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15 de noviembre Textos de L'Osservatore Romano |
. | Hélène Marie Philippine de Chappotin de Neuville, en religión María de la Pasión, nació el 21 de mayo de 1839 en Nantes, Francia, de una familia noble y cristiana. Desde la infancia manifestó notables dones naturales y una fe profunda. En abril de 1856, en unos ejercicios espirituales, hizo una primera experiencia de Dios que la llamaba a una vida de consagración total. La improvisa muerte de su madre retrasó la realización. Sin embargo, en diciembre de 1860, con el consentimiento del obispo de Nantes, entró en las Clarisas, atraída por el ideal de sencillez y pobreza de San Francisco. El 23 de enero de 1861, aún postulante, tuvo una profunda experiencia de Dios que la invitaba a ofrecerse como víctima por la Iglesia y el Papa. Esta experiencia marcó toda su vida. Cayó gravemente enferma y tuvo que dejar el monasterio. Una vez restablecida, su confesor la orientó hacia la Sociedad de María Reparadora, en la que ingresó en mayo de 1864. El 15 de agosto de ese mismo año, en Toulouse, recibió el hábito con el nombre de María de la Pasión. En marzo de 1865, aún novicia, fue enviada a la India, al Vicariato apostólico del Maduré, encomendado a la Compañía de Jesús, donde las Reparadoras tenían como tarea principal la formación de las religiosas de una congregación autóctona y otras actividades apostólicas. En Maduré, el 3 de mayo de 1866, María de la Pasión pronunció los votos temporales. Por sus dones y virtudes fue nombrada superiora local y seguidamente, en julio de 1867, provincial de los tres conventos de las Reparadoras. Bajo su dirección se desarrollaron las obras de apostolado, se restableció la paz, un tanto turbada por tensiones anteriores, y volvió a florecer el fervor y la regularidad en las comunidades. En 1874, fundó una nueva casa en Ootacamund, en el Vicariato de Coimbatore, asignado a las Misiones Extranjeras de París. Pero en Maduré las disensiones se agravaron hasta tal punto, que veinte religiosas, entre ellas María de la Pasión, se vieron obligadas, en 1876, a dejar la Sociedad de María Reparadora. Se reunieron en Ootacamund bajo la jurisdicción del Vicario Apostólico de Coimbatore, Mons. José Bardou, M.E.P. En noviembre de 1876, María de la Pasión se dirigió a Roma para regularizar la situación de las veinte hermanas separadas y obtuvo de Pío IX, el 6 de enero de 1877, la autorización de fundar un nuevo instituto, específicamente misionero, bajo el nombre de Misioneras de María. Por sugerencia de la Congregación de Propaganda Fide, María de la Pasión abrió en Saint-Brieuc, Francia, un noviciado que acogió rápidamente numerosas vocaciones. En abril de 1880 y en junio de 1882, regresó a Roma para resolver las dificultades que amenazaban la estabilidad y el crecimiento del joven Instituto. El último viaje, en junio de 1882, marcó una etapa importante en su vida: se le autorizó a fundar en Roma una casa y, llevada por circunstancias providenciales, encontró la orientación franciscana indicada por Dios veintidós años antes. El 4 de octubre de 1882, en la iglesia del Aracoeli fue recibida en la Tercera Orden de San Francisco y entró en relación con el Siervo de Dios, el padre Bernardino de Portogruaro, ministro general de la Orden de Frailes Menores, que en sus pruebas la apoyó con paternal solicitud. En marzo de 1883, María de la Pasión fue destituida de su función de superiora del Instituto a causa de acusaciones infundadas. Pero, después de una investigación ordenada por León XIII, se reconoció plenamente su inocencia y fue reelegida en el capítulo de julio de 1884. El Instituto tuvo un rápido desarrollo: el 12 de agosto de 1885 recibió el Decretum laudis y el de afiliación a la Orden de Hermanos Menores; el 17 de julio de 1890 se aprobaron las Constituciones ad experimentum y, definitivamente, el 11 de mayo de 1896. Desde ese momento se comenzaron a enviar misioneras incluso a los lugares más lejanos y peligrosos. El celo misionero de la fundadora no conoció límites para responder a las llamadas de los pobres y abandonados. También la promoción de la mujer y la situación social le interesaban particularmente; con inteligencia y discreción ofrecía a los pioneros que trabajan en