![]() |
|
![]() |
8 de noviembre |
. | La carta apostólica Alma Parens, que el Sumo Pontífice gloriosamente reinante ha dirigido con fecha 14 de julio de 1966 (cf. L'Osservatore Romano, 24 de julio de 1966, p. 1) al episcopado de Inglaterra y de Escocia, con ocasión del VII centenario del nacimiento de Juan Duns Escoto, ha suscitado en todos los hijos de la familia seráfica una profunda emoción de alegría y de agradecimiento. Como cultivadores fieles del pensamiento de los maestros franciscanos, que se han distinguido siempre por su obsequiosa fidelidad al magisterio de la Iglesia, se sienten indeciblemente satisfechos al ver que la Cátedra de la Verdad reconoce auténticamente la conformidad de la sustancia de sus doctrinas con las enseñanzas heredadas del Señor, que es «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Con todo, la alegría y el agradecimiento no serían adecuados a este don altísimo, si no constituyesen al mismo tiempo un fortísimo estímulo y el compromiso indeclinable de continuar los esfuerzos de ciencia y de virtud en la dirección tan autorizadamente reconocida. Por eso, el notabilísimo documento Alma Parens debe tener como consecuencia un empeño más ferviente y más profundo de estudio y de vida franciscana, un reflorecer más espléndido del pensamiento y de la espiritualidad franciscana. A este respecto, el conocimiento del pensamiento de Juan Duns Escoto alcanza un relieve particular en razón de su valor intrínseco. Afortunadamente, la tarea de adquirir dicho conocimiento se torna más fácil y más segura, a medida que van saliendo a luz los volúmenes de la monumental edición crítica de las obras del Doctor. La Comisión encargada de ello trabaja, como todos saben, desde hace algunas décadas, para darnos una edición que responda a las exigencias de la crítica textual moderna. Hasta ahora se han publicado ocho volúmenes, que comprenden el libro primero completo de la Ordinatio (vols. I-VI) y la Lectura del libro primero de las Sentencias (vols. XVI-XVII). Aprovechamos gustosos la ocasión presente para expresar el agradecimiento y el reconocimiento de la Orden a todos los que han trabajado y continúan trabajando, en medio de dificultades nada comunes y con fatigas enormes, en esta monumental edición, que se ha impuesto a la admiración del mundo científico. Sin embargo, aun cuando la carta apostólica Alma Parens y la serie de los volúmenes ya publicados de la edición crítica puedan darnos la ilusión de una nueva primavera de los estudios escotistas, no podemos menos de advertir que en nuestro tiempo se ha puesto en discusión la posición de privilegio, de que gozaba el pensamiento medieval hasta estos últimos años, en grado tal que la Escolástica no ocupa ya acaso la posición de posesión pacífica en la investigación de la verdad católica. En semejante clima pudiera parecer poco oportuna la celebración del centenario de Juan Duns Escoto. Podría pensar alguno que lo mejor sería pasarlo en silencio. Pero ha sido muy distinta la opinión del Sumo Pontífice, como se ve en la preciosa carta Alma Parens, que es toda una incitación a superar vacilaciones y a emprender con confianza el trabajo. Tenemos, en efecto, la convicción profunda de que los modernos progresos de las ciencias, la actual problemática filosófica y los múltiples desarrollos de la doctrina teológica no eliminan el valor del pensar escolástico en el campo filosófico y teológico, antes bien demandan una reflexión más delicada sobre su contenido real; reflexión que debe conducir a discernir mejor que en el pasado lo que permanece vivo y merece conservarse, de lo que está ligado a las condiciones medievales y se halla realmente superado. Estamos convencidos, además, limitando la afirmación a lo que ahora nos ocupa, de que la obra del Doctor Sutil contiene valores perennes y de que el descuidarlos sería dejar inutilizada una parte importante del tesoro que la Orden franciscana ha de aportar hoy a la Iglesia. He aquí por qué, al evocar el recuerdo de Duns Escoto, lo que mayormente interesa no es la conmemoración puramente histórica, sino más bien el reconocimiento y el desvelamiento de los elementos todavía válidos, que den en el actual quehacer del pensamiento una pauta de orientación y de luz sobre muchos