DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

19 de enero
SANTA EUSTOQUIA CALAFATO
(1434-1485)

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Santa Eustoquia, nacida en Mesina (Sicilia), recibió de su madre la formación cristiana y una profunda devoción al franciscanismo renovador capitaneado por San Bernardino de Siena. Su padre quiso casarla, pero la providencia la condujo por otros caminos y, superadas muchas dificultades, ingresó a los 15 años en las Clarisas entre las que pronto destacó por sus virtudes. Deseosa de una vida más ajustada a la Regla de Santa Clara, fundó el monasterio de Montevergine, en el que pronto floreció el espíritu genuino de San Francisco y Santa Clara, y en el que se multiplicaron las vocaciones, a las que ella, siendo abadesa, dirigió y formó con su palabra y su ejemplo.

Santa Eustoquia nació en Mesina el 25 de marzo de 1434. En el bautismo se le impuso el nombre de Esmeralda. Fue educada por su madre en la fe y en el conocimiento del franciscanismo. A los 11 años, su padre la prometió a un viudo de la misma posición social y económica, pero el matrimonio fracasó por la repentina muerte del prometido esposo, el año 1446. Las nuevas propuestas de matrimonio realizadas por los familiares, ella las rechazó firmemente. En su corazón había decidido consagrarse a Dios en la vida religiosa. Su padre se opuso tenazmente y sólo tras la muerte improvisa del padre en Cerdeña, el año 1448, pudo realizar su deseo.

Esmeralda entró en el monasterio de las Clarisas de Santa María de Basicó en Mesina a finales de 1449. Cuando vistió el hábito, tomó el nombre de Eustoquia. Durante el noviciado se distinguió por su piedad, oración, meditación y práctica de las virtudes. Deseosa de vivir un modelo de perfección más comprometida, tras la autorización de los superiores eclesiásticos, Eustoquia fundó un nuevo monasterio, en los locales de un viejo hospital: le siguió su hermana Margarita y una sobrina; pronto se añadieron otras candidatas. En 1464, ante las dificultades que surgieron, se vieron obligadas a trasladarse a una casa de una congregación de terciarias franciscanas, situada en el barrio de Montevergine (Mesina), casa transformada después en monasterio. Vinieron nuevas candidatas, entre las que se hallaba la madre de Santa Eustoquia. En 1464 fue elegida por primera vez abadesa y se alternó en esta función con Jacoba Pollicino hasta su muerte, acaecida el 20 de enero de 1485.

De San Francisco y Santa Clara adquirió la espiritualidad cristocéntrica, que ella expresó con un amor especial a la Eucaristía, a la Pasión y a la Santísima Virgen. Eustoquia Esmeralda Calafato tiene un mensaje válido y actual para la Iglesia universal: para los jóvenes, a los cuales enseña que las opciones de la vida se deben realizar a la luz de la fe, sin transacciones con los contenidos del Evangelio; para los religiosos, porque supo realizar una profunda actualización de la vida claustral, viviendo en su plenitud la Palabra del Señor y volviendo al espíritu genuino de San Francisco y Santa Clara; además, nos enseña que viviendo en la clausura se puede y se debe estar plenamente insertos en el contexto social y eclesial contemplando, orando, haciendo penitencia para implorar la bendición de Dios sobre los hermanos: era una auténtica misionera dentro de la clausura. El año 1777 el Senado de Mesina le agradeció oficialmente la tangible protección demostrada en favor de la ciudad.

Durante su visita pastoral a Mesina, la tarde del sábado 11 de junio, al comienzo de la Misa celebrada en el pabellón de Exposiciones, el Romano Pontífice Juan Pablo II proclamó Santa a la Beata Eustoquia Esmeralda Calafato.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 19-VI-88]

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Santa Eustoquia Calafato (1434-1485)
Monja de la Orden de Santa Clara

Eustoquia Calafato (de seglar, Esmeralda) nació en Mesina il 25 de marzo de 1434, siendo la sexta de los seis hijos de Bernardo Cofino alias Calafato y Mascalda Romano, nobles y acomodados. El padre tenía una embarcación con la que ejercía el comercio por cuenta ajena, según los usos de aquel tiempo y de Mesina en particular.

