DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

23 de septiembre
SAN PÍO DE PIETRELCINA (1887-1968)

.

 

El padre Pío de Pietrelcina, sacerdote capuchino, es el fraile de las llagas, que se santificó viviendo a fondo en carne propia el misterio de la cruz de Cristo y cumpliendo en plenitud su vocación de colaborador en la Redención. En su ministerio sacerdotal ayudó a miles de fieles de todo el mundo, principalmente mediante la dirección espiritual, la reconciliación sacramental y la celebración de la eucaristía. Juan Pablo II lo beatificó el día 2 de mayo de 1999, y lo canonizó el 16 de junio de 2002, estableciendo que se celebre su fiesta el 23 de septiembre, aniversario de su muerte.

La canonización del capuchino P. Pío
bate todos los récords

por Antonio Pelayo, Roma

«Daré más guerra muerto que vivo», dijo con sardónico humorismo -según relatan sus más autorizados biógrafos- Francesco Forgione cuando ya era fraile capuchino con el nombre de padre Pío y había protagonizado un enésimo "incidente" con el Santo Oficio, que lo tenía encañonado por su fama de taumaturgo y, de modo especial, por los estigmas visibles en sus manos y pies desde el 20 de septiembre de 1918.

El tiempo ha venido a darle la razón, porque desde que murió, el 23 de septiembre de 1968, su fama de santidad no ha dejado de aumentar; si ya su beatificación el 2 de mayo de 1999 convocó en Roma a una enorme multitud, su definitiva elevación a los altares el domingo 16 de junio de 2002 ha batido todos los récords conocidos, siendo considerada, con toda razón, la más multitudinaria en la historia secular de la Iglesia. Según fuentes oficiales de la policía y de los organizadores, fueron más de 350.000 los fieles de todo el mundo que asistieron personalmente a la ceremonia presidida por Juan Pablo II en el Vaticano; a ellos hay que sumar los 50.000 que siguieron en directo por televisión el rito litúrgico desde el santuario de San Giovanni Rotondo, donde reposan sus restos, y algunos miles más desde su Pietrelcina natal.

La larga ceremonia -la transmisión de la cadena estatal RAI comenzó a las ocho y media de la mañana y se prolongó hasta bien pasado el mediodía- fue seguida por varios millones de telespectadores en Italia y en diversos países del mundo conectados a través de "mundovisión"; está prevista la inmediata salida al mercado de un vídeo en múltiples lenguas que se venderá tan bien como todos los que le han precedido, confirmando de esta manera que estamos ante un singular fenómeno mediático. No hubo periódico italiano, de todas las tendencias, que no saliese el lunes con sus titulares de portada dedicados a este acontecimiento singular.

Hay que decir, además, que los que asistieron en Roma a la canonización dieron pruebas de una capacidad de resistencia física extraordinaria, ya que los rigores meteorológicos fueron particularmente severos y el termómetro llegó a marcar en la Plaza de San Pedro temperaturas muy cercanas a los 40 grados con un elevado índice de humedad. Los voluntarios repartieron más de 200.000 botellas de agua y, en varios momentos, la multitud fue literalmente regada para amainar sus calores. Aun así, los diversos servicios médicos tuvieron que atender a más de 700 personas víctimas de sofocones, taquicardias, bajadas de tensión y otros incidentes típicos de estas situaciones. Por fortuna, no hubo que lamentar ninguna víctima, ya que los servicios de emergencia funcionaron con rapidez y eficacia.

Prueba superada

Todos, por otra parte, estábamos muy pendientes de Karol Wojtyla, para el que presidir el rito litúrgico en esas circunstancias constituía un desafío más audaz de los que ya tiene que afrontar habitualmente en el desempeño de su ministerio. El Papa superó la prueba con bastante garbo, leyó entera su homilía incluyendo algunas cortas improvisaciones, a la hora del Ángelus utilizó varias lenguas diferentes como es habitual; si bien es verdad que renunció a distribuir la comunión para no fatigarse aún más de lo necesario, cuando culminó la misa, en vez de limitarse a dar una pequeña vuelta con el jeep descapotable por la Plaza de San Pedro, dio orden al chófer de enfilar la Via della Conciliazione hasta el final para que pudieran verle de cerca las decenas de millares de fieles que habían seguido toda la ceremonia a través de diez pantallas gigantes de televisión.

Ni que decir tiene que esta decisión personal del Papa sorprendió a sus colaboradores, incluido su secretario, monseñor Dziwisz, y constituyó una dura prueba para los agentes de su escolta -comenzando por el jefe de su seguridad, el ya no joven Camillo Cibin-, que tuvieron que recorrer a buen paso un kilómetro en el momento más caluroso de la jornada. Gajes del oficio, debieron decir para sí los hombres que se juegan la vida para defender la del Pontífice de posible agresores (un alemán fue detenido manu militari cuando intentó acercarse demasiado a Karol Wojtyla sin que todavía haya podido saberse cuáles eran sus intenciones).