este campo una colaboración que ellos apreciaban mucho. Su intensa actividad y su dinamismo brotaban de la contemplación de los grandes misterios de la fe. Para María de la Pasión todo confluía en la Unidad-Trinidad de Dios Verdad-Amor, que se da a nosotros a través del misterio pascual de Cristo. Unida a estos misterios vivía su vocación de ofrenda en una dimensión eclesial y misionera. Jesús Eucaristía era para ella «el gran misionero» y María, en la disponibilidad de su «Ecce», trazaba el camino de la donación sin reserva a la obra de Dios. De este modo abrió a su Instituto los horizontes de la misión universal, cumplida en el espíritu evangélico de sencillez, pobreza y caridad de San Francisco de Asís. Con gran esmero cuidaba, no solamente de la organización exterior de las obras, sino sobre todo de la formación espiritual de las religiosas. Dotada de una extraordinaria capacidad de trabajo, encontraba tiempo para redactar numerosos escritos de formación, y para mantener una frecuente correspondencia con sus misioneras esparcidas por el mundo, invitándolas con insistencia a una vida de santidad. En 1900, el Instituto recibió el sello de sangre con el martirio en China de siete Franciscanas Misioneras de María, beatificadas en 1946 y canonizadas en el transcurso del gran jubileo del año 2000. Este martirio fue para María de la Pasión, además de un gran dolor, un inmenso gozo, una emoción intensa por ser la madre espiritual de estas misioneras que supieron vivir el ideal de su vocación hasta el derramamiento de su sangre. Agotada por las fatigas de incesantes viajes y por el trabajo cotidiano, María de la Pasión, después de una breve enfermedad, murió serenamente en San Remo el 15 de noviembre de 1904, dejando más de dos mil religiosas y ochenta y seis casas insertas en cuatro continentes. Sus restos mortales reposan en un oratorio privado de la casa general del Instituto en Roma. El papa Juan Pablo II la beatificó el 20 de octubre de 2002. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 25-X-2002] * * * De la homilía de
Juan Pablo II «Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido» (1 Ts 1,4). María de la Pasión se dejó conquistar por Dios, capaz de calmar la sed de verdad que sentía. Al fundar la congregación de Franciscanas Misioneras de María, ardía en deseos de comunicar el gran amor que la impulsaba y tendía a difundirse por el mundo. En el centro del compromiso misionero puso la oración y la Eucaristía, pues para ella adoración y misión se fundían en una misma actividad. Alimentada con la Escritura y con los Padres de la Iglesia, mística y activa, apasionada e intrépida, se entregó con una disponibilidad intuitiva y audaz a la misión universal de la Iglesia. Queridas hermanas, siguiendo el ejemplo de vuestra fundadora, en comunión profunda con la Iglesia, acoged la invitación a vivir, con una fidelidad renovada, las intuiciones de vuestro carisma fundador, para que sean numerosos los que descubran a Jesús, que nos hace entrar en el misterio de amor que es Dios. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 25-X-2002] * * * Del discurso de Juan Pablo
II a los peregrinos Me alegra acogeros, queridos peregrinos que habéis venido para la beatificación de María de la Pasión. Saludo a la superiora general de las Franciscanas Misioneras de María, así como al nuevo equipo de consejeras. Queridas hermanas, doy gracias por vuestra vocación, que une contemplación y misión, y por el valioso testimonio de vuestras comunidades internacionales, signo de fraternidad y de reconciliación para los pueblos. Os animo a acrecentar cada vez más en ellas el amor fraterno, en un clima impregnado de la alegría y la sencillez franciscanas. Os invito a proseguir, con caridad y en la verdad, el diálogo entablado con las culturas. Ojalá que, profundizando en la rica espiritualidad de vuestra fundadora, ayudéis a las jóvenes a descubrir la alegría de entregarse totalmente a Cristo. A los fieles presentes, a las Franciscanas Misioneras de María, a las personas que trabajan con ellas y a las que se benefician de su apostolado, les imparto de todo corazón la bendición apostólica. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 25-X-2002] |
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