DIRECTORIO FRANCISCANO
Santuarios Franciscanos

ASÍS, LA PATRIA DE SAN FRANCISCO
por Gualtiero Bellucci, o.f.m.

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«Oh santa ciudad de Asís, tu nombre es conocido en el mundo entero, por el solo hecho de que en ti nació el "Poverello", tu Santo, lleno de ardor seráfico. ¡Ojalá puedas comprender este privilegio y ofrecer a las gentes el espectáculo de una fidelidad a la tradición cristiana que sea para ti un verdadero honor sin ocaso.

»Se pregunta uno: ¿por qué Dios ha dado a Asís este encanto de la naturaleza, esta fascinación de santidad, que está como suspendida en el aire y que el peregrino advierte casi insensiblemente?

»La respuesta es fácil. Para que los hombres, a través de un lenguaje común y universal aprendan a reconocer al Creador y a reconocerse como hermanos los unos a los otros».

(Beato Juan XXIII)

«¡Francisco! Hubo en la ciudad de Asís un hombre llamado Francisco, cuya memoria es bendita. El día de su nacimiento, un peregrino vino a la casa y dijo a la criada: "Por favor, tráeme al niño porque deseo verlo", y tomando al pequeño en brazos y alzándolo con gran devoción y alegría dijo: "¡Hoy en esta ciudad ha nacido un gran personaje!"

»En el bautismo le fue puesto el nombre de Juan, que el padre, a su vuelta de Francia, lo cambió por el de Francisco, como signo de afecto hacia la nación que lo había hecho rico, Francia.

»Vivió una niñez normal y una juventud despreocupada en Asís, participando en los juegos y fiestas de sus coetáneos, una juventud dorada y fácil por las desahogadas condiciones económicas de la familia.

»Elegantísimo, pero tan excéntrico y extravagante que se hacía coser sobre los preciosos vestidos remiendos de saco.

»Crecido, ejerció el oficio del padre, pero con gran liberalidad y generosidad regia. Se le reunieron en torno innumerables amigos que lo eligieron rey de las fiestas. Era el orgullo de su madre que, oyendo hablar de su hijo, con cierta complacencia repetía: "¿Qué pensáis que llegará a ser mi hijo?"

»Continuó así su camino aferrado a las cosas de cada día hasta que, afectado por una profunda insatisfacción, probado por la enfermedad, acrisolado y afinado por el dolor, comenzó a buscar el silencio encontrándose a sí mismo y encontrando a la vez el sentido más profundo de la vida».

¡Asís! ¡La palabra en sí ya es agradable! La sucesión de las sílabas produce una sensación de levedad y de gracia que contrasta con las formas fuertes y pesadas del Subasio en cuyas laderas se arracima Asís, pero que cuadra perfectamente con las líneas dulces y reposadas de la llanura y del paisaje circundante.

Hacia finales del siglo XIII, esta antiquísima ciudad adquirió la forma y el perfil actuales, modelándose a ritmo de piedras arrancadas de las entrañas del Subasio que, ensambladas con arte y amor, han creado arquitecturas admirables, religiosas y civiles, y un complejo urbanístico en perfecta sintonía con el paisaje.

Así nació Asís, antes etrusca y romana.

Un racimo de casas adosado a la ladera occidental del monte Subasio con el inconfundible color blanco rosado de sus construcciones; Asís, una ciudad que se ha convertido en invocación y súplica.

Los restos mortales de Francisco y Clara colocados en la tierra de Asís han fructificado como el grano de trigo echado en el surco de una tierra buena. En efecto, después de la muerte de Francisco y de Clara, un entusiasmo incontenible se apoderó de aquellas gentes que quisieron enseguida eternizar su memoria.

Surgieron así las grandes Basílicas, y cuando las multitudes de peregrinos comenzaron a ser cada vez más numerosas hacia esta «ciudad puesta sobre el monte», éstas abrieron sus enormes espacios a las multitudes de peregrinos sedientos de paz y liberación.