Evidentemente, para Juan Pablo II canonizar al padre Pío ha constituido una satisfacción también personal. Es de todos conocido, en efecto, que siendo joven sacerdote durante su estancia en Roma (1947), visitó al capuchino, ya por entonces bastante famoso, y que incluso se confesó con él; dos veces más volvió a San Giovanni Rotondo: siendo cardenal de Cracovia en 1974 y Papa, el 23 de mayo de 1987, provocando cierto revuelo en los ambientes más conservadores de la Curia por haber orado públicamente ante la tumba del religioso cuyo proceso para declarar sus virtudes heroicas estaba en pleno desarrollo. También es público que el arzobispo de Cracovia escribió dos cartas manuscritas al fraile capuchino: la primera, pidiéndole sus oraciones para que Wanda Poltawska, una madre de familia conocida suya, se viese liberada del cáncer que padecía; y la segunda, agradeciéndole la "gracia recibida".

Eran exactamente las 10:24 horas de la mañana del domingo 16 de junio de 2002, cuando el Sumo Pontífice, concluidas las letanías de los santos, con voz algo trémula pero inteligible, dio lectura a la fórmula de canonización: «Beatum Pium a Pietrelcina Sanctum esse decernimus et definimus ac Sanctorum catalogo adscribimus» («Declaramos y definimos que el Beato Pío de Pietrelcina es Santo y le inscribimos en el catálogo de los santos»). Más adelante, anunció que, a partir de ahora, su fiesta será celebrada en toda la Iglesia universal el 23 de septiembre, fecha de su fallecimiento o "nacimiento para el cielo", desplazando del calendario litúrgico nada menos que al Papa Lino, primer sucesor del Apóstol Pedro en la sede romana.

La gloria de la cruz

En su breve homilía, el Santo Padre destacó como característica de la personalidad del nuevo Santo la "gloria de la cruz". «¡Qué actual es -subrayó- la espiritualidad de la cruz vivida por el humilde capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo tiene necesidad de redescubrir su valor para abrir los corazones a la esperanza. En toda su existencia buscó una mayor conformidad con el Crucificado, teniendo muy clara conciencia de haber sido llamado a colaborar de modo peculiar en la obra de la redención. Sin esta referencia a la cruz no se comprende su santidad».

Más adelante, Juan Pablo II quiso, igualmente, poner énfasis en la especial importancia que tuvo en la vida del padre Pío el sacramento de la Penitencia (pasaba, como narran sus biografías, muchas horas del día atendiendo a largas filas de penitentes). «El ministerio del confesionario -dijo a este propósito-, que constituye uno de los trazos distintivos de su apostolado, atraía innumerables multitudes de fieles al convento de San Giovanni Rotondo. Aun cuando este singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, éstos, una vez tomada conciencia de la gravedad del pecado y sinceramente arrepentidos, volvían casi siempre para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental».

Fuera de Italia es difícil darse cuenta de la excepcional popularidad de este santo trasversal a las diversas corrientes políticas, ideológicas e incluso religiosas. Al frente de la delegación oficial del Gobierno figuraba su vicepresidente, Gianfranco Fini, pero estaban presentes siete ministros del Gobierno Berlusconi; el gobernador del Banco de Italia, Antonio Fazzio; el incombustible Giulio Andreotti; el alcalde de Roma, Walter Veltroni; e incluso el presidente de la región de Campania, el ex comunista Antonio Bassolino; y una serie interminable de figuras del cine, del mundo del espectáculo, de las finanzas, del deporte, de la magistratura y del ejército. Personas totalmente dispares con un único común denominador: la devoción al padre Pío, con cuya efigie estos días se han vendido -es un fenómeno inevitable- centenares de miles de los objetos más diversos y discutibles desde el punto de vista estético y religioso.

Son muchos los que se han preguntado públicamente por las razones de este fenómeno de masas tan desconcertante en algunos aspectos. La respuesta quizás más convincente es que se trata de un auténtico "santo del pueblo", de un hombre que supo siempre hablar y amar a la gente sencilla, a los que sufren las adversidades de la vida y los dolores; han sido éstos los que, en definitiva, contra los recelos de los exquisitos y de los puristas, contra el parecer de no pocos eminentes doctores de la Iglesia, han acabado por llevarlo a los altares.

[Vida Nueva (Madrid), del día 22 de junio de 2002, pp. 18-19]

Medio millón de personas
en la canonización del P. Pío

por Miguel Ángel Agea, Ciudad del Vaticano

La canonización de Pío de Pietrelcina, el capuchino de los estigmas, de los milagros, incluso en vida, de las profecías, las bilocaciones y otros fenómenos místicos, que presidió Juan Pablo II el domingo 16 de junio de 2002, en la plaza de San Pedro del Vaticano, ha sido la crónica de una santificación anunciada, como lo fue la beatificación del Papa Juan XXIII, figuras de la Iglesia cuya elevación a los altares adelantan, con su culto y devoción, millones de fieles de todo el mundo cristiano.

Sin embargo, la inscripción del capuchino en el catálogo de los santos en un tiempo récord es el signo no sólo del sentimiento de los fieles de a pie, sino del empeño de un Papa promotor de una causa que Pablo VI había bloqueado por tres veces, y que se atrevió a rendirle homenaje cuando en mayo de 1987 visitó la basílica de San Giovanni Rotondo para orar ante el sepulcro del religioso, contrariando el hecho de que la Iglesia siempre ha prohibido toda forma de culto público a los candidatos a la santidad mientras que son tales. Porque el proceso de Pío de Pietrelcina ha debido pasar por la prueba del fuego a la que la Iglesia suele someter a muchos de sus hijos más preclaros. Y tuvo que ser en la época de ese otro beato de talla gigantesca, el Papa Roncalli, en la que la mirada severa del Santo Oficio lo sometiera a proceso, frenando la actividad cotidiana del religioso capuchino, y apartándolo de su contacto habitual con cientos de fieles que asistían a sus misas y ponían su conciencia en paz con Dios, en el confesionario del sacerdote de los estigmas, por el que pasaron, entre otros, un joven sacerdote misacantano llamado Karol Wojtyla, «un privilegio», como él mismo recordó en la homilía de la misa de canonización. Además no tuvo inconveniente en referirse a «las dificultades» aceptadas «por amor» que el nuevo santo encontró en las autoridades eclesiásticas.

La ceremonia de canonización fue calurosa, clamorosa y multitudinaria. Nunca se habían dado cita más personas en la plaza de San Pedro, para un rito similar. Casi medio millón de peregrinos, llegados en unos 2.000 autobuses y numerosos trenes especiales, abarrotaban no sólo la plaza sino también la anexa vía de la Conciliazione, a las que hay que añadir decenas de miles presentes, en esos momentos, en Pietrelcina, el pueblecito donde el santo nació un 25 de mayo de 1887, y en San Giovanni Rotondo, la localidad italiana en la que reposan sus restos y en donde éste pasó gran parte de su vida, ejerciendo no sólo su ministerio sacerdotal sino su apostolado de caridad con los pobres y enfermos, amén de otras docenas de miles que debieron resignarse a seguir la misa a través de pantallas gigantes de televisión, instaladas en la plaza del Risorgimento, cercana al Vaticano, y junto al Castel Sant'Angelo. Imposible calcular el índice de audiencia televisiva que ha tenido la canonización.

Entre las personas presentes en la ceremonia religiosa figuraban las principales autoridades italianas, además de varias personas beneficiadas con milagros atribuidos a la intercesión del capuchino de los estigmas, y que le ha franqueado el camino a la santidad. Allí estaba el pequeño Matteo Pío Colella, de 10 años, hijo de un médico del hospital fundado por el nuevo santo, en San Giovanni Rotondo, curado inexplicablemente de una meningitis galopante, en enero de 2000, y que en esta misa hizo su Primera Comunión.

Para combatir el calor húmedo y abrasador del junio romano, que alcanzó los treinta y tantos grados centígrados, y que puso a prueba, de nuevo, la capacidad física del Papa, más de 1.200 voluntarios distribuyeron un millón de botellas de agua mineral entre los peregrinos, mientras los bomberos usaban cañones de agua para refrescar el ambiente. Entretanto, dos avionetas dejaban caer sobre San Giovanni Rotondo una lluvia de pétalos de rosas. La Cruz Roja debió intervenir en 750 casos, y cinco personas debieron ser hospitalizadas. Mil agentes del orden cuidaron la seguridad del evento.

El Papa se mostraba feliz y satisfecho, pese al cansancio, y la dificultad para leer con claridad. El calor y la fatiga le obligaron a renunciar a distribuir personalmente la comunión a un grupo de fieles, entre ellos el niño Matteo Pío. Pero no quiso privarse del baño de multitudes, y atravesó, a bordo del papamóvil, toda la vía de la Conciliazione, desbordada de peregrinos, para saludar a una multitud numerosa como no se recuerda. Quiso además pronunciar algunas frases improvisadas, algo que suele prodigar sólo cuando se siente muy a gusto. Y así, durante la homilía recordó la actividad de confesor del santo capuchino, al decir que «también yo tuve el privilegio, durante mis años jóvenes, de aprovecharme de esta disponibilidad suya». Al final de la misa, de nuevo el Papa improvisó al saludar a los peregrinos cumplimentando «a cuantos han afrontado el sacrificio de permanecer de pie, con este calor, durante un buen rato».

[Ecclesia (Madrid), del día 22 de junio de 2002, p. 23 (931)]

.