DIRECTORIO FRANCISCANO

San Francisco de Asís


Y VENDIÓ EL CABALLO

por Carmen Castro

 

Acaso hubo tal venta, acaso tengamos -pero no importa- tan sólo la verdad de la leyenda, que recoge el alma del suceso sucedido; y las más veces acierta.

Pues parece que Messer Francesco, porque estaba disponiendo sus esponsales con Madonna Povertà, vendió el caballo suyo. Así empezaba su vida definitiva y luciente el joven Francisco, hijo de messer Pietro Bernardone, rico mercader de Asís y oriundo de Lucca -en Toscana- la ciudad pequeña pero muy bien construida que tanto le gustaba a Cervantes, un terciario franciscano. La madre, madonna Pica de Provenza. En aquel tiempo del caballo empezaba el caballero una nueva vida a pie enjuto. Se iniciaba el s. XIII, estupenda centuria creadora de humanidad, de arte, de filosofía, de ciencias, de teología... de santidad. Mucho nuevo había en el siglo. En todo caso, en este elegido de Dios -y en nuestros días elegido por Italia como su patrón- todo es nuevo siempre.

Giotto, Milagro del CrucifijoUn Crucifijo le habló lenguaje antes no oído, y ese día fue clave cierta de su vida toda. En San Damiano, el Señor le dijo al joven orante: «Francisco, esfuerza, apuntala mi casa que se derrumba». Y él, esforzadamente, empezó por realizar lo más fácil: apuntalar las casas donde el Señor espera a sus fieles como todo amigo a sus amigos. Y lo hace, aunque no necesita el Altísimo salas para estar con sus amigos -mientras no se declaren sus enemigos- los hombres todos o Amigo nuestro, Señor Dios, el que nos acompaña sin tregua por recintos, calles, ciudades, mares, espacios de aire, sin aire, con ciclón... y en tierra, bajo tierra... Siempre nos acompaña el Señor, nuestro Amigo, en los encuentros con otras personas y aún fuerza un tanto a las gentes para que cada cual se encuentre a sí mismo. Esto bien lo saben los santos verdaderos, y de ello nos dan fe.

Lo más fácil de realizar tenía en Francesco el respaldo de aquel otro apuntalamiento menos fácil: el del alma propia en el propio nombre -nombre, persona que lo lleva. Extraño nombre Francesco. No lo sería, y, sin embargo, parece un nombre estrenado por el Santo de Asís. ¿Lo escogió -o lo inventó- para él su padre, el mercader en paños, por amor a madonna Pica, la francesa de la tierra del Roman de la Rose? El hijo de la primavera nació -nacque al mondo un sole (Dante, Par. XI, 50)- en diciembre de 1181, o en febrero del 82.

En ese tiempo, el mercader viajaba por tierras distantes de Ascesi -el nombre antiguo de Asís- y la madre quiso llamar a su primogénito Giovanni. Otra era la decisión que había tomado el rico, impetuoso, ardiente enamorado de su madonna Pica, y a su regreso hace que el bautismo se corrija: en Asís no llamarán a su hijo con nombre a la sazón tan vulgar y difundido. El primogénito se llamará Francesco, «francés» -si la filología lo consiente. Ni entonces ni hoy es negocio fácil rectificar una hoja del libro parroquial. Grandes voces bernardonas, sonantes bolsas limosneras atronaron primero la casa Bernardone, la parroquia, el obispado, el comune de Ascesi después. Seguro que madonna Pica nunca perdió el eco de tanto grito; le duraba todavía cuando llegaron otros improperios, trágicos, tremendos, dolorosísimos, el día o la noche en que messer Francesco volvió de Foligno -¡y en qué estado!- tras haber vendido los paños del mercader su padre.

