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27 de enero
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. | Nació en Germersheim (Alemania) el año 1821, y recibió de sus padres adoptivos una buena educación. En 1841 ingresó en el seminario diocesano de Espira. Terminados los estudios de filosofía y teología, fue ordenado de sacerdote en 1846. Comenzó su ministerio como vicario parroquial y prefecto del seminario. En 1851 le encomendaron la difícil parroquia de Pirmasens, deprimida moral y socialmente, situada en una zona muy pobre, donde hasta su muerte, gracias a sus dotes humanas y morales extraordinarias, dio un espléndido testimonio de santidad, lo que impulsó una renovación profunda de la vida cristiana. Para mejor atender a las graves necesidades de los niños y los enfermos, todos pobres, fundó, valiéndose de unas terciarias franciscanas del lugar, la congregación de las Franciscanas Pobres de la Sagrada Familia, también conocidas como de Mallersdorf. Murió a la edad de cuarenta años, el 27 de enero de 1862. Lo beatificó Benedicto XVI en el 2006. Aprobada previamente por el Papa, la solemne beatificación de Pablo José Nardini, sacerdote diocesano y fundador de la congregación de las Franciscanas Pobres de la Sagrada Familia, tuvo lugar en la catedral de Espira, durante la concelebración eucarística del domingo 22 de octubre del 2006, que fue presidida, en representación del Santo Padre Benedicto XVI, por el cardenal Friedrich Wetter, arzobispo de Munich y Freising. Nardini había sido declarado "venerable", "siervo de Dios", el 19 de diciembre del 2005. Más tarde, el 26 de junio del 2006, el Papa, de acuerdo con el parecer de la Congregación para las causas de los santos, aceptó como milagro debido a su la intercesión la rápida e inexplicable curación, desde el punto de vista médico, de una enfermedad mortal que sufría una de sus religiosas, hecho que sucedió en 1953. * * * * * Nació el 25 de julio de 1821 en Germersheim, una aldea situada a la ribera del Rhin, de Margarita Lichtenberger y de padre desconocido, por lo que fue bautizado con el apellido de su madre, la cual, dado que no tenía trabajo y por tanto no podía mantenerlo, se lo dio en adopción a su tía, María Bárbara, y a su marido, Anton Nardini, de origen italiano. Estos esposos lo amaban como si fuera su propio hijo y le impartieron una buena educación en todos los aspectos. Pablo José, aunque siempre amó mucho a sus padres adoptivos, no olvidó nunca a su madre natural; cuando fue nombrado párroco de Pirmasens, se la llevó para que viviera con él en la casa parroquial. Desde pequeño fue muy aplicado en sus estudios; se distinguió entre sus compañeros por su extraordinaria diligencia y los excelentes resultados que obtenía. Terminados sus estudios de secundaria, vio cada vez más claramente que tenía vocación al sacerdocio. Por eso, solicitó al obispo mons. Johannes von Geissel que le permitiera ingresar en el seminario de Espira, donde, desde 1841 hasta 1843, estudió filosofía. Concluidos los estudios de filosofía, el obispo mons. Nikolaus von Weis lo envió a estudiar la teología en la universidad de Munich, en la que el 25 de julio de 1846 consiguió el título de doctorado "summa cum laude". El 5 de junio de 1846, recibió las órdenes menores de manos de mons. Carlo Luigi Morichini, arzobispo titular de Nisibis, y al día siguiente, el subdiaconado. Luego, de nuevo en Espira, tras concluir sus estudios, el 11 de agosto del mismo año fue ordenado diácono en la iglesia del seminario. Y, por último, el 22 de ese mes, fue ordenado sacerdote en la catedral de Espira. En los primeros años, desempeñó su ministerio sacerdotal como vicario parroquial en Frankenthal, prefecto del colegio diocesano y rector de la parroquia de Geinsheim. El 17 de febrero de 1851 le encomendaron la difícil parroquia de Pirmasens, situada en una zona muy pobre, donde hasta su muerte, gracias a sus dotes humanas y morales extraordinarias, dio un espléndido testimonio de santidad. Es digno de destacar el hecho de que, animado por un gran celo, en junio de 1853 llamó a las religiosas del Santísimo Redentor de Niederborn para que se encargaran de la educación de los niños. A estas religiosas les encomendó también que prestaran asistencia asidua a los enfermos, sin distinción de clases sociales o de religión. Sin embargo, el trabajo que debían realizar superaba sus escasas fuerzas; por ello, se enfermaron todas y tuvieron que volver a su casa. El padre Nardini las sustituyó con cuatro mujeres jóvenes de la Tercera Orden Franciscana, con las cuales fundó, el 2 de marzo de 1855, la congregación religiosa de las "Franciscanas Pobres", nombre que después se cambió por el de "Franciscanas Pobres de la Sagrada Familia". A su muerte, acaecida el 27 de enero de 1862, la Congregación contaba ya con 220 religiosas y con treinta y cinco casas. En 1869 la sede central de la congregación se trasladó de Pirmasens a Mallersdorf, en Baviera. Sus restos mortales descansan en la capilla de la casa de la Congregación en Pirmasens. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 3-XI-06] * * * * * Homilía del Card.
