DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

6 de mayo
BEATA MARÍA CATALINA TROIANI
(1813-1887)

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Nació en Italia el año 1813. Quedó huérfana de madre a los 6 años y fue encomendada para su educación a las hermanas del convento de Santa Clara de Ferentino, donde se hizo religiosa en 1829. Marchó a Egipto en 1859 con otras cinco monjas para encargarse de la educación de niñas. Abrieron en El Cairo diversas obras para niñas indigentes de toda religión y nacionalidad, y María Catalina se entregó con todo el amor y mucho sacrificio a aliviar tanta necesidad y sufrimiento. Allí surgió la congregación de las Franciscanas Misioneras, de la que María Catalina fue fundadora y superiora general. Falleció en El Cairo el 6 de mayo de 1887.

A nuestra María Catalina se la llama también con frecuencia simplemente Catalina, y a veces María Catalina de Santa Rosa de Viterbo, que es el nombre completo que tomó al ingresar en religión; de seglar se llamaba Constanza Troiani.

Nació en Giuliano di Roma, provincia de Frosinone, en el Lacio, un centenar de Km. hacia el sur de la capital de Italia, el 19 de enero de 1813. Fue la cuarta de cinco hermanos, el segundo de los cuales llegó a ser sacerdote y los otros tres murieron a edad temprana. Sus padres, de posición desahogada, fueron Tomás Troiani y Teresa Panici Cantoni. Constanza pasó feliz en el hogar paterno los 6 primeros años de su vida, pero su madre falleció en 1819, y su padre se vio en la necesidad de confiarla, para su educación, a las religiosas que tenían un colegio pensionado en el convento de Santa Clara de la Caridad situado en Ferentino (Frosinone). Esta comunidad observaba unas constituciones inspiradas en la Regla de Santa Clara, guardaba clausura episcopal y se dedicaba a la educación y enseñanza de niñas. Inteligente, sensible, vivaracha, era a la vez obediente, y en el silencio y con aplicación iba desarrollando su personalidad humana y espiritual. Llegó el momento en que algunos familiares suyos le propusieron volver a su puesto en la vida social. Pero ella rehusó tales propuestas porque pronto sintió la vocación al claustro, y de hecho el 8 de diciembre de 1829, a la edad de 16 años, vistió el hábito franciscano allí mismo. Al año siguiente fue admitida a la profesión religiosa, y Constanza tomó el nombre de Sor María Catalina de Santa Rosa de Viterbo. Se le confió enseguida el cargo de enseñante en la escuela y luego el de vicemaestra de las educandas, además de otros varios oficios en el seno de la comunidad religiosa. Escribió entonces la crónica de su monasterio desde que se fundara en 1803.

Desde aquel tiempo se sintió fuertemente atraída por la contemplación de Jesús crucificado, por el amor a la penitencia y a la vida oculta imitando la de Cristo en Nazaret: «Quiero ser siempre la última en la casa de Dios, que eso es lo mejor para una religiosa», escribe el día de su profesión, a lo que añade: «Me acostumbraré a ofrecer cada acción antes de emprenderla y a vivir sin pausa en presencia de Dios, esforzándome en ser cada día mejor que el anterior». Su trato íntimo con el Señor fue progresando, y a veces se la oía exclamar: «¡Oh Jesús, dame el fuego de tu amor para que pueda consumirme por ti!» Se complacía en decir: «Penetremos en el interior del Corazón de Jesús: allí se está bien, y nadie puede hacernos daño».