La pequeña Esmeralda pasó los primeros años de su infancia sin sobresaltos ni acontecimientos notables, en su casa paterna, confiada a los cuidados de la madre, ferviente cristiana y admiradora entusiasta del Franciscanismo en su reforma peculiar de la Observancia que precisamente entonces se iba afianzando en la Orden de los Frailes Menores. El principal animador y exponente de aquel movimiento en Italia fue San Bernardino de Siena ( 1444), junto al cual, y siguiendo su ejemplo, floreció todo un conjunto de espíritus selectos, insignes por su santidad, doctrina y actividad social, entre los que destacan el Beato Alberto de Sarteano ( 1450), San Juan de Capistrano ( 1456) y San Jaime de la Marca ( 1476). El nuevo espíritu de reforma, que se proponía la estricta observancia de la Regla de San Francisco especialmente en materia de pobreza, invadió también la II Orden franciscana, es decir, la de las Clarisas, en cuyo seno muchos monasterios antiguos eran reconducidos a una observancia más estricta y a una vida religiosa más ajustada a la Regla, mientras se fundaban otros nuevos que adoptaban la Regla propia de Santa Clara y se ponían bajo la guía de los Hermanos Menores de la Observancia.

En Sicilia apareció el movimiento observante en 1421, pero oficialmente puede datarse desde 1425, cuando el Beato Mateo de Agrigento, que fue su eficaz organizador, obtuvo del papa Martín V la facultad de fundar tres nuevos conventos para los frailes que deseaban vivir según el espíritu de la nueva reforma. El primero de estos conventos se abrió precisamente en Mesina, donde el Beato Mateo, predicador afamado y admirado, había suscitado entre el pueblo con su palabra ardiente un gran entusiasmo y una viva participación en la reforma espiritual que él propugnaba.

A los sermones de aquel fervoroso franciscano asistió también Mascalda Romano, entonces joven esposa de dieciocho años, y, conquistada por las palabras del predicador, se inscribió en las filas de la Tercera Orden Franciscana, consagrándose a una vida de oración intensa y de ásperas penitencias, y dedicando parte de su tiempo y de sus haberes al prójimo necesitado. Mascalda infundió sus sentimientos y aspiraciones a la pequeña Esmeralda, iniciándola desde niña en la piedad y en el ejercicio de las virtudes cristianas, obteniendo de ello frutos que superaron las más halagüeñas y nobles expectativas de la virtuosa madre.

La muchacha, en efecto, no sólo atesoró las enseñanzas maternas esforzándose, según su capacidad, en imitar los ejemplos de su progenitora y en orientar su vida religiosa según el espíritu franciscano, sino que, aspirando a metas más altas, se consagró a Dios entre las Clarisas y más tarde fundó un nuevo monasterio para poder seguir más intensa y profundamente su ideal de perfección cristiana.

Pero antes de iniciar y dar cumplimiento a sus aspiraciones, la pequeña Esmeralda tuvo que sufrir la prueba de un triste pero providencial acontecimiento, el único de un cierto relieve acaecido en su infancia. En diciembre de 1444, en efecto, cuando Esmeralda apenas tenía once años, su padre, sin pedirle siquiera su parecer y según las costumbres de aquel tiempo, la prometió en matrimonio a un viudo maduro de su misma condición social y económica; pero el convenido matrimonio se esfumó por la muerte imprevista y repentina del prometido esposo en julio de 1446.