A Foligno fue un joven caballero, ricamente ataviado, sobre un caballo con jaeces dignos de la casa famosa por sus paños y riqueza. Un joven gastador, amigo de canciones y poesía, huésped bienquisto y muy buscado en toda hora por la ciudad, cortejador de bellezas nuevas, y por ellas admirado -Clara, será santa; cuando empezó a seguirle más tarde bien le conocía desde entonces-. Así era, más o menos, el que fue a Foligno. Así no era el que regresó de Foligno: por culpa, sin duda, de anteriores días extraños, que son para Francisco instantes con presencia de Dios. Llevaba para vender -y las vendió- ricas telas de Pietro Bernardone -telas traídas de Francia, y de más allá; telas toscanas, milanesas, venecianas, labradas a maravilla, tintadas de púrpura, grana, carmesí, telas verdes, leonadas. Juntó gran ganancia, pero quiso acrecentarla. Entonces le habló -¿le hablaría?- al caballo. Le señaló que era más honroso convertirse en benefactor de la Iglesia cambiando de dueño por dinero, que obedecer al capricho de su loco -ahora ya más que humilde- dueño caballero. Seguro tengo yo que el caballo comprendió: se dejó vender. Y luego vendió las ropas suyas a la vez que los arreos de la montura de aquel bello animal. Con lo reunido habría para realizar una buena obra de cantería en alguna iglesia ruinosa. Entregó a la Iglesia todo el dinero. Y en consecuencia Francisco llegó a su casa hecho un harapo. Porque de Foligno a Asís hay más de una jornada, y en cada jornada debió haber mucha oración y pocos medios panes. Descalzo iría; desgreñado también. Además, para sustentarse, a la vuelta de Foligno ya eran dos en la vida: Pobreza y Francisco. ¿Fue este viaje un modo peregrino de celebrar los esponsales de Francesco e Povertà per questi amanti? (Par. XI, 74). Por más honrar a su dama, los dineros reunidos fueron por él donados a la Iglesia. Y sucedió lo que sucedió...

«chè per tal donna, giovinetto, in guerra
del padre corse, a cui, come a la morte -a pobreza como a la muerte-
la porta del piacer nessus diserra;
e dinanzi a la sua spiritual corte
et coram patre le si fece unito;
poscia di dí in dí l'amó piú forte».[1]

Era natural. Francisco batalla contra el padre suyo. Messer Pietro ha denunciado al hijo ante la curia episcopal de Asís, y aunque ha recuperado su dinero, decide desheredarle; le parece peligrosísimo para su caudal el destino que el loco, alegre gastador de antes, le da ahora a tamaño patrimonio. Su conducta ya ni siquiera da lustre y fama al mercader, no sirve para que el negocio medre al crecer su fama; ahora el negocio que empieza a medrar gracias a las extravagancias del hijo es muy otro, y en él participarán también otros nobles, otros ricos hombres, exquisitas bellezas seguidoras de la muy noble Clara.

La escena aludida por Dante también sucede en primavera, y el año 1207. Messer Francesco está con su amada Povertà -la va a querer siempre más y más. Pobreza es esa sabia criatura en el arte de amar. Aprendió este arte con su Primer Marido -Cristo Jesús- y lo ha ido afinando por cuenta propia durante más de mil años de cuasi soledad, en los que ha sido Povertà desairada y ensombrecida; nadie le abrió puertas de alegría, nadie la amó de raíz como enseñaba a amar aquel su Señor de Galilea. Pero ahora, de nuevo conoce un pleno amor, del todo humano sí, pero caro al Altísimo. Aunque ni a ella ni a la muerte corporal nadie las quiere en el siglo -lo ha dicho Dante con toda verdad y precisión- hay en Asís un alegre joven, todo luz, que le da entrada franca y plena en su vida. Francesco se desnuda hasta de su última ropa en la plaza del Comune de Asís, presente el obispo Guido, y una masa de pueblo atónito, enfervorecido.

Gozzoli, B., Renuncia a los bienesPresentes estas gentes -grande y menuda gente- Francisco a messer Pietro, su padre, le hace asistir a su definitivo desposorio con la amada suya, Povertà -para él su Beatriz, su Laura, y a veces, aunque casta, tan loca como Fiametta- Povertà, su todo, su principio de vida verdadera. Y dice Francisco: -«Hasta ahora, te llamé padre mío en la tierra; desde ahora puedo decir seguro: Padre nuestro que estás en el cielo. En El he depositado todo tesoro, y he colocado toda fe de esperanza». Y al tiempo que esto decía va tirándole al padre las ricas ropas que le dio su noble madre Pica -¿se las daría?- cuando volvió tan harapiento de Foligno.