El año 1835, cuando contaba 22 años de edad, se sintió fuertemente llamada a trabajar en las misiones extranjeras, pero tuvo que esperar muchos años, unos 24, para poder llevar a cabo esa vocación. Mientras tanto se dedicó a la animación misional entre sus compañeras. Y tan acertadamente lo hizo, que florecieron en su monasterio las vocaciones misioneras. En efecto, cuando el Vicario apostólico de Egipto, el franciscano Mons. Perpetuo Guasco, siguiendo la sugerencia que le hizo la misma Sor María Catalina por medio de su confesor que había ido a Egipto por motivo de predicación, propuso a las monjas de Santa Clara de Ferentino, que ya eran de clausura, la apertura de una casa en Egipto para la educación de niñas, especialmente pobres, de cualquier color, nación y religión, las encontró prontas para secundar el proyecto. Y así, el obispo de Ferentino, con la aprobación de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, envió un grupo de seis clarisas misioneras que, presididas por la madre M. Luisa Castelli y animadas por sor María Catalina, llegaron a El Cairo el 14 de septiembre de 1859. Durante el viaje, cuando hicieron escala en Malta, se enteraron de que había fallecido repentinamente Mons. Guasco, que era quien las había invitado a establecerse en Egipto. Este suceso provocó dudas en las monjas viajeras, pero Sor María Catalina las hizo reflexionar diciéndoles: «Nos hemos puesto en camino para responder no al deseo de un prelado, sino a la llamada de Dios».

De inmediato ocuparon la casa misión de Clot-Bey que se les había preparado en El Cairo Nuevo, aunque su primer trabajo lo desarrollaron en la iglesia católica de Muski que regían los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Muy pronto la superiora que había guiado al grupo de misioneras hasta Egipto cayó gravemente enferma, y Sor María Catalina tuvo que ponerse al frente de las obras que habían emprendido. Luego, en 1863, fue elegida superiora de la casa misión.

La comunidad de Santa Clara de Ferentino se transformó en 1842 en monasterio, aceptando la clausura, y, aunque en 1859 había organizado la primera expedición de religiosas a Egipto, en 1865 decidió renunciar a aquella misión tan distante dadas las nuevas circunstancias y las dificultades surgidas. A ello contribuyó el hecho de que el delegado apostólico que sucedió a Mons. Guasco redactó unas constituciones nuevas para las misioneras, que debían sustituir a las que ellas habían traído de Ferentino, lo que no fue del agrado del obispo de esta ciudad ni de las monjas del monasterio de Santa Clara. Así sucedió que, buscando todos el mayor bien, surgió un conflicto entre autoridades y proyectos. En consecuencia, Sor María Catalina y sus hermanas tuvieron que afrontar la alternativa en que al fin las puso la comunidad de Ferentino: abandonar las obras emprendidas y regresar a la casa madre, o independizarse de ésta. Fue un trance muy triste y doloroso para las misioneras. Sor María Catalina y las demás religiosas decidieron permanecer en Egipto, separándose con dolor de su casa de origen. En 1868, después de los acuerdos alcanzados entre las autoridades afectadas, la Orden de Hermanos Menores y la Congregación de Propaganda Fide, mediante decreto pontificio, la misión de Clot-Bey (El Cairo, Egipto) quedó constituida como instituto autónomo, del que fue reconocida como fundadora y nombrada superiora general la Beata María Catalina, la cual fue confirmada en su cargo en el primer capítulo general, celebrado en 1877, y después de nuevo en 1883. El nuevo instituto adoptó desde el primer momento la Regla de la Tercera Orden Franciscana, aprobada por León X para los terciarios regulares (TOR), con unas constituciones adaptadas a la situación misionera del mismo, que fueron aprobadas en 1876. De este modo nació una nueva congregación de derecho pontificio, la de las Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María, hasta 1950 llamadas Franciscanas Misioneras de Egipto, que en 1897 fue agregada a la Orden Franciscana (O.F.M.).