Aunque no fuera plenamente consciente de lo que había sucedido, el acontecimiento tuvo que provocar en la pequeña Esmeralda un tremendo y comprensible trauma; pero la divina Providencia, que tenía unos designios muy otros sobre ella, se sirvió de lo ocurrido para atraer hacia los bienes celestiales su corazón, por lo demás ya bien dispuesto para las decisiones más intrépidas y sublimes. Y así la muerte de su prometido impulsó suave pero fuertemente a Esmeralda a considerar en su verdadera realidad y a la luz de lo sobrenatural la vanidad de las cosas terrenas y de los placeres mundanos, por lo que, no obstante las reiteradas presiones de los familiares y las óptimas ocasiones que se presentaban para un nuevo noviazgo, permaneció firme en su decisión de renunciar a tales ofertas, decidiendo a la vez consagrarse a Dios en la vida religiosa, decisión madurada a la edad de catorce años aproximadamente.

Los familiares, sin embargo, y especialmente el padre, no estaban dispuestos en absoluto a secundar las aspiraciones de aquella jovencita, por lo que se originó un inevitable conflicto familiar, que la empujó a ella incluso a intentar una fuga inútil de la casa paterna, pero que se resolvió finalmente a su favor cuando, hacia la mitad de 1448, durante uno de sus acostumbrados viajes comerciales, el padre falleció de repente en Cerdeña.

La espera se prolongó todavía un año, ya que sólo a finales de 1449 pudo Esmeralda saciar su ardiente sed entrando en el monasterio de las Clarisas de Santa María de Basicó en Mesina, donde le fue impuesto el nombre de Sor Eustoquia. Tenía cosa de unos 15 años y medio.

Desde el noviciado la joven hermana se distinguió por su piedad y virtudes sobresalientes. Era, en efecto, increíble el empeño, ímpetu y entusiasmo con que sor Eustoquia se aplicó a vivir su vocación dedicándose a la oración, a la meditación asidua de la Pasión de Cristo, a la mortificación, al servicio de las enfermas; sus progresos en la vida de perfección fueron tan conspicuos y evidentes, que le atrajeron la admiración, estima y veneración de las hermanas.

No contenta, empero, con atender a su perfección personal, sor Eustoquia deseaba ardientemente que todo el monasterio resplandeciese por la observancia ejemplar de la Regla. Por desgracia, en aquellos años precisamente, la abadesa, sor Flos Milloso, con una acción progresiva y tenaz y con fines no del todo laudables, había sustraído al monasterio de la dirección espiritual de los franciscanos Observantes, y, aunque no desatendiera las necesidades espirituales de las monjas, estaba demasiado inmiscuida e inmersa en asuntos terrenos y temporales. Todo eso había creado un cierto malestar y contrariedad profunda en las hermanas más sensibles y fervorosas, entre las que destacaba sor Eustoquia, y como no sirvieron de nada los esfuerzos e intentos de reconducir a una disciplina más severa la vida regular del monasterio, nuestra Santa y algunas otras hermanas decidieron buscar en otra parte lo que faltaba en Basicó; así maduró en ellas el propósito de fundar un nuevo monasterio según el genuino espíritu de la pobreza franciscana y bajo la dirección espiritual de los Hermanos Menores de la Observancia.

Obtenida la necesaria autorización pontificia, con los medios que le proporcionaron su madre y su hermana y la eficaz colaboración del noble de Mesina Bartolomé Ansalone, apoyada moralmente por una monja del monasterio de Basicó, sor Jacoba Pollicino, la única que la siguió en la difícil empresa y que permaneció fielmente junto a ella hasta la muerte, superando inmensos obstáculos, soportando violentas adversidades y contradicciones internas y externas, en 1460 sor Eustoquia se trasladó a los locales de un viejo hospital adaptados para monasterio. Allí la siguieron su hermana carnal Mita (Margarita) y una joven sobrina.

Muy pronto se unieron otras mujeres al pequeño grupo. Pero se les fueron acumulando dificultades materiales y morales, por lo que las monjas tuvieron que dejar el viejo hospital a la vez que encontraron generosa hospitalidad en la casa de una congregación de la Tercera Orden Franciscana, situada en el barrio Montevergine de Mesina, adonde se trasladaron a comienzos de 1464.

