DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

8 de mayo
BEATA CARMEN DEL NIÑO JESÚS (1834-1899)
Fundadora de las Hermanas
Franciscanas de los Sagrados Corazones

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Nació en Antequera (Málaga) en 1834. Desde niña fue estimada por su bondad y simpatía, su inteligencia y viveza de su carácter, su habilidad para las tareas de la casa. En su vida de piedad destacaban su devoción a la Virgen y a la Eucaristía y su amor a los pobres. A los 22 años, contra el parecer de su padre, contrajo matrimonio con un hombre que la hizo sufrir mucho, hasta que, con su bondad paciente, consiguió que cambiara su estilo de vida. Viuda a los 47 años y sin hijos, buscó servir a Dios en el cuidado y educación de los niños pobres. Abrió en su casa una escuela, y con algunas jóvenes que colaboraban con ella inició lo que a partir de 1884 es el instituto religioso de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones, dedicado primero a la enseñanza y luego también a la atención de ancianos y enfermos y a otras obras sociales. Mucho tuvo que sufrir de propios y extraños, pero la Pasión de Cristo y el amparo de la Virgen del Socorro dieron firmeza a su fe y a su ánimo. Murió en Antequera el 9 de noviembre de 1899.

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BEATA CARMEN DEL NIÑO JESÚS

Nació en Antequera, diócesis de Málaga (España), el 30 de junio de 1834. Sus padres, Salvador González García y Juana Ramos Prieto, buenos cristianos y de elevada posición social, la llevaron a bautizar al día siguiente de su nacimiento a la parroquia de Santa María la Mayor de la ciudad.

Carmencita, la sexta de los nueve hijos que llegaron a adultos, destacó pronto por su simpatía, inteligencia, bondad de corazón, sensibilidad y entrega a las necesidades ajenas, piedad, amor a la Eucaristía y a la santísima Virgen. Fue una niña y joven encantadora, que se distinguió por hacer felices a cuantos la rodeaban; supo poner paz y hacer el bien ante las necesidades ajenas.

Llegó a la juventud con una personalidad tan definida, que suscitaba la admiración de todos los que la conocían. Así entró por los caminos difíciles que la Providencia le fue marcando. Con un profundo deseo de seguir la voluntad de Dios en su vida, la buscó en la oración, la reflexión y la dirección espiritual.

Tuvo que afrontar serias dificultades a la hora de las grandes opciones de la vida: primero, la oposición de sus padres ante un posible matrimonio contrario a las garantías que don Salvador deseaba para su hija; más tarde, ante el propósito de ingresar en las Carmelitas Descalzas, disgusto, contrariedad y nueva oposición de los suyos. Carmen se mantuvo firme, poniendo su fe y su confianza en Dios. Don Salvador veía que Carmen tenía algo especial, que no era como todas; por ello repetía frecuentemente: «Mi hija es una santa».

Al fin, a impulsos del amor que fuertemente latía en su corazón, pero no a ciegas sino convencida de que Dios lo quería y la llamaba a una misión, Carmen, a los 22 años, salta todos los obstáculos y contrae matrimonio con Joaquín Muñoz del Caño, once años mayor que ella, cuya conducta tanto preocupaba, y con razón, a don Salvador.

Aquel matrimonio fue la piedra de toque para descubrir el temple espiritual, la fortaleza y la capacidad de amor de Carmen. Comulgaba diariamente; de la Eucaristía sacaba fuerza, entereza, caridad y sabiduría para penetrar, con la profundidad con que lo hacía, el sentido de la vida espiritual.

Cuidó la vida de matrimonio; siguió visitando y socorriendo a los necesitados y enfermos, en sus casas o en el hospital, y llevándoles, junto con el don material, consuelo y luz para el alma, comprensión para sus sufrimientos y alimento para soportar una vida dura llevada en la escasez de lo imprescindible. Socorros que prestaba personalmente y asociada a la Conferencia de san Vicente de Paúl, a la que perteneció.

Don Joaquín, el esposo, con sus rarezas, sus celos y sus intemperancias, hizo sufrir mucho a Carmen. Ella jamás dejó escapar una crítica, una queja o un comentario de reproche en contra de su marido, ni siquiera cuando entregó sus propios bienes para salvarlo de una penosa situación. Las personas más cercanas a la casa compadecían el sufrimiento de Carmen, pero sobre todo admiraban su virtud.