Asís ha permanecido así, como apiñada en torno a sus grandes templos, mientras bajo sus muros se extiende dulcísima y sedante la verde llanura umbra que parece acogerse en torno al majestuoso templo de la Porciúncula, el lugar en que Francisco vivió y del que se elevó en un ocaso de dolor y de gloria para alcanzar «rico» el reino de los cielos.

Al fondo de la llanura las colinas dan la impresión de haber formado un círculo como para contemplar a Asís, como una multitud venida para ver y oír.

¡Asís es hermoso!

Es hermoso en la ordenación sencilla y seria de sus calles, en su disposición que hace soñar a los urbanistas.

Es hermoso por una arquitectura que está al servicio de la luz, hermoso por las preciosas vestiduras de las paredes de sus iglesias recubiertas de frescos.

Es hermoso por la felicísima conjunción entre naturaleza y arte, genio y poesía que hacen de esta ciudad una de las más singulares del mundo.

El estupor se apodera del corazón cuando se recorren sus callejuelas o se suben y bajan los innumerables escalones que a cada paso te ponen ante un panorama nuevo y diverso.

Se tiene la impresión de que el tiempo se ha parado aquí, como inmovilizado en la Edad Media, una Edad Media agradable y hermosa, y el sayo marrón de un fraile menor que sale de improviso de un sendero parece confirmártelo.

Pero la mayor y más verdadera riqueza de Asís es él, Francisco, del que cada ángulo de la ciudad, y especialmente cada santuario, conserva inviolado el misterio.

Con frecuencia hemos puesto de relieve, sobre todo en estos últimos tiempos, la perfecta sintonía entre el paisaje de Asís y el alma y la sensibilidad de Francisco, el hombre que ha hecho glorioso y notable el nombre de Asís hasta los últimos confines de la tierra. Él ha sido y sigue siendo el fruto maduro y sabroso de esta tierra rica de verdor y de luz.

Se ha escrito: «El que quiera conocer al poeta, debe ir a la patria del poeta»; un dicho que me parece verdadero y que creo que se puede aplicar a los santos y a cada hombre. En mi opinión, el dicho le cuadra perfectamente a Francisco que, además de ser santo, fue también poeta. Hay que conocer Asís para comprender a fondo a Francisco. A ocho siglos de distancia, Francisco, el más vivo y actual entre los santos, está presente en los lugares en que vivió y en los que trazó su camino espiritual.

En Asís, su patria, brotó con él una fuente de agua viva, en la que el hombre moderno, que recorre en un éxodo cada vez más doloroso y difícil la arena ardiente de un desierto, devorado por la soledad, puede detenerse para apagar su sed.

Se viene aquí para encontrarse con Francisco y Clara, para escuchar el eco de sus pasos y de sus palabras, pero, sobre todo, para captar la Palabra que produjo la secreta fascinación de sus vidas.

Es innegable, en Asís se siente uno invadido por una gracia particular, la gracia de los lugares que nos permiten tocar con la mano, particularmente en la Porciúncula, en San Damián, en las Cárceles, cómo un hombre, Francisco, de modo nuevo y extraordinariamente original, ha encarnado y vivido lo absoluto del Evangelio.

Asís es Francisco, y Francisco nos sale al encuentro con sencillez en cada rincón de su tierra y nos acoge a todos como hermanos con las palabras que dirigía a sus frailes y que aún resuenan aquí: «El hermano Francisco, hombre débil y que cuenta poco, os saluda en Aquel que nos ha redimido». En alabanza de Cristo. Amén.