La historia no parece ser una conseja. Dante la recoge en la Commedia porque el suceso debió ser sonado, y el Santo agonista fue canonizado a los dos años de su muerte -si es que en verdad nunca murió. Desde entonces vive ensalzado, venerado, seguido bien o menos bien por buenos y mejores. Sépase que Dante no inventa tanto como al lector de hoy le parece. Hay en sus tercetos un mundo habitado por hombres verdaderos -y por él juzgados tan tajantemente que sin duda debieron ser personas de carne y hueso los más, y sucesos sucedidos los referidos-, los disgustos que ocasionó todo ello a Dante lo corroboran. La alegoría se monta siempre sobre pilares vivos capaces de dar alzada al símbolo.

Desposado con madonna Povertà brilló con más nitidez a la vera de ambos sorella Umiltà, la cual parece haber convivido con Francisco desde que llegó a la vida con palabras, porque ella está ligada de antemano a las personas de acusada personalidad -a las personas verdaderas se hallen en el escalón humano que se hallen. Estas dos criaturas -Humildad y Pobreza- de muy grande virtud contagiosa fueron la raíz del alma de messer Francesco, y en consecuencia del hombre franciscano. Su último claror lo dan en tierra a la hora de morir el hermano Santo. Muere «cum grande humilitate».- Ultimo aserto en Il Cantico di frate Sole.

Raíces franciscanas lucen en su Testamento, tan bello... Pero es más bello todavía en los tercetos del Paraíso de la Divina Comedia.

Desde hacía dos años antes de su muerte -desde 1224 a 1226- tenía en su propio cuerpo los estigmas de Cristo, y en los ojos ceguedad por una de esas enfermedades contagiosas que en su tiempo había y eran sin remedio.

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«nel crudo sasso intra Tevero e Arno
da Cristo prese l'ultimo sigillo,
che le sue membra due anni portarno».[2]

El tremendo signo de gozo y dolor -a porfía ambos- le dejó al fin sin apenas vida corporal. Dos años más tarde, todo acababa como Dios quería:

«Quando a colui ch'a tanto ben sortillo
piacque di trarlo suso a la mercede
ch'el meritò nel suo farse pusillo»,[3]

A los hermanos les deja un legado:

«a' frati suoi, sì com'a giuste rede,
raccomandò la donna sua più cara,
e comandò che l'amassero a fede;
e del suo grembo l'anima preclara
mover si volse, tornando al suo regno,
e al suo corpo non volse altra bara».[4]

Herencia a los herederos legítimos suyos: Pobreza. Y un mandamiento: que la amasen con fidelidad. De Pobreza sale su alma para volver al reino de donde vino, y sólo pobreza quiere el Santo por ataúd.

Y así, en unas pobres angarillas, descubierto el cuerpo muerto, quedó Francisco esperando que lo llevasen camino de su entierro. Será una procesión impresionante, y los fieles de Dios le despiden dolientes y reconfortados a un tiempo.

La estampa tiene hoy más emoción todavía si se sabe que sucedió en Etruria. El suelo umbro, fue suelo etrusco. Queda huella de aquellas extrañadísimas gentes. Allí mismo -o en vecinanza no lejana- los etruscos más distinguidos -por nobleza o por riqueza- se hicieron bajo el suelo de los vivos sus moradas perpetuas: viviendas habitables que sólo carecían de aire respirable. En medio de una habitación central, afrescada las más veces con escenas del cotidiano vivir gozoso, había lechos de piedra a veces, y a veces de maderas bien labradas -lechos que parecen angarillas. Sobre los lechos, vestidos de telas ricas, cuerpos difuntos engalanados y enjoyados. Al dejarlos en estas moradas quedaron recubiertos con cendales de oro y plata tejidos. Al abrir las tumbas, el aire se llevó las telas, y dejó tan sólo montoncitos de metales y copos de lino, de lana, pero quienes las vieron intactas, no las olvidaron. Sobre esta suntuosidad fúnebre subterránea, que señala, sin embargo, un sentido de pervivencia en algún lugar de tierra, el amador de madonna Povertà luce a pleno sol su última raíz de auténtica humildad. Y su certeza en el amor de Dios. Digo que a enterrar le llevan los que han recibido por última vez el mandato esencial -ser fieles a Pobreza. Ningún carro suntuoso, ningún caballo noble. Carro y caballos se los pone -vivo púrpura- Giotto, cuando nos presenta al Santo apareciendo a los hermanos en radiante carro de fuego, rodando con inmensas ruedas sobre cielo -viaje de Francisco de luz y amor, encuentro allí donde allende es aquende y aquende allende, veloz aparición vista y no vista, perdurable, sin duda, en el recuerdo del alma, y en el fresco de Giotto.