problemas. Y ya que la tentativa de resumir las doctrinas características y vivas del Doctor Sutil sería, como es evidente, una empresa demasiado larga, por no decir imposible, escogemos, a nuestro propósito, el camino más fácil y más breve, llamando la atención sobre un solo punto que sirva de ejemplo de cómo el pensamiento del Doctor puede insertarse vitalmente en cierta problemática moderna. Nos sirven de lema las palabras del Sumo Pontífice en la mencionada carta: «El espíritu y el ideal de San Francisco de Asís se encierran y viven en la obra de Juan Duns Escoto, donde aletea el espíritu seráfico del Patriarca de Asís, subordinando el "saber" al "bien vivir"». I.- Un problema de hoy Entre las múltiples corrientes que se destacan hoy en la panorámica de la teología católica, parece tener un relieve particular la tendencia que se opone a la labor especulativa y, en particular, a toda suerte de sutileza. Esto proviene quizá de una eclosión de preocupaciones pastorales. Aun en el mismo Concilio Ecuménico Vaticano II, recientemente celebrado, se han manifestado semejantes preocupaciones de un modo muy saliente y han ocupado un puesto preponderante en sus estudios y en sus conclusiones. En efecto, en nuestro tiempo se han puesto al descubierto inmensos problemas de orden pastoral, y estos problemas no pueden menos de llenar de desvelos a los responsables del mensaje evangélico y de la vida cristiana. Debido a ello, en muchos ambientes se ha difundido la siguiente convicción: lo que no puede aplicarse expeditamente en la cura de almas, debe rechazarse sin más como inútil y como contrario a la finalidad de la Revelación. Consecuencia de esta actitud es que el justo y necesario sentido pastoral, que ciertamente debe permear toda la teología, se ha trocado en un impedimento considerable para el desarrollo de la teología misma. Mas, contrariamente a esto, fácil es convencerse, si se tiene presente la historia, que no fueron precisamente los pastores con poca teología quienes hicieron más fortuna en el campo pastoral. La influencia, por ejemplo, de un San Agustín sobre la espiritualidad y la pastoral durante tantos siglos sobrepuja ampliamente la influencia de todos los pastores que no fueron teólogos. ¡Cuántas cosas incorporadas a la espiritualidad y a la pastoral -oraciones, orientaciones, principios fundamentales- pueden conectarse con alguna doctrina de San Agustín! Y no fueron precisamente los elementos más fáciles y accesibles de la temática de San Agustín los que resultaron más afortunados, sino los más difíciles, como, por ejemplo, la doctrina de la Santísima Trinidad, la de la gracia, la de las «dos ciudades», etc. Es preciso, con todo, reconocer que muchas veces se ha practicado la teología de un modo que nada tenía que ver con la espiritualidad y la actividad pastoral: era casi estéril. Y así, la oposición contra semejante teología en nombre de los postulados de la fecundidad espiritual y pastoral parece plenamente justificada: porque toda teología que no tiene una dimensión pastoral, que no tiene un valor para la vida espiritual, debe considerarse realmente desviada. Pero lo que no se justifica en esta oposición es la imputación de esterilidad dirigida a la teología en sí misma. Esta esterilidad, en efecto, no nace del hecho de tratarse de una teología demasiado sutil, sino de otros motivos. En una situación en la que el sentido pastoral impide, al parecer, el desarrollo teológico, la doctrina de Juan Duns Escoto sobre la naturaleza «práctica» de la teología adquiere una gran actualidad y merece, por lo mismo, aparezca en su verdadera luz. El centenario de su nacimiento proporciona una buena ocasión para reflexionar sobre esta doctrina, poniéndola en conexión con el presente e interpretándola en la perspectiva, que es hoy una definitiva adquisición, del primado de la caridad pastoral en la valoración de un sistema de pensamiento, particularmente teológico. II.- Solución Escotista Duns Escoto se ocupó expresamente del carácter pastoral de la teología, tratándolo por extenso en el prólogo de su Ordinatio (cf. Opera Omnia, ed. Vaticana, vol. I, 1950, nn. 217-366, pp. 151-237), donde propone dos cuestiones: en la primera se pregunta si la teología es una ciencia práctica o especulativa; y en la segunda, si es ciencia práctica por razón de su finalidad o más bien por su misma naturaleza. Es menester hacer una advertencia previa para subrayar la diferencia de perspectiva en que tratan el problema del carácter pastoral de la teología Duns Escoto y los autores modernos. A los autores modernos de hoy no tanto les interesa saber si la teología tiene carácter práctico en sí misma, cuanto el descubrir los modos y los métodos que permitan la realización práctica de un conocimiento teológico y, más concretamente, su utilización pastoral. A Duns Escoto, en cambio, le interesa hallar la respuesta a la cuestión de si la teología es o no en sí misma de carácter práctico, sin detenerse a analizar los modos y métodos de aplicación. Se trata, pues, de una diversidad no esencial, sino de nivel de investigación: Duns Escoto quiere probar que la teología tiene en sí misma carácter práctico; los modernos quieren deducir las consecuencias del carácter práctico de la teología y establecer los métodos capaces de convertirla en pastoral. Sobre este tema existían en tiempo del Doctor Sutil diversas opiniones, y los maestros franciscanos anteriores, tras la enseña de los seguidores de San Agustín y situando el "saber" dentro de los límites de la vida virtuosa, inculcaban que la teología, por el fin que persigue, no consiste en un puro conocimiento o especulación, sino que está ordenada a la vida práctica, a la perfección del hombre, a que el hombre alcance más fácilmente, mediante el amor, la unión con Dios. Duns Escoto, recorriendo un camino distinto, aporta nueva luz para la solución del problema partiendo del análisis del concepto mismo de «praxis», que lo define del modo siguiente: «Dico igitur primo quod praxis ad quam cognitio practica extenditur, est actus alterius potentiae quam intellectus, naturaliter posterior intellectione natus elici conformiter intellectioni rectae ad hoc ut sit rectus» (n. 288). En esta densa frase, cuyos elementos vienen luego extensamente explicados por el Doctor Sutil, está contenida la solución escotista; describimos a continuación algunas de sus notas fundamentales para poder ofrecer después toda ella en visión sintética. Ante todo, la «praxis» reside en una facultad distinta del entendimiento, pues no es otra cosa que el acto mismo de la voluntad (n. 230), aun cuando no pueda verificarse la ejecución de la obra elegida; un acto que se pone libremente y no arrastrado necesariamente por el conocimiento del objeto (nn. 230, 288, 314). Pero este acto de la voluntad, en el que se realiza la «praxis», debe por su íntima constitución llevarse a cabo en conformidad con una previa intelección verdadera y, entonces, de la conformidad de la voluntad libre con la recta razón nace la rectitud moral (n. 228). El conocimiento previo necesario es «práctico» cuando puede servir como norma, regla y contenido de la rectitud respecto a la vida práctica (n. 266); de otra forma, es solamente especulativo. Sin embargo, para que una doctrina pueda llamarse «práctica», no se requiere que se dé en acto la aplicación a la operación, pero sí es necesario que la «practicidad» sea aptitudinal o habitual (n. 252): su realización posterior depende de la aplicación de la voluntad. «Ciencia práctica» es, pues, la que presupone naturalmente la operación del entendimiento, y por su mismo contenido puede ser regla y norma del acto recto de la voluntad (nn. 236, 237, 314). El Doctor Sutil deduce de ahí que la teología es «ciencia práctica», no ya en virtud de algún elemento añadido extrínsecamente, sino por su misma naturaleza. Y aplica este principio tanto a las verdades teológicas necesarias como a las verdades teológicas contingentes. Duns Escoto prueba que la teología no puede ser puramente especulativa, recurriendo al testimonio de la Sagrada Escritura y a la autoridad de San Agustín, donde se subraya que la caridad es el sentido de toda la ley (n. 222), y elaborando un largo razonamiento (n. 314), en el que identifica nuestro fin último con el objeto de nuestra teología y hace ver que los principios prácticos de la teología fluyen no tanto del fin en cuanto tal, sino más bien del objeto, es decir, de Dios mismo o de la esencia divina. Por tanto, todas las verdades reveladas