dolor de mi ánimo aquel día. Dios alejó las dificultades y me afianzó en este estado religioso».

Fue el P. Giacomo Muricken, su confesor, quien la orientó hacia la espiritualidad franciscana y le hizo conocer la Congregación de las Franciscanas Clarisas. El 24 de mayo de 1927 Annakutty ingresaba en su colegio de Bharananganam en el actual territorio de la diócesis de Palai de los siro-malabares, para asistir como interna a la séptima clase. El año siguiente, el 2 de agosto de 1928, Annakutty iniciaba el postulantado, tomando el nombre de Alfonsa de la Inmaculada Concepción, en honor de san Alfonso María de Ligorio, celebrado aquel día. El 19 de mayo de 1930 tuvo lugar la vestición religiosa durante la primera visita pastoral a Bharananganam del Obispo Mar Giacomo Kalacherry.

El período de 1930-1935 estuvo marcado por graves enfermedades y sufrimientos morales. Pudo enseñar a los niños en la escuela de Vakakkad sólo el año escolar de 1932-33. Después, a causa de su debilidad, desempeña la tarea de auxiliar enseñante y de catequista en la parroquia. Estuvo encargada también como secretaria, sobre todo para escribir cartas oficiales, por su hermosa letra.

En 1934 fue introducido en la Congregación de las Franciscanas Clarisas el noviciado canónico. Deseando comenzarlo de inmediato, la Santa, a consecuencia de su inestable salud, no fue admitida hasta el 12 de agosto de 1935. Casi una semana después de comenzado el noviciado se presentaron hemorragias de la nariz y de los ojos, un profundo agotamiento orgánico y llagas purulentas en las piernas. La enfermedad se agravó a tal punto que se temió lo peor. El cielo vino en ayuda de la santa novicia. Durante una novena al siervo de Dios P. Kuriakose Elía Chavara -carmelita, hoy beato- fue milagrosa e instantáneamente curada. Reiniciado el noviciado escribía en su diario espiritual sus santos propósitos: «No quiero actuar o hablar según mi inclinación. Cada vez que falte haré una penitencia... quiero estar atenta y no contradecir jamás a ninguno. A los demás diré sólo palabras amables. Quiero controlar mis ojos con rigor. Por cada pequeña falta pediré perdón al Señor y la expiaré con una penitencia. De cualquier tipo que sean mis sufrimientos no me lamentaré jamás y cuando deba afrontar cualquier humillación buscaré refugio en el Sagrado Corazón de Jesús».

El 12 de agosto de 1936, fiesta de santa Clara, día de su profesión perpetua, fue de inefable alegría espiritual. Se realizaba el deseo largamente guardado en su corazón y confiado a su hermana Isabel cuando apenas tenía doce años: «Jesús es mi único Esposo, y ningún otro». Pero Jesús quería conducir a su esposa a la perfección por el camino del sufrimiento. «Hice mi profesión perpetua el 12 de agosto de 1936 y vine aquí a Bharanganam el día 14 siguiente. Desde aquel tiempo parece que me ha sido confiada una parte de la Cruz de Cristo. Ocasiones de sufrir me vienen en abundancia... Tengo un gran deseo de sufrir con alegría. Parece que mi Esposo quiere cumplir este deseo».

Tuvo una serie de enfermedades dolorosas: fiebre tifoidea, pulmonía doble y, lo más grave, un shock nervioso causado por el susto que le provocó el ver un ladrón, la noche del 18 de octubre de 1940. El estado de postración física se prolongó cerca de un año, durante el cual no estuvo en grado de leer ni de escribir.

En toda situación sor Alfonsa mantuvo una gran reserva y una actitud caritativa hacia las hermanas, soportando en silencio sus sufrimientos. En 1945 sus enfermedades se agravaron. Un tumor difundido por todo el organismo transformó su último año de vida en una continua agonía. Una gastroenteritis con complicación en el hígado le provocaba violentas convulsiones con vómitos, hasta cuarenta veces al día. «Siento que el Señor me ha destinado a ser una oblación, un sacrificio de sufrimiento... Considero el día en que no he sufrido como un día perdido por mí».

En esta actitud de víctima por amor al Señor, contenta hasta el último momento y con la sonrisa de la inocencia siempre impresa en sus labios, sor Alfonsa terminó serenamente y con alegría su camino terreno en el convento de las Franciscanas Clarisas en Bharananganam a las 12:30 horas del 28 de julio de 1946, dejando el recuerdo de una hermana llena de amor y santa.

El 8 de febrero de 1986 Alfonsa de la Inmaculada Concepción Muttathupadathu fue proclamada beata por el papa Juan Pablo II en Kottayam, India. Y el 12 de octubre del año 2008, Benedicto XVI la canonizó solemnemente en la Plaza de San Pedro.

Con la canonización, la Iglesia que peregrina en la India muestra a la veneración de los fieles de todo el mundo su primera Santa. En su nombre fieles provenientes de todas partes del mundo se unen en el único agradecimiento a Dios, en el signo de dos grandes tradiciones oriental y occidental, romana y malabar, que Alfonsa vivió y armonizó en su vida santa.

[Tomado de los servicios informáticos de la Santa Sede]

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De la homilía del Papa en la misa de canonización

«El Señor eliminará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros» (Is 25,8). Estas palabras del profeta Isaías contienen la promesa que sostuvo a Alfonsa de la Inmaculada Concepción en una vida de extremo sufrimiento físico y espiritual. Esta mujer excepcional, que hoy se ofrece al pueblo de India como su primera santa canonizada, estaba convencida de que su cruz era el verdadero medio para llegar al banquete que el Padre había preparado para ella. Aceptando la invitación a la fiesta de boda y adornándose con el vestido de la gracia de Dios por medio de la oración y el sufrimiento, conformó su vida a la de Cristo y ahora goza del «banquete de manjares suculentos y vinos generosos» del reino de los cielos (cf. Is 25,6). Escribió: «Yo considero que un día sin sufrimientos es un día perdido». Imitémosla llevando nuestras propias cruces para poder gozar juntamente con ella en el paraíso.

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Palabras del Papa al final de la misa de canonización

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua inglesa, en particular a la delegación oficial de la India y a todos los que han venido para celebrar la canonización de santa Alfonsa de la Inmaculada Concepción. Sus virtudes heroicas de paciencia, fortaleza y perseverancia en medio de profundos sufrimientos nos recuerdan que Dios siempre da la fuerza que necesitamos para superar toda prueba. Mientras los fieles cristianos de la India dan gracias a Dios por su primera hija presentada a la veneración pública, quiero asegurarles mis oraciones durante estos momentos difíciles. Encomendando al cuidado providencial de Dios todopoderoso a todos los que luchan por la paz y la reconciliación, pido a los autores de la violencia que renuncien a estos actos y se unan a sus hermanos y hermanas en la construcción de una civilización de amor. ¡Dios os bendiga a todos!

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