Después de veinte años de paciente espera, de amor, de oración y de penitencia, vio cumplida su esperanza y compensados sus sacrificios con la conversión de su esposo. Más tarde se le oiría repetir: «Todos mis sufrimientos los doy por bien empleados con tal que se salve un alma».

Cuatro años de "vida nueva" confirmaron la autenticidad de la conversión y preparación de don Joaquín para su salida de este mundo. Con su muerte, terminó la misión de esposa de doña Carmen, pero, hecha para cosas grandes, tenía que iluminar otra faceta de la vida. Ya viuda, sedienta de "Absoluto", se entregó más plenamente a Dios. Animada por el espíritu franciscano, profundizaba cada vez más el sentido de fraternidad universal, de pobreza y de amor a la humanidad de Cristo. La Tercera Orden franciscana seglar, a la que pertenecía, admirada por su virtud, piedad y dedicación a los necesitados, la eligió maestra de novicias.

No tuvo hijos; pero ello no le impidió tener un corazón de madre siempre disponible para los que la necesitaban. Una y otra vez se preguntaba: ¿Puedo hacer algo por ellos? Con realismo, empezó por donde le era posible. Hizo un ensayo de colegio en su casa y prosiguió sus visitas a los pobres y enfermos.

Incansable, tuvo valor para decir otra vez al Señor, como en sus años jóvenes: ¿Qué quieres que haga? Consultó, reflexionó, oró. Ayudada por su director espiritual, el capuchino fray Bernabé de Astorga, el 8 de mayo de 1884 fundó el instituto religioso de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones.

Atrás quedaba como estela luminosa la ejemplaridad de su vida seglar como joven, esposa y viuda. Con un gran peso de madurez y de virtud probada, afrontó como fundadora los inicios de una obra en la Iglesia. La madre Carmen fue siempre un modelo de religiosa.

La Congregación, dentro de la familia franciscana, tiene unas notas peculiares y una espiritualidad propia, basada en el misterio del amor del Corazón de Cristo y en la fidelidad al Corazón de María. De estas fuentes sacaba la madre Carmen inspiración para acercarse a quienes la necesitaban, y para impulsar y orientar la fuerza apostólica de la Congregación hacia la educación de la infancia y la juventud, el cuidado y la asistencia de los enfermos, ancianos y necesitados, con un estilo que recuerda el de san Francisco de Asís: «Sin apagar el espíritu».

La madre Carmen vio aumentar la Congregación en número de hermanas y de casas, que se extendían por la geografía española en Andalucía, Castilla y Cataluña. Como obra de Dios, tenía que ser probada y lo fue en la persona de su fundadora. Dificultades, humillaciones e incomprensiones, tanto más dolorosas cuanto de procedencia más cercana, recayeron sobre la madre Carmen sin arredrarla. Quien la conoció a fondo, pudo decir: «Esta mujer tiene más fe que Abraham».

Cada golpe de la tribulación la fue introduciendo en el misterio de Cristo muerto y resucitado por la salvación del mundo. Por eso, decía a las hermanas: «La vida del Calvario es la más segura y provechosa para el alma». Con esta actitud serena de abandono en las manos de Dios se ocupaba de los asuntos de la Congregación. Llegó a abrir hasta once casas; su interés por todas y cada una de las hermanas fue constante.

Si toda su vida estuvo orientada a Dios, en la recta final aceleró el paso; hablaba mucho del cielo. Así, desprendida de todo, mirando la imagen de la Virgen del Socorro, murió en el convento de Nuestra Señora de la Victoria, en Antequera, primera casa de la Congregación, el 9 de noviembre de 1899.

Superó con una altura espiritual extraordinaria todas las situaciones que la vida puede presentar a una mujer: niña y joven piadosa, alegre y caritativa; esposa entregada a Dios y fiel a su marido, sin escatimar esfuerzos en los largos años de su difícil matrimonio; viuda magnánima y de profunda espiritualidad; y religiosa ejemplar consagrada al Señor.

Todas las etapas de su vida parecen tener un denominador común: profunda raíz en el amor de Dios, y firme voluntad de crear comunión en cuantos la rodeaban. Su congregación de Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones traduce la fraternidad franciscana en sencilla y abnegada vida de familia, confiada siempre en la providencia del Padre y atenta al Espíritu que la mantiene en verdadera unión.