Asís, construida en la pendiente del Monte Subasio, es una ciudad de singular belleza. Está protegida por una muralla de unos cinco kilómetros de extensión con ocho puertas que dan a las calles adyacentes. La ciudad se abre como un abanico con una serie de edificios e iglesias inconfundibles por la piedra calcárea clara del Subasio, «a las que el paso del tiempo ha cubierto con una pátina de un amarillo de miel que se vuelve roja con la cálida luz del ocaso y palidece bajo los rayos de la luna». La ciudad aparece cortada por dos calles principales que se cruzan en el centro. De ellas salen callejuelas menores, empinadas y estrechas, típicamente medievales, llenas de viveza por los balcones con flores. Merecen particular atención las puertas con arco de medio punto o con arco ojival que hermosean por doquier la ciudad.

Asís, sagrada desde la época romana, fue un gran santuario de tipo helenístico. La ciudad medieval fue construida sobre la antigua ciudad romana, edificada sobre una serie de grandiosas terrazas hechas sobre la pendiente, sostenidas por poderosas y fuertes murallas, algunas de las cuales todavía se ven a lo largo de la ciudad y dentro de las mismas casas.

En el corazón de Asís está la plaza del Ayuntamiento, un verdadero salón al que se asoman el templo de Minerva y algunos antiguos palacios como el del Capitán del Pueblo, el Palacio de los Priores o del Gobernador (siglo XIV) y la gran torre de unos cincuenta metros de altura. Edificios que dan un toque de gracia único al centro histórico de la ciudad. Una plaza muy familiar a Francisco desde los primeros años de su vida; testigo mudo de sus juegos de joven, resonó con sus cantos despreocupados y lo vio después como anunciador de alegría evangélica a sus conciudadanos.

El templo de Minerva es de la época de Augusto, tiene seis columnas con capiteles corintios y una serie de escalones insertos entre las basas de las columnas que se introducen en el pronaos. El antiguo recinto del Templo fue transformado en 1539 en iglesia cristiana con el título de Santa María sopra Minerva.

En un plano de Asís podrían señalarse los siguientes enclaves, que no son los únicos importantes; dentro de la ciudad: la Basílica de San Francisco y el Sacro Convento, la Plaza del Ayuntamiento y el templo de Santa María sopra Minerva, la Iglesia Nueva (Chiesa Nuova) y San Francisquito o San Francisco «Piccolino», la Basílica y el Protomonasterio de Santa Clara, la Catedral de San Rufino, Santa María la Mayor y el Obispado, y la Abadía de San Pedro. Y extramuros de la ciudad: la Roca Mayor, el Eremitorio de las Cárceles, San Benito del Monte Subasio, San Damián, Rivotorto y Santa María de los Ángeles o de la Porciúncula. De algunos hablaremos a continuación; a los demás les dedicamos páginas aparte.

SAN BENITO DEL MONTE SUBASIO

Además del Eremitorio de las Cárceles, la última construcción en la montaña como una mancha blanca, que emerge sobre el verde del bosque, es la antigua Abadía de San Benito del Monte Subasio. Los monjes benedictinos comenzaron a vivir en ella desde unos decenios antes del año 1000, y en ella permanecieron hasta 1403. Fueron los monjes de esta Abadía quienes le regalaron la Porciúncula a Francisco. Este, no queriendo poseer nada, le llevaba todos los años un cestillo de peces al abad, como alquiler simbólico. El abad, como contracambio, le daba un ánfora de aceite. El intercambio de dones continúa todavía entre los monjes benedictinos de San Pedro y los frailes de la Porciúncula. En la Abadía, restaurada en parte, es de particular interés la cripta románica de planta cruciforme con ocho columnas monolíticas y una segunda cripta llamada triastila, por las tres columnas existentes en ella.