Friedrich Wetter En la Eucaristía
encontró siempre la orientación «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. (...) Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo» (Mt 25, 40.45). Estas palabras de Jesús conmovieron profundamente a Pablo José Nardini. Su obispo, mons. Nikolaus von Weis, lo había enviado, cuando tenía treinta años, a Pirmasens, a una parroquia de la diáspora, muy difícil, situada en un territorio caracterizado por una gran miseria social. La miseria material y espiritual de sus feligreses no lo dejaban tranquilo. Sentía en su interior que era Jesús mismo quien llamaba a su corazón a través de los pobres. Un decenio después, cuando murió, a los cuarenta años, agotado por el trabajo y ya sin fuerzas, dejó una parroquia floreciente; además, muchas miserias se habían atenuado o eliminado. Para ello había fundado una congregación de religiosas que siguiera transmitiendo el fuego del amor. Aún en vida, le llamaban «padre de los pobres». Pablo José Nardini fue un don para los hombres, y lo es también para nosotros hoy. La diócesis de Espira se alegra por su primer beato. Sobre todo los párrocos están felices porque uno de ellos ha sido elevado al honor de los altares. Y las religiosas de Mallersdorf se sienten orgullosas de poder venerar ahora a su fundador como beato en la Iglesia. Sí, todos sentimos que, con el don del nuevo beato, Dios llama a nuestro corazón y nos muestra lo que es realmente importante en la vida. Una religiosa, que una noche se había dormido en la capilla por el cansancio, y por error había quedado encerrada en su interior, narra: «Una noche, cuando ya dormían todos en la casa, el padre Nardini fue a la sacristía, se revistió con el hábito coral y la estola, abrió la capilla, se acercó al altar, encendió las velas y abrió el sagrario. Luego se arrodilló ante el Santísimo y, con los brazos extendidos, oró en voz alta: "Salvador mío, toma mi vida, pero salva a mi pequeña grey". Siguió repitiendo esa oración de un modo cada vez más intenso; permaneció mucho tiempo ante el sagrario». Este episodio nocturno nos permite vislumbrar su interior. Nardini tenía los mismos sentimientos de Jesús, el buen Pastor, que dio la vida por su grey (cf. Jn 10,11). En cierta ocasión definió a Jesucristo «punto focal de mi corazón; ninguna cosa que me resulte atractiva podrá apartarme jamás de él». El misterio de la Eucaristía ocupaba el primer lugar tanto en su vida privada como en su actividad pastoral. Daba gran importancia a la digna celebración de la santa misa; impulsaba a los fieles a la adoración eucarística y en Jesús encontraba la orientación y la fuerza para su servicio abnegado. Pablo José Nardini testimonió de modo claro lo que el Santo Padre nos dijo a los sacerdotes en su homilía de Freising: «Debemos tener en nosotros los mismos sentimientos de Jesucristo». El Papa precisa cuál es el sentimiento de Jesús: «Sentirse impulsado a llevar a los hombres la luz del Padre, a ayudarlos para que con ellos y en ellos se forme el reino de Dios. Y el sentimiento de Jesucristo consiste a la vez en que permanece profundamente arraigado en la comunión con el Padre, inmerso en ella» (Homilía durante la celebración de la Palabra, 14-IX-2006: L'Osservatore Romano, ed. esp., 22-IX-2006, p. 17). Debemos arraigarnos en la comunión con Jesús y con el Padre, estar muy cerca de Dios. De esta forma descubrimos cuán gran tesoro nos ha encomendado Jesús. De esta forma sentimos la necesidad de ir a la gente a anunciar el Evangelio y a llevarle el amor de Dios. Pablo José Nardini nos dio ejemplo de esto, mostrándonos la gran fuerza que le proporcionaba su profunda amistad con Jesús, una fuerza que necesitaba para afrontar la enorme cantidad de trabajo que debía realizar. No era sólo párroco de una gran comunidad de la diáspora, sino también decano, maestro de novicias, padre espiritual y confesor de sus religiosas; era inspector de escuela, director de un orfanato, siempre dispuesto a ayudar en cualquier dificultad. A pesar de eso, sacaba fuerza para todo. Su actividad era incansable, pues ardía en él el fuego del amor a Cristo. En cierta ocasión, preocupado, Nardini describió a su obispo cómo se desarrollaba su jornada y al final comentó: «A menudo hay días en que, por decirlo así, las olas del trabajo rompen contra mi cabeza». Pero nunca lo hundieron. La amistad con Jesús lo mantuvo a flote, dándole un nuevo peso específico, para que no pudiera hundirse. Queridos hermanos en el sacerdocio, Jesús no dejó que Pedro caminara solo sobre las aguas. Tampoco permitirá que vosotros os hundáis. Lo demuestra mediante nuestro beato. Pablo José Nardini es para vosotros un signo de fuerza y de esperanza. Así pues, tengamos el valor de sumergirnos, como nuestro beato hermano, en el sentimiento y, por tanto, en el amor de Jesús. Eso nos hace felices en nuestro servicio y nos da la fuerza para ser mensajeros de su amor victorioso, salvífico, que transforma el mundo y espera a los hombres. Nardini no podía cumplir por sí solo sus numerosas tareas. Para afrontar la gran miseria social, fundó una congregación de religiosas. La decisión de fundarla se la inspiró Jesús mientras oraba ante el belén en la Navidad de 1854. En la primavera de 1855 comenzó con dos religiosas. Cuando murió, siete años después, las religiosas eran 220. Nardini tuvo que experimentar también desilusiones y hostilidades. Sus religiosas vivían en la máxima pobreza. Sin embargo, él veía en la pobreza de su fundación un signo cierto de la predilección de Dios. Hoy su congregación, conocida como religiosas de Mallersdorf, se llama: «Franciscanas Pobres de la Sagrada Familia». Las jóvenes que se unían a su comunidad lo hacían impulsadas por el amor de Cristo. «Caritas Christi urget nos», es decir, el amor de Cristo nos apremia: este es el lema de sus religiosas. Tenían una fe viva, que ponía de manifiesto su vitalidad en las obras de caridad. «Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (St 2,17). Queridas religiosas de Mallersdorf, haced que reviva de un modo siempre nuevo el carisma de los orígenes, el carisma de vuestro fundador. Afrontad con la misma valentía de las primeras hermanas la pobreza, tanto material como espiritual, de nuestros días y transmitid con corazón materno el amor de Cristo. El padre Nardini puso vuestra congregación bajo la protección de la Sagrada Familia. Formad vosotras mismas, como él os pidió, una familia santa y, con vuestro servicio a los pobres, a los enfermos y a los niños, contribuid a la salvación y a la santificación de las familias de hoy. Queridos hermanos y hermanas, durante su visita a Munich, el Santo Padre nos exhortó encarecidamente a percibir de nuevo a Dios como centro de nuestra vida, de toda la realidad. En nuestra sociedad secularizada tenemos el oído demasiado débil para escuchar la voz de Dios. «Con el defecto de oído, o incluso la sordera, con respecto a Dios, naturalmente perdemos también nuestra capacidad de hablar con él o a él» (Homilía en la misa celebrada en la Nueva Feria de Munich, 10-IX-2006: L'Osservatore Romano, ed. esp., 15-IX-2006, p. 11). «El mundo necesita a Dios. Nosotros necesitamos a Dios», dijo en esa misma ocasión el Papa Benedicto XVI, y prosiguió inmediatamente con la pregunta: «¿Qué Dios necesitamos?». El Dios que se hizo hombre en Jesucristo. En él nos muestra su rostro humano; en él vemos quién es, cómo piensa, cómo actúa, cómo ama. En la cruz nos mostró su bondad salvífica, su «no» a la violencia, su amor hasta el extremo. «Este es el Dios que necesitamos», continuó el Papa. Lo necesitamos porque él es el «centro de la realidad y (...) de nuestra vida personal». El beato Pablo José Nardini dio un testimonio eficaz de esto. Sí, Dios nos estimula con este nuevo beato para que despertemos, para que afinemos nuestro oído a fin de escuchar a Dios, a fin de pensar y vivir como él quiere, a fin de que «la voluntad de Dios determine ahora nuestra voluntad y así Dios reine en el mundo; (...) y la justicia y el amor se transformen en las fuerzas decisivas en el orden del mundo» (ib.). Pablo José Nardini puso como centro de su vida a Dios, que es amor. Se abrió a él y pensó y vivió según él. Así, con corazón ardiente, pudo transmitir a los demás el amor de Dios. Abrámonos también nosotros a Dios, para que también nuestro corazón arda y, como él, podamos transmitir a los demás la bondad salvífica de Dios, a fin de que todos vivan en la luz y en el amor de Dios. ¡Por esto pedimos tu ayuda, beato Pablo José Nardini! Amén. [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 3-XI-06] |
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