[L´Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, del 11-V-07]

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HOMILÍA DEL CARD. SARAIVA MARTINS
EN LA MISA BEATIFICACIÓN (Antequera, 6-V-07)

Encarnó el espíritu franciscano amando a Dios
y a todas las personas con el amor de Jesucristo

El 6 de mayo del año 2007, tuvo lugar en el recinto ferial de Antequera (Málaga, España) la solemne ceremonia de beatificación de la madre Carmen del Niño Jesús, en el siglo María del Carmen González Ramos, fundadora de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones. Presidió la santa misa, como representante del Santo Padre Benedicto XVI, el cardenal José Saraiva Martins, c.m.f., prefecto de la Congregación para las causas de los santos.

Con él concelebraron el cardenal Carlos Amigo Vallejo, o.f.m., arzobispo de Sevilla; mons. Manuel Monteiro de Castro, nuncio apostólico en España; numerosos obispos y sacerdotes, varios superiores generales y provinciales. Asistieron doscientas treinta religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones, encabezadas por la superiora general, madre María Sagrario del Campo Herrero, y más de diez mil peregrinos.

El cardenal Saraiva dio lectura a la carta apostólica con la que el Papa Benedicto XVI proclama beata a la madre Carmen del Niño Jesús, estableciendo que su fiesta litúrgica se celebre el 8 de mayo, aniversario de la fundación de su Instituto.

Excelentísimos señores obispos y hermanos en el sacerdocio, religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones, distinguidas autoridades, hermanas y hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Por encargo y delegación del Papa Benedicto XVI, he tenido la dicha de hacer público el documento mediante el cual el Santo Padre declara beata a la madre Carmen del Niño Jesús González Ramos, y nos encontramos reunidos en esta celebración eucarística para dar gracias a Dios y compartir la alegría por la beatificación.

[...]

3. Los textos sagrados (Hch 14,21-26; Ap 21,1-5; Jn 13,31-35) nos han mostrado cómo el amor a Dios y al prójimo debe ser el norte de nuestra vida. Esa enseñanza hay que aplicarla a las circunstancias en las que nos desenvolvemos habitualmente, porque ese y no otro es -no podemos dudarlo- el ámbito concreto en el que hemos de ponerla por obra.

Al hacerlo, hemos de tener presente el modelo hecho vida en la nueva beata, madre Carmen del Niño Jesús, pues ella, en los distintos momentos de su existencia en la tierra, amó a Dios y a todas las personas con el amor de Jesucristo.

Desde los años de su infancia y juventud la beata Carmen practica una intensa vida de piedad. La fuente inagotable donde aprende a vivir el mandamiento nuevo es la Eucaristía. Se acerca a diario para recibir la sagrada Comunión, cosa no frecuente en la época. Ahí radica su fuerza. «El corazón eucarístico de Jesús, preso de amor en el Sagrario» -como se expresa el beato obispo Manuel González- le enseña la verdadera entrega. Por eso ella puede afirmar: «Los sufrimientos de esta vida me parecen nada, comparados con la dicha de poder recibir diariamente a Jesús sacramentado».

Amor a Dios y amor al prójimo son el ámbito de su vida real. «Nadie toma tan en serio la vida real como el santo» (Romano Guardini, El Señor, VI, IX).

Y al crecer en ella el amor a Jesús y su imitación en las diversas circunstancias de la vida, entendió la misión a que Dios la enviaba: acercar a Jesús las almas que Él puso en su camino, contar las maravillas del Señor «que tanto nos quiere», enseñar a descubrirlo y amarlo. Y, al mismo tiempo, enjugar las lágrimas de los pobres y enfermos llevándoles ayuda y consuelo; atendiendo a la educación de niños y jóvenes, al cuidado de enfermos y ancianos, a las jóvenes obreras, a los pequeños necesitados de cuidados.

Junto a la Eucaristía, los misterios de Belén y el Calvario iluminan el camino espiritual de la nueva beata y marcan su entrega a Dios y a los hermanos.

La contemplación de la pobreza y humildad del divino Nacimiento la enseña a hacerse pequeña, a no buscar grandezas materiales, a acoger con amor a los niños, sobre todo a los niños pobres, y hacerles todo el bien que puede. «Mirad en los niños la presencia de Jesús infante», dice a sus hermanas.

