DIRECTORIO FRANCISCANO
San Francisco de Asís

DESCUBRIMIENTO GRADUAL
DE LA FORMA DE VIDA EVANGÉLICA
POR FRANCISCO DE ASÍS

por Octaviano Schmucki, o.f.m.cap.

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V. RESUMEN

1. A pesar de la amplitud de esta exposición, sería temerario por mi parte pensar que he agotado el tema indicado en el título. De todos modos, esta visión panorámica habrá mostrado claramente que el trato frecuente con la Biblia fue una constante de la piedad de Francisco a lo largo de toda su vida. Hecho que asombra más aún, si tenemos en cuenta cuán difícil y caro era tener acceso a la Sagrada Escritura antes de inventarse la imprenta. Respecto a Francisco y a su Orden hay que considerar, además, su vocación a la pobreza absoluta. Dado el elevado precio de los manuscritos, el simple uso de salterios y nuevos testamentos, no digamos el uso de biblias completas, debió parecerles un lujo inconcebible. La extraordinaria veneración de Francisco a «los santísimos nombres (del Señor) y sus palabras escritas» (Test 12), a «las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo que "son espíritu y vida"» (Jn 6,64; 2CtaF 3), le hizo ver que el conocimiento de la Sagrada Escritura era tan necesario para la salvación como la recepción de la Eucaristía, y le ayudó a superar las reservas que en este ámbito pudiera plantearle su vocación a la pobreza (véase, por ejemplo, 2CtaF 14s).

En la primera fase de la Fraternidad franciscana, los hermanos carecían de cualquier clase de libros. Durante varios años, su única posibilidad de escuchar lecturas bíblicas residía, sin ninguna duda, en la participación en la Eucaristía y en las horas litúrgicas en iglesias parroquiales o monásticas. Cuando el monasterio benedictino de Monte Subasio, probablemente en 1211, dejó para uso de los hermanos menores la capilla mariana de la Porciúncula, y aumentó el número de los clérigos que ingresaban en la Orden, debió de introducirse la recitación coral del oficio divino, aunque de forma muy sencilla.1 Este importante cambio trajo inevitablemente consigo el permiso de poseer salterios para uso común y, cada vez más, para el privado. El ejercicio de la exhortación itinerante a la penitencia y a la paz, exigía que los clérigos pudieran llevar salterios consigo. Dicen los «Tres Compañeros», refiriéndose al momento posterior al Capítulo general:

«Acabado el capítulo, daba la bendición a los hermanos y destinaba a cada uno a su provincia. A los que tenían espíritu de Dios y la conveniente elocuencia, fueran clérigos o laicos, les daba licencia para predicar. Una vez recibida su bendición, marchaban con gran alegría por el mundo como peregrinos y forasteros (1 Pe 2,11), sin llevar otra cosa para el camino que los libros para rezar las horas. Dondequiera que encontraran algún sacerdote, rico o pobre, bueno o malo, le hacían humilde reverencia con inclinación de cabeza. Y, cuando llegaba la hora de hospedarse, de mejor gana se quedaban en casa de sacerdotes que de seglares» (TC 59).

Sólo respecto al año 1220-1221 tenemos noticias, como vimos antes (III, 11), de que en la morada de los hermanos junto al santuario mariano de la Porciúncula había un primer y único códice con todos los escritos del Nuevo Testamento. Los pocos datos transmitidos por el relato, no nos permiten saber cuándo y cómo lo habían adquirido. Por una nota escrita por fray León, sabemos que el Seráfico Padre hizo incorporar, a un breviario que se ajustaba a la reforma de Inocencio III y que había adquirido en 1223 de un capellán pontificio, un «Evangelistare», es decir, un libro litúrgico que contenía las perícopas evangélicas del año litúrgico. Cuando, por enfermedad u otro motivo, no podía asistir a la santa misa, se hacía leer el fragmento evangélico del día. Únicamente en relación con los últimos días de la vida de Francisco oímos hablar de la existencia de una biblia completa en el lugar de la Porciúncula.

2. En cuanto al fundamento bíblico de la piedad de Francisco, tiene un significado básico el hecho de haber recibido su primera instrucción en la escuela parroquial de San Jorge, en Asís, mediante el aprendizaje memorístico del salterio. Desde casi inmediatamente después de su conversión hasta el final de su vida, los salmos, interpretados por Francisco en clave cristológica, empaparon su oración personal y su actividad apostólica.