La Leyenda de Perusa, en su. n. 56, refiere que San Francisco, al principio, cuando todavía él sus pocos hermanos estaban en Rivotorto, les dijo: «Mis queridos hermanos, veo que el Señor quiere multiplicarnos. Por eso creo conveniente y religioso conseguir de nuestro obispo o de los canónigos de San Rufino o del abad del monasterio de San Benito una iglesia pequeña y muy pobre donde los hermanos puedan recitar sus horas, y tener, junto a la misma, solamente una casa pequeña y pobrecilla». Así se lo propuso al obispo, quien le respondió: «Hermano, no tengo iglesia alguna que pueda daros». Acudió a los canónigos de San Rufino y les hizo el mismo ruego, y ellos le respondieron lo mismo que el obispo. Entonces se encaminó al monasterio de San Benito de Monte Subasio y repitió el mismo ruego al abad. Éste, conmovido, consultó con sus hermanos; y, por ser voluntad del Señor, hicieron cesión a Francisco y a sus hermanos de la iglesia de Santa María de la Porciúncula, la más pobre de las que ellos poseían. El abad y los monjes les habían dado esta iglesia sin condición alguna y no les habían exigido pago alguno o renta anual. Sin embargo, Francisco, en señal de mayor humildad y pobreza, enviaba cada año a los monjes una canastilla de peces pequeños, para que los hermanos no tuviesen ningún lugar como propio. Y cuando los hermanos llevaban los pececillos a los monjes, éstos enviaban a Francisco y a sus hermanos una vasija de aceite.

RIVOTORTO

Rivotorto es uno de los lugares donde San Francisco y sus compañeros vivieron por poco tiempo, en los comienzos de su experiencia evangélica. Dónde estuviera exactamente este lugar, no nos es dado conocerlo. Un día Francisco y los frailes fueron desalojados groseramente de él por un campesino.

El Santuario de Rivotorto que hoy lleva su nombre cerca del pueblo homónimo, fue construido en 1853, en la zona de una iglesia del siglo XVI y contiene la reconstrucción de un tugurio que quiere recordar el antiguo refugio franciscano.

Las fuentes biográficas primitivas se refieren a la estancia de San Francisco y de sus hermanos en Rivotorto al principio de la Fraternidad, y recuerdan su vida y diversos acontecimientos allí sucedidos. Así, la Leyenda de los Tres Compañeros, n. 55, nos dice que Francisco vivía feliz con sus hijos en un lugar cerca de Asís llamado Rivotorto, donde había una choza abandonada de todos, tan reducida, que no podían apenas sentarse y descansar. El varón de Dios tenía escritos los nombres de los hermanos en los travesaños de la choza, para que cada uno, al tratar de descansar o de orar, reconociese su sitio. Viviendo en este lugar los hermanos, sucedió cierto día que un rústico llegó allí con su asno para cobijarse dentro con el animal. Y para que no fuera rechazado por los hermanos, se metió con el asno, diciendo: «¡Entra, entra, porque haremos un favor a este lugar!». Francisco se conturbó, sobre todo porque los hermanos estaban en oración. Entonces dijo el varón de Dios a los hermanos: «Bien sé que el Señor no nos ha llamado para preparar albergue a ningún asno ni para recibir frecuentes visitas de hombres, sino para que nos dediquemos principalmente a la oración y acción de gracias...». Dejaron aquel lugar para albergue de pobres leprosos, y ellos se trasladaron a Santa María de la Porciúncula, junto a la cual habían morado algunas veces en una casuca antes de que hubieran conseguido la iglesia, cuyo uso les cedió luego el abad de San Benito del monasterio del Monte Subasio.

CATEDRAL DE SAN RUFINO

En la parte alta de la ciudad, subiendo desde la plaza del Ayuntamiento por la calle de San Rufino, se llega a una plaza rectangular en la cual se yergue, en un escenario sin par, solemne y majestuosa, la Catedral de Asís dedicada a San Rufino. Es una iglesia de estilo románico umbro. Fue comenzada en 1140 «siendo prior Raniero», y fue su arquitecto Giovanni de Gubbio. Gregorio IX consagró el altar mayor, mientras que Inocencio IV, en 1253, consagró toda la iglesia.