A las obras y actividades iniciales, la madre María Catalina fue añadiendo otras nuevas como respuesta a las muchas necesidades con que se encontraba en la población y particularmente en la infancia de aquel país. Su celo apostólico y su caridad se desarrollaron especialmente en dos obras misionales y sociales: la una, iniciada en 1860 en colaboración con dos sacerdotes, Olivieri y Versi, empeñados en la lucha contra la esclavitud, y destinada a rescatar y educar a las niñas negras esclavas, y la otra, iniciada en 1872, dedicada a recoger a los expósitos, recién nacidos abandonados. Las niñas pequeñas abandonadas al nacer o destinadas a los harenes turcos eran buscadas o acogidas, incluso pagando rescate por ellas. Para las niñas que gozaban de buena salud buscaba nodrizas que las criaran, y más tarde las confiaba a familias adoptivas. Con todo, eran muchas las pequeñas que estaban exánimes y pronto fallecían. Las niñas y las gentes, conmovidas por su bondad y entrega, la llamaban cariñosamente "Mamá Blanca". Con estas obras la madre María Catalina se insertó en lo más vivo de la lucha por el rescate y redención de los esclavos y por la dignificación de la mujer, uniéndose a los grandes líderes anti esclavistas de aquel tiempo como Olivieri, Versi, Daniel Comboni y el franciscano Ludovico de Casoria.

En 1882, cuando la Beata estaba proyectando la apertura de nuevas casas, estalló la guerra angloturca. El consulado italiano pidió a las religiosas que salieran del país porque no podía garantizar su seguridad. La Madre y las hermanas tienen que marcharse a Roma; pero, tan pronto como se restablece la paz en Egipto, vuelven a su casa y misión, que permanece intacta, y reanudan su labor misionera y social. De nuevo son incontables las niñas y jóvenes que llenan sus aulas y sus centros de acogida. Pero en 1883 se extiende la epidemia del cólera, y las víctimas son incontables; las religiosas, a las que no falta el ejemplo y las palabras de aliento de la madre María Catalina, no abandonan sus puestos de trabajo sino que se multiplican en sus tareas para asistir a los apestados aun exponiendo las propias vidas.

Durante sus 28 años de actividad misionera, la madre María Catalina abrió, con la colaboración de las autoridades y la ayuda de las personas a las que tendió la mano, numerosas casas en Egipto, en Jerusalén, en Malta, en Italia. Ella procedía de un ambiente de fuerte espiritualidad franciscana, e imprimió esa espiritualidad en su propia vida y en todas sus obras.

El 10 de abril de 1887, víspera de Pascua, la Madre Troiani, enferma y agotada, tiene que meterse en cama, sin esperanza de recuperación porque su organismo está exhausto. Y el 6 de mayo de 1887, después de haber recibido por última vez la Eucaristía, fallece plácidamente en Clot-Bey, a los 74 años de edad. Al día siguiente, sus funerales se trasformaron en una solemne celebración con la presencia de cristianos y de musulmanes y entre el llanto especialmente de tantas mujeres beneficiarias de su obra, todos los cuales querían rendir un último homenaje a aquella apóstol de la caridad. Fue enterrada de momento en el cementerio latino de El Cairo, pero sus restos mortales fueron luego trasladados a la capilla de Clot-Bey, y en 1967 a Roma, y se veneran en la iglesia de la casa general del Instituto, dedicada al Corazón Inmaculado de María. «Tenemos dos vidas -había escrito-, la presente y la futura. La primera está hecha de luchas, la segunda es el final de todas ellas, la recompensa y la corona. La primera representa la navegación, la segunda el puerto. La primera dura sólo un instante, la otra no conoce la vejez ni la muerte». Y con frecuencia había recomendado a sus hermanas: «Cumplid bien vuestro deber; esperamos ir un día allá arriba, al Paraíso, llenas de gozo y alegría. ¿Después de haber soportado tantas fatigas y sufrimientos, qué podemos esperar mejor que el Paraíso? Para vivir como verdaderas religiosas, hay que comportarse cada día como si fuera el primero de nuestra vida consagrada y el último de nuestra vida terrena».

Su fama de santidad se extendió enseguida, y desde el primer momento las autoridades civiles egipcias, los diplomáticos y gobernantes europeos y cuantos tuvieron conocimiento de la obra desarrollada por la Beata y su Congregación, le mostraron la más grande estima y gratitud. El papa Juan Pablo II la beatificó el 14 de abril de 1985 y estableció que su memoria se celebre el 6 de mayo.

