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Beatos Aurelio de Vinalesa y Compañeros, Mártires Valencianos (1936) |
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Los 12 capuchinos y las 5 clarisas capuchinas que recordamos a continuación servían al Señor y a la Iglesia viviendo y trabajando en la Comunidad Valenciana cuando se desencadenó la persecución religiosa de 1936-39 en España. Los doce capuchinos eran religiosos, sacerdotes y hermanos profesos, pertenecientes a la Provincia de la Preciosísima Sangre de Cristo, de Valencia, y fueron martirizados en diversos lugares de las tierras valencianas, sin hacerles ningún proceso judicial digno de tal nombre, simplemente porque eran religiosos. Todos ellos, de edades diferentes comprendidas entre los 23 y los 80 años, provenían de las distintas fraternidades de la Provincia religiosa, y estaban empeñados en trabajos y apostolados diversos: predicadores, confesores, profesores y formadores, otros empeñados en los trabajos de servicio a la fraternidad y a la gente que se acercaba al convento. El más joven de ellos es el diácono Enrique de Almazora, de 23 años, martirizado en Castellón, y el más anciano el hermano Fidel de Puzol, de 80 años, martirizado en Sagunto. También las cinco monjas capuchinas pertenecían a monasterios situados en la Comunidad Valenciana: Agullent, Castellón y Valencia, y fueron martirizadas en suelo valenciano. Singular y llamativo por demás es el caso de las hermanas María Jesús, María Felicidad y María Verónica Masiá Ferragud, clarisas capuchinas de Agullent, y Josefa Masiá Ferragud, agustina descalza, todas ellas asesinadas junto con su anciana madre, María Teresa Ferragud Roig, intrépida mujer de Acción Católica, que tenía 83 años. Ésta fue detenida en compañía de sus cuatro hijas religiosas, que se habían refugiado en su casa y, ocultas en ella, llevaban una vida de oración junto a su madre. El día de Cristo Rey, 25 de octubre de 1936, fue inmolada, juntamente con sus cuatro hijas. Como una valerosa madre de los Macabeos, vio como, una a una, iban confesando a Cristo sus hijas hasta que ella, al final, también fue sacrificada por el gran ideal de la fe. Animó a sus hijas en la hora suprema del martirio con estas palabras: «Hijas mías, no temáis, esto es un momento y el cielo es para siempre». Cuando los milicianos cogieron a sus cuatro hijas para asesinarla, ella dijo: «Donde van mis hijas, voy yo». Delante de ella fueron cayendo una a una sus cuatro hijas religiosas y, al terminar de asesinarlas, le dijeron los milicianos: «Oye vieja, ¿tu no tienes miedo a la muerte?» Pero ella contestó: «Toda mi vida he querido hacer algo por Jesucristo y ahora no me voy a volver atrás. Matadme por el mismo motivo que a ellas, por ser cristiana. Donde van mis hijas voy yo». La madre no quiso dejar solas a sus hijas en manos de los verdugos y murió junto con ellas. Desde el primer momento fueron tenidas como mártires en la opinión general del pueblo, ya que fueron asesinadas por ser profundamente religiosas. Juntas fueron al martirio y juntas han sido beatificadas, la madre y sus cuatro hijas. A continuación ofrecemos una breve reseña biográfica de los Beatos y Beatas. Beato Aurelio de Vinalesa (en el siglo, José Ample Alcaide), sacerdote, nació en Vinalesa (Valencia) el 3 de febrero de 1896, y fue fusilado en el cercano Barranco del Carraixet el 28 de agosto de 1936. Profesó en la Orden Capuchina el 10 de agosto de 1910, y fue ordenado sacerdote en Roma el 26 de marzo de 1921. A lo largo de su vida religiosa fue Director del Estudio filosófico-teológico que los capuchinos tenían en Orihuela (Alicante), profesor en el Seminario, director de la Tercera Orden Franciscana, confesor y predicador. Bien pudo decir: «¡Siempre he cumplido mi misión, como religioso y como sacerdote!» Cuando las circunstancias le obligaron a dejar el convento, se refugió en casa de sus padres, donde fue detenido por los milicianos el 28 de agosto de 1936. Conducido de