Destinada a guardar los restos del Obispo Rufino, martirizado en Cosano y que gobernó la iglesia de Asís en el siglo tercero, ésta es la tercera iglesia consagrada al santo después de la capilla del siglo V y la del obispo Hugo en el siglo XI.

La fachada es de una estupenda belleza: en travertino y piedra del Subasio, está dividida en tres zonas.

En la zona inferior son de extraordinario interés iconográfico las esculturas que adornan los tres magníficos portales, particularmente el del centro, en cuyo luneto está Cristo en el trono entre el sol y la luna con San Rufino y la Virgen que amamanta a su Hijo.

En la zona media hay tres rosetones de estupefaciente belleza; el central, que es el más elaborado, está rodeado de los símbolos de los cuatro evangelistas, y sostenido por tres telamones subidos sobre animales.

La zona superior es la más desguarnecida y está constituida por un tímpano en el cual está inscrito un arco ojival ciego, destinado probablemente a alojar un mosaico.

La torre tiene como cimientos una cisterna romana. La parte inferior y media, casi hasta el reloj, se remonta al siglo XI y estaba adosada a la iglesia del obispo Hugo. El resto es del siglo XIII. Al lado de la torre se encuentra una construcción en la que en un tiempo estuvo situada la casa de Santa Clara.

El interior de la catedral, con tres naves, cúpula y ábside, ha sido devuelto recientemente, eliminadas las falsas decoraciones posteriores, a la línea de Alessi. Al perusino Gian Galeazzo Alessi se debe, en efecto, el aspecto tardo-renacentista de la iglesia, cuya estructura anterior era románica, en perfecta sintonía con la fachada.

Al principio de la nave derecha está la pila bautismal formada por una columna de granito. Aquí fueron bautizados: San Francisco (1182), Santa Clara (1193), San Gabriel de la Dolorosa (1838) y, además, los primeros discípulos de San Francisco y las primeras seguidoras de Santa Clara originarios de Asís.

En el lado derecho se abre la capilla del Sacramento iniciada en 1541 y ampliada en 1663. Fue construida por Angelo Sbraga sobre diseño de Giorgetti (1663). Es un límpido y elegante ejemplo de estilo barroco con mármoles policromos, estucos y telas que tienen como tema la Eucaristía. Un espléndido sagrario incrustado en el rico altar. Precioso el coro de madera y el órgano con la bella tribuna de cantores completan de manera elegante el oratorio. Pero volvamos a la catedral.

Bajo la cúpula octogonal del Renacimiento está el altar del siglo XIX, donde se conservan, según la tradición, los restos de San Rufino.

En el ábside hay un coro de refinada hechura formado por veintidós sitiales, con adornos tallados y taraceas. Es obra de Giovanni Pier Iacopo de San Severino y lleva la fecha de 1520.

Al lado del ábside, a la derecha, se baja al oratorio de San Francisco. Aquí el Santo se retiraba a orar antes de predicar en la catedral y mientras se encontraba aquí fue visto en un carro de fuego por los frailes de la Porciúncula, dando vueltas en la pequeña iglesia.

LA ROCA MAYOR

La Roca Mayor, llamada así para distinguirla de la Roca Menor que se encuentra en la zona oriental de la ciudad, destaca nítida a 505 m. de altura sobre la colina que domina Asís.

Es una verdadera ciudadela medieval con robustas torres, escarpas y comunicaciones subterráneas. El primer castillo fue construido en 1174 por Federico Barbarroja. Desmantelado en 1198 por los asisienses, entre los cuales estaba también el jovencísimo Francisco, fue reedificado por el legado pontificio, el cardenal Gil de Albornoz en 1367. Posteriormente fue modificado y ampliado hasta terminar en 1535.

Es un estupendo observatorio sobre el paisaje franciscano y sobre todo el valle del que Francisco solía repetir que nunca había visto nada tan bello en el mundo.

Bonito es también el panorama detrás de la fortaleza, salvaje y montuoso, con los senderos tantas veces recorridos por Francisco en su continuo peregrinar.