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De la homilía de Juan Pablo II
en la misa de beatificación
(14-IV-1985)

La fe y la caridad brillaron en la vida de Sor María Catalina Troiani, fundadora del instituto de las Religiosas Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María. Llamada por la Providencia a dejar el monasterio de las clarisas de Ferentino para ir con algunas hermanas a Egipto, con el fin de atender allí a la formación humana y cristiana de las niñas de aquella tierra de ultramar, ella acogió con plena disponibilidad el designio de Dios. Recordando el voto, que había pronunciado en los primeros años de profesión religiosa, de «vivir siempre como súbdita y en el olvido», se dedicó con impulso misionero al nuevo servicio en la ciudad de El Cairo.

Tenía enfrente un cúmulo de miserias y sufrimientos, donde parecía reflejarse una síntesis del dolor humano: esclavitud, hambre, pobreza, abandono de los recién nacidos y de los enfermos, explotación y marginación. Sor María Catalina no se limitó a señalar a los otros lo que debía hacerse en favor de aquellos infelices. Como el buen samaritano de la parábola evangélica, ella se detuvo junto a cada uno de los hermanos y hermanas que sufrían en el cuerpo y en el espíritu, tendiéndoles amorosamente su mano benéfica y entrégandose sin límites. Su caridad para con el prójimo víctima del dolor, de la enfermedad, de la miseria, no conoció exclusiones: católicos, ortodoxos, musulmanes encontraron en ella acogida y ayuda, porque en cada persona, marcada por el dolor, Sor María Catalina veía el rostro sufriente de Cristo. Por algo la pequeña religiosa, más que por su nombre, era conocida como la "Madre de los pobres"; y las mujeres del lugar, liberadas de la esclavitud, la llamaban la "mamá blanca".

Tampoco el peligro de la enfermedad y de la misma muerte por contagio detuvo el ardor de la caridad de Sor María Catalina: dos veces sobrevino el cólera y, en tan dramáticas situaciones, la Beata y sus hermanas sólo se preocuparon de asistir a los afectados por el morbo. Alguna de ellas pagó con la vida este servicio de entrega y de caridad.

Cuando las obras que ella había instituido parecían prosperar en serenidad, sobrevino de improviso la guerra de 1882, que dio la impresión de destruir todo. También en esta circunstancia emergieron la fe luminosa, la fortaleza indómita, la caridad ardiente de la Beata. Con inquebrantable esperanza en la Providencia, continuó comportándose en cada circunstancia según el principio tan entrañable para ella: «Desconfianza de nosotros mismos, confianza en Dios».

La Beata María Catalina Troiani se insertó en el servicio a la Iglesia con un estilo propio: como auténtica y fiel discípula de Santa Clara y de San Francisco de Asís, logró unir en sí misma la vida contemplativa de la Santa con el apostolado itinerante del Santo. Fue misionera en clausura y contemplativa en misión, con plena y total entrega al Señor y a los hermanos.

«Hemos contemplado, oh Dios, las maravillas de tu amor». A la luz de los ejemplos que nos han dejado las dos Beatas, podemos afirmar en verdad que hemos contemplado las maravillas que Dios continúa realizando, especialmente en las almas abiertas y dóciles a su gracia.

Que la Beata Paulina de Mallinckrodt y la Beata María Catalina Troiani nos sirvan de guía y de estímulo a fin de que en nuestro itinerario cotidiano demos, como ellas, un testimonio coherente de fe y de caridad.

Amén.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 21-IV-85]

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Del discurso de Juan Pablo II a los peregrinosque fueron a Roma para la beatificación
(15-IV-85)

Muy queridas Religiosas Franciscanas Misioneras y amados peregrinos:

1. Desde hace mucho tiempo esperabais la emocionante ceremonia de ayer, la beatificación de la madre María Catalina Troiani, fundadora de vuestra benemérita congregación.

Me sumo a vuestra alegría y a la acción de gracias que eleváis al Señor porque ha colmado de tantas gracias y favores a sor María Catalina y ha querido su glorificación oficial para honor de la Iglesia y de la congregación fundada por ella, así como para bien de las almas.