Con la ayuda de bienhechores, la nueva residencia pudo ser convenientemente ampliada y adaptada para monasterio. Y así tuvo su origen el monasterio de Montevergine, en el que muy pronto una multitud de almas nobles y generosas, entre ellas la madre misma de Eustoquia, solicitaron el ingreso para compartir allí la vida pobre y evangélica.

Convertida en madre espiritual de sus hijas, Eustoquia las instruyó, educó y formó en la vida franciscana, estimulándolas a la meditación de la Pasión de Cristo, comunicándoles los frutos de sus propias experiencias ascéticas, infundiendo en sus corazones el amor a las virtudes que ella misma practicaba con admirable constancia y heroísmo, empapando sus vidas en la espiritualidad simple y generosa del franciscanismo, espiritualidad que descansaba en el cristocentrismo, es decir en Cristo amante y sufriente, y en la devoción a la Eucaristía, sacando de una vida litúrgica intensa y sentida el alimento para las meditaciones diarias.

Sor Eustoquia murió en el monasterio de Montevergine (Mesina) el 20 de enero de 1485, dejando una ferviente y acreditada comunidad religiosa de cerca de 50 monjas, el perfume de sus virtudes y la fama de su santidad.

Días después de la sepultura se manifestaron en su sepulcro y en su cuerpo fenómenos extraordinarios que dieron origen a una popular y vasta devoción hacia ella. Impulsadas por aquellos acontecimientos y ante los ruegos de personalidades eclesiásticas y civiles, las monjas de Montevergine escribieron una biografía de su venerada madre y fundadora, mientras la fiel compañera de Eustoquia, sor Jacoba Pollicino, en dos cartas dirigidas a sor Cecilia Coppoli, abadesa del monasterio de Santa Lucía de Foligno, describía rasgos conmovedores y admirables de la Santa, en los que confirmaba o completaba cuanto de más interesante y virtuoso había notado en ella.

Por su parte, el pueblo de Dios experimentaba de diversos modos y en variadas circunstancias que sor Eustoquia tenía ante el Altísimo un eficaz poder de intercesión. El año 1782, Pío VI aprobó el culto inmemorial que se tributaba a la bendita monja. Y Juan Pablo II la canonizó en Mesina el 11 de junio de 1988.

[De los servicios informáticos de la Santa Sede]

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Santa Eustoquia Calafato

Nace en Annunziata (Mesina, Sicilia) el año 1434 en el seno de una noble familia y recibe el nombre de Esmeralda. La esmerada educación cristiana que recibió la llevó a desear consagrarse a Dios en la vida religiosa y para ello solicitó ingresar en las clarisas de Santa María de Basicó. Pero su padre, el conde Bernardo, tenía el pensamiento de casarla, y por dos veces buscó un esposo para su hija, que firmemente rechazó la boda. Por otro lado sus hermanos amenazaron con quemar el convento si las monjas admitían a su hermana. La muerte del último pretendiente, la de su padre y la venida a razón de sus hermanos allanaron el camino para que por fin el año 1449 pudiera realizar su sueño de ser religiosa, tomando al profesar el nombre de Eustoquia.

En el convento la esperaba una desilusión: no se guardaba la Regla clarisa con la radicalidad que a ella le hubiera gustado, pues el espíritu de relajación propio de su siglo había traspasado los muros del convento. Como ella deseaba vivir de manera radical la Regla, acudió al papa Calixto III, el cual en 1457 la autorizó a fundar un nuevo convento observante, y en efecto se marchó Eustoquia a una nueva casa llamada Santa María Accomodata. Sin embargo, fueron tantas las vocaciones al nuevo modo de vida que hubo de construirse un nuevo monasterio, llamado de Montevergine, y que fue posible gracias a la generosidad de su madre y su hermana, las cuales terminaron por unirse a ella en la vida religiosa. En 1464, en cuanto ella cumplió los treinta años, fue elegida abadesa de la nueva fundación. Tuvo no poco que sufrir por parte de los frailes observantes que no terminaban de aceptar la reforma efectuada por Eustoquia.