La pasión del Señor, su muerte redentora, es también fuerza muy viva en la madre Carmen del Niño Jesús. La entrega suprema por amor le da fuerza para superar los largos y difíciles años de su matrimonio, y también los sufrimientos que hubo de soportar como fundadora. Cuando ella afirma que «la vida del Calvario es la más segura y provechosa para el alma», ha experimentado cómo el amor a Jesucristo, que sufre y muere para salvarnos, da sentido al silencio y la paciencia en las acusaciones y calumnias, al perdón generoso, al don de sí, a la docilidad constante a la voluntad de Dios.

4. El Señor eligió a la madre Carmen como instrumento para que fuese reflejo de la morada de Dios con los hombres, para enjugar lágrimas, disminuir el llanto, consolar en el dolor. Por el espíritu franciscano la dispuso a ser portadora de Paz y Bien; por la devoción al Corazón de Jesús manso y humilde, la impulsó a «manifestar a todos el amor que Dios nos tiene» (cf. Constituciones 5); en el Corazón inmaculado de María le enseñó «la actitud ante Dios y ante la vida» (Ib. 6). Y le inspiró la fundación de un instituto religioso para que su misión continuara en la Iglesia y en el mundo más allá de sus años terrenos.

Esta Obra, la congregación de Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones, cumple el próximo día 8, pasado mañana, 123 años de existencia. Nació en mayo, el «mes de María», la más perfecta discípula de Jesús, la que mejor nos enseña «a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y a ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento» (Benedicto XVI, Deus Caritas est, 42). También en mayo, esta tierra venera con fervor a Cristo crucificado bajo la advocación de «Señor de la Salud y de las Aguas».

Hace 123 años que esta ciudad de Antequera recibe la bendición que Dios envía a través de la madre Carmen y oye contar las obras que el Señor hace por medio de la Congregación en diversas regiones de España y en diversos países de América: República Dominicana, Nicaragua, Puerto Rico, Uruguay y Venezuela.

Es cierto que «la vida de los santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos» (Ib.).

La madre Carmen repetía: «Bendito sea Dios, que tanto nos quiere», en el dolor y en el gozo. Y su alma no quería guardar ese tesoro para ella sola. Por eso exclamaba: «Cuando miro al cielo, se acrecientan mis deseos de ir por esos mundos a enseñar a las almas a conocer y amar a Dios».

Hoy, quienes han recibido el influjo del anhelo de la madre Carmen, se alegran al poder celebrar las obras grandes que Dios ha hecho por medio de ella. Se alegran al experimentar que «nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo; nada más bello que conocerle y comunicar a otros la amistad con él» (Benedicto XVI en la Misa de inicio del Pontificado (Sacramentum caritatis 84).

Porque la madre Carmen tomó en serio el amor de Dios y la misión a que Él la enviaba, porque obedeció el mandato «Amaos unos a otros como yo os he amado», el Señor ha querido mostrar que es «de los suyos», y ha concedido muchas gracias por su intercesión, entre ellas la curación milagrosa de una Hermana. Por ello, nuestra santa madre Iglesia nos la presenta como modelo y nos ofrece hoy el gozo de esta solemne ceremonia eucarística de beatificación.

Que su santidad sea ejemplo para nuestra vida.

[L´Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, del 11-V-07]

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MARÍA DEL CARMEN GONZÁLEZ RAMOS nace en Antequera, Málaga, el día 30 de junio de 1834, en el seno de una familia cristiana. Recibe el Bautismo al día siguiente de su nacimiento.

Desde niña, Carmen es querida por su bondad y simpatía, su corazón generoso y su actitud conciliadora, la inteligencia y viveza de su carácter, su disposición y habilidad para las tareas de la casa. El ambiente familiar ayuda a cultivar la sensibilidad espiritual de la pequeña, que destaca por su intensa piedad manifestada de modo especial en el amor a la Santísima Virgen y a la Eucaristía. Es grande su amor a los pobres, a quienes visita y socorre.

A los 22 años, segura de que hace la voluntad de Dios, contrae matrimonio con Joaquín Muñoz del Caño. Comienza una etapa larga y difícil en la que Carmen da pruebas de magnanimidad y fortaleza sostenida por una fe intensa y una caridad heroica. La constante solicitud de esposa fiel y paciente, la oración y penitencia durante veinte años, se ven recompensadas cuando al fin Joaquín pide perdón por sus extravíos y enmienda su vida.