Ofrezco mi saludo cordial a la superiora general, al consejo y a cada una de las religiosas, así como a los peregrinos que han venido de tantas regiones y naciones, y deseo manifestar mi complacencia ante la maravillosa expansión por todo el mundo de las Religiosas Franciscanas Misioneras que, a partir de aquel lejano y humilde comienzo en El Cairo (Egipto), a donde llegó la fundadora en 1859, ahora están presentes en muchos sitios con el único fin de amar totalmente a Cristo y prodigar caridad con los hermanos siguiendo su ejemplo intrépido y generoso. También por este espléndido florecimiento y por el bien que hayáis hecho damos gracias al Señor y, por intercesión de la nueva Beata y la protección del Corazón Inmaculado de María, le pedimos el precioso don de la perseverancia en el fervor espiritual y en la entrega a la caridad, y el aumento constante de nuevas y fervientes vocaciones.

2. ¿Qué mensaje puede deducirse de la enseñanza y ejemplo de la nueva Beata?

Conocéis la vida de la madre María Catalina y estaréis de acuerdo en que fue ciertamente la «mujer fuerte y amable» de la Escritura, hasta el punto de que cristianos y musulmanes la llamaban "Mamá Blanca" por su bondad y valentía en socorrer a los necesitados, sobre todo a las chicas, a los recién nacidos, expósitos y abandonados, afligidos y pobres. Pero sabéis que para llevar a la práctica este ideal de caridad y testimonio misionero tuvo que afrontar dificultades, contradicciones, animadversiones, antagonismos y complicaciones en lo civil y lo religioso. Nada ni nadie pudo detenerla jamás porque, segura de la llamada de Dios y siempre totalmente de acuerdo con las autoridades eclesiásticas, sentía con pasión la necesidad de amar a los hermanos en nombre de Dios y anunciarles y testimoniarles el Evangelio con entrega absoluta. En su biografía se lee que, cuando las seis primeras franciscanas que habían salido del monasterio de Santa Clara de Ferentino para comenzar su misión en El Cairo, hicieron escala en Malta, les llegó dolorosa noticia de la muerte del vicario apostólico de Egipto, monseñor Perpetuo Guasco, que las había llamado. Hubo un momento de desconcierto y desorientación en las religiosas, pensando en volver a su patria. Pero firme y resuelta a hacer la voluntad de Dios, sor María Catalina les dijo: «Animo, hermanas. Nos hemos desprendido de la tierra y nos encontramos entre el cielo y el mar, pero no temamos, pues nos guía el Altísimo. Hemos perdido a un padre en la tierra, pero tenemos al Padre del cielo que jamás nos abandona. ¡Animo! ¡Adelante!». Y siguieron el viaje. Estas palabras tan emblemáticas pueden considerarse el programa constante de la vida de la nueva Beata; y deben serlo igualmente para nosotros.

La madre María Catalina Troiani nos recuerda esta afirmación de Jesús: «Si el grano de trigo cae en la tierra y muere, llevará mucho fruto» (Jn 12,24). Cuando procedente de Italia llegó a tierras de Egipto, se dejó triturar completamente por el ansia apostólica, uniendo el amor a la oración y a la contemplación, propio de las monjas de clausura de que procedía, con el espíritu franciscano de humanidad y sensibilidad fraterna, típico del Santo de Asís, y con la valentía intrépida, característica del misionero, de forma que no se arredró ante dificultad alguna. Así ha de ser para nosotros, para la Iglesia entera, para cada cristiano: si se desea dar frutos de caridad, testimonio, conversión, gracia y santidad, hay que morir, es decir, vencerse a sí mismo, luchar contra el egoísmo y las pasiones propias, aceptar el sufrimiento redentor y salvador de la propia cruz cotidiana y de la inmolación en el deber de cada uno.

3. Muy queridas religiosas y amados peregrinos: Hoy la humanidad tiene enorme necesidad de testimonio convencido y valiente; hoy pide el mundo a los cristianos la valentía de la fe. La Beata María Catalina Troiani nos indica el camino con la elocuencia de su vida y nos ayuda con su intercesión. El Corazón Inmaculado de María os haga partícipes de la firmeza de su fe, de sus ansias apostólicas y del ardor de su caridad.