El Santo ha vivido siempre en estos dos tiempos bien concertados -aquende y allende- entre sí. Ese vivir le quemó el cuerpo como si dentro de sí ardiese el hermano sol -messer lo frate Sole, que nos hace el día, y nos da luz -y «es bello y radiante con gran esplendor: de ti, Altísimo, trae señal». Signo y señal del Altísimo, omnipotente, buen Señor. El vivir fue en san Francisco un continuo hacer obras buenas. Y no sólo por amor de Cristo, sino por Cristo, el cual se sirvió del hermano Francisco para señalar en el momento necesario su presencia entre los hombres. Y así, Francisco hizo milagros sin cuento. También milagros que no se tienen por tales, pero son insólitas realidades que rebasan el acontecer cotidiano.

Insólito es Asís hoy día.

Se lee en la Consideración IV que el Santo se estaba muriendo en Asís, en el palacio obispal, cuando los hermanos consideraron que era un lugar poco idóneo -por rico, por bullicioso- para que terminase su vivir aquél a quien las gentes tenían por santo, y le propusieron llevarle a la hoy basílica de Santa María de los Angeles -que encierra entre sus muros la Porciúncula, la iglesita de Nuestra Señora de los Angeles -una ermita- que reparó -1211- Francisco con sus propias manos, y donde -1212- la noble Clara consagró su vida a Dios. Dentro de la basílica también está la llamada Capilla del Tránsito -en otro tiempo enfermería de los Hermanos, y donde -dicen I Fioretti- aconteció que «1'anima santisima partì dal corpo e fu ricevuta nella chiarezza di vita eterna». Sí, es impresionante; la vida toda, completa, aquende y allende, de messer Francesco discurre a plena luz, en total claridad siempre. Y esto me parece uno de los rasgos personales de su modo de santidad.

Segrelles, San Francisco bendice Asís.Pues bien, cuando le llevaban muriente camino de Santa María de los Angeles, distante cuatro kilómetros -o más- de Asís, supo el Santo escoger el lugar desde donde la vista de Asís es perfecta -y no olvidemos que estaba prácticamente ciego. Allí pidió que le depositaran en tierra y le volviesen hacia Asís. Cuando esto fue hecho, bendijo la ciudad con muchas bendiciones, diciendo: «Dios te bendiga, ciudad santa, por ti muchas almas se salvarán; y habitarán en ti muchos siervos de Dios, y muchos de ahí serán elegidos para el reino de la vida eterna». (Fioretti, Considerazione IV). Y dichas estas proféticas frases, hizo que continuasen hacia su Santa María de los Angeles.

Insólito es Asís. No se sabe cómo se mantiene prendido sin escurrirse a media ladera del Subasio. Visto desde Perusa -la ciudad que fue su enemiga, la ciudad que se temía tanto robase al Santo después de muerto- Asís más que ciudad parece un «Nacimiento» un tanto grande. Extraño es que la puerta perugina que da hacia el Subasio -y ve alzarse y ponerse el sol- se llamó y se llama del Sol. Digo en verdad que Asís -donde estuvo y sigue estando de modo perceptible el hombre de Cristo, Francisco- parece una nave inmensa que el Diluvio depositó a medio monte. Y ella, la pequeña y graciosa ciudad sigue siendo próspera, y parece ser consciente de su sentido. Diríase que se sabe la amada de un fiel amante que no se ausenta de sus plazas, y casas, palacios, iglesias, callejas... Acaso por esto a nadie le dicen allí señor, ni señora, sino sorella -sorella mia- o frate y no hay más tratamiento; hay un latir urbano distinto en Asís.