3. La extraordinaria incidencia del discurso de misión de Jesús en la maduración de la vocación personal de Francisco a la forma de vida evangélica y el desarrollo de la primitiva Orden de los hermanos menores, ha aparecido con innegable claridad. Resulta también innegable que la liturgia fue la principal fuente de los conocimientos bíblicos de Francisco y sus seguidores. Este hecho se desprende de la «revelación» evangélica acaecida en el santuario mariano de la Porciúncula, en 1208; de las tres sentencias sacadas a suerte de los evangelios sinópticos en la iglesia de San Nicolás, en Asís, pocos días después; y del «evangeliario», empleado regularmente por el Santo, al menos desde 1223. Durante el primer decenio de la Fraternidad franciscana, las lecturas de la liturgia de la misa y del oficio divino fueron probablemente casi su única vía de acceso a la Sagrada Escritura. En mi opinión, sería de agradecer un estudio comparativo de las citas bíblicas contenidas en los Opúsculos con la serie de fragmentos evangélicos contenidos en el «Evangelistare». Tal vez algunas perícopas neotestamentarias no aparecen en los Escritos porque no estaban incluidas en la serie de fragmentos bíblicos del «evangeliario».

4. El vocabulario de las lenguas románicas está muy marcado, directamente o bien a través de los escritos latinos eclesiásticos, por la Vulgata. Esto explica el lenguaje netamente bíblico de los Escritos, por su mismo origen lingüístico popular y, además, por la formación elemental de Francisco en el latín eclesiástico. Como la lengua y la piedad populares están siempre íntimamente interrelacionadas, no tiene nada de extraordinario que en un predicador popular como Francisco encontremos influjos de concepciones corrientes de la piedad popular. Baste, al respecto, aludir a la pobreza mendicante de los hermanos menores, que 1 R 9,5 basa en la de Cristo, María y los apóstoles. En relación a otros pasajes, el P. Frédéric Manns sospecha una dependencia de los escritos apócrifos, muy difundidos durante la Edad Media.

5. El frecuente trato de Francisco con hermanos o clérigos doctos en Sagrada Escritura, fue una ayuda nada desdeñable para que Francisco conociera con amplitud y profundidad la Biblia. Resulta poco menos que impensable que fray Felipe Longo, Antonio de Padua y Cesáreo de Espira, cuyos conocimientos bíblicos subrayan explícitamente las fuentes, no comunicaran al Seráfico Padre sugerencias importantes. Éste, además, mantuvo relaciones amistosas con el obispo Guido II de Asís, con los cardenales Juan de San Pablo, Hugolino de Segni, Jacobo de Vitry y León Brancaleone. Con hombres de tan alta posición y cultura como éstos, Francisco discutiría sobre el fundamento evangélico de su propia forma de vida. Tomás de Celano nos informa expresamente sobre conversaciones bíblicas mantenidas entre Francisco y un maestro dominico en Siena, y entre Francisco y un cardenal en Roma (2 Cel 103-104). Además, como durante sus largos viajes de predicación penitencial, tenía por costumbre ponerse en contacto con el obispo, el párroco o los abades de los monasterios, queda abierta la posibilidad de toda una amplia serie de contactos bíblicos, de los que, por desgracia, las fuentes no suministran ningún dato.

6. La dependencia del Santo respecto a costumbres piadosas populares es particularmente evidente en las Sortes Apostolorum o Sors consultiva de la Biblia. En numerosas ocasiones, distribuidas entre el inicio de la Fraternidad franciscana en la iglesia de San Nicolás, en 1208, y los últimos días de su vida, el Poverello abre personalmente el libro o manda que lo abra un hermano;2 tal libro podía ser el «Sacramentarium» o misal plenario, el «evangeliario» o libro de las perícopas evangélicas del año litúrgico, un códice del Nuevo Testamento y, por último, la «Bibliotheca» o biblia completa. Tales interrogaciones respondían al ardiente deseo del Santo por cumplir, sólo y de la forma más perfecta posible, la voluntad de Dios en todas las situaciones y empresas de su vida. En esto, Francisco se dejaba guiar, con una ilimitada fe de niño, en la Divina Providencia. Por eso, consideraba los pasajes o secciones que caían bajo sus ojos en cada apertura del libro como mensajes que Dios le dirigía a él en persona, y a ellos ajustaba su vida, inmediatamente y sin limitación alguna.