Y os acompañe mi bendición que os imparto ahora de todo corazón y la extiendo con afecto a todas las Religiosas Franciscanas Misioneras esparcidas por el mundo.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 19-V-85]

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Beata María Catalina Troiani
(1813-1887)

Beata María Catalina Troiani de Santa Rosa. Virgen. Primero clarisa y luego religiosa de la Tercera Orden Regular de San Francisco. Fundadora de las Hermanas Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María. Beatificada por Juan Pablo II el 14 de abril de 1985.

Cuando la pequeña Constanza Troiani, que había quedado huérfana de madre a los seis años y medio, traspasó los umbrales del colegio pensionado de Santa Clara de Ferentino (Frosinone) y fue entregada en custodia y educación a las enclaustradas que lo dirigían, nadie habría podido imaginar que aquella era la criatura destinada por Dios a fundar el primer instituto misionero italiano.

La niña era originaria de Giuliano de Roma, donde nació y fue bautizada el 19 de enero de 1813. Su padre fue Tomás Troiani, acomodado consejero comunal y organista en la parroquia; la madre fue Teresa Panici-Cantoni. La muerte de la doña Teresa acaecida en 1819, dio origen a la dispersión de la familia Troiani. Constanza fue encomendada al monasterio de Santa Clara.

Con el corazón traspasado por el dolor, muy pronto logró superar tan gran herida y orientarse hacia aquel que bien pronto se convierte para ella en el amabilísimo Dios, que la llena de su amor. A los 16 años decidió ingresar como hermana en el monasterio. Tomó el hábito el 8 de diciembre de 1829 y se convirtió en Sor María Catalina de Santa Rosa de Viterbo; un año después emitió los votos religiosos. La joven hermana que ya había iniciado su vida ascética hacia la perfección religiosa y el amoroso servicio, tuvo a los 22 años una clara llamada a la vida misionera, pero ya tenía 46 años cuando pudo finalmente realizarla.

Aceptando la invitación del Vicario Apostólico de Egipto, el franciscano Perpetuo Guasco, un grupito de seis hermanas de Ferentino, del que Sor María Catalina era el alma, el 25 de agosto de 1859 partió para El Cairo, donde llegaron el 14 de septiembre del mismo año y donde tuvo comienzo la nueva obra de Dios en la tierra de los Faraones. Clot-Bey fue el nuevo centro, que como pequeño faro irradió luz de testimonio evangélico sobre el pobre barrio árabe, atrayendo vocaciones inesperadas de todas partes. Con nuevo personal la madre María Catalina pudo abrir en El Cairo otras dos casas y fundar otras más en diversas localidades. El 5 de julio de 1868, por decreto pontificio fue erigido el nuevo instituto y familia religiosa de la Tercera Orden Regular de San Francisco: la Madre Troiani pasó así de clarisa a terciaria y siempre se sintió hija fiel y auténtica de San Francisco y Santa Clara. Erigida la congregación, el celo de María Catalina sobrepasó los límites de El Cairo. Abrió siete casas en Egipto, Palestina, Malta y en Italia, donde abrió una casa en Roma y otras en otras ciudades.

Su piedad moldeada en ambiente semiclaustral, con devociones particulares al Sagrado Corazón, a las fiestas marianas, a San José, a los Ángeles custodios y a San Francisco Estigmatizado adquirió aspectos precursores. La comunión diaria y su espiritualidad se abrieron a más amplios horizontes de la caridad evangélica, ejercida con felices reflejos sociales. Se durmió en el Señor a los 74 años de edad el día 6 de mayo de 1887 en la casa de Clot-Bey, teatro de su caridad ilimitada y de su prolongado trabajo, entre el llanto de los cristianos y de los musulmanes.

[Ferrini-Ramírez, Santos franciscanos para cada día. Asís, Ed. Porziuncola, 2000, pp. 411-412]

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