Bien organizada, la ciudad conserva la artesanía que le hizo famosa -telas, tallas, barros... ¡¡¡toda la loza de Gubbio!!! Alma de mercader, también tiene, pero muy gentilmente la ejerce. Y precisamente en torno a Santa María de los Angeles hay un nuevo y muy próspero barrio industrial. Sin duda, Asís sabe que las peregrinaciones que no cesan son su verdadera sangre, y hace lo posible por acrecentarlas. Pero eso es cosa que no mengua nada al encanto de la ciudad.

El campo en torno, también debe estar bendito con especial bendición por el Santo. Cuando a raíz de la guerra Italia perdió sus ganados, y no había lana que tejer, acudió solícita la grey conejil: sus pelos se tejieron, y la lana hecha con ellos resultó tan magnífica, que dio la vuelta al mundo. De Perusa salió el éxito, y los tejidos conejiles hicieron famosos a más de un comerciante del ramo. Esperemos que también haya salido santidad de estas familias.

Lo cierto es que no hay falsía en Asís sino para quienes consigo la lleven. Lo que hay, es ese sentido vital, sutilísimo, del vivir que sabe aunar lo santo y lo bello, y que casi parece creación original de Italia -no lo es, sin duda, pero allí se practica con devoción natural.

Armonía y suavidad a plena luz en las tierras que conocieron las pisadas de messer Francesco, en los recintos que recorrió, en aquéllos luego surgidos para más honrarle. Y un milagro -lo es en nuestro tiempo- que acontecía cuando menos hace veinte años, y que ahora no sé si seguirá aconteciendo. Es un milagro activo: el silencio condensado en la Basílica de San Francisco. Silencio no es ausencia de voz, es voz callada, remetida, percibida en ráfagas de susurro. Hay multitudes deambulando por el recinto, y nadie levanta el grito como sucede en otros santos lugares de Italia -la Capilla Sixtina entre otros. Diríase que en Asís la humildad cohíbe toda exhibición de uno mismo. No mostrarse en Asís humilde sería no guardar respeto al Santo que a todos acoge hoy como siempre hizo desde hace ya unos 800 años.

San Francisco; en realidad tres iglesias superpuestas y una sola basílica. Todo es empinamiento en la vida perdurable de este Santo desde su nacer, que Dante compara al sol naciente en el solsticio de verano, cuando desde la desembocadura del Ganges se alza hasta Jerusalén y alcanza allí el justo mediodía -luego, curiosa astronomía, viene a ponerse hundiéndose en las aguas del Ebro. Así lo pensaba Dante al menos.

Vengo a las iglesias. En la superior, Giotto refiere, asumiéndola, la vida del Santo; en la inferior la narran Giottino, escolares de Giotto, el maestro Cimabus, Simone Martini, el maestro delle Vele, Lorenzetti... Y en la cripta, fondo y fundamento de todo ello, el sepulcro del Santo.

El sepulcro que encierra el cuerpo del Santo es de este siglo. No hace al caso: sostiene su dignidad con absoluta justeza. Son piedras desnudas abrazadas con hierros de forja: dan fe sin más de que están guardando una reliquia viva. Es un sepulcro que habla sobriamente con la verdad de un vivir libre que se fatigó de residir en tierra un día, pero no se cansa de seguir dando señales de su persona todavía hoy. Los hierros del sepulcro conservan temblor de mano cincelante, y la piedra desnuda con su color, su tacto, su peso diríase que guarda memoria de una persona siempre venerable. Estamos ante un monumento que es pobre y es espléndido, destella sinceridad lo mismo que la hermana Pobreza, la amada de messer Francesco.