madrugada al Barranco del Carraixet, confortó y exhortó a los laicos compañeros de martirio a morir en paz, les impartió la absolución sacramental y luego añadió: «Gritad fuerte: ¡Viva Cristo Rey!» Beato Ambrosio de Benaguacil (en el siglo, Luis Valls Matamales), sacerdote, nació en Benaguacil (Valencia) el 3 de mayo de 1870, y fue asesinado el 24 de agosto de 1936 en la carretera de Valencia a Barcelona, a «la altura de los consumos», cerca de la capital del Turia. Profesó en la Orden Capuchina el 28 de mayo de 1891 y fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1900. La predicación, el ministerio de las confesiones y la dirección espiritual fueron sus actividades pastorales preferidas. Fue hombre de oración y de obras de caridad. Además, cultivó la liturgia y la divulgación de escritos de tema franciscano y mariano. Cuando la persecución religiosa lo obligó a dejar el convento de Massamagrell (Valencia), se dirigió a Vinalesa, y allí fue detenido en la madrugada del 24 de agosto de 1936 y conducido ante el Comité del pueblo para ser interrogado; una hora más tarde lo llevaron en coche al lugar de su martirio. Palabras suyas son: «El martirio es una gracia de nuestro Señor». «El martirio de sangre es lo más hermoso, es un segundo bautismo». Beato Pedro de Benisa (en el siglo, Alejandro Mas Ginestar), sacerdote, nació en Benissa (Alicante) el 13 de diciembre de 1877, y fue fusilado el 27 de agosto de 1936 en la Alberca, del término municipal de Denia (Alicante). Hizo la profesión en la Orden Capuchina el 4 de agosto de 1894 y recibió la ordenación sacerdotal el 22 de diciembre de 1900. Estaba empeñado en la pastoral juvenil y en la catequesis de los niños; era predicador y confesor. Cuando se vio forzado a abandonar el convento de la Magdalena de Massamagrell (Valencia), se refugió primero en casa de unos amigos y después en casa de una hermana suya en Vergel (Alicante). Lo detuvieron el 26 de agosto de 1936, y ya de noche lo hicieron subir a un coche que lo llevó al lugar del martirio. Murió agradeciendo a quienes le quitaban la vida el favor que le hacían: «Os perdono a todos; no sabéis el bien que me vais a hacer». Beato Joaquín de Albocácer (en el siglo, José Ferrer Adell), sacerdote, nació en Albocásser (Castellón) el 23 de abril de 1879 y fue inmolado el 30 de agosto de 1936 en la carretera que va de Puebla Tornesa a Villafamés (Castellón). Profesó en la Orden Capuchina el 3 de enero de 1897 y recibió la ordenación sacerdotal el 19 de diciembre de 1903. Fue misionero en Colombia y superior de algunos conventos; cuando regresó a España, lo nombraron rector del Seminario Seráfico de Massamagrell. Fomentó el culto a la Eucaristía y la devoción mariana de las Tres Avemarías. Desencadenada la persecución religiosa, después de poner a salvo a los seminaristas, se refugió en Rafelbuñol (Valencia) en una casa particular. Fue arrestado el 30 de agosto de 1936, conducido a su pueblo natal y asesinado aquel mismo día en la carretera de Tornesa a Villafamés. Palabras suyas son éstas: «Si no nos vemos ya en la tierra, adiós hasta la gloria». «¡Ya estoy subiendo los peldaños del santo altar para ofreceros con mis propias manos el sacrificio adorabilísimo, cuya víctima es tan pura y santa!» Beato Modesto de Albocácer (en el siglo, Modesto García Martí), sacerdote, nació en Albocásser (Castellón) el 17 de enero de 1980 y fue martirizado en el término municipal de su pueblo el 13 de agosto de 1936. Profesó en la Orden Capuchina el 3 de enero de 1897, y fue ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1903. Ejerció el ministerio sacerdotal sobre todo en Colombia, y al regresar a España se dedicó especialmente a dar tandas de ejercicios espirituales y al confesonario. Cuando se tuvo que cerrar el convento de Ollería (Valencia), del que era superior, el P. Modesto se refugió en casa de una hermana suya junto con otro hermano de ambos que era sacerdote, mosén Miguel. El 13 de agosto de 1936, Modesto y Miguel