DIRECTORIO FRANCISCANO

Santa Clara de Asís


CLARA, MUJER DE DIVINA DISCRECIÓN CRISTIANA

(Carta III de santa Clara a santa Inés de Praga)
por Optato van Asseldonk, OFMCap

 

[Texto original: Chiara, donna di divina discrezione cristiana, en L'Italia Francescana 62 (1987) 485-494.]

«Pasando ahora a las cuestiones que me has pedido te aclare, he creído poder responder de esta manera a tu caridad. Me preguntas qué fiestas nos recomendó el gloriosísimo padre nuestro san Francisco que celebráramos con particular solemnidad, suponiendo, si he entendido bien, que se pueda usar en ellas mayor amplitud en la variedad de manjares. No ignora tu prudencia que, salvo las débiles y enfermas, hacia las cuales nos enseñó y mandó tener la mayor discreción posible procurándoles toda clase de manjares, ninguna de nosotras, que goce de salud y robustez, debería tomar sino alimentos cuaresmales, lo mismo en los días feriales como en los festivos, ayunando todos los días a excepción de los domingos y de la Navidad del Señor, en los que podíamos comer dos veces. Y también en los jueves del tiempo ordinario se dejaba a la voluntad de cada una, de forma que la que no quisiera no estuviera obligada a ayunar.

»Pero nosotras, las que gozamos de buena salud, ayunamos todos los días fuera de los domingos y el día de Navidad. No estamos, con todo, obligadas al ayuno, a tenor del escrito de san Francisco, durante todo el tiempo pascual y en las fiestas de santa María y de los santos apóstoles, a no ser que caigan en viernes. Pero, como se ha dicho, nosotras, las que gozamos de buena salud y robustez, tomamos siempre alimentos cuaresmales.

»Con todo, como nuestra carne no es de bronce ni nuestra resistencia de granito, sino que más bien somos frágiles y propensas a toda debilidad corporal, te ruego, carísima, y te pido en el Señor, que moderes prudente y discretamente ese rigor exagerado e imposible de abstinencia que sé que has abrazado, a fin de que, viviendo, sea tu vida la que alabe al Señor y le tributes una ofrenda razonable y tu sacrificio esté condimentado con la sal (de la prudencia).

»Te deseo salud en el Señor más de lo que me la deseo a mí misma. Encomiéndanos en tus santas oraciones tanto a mí como a mis hermanas» (3CtaCl 29-42).

Giotto - Santa Clara Partiendo de este texto, se trata de profundizar en el don especial, con el que el Señor adornó a Clara de Asís, no obstante algunas apariencias en contra. Por eso, encuadramos las palabras citadas en el conjunto de sus escritos y en el ambiente de su tiempo.[1]

El texto citado puede parecer fuera de lugar al final de la tercera carta y de poco valor en sí mismo. Esta carta trata, como todavía más la cuarta, de la íntima experiencia trinitaria de Inés de Praga, descrita por Clara según su propia visión vivida. De hecho, Inés es considerada como hija-sierva del Padre, esposa-hermana de Cristo y aun, en María, su madre, en la Iglesia, según el Espíritu Santo.

En este contexto sumamente místico y extático, Clara se manifiesta también una mujer realista con un espíritu de discreción muy concreto y práctico, que sabe distinguir de manera exacta entre una práctica in-discreta o «fanática» de penitencia corporal, en materia de ayuno y abstinencia, y una práctica inspirada por el amor del Espíritu Santo, lleno de un puro gozo espiritual.

El tema se dividirá en tres puntos:

I) La práctica personal in-discreta del ayuno y abstinencia de Clara, divinamente inspirada; II) La discreción madura de Clara hacia las hermanas, especialmente hacia las enfermas; comentario del texto citado; III) La discreción de Clara, vista en el conjunto de sus escritos y en el ambiente eclesial de su tiempo.

I. LA PRÁCTICA PERSONAL IN-DISCRETA
DEL AYUNO Y ABSTINENCIA DE CLARA,
DIVINAMENTE INSPIRADA

Una síntesis admirable de esta práctica, basada en el Proceso de canonización, nos la ofrece la Leyenda de santa Clara. El texto principal reza así:

«Y para que admires, lector, lo que no puedes imitar, durante esas cuaresmas, tres días a la semana, a saber, los lunes, miércoles y viernes, no tomaba nada de alimento. Se sucedían así alternativamente los días de refección escasa y los días de ayuno total, de modo que una víspera sin comer precedía a un festín de pan y agua. No es de maravillar que tanto rigor, mantenido durante largo tiempo, rindiera a Clara ante las enfermedades, consumiera sus fuerzas y privara de vigor a su cuerpo. Se compadecían por ello de la santa madre las devotísimas hijas y lamentaban con lágrimas aquellas muertes que voluntariamente soportaba cada día. Prohibiéronle, por fin, el bienaventurado Francisco y el obispo de Asís aquel agotador ayuno de tres días, ordenándole que no dejase pasar un sólo día sin tomar para sustento al menos una onza y media de pan. Y, si bien es cierto que la grave aflicción del cuerpo engendra de ordinario la aflicción del espíritu, de forma muy distinta sucedía en Clara, quien conservaba en medio de sus mortificaciones un aspecto festivo y regocijado, de modo que parecía demostrar o que no las sentía o que se burlaba de las exigencias del cuerpo. De lo cual se da a entender claramente que la santa alegría de la que abundaba interiormente, le rebosaba al exterior, porque el amor del corazón hace leves los sufrimientos corporales» (LCl 18).

Cualquier comentario parecería fuera de lugar.

II. LA DISCRECIÓN MADURA DE CLARA
HACIA LAS HERMANAS, ESPECIALMENTE LAS ENFERMAS

Lo primero que llama la atención en el texto citado de la Carta tercera se refiere a la celebración con particular solemnidad, que Francisco recomendó, en algunas fiestas, en las que «se pueda usar mayor amplitud en la variedad de manjares». Aquí aparece, pues, la intervención del mismo Francisco para que se «celebren» algunas fiestas, a pesar de la altísima pobreza, penitencia y mortificación «corporal». El «Poverello», siempre riguroso consigo mismo, pero afable y benévolo con sus hermanos y hermanas, conoce el momento humano y evangélico para una celebración «solemne» en fraternidad, hasta por medio de «una mayor amplitud en la variedad de manjares», a fin de fortalecer el hermano cuerpo en el servicio fiel y generoso del espíritu. Un aspecto precioso, «humano», digno de un hombre que en el lecho de muerte pide a fray Jacoba que le traiga el dulce preferido (cf. 3 Cel 138). Es un hecho tan humano y extraño para un santo «medieval», que K. Esser se siente empujado a escribir: «La importancia de esta carta --a Jacoba-- consiste en manifestar lo poco convencional que fue el comportamiento de san Francisco, contra todo esquema hagiográfico. El santo dispone hasta los mínimos detalles para un funeral decoroso, y poco antes de su muerte expresa el deseo de comer un dulce. Fue un gran santo, permaneciendo, sin embargo, auténticamente hombre».[2]

Verdaderamente Clara se esfuerza en limitar la recomendación de Francisco, subrayando hasta tres veces «nosotras, las que gozamos salud y robustez» -sin embargo, la Pobrecilla estuvo casi siempre enferma- «ayunamos todos los días fuera de los domingos y el día de Navidad» y «tomamos siempre alimentos cuaresmales» (vv. 32, 35, 37). Por otra parte, refiere sinceramente y con toda exactitud las palabras de Francisco, entre las cuales se destaca las que se refieren a «las débiles y enfermas, hacia las cuales nos enseñó y mandó tener la mayor discreción posible procurándoles toda clase de manjares» (v. 31).[3]

Otro aspecto que llama la atención es la libertad que se da en los jueves del tiempo ordinario: «se dejaba a la voluntad de cada una, de forma que la que no quisiera no estuviera obligada a ayunar» (v. 34). Por lo tanto, libertad en la pluriformidad.

El último punto se refiere al caso de Inés, que ha caído en una austeridad rayana en la exageración, «fanática». Aquí Clara se presenta con una sabia y discreta, sana y santa condescendencia materna hacia su «amiga» preferida, muy afectivamente amada y, al mismo tiempo, lealmente reprendida en la verdad de la caridad: «Con todo, como nuestra carne no es de bronce ni nuestra resistencia de granito, sino que más bien somos -nótese el plural, Clara se incluye a sí misma- frágiles y propensas a toda debilidad corporal, te ruego, carísima, y te pido en el Señor, que moderes prudente y discretamente ese rigor exagerado e imposible de abstinencia que sé que has abrazado, a fin de que, viviendo, sea tu vida la que alabe al Señor y le tributes una ofrenda razonable y tu sacrificio esté condimentado con la sal (de la prudencia)» (vv. 38-41).

III. LA DISCRECIÓN DE CLARA,
VISTA EN EL CONJUNTO DE SUS ESCRITOS
Y EN EL AMBIENTE ECLESIAL DE SU TIEMPO

1. En el conjunto de sus escritos

a) El uso de la palabra

Las palabras «discreto» y «discreción» aparecen 16 veces bajo formas diversas. La frecuencia resulta cuatro veces más grande que en los escritos de Francisco, los cuales superan cuatro veces en cantidad a los de Clara. El adverbio «discrete» (discretamente) aparece tres veces; el sustantivo «discretio» (discreción) dos veces; el adjetivo «discreto» once veces: tres veces como personas discretas, dos como personas más discretas (discretiores) y seis para designar los miembros del discretorio (parece que sea una creación original de Clara). Esta frecuencia realmente excepcional sugiere claramente su importancia en el pensamiento de Clara. En los escritos de Francisco, esta palabra se usa la mitad de las veces en el Dictado a Clara, del que se habla en la III Carta y en el Audite poverelle. En la Admonición 27 se lee: «Donde hay misericordia y discreción, no hay superfluidad ni endurecimiento». Un principio o criterio verdaderamente de gran sabiduría, también de Clara, aunque quizá no conocida, pero al menos aplicado, sin duda, respecto a sus hermanas.

b) en el conjunto de los escritos

Los pasajes principales en la Forma de vida o en la Regla de Clara son los siguientes:

Regla 2,11: «Pero, si hubiese necesidad de aconsejarla (a la candidata, sobre la manera de distribuir los bienes a los pobres), envíenla a personas discretas y temerosas de Dios -en el texto latino: aliquos discretos et Deum timentes- que la aconsejen sobre el modo de distribuir los bienes a los pobres».

Regla 2,12-17: «Después, cortado el cabello en redondo y dejado el vestido seglar, concédale tres túnicas y el manto… Pueden también las hermanas tener manteletas para comodidad y decencia del servicio y trabajo. Y provéalas la abadesa con discreción (en el texto latino discrete) de vestidos, según la diferencia de las personas (es una delicadeza que no está en la Regla de Francisco) y de los lugares y tiempos y frías regiones, tal como vea que lo aconseja la necesidad».

Francisco concede menos a sus hermanos, como puede verse en 2 R 2,9-10.

Regla 3,8-11: «Las hermanas ayunen en todo tiempo. Pero en la Natividad del Señor, cualquier día en que cayere, pueden tomar dos refecciones. Sean dispensadas con misericordia, como pareciere a la abadesa, las jovencitas, las débiles y las que sirven fuera del monasterio. Mas en tiempo de necesidad manifiesta no están obligadas las hermanas al ayuno corporal».

La palabra «con misericordia» se puede tomar como equivalente de «con discreción», explicando bien su significado.

Regla 4,22-24: «Para conservar la unión del mutuo amor y de la paz, elíjanse todas las oficialas del monasterio de común consentimiento de todas las hermanas. Y elíjanse de la misma manera al menos ocho de las más discretas (en latín "discretioribus"), de cuyo consejo está obligada a servirse siempre la abadesa en las cosas que requiere la forma de nuestra vida. Las hermanas, además, pueden y deben hacer cesar alguna vez en el cargo a las oficiales y discretas y elegir otras en su lugar, si les pareciere útil y conveniente».

Observen cómo Clara mantiene fuertemente el principio de co-responsabilidad de todas las hermanas en el gobierno de la fraternidad. El motivo es la unión del mutuo amor y de la paz, al servicio de la perfecta concordia y de la común utilidad, de la que se habla en el v. 2. En el capítulo 10 de la misma Regla, Clara incluye «la discordia y la división» en las palabras de Francisco sobre los vicios que deben evitar, y continúa: «Sean, por el contrario, solícitas siempre en guardar unas con otras la unidad del amor recíproco, que es vínculo de perfección». Es una inserción paulina «mosaica» de dos textos del Apóstol: Ef 4,3 y Col 3,14; un pensamiento original de Clara muy profundo, expresión de la «santa unidad» de la que se habla en el Prólogo de la misma Regla, antes de la altísima pobreza, como pilares fundamentales de la Forma de vida: «que, de palabra y por escrito, os dio para que la observarais el bienaventurado padre vuestro san Francisco…».

Todo este capítulo 4 de la Regla merecería un estudio minucioso.

Regla 5,3-4: «Se exceptúa (del silencio) la enfermería, donde pueden hablar siempre las hermanas, con discreción ("discrete"), para recreo ("recreatio") y servicio de las enfermas. Pueden también, siempre y en todas partes, comunicarse brevemente y en voz baja lo que fuere necesario».

Hay que resaltar la palabra «recreo», antes de «servicio» (profesional), en donde se manifiesta la humanidad misericordiosa y materna de Clara, «siempre» dispuesta a ejercerla con las enfermas. La Regla de Hugolino fue bastante más severa. En el capítulo 4 escribe sobre la abadesa, después de estimularla a que no se deje llevar «de afectos particulares» (v. 11): «Consuele a las afligidas; y sea el último refugio de las atribuladas, no sea que, por no hallar en ella los remedios saludables, se apodere de las débiles el mal de la desesperación».

Clara habla de las enfermas y atribuladas, sin distinguir entre enfermedades corporales, psíquicas y espirituales, ofreciendo un principio perenne, válido para todo tiempo y para toda enfermedad.

Regla 8,12-20: «La abadesa está firmemente obligada a informarse con solicitud, personalmente y por medio de las demás hermanas, sobre las hermanas enfermas, y a proveerlas caritativa y misericordiosamente, según la posibilidad del lugar, en cuanto a remedios, alimento y demás cosas necesarias que requiere su enfermedad. Ya que todas están obligadas a proveer y servir a sus hermanas enfermas como querrían que se les sirviese si ellas estuvieran aquejadas de alguna enfermedad. Manifiesten confiadamente la una a la otra su necesidad. Y, si una madre ama y alimenta a su hija según la carne, ¿con cuánta mayor solicitud deberá una hermana amar y alimentar a su hermana espiritual? Las que están enfermas descansen en jergones de paja y tengan por cabecera almohadas de pluma; y las que necesiten escarpines de lana y colchones, puedan usarlos. Las sobredichas enfermas, cuando fueren visitadas por los que entran en el monasterio, podrán responder personalmente con algunas breves y buenas palabras a los que les hablan. Pero las demás hermanas…».

Aquí se pueden observar muchos pormenores fruto de una atención más que materna, añadidos por Clara a la Regla de Francisco, y aunque se exprese con palabras generales, sin embargo, son profundas y humanas.

Encontramos en el mismo capítulo el asunto de los regalos, que las hermanas pueden recibir de parientes u otras personas, sobre ello se ordena: «Y ella (la hermana), si tiene necesidad, podrá usarlo; y si no, haga participante caritativamente a la hermana que lo necesite…» (RCl 8,10).

Una libertad verdaderamente grande y excepcional en aquel tiempo y ¿quizá también hoy?

Testamento 63-66: «Sea (la abadesa), asimismo, discreta y próvida para con sus hermanas como una buena madre para con sus hijas; y, sobre todo, procure proveerlas de las cosas que el Señor diere, según la necesidad de cada cual. Sea, además, tan acogedora y comunicativa con todas (en latín "benigna et communis"), que puedan manifestarle sin temor sus necesidades y acudir a ella confiadamente, a cualquier hora, como mejor les acomode, lo mismo a cada una para sí como en favor de sus hermanas».

… «a cualquier hora», por tanto día y noche, la madre, criada y sierva, tiene que estar disponible «como mejor les acomode, lo mismo a cada una para sí como en favor de sus hermanas»; en realidad es el último refugio en toda clase de necesidad o tribulación, evitando o previniendo toda «desesperación». A una tal «madre» no se le obedecerá por temor, sino por amor, como más de una vez dice Clara a las hermanas en la Regla o en el Testamento.

Me parece que el texto citado nos recuerda, de forma bastante clara, el último saludo-canto que Francisco expresó en el Audite, poverelle:

«Yo os ruego con gran amor,
que tengáis discreción de las limosnas
que os da el Señor.

Las que están por enfermedad gravadas
y las otras que por ellas están fatigadas
unas y otras soportadlo en paz,
porque muy cara os parecerá (venderéis) esta fatiga,

porque cada una será reina en el cielo coronada
con la Virgen María».[4]

2. En el ambiente eclesial de su tiempo

Nos limitamos necesariamente a una breve síntesis.[5]

Clara sobresale en su tiempo por un grande discernimiento de espíritu humano-cristiano-evangélico, del cual se manifiestan, aún hoy, diversos aspectos profundos, incluso nuevos y originales, llenos de riqueza y aplicabilidad «excepcional». Resaltamos algunos aspectos notables:

a) Su libertad madura, autónoma, creativa en pensamientos, afectos, palabras y obras, respetando a todos y a todas las cosas, sin llegar a ser nunca agresiva u ofensiva, sino siguiendo paciente y tenazmente el camino del Señor, cuyo nombre aparece más de 80 veces, en fidelidad absoluta al Espíritu, junto con Francisco.

b) Clara es la primera mujer que ha escrito una Regla aprobada por la Iglesia; e incluso la única en la Edad Media. Es la única persona, que ha pedido al Papa el Privilegio de la pobreza, y lo ha defendido ante los Papas sin temor hasta la muerte.

c) En esta Regla, cuya mitad es personal y original de Clara, ella confiesa espontánea y libremente su amor filial y total al bienaventurado y glorioso Padre Francisco; este nombre se repite 11 veces, y en el Testamento hasta 17 veces. Sin embargo, Francisco nunca nombra en sus escritos a Clara -¿tal vez por una prudencia angustiosa?-.

d) Si se compara esta Regla con la de Francisco y las otras contemporáneas, la de Clara se distingue netamente por su amplitud y flexibilidad en lo referente a concretar aspectos de la vida evangélica, por ejemplo, en la pobreza (uso del dinero, vestidos, propiedades), en la clausura, etc. Solamente en la práctica del ayuno y abstinencia Clara se muestra más severa que Francisco, pero más liberal que los otros de su tiempo.

e) Una especial discreción comunitaria se manifiesta ciertamente en ese fuerte y radical deseo de fraternizar y democratizar la vida religiosa, es decir, en la responsabilidad de todas las hermanas respecto a toda la vida fraterna; la institución de las «discretas» parece nueva en aquel tiempo (colegialidad en el gobierno-servicio); en el ejercicio de la autoridad como humilde y materno «servicio» de la esclava y sierva madre, con un aspecto evangélico hasta ahora mucho menos vivido (Clara nunca se llama abadesa). El mismo Francisco, como también los monjes, pensaban de una manera más «monárquica».

f) Un discernimiento evangélico, inspirado por el Señor y por su Espíritu, en sentido paulino, se manifiesta en el hecho de que Clara afirma expresamente que la centralidad primordial-vital no consiste en la pobreza, ni en la contemplación, ni en la penitencia exterior, sino en la santa unidad del recíproco amor fraterno-materno, que es vínculo de la perfección evangélica.

g) Finalmente, una discreción táctica, diplomática, de una mujer tenaz, pero de ninguna forma dura o rebelde respecto a la autoridad de la Iglesia y de la Orden, unida al grandísimo amor y amistad en el Espíritu.

Como conclusión, recordemos algunos hechos típicos para ilustrar el modo de obrar de Clara al respecto.

Inocencio III concedió el Privilegio de la pobreza en 1216 de esta forma:

«Este varón magnífico (Inocencio III), congratulándose de tan gran fervor de la virgen, le advierte que es extraña la petición, ya que nunca un privilegio semejante había sido solicitado de la Sede Apostólica. Y para corresponder a la insólita petición con un favor insólito, el Pontífice personalmente, con mucho gozo, redactó de propia mano el primer esbozo del pretendido privilegio» (LCl 14).

El papa Gregorio IX estudiaba la forma de convencer a Clara para que aceptase algunas posesiones, de modo que su vida fuera menos difícil y arriesgada, pero:

«Clara se le resistió con ánimo esforzado y de ningún modo accedió. Y cuando el Pontífice le responde: "Si temes por el voto, Nos te desligamos del voto", le dice ella: "Santísimo Padre, a ningún precio deseo ser dispensada del seguimiento indeclinable de Cristo"» (LCl 14).

Otro hecho de resistencia al papa Gregorio IX, con toda la amistad «materna» -Gregorio la había llamado «madre de mi salvación»- se refiere al servicio de predicación que los hermanos menores prestaban a las hermanas pobres:

«En cierta ocasión, el señor papa Gregorio había prohibido que ningún fraile se acercase sin su licencia a los monasterios de las damas. Entonces la piadosa madre, doliéndose de que las hermanas iban a tener más escaso el manjar de la doctrina sagrada, dijo entre gemidos: "Quítenos ya para siempre a todos los frailes toda vez que nos retira a los que nos administraban el nutrimento de vida". Y de inmediato devolvió al ministro todos los hermanos, pues no quería tener limosneros que procuraran el pan corporal cuando ya no disponía de los limosneros del pan espiritual. Oyendo esto el Papa Gregorio, remitió inmediatamente tal prohibición al criterio y autoridad del ministro general» (LCl 37).

Para una información ulterior sobre este aspecto, me permito remitir a mis estudios.[6]

J. Segrelles: Clara bendice los panes (Flor 33)

N O T A S:

[1] Las referencias a los escritos de santa Clara las tomamos de la edición de L. Iriarte, Escritos de san Francisco y de santa Clara de Asís, 3.ª ed., Valencia, 1992. Las referencias al Proceso de canonización y a la Leyenda de santa Clara las tomamos de la edición de I. Omaechevarría, Escritos de santa Clara, 2.ª ed., Madrid, BAC, 1982.

[2] La letra cursiva es de O. Van Asseldonk. Cf. K. Esser, OFM, Gli Scritti de S. Francesco d'Assisi, Ed. Menssagero, Padua 1982, pp. 597-598.

[3] En el texto latino se lee: «quibus de quibuscumque cibariis omnem discretionem quam possemus facere nos monuit et mandavit». Es una palabra verdaderamente clara y única en los escritos de Francisco y Clara, en la que nos ofrece un principio o criterio fundamental y universal de discreción hacia los hermanos y hermanas enfermas. Obsérvense los términos superlativos y absolutos: «omnem» (la mayor) y «quibuscumque» (toda clase).

[4] Cf. G. Boccali, Canto de Exhortación de san Francisco para las «Pobