DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

22 de julio
BEATA MARÍA INÉS TERESA
DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO (1904-1981)

(en el siglo, Manuela de Jesús Arias Espinosa)

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Nació el año 1904 en Ixtlán (México). Durante el Congreso eucarístico nacional, celebrado en México en 1924, vivió una intensa experiencia de «conversión» a Dios. En 1929 ingresó en las Clarisas Sacramentarias que, a causa de la persecución religiosa, se habían trasladado temporalmente a Los Ángeles (USA), y vivió como monja de clausura 16 años. Llevada de su deseo de evangelizar a todos los pueblos, y con los debidos permisos, inició en Cuernavaca el año 1944 la congregación de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, aprobada en 1945, que pronto se extendió por todo el mundo. Con el mismo espíritu fundó también otras instituciones, entre ellas la de Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal. Se distinguió por su amor a la Eucaristía y a la Virgen María, su serenidad, alegría y espíritu de oración. Murió en Roma el 22 de julio de 1981. La beatificó Benedicto XVI el año 2012.

Quinta de ocho hijos, nació en Ixtlán del Río (Nayarit, México) el 7 de julio de 1904 y fue bautizada dos días después con el nombre de María Manuela de Jesús.

El Congreso eucarístico nacional, celebrado en México en 1924, señaló un cambió en la vida de Manuelita, que a ella le gustaba llamar su «conversión». En 1926, mientras en México se intensificaba la persecución religiosa, el día de Cristo Rey se ofreció al Amor misericordioso como víctima de holocausto para la salvación de las almas.

En 1929 pudo ingresar en el monasterio de Clarisas Sacramentarias en Los Ángeles, California (USA), donde tomó el nombre de María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. El 12 de diciembre de 1930 emitió su primera profesión ante una imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe.

Desde su «conversión», en medio de la austeridad y pobreza del claustro ella, como santa Teresita, ya era misionera secreta por la oración y el sacrificio para salvar almas, irradiando alegría y entusiasmo en su derredor. Transcurrido un tiempo, por mediación de María Santísima, Dios la llama también al apostolado directo, a una misión sin fronteras.

En 1931 la comunidad de Clarisas Sacramentarias regresó a México, cuando aún no desaparecían los efectos de la persecución religiosa. Y, el 14 de diciembre de 1933, la Madre Inés emitió los votos perpetuos.

Durante los dieciséis años que estuvo en el claustro vivió fielmente el estilo propio de la vida monástica; pero sentía al mismo tiempo en su corazón el deseo de ser misionera en el sentido propio de la palabra. Deseaba ir por el mundo a proclamar el Evangelio.

En diciembre de 1944, va a Cuernavaca y expone al señor obispo los fines de la proyectada fundación de un convento de Clarisas Sacramentarias, con el único fin de transformarse en instituto misionero.

El proceso de aprobación duró seis años. En 1951 la Santa Sede concede la transformación de Clarisas de clausura en congregación misionera con el nombre de «Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento». La madre Inés fue nombrada primera superiora general y en este cargo permaneció hasta el fin de su vida.

Su vocación a la oración, su amor a las almas y a la cruz, se fundieron en ella en una adhesión plena y total a la voluntad de Dios. La Eucaristía y María fueron el centro de su vida. Ante el tabernáculo y en intimidad filial con María, entregaba sus sufrimientos al servicio de los intereses de Jesús: «Tú cuidarás de mis intereses y yo de los tuyos».

Animada del celo misionero, recorrió varios continentes y fundó diversas misiones. Después de México, la primera fue Japón. A esta misión siguieron las fundaciones en los Estados Unidos de América, Costa Rica, Indonesia, Sierra Leona, Italia, España, Irlanda y Nigeria. Y después de su muerte: Corea, Alemania, India, Rusia y Argentina. Otros frutos preciosos de su incansable empeño misionero fueron las «Vanguardias Clarisas» (misioneros laicos); el Instituto clerical de «Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal»; las Misioneras Inesianas Consagradas; el grupo sacerdotal «Madre Inés» que desean vivir su misma espiritualidad. Últimamente se ha unido la Familia Eucarística como parte integrante de la Familia Inesiana.

Su camino de santidad se centraba en la constante búsqueda de la unión con Cristo y en su entrega por la salvación de las almas. Se distinguía por una serena alegría, bondad, entereza y espíritu de oración. Cultivó una ardiente devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a la bienaventurada Virgen María. La práctica de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad la sostuvieron en toda situación; y le permitieron superar no pocas dificultades y algunas fuertes crisis que se dieron en la Congregación.

Falleció en Roma el 22 de julio de 1981. La beatificó Benedicto XVI en 2012.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 29-IV-2012]

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REMEMBRANZAS
(Tomado de la Autobiografía de la Sierva de Dios
y de sus Notas Intimas
las cuales fueron encontradas después de su muerte)

Nací en Ixtlán del Río, Nayarit, México el 7 julio de 1904. Fui la quinta de ocho hijos.

Mi madre, una mujer toda de su hogar, inteligente, llena de prudencia, de una sensibilidad exquisita. Cuánto era querida de pobres y ricos. Mi padre, ocupando siempre puestos públicos, no se desdeñaba jamás de que lo vieran en la iglesia rodeado de su familia, su esposa y 8 hijos.

Iba a fiestas familiares, paseos y otras diversiones inocentes, me gustaba lucir y ser atendida. Sin embargo esto no me llenaba (Experiencias Espirituales, f. 449).

En mayo de 1924 salimos de Tepic a Colima, sentía en mi alma algo que no acertaba a comprender. Se acercaba el tiempo de la gracia (Exp. Esp., f. 449).

En septiembre me dio un acceso fuerte de apendicitis. Me llevaron a Guadalajara, necesitaba operación. Me negué, tenía miedo (Exp. Esp., f. 449).

Antes de que regresáramos a Colima me prestaron la vida de santa Teresita, en el camino fui leyendo. En la lectura de «Historia de un alma», no sólo encontré mi vocación, sino a Dios de una manera muy especial en mí (Exp. Esp., f. 449).

En octubre en los días del Congreso Eucarístico en México 1924, sentía ya un cambio en mí, en la iglesia me sentía otra, todo me empezaba a parecer despreciable. Sonó el momento designado por la infinita misericordia para transformarme y no lo pude resistir.

Dios, el amor, me atraía con fuerza irresistible. Sólo quería amar y darme a Dios. Todo mi anhelo era la Eucaristía (Exp. Esp., f. 449).

Resolví que me operaran para ofrecerle mis sufrimientos a Dios. Nadie en casa se había dado cuenta del cambio operado en mí (Exp. Esp., f. 449).

Y después en los días 8 al 12 de diciembre del mismo año inolvidable las gracias de la Madre de Dios, sus caricias y ternuras llovieron a profusión sobre mi pobre corazón que se sentía incapaz de resistir a tanta dicha (Estudios y meditaciones, f. 734). Nunca sabré decir exactamente, lo que ha sido esta Madre para mí. Lo que sí sé decir es que yo nunca acierto a separarme de ella (Exp. Esp., f. 540).

En la fiesta de Cristo Rey de 1926, me consagré por primera vez al Amor Misericordioso, como víctima de holocausto (Exp. Esp., f. 451).

Dios me llevaba por el camino de la mortificación, y penas interiores muy intensas, por causa del deseo inmenso de pertenecerle del todo y no poderlo realizar por las persecuciones religiosas de México: 1926 - 1931. Nuestro Señor me detuvo, cuánto me costó. Me marcaba el camino, y luego no me dejaba marchar.

Estos años de clausura en mi propia casa me fueron de grande utilidad, pues el buen Dios fue preparando mi alma a una vida intensa de contemplación, siendo la oración el anhelo más grande de mi alma.

Fue en el año 29 cuando al fin, después de muchas penas interiores, pude ingresar; en Los Ángeles, California.

¡Cuán dolorosa fue mi partida!, la deseaba con ansias; siendo Dios quien llama, ¿se le puede decir que no?

No se puede negar que se siente el corazón partido al dejar seres tan amados.

Pero también es verdad que Dios llena todos esos huecos y cuando se va a encontrarse con el Amado del alma para realizar con él, los desposorios divinos, es una dulzura, una paz y una alegría espiritual, que sólo las almas que lo han experimentado lo pueden comprender.

Si yo ingresé a una Orden de clausura fue por el deseo inmenso de imitar, en la medida de mis fuerzas, a mi santita predilecta: santa Teresita del Niño Jesús.

Se deslizaron los días del postulantado en una alegría exuberante. La comunidad estaba muy pobre; yo pasé muchas hambres, eran sacrificios para comprar almas para el cielo.

Así transcurrió el tiempo de mi noviciado en Los Ángeles, California.

Mi primera profesión fue el día 12 de diciembre de 1930; no podía menos que, en ese día de mi Morenita amada. Ella me hizo una promesa, promesa formal y solemne que yo se la recuerdo, y le pido la cumpla.

«Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en éstos la gracia que necesiten; me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos con los que tuvieres alguna relación, y aunque sea tan solo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final...» (Estudios y meditaciones, f. 735).

En ese día, le prometí solemnemente que la haría amar del mundo entero, llevando a todos los países su sagrada y hermosísima imagen en su advocación de santa María de Guadalupe.

Se fue acercando el tiempo de los votos perpetuos: 1933, el 14 de ese diciembre fue nuestra consagración total, irrevocable, los desposorios divinos con un Dios que no desecha a sus criaturas.

Qué día tan feliz, en medio de nuestras pobrezas, escasez, hambres.

Se consiguió un nuevo medio de sustento: lavado y planchado de ropa. Esto me fue confiado a mí, lo hice varios años. Jesús, mi amado Esposo, me ayudó a comprarle con esto muchas almas.

Mas de esto mismo, de no poder llevar una vida plenamente contemplativa, me ha nacido la idea de dedicar a los pobrecitos infieles, a los paganos, las horas que en el convento dedicamos al trabajo manual, para ganarnos la vida (Exp. Esp., f. 541).

Se fue haciendo este deseo más y más intenso, una verdadera obsesión. Trataba este negocio todos los días con Nuestro Señor en la oración, diciéndole manifestara su santísima voluntad.

El proyecto fundacional fue dilatado y sobre todo doloroso. Mi alma empezaba a dudar; era yo tan feliz en mi comunidad, mis hermanas y superiora todas me querían y el panorama que se me presentaba era aterrador.

Le decía a mi Jesús que manifestara su voluntad, ya que yo solamente eso quería hacer.

En medio de las dificultades que iban surgiendo a causa del proyecto fundacional, me seguí dedicando en cuerpo y alma a mis novicias, de las cuales era maestra. El panorama pacífico y tranquilo de mi convento me invadió, llenándome de paz.

Pasado un tiempo, mi superiora me dijo que la votación del consejo para que se hiciera la fundación había sido unánime. Gozo, alegría, pena, incertidumbre. Pero, al ver así manifiesta la voluntad santísima de Dios, pedí permiso a mi superiora para moverme en ese sentido.

Así pues, una vez decidido el que se haría la fundación, pasado un tiempo, tuve que renunciar a mi cargo de Maestra de Novicias.

Fuimos a Cuernavaca a recabar el permiso del Sr. obispo de la diócesis, entonces el señor Dr. Don Francisco González Arias, para exponerle los fines de la fundación proyectada. Al escuchar los deseos manifestados por mí de la fundación de una obra misionera, le gusto desde el primer momento. Quedando de enviar a la Santa Sede las Preces solicitando dicho permiso, el cual firmó el día 3 de diciembre de 1944.

¿Cómo se llevó a cabo esa... fundación? Una fundación hecha con los debidos permisos, no deseando en nada sino hacer la voluntad de Dios, hasta en la elección de las hermanas que quisieran acompañarme.

Mi cuñado, que tenía unos bonitos terrenos en la Privada de la Selva, me ofreció darme el que escogiera a mitad de precio (Estudios y meditaciones, f. 725).

Tenía que empezarse la construcción y no teníamos dinero... La Providencia se hacía esperar, probaba mi fe.

Transcurrían los días y los meses, y en ellos penas, alegrías, dudas, sobresaltos, envuelto todo en una gran confianza en Dios nuestro Señor y en un esperar todo de él.

El día 2 de agosto de 1945 se nos entregó el documento en que la Santa Sede aprobaba la fundación en Cuernavaca.

Me dijo mi superiora: «Ya tiene todo, ya puede salir a la fundación. Pero ¿a dónde?, ¿a qué casa?». No la teníamos. Había que orar, orar más y más y con inmensa confianza.

«Ya tienes una casa a tus órdenes en Cuernavaca, para cuando quieras irte» (me dijo Don José María, mi cuñado).

Era la primera casa que habitamos, llamada «Quinta Jesús-María», con un jardín muy hermoso. Las 5 hermanas que se iban a ir conmigo ya estaban también preparadas.

Se empezaron a adquirir los muebles indispensables como es un hermoso altar, de talla, todo en cedro, así como su sagrario y 6 columnas en las cuales se colocaban floreros.

La casa sólo tenía 5 cuartos; el mejor, a la entrada, lo dedicamos a la capilla, luciendo ya su altar de cedro, pero allí mismo, a un lado, la hermosísima imagen de mi Reina y Madre Santa María de Guadalupe.

La primera Misa se celebró el domingo 25 de agosto de 1945. El Santísimo se quedó expuesto durante todo el día en acción de gracias.

Dios tuvo compasión de su Obra, de esta Obra para la cual se había valido del instrumento más deleznable, más inepto, más incapaz. Pero era suya... la Obra.

Bastante se lo dije antes de iniciarla: «Señor, si no es tu voluntad santísima, yo no quiero hacer nada». Por esto ahora muchas veces le digo: «¡Tú tienes la culpa, para qué te valiste de lo peor que encontraste!»

A los años de paz, después de las guerras anteriores, se vino una floración de vocaciones, de días muy hermosos.

Las almas, las instituciones, tienen que pasar también por sus cuatro estaciones, aunque los inviernos, a las veces, nos hagan sangrar.

La Obra no es de esta miserable María Inés-Teresa, sino de Dios sólo, que ha usado este instrumento tan deleznable para que así resplandezca a los ojos de todas las hijas la infinita bondad, el infinito amor y protección de Dios.

La vocación misionera fue siempre la mía, ya que, cuando Dios me hizo sentir el deseo de pertenecerle a él por entero, mi vocación fue ser misionera.

Por esto me encerré en el claustro, sabía que la oración y los sacrificios salvan más almas, que todo lo que sea acción, si esto va impregnado del espíritu de sacrificio, del deseo de no sobresalir, pero sí del deseo de llevar muchas almas a Cristo.

De allí que después, al calor de la oración, del mismo trabajo manual tan pesado que tuve casi toda mi vida de claustro, fueron como el móvil, que me fue llevando a realizar, esto que ahora soy MISIONERA CLARISA.

[Tomado de http://www.misionerasclarisas.com/madreines.html]

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MADRE MARÍA INÉS TERESA

La madre María Inés Teresa Arias del Santísimo Sacramento, es la fundadora de la Familia Misionera integrada por:

• Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento (religiosas).

• Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal (sacerdotes y religiosos).

• Van-Clar (misioneros laicos solteros y casados de todas las edades).

• Grupo Sacerdotal Inesiano (sacerdotes diocesanos que comparten la espiritualidad de la madre Inés en su ministerio).

• Misioneras Inesianas (consagradas en el mundo).

De origen mexicano, la madre María Inés Teresa Arias nació en Ixtlán del Río, Nayarit, el 7 de julio de 1904. Fue la quinta de ocho hijos del matrimonio Arias Espinosa. La bautizaron con el nombre de Manuelita de Jesús, y creció dentro del ambiente de una familia cristiana.

Recibió una excelente educación y formación católica, siendo muy querida y aceptada por amistades y familiares, especialmente por su alegría, sencillez y caridad.

Debido a la ocupación de su padre, Juez de Distrito, la familia Arias Espinosa vivió en diferentes ciudades: Tepic, Mazatlán, Guadalajara, etc. Durante algún tiempo trabajó en una institución bancaria en la ciudad de Mazatlán.

En octubre de 1924, durante la celebración del Congreso Eucarístico Nacional en México, Jesús tocó fuertemente el corazón de Manuelita, quien vivió una experiencia espiritual tan profunda, que desde ese momento no pensó otra cosa que "ser toda de su Dios", atraída fuertemente por Jesús, en la Eucaristía.

En los tiempos muy difíciles para los católicos de nuestro país, durante la furia de la persecución religiosa, Manuelita se consagró al Amor Misericordioso de Dios como víctima de holocausto, ofreciéndose por la salvación de México y del mundo entero.

Con la lectura de "Historia de un Alma", la autobiografía de santa Teresita del Niño Jesús, Manuelita decidió ingresar a la vida religiosa para ser como la santita de Lisieux: misionera secreta por la oración y el sacrificio. Su vida desde entonces fue totalmente eucarística y misionera.

Después de algunas pruebas y de tener la certeza de que el Señor la llamaba a seguirle más de cerca, luego del Congreso Eucarístico, en el que ella sintió la mirada del Señor, exclamo: "Mi corazón se fue tras Él", e ingresó con las Clarisas Sacramentarias del "Ave María" el 7 de junio de 1929, cuyo Monasterio se encontraba exiliado en Los Ángeles, California.

El 8 de diciembre del mismo año inició el noviciado, en donde recibió el nombre de sor María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Un año más tarde, el 12 de diciembre de 1930, estando aún en Los Ángeles, California, hizo su profesión religiosa y en este día vivió una fuerte experiencia espiritual que nunca olvidaría. De labios de una imagen de la Virgen de Guadalupe percibió estas palabras:

«Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en estos la gracia que necesiten; me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos con los que tuvieres alguna relación, y aunque sea tan sólo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final...».

Esta experiencia mariana marcó fuertemente su vocación misionera, aunque en aquel momento sor María Inés no comprendió tan profundo significado. En medio de la austeridad y pobreza del claustro, se dedicó a ser misionera contemplativa para salvar almas, irradiando alegría, sencillez y entusiasmo a su alrededor en un amor a Dios bajo la mirada constante de María.

En 1933, habiendo regresado la comunidad a México, sor María Inés Teresa del Santísimo Sacramento emitió sus votos perpetuos. Su ideal misionero fue creciendo y en el silencio de la oración y el trabajo se fue preparando la obra misionera que Dios le había inspirado a través de aquella promesa de la Santísima Virgen de Guadalupe.

En 1940 expuso a la madre abadesa sus inquietudes misioneras, quien la invitó a hacerlo a las autoridades eclesiásticas correspondientes. Después de una serie de pruebas y sufrimientos, pero siempre guiada por la rectitud y obediencia para buscar solamente la voluntad de Dios, fue recibida por el Sr. obispo de Cuernavaca, D. Francisco González Arias, como un Monasterio de Clarisas con miras a transformarse en Congregación Misionera. Él mismo solicitó a la Santa Sede dicha fundación, que vino a ser concedida el 12 de mayo de 1945.

En agosto del mismo año, la madre María Inés partió a Cuernavaca con cinco religiosas del monasterio del Ave María que libremente quisieron acompañarla, con la autorización de la abadesa. De esta manera se hizo realidad aquel anhelo inspirado por Dios.

Dios siguió tocando a la puerta del corazón de madre Inés y fueron naciendo las demás obras que ahora forman la llamada «FAMILIA INESIANA» que, bajo el lema adoptado por ella misma: "Oportet illum regnare", es decir: "Es urgente que Cristo reine" (1 Cor 15,25), se encuentra esparcida en el mundo entero, llevando la palabra de Dios bajo el carisma «misionero-contemplativo» que el Espíritu Santo suscitó en la venerable sierva de Dios María Inés Teresa Arias del Santísimo Sacramento, viviendo en alegría y sencillez una espiritualidad eucarística, sacerdotal, mariana y misionera en la condición vocacional específica de sus miembros.

En 1979, fundó nuestro instituto [Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal] y ella misma pudo ver en formación a los primeros miembros del mismo. Su ideal misionero se hace ahora realidad en sacerdotes y hermanos religiosos que, en México y en Sierra Leona, hacen realidad aquel sueño de madre Inés de llevar la palabra de Dios, los sacramentos y la dirección espiritual a cuantos son los habitantes del mundo.

La madre Inés murió como había vivido: en serenidad, sencillez y abandono en las manos del Padre, el 22 de julio de 1981, en la ciudad de Roma. Su vida fue un himno de amor y gratitud a la Santísima Trinidad y ha sido declarada venerable por Su Santidad Benedicto XVI [y beatificada por el mismo en 2012].

[Alfredo Delgado, M.C.I.U., en http://www.misionerosdecristo.org/]

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BEATA MARÍA INÉS TERESA
DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
(en el siglo, Manuela de Jesús Arias Espinosa)

La madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento fue beatificada el sábado 21 de abril de 2012 en México por el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal Angelo Amato, en representación del papa Benedicto XVI.

En una ceremonia llevada a cabo en la Basílica de Guadalupe, la religiosa, fundadora de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal, fue declarada beata, paso previo para la canonización.

Conocida afectuosamente como "Manuelita", la monja profesó en el Monasterio del Ave María el 12 de diciembre de 1930, y a partir de entonces pasó varias etapas de vida religiosa hasta emitir su profesión perpetua el 14 de diciembre de 1933.

Su vida enclaustrada duraría hasta 1949. Cuatro años antes sor María Inés Teresa había recibido la noticia de que en Roma se había firmado la autorización para fundar las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, una nueva congregación católica con un ideal contemplativo y apostólico que oficialmente nacería el 23 de agosto de 1945 en la ciudad de Cuernavaca. El 22 de junio de 1951, la Santa Sede avaló la nueva orden religiosa de manera definitiva.

Posteriormente las religiosas extenderían su acción evangélica por diversos países de Asia y África, Estados Unidos y varias naciones de Latinoamérica y Europa.

La congregación de las Misioneras Clarisas se afianzó aún más el 5 de enero de 1953, cuando la Santa Sede autorizó la formación de las Vanguardias Clarisas, un movimiento laico que se desarrollaría en paralelo a la orden religiosa.

Las Misioneras se caracterizan por ser una congregación eucarística, mariana y misionera, que llevan una vida contemplativa-activa, y que tienen como base la adhesión a la voluntad divina, fuente de alegría, y como centro, a Jesucristo.

Profesan los votos de castidad, pobreza y obediencia, y testimonian el amor fraterno "siempre en un espíritu de comprensión y servicio, vividos en amor y paz, siendo la caridad lo que la impulsa a vivir ya no para sí, sino para toda alma necesitada".

[La madre María Inés Teresa dejó abundantes escritos (más de 6.000 páginas escritas) principalmente a las religiosas, y a la Familia Inesiana, lo cual constituye un gran tesoro para todos nosotros. Muchos de los cuáles se encuentran a disposición de los que quieran acercarse al carisma de la madre María Inés]. Dejó además a sus compañeras de congregación una labor que permitió crear 36 casas de misioneras por 14 países del mundo, así como trabajos de misión por sacerdotes en Sierra Leona y México.

La nueva beata nació en Ixtlán del Río, Nayarit (México), el 7 de julio de 1904 y murió el 22 de julio de 1981 en Roma, Italia, pocos meses después de haber sido recibida por el entonces papa Juan Pablo II el 9 de diciembre de 1980.

Fue la quinta de ocho hermanos nacidos en el seno de una familia cristiana. A los siete años recibió la primera comunión. Su vocación surgió en 1924, y cinco años después ingresó en el Monasterio del Ave María en Los Ángeles (USA).

Eran los años de la persecución religiosa derivada de la Guerra Cristera (1926-1929) y el monasterio se había trasladado hasta Los Ángeles, Estados Unidos.

Es la fundadora de las congregaciones de las Misioneras Clarisas (1945) y de los Misioneros de Cristo por la Iglesia Universal (1979).

Creada a mediados del siglo pasado, la congregación de las Misioneras, que se rige por el lema Oportet illum regnare ("Urge que Cristo reine") y con presencia en 14 países, fue el legado principal de esta nueva beata.

[Fuente: ZENIT http://www.zenit.org/article-42024?l=spanish]

HOMILÍA DEL CARDENAL ANGELO AMATO
EN LA BEATIFICACIÓN DE LA MADRE
MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Basílica de Guadalupe (México), 21 de abril de 2012

1. Es especialmente emocionante para mí celebrar la Eucaristía en este lugar bendito, donde, en el lejano 1531, la Santa Virgen de Guadalupe ha dejado sus huellas de paraíso, hablando a Juan Diego y haciendo florecer milagrosamente las rosas de invierno. La aparición de María en la sacra colina del Tepeyac fue para México y para la América Latina un signo prodigioso de protección maternal. Y desde aquel momento Nuestra Señora de Guadalupe no ha cesado de conceder a sus hijos gracias y favores para consolarles y animarles en el camino fatigoso de la vida.

La misión especial de María ha sido la de conducir a los bautizados a Cristo Rey, haciendo florecer mártires y santos, que han sido testigos heroicos del Evangelio de la vida, de la verdad, de la justicia y de la paz. La madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento es uno de estos testigos heroicos, que ha puesto todas sus energías de la naturaleza y de la gracia al servicio del reino de Cristo, según el lema: «Es urgente que Cristo reine».

La gran imagen de la beatificación muestra con gran sensibilidad artística a Nuestra Señora de Guadalupe que, sonriendo, llena de rosas las manos de la madre María Inés, significando las muchas gracias espirituales concedidas a ella para la santificación propia y para la valiente empresa de la fundación de dos congregaciones religiosas misioneras. De hecho, fue la dulce Morenita la que transformó una monja de clausura en apóstol y misionera del Evangelio. Fue el amor mariano guadalupano el que infundió en su corazón el ansia de llevar a toda la humanidad a Cristo Eucaristía y su Corazón misericordioso.

2. La beatificación de hoy es otro don que el Santo Padre Benedicto XVI hace a la Iglesia y a todo el pueblo mexicano. Hace un mes el Papa llegó a esta noble tierra y se sintió feliz de estar entre ustedes. Con esta visita deseaba estrechar la mano a todos los mexicanos, de dentro y de fuera de vuestra tierra, para apoyarles y agradecerles su fidelidad a la fe católica y su amor a Cristo Rey y a la Iglesia.

El Papa ama vuestra noble patria. A ella ha venido como peregrino para alentarles a ser firmes en la esperanza. Los mexicanos son un pueblo fuerte, un «pueblo que tiene valores y principios, que cree en la familia, en la libertad, en la justicia, en la democracia y en el amor a los demás». Ustedes son un pueblo joven, acogedor, creativo, religioso, con una gran historia de civilización. Ustedes merecen superar todas las dificultades para vivir serenamente en la solidaridad y en la concordia. La visita del Santo Padre ha sido una inyección de ánimo para un futuro de paz, de concordia y de bienestar.

Parecen dirigidas a vuestra Iglesia y a vuestra nación las palabras con las cuales, en la liturgia de la palabra de hoy, el profeta Isaías glorifica a Jerusalén: «Levántate y resplandece, porque llega tu luz, la gloria del Señor amanece sobre ti» (Is 60,1).

La fe en Dios, la esperanza en su providencia eficaz, la caridad ardiente son los rayos de aquel sol deslumbrante que es el amor inmenso de Dios, que orienta las mentes y calienta los corazones para cumplir el bien y no el mal, para caminar por la vía de la concordia y no de la división.

3. La beatificación de la madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento es también un reconocimiento de la Iglesia a una mujer, que ha encarnado ejemplarmente las mejores cualidades humanas y espirituales de su pueblo, dignificándolo con la heroicidad de sus virtudes y difundiendo el perfume de la santidad, hecha de fe profunda, de esperanza firme, de caridad inmensa.

¿Quién era la madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento (1904-1981)? Manuela de Jesús Arias Espinosa, que después en la vida religiosa tomó el nombre de María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, fue una joven valiente. Para poder realizar su sueño de vida consagrada, debió alejarse de México y emigrar a los Estados Unidos. En aquella época, de hecho, se tenía el temor continuo de la persecución contra la Iglesia. En el país las religiosas vivían en condiciones precarias y no aceptaban aspirantes a la vida consagrada. Así, en 1929, Manuelita fue a Los Ángeles, California, y entró en las Clarisas Sacramentarias del monasterio del Ave María, como monja de clausura.

Se distinguió enseguida por su carácter abierto, sencillo y sereno. Era generosa en el trabajo, ferviente en la oración, humilde, sacrificada y siempre dispuesta a la ayuda. A propósito de su humildad, los testigos del proceso cuentan un episodio, que sucedió cuando las Clarisas habían regresado a México. Sor María Inés, como sacristana, había adornado el altar de un modo que no gustó a la abadesa, la cual le castigó severamente, obligándole a comer tres días en el suelo. La beata aceptó la corrección con serenidad y después abrazó a la abadesa y le pidió perdón. Esta actitud de humildad y de resignación le acompañó en toda su vida. En todo caso la abadesa reconoció la actitud edificante de su joven hermana, vislumbrando en ella madera de santa.

Más tarde, el carácter abierto y dinámico, propio de la vida activa, impulsó a nuestra beata a desear un apostolado que pudiera desempeñarse también fuera del monasterio, en una auténtica misión evangelizadora, para difundir el mensaje de Cristo en tierras lejanas. Este sueño se realizó en 1945 en Cuernavaca, con seis religiosas provenientes del Ave María. Estas Misioneras Clarisas del Smo. Sacramento unían la vida contemplativa con la activa, bajo la protección de la Santísima Virgen de Guadalupe. La nueva congregación floreció rápidamente con nuevas vocaciones y fundaciones, no sólo en varias ciudades de México, sino también en Japón, California, Texas, Costa Rica, Sierra Leona, Indonesia, además de en España, Irlanda, Corea, Nigeria, Italia. Con un celo grandísimo la madre María Inés, como madre general, dirigía sus obras y sus hijas primero desde México y después desde Roma, donde murió en olor de santidad en 1981.

4. El carisma vivido por madre Inés y transmitido a sus discípulas es el ansia misionera, realizada con la catequesis, con el testimonio y sobre todo con una auténtica missio ad gentes. La madre Inés fue una misionera infatigable. En su vida emprendió 44 viajes, 19 intercontinentales y 25 internacionales, que comprendían 92 visitas a varios países. Acompañaba personalmente a las hermanas que marchaban a tierras lejanas y desconocidas. Con una fuerza extraordinaria ella misma hacía fatigosos viajes en tren, barco y avión para poder socorrer a las propias hermanas misioneras.

De esta vocación nacieron, además de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal. A estas dos congregaciones se une el movimiento Van-Clar, formado por laicos que tienen como fin vivir el santo Evangelio mediante la práctica de las promesas bautismales en el propio ambiente familiar, profesional, social y eclesial según el lema: «Vivir por Cristo».

Nadie duda de la gran actualidad de este carisma misionero. Hoy, en América Latina y en toda la Iglesia, es urgente la evangelización, no solo como primer anuncio a los que no conocen el Evangelio, sino también como nueva propuesta de la palabra de Dios a los que la han olvidado y descuidado y que llevan una existencia lejana de la verdad de la palabra de Jesús y de los sacramentos salvíficos de la Iglesia.

En la liturgia de la palabra de hoy san Pablo afirma: «Si proclamas con tus labios que "Jesús es el Señor", y crees en tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás» (Rom 10,10). Pero después el apóstol se pregunta: «¿Cómo creerán en uno del que no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar sin nadie que lo anuncie? ¿Y cómo lo anunciarán si no han sido enviados? Como está escrito: ¡Qué bellos son los pies de los que llevan el alegre anuncio del bien!» (Rom 10,14-15).

La Iglesia necesita misioneros y el deseo de nuestra beata fue precisamente el de dar a la Iglesia misioneros del Evangelio. Todo en perfecta sintonía con la conclusión de los obispos latinoamericanos reunidos en la V Conferencia del CELAM en Aparecida, en Brasil (2007). Para los pastores de vuestro continente, los signos de los tiempos piden la promoción de una evangelización que sea un retorno a Cristo, centro del Cristianismo. La Iglesia latinoamericana ha decidido ser iglesia misionera, animando a los fieles a vivir como auténticos «Discípulos y misioneros de Cristo Jesús para que nuestros pueblos tengan vida en Él». Este nuevo impulso a la misión y a la evangelización, implica para todos, pastores y fieles, el compromiso de crecer en la fe para ser luz del mundo y sal de la tierra. A este respecto el Santo Padre Benedicto XVI ha escrito: «He leído con especial interés las palabras que exhortan a dar prioridad a la Eucaristía y a la santificación del día del Señor [...], como también las que expresan el deseo de potenciar la formación de los fieles».

Ante una agresiva cultura anticristiana y un vacío relativismo religioso, la Iglesia latinoamericana reafirma la novedad del Evangelio, que está bien enraizado en la historia de su pueblo. Más que en las estructuras, los obispos insisten en las personas, en el testimonio de «hombres y mujeres nuevos, que encarnen la tradición religiosa católica y la novedad del Evangelio, como discípulos y misioneros de su reino, protagonistas de vida nueva para América Latina».

Los obispos exhortan a mirar el rostro de Cristo, para que, iluminados por la luz del Resucitado, los bautizados puedan contemplar el mundo y la historia de sus pueblos con ojos pascuales, reflejando el gozo de ser discípulos de Cristo Rey, camino, verdad y vida (Jn 16,4). De hecho, es el Evangelio la buena noticia de la dignidad de cada persona humana, de la preciosidad de la vida, del bien incalculable de la familia, del respeto de la naturaleza, de la distribución justa de los bienes. Es hora, por tanto, de volver a la escuela de Cristo, para aprender de él la lección de una vida buena y feliz, también en esta tierra.

5. Y es un gran don de la divina providencia la celebración de hoy, que presenta la glorificación de una consagrada latinoamericana, que ha encarnado este proyecto misionero de los obispos, mediante su vocación a la santidad y a la misión.

La nueva beata nos invita a todos, y en primer lugar a sus hijas espirituales, a volver a encender la llama de la misión, de la missio ad gentes, de la llamada a la conversión y al bautismo que purifica el ser humano del pecado revistiéndolo de la gracia divina. Las Misioneras Clarisas del Smo. Sacramento deben ser las primeras en esta renovada obra de apostolado.

Pero esta expansión misionera debe brotar de un corazón imbuido del amor de Jesús, que nos dice: «Permaneced en mi amor. [...] Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo les he amado [...]. Esto les mando: que se amen los unos a los otros» (Jn 15,9-17). La misión es expresión de amor a Cristo y a la Iglesia.

La madre María Inés fue una mujer enteramente concentrada en el amor misericordioso de Cristo eucarístico y en la obediencia a la Iglesia y a sus pastores. El magisterio de la Iglesia era la brújula que guiaba sus proyectos misioneros, bajo la protección de Nuestra Señora de Guadalupe, estrella de la evangelización.

El heroísmo de su fe se manifestaba en una esperanza que era confianza plena en la presencia providente de Dios. Su mirada se dirigía al cielo y su corazón estaba anclado en el corazón sacratísimo de Jesús, de quien provenía su energía y entusiasmo apostólico.

Su vida extraordinariamente virtuosa estuvo adornada por una sonrisa perenne. En sus apuntes encontramos este propósito: «Una sonrisa cuando se quiera manifestar molestia; sonreír siempre, incluso cuando esta sonrisa nos duela más. No me cuesta mucho esto, pues desde el inicio de mi vida espiritual, he trabajado mucho para conseguir este equilibrio de carácter».

La beatificación de hoy es la fiesta de la santidad, pero también la fiesta de la alegría, porque los santos son la sonrisa de Dios en nuestra tierra.

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