fueron arrestados por unos milicianos armados, que los obligaron a caminar delante de ellos; después de andar cosa de un cuarto de hora, llegados a un lugar solitario, los acribillaron a tiros por la espalda. Beato Germán de Carcagente (en el siglo, José María Garrigues Hernández), sacerdote, nació en Carcaixent el 12 de febrero de 1895, y fue fusilado en su pueblo el 10 de agosto de 1936. Profesó en la Orden Capuchina el 15 de agosto de 1912 y fue ordenado sacerdote el 9 de febrero de 1919. Se dedicó a la enseñanza de la juventud y al apostolado entre los pobres. Fue formador y profesor en el Colegio de San Buenaventura de Totana (Murcia) y en el Seminario Seráfico de Massamagrell. Cuando se cerraron los conventos, se vio obligado a refugiarse, junto con un hermano suyo, en la casa paterna en Carcagente. El 9 de agosto de 1936 fue arrestado, y luego hecho objeto de burlas y malos tratos. En la noche del día 10 lo trasladaron en coche hasta cerca del puente de hierro del ferrocarril sobre el río Júcar; lo hicieron bajar del vehículo y entonces el P. Germán se arrodilló, besó las manos de sus asesinos y los perdonó. A continuación lo fusilaron y su cadáver fue arrojado al río, pero, recuperado más tarde, fue enterrado en el cementerio de Carcagente. Palabras suyas fueron: «Os perdono, porque sé que vais a matarme». «Yo no he hecho mal a nadie. Que sea lo que Dios quiera». Beato Buenaventura de Puzol (en el siglo, Julio Esteve Flors), sacerdote, nació en Puzol (Valencia) el 9 de octubre de 1897, y recibió la palma del martirio el 26 de septiembre de 1936 en Gilet (Valencia). Profesó en la Orden Capuchina el 17 de septiembre de 1914 y fue ordenado sacerdote el 26 de marzo de 1921 en Roma. Hizo la carrera de Derecho canónico en la Universidad Gregoriana de Roma y, de vuelta en España, se dedicó a la enseñanza, la predicación y el ministerio de la reconciliación. Fue profesor de los jóvenes capuchinos en Orihuela y ejerció la docencia en otros centros de la Orden; además, se distinguió como conferenciante y predicador. Cuando tuvo que dejar el convento por la persecución religiosa, se refugió en su casa paterna de Puzol. El 25 de septiembre de 1936 fue arrestado junto con su padre y su hermano. A medianoche del día 26, los tres, junto con otros detenidos, fueron llevados en camión al cementerio de Gilet (Valencia). Con la serenidad de siempre, el P. Buenaventura dio la absolución sacramental a sus compañeros, y a las dos de la madrugada fue asesinado de un tiro de pistola. Antes de morir había declarado: «Me preparo para la palma del martirio»; «Sí, recibiré la palma del martirio porque moriré por la religión». Beato Santiago de Rafelbuñol (en el siglo, Santiago Mestre Iborra), sacerdote, nació en Rafelbuñol (Valencia) el 10 de abril de 1909, y fue fusilado en Gilet (Valencia) el 29 de septiembre de 1936. Profesó en la Orden Capuchina el 7 de junio de 1925 y fue ordenado sacerdote en Roma el 26 de marzo de 1932. Obtuvo el grado de doctor en teología por la Universidad Gregoriana de Roma. Ya en su Provincia, fue vicerrector del Seminario Seráfico de Massamagrell. Cuando hubo que cerrar el Seminario, se preocupó de poner a salvo a los seminaristas, y luego se refugió en su casa paterna de Rafelbuñol. El 26 de septiembre de 1936 fue arrestado. Se había presentado espontáneamente ante el Comité ofreciéndose a cambio de la libertad de sus ocho hermanos y su padre. En la cárcel oyó en confesión a todos. La noche del 28 al 29 fue fusilado junto con sus ocho hermanos y el padre. Beato Enrique de Almazora (en el siglo, Enrique García Beltrán), diácono, nació en Almassora (Castellón) el 16 de marzo de 1913, y fue fusilado el 16 de agosto de 1936 en La Pedrera (Castellón) a la edad de 23 años. Hizo la profesión temporal en la Orden Capuchina el 1 de septiembre de 1929, y la de votos perpetuos el 17 de septiembre de 1935. Recibió la palma del martirio a los pocos meses de ser ordenado diácono. En efecto, el 18 de julio de 1936 tuvo que dejar el convento de Orihuela y volver a Almassora, a casa de sus padres, en busca de seguridad. Pero fue arrestado el 1 de agosto y encarcelado. En la noche del 15 al 16 de agosto de aquel año, él y un grupo de laicos fueron conducidos por la carretera que lleva a Castellón, hasta una localidad llamada La Pedrera, y allí fusilados. Murieron gritando: «¡Viva Cristo Rey!» Beato Fidel de Puzol (en el siglo, Mariano Climent Sanchis), hermano profeso, nació en Puzol (Valencia) el 8 de enero de 1856, y murió asesinado en Sagunto (Valencia) el 27 de septiembre de 1936. Había profesado en el Orden Capuchina el 14 de junio de 1881. Se distinguió por su espíritu de oración, su austeridad, su caridad fraterna y su fidelidad en todo. Al cerrarse el convento de Valencia, tuvo que buscar refugio en casa de familiares suyos en Puzol. Allí fue arrestado el 27 de septiembre y conducido ante el Comité. Pocas horas después lo llevaron en un vehículo a un paraje de Sagunto cercano a Puzol para fusilarlo. Fue bárbaramente asesinado. Beato Berardo de Lugar Nuevo de Fenollet (en el siglo, José Bleda Grau), hermano profeso, nació en Lloc Nou de Fenollet (Valencia) el 23 de julio de 1867, y fue fusilado el 4 de septiembre de 1936 en Genovés (Valencia). Profesó en la Orden Capuchina el 2 de febrero de 1901. Pasó toda su vida religiosa en Orihuela (Alicante), trabajando como limosnero y sastre de la comunidad. Edificó a la gente de la ciudad y a su misma comunidad por su humildad y caridad. Al cerrarse el convento, se refugió en su pueblo, en casa de unos parientes. Fue arrestado, cuando estaba casi ciego, la noche del 30 de agosto de 1936, y tuvo que soportar los malos tratos de sus perseguidores. El 4 de septiembre, sin juicio alguno, fue llevado en coche, por la carretera que va de Manuel a Benigánim, hasta el término de Genovés, donde lo fusilaron. Los que vieron el cadáver antes de que se le diera sepultura, afirman que tenía la cabeza totalmente destrozada. Beato Pacífico de Valencia (en el siglo, Pedro Salcedo Puchades), hermano profeso, nació en Castellar-Valencia el 24 de febrero de 1874, y fue fusilado en Monteolivete-Valencia el 12 de octubre de 1936. Profesó en la Orden Capuchina el 21 de junio de 1900. Durante 37 años fue limosnero para el convento de Massamagrell, en el que estaba el Seminario Seráfico de la Provincia, edificando a todos con su ejemplo de bondad y sencillez. Cuando se cerró el convento, se refugió en casa de un hermano suyo. Allí llegaron los milicianos la noche del 12 de octubre de 1936, y ante los requerimientos de los verdugos se presentó fray Pacífico diciendo: «Soy yo». Se lo llevaron a empujones y culatazos de fusil, mientras él rezaba el Rosario, a lo largo del camino del azud de Monteolivete en La Punta-Valencia. En la orilla del río Turia, cerca de la presa, lo fusilaron. Beata María Jesús Masiá (en el siglo, Vicenta Masiá Ferragud), monja clarisa capuchina, nació en Algemesí (Valencia) el 12 de enero de 1882, y fue fusilada en la Cruz Cubierta de Alzira (Valencia) el 25 de octubre de 1936. Profesó en el monasterio de Capuchinas de Agullent (Valencia) el 26 de enero de 1902. Al inicio de la revolución española se vio obligada a abandonar el monasterio, y se refugió en casa de su madre en Algemesí. Ella y sus tres hermanas contemplativas fueron detenidas por los milicianos, y su madre quiso acompañar y compartir la suerte del martirio de las hijas. Las 5 fueron encerradas en un convento convertido en cárcel y luego fusiladas. Beata María Verónica Masiá (en el siglo, Joaquina Masiá Ferragud), monja clarisa capuchina, nació en Algemesí (Valencia) el 15 de junio de 1884, y fue fusilada en la Cruz Cubierta de Alzira (Valencia) el 25 de octubre de 1936. Profesó en el monasterio de Capuchinas de Agullent (Valencia) el 26 de enero de 1904. Compartió el martirio de su madre y sus tres hermanas. Beata María Felicidad Masiá (en el siglo, Felicidad Masiá Ferragud), monja clarisa capuchina, nació en Algemesí (Valencia) el 28 de agosto de 1890, y fue fusilada en la Cruz Cubierta de Alzira (Valencia) el 25 de octubre de 1936. Profesó en el monasterio de Capuchinas de Agullent (Valencia) el 20 de abril de 1910. Compartió el martirio de su madre y sus tres hermanas. Beata Isabel Calduch Rovira, monja clarisa capuchina, nació en Alcalá de Chivert (Castellón) el 9 de mayo de 1882, y fue martirizada en Cuevas de Vinromá (Castellón) el 14 de abril de 1937. Profesó en el monasterio de Capuchinas de Castellón de la Plana el 28 de abril de 1901. Fue maestra de novicias. Cerrado su monasterio por fuerza de las circunstancias, se refugió en casa de su hermano. Fue arrestada el 13 de abril de 1937, vejada, maltratada y asesinada aquel mismo día junto al cementerio de Cuevas de Vinromá. Beata Milagros Ortells Gimeno, monja clarisa capuchina, nació en Valencia el 29 de noviembre de 1882, y fue fusilada en el Picadero de Paterna (Valencia) el 20 de noviembre de 1936. Ingresó en el monasterio de Capuchinas de Valencia el 9 de octubre de 1902. Fue maestra de novicias. Obligada a dejar el monasterio a causa de la persecución religiosa, vivió escondida hasta que la descubrieron y arrestaron. Fue inmolada junto con su hermana y 15 Hermanas de la Doctrina Cristiana. * * * La II República española, proclamada el 14 de abril de 1931, llegó impregnada de fuerte anticlericalismo. Apenas un mes más tarde se produjeron incendios de templos en Madrid, Valencia, Málaga y otras ciudades, sin que el Gobierno hiciera nada para impedirlos y sin buscar a los responsables para juzgarles según la ley. Los daños fueron inmensos, pero el Gobierno no los reparó ni material ni moralmente, por lo que fue acusado de connivencia. La Iglesia había acatado a la República no sólo con respeto, sino también con espíritu de colaboración por el bien de España. Estas fueron las instrucciones que el Papa Pío XI y los obispos dieron a los católicos. Pero las leyes sectarias crecieron día a día. En este contexto fue suprimida la Compañía de Jesús y expulsados los jesuitas. Durante la revolución comunista de Asturias (octubre de 1934), derramaron su sangre muchos sacerdotes y religiosos, entre ellos los diez Mártires de Turón, 9 Hermanos de las Escuelas Cristianas y un Pasionista, canonizados el 21 de noviembre de 1999. Durante el primer semestre de 1936, después del triunfo del Frente Popular, formado por socialistas, comunistas y otros grupos radicales, se produjeron atentados más graves, con nuevos incendios de templos, derribos de cruces, expulsiones de párrocos, prohibición de entierros y procesiones, etc., y amenazas de mayores violencias. Éstas se desataron, con verdadero furor, después del 18 de julio de 1936. España volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939, pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso a la de la Revolución Francesa. Fue un trienio trágico y glorioso a la vez, el de 1936 a 1939, que se debe recordar fielmente para que no se pierda la memoria histórica. Al finalizar la persecución, el número de mártires ascendía a casi diez mil: 13 obispos; 4.184 sacerdotes diocesanos y seminaristas, 2.365 religiosos, 283 religiosas y varios miles de seglares, de uno y otro sexo, militantes de Acción Católica y de otras asociaciones apostólicas, cuyo número definitivo todavía no es posible precisar. El testimonio más elocuente de esta persecución lo dio Manuel de Irujo, ministro del Gobierno republicano, que en una reunión del mismo celebrada en Valencia -entonces capital de la República-, a principios de 1937, presentó el siguiente Memorándum: «La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aún han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales. e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos. f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerde». A los sacerdotes, religiosos y seglares que entregaron su vida por Dios el pueblo comenzó a llamarles mártires porque no tuvieron ninguna implicación política