Carmen queda viuda, sin hijos, a los 47 años. La grandeza de su espíritu, el amor a los necesitados, el impulso apostólico de su alma, la llevan a buscar la voluntad divina sobre su vida y el modo de «enseñar a las almas a conocer y amar a Dios».

Los niños pobres de medios, de cultura, de fe, llaman con fuerza a su corazón que ve en ellos la presencia de Jesús Niño.

Con la orientación del Padre Bernabé de Astorga, Capuchino, abre en su casa una pequeña escuela. Se le unen algunas jóvenes que comparten su inquietud y se pone la semilla de lo que será una Congregación Religiosa.

Al fin, el 8 de mayo de 1884, Carmen González Ramos y sus primeras compañeras, llegan al Convento de Nuestra Señora de la Victoria de Antequera. Es el primer paso de las Hermanas Terciarias Franciscanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

La vida de Madre Carmen al frente de la Congregación pasa por grandes pruebas y dificultades, calumnias, oposición dentro y fuera del Instituto. También ahora el amor, la humildad, la fortaleza, la caridad y el perdón marcan su sentir y su actuar. Los misterios de Belén, el Calvario y la Eucaristía son la fuente viva donde su espíritu recibe aliento y claridad.

Abre once Casas, no sólo para enseñanza sino también para atención a enfermos, guardería, escuela nocturna de jóvenes obreras. En todas es posible enseñar a las almas el amor que Dios les tiene.

A los 65 años de edad, el día 9 de noviembre de 1899, fallece Madre Carmen del Niño Jesús en Antequera, la ciudad que la vio nacer y la contempló en los diversos estados de su vida. La ciudad que espera ilusionada el día 6 de mayo de 2007 para asistir, con traje de fe y de fiesta a la Solemne Ceremonia de su Beatificación.

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BEATA CARMEN DEL NIÑO JESÚS

María del Carmen González Ramos vio la luz en la ciudad de Antequera en 1834 en el seno de una familia cristiana de buena posición. A los 22 años, tras vencer la oposición de su padre, contrae matrimonio con Joaquín Muñoz del Caño, del que estaba perdidamente enamorada, cosa poco habitual en la época y entorno en el que le tocó vivir.

Pero ese matrimonio, como ya barruntaba su progenitor, fue un verdadero calvario para la joven, debido a la condición de jugador de su marido, que le llevo a perder la fortuna familiar.

Esa fe y ese amor a Dios fue lo que dio fuerzas para amar y perdonar a su marido una y otra vez, tomando esta relación como una manera de fortalecer su espíritu. Llegó, incluso, a perder su propia herencia para subsanar las deudas de juego de él. Pero su amor desinteresado no se detenía en su cónyuge: al mismo tiempo que lograba conservar su matrimonio, Carmen se volcaba en atender a los más desfavorecidos de la sociedad.

En una época en la que las diferencias de clase daban lugar a terribles desigualdades, la futura beata no sólo entrega lo que tiene, sino que incluso se entrega a sí misma con renuncia evangélica. A los 47 años, tras mas de 24 de matrimonio, Carmen enviuda no sin tener la íntima satisfacción de ver cómo su marido, en los dos últimos años de vida, colabora con ella en las numerosas obras asistenciales y le acompaña en su vida de piedad. Una vez viuda, Carmen sigue preguntando a Dios por su voluntad y la respuesta parece encontrarla dedicando su vida por completo a Él y a los que son su reflejo. Es en este punto cuando la vida de Carmen, mujer fuerte que ha sabido superar todo tipo de dificultades en su vida, da un giro radical y comienza una obra que está llamada a perdurar.

Carisma franciscano

Para narrar la vida consagrada de la fundadora de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones, contamos con la colaboración de la madre Celia Lorenzo, Vicaria General de la Congregación y Madre Superiora de la Casa Madre en Antequera.

-- ¿Cómo surge en la Madre Carmen la idea de profesar en religión?

-- Al quedarse viuda ingresa en la Tercera Orden Franciscana Seglar, a la cual queda ligada por un compromiso, si bien en esta Orden no se toman votos ni se profesa. Es entonces cuando, ayudada por tres jóvenes, abre su casa para dar clase a niñas desfavorecidas. Al verse desbordadas en todas sus expectativas, deciden trasladarse a una residencia más amplia. Alentada por su confesor, el capuchino Bernabé de Astorga, se anima a fundar la Congregación de Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones, con el carisma franciscano de asistencia a los pobres y, tras pedir la autorización en el Obispado, éste les cede la iglesia de la Victoria de Antequera, que estaba abandonada tras la desamortización de Mendizábal. Al lado de esta Iglesia hay un convento donde se instalan. Madre Carmen, a la par que sus jóvenes compañeras, ingresa como postulante, pasando por el noviciado y profesando, finalmente, a los 53 años de edad.