LA IGLESIA NUEVA (CHIESA NUOVA)
Y SAN FRANCISCO PEQUEÑO (PICCOLINO)

Son los Santuarios tradicionales del nacimiento y la juventud de San Francisco.

El Santuario de la Iglesia Nueva, a pocos pasos de la plaza del Ayuntamiento, es una espléndida iglesia del siglo XVII, la última en el orden del tiempo edificada en la ciudad.

Fue construida en el lugar en el que, según una fuerte y documentada tradición, estaba la casa en la que nació Francisco y en la que vivió los primeros veinticuatro años de su vida.

Aquí Francisco entrevió la llamada de Dios (1205), ejerció el oficio de mercader, fue generoso benefactor de los pobres, y aquí fue encerrado por su padre, Pedro de Bernardone.

Liberado por su madre, la señora Pica, partió Francisco de este lugar para su nueva y maravillosa aventura.

El Santuario, de notable armonía y belleza arquitectónica y pictórica, es rico en recuerdos franciscanos: la habitación del Santo, hoy zona del altar mayor, la tienda en la que Francisco vendía las telas y el angosto hueco de la escalera en el que fue encerrado por su padre.

En el contiguo convento de los Frailes Menores hay un museo y una importantísima Biblioteca Franciscana, rica en códices, incunables y ediciones raras.

La tienda de telas

A pocos pasos de la plaza del Ayuntamiento, en una característica placita, en la que un reciente monumento del escultor Roberto Ioppolo recuerda a los padres de San Francisco, Pedro Bernardone y Madonna Pica, se asoma el Santuario de la Iglesia Nueva, elegante construcción en forma de cruz griega, con una cúpula mayor en el centro y cuatro más pequeñas alrededor (éstas últimas no se ven desde el exterior). La iglesia fue edificada, por la munificencia de Felipe III rey de España, en 1615, por Fray Felipe de Cerchiara a imitación de la iglesia rafaelina de San Gil de los Orafi de Roma, en el lugar preciso en que estaba la casa paterna de Francisco.

Aquí nació el Santo en 1182. Aquí transcurrió la adolescencia y la juventud hasta los veinticuatro años.

De la antigua casa en que vivió Francisco quedan hoy, en la primera pilastra del templo, a la izquierda, un cuarto trastero bajo la escalera, en el que Francisco fue encerrado por su padre como rebelde y dilapidador de sus bienes cuando vendió telas y caballo para reparar la iglesia de San Damián, y, en la segunda pilastra del templo, también a la izquierda, entrada a lo que queda de la casa natalicia del Santo, el viejo almacén o tienda, hoy transformado en oratorio, en el que Francisco ejerció el oficio de mercader, y además el frente de las tres puertas de entrada a la casa y toda la calle que pasaba delante de la tienda, englobadas hoy en la estructura del Santuario franciscano.

El presbiterio de la iglesia sería, como lo recuerda una lápida y el valioso cuadro de Sermei en el altar mayor, el espacio de la habitación en que dormía Francisco y en el que una noche soñó con un palacio lleno de armas y trofeos, al tiempo que una voz le aseguraba que todas esas armas junto con el palacio serían suyas y de sus caballeros.