ni hicieron la guerra contra nadie. Por ello, no se les puede considerar caídos en acciones bélicas, ni víctimas de la represión ideológica, que se dio en las dos zonas, sino mártires de la fe. Sí, hoy los veneramos en los altares como mártires de la fe cristiana, porque la Iglesia ha reconocido oficialmente que entregaron sus vidas por Dios durante la persecución religiosa de 1936. * * * El papa Juan Pablo II decía en la homilía de la misa de beatificación el 11 de marzo del 2001: «Podemos preguntarnos: ¿Cómo son los hombres y mujeres "transfigurados"? La respuesta es muy hermosa: Son los que siguen a Cristo en su vida y en su muerte, se inspiran en Él y se dejan inundar por la gracia que Él nos da; son aquéllos cuyo alimento es cumplir la voluntad del Padre; los que se dejan llevar por el Espíritu; los que nada anteponen al Reino de Cristo; los que aman a los demás hasta derramar su sangre por ellos; los que están dispuestos a darlo todo sin exigir nada a cambio; los que -en pocas palabras- viven amando y mueren perdonando. »Así vivieron y murieron José Aparicio Sanz y sus doscientos treinta y dos compañeros, asesinados durante la terrible persecución religiosa que azotó España en los años treinta del siglo pasado. Eran hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, padres y madres de familia, jóvenes laicos. Fueron asesinados por ser cristianos, por su fe en Cristo, por ser miembros activos de la Iglesia. Todos ellos, según consta en los procesos canónicos para su declaración como mártires, antes de morir perdonaron de corazón a sus verdugos. (...) »¡Cuántos ejemplos de serenidad y esperanza cristiana! Todos estos nuevos Beatos y muchos otros mártires anónimos pagaron con su sangre el odio a la fe y a la Iglesia desatado con la persecución religiosa y el estallido de la guerra civil, esa gran tragedia vivida en España durante el siglo XX. En aquellos años terribles muchos sacerdotes, religiosos y laicos fueron asesinados sencillamente por ser miembros activos de la Iglesia. Los nuevos beatos que hoy suben a los altares no estuvieron implicados en luchas políticas o ideológicas, ni quisieron entrar en ellas. Bien lo sabéis muchos de vosotros que sois familiares suyos y hoy participáis con gran alegría en esta beatificación. Ellos murieron únicamente por motivos religiosos. Ahora, con esta solemne proclamación de martirio, la Iglesia quiere reconocer en aquellos hombres y mujeres un ejemplo de valentía y constancia en la fe, auxiliados por la gracia de Dios. Son para nosotros modelo de coherencia con la verdad profesada, a la vez que honran al noble pueblo español y a la Iglesia. (...) »¡Que su recuerdo bendito aleje para siempre del suelo español cualquier forma de violencia, odio y resentimiento! Que todos, y especialmente los jóvenes, puedan experimentar la bendición de la paz en libertad: ¡Paz siempre, paz con todos y para todos! »Queridos hermanos, en diversas ocasiones he recordado la necesidad de custodiar la memoria de los mártires. Su testimonio no debe ser olvidado. Ellos son la prueba más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta y manifiesta su belleza aun en medio de atroces padecimientos. Es preciso que las Iglesias particulares hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio». En su meditación mariana de la hora del Ángeles, al final de la misa de beatificación el 11 de marzo del 2001, Juan Pablo II decía entre otras cosas: «Estos nuevos beatos confiaron en ella, la Virgen fiel, en los momentos dramáticos de la persecución. Cuando se les impidió profesar libremente la fe o, después, durante su permanencia en la cárcel, para afrontar el momento supremo, encontraron un apoyo constante en el santo rosario, rezado a solas o en pequeños grupos. ¡Cuán eficaz resulta esta tradicional oración mariana en su sencillez y profundidad! El rosario constituye en todas las épocas una valiosa ayuda para innumerables creyentes». |
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