Fundaciones

-- ¿Cómo se empezó a extender la Congregación?

-- El Instituto religioso va creciendo en la Casa Madre gracias a la profesión de jóvenes llegadas desde toda España enviadas por los Capuchinos. Muy pronto, en el 1886, se abre casa en Nava del Rey (Valladolid) donde a petición del Ayuntamiento se hacen cargo del Hospital de San Miguel y de una escuela de párvulos, durante el día; y de adultas, en horario vespertino. Al año siguiente llegan a Cataluña en plena ebullición industrial con la subsiguiente aparición de la clase obrera. Allí se realiza una gran obra, abriéndose casas para enseñar a hijos de labradores (Tiana), de obreros (Mataró), a adultos e incluso para atender médicamente a los hijos de obreros que padecen enfermedades (Barcelona). Un total de cinco comunidades quedaron establecidas allí en vida de la Madre Carmen. Simultáneamente la orden se extiende por Andalucía fundándose casas en Osuna y Marchena.

-- Viendo la actividad desarrollada por la Madre Fundadora a una edad ya considerable para la época, ¿debemos deducir que era una mujer de carácter?

-- Los que la conocieron decían que era una muchacha dulce que poco a poco fue sacando su fortaleza, pero sin dejar de lado su humildad y buen carácter. Prueba de que era una mujer de voluntad férrea y que tenía las cosas muy claras, es que a lo largo de sus años de profesión no dejó de viajar a las distintas casas por ella inauguradas, incluso estando enferma.

-- ¿Qué huella dejó la Madre Carmen en su ciudad natal?

-- La opinión de todos los que la conocieron no ponía en duda su condición de santa. A propósito de este punto, he de decir que tenemos multitud de visitas al lugar donde está enterrada, de personas que, conociendo de su santidad, se acercan a pedir su intercesión.

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BEATA CARMEN DEL NIÑO JESÚS

María del Carmen, en su Antequera natal, se dejó inundar por el Espíritu que recibió en el bautismo y encontró siempre en Él una fuente inagotable de fe y de amor para imitar en todas las situaciones de su vida a Jesús de Nazaret, superar las dificultades y revestirse de los sentimientos de Cristo. Su grandeza no consiste en que haya realizado grandes inventos o haya deleitado con sus creaciones artísticas, sino en que pasó por el mundo haciendo el bien y curando las heridas de sus hermanos.

Tuvo la fortuna de dejarse acompañar espiritualmente por el padre Bernabé, un Capuchino que supo inculcarle tres aspectos básicos de la espiritualidad franciscana: la capacidad de esperar en el Señor "sin apagar el espíritu", la devoción a la humanidad de Jesucristo tan característica de los hijos de San Francisco de Asís y la búsqueda de Dios entre los pobres.

Su niñez, su adolescencia y su primera juventud, transcurridas en el seno de una familia acomodada y cristiana, le ayudaron a forjar su recia espiritualidad, que llevó a su padre a confesar: «Mi hija es una santa». Y como tal "santa", una mujer libre, pues lejos de aceptar el matrimonio que le habían preparado, se casó por amor con un hombre once años mayor que ella, que no era del agrado de los suyos y le hizo sufrir mucho. Pero los caminos de Dios son desconcertantes y, precisamente en el sufrimiento, se desarrollaron en grado heroico su fortaleza, su confianza en Dios, su entrega total, su paciencia y su bondad, las mismas virtudes que, ya viuda, seguirá desarrollando en el servicio humilde a los pobres. Este testimonio ganó el corazón de su marido, que, en los últimos años de su vida, se convirtió y supo agradecer a Dios y a su esposa tanto amor. Siguiendo la recomendación de San Pedro, le convenció «no por las palabras, sino por la conducta».