Cuanto más se piensa en este «messer» mejor se comprende la claridad que encendía al pasar, con sus músicas para cantar el amor al Amado, dicho en palabras significantes de buen amor al mundo.

Olvidamos en demasía que Dios creó el mundo en todas sus partes, con todas sus posibilidades. Este mundo nuestro es obra de Dios y deberíamos vivirlo más esforzadamente, al estilo de los santos ya que no como ellos. Y apoyándonos en su lección de vida.

En ninguna parte, pero menos en Asís y en Umbría, es posible no conferir sentido pleno al magno canto de este Francisco: Il Cantico di frate Sole, un cántico a las criaturas, nuestras hermanas en el mundo. Yo lo tengo en mí sonante -cuando llega la ocasión- con voz y tono del profesor, musicólogo y músico, Maestro Terni, que es sabio, que es exquisito, y que es además mi buen amigo.

El Cántico nos hace entrega de un ritmo: el ritmo de

«sora nostra matre Terra,
la quale ne sostenta e governa,
e produce diversi frutti con coloriti fiori ed erba».[5]

Estamos ante una ordenación preciosa, pura armonía extendida en paz. Si somos capaces de aprehenderla, serán signos signantes de Dios manifiestos a los hombres cuanto el mundo de por sí ofrece. Este Cántico es el credo de un hombre que ha perdido la costra, más que corteza dura, que impide la acción del puro buen amor entregado al Amado. Ahora, en la hora de cantar el Cantico di frate Sole, el poeta, el santo, el desposado de modo inimaginable hoy con Madonna Povertà, nada tiene -ni casa, ni ropa, ni caballo desde que vendió su montura en Foligno, ni tampoco tiene -y esto es raíz esencial de su vida- eso que se llama clase social: no pertenece a ninguna de las existentes. Francisco está con los pobres y con los más ricos burgueses -sean ya enamorados de Pobreza, o no lleguen a serlo- está con los nobles señores poderosos, altos dignatarios; también con los grandes de la Iglesia. Pero sabiendo estar con ellos en armonía y sin contienda no es jamás uno de ellos. Ante este hecho patente fuerza es colegir que hay otra clase humana, y que debe ser la de los santos. Ellos tienen pobreza, y no son pobres; tienen máxima humana dignidad, y son los más humildes de los hombres; tienen saber último de las cosas, y no se sabe en qué libros, en qué lugares lo adquirieron... O a veces se sabe, y causa maravilla. Clase extrañísima, sorprendente conjunto de personas que forman entre sí una comunión, y entre sí no se conocieron o conocen las más veces. Personas, los santos, que en toda hora comunican ése su amor al Altísimo y a sus criaturas simultáneamente con hechos, acciones, actuaciones concretísimas. Son personas que a veces parecen y son tenidas por locos, y a veces sorprenden a todos cuantos les conocen -ámenles o no- por su inmensa sensatez y coherencia. Y es que ellos, que al parecer nada tienen, son los grandes donantes: se dan a sí mismos continuadamente, sin tregua alguna. Criaturas maravillosamente personales que nunca pierden un ápice de su persona aunque les descuarticen o se les destruya el cuerpo, y les machaquen el alma a martillo. Y de esa clase -la de los santos-, personas de a pie enjuto por la vida y por la muerte, es Francisco de Asís.

Francesco, el de Asís, es el iniciador de una especie santa peculiar dentro del phylum humano. Su modo de santidad supone un modo de vida original en su tiempo y contagioso a través del tiempo. Su persona, que circuló por mucho mundo sin ninguno de los añadidos externos al propio cuerpo -los cuales distinguen urbi et orbi a los llamados señores urbi et orbi- conserva intacto su señorío, y esa amabilidad cortés frente a cuanto pertenece al mundo que nunca puede olvidarse es creación del Señor; y conserva en los peores momentos una sonrisa alegrísima porque Dios está con él, y él lo sabe porque el Altissimo, el bon Signore se lo empezó a decir muy pronto, y continuó diciéndoselo de muchas maneras a lo largo de años -muchos no, pero duramente vividos sí- y estas maneras de hacerse presente a él Dios, a veces son dulces, otras veces onerosas; recordemos que también le habló clavándole recios clavos. Sin embargo, Francesco siempre recibió con gran contento y profunda alegría la manifestación de su Señor -mi Signore- a quien pertenecen laudes, gloria, honor y bendición. «Tue so le laude, la gloria e l'onore e onne benedizione». Por eso, Laudati sie, mi Signore, por cuanto hay, por cuanto es vida, la cual comprende muerte:

Laudato si, mi Signore, per sora nostra Morte corporale.[6]

Si se está un tiempo con este san Francisco inaudito -aunque sea el tiempo breve, y no sea el lugar necesariamente Umbría- se tiene la impresión de que Cristo Crucificado un día le signó con la Cruz cruenta, pero años antes le había dotado de su propia simpatía y poder de atracción frente a menudos y grandes de la tierra, frente a los animalillos y las plantas y las piedras del mundo. Cuando se habla de Jesús, Cristo Señor, pienso siempre por mi cuenta en una persona toda simpatía, atractiva en toda hora, la persona que a mi parecer mejor ha sonreído sobre nuestro planeta. Y algunos elegidos por Él tienen, a veces, esta sonrisa y esta excepcional simpatía -dos cualidades y condiciones que aun siendo poseídas mínimamente dan fe de la pertenencia de las criaturas al género humano.

Por esto, me parece a mí, las gentes todas que con él se encontraron confirieron atención a frate Francesco. Los unos, atención benevolente; los otros, indignada. Era para muchos el Santo espejo andante que les devolvía la vacuidad de su persona por ellos acaso ignorada y oculta, y no visible para los más, por los elementos de su personal entorno -riqueza, poderío temporal, ademanes y gestos grandiosos- puros garabatos en el aire que el viento vivo se lleva sabe Dios a dónde; y según Dante, al Infierno. Y estos tales eran los contrarios del Santo de Dios; sencillamente, le envidiaban porque no teniendo nada ¿cómo podía tener algo distinto a cuanto ellos tenían, y era un haber personal el suyo tan admirable? La envidia roía a los no capaces de saberse criaturas de Dios, y de vivir en consonancia con este saber.

Tenía el Santo conciencia plena de lo que significa ser criatura de Dios creador suyo y nuestro -como si un cántaro fuera consciente de la mano que lo modeló en el alfar. Y ese saber siempre quién él era, de quién era obra, le hacía vivir como criatura única irrepetible -que así somos las criaturas todas de Dios, aunque no todos lo piensen- esto es lo que confería a Francisco su ritmo nuevo de vida -¿lo adquirió cuando vendió su caballo magnífico?- y un último sentido de lo que es Dios, y por tanto una capacidad de fidelidad al Altísimo suceda lo que sucediere en suelo bajo y en pobre cuerpo. Tal es el logro de la humildad personal. Con sola su presencia reconocida por la persona, se acrecienta la personalidad y se convierte en raíz de vida el intento de dar fe luminosa de Dios en el mundo. Esto proclama el hermano Francisco. Esto es lo que les acontece a los Santos -ellos y ellas- y muy patente está sin duda alguna en Messer Francesco.

Por su humildad -y llega un momento en que no se sabe ya si Francisco, el Santo de Asís, es humilde o si la humildad es francisca- pudo san Francisco dar acogida tan radical a Pobreza, pudo mostrarse como juglar de juglaría -siendo culta persona. Por humildad no quiere ser sacerdote de la Iglesia de Cristo para no estar en modo alguno por encima -presidiendo- a los hombres. Y, sin embargo, todos lo tienen por su superior. Su obra es obra de tierra, suave en apariencia y en verdad sobria y dura; pero el suelo de tierra lo ofrece a los hombres el Santo con tal gracia, que se hace alfombra mullida para quien por él emprende la vía de su personal tiempo, esa grave peregrinación al Reino de Dios que no se sabe cuándo acaba; sólo se sabe que tiene un punto de reposo con luz del hermano Sol, que lo clarifica todo porque de Ti, Altísimo, trae noticia. Y con preciadas y preciosas estrellas y luna marca de noche el buen senderillo, con el viento y la nube sostiene en vida, y con el agua, la más casta -humilde, preciosa y casta, la más útil de las criaturas. Y con el fuego que confiere fuerza y alegría sin las cuales el Santo no podría ser quien es él. Y se sustenta de frutos, flores, y esa maravillosa yerba que mulle la tierra y es amiga del descanso y del sueño, y hace que el cuerpo tullido o cansado, o roto por el vivir vuelva a ser flexible y aceptable.