acerca de la vida íntima de Dios -aun las más altas y difíciles como "Dios es trino", "el Padre engendra al Hijo"- son verdades prácticas, es decir, tienen capacidad para producir en nosotros, anteriormente a todo acto de nuestra voluntad, un conocimiento apto por su propia naturaleza para ser contenido, regla y norma de la práctica recta (n. 322). Y no sólo las verdades necesarias; también las contingentes tienen la finalidad no solamente de disipar la ignorancia, sino además y sobre todo de ordenar la vida práctica (nn. 332, 343, 344, 355). Para el Doctor Sutil, Dios, en cuanto objeto de la teología, se hace cognoscible para ser a un tiempo apetecible y alcanzable. Él es nuestro fin último: y amarlo y desearlo «es verdaderamente "praxis", que no deriva por naturaleza del conocimiento, sino de la libertad» (n. 298). Por lo tanto, Escoto exalta en el Creador y en el hombre la libertad, que a su vez supone el conocimiento; la teología no hace sino enseñar al hombre su propio fin y los caminos para alcanzarlo. Esta actividad de la inteligencia incluye ciertamente la investigación, aun la más profunda y sutil, pero siempre sigue siendo "práctica" en el sentido de que está destinada a descubrir y delimitar el objeto, al que debe conformarse la voluntad para ser recta, y las reglas a las que debe someterse la acción para que sea saludable. En pocas palabras, Duns Escoto no opone la teología práctica a la teología especulativa, sino que enseña que una tal oposición es artificial, porque semejante teología «especulativa» no existe de hecho. Subrayados así algunos elementos de la doctrina escotista sobre el carácter práctico de la teología, se puede resumir sintéticamente su pensamiento de esta forma: La teología toda entera -no sólo los elementos más fáciles y más accesibles, sino también los más difíciles y más profundos- es práctica por su propia naturaleza, y no sólo en virtud de su finalidad o de otros elementos extrínsecos; pero es menester afirmar que una doctrina no puede ser práctica sino de modo aptitudinal y que la actuación de esta practicidad aptitudinal no puede ser competencia de la facultad que hace teología o inteligencia de la fe ("fides quarens intellectum"), sino que resulta de la voluntad en cooperación con la gracia. Si una teología no es fecunda en la vida espiritual y en la vida pastoral, no lo será por defecto de la teología misma, sino del hombre que no actúa con la voluntad la "practicidad aptitudinal" de la teología. III.- Aplicación práctica Esta doctrina de Duns Escoto reviste hoy una singular importancia, porque sirve para justificar la más sutil teología y para indicar los caminos por los que esta teología llega a ser eficaz en la espiritualidad y en la pastoral. La solución escotista salva, por así decirlo, de una parte, a la teología de la ruina y del desprecio, y por otra parte, salva a la pastoral de la superficialidad, de la banalidad, de la alienación por falta de ideas, de estímulos y de contenido. Teniendo presente el principio del Doctor Sutil, según el cual la actuación práctica de una doctrina no es necesaria sino libre, porque el acto de la voluntad es libre y no se sigue por su naturaleza de las premisas, se impone a nuestra consideración una reflexión acerca del modo de actuar la «practicidad aptitudinal» de la teología. Es aquí, en efecto, donde debe ejercitarse el trabajo personal para crear las disposiciones con las cuales, según las leyes normales de la sicología, la doctrina teológica llegará de hecho a una «praxis», ora en quien hace la teología, ora en quien la recibe. Si el teólogo, o quienes de él reciben la teología, no llegan a la actuación de su natural condición práctica, es preciso suponer que el discurso teológico no ha sido conducido en conformidad con su naturaleza o que los individuos impiden la actuación con sus disposiciones adversas, que pueden ser variadísimas. Estas disposiciones pueden estar en relación con la inteligencia, que puede poner múltiples obstáculos por los que la teología, al concretizarse en el individuo, no llega a ser verdadera teología o lo es sólo imperfectamente: cuando la inteligencia no posee suficientemente la verdad, cuando no trata de penetrar su profundidad y de poner al descubierto su contenido, cuando no considera el aspecto del valor, etc. En estos casos, la teología no puede actuar su propia naturaleza ni, consiguientemente, mover la voluntad. Pero el individuo puede poner obstáculos sobre todo por parte de la voluntad -aun cuando la inteligencia haya cumplido todo su cometido en la comprensión y en la posesión de la verdad-, debido al hecho de que la determinación de la voluntad no se da espontáneamente, sino libremente. Y aquí se pueden citar todos aquellos motivos que por fragilidad congénita o por malicia humana impiden la cooperación de la voluntad: o porque el individuo no presta atención suficiente a esta actuación que debe producir con su voluntad; o porque no otorga a la voluntad el tiempo que, según la constitución de la sicología humana, es necesario para llegar a un acto; o porque la voluntad no está liberada de las pasiones, etc. El camino, pues, que el individuo debe recorrer, para poder lograr una teología que sea fecunda para el ministerio pastoral y para la vida espiritual, es la eliminación de éstos o semejantes obstáculos, mediante una ascesis de trabajo y de purificación interior. De lo que hemos dicho aparece evidentemente cuán lejos están de esta armónica visión las tendencias que, en nombre de la pastoral y de la espiritualidad, rechazan en la teología la elaboración intelectual. Es importante recordarlo: la verdad revelada no tiene sentido pastoral y espiritual solamente en su significado llano y fácil, sino también en su significado profundo y difícil. Para comprender y vivir este significado pastoral y espiritual del contenido profundo y difícil de la Revelación, es ciertamente necesario un laboreo intelectual mucho más intenso que el necesario para comprender y vivir su contenido en el significado llano y fácil. Pero sucede que la Revelación contiene el uno y el otro, y no se puede decir, sin caer en error, que existe el derecho de limitarse a la parte llana y fácil. El carácter pastoral y espiritual de una teología no puede, por tanto, medirse por su accesibilidad más o menos notable, sino que es preciso reconocer que también el significado profundo y difícil tiene y puede tener este carácter. Precisamente por no haber prestado atención a esta constatación, nos encontramos hoy muchas veces ante una teología que, si bien es rica de motivos y estímulos, lleva consigo una buena dosis de perplejidad. Por otra parte, en las recientes discusiones conciliares, en las que se ha dado justamente un destacado relieve al carácter pastoral, se ha puesto al descubierto que muchas cuestiones prácticas, que angustian a la sociedad contemporánea, no se esclarecen sin una profunda y prolongada investigación doctrinal. En esta coyuntura parece que la doctrina de Juan Duns Escoto sobre el carácter práctico de la teología, aun como ha sido expuesta aquí, en sus líneas esenciales y desembarazada de sus complejas demostraciones, es una luminosa solución que debe proponerse y profundizarse. * * * Hemos querido aducir, a modo de ejemplo, este punto doctrinal de Duns Escoto, porque parece estar cargado de enseñanzas: ora para los profesores de filosofía y de teología, que han de regular su exposición en conformidad con la naturaleza de la ciencia, particularmente teológica, y cooperar con la voluntad a la gracia de la teología; ora para aquellos hermanos nuestros más directamente comprometidos en la cura pastoral, para que no se vacíen por falta de ideas y de estímulos y para que aprendan a tomar de la elaboración doctrinal el contenido que renueve constantemente su acción. Así, pues, la estimadísima carta apostólica Alma Parens y el centenario de nuestro gran Doctor nos deparan la ocasión para exhortaros a un estudio inteligente de sus obras, "traducidas", por así decirlo, a la "problemática moderna"; solamente así se pueden redescubrir y reexponer sus elementos vitales, de suerte que el método y la doctrina del Maestro franciscano cumplan también en nuestro tiempo su función orientadora. Augurando a todos nuestros hermanos este modo fecundo de cultivar el trabajo intelectual y de actuar en el campo pastoral, impartimos de corazón la bendición seráfica. Roma, a 15 de agosto de 1966. [Constantino Koser, OFM, en Verdad y Vida 24 (1966) 15-25] * * * * * Homilía de S. S.
Juan Pablo II
«Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios» (2 Cor 6,1). 1. Con estas palabras, que acabamos de proclamar, el Apóstol Pablo recordaba a los fieles de Corinto el gran don que habían recibido con el anuncio del Evangelio y, al mismo tiempo, los ponía frente a su grave responsabilidad de personas libres, capaces de recibir o rechazar esa gracia. Al igual que en la experiencia humana el ofrecimiento gratuito de un don encierra una invitación implícita al agradecimiento, también en relación con Dios la iniciativa libre del Padre celeste, bueno y generoso, pone al hombre frente a una opción: reconocer el don recibido y acogerlo con gratitud o rechazarlo, encerrándose en su egoísmo mortificante. Esto precisamente es lo que el Apóstol desea subrayar. 2. «Nos recomendamos en todo como ministros de Dios, con mucha constancia» (2 Cor 6,4). Amadísimos hermanos y hermanas, ¡cuán actuales resultan estas palabras para nosotros, los creyentes, en los umbrales del tercer milenio de la era cristiana! Nuestra época necesita con urgencia testigos auténticos del Evangelio. La humanidad espera, a menudo de forma inconsciente, una evangelización nueva y valiente. También los hombres de la sociedad contemporánea tienen necesidad de no recibir la gracia de Dios en vano. Es preciso que dé frutos abundantes de vida, paz y progreso espiritual. El período cuaresmal, en el que nos encontramos inmersos desde hace algunas semanas, es realmente «el tiempo favorable» (2 Cor 6,2), en el que la Iglesia nos invita a hacer la experiencia del desierto. La oración y la penitencia caracterizan este camino de conversión y renovación, con el anhelo, nunca plenamente satisfecho, de encontrarnos con el Señor. Un encuentro íntimo y personal, sin las distracciones terrenas y compromisos egoístas. Un encuentro que transforme el ritmo frenético de la vida cotidiana en respuesta armoniosa a la llamada constante de Cristo a través de los acontecimientos y las circunstancias de cada día. La exhortación del Apóstol a no recibir en vano la gracia del Redentor se renueva, pues, esta tarde para todo fiel, a fin de que sea capaz de dar frutos de bien y se prepare dignamente a la celebración de las fiestas pascuales. 3. Nos acompañan y nos impulsan en este compromiso de correspondencia a la gracia de Dios dos hermanos nuestros en la fe, que trataron de hacer producir los dones de naturaleza y de gracia que habían recibido de la Providencia divina. A lo largo de esta sugestiva liturgia, he tenido la alegría de proclamar beata a Dina Bélanger, religiosa de la congregación de Jesús-María, y de declarar el reconocimiento del culto litúrgico de Juan Duns Escoto, franciscano. Separadas entre sí por el tiempo, estas dos personalidades extraordinarias de creyentes dieron testimonio de correspondencia pronta y generosa a la gracia divina, actuando en su vida un entramado de dones naturales y dones celestiales que despierta nuestra admiración. Nacido en Escocia, hacia el año 1263, Juan Duns Escoto fue llamado beato casi inmediatamente después de su muerte piadosa, acaecida en Colonia el 8 de noviembre de 1308. En esa diócesis, y en las de Edimburgo y Nola, al igual que en el ámbito de la Orden seráfica, se le tributó durante siglos un culto público que la Iglesia le reconoció solemnemente el 6 de julio de 1991 (cf. AAS, 84, 1992, págs. 396-399) y que hoy confirma. A las Iglesias particulares mencionadas que se hallan presentes esta tarde en la basílica vaticana con sus dignísimos pastores, así como a toda la gran familia franciscana, dirijo mi saludo, invitando a todos a bendecir el nombre del Señor, cuya gloria resplandece en la doctrina y en la santidad de vida del beato Juan, cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción de María. 4. En nuestra época, rica de inmensos recursos humanos, técnicos y científicos, pero en la que muchos han perdido el sentido de la fe y llevan una vida alejada de Cristo y su Evangelio (cf. Redemptoris missio, 33), el beato Duns Escoto se presenta no sólo con la agudeza de su ingenio y su capacidad extraordinaria de penetración en el misterio de Dios, sino también con la fuerza persuasiva de su santidad de vida, que lo hace maestro de pensamiento y de vida para la Iglesia y para toda la Humanidad. Su doctrina, de la que, como afirmaba mi venerado predecesor Pablo VI, «se podrán extraer armas resplandecientes para combatir y alejar la mano negra del ateísmo que oscurece nuestra época» (carta apostólica Alma parens: AAS 58, 1966, pág. 612), edifica sólidamente la Iglesia, sosteniéndola en su misión urgente de nueva evangelización de los pueblos de la tierra. En especial para los teólogos, los sacerdotes, los pastores de almas, los religiosos, y más en particular para los franciscanos, el beato Duns Escoto constituye un ejemplo de fidelidad a la verdad revelada, de fecunda acción sacerdotal y de serio diálogo en la búsqueda de la unidad. Como afirmaba Juan de Gerson, en su existencia siempre se guió «no por el afán singular de vencer, sino por la humildad de encontrar un acuerdo» (Lectiones duae «Poenitemini» lect. alt., consid. 5, citado en la carta apostólica Alma parens: AAS 58, 1966, pág. 164). Que su espíritu y su recuerdo iluminen con la misma luz de Cristo las tribulaciones y las esperanzas de nuestra sociedad. [...] 7. Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Amadísimos hermanos y hermanas, guiados casi de la mano por estos dos nuevos beatos, volvamos a la invitación que la liturgia de hoy nos repite con mucha insistencia. Todos estamos llamados a la santidad; todos debemos construir en nuestra vida aquel diálogo de amor y de unión con Dios que lleva a la fidelidad verdadera y a la satisfacción plena de las aspiraciones más íntimas del corazón humano. Los caminos para seguir la llamada evangélica pueden ser diversos, según la riqueza inagotable de la gracia sobrenatural, pero la meta es una sola: reproducir en la propia existencia la imagen misma del Hijo de Dios. La espiritualidad auténtica se funda en esta condición elemental y decisiva: traducir a la realidad concreta el anuncio evangélico, respondiendo sin vacilaciones a la acción salvífica del Señor. 8. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación. Hoy, es el tiempo de nuestra conversión. Dina Bélanger, joven seguidora de la madre Claudina Thévenet, que mañana tendré la alegría de proclamar santa, nos estimula con su ejemplo a amar los planes de Dios en la sencillez de la vida diaria; Juan Duns Escoto nos recuerda que el amor activo hacia los hermanos nace de la búsqueda de la verdad y de su contemplación en el silencio de la oración y en el testimonio sin sombras de una adhesión plena a la voluntad del Señor. Amadísimos hermanos y hermanas, como ellos en su existencia no recibieron en vano la gracia de Dios, así suceda también en vuestra vida. Lo pedimos con confianza al Señor por su misma intercesión. Beata Dina Bélanger, beato Juan Duns Escoto, ¡orad por nosotros! [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 26-III-93] * * * * * Discurso de S. S. Juan
Pablo II
1. Con viva alegría y cordialidad le saludo, en primer lugar, a usted, fray Giacomo Bini, a los miembros de la Comisión escotista y a cuantos trabajan en la Secretaría general para la formación y los estudios de vuestra Orden. Extiendo, además, mi afectuoso saludo a toda la Orden de los Frailes Menores. Agradezco mucho el regalo del volumen VIII de la Opera omnia del beato Juan Duns Escoto, que recoge la última parte del libro II de la Ordinatio, el último y más importante trabajo del Doctor sutil. Es muy conocida, en la filosofía y en la teología católica, la figura del beato Juan Duns Escoto, que mi predecesor, el Papa Pablo VI, en la carta apostólica Alma parens del 14 de julio de 1966, definió como «el perfeccionador» de san Buenaventura, «el representante más cualificado» de la Escuela franciscana. En aquella circunstancia, Pablo VI afirmó que en los escritos de Duns Escoto «latent certe ferventque sancti Francisci Asisinatis perfectionis pulcherrima forma et seraphici spiritus ardores», y añadió que el tesoro teológico de sus obras puede brindar reflexiones valiosas para «serenos coloquios» entre la Iglesia católica y las demás confesiones cristianas (cf. AAS 58 [1966] 609-614). 2. Las obras de Duns Escoto, reeditadas muchas veces a lo largo de los siglos precedentes, necesitaban una profunda revisión para eliminar los numerosos errores de los amanuenses y las interpolaciones hechas por sus discípulos. Ya no era posible estudiar a Escoto en aquellas ediciones. Hacía falta una edición crítica seria, basada en los manuscritos. Era la misma exigencia que se había advertido con respecto a las obras de san Buenaventura y de santo Tomás. El ministro general de la Orden de los Frailes Menores y su Definitorio encomendaron esta labor a un equipo especial de estudiosos, que tomó el nombre de "Comisión escotista" y se instaló en el Ateneo pontificio Antonianum de Roma. Los volúmenes publicados hasta hoy son doce. Con gran esmero se han identificado e indicado en ellos las fuentes directas e indirectas de las que se sirvió Escoto en su redacción. En las notas se han ofrecido todas las informaciones e indicaciones útiles para comprender mejor el pensamiento del gran maestro de la escuela franciscana. Duns Escoto, con su espléndida doctrina sobre el primado de Cristo, sobre la Inmaculada Concepción, sobre el valor primario de la Revelación y del magisterio de la Iglesia, sobre la autoridad del Papa y sobre la posibilidad de la razón humana de hacer accesibles, al menos en parte, las grandes verdades de la fe y de demostrar su no contradicción, sigue siendo aún hoy un pilar de la teología católica, un maestro original y rico en impulsos y estímulos para un conocimiento cada vez más completo de las verdades de la fe. 3. Queridos miembros de la Comisión escotista, me alegra animaros en vuestro trabajo, puesto que, como dice la Ratio studiorum de la Orden de los Frailes Menores, «los centros de investigación de la Orden, como la Comisión escotista, mediante su actividad científica y editorial, prestan un servicio de fundamental importancia por lo que respecta a la conservación y la transmisión del patrimonio histórico, filosófico, teológico y espiritual de la Orden» (n. 124). Aprovecho de buen grado esta ocasión para estimular a los frailes jóvenes a prepararse adecuadamente para continuar la enseñanza y la investigación en los centros de investigación de la Orden. Expreso mi deseo de que la Comisión escotista publique en 2004, año en que se celebrará el 150° aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María, el volumen XX, que contendrá el libro III de la Lectura, aún inédito, en el que Duns Escoto, por primera vez, defendió el privilegio mariano y mereció el título de «Doctor de la Inmaculada». A la Reina de la Orden franciscana encomiendo el trabajo de la Comisión, a la vez que le imparto de corazón a usted, Ministro General, a vosotros aquí presentes y a todos los que hacen posible vuestra actividad, mi afectuosa bendición. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 1-III-02] |
. |
|