Cuando quedó viuda, impulsada y sostenida por la fuerza del Espíritu, centró su mirada en la humanidad de Jesucristo, que «pasó por el mundo haciendo el bien», y se propuso seguir sus huellas. Primero, como miembro de la Tercera Orden Franciscana; y más tarde, fundando el Instituto religioso de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones, para la educación de la infancia y juventud, y para atender a los ancianos y enfermos más necesitados, como enseña el Evangelio. De ahí el nombre de Franciscanas de los Sagrados Corazones. ¡Siempre, tras los pasos firmes de San Francisco de Asís: la humanidad del Señor, simbolizada en los corazones de Jesús y María, y la vida pobre!

También aprendió de él a bucear en la existencia de Jesús como modelo de vida para sus seguidores. Descubrió que Jesús de Nazaret fue el «hombre para los demás», cuya existencia reflejó en cada detalle y cada instante que «Dios es amor». Precisamente por ello, porque un cristiano se distingue por el amor y el amor procede de Dios a través de su Hijo, fue muy devota de la Eucaristía y comulgaba a diario, pues como escribió Juan Pablo II y ha recordado Benedicto XVI, «participando en el sacrificio de la Cruz, el cristiano comulga con el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida" (SC, 82). Y como vemos, también en su caso, tras una vida de entrega abnegada a los demás, hay una vida centrada en Dios por el sacramento de la Eucaristía.

+ D. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga

CARISMA DE LA MADRE CARMEN Y DE LAS
FRANCISCANAS DE LOS SAGRADOS CORAZONES

Decreto de aprobación de la Santa Sede de 1982:

La Congregación de Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones está llamada a vivir en la Iglesia su Carisma Franciscano, que mira a Cristo y a María en la grandeza de sus Corazones y anhela enseñar a los hombres a conocer y amar a Dios.

Su servicio apostólico lo realizan en la evangelización, por medio de la enseñanza y asistencia a enfermos en centros sanitarios, con preferencia a los más necesitados.

Las Hermanas en unión de los Sagrados Corazones, ofrezcan los suyos al Padre, vivan con sencillez y alegría la unión con Dios y entre sí, cultivando, como rasgo característico de su espiritualidad, un íntimo amor a Jesucristo, buscando, en su acción apostólica, acercar a Él a todos los hombres.

Constituciones Generales:

Nuestro carisma es franciscano. Mira a Cristo y a María en la grandeza de sus Corazones y anhela enseñar a los hombres a conocer y amar a Dios. Está hecho de interioridad y silencio. Traduce la fraternidad franciscana en sencilla y abnegada vida de familia, confiada siempre en la Providencia del Padre y atenta al Espíritu, que la mantiene en verdadera unión.

La espiritualidad franciscana busca, ante todas las cosas, la unión con Dios en el amor y de esta unión saca toda su actividad. Se funda en la pobreza, entendida como humildad y desprendimiento de todo para dejar vivir y obrar a Dios.

Francisco es singular entre los demás santos por su amor a Dios y a las criaturas. Su forma concreta de amor: al Hijo de Dios en su anonadamiento: Belén, Calvario, Eucaristía.

Nosotras queremos continuar su espíritu en la Iglesia, cultivamos, como rasgo característico de nuestra espiritualidad, un intenso amor a la humanidad de Cristo.

La devoción al Corazón de Jesús, manantial de unidad, de salud y de paz, nos lleva al amor a la Cruz y a la Eucaristía y nos dispone a manifestar más claramente a los hombres el amor que Dios les tiene.

En el Corazón de María aprendemos la actitud ante Dios y ante la vida, su respuesta confiada y cierta, su caridad, que es amor y entrega, su disponibilidad, su sencillez.

Participamos en la misión salvífica de la Iglesia por nuestra consagración, por el testimonio de nuestra vida, por las Obras a que la Iglesia nos envía: educación cristiana de la infancia y juventud, con preferencia a los más necesitados, cuidado y asistencia a enfermos y necesitados en hospitales y centros asistenciales, misiones.

Realizamos nuestra santificación y misión en vida fraterna. La Comunidad se edifica, y cobra su plena expresión de familia reunida en nombre del Señor, alrededor de la Mesa del altar, donde a diario nos congrega un mismo amor.

Madre Carmen entendía el espíritu de familia como una disposición general de caridad que, difundida entre todos los miembros de la Congregación, les hace amar su vida común, sus mutuas relaciones, todas las Obras del Instituto como un espíritu de sencillez, abnegación concordia y sacrificio.

http://www.madrecarmen.org/

http://www.camineo.info/index.php

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