Un punto y aparte. Un instante. Y aparecen en voz de san Francisco la tribulación y el dolor, pero junto a ellos las criaturas humanas que lo amparan. Y las que perdonan. Las que perdonan todo a todos. Y los que tienen paz, y con ella amparan a los atribulados y dolientes. Todos llegados al cabo del propio tiempo... Cuando ese tiempo llega, acontece el encuentro de cada viviente con su personal muerte corporal, de la que nadie puede escapar... No hay otro puente entre allende y aquende: fuerza es cruzarlo.

Con asombrosa presencia terrena, plegándose a cada persona con que se hallase, Francisco se concierta con las vidas de los demás como las ciudades de Umbría, de Toscana... dan su acorde con montes, colinas, ríos, lagos de modo peculiar. En la hora de aquel siglo -siglo y hora que son al cabo de la misma especie que nuestra hora y nuestro siglo- san Francisco nos dejó señalado claramente un espacio y un tiempo para vivir, y el evangelio de la claridad para ver la raíz de la vida gracias a la luz solar radiante: son treinta y tres líneas: Il Cantico di frate Sole hermano de vida -el Cántico tanto como el Sol- rememoranza constante de Dios. Nos dejó una fuerza -que él tenía- para vivir. Y surgió en letra -en palabras- con máximo esplendor durante los largos meses de muerte lenta, dolorosa pero radiante, por él vividos con sobria pureza, total humildad, maravillosa alegría que incluso a sus más próximos extrañaba. Parece increíble que la voz de un hombre tan extraño en sus días se alzara tan alta... Tan alta que tiene ya 800 años y perdura. Y es nueva como es nuevo siempre el día amanecido, y está viva, y es sabia en conferir al viviente que la escucha su propia armonía que parece siempre nueva, y conserva grande juventud. Porque la santa voz de Messer Francesco empezó a llegar a los hombres, a ser un bien a ellos dado, cuando -se lee en Dante:

«Non era ancor molto lontan da l'orto,
ch'el cominciò a far sentir la terra
de la sua gran virtute alcun conforto...».[7]

Joven, dio Francisco a la tierra flor de aliento confortante.

Que los Santos que hicieron navegable el mundo sean con nosotros en esta hora.

Herman Tierra

NOTAS

[1] «... pues a tal señora [la Pobreza], siendo jovencillo, en contra de la voluntad de su padre se dedicó, a la cual, como a la muerte, nadie abre la puerta del placer, y delante del tribunal del espíritu et coram patre [y ante el padre] se unió a ella y después la amó mas intensamente de día en día» (Par. XI, 58-63).

[2] «... y en el áspero monte entre el Tíber y el Arno, de Cristo recibió el último sello que sus miembros llevaron durante dos años» (Par. XI, 106-108).

[3] «Cuando a Aquel que le eligió para hacer tanto bien le plugo elevarlo hasta el premio que mereció al hacerse tan humilde...» (Par. XI, 109-111).

[4] «... a sus hermanos, como a legítimos herederos, recomendó a su dama más querida y les ordenó que la amasen con fe, y de su regazo quiso salir el alma preclara para volver a su reino y para su cuerpo no quiso otra sepultura» (Par. XI, 112-117).

[5] «... nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba» (Cánt 9).

[6] «Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo, corresponden,
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas...

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal...» (Cánt 1-3 y 12).

[7] «No estaba aún muy lejos del orto cuando comenzó a hacer sentir a la tierra algún consuelo con su gran virtud...» (Par. XI, 55-57).



[En Verdad y Vida, vol. XL, núms. 157-158 (1982) 253-265]

 


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