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Beato Ignacio Falzon (1813-1865) de la Orden Franciscana Seglar |
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Ignacio Falzon, hijo del abogado José Francisco Falzon y de la Sra. María Teresa, hija del juez Calcedonio Debono, nació en La Valetta, capital de Malta, el 1 de julio de 1813. Pertenecía a una familia respetable y acomodada: su padre era miembro de la Comisión encargada de elaborar el nuevo Código Civil y fue posteriormente Juez de Su Majestad Británica; dos hermanos suyos, Calcedonio y Francisco, doctores en Derecho, se hicieron sacerdotes. A los quince años vistió la sotana y recibió la tonsura. Tres años más tarde fue ordenado ostiario y lector y, más adelante, exorcista y acólito. El 7 de septiembre de 1833, cuando tenía veinte años, obtuvo en la Universidad de Malta la láurea en Derecho Canónico y Civil. No ejerció nunca la profesión de abogado y, aunque había recibido las cuatro órdenes menores y era doctor en Derecho Canónico, no se consideró digno de recibir la ordenación sacerdotal. Estudió el inglés, cosa rara en aquel entonces, pero esencial para entablar relaciones con los ingleses que se hallaban en Malta preparándose para la guerra de Crimea. En aquel período había en Malta más de 20.000 militares y marineros extranjeros (el 10% de la población de la isla). Se consagró a la oración y a la enseñanza del catecismo. Fue muy devoto de la Eucaristía. La adoración y la meditación fueron su alimento espiritual, hasta el punto de suscitar la admiración de todos los fieles que frecuentaban la iglesia parroquial de San Pablo Náufrago y la franciscana de Santa María de Jesús. Nutría asimismo una devoción especial a la santísima Virgen y a san José. Rezaba todos los días el rosario. La vida de Ignacio Falzon está llena de ejemplos de apoyo a las vocaciones sacerdotales y de ayuda a los necesitados, pero será recordada sobre todo por su apostolado entre los soldados y marineros ingleses. Empezó organizando sesiones de oración y clases de catecismo para los militares católicos que iban a marchar a la guerra; luego, entabló también amistad con soldados y marineros protestantes y no cristianos, a quienes daba buenos consejos. De este modo atrajo a centenares de hombres a la fe católica. Los documentos conservados en la iglesia de los jesuitas de La Valetta hablan de más de 650 personas preparadas por él para recibir el bautismo. A su carisma de saber ganar hombres para Dios, se unía su capacidad de inspirar confianza incluso en quienes no se habían convertido al catolicismo, que le encomendaban objetos personales y valiosos para que, si morían, los entregara a los familiares de ellos. Pionero en el campo del ecumenismo, desarrolló este apostolado con la ayuda de colaboradores laicos, algunos de los cuales se hicieron sacerdotes y capellanes militares o navales. Uno de ellos, que se quedó en Malta, continuó su misión. Vivió una existencia silenciosa: su santidad se intuía viéndole orar delante del Santísimo. Falleció el 1 de julio de 1865, día de su 52 cumpleaños. Era miembro de la Orden Franciscana Seglar y sus restos mortales fueron enterrados en la tumba de su familia en la iglesia franciscana de Santa María de Jesús, de La Valetta, donde han sido custodiados hasta el día de hoy. Las gracias obtenidas por su intercesión han difundido su fama de santidad no sólo en la isla de Malta, sino también en los países que acogían y acogen a los emigrantes malteses. * * * De la Homilía de Juan Pablo II en la misa de beatificación (9-V-01) El siervo de Dios Ignacio Falzon también tuvo un gran celo por predicar el Evangelio y enseñar la fe católica. También él puso sus numerosos talentos y su formación intelectual al servicio de la labor catequística. El apóstol san Pablo escribió: «Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9,7). El beato Ignacio dio con abundancia y alegría; y la gente no sólo vio en él una energía ilimitada, sino también una paz y una alegría profundas. Renunció al éxito mundano, para el que su educación lo había preparado, a fin de servir al bien espiritual de los demás, incluidos los numerosos soldados y marineros británicos destacados entonces en Malta. En su relación con ellos, de los cuales sólo algunos eran católicos, anticipó el espíritu ecuménico de respeto y diálogo que hoy nos es tan familiar, pero que en aquel tiempo no era muy común. Ignacio Falzon halló fuerza e inspiración en la Eucaristía, en la oración ante el Tabernáculo, en la devoción a María y el rosario, y en la imitación de san José. A estas fuentes de gracia todos los cristianos pueden acudir. La santidad y el celo por el reino de Dios florecen especialmente donde las parroquias y las comunidades fomentan la oración y la devoción al santísimo Sacramento. Por eso, os exhorto a cultivar vuestras tradiciones de piedad, purificándolas si fuera necesario, y fortaleciéndolas con una instrucción y una catequesis sólidas. No hay mejor modo de honrar la memoria del beato Ignacio Falzon. [L´Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 18-V-01] |
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