En la ejecución de las suertes bíblicas, Francisco se ceñía a un rito fijado por la costumbre religiosa popular. En primer lugar, colocaba el libro sagrado sobre el altar. Luego se arrodillaba en oración. Por último, se levantaba, se hacía la señal de la cruz, tomaba el libro del altar y lo abría por tres veces. Esta forma de suertes bíblicas, con el fin de recabar consejo de la Sagrada Escritura en momentos especiales, la practican también en nuestros días algunos grupos carismáticos y neocatecumenales.3 Sería injusto calificar globalmente de superstición esta forma de «lectio divina»; pero habría que ser Francisco para eludir totalmente algunos peligros inevitablemente inherentes a ella.

7. Los fragmentos bíblicos citados por Francisco en sus Escritos, junto con las interpretaciones bíblicas que le atribuyen las fuentes biográficas, nos permiten ofrecer un balance provisional de sus relaciones con la Sagrada Escritura. Quizás no sea inútil recordar que las informaciones transmitidas por los biógrafos completan muy significativamente el cuadro ofrecido por los Opúsculos.

a) Los testimonios sobre las suertes bíblicas ya manifiestan por sí mismos que, para el Pobrecillo, el escuchar o leer la Sagrada Escritura era un aconsejarse con Cristo y un diálogo con una persona viva, dispuesta a indicarle el camino. Esto explica su especial veneración al libro de los libros; su convicción de que en las palabras sagradas escuchadas se le dirigía una revelación directa y personal; su esfuerzo por conocer lo más exactamente posible el tenor literal y aprenderlo de memoria; su prontitud en traducir, inmediatamente y sin reservas, a la vida el mensaje a él dirigido. Detenerse en sutilezas y titubeos, le hubiera parecido una ofensa al Señor que le hablaba.

b) En los fragmentos aquí examinados sorprende con cuanta frecuencia procuró Francisco conocer el sentido literal de la Sagrada Escritura y vivir completamente ajustado a él. Lo que pide en el Testamento a sus hermanos respecto a la Regla bulada, lo llevó personalmente a la práctica respecto a la Biblia: «Y a todos mis hermanos, clérigos y laicos, mando firmemente, por obediencia, que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras, diciendo: Esto quieren dar a entender; sino que así como me dio el Señor decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas palabras, del mismo modo las entendáis sencillamente y sin glosa, y las guardéis con obras santas hasta el fin» (Test 38). Para comprender y cumplir sencilla y puramente, es decir, sin reservas ni atenuaciones, las palabras de Dios en su sentido obvio y unívoco, se necesita simplicidad y pureza de corazón. El Seráfico Padre vivió ejemplarmente y pidió con gran vigor a sus hermanos que tuvieran prontitud interior para acoger el mensaje divino con una generosa disponibilidad para llevarlo a la práctica. Su creciente conformidad con Cristo fue para él el camino que conducía a una sabiduría bíblica cada vez más profunda.

c) Especialmente a la luz del Oficio de la Pasión del Señor aparece muy claro que Francisco entendía el Antiguo y el Nuevo Testamento como una unidad íntimamente compenetrada. Precisamente a partir del ejemplo del salterio, ve y experimenta en el Antiguo Testamento la profecía tipológica de la vida y pasión de Jesucristo. Aparte esta explicación tipológica, empleada siempre con mesura, los casos de alegoresis son raros y se encuentran todos en las fuentes biográficas, a excepción del que tenemos en 2CtaF 46 y que se refiere al Salmo 21,7.

d) En los relativamente numerosos mosaicos de textos bíblicos, que parecen reunidos de memoria por Francisco, se revela su conciencia clara del Nuevo Testamento como unidad interior. Al modo de una meditación teológico-bíblica, funde diversos textos y deduce, en una conclusión analógica, nuevos puntos de vista espirituales a partir del conjunto de imágenes y conceptos afines. Tal vez ninguna otra forma de explicación atestigua con más claridad cómo se detenía meditando textos, palabras e imágenes bíblicas. Desde el tiempo del monaquismo paleocristiano, se designaba esta forma de meditación bíblica con el verbo «ruminare». Sin ninguna duda, su «lectio divina» estaba decididamente al servicio de la contemplación; perseguía como objetivo «el espíritu de la santa oración y devoción, a cuyo servicio deben estar las demás cosas temporales» (2 R 5,2). De hecho, su manera de usar la Biblia, similar a la de la teología monástica del siglo XII, era «no propiamente de índole exegética, sino de naturaleza amante, orante y (según Sal 33,9) "gustante"...».

e) De todas las formas de interpretar los textos bíblicos, la atestiguada con más frecuencia es la interpretación espiritual-actualizante, en vistas a las necesidades pastorales del oyente. En algunos casos, el Poverello rebasa los límites del sentido literal y llega, según atestiguan sobre todo algunos relatos biográficos, a aplicaciones que, desde un punto de vista teológico, suscitan ciertas reservas.

Con el Cántico de las criaturas, Francisco demostró ser un guía orientador, pues el Cántico no sólo es una genial poesía-oración, sino también el primer intento de traducción del Cántico de los tres jóvenes en el horizonte de comprensión del pueblo sencillo. En la Admonición 20 describe Francisco a sus hermanos el objetivo y forma de este apostolado bíblico: «Dichoso aquel religioso que no tiene placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas incita a los hombres al amor de Dios con gozo y alegría».4

8. Tras recorrer el camino prefijado al principio de este artículo, surge inevitablemente esta pregunta: ¿cuál fue para Francisco el contenido real del «vivere secundum formam sancti Evangelii», del «vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14)? Obviamente, no es posible dar aquí una respuesta definitiva a esta pregunta, resuelta contradictoriamente hasta la fecha; más aún si se tiene en cuenta que, en los angostos límites de un artículo, sólo se ha podido examinar una breve sección del abundante material ofrecido por las fuentes. Me parece, sin embargo, legítimo comunicar algunas observaciones que emergen sobre este panorama en el que se dan lagunas.

a) En primer lugar, en la piedad y en las acciones de Francisco sobresale y se impone el eminente y constante significado del discurso de misión. Elementos con influjo permanente son: 1.° la absoluta confianza en la divina providencia, viviendo el radicalismo itinerante sin casa propia, renunciando a cualquier seguridad terrena basada en el dinero, las provisiones y otras propiedades, y limitando la indumentaria a lo exclusivamente necesario para la vida: «No toméis oro, ni plata, ni cobre en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón...» (Mt 10,9s); 2.° el derecho a comer y beber de todos los alimentos que les sirvan a los predicadores itinerantes (cf. Lc 10,8); 3.° la tarea de anunciar la cercanía del Reino de Dios y augurar la paz (cf. Lc 10, 9s. 5s), de dos en dos; 4.° el Pobrecillo infirió de las directrices de Jesús, entendidas a la luz de los movimientos contemporáneos de pobreza, la prohibición de cabalgar (2 R 3,12); 5.° en cambio, resulta extraño que Francisco no cite nunca a Mt 10,8b: «De balde lo recibisteis, dadlo de balde», a pesar de que esta advertencia coincida plenamente con su comportamiento espiritual.

Es, por tanto, innegable la permanente importancia del discurso de misión para la Orden de los hermanos menores.

b) Los textos sacados en las suertes bíblicas en la iglesia de San Nicolás, se unen orgánicamente a la base evangélica inicial.- 1.° La perícopa del joven rico de Mt 19,16-30, en vistas a la renuncia a los bienes poseídos por un candidato antes de su ingreso en la Fraternidad, adquiere significado institucional. 2.° El Pobrecillo percibió el medio versículo 3b de la perícopa Lc 9,1-6: «No llevéis con vosotros nada para el viaje...», como el subrayado de un aspecto fundamental del discurso de misión. 3.° La exigencia de Jesús a seguirle tomando la propia cruz y negándose a sí mismo (Mt 16,24), se reveló como una directriz tan básica como el discurso de misión.

c) La Fraternidad franciscana se vio relativamente pronto confrontada con las exigencias expuestas por Jesús en el sermón de la montaña (Mt 5-7) y, más exactamente, con el ideal del amor a los enemigos. Las hostilidades a las que estaban inevitablemente expuestos en los primeros tiempos los sencillos predicadores de la penitencia, hallaban en las exhortaciones de Jesús un código concreto de conducta. Es difícil determinar si hubo elementos del sermón de la montaña que entraran a formar parte ya del núcleo fundamental de la Regla primitiva (1209). Parece ser, en cambio, que, en el «Propositum vitae» sometido a la aprobación de Inocencio III, el nombre Fratres Minores estaba vinculado a la respuesta que Jesús dio a la ambiciosa pregunta de los hijos del Zebedeo en Mt 20,20-28.

d) A este núcleo, en el que sobresale especialmente el ideal de la pobreza, se añadieron progresivamente ulteriores conocimientos y experiencias evangélicas. Habida cuenta de las fuentes a nuestra disposición, el querer discernir las «capas anuales» de elementos tal y como se fueron incorporando al núcleo inicial, es tarea estéril. Hay, con todo, varios hitos cronológicos que permiten individuar algunas líneas de desarrollo. Así por ejemplo, nos ayudan a descubrir algunas de estas capas la Regla primitiva (1209), la Regla no bulada (1221) que se desarrolló lentamente a partir de aquélla, y la Regla bulada (1223).

e) A la luz del material de las fuentes examinado hasta ahora, me parece que no puede reducirse la forma de vida evangélica de san Francisco al «seguimiento de Cristo en pobreza y renuncia a los bienes», como recientemente ha propuesto el P. Willi Egger.5 Sin duda alguna, el ideal de pobreza ocupa un lugar central en su programa de vida religiosa, pero los Escritos contienen fragmentos bíblicos que son parte determinante de la esencia del carisma franciscano y que no se refieren directamente a la pobreza. Me limito a recordar aquí sólo dos elementos, provenientes también del discurso de misión: el saludo de paz y el ir de dos en dos al encuentro de los hombres.

f) Respecto a la línea de desarrollo evangélico, podrían, a mi juicio, citarse tres puntos focales:

1.° la imagen de Dios y la alabanza a Dios. Habría que aludir aquí al influjo de la piedad sálmica y del Apocalipsis respecto a los atributos divinos: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey de cielo y tierra» (1 R 23,1). El adjetivo tan frecuente y destacadamente repetido: «Tú eres el bien, todo bien, sumo bien» (AlD 3), recibió un impulso decisivo de la perícopa del joven rico de Mt 19,17. Por último, la oración sacerdotal de Jn 17 parece haber determinado de forma decisiva la imagen religiosa que Francisco tenía de Dios como Padre.6

2.° Otro punto focal de su comportamiento evangélico es Cristo. Entre las varias etapas de desarrollo detectables en las fuentes, mencionamos expresamente aquí: el encuentro místico con el Redentor sufriente en el leproso (cf. Test 1-3); el seguimiento de la Cruz, manifestado en las suertes bíblicas en la iglesia de San Nicolás; el Cristo eucarístico, que sobresale cada vez más en su espiritualidad a partir del concilio IV de Letrán (1215), y cuya necesidad para la salvación, junto a la palabra revelada de Dios, se hizo cada vez más patente a su conciencia; la celebración mímico-mística del nacimiento de Jesús en Greccio (1223); su propia crucifixión mística en el monte Alverna; la participación en la Pasión de Cristo mediante sus prolongados sufrimientos en las últimas enfermedades de 1225-1226.

3.° Las relaciones de Francisco con el prójimo y con el mundo fueron un punto de intersección de numerosas conexiones influenciadas por la Biblia. Su despertar religioso, a partir de 1208, con la escucha del discurso de misión de Jesús, introdujo al Pobrecillo cada vez más profundamente en el misterio de la pobreza evangélica, cuyas dimensiones internas y externas iba descubriendo progresivamente con la mirada fija en la providencia divina y en el seguimiento de Cristo. Además, se dio cuenta de que a la pobreza se vinculan la minoridad evangélica y la fraternidad, dos características cada vez más distintivas de su vocación y de su fundación. Junto con los primeros compañeros descubrió el radicalismo neotestamentario del amor a los enemigos. Su mística de la naturaleza, troquelada en los salmos y en el Evangelio, alcanzó su cumbre en el Cántico de las criaturas (1225-1226). El Cántico es un intento de traducción de Dan 3 a la lengua popular umbra y un modelo de su acción apostólica. Frente al rechazo del mundo visible por parte de los cátaros, Francisco contrapone, positivamente y sin polémicas, la visión bíblica del universo. A cristianos que estaban funestamente divididos por intereses terrenos, les hizo experimentar, escuchando el Cántico cantado por dos hermanos menores, el ideal del perdón evangélico. El Cántico concluye con una estrofa que manifiesta, en una breve fórmula de estilo bíblico, el modo de ser franciscano:


«Load y bendecid a mi Señor,
y dadle gracias y servidle con gran humildad» (Cánt 14).

Capítulo anterior


NOTAS:

1) Cf. O. Schmucki, La oración litúrgica, en Selecciones de Franciscanismo n. 24 (1979) 487-488.

2) Cf. 1 Cel 92-93; 2 Cel 15; LM 3,3; 13,2; TC 28-29; LP 104; EP 4; Flor 2.- Th. Desbonnets, Francisco de Asís consultando el Evangelio, en Selecciones de Franciscanismo n. 25-26 (1980) 151-162, basándose en la fecha tan temprana (1240/41) que P.-B. Beguin, L'Anonyme de Péruse, París 1979, 18-20, atribuye a esta fuente, ha tratado de demostrar el carácter legendario de estas «suertes bíblicas». Prescindiendo de que el intento del P. Beguin de demostrar que el AP se compuso muy pronto después de la muerte de Francisco haya de rechazarse como frustrado, cosa que intenté exponer en Col Fran 51 (1981) 24-29, las «suertes bíblicas» es algo atestiguado tantas veces por distintas fuentes, que además lo hacen sin intenciones polémicas o apologéticas, que negar su realidad parece arbitrario. A ello hay que añadir, por otra parte, que esa costumbre estuvo muy difundida durante la Edad Media. Tomás de Celano, hombre de buena formación teológica, al narrar el recurso de Francisco a las «suertes bíblicas», se siente obligado a justificar esta práctica citando el ejemplo de santos anteriores: «Sin duda, [Francisco] era guiado por el espíritu de los varones santos y perfectísimos de quienes se lee que, en su afán de santidad, hicieron cosas semejantes con piadosa devoción» (2 Cel 92).

3) Así lo afirma, por ejemplo, B. Baroffio, Lectio divina e vita religiosa, Turín-Leumann 1981, 26.- A. Rotzetter, Mística y cumplimiento literal del Evangelio en Francisco de Asís, en Concilium n. 169 (1981) 384-397, 387: «Desde comienzos del siglo actual se está desarrollando, sobre todo en las Iglesias protestantes, el fenómeno del "fundamentalismo" o de los "evangelicales", que preconizan una concepción de la Escritura semejante a la de Francisco».

4) Cf. el comentario espiritual de K. Esser a esta Admonición, en Selecciones de Franciscanismo n. 10 (1975) 98-104.- Este texto adquiere todo su relieve histórico si se lee teniendo como telón de fondo LP 83f-g: «Y compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran. Su corazón se llenó de tanta dulzura y consuelo, que quería mandar a alguien en busca del hermano Pacífico, en el siglo rey de los versos y muy cortesano maestro de cantores, para que, en compañía de algunos hermanos buenos y espirituales, fuera por el mundo predicando y alabando a Dios. Quería y aconsejaba que primero alguno de ellos que supiera predicar lo hiciera y que después de la predicación todos cantaran las Alabanzas del Señor, como verdaderos juglares del Señor. Quería que, concluidas las Alabanzas, el predicador dijera al pueblo: "Somos juglares de Dios, y la única paga que deseamos de vosotros es que permanezcáis en verdadera penitencia". Y añadía: "¿Qué son, en efecto, los siervos de Dios sino unos juglares que deben mover los corazones para encaminarlos a las alegrías del espíritu?"».

5) W. Egger, Nachfolge als Weg zum Leben, Klosterneuburg 1979, 265.

6) Cf. Th. Matura, «Mi Pater sancte», en Selecciones de Franciscanismo n. 39 (1984) 401-402.

[Selecciones de Franciscanismo, vol. XVI, n. 46 (1987) 65-128]

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