Su entera dedicación a la divina contemplación, especialmente de la pasión del Señor, y asimismo sus grandes virtudes, entre ellas su caridad con los pobres y enfermos, le atrajeron gran fama de santidad, acudiendo la gente al monasterio para encomendarse a sus oraciones y pedirle fuera su protectora ante Dios. Y ella se pasaba las noches de rodillas ante el sagrario intercediendo por la humanidad.

Murió el 20 de enero del año 1485. Su culto fue confirmado el 14 de septiembre de 1782, y fue canonizada por el papa Juan Pablo II el 11 de junio de 1988 en Mesina en el curso de su viaje pastoral a Sicilia.

[Año cristiano. Enero. Madrid, BAC, 2002, pp. 409-410]

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Santa Eustoquia Calafato

Santa Eustoquia, virgen de la II Orden o Clarisas, fundadora del monasterio de Montevergine, canonizada por Juan Pablo II el 11 de junio de 1988, nació en Mesina el 25 de marzo de 1434. Aprendió de su madre, fervorosa cristiana y entusiasta del franciscanismo, las primeras oraciones, el amor al sacrificio, a las buenas obras y al Crucificado; la madre era discípula del Beato Mateo de Agrigento, de San Bernardino de Siena, de San Juan de Capistrano y de San Jaime de la Marca, que volvieron a los hijos de San Francisco a la observancia de la Regla y fueron los artífices del renacimiento franciscano de aquel siglo.

En 1444 su padre la prometió en matrimonio a un viudo de edad avanzada, pero éste murió repentinamente antes de que se realizara el proyecto. Entretanto el Esposo celestial la atraía suave y fuertemente a sí, y ella, fortalecida con la oración y la penitencia, decidió dejar el mundo para consagrarse por entero al Señor en la vida religiosa. En 1449, superadas fuertes resistencias de sus familiares, fue admitida entre las Clarisas de Santa María de Basicó en Mesina. Desde novicia se distinguió por eminentes cualidades de mente y de corazón. Recorrió con entusiasmo el arduo itinerario de la perfección seráfica. Para guiar la comunidad a la genuina observancia de la Regla, decidió fundar un nuevo monasterio. Con la ayuda de sus familiares y de los bienhechores, en Montevergine, cerca de Mesina, realizó la fundación acompañada de un buen grupo de jóvenes que con ella habían decidido consagrar su vida al Señor. Eustoquia había pasado once años en el antiguo monasterio.

La austera Regla de Santa Clara no era seguida por todas las comunidades. Al comenzar la nueva fundación se puso en sintonía con la reforma para un retorno a las fuentes del franciscanismo, iniciada por San Bernardino de Siena y seguida luego por Santa Coleta, San Pedro de Alcántara y Santa Teresa de Avila. Permaneció como abadesa y madre de sus hermanas hasta su muerte y así pudo dar una fisonomía auténticamente franciscana a la nueva fundación. Guió a la comunidad hacia la perfección de la caridad, con prudencia, solicitud y bondad. Con el ejemplo y las exhortaciones, incitaba a todas al amor de la Cruz, de la pobreza y de la perfección seráfica. Mesina estaba totalmente entusiasmada con su Santa y con el monasterio de Montevergine, jardín de santidad y perfección, y con los singulares carismas, visiones y curaciones, con que Jesús había exaltado a su esposa fiel.

El Señor, su celestial esposo, la llamó a sí el 20 de enero de 1485, y ella salió a su encuentro con la lámpara encendida, rodeada de las cincuenta hermanas que recibieron su preciosa herencia.

[Ferrini-Ramírez, Santos franciscanos para cada día. Asís, Ed. Porziuncola, 2000, pp. 26-27]

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