Son de notable belleza los frescos y las telas recientemente restaurados que adornan toda la iglesia. Representan episodios del Génesis, historias de María, la vida de los santos Francisco, Clara, Bernardino de Siena y escenas dramáticas del martirio de santos franciscanos. Los frescos son de Sermei y de Giorgetti, pintores asisienses del siglo XVII, y de otros pintores: en el presbiterio, sobre el altar mayor, sueño de San Francisco; en el lado izquierdo, los mártires franciscanos de Gorcum (Holanda); en el lado derecho, los protomártires de Marruecos. En la capilla de la izquierda, dedicada a la Inmaculada, retablo de altar, la Reina de los Menores; en el lado derecho, Adán y Eva expulsados del paraíso; en el lado izquierdo, la natividad de María; arriba, alegorías marianas. En la capilla de la derecha, dedicada a San Emidio, retablo de altar, San Emidio y santos franciscanos; en el lado izquierdo, los siete mártires franciscanos de Ceuta, San Daniel y compañeros; en el lado derecho, los protomártires franciscanos del Japón, San Pedro Bautista y compañeros; arriba, santos franciscanos. A la entrada de la iglesia, a la izquierda, Capilla de las Reliquias con episodios de la vida de Santa Clara; a la derecha: Capilla de San Bernardino de Siena, con episodios de la vida del Santo. En las pechinas de la cúpula, los cuatro evangelistas. En las pilastras de la cúpula mayor, ocho episodios de la vida de San Francisco.

San Francisco Pequeñito

Al lado izquierdo de la Iglesia Nueva, al fondo de la calle, está el Oratorio de San Francisco Pequeñito. Sobre el portal un letrero en latín dice: «Este oratorio era la cuadra de un buey y un asno, en la cual nació Francisco, espejo del mundo». Se trata, sin embargo, de una leyenda bastante tardía; baste pensar que es totalmente ignorada por el famoso libro de las «Conformidades» de Bartolomé de Pisa, escrito hacia finales del siglo XIV.

Se admiran en él fragmentos de frescos del siglo XIII. El ingreso al pequeño oratorio tiene la puerta enmarcada en el lado derecho de un gran arco de 1281.

SAN ESTEBAN

En el corazón de la ciudad vieja, engastada en un rincón de infinita belleza, está la iglesita dedicada a San Esteban protomártir.

Fue edificada en 1166. Tiene una estructura de líneas sencillas, de gran limpieza, con cinco arcos y un ábside semicircular con aspilleras y fragmentos de frescos de los siglos XV y XVI: un singular espacio místico muy apto para la oración.

Desde ella se divisa la llanura de Asís con la Basílica de Santa María de la Porciúncula.

Según una tradición, la campana de San Esteban habría sonado sola en la agonía de San Francisco en la Porciúncula.

SAN NICOLÁS (Plaza del Ayuntamiento)

En la plaza del Ayuntamiento, a pocos pasos del templo de Minerva, surgía, en tiempos de San Francisco, la iglesia de San Nicolás, construida en el siglo XI. En ella, Francisco y Bernardo de Quintaval abrieron por tres veces, para consultarlo, el libro de los evangelios. Hoy, en el lugar de la iglesia antigua, hay una capillita con una imagen de la Virgen de la escuela de Simone Martini y un púlpito en el que predicó San Bernardino de Siena. De la antigua iglesia sólo queda una hermosa cripta con columnas y bóveda de crucero. Se entra a ella por la calle Portica, nº 2. Se ha colocado en ella una colección de piedras antiguas, y de aquí se accede al Foro Romano, rico en estelas, urnas e inscripciones interesantísimas.

LA CASA DE BERNARDO DE QUINTAVAL

No lejos de la plaza del Ayuntamiento está la casa de Bernardo de Quintaval, en la calle homónima, que es uno de los rincones característicos del Asís medieval, por las casas de piedra maravillosamente patinadas por los siglos y por el silencio que reina en él.

En su casa, Bernardo de Quintaval, jurista, ya entrado en años, acogió al neoconverso Francisco y, convencido de la santidad del amigo, se hizo seguidor suyo. Bernardo fue el primogénito de la familia franciscana. En esta casa floreció con él la primera vocación minorítica.



IGLESIA DE SANTIAGO DE MURO RUPTO

La graciosa iglesita de Santiago del Muro Rupto, no lejos de la puerta de Santiago, en las cercanías de San Francisco, fue construida en 1088 en las murallas de cierre de la ciudad, en estilo románico, por voluntad de un abad anónimo de Farfa, con donativos de un cierto Ubertino de Guitto como expiación de los numerosos y graves delitos cometidos por él.

ORATORIO DE LOS PEREGRINOS

Este espléndido Oratorio, que se encuentra en la calle de San Francisco subiendo hacia el centro de la ciudad, es de 1431. En la pequeña fachada, fresco de Matteo de Gualdo. En el interior, de notable belleza, tiene lugar la adoración perpetua de la Eucaristía, y en él están las historias de la vida de San Antonio Abad y de Santiago. Estas pinturas, comprendidas las de las bóvedas que representan a los cuatro Doctores máximos de la Iglesia, son de Mezzastris, mientras que el fresco de la Virgen con el Niño y los angelitos que adornan el altar, son de Matteo de Gualdo y fueron realizados en 1468.

Un poco más adelante aún y a la derecha, subiendo, se encuentra el viejo Monte Frumentario. Tiene un bonito pórtico con arcos trilobados y capiteles bizantinizantes. En el siglo XIV fue hospital de la ciudad.

Poco más adelante se encuentra la Fonte Oliviera, mandada construir por el patricio Oliviero, sobre dibujo de Gian Galeazzo Alessi en el siglo XVI.

ABADÍA DE SAN PEDRO

La bellísima iglesia benedictina de San Pedro fue construida entre los años 1029 y 1268. El altar fue consagrado en 1253 por el Abad Rústico, cisterciense.

La iglesia tiene una espléndida fachada, con la vivacidad que le dan tres airosos rosetones y dos filas de arquitos pensiles que adornan también la zona del ábside. El interior es solemne y austero, con tres naves y una cúpula de forma singular por los círculos concéntricos de bloques de piedra por encima del presbiterio elevado y del altar mayor.

Las paredes y las pilastras en cortina de piedra desnuda, confieren a esta iglesia una belleza realmente singular hecha de sobriedad vigorosa y de límpida elegancia.

SANTA MARÍA LA MAYOR

La iglesia de Santa María la Mayor, que fue la catedral de Asís hasta finales del siglo XI, se levanta no lejos del centro de la ciudad, sobre los restos de un templo pagano. Tiene adosada una hermosa torre del siglo XIV de piedras blancas, con grandes bíforas.

Esta iglesia, de que se habla ya en documentos del año 963, fue destruida por un incendio, y fue reconstruida entre los años 1212 y 1228.

En la parte exterior del muro del ábside se colocó una lápida triangular con un letrero en latín que dice: «Año 1216... en tiempo del obispo Guido y de Fray Francisco».

La fachada de la iglesia, sencillísima y sin adornos, tiene como única ornamentación un sencillo rosetón con ocho radios.

El interior de la iglesia, de tres naves, estaba casi todo cubierto de frescos de los siglos XIV y XV, como lo atestiguan los numerosos fragmentos pictóricos dispersos por toda la iglesia.

Junto a Santa María la Mayor, está el obispado de Asís en el que el joven Francisco ante el obispo Guido, por obedecer a Dios, rompió con su padre de una manera drástica, restituyéndole incluso los vestidos que tenía puestos, escogiendo el camino de la libertad y del servicio total al único Señor.

Aquí el Santo hizo de pacificador entre el obispo y el podestá de la ciudad haciendo cantar a los frailes la nueva estrofa del Cántico relativa al perdón. Aquí, finalmente, el Santo, moribundo, fue huésped del obispo y de aquí fue llevado a morir, como lo deseaba ardientemente, a la Porciúncula, la iglesia que le era tan querida. Son escenas y episodios narrados ampliamente en las fuentes biográficas primitivas de la fraternidad franciscana.


[Gualterio Bellucci, O. F. M., Asís, corazón del mundo. Guía turística. Gorle (BG) - Asís, Ed. Velar - Ed. Porziuncola, 1996, pp. 6-7, 12, 43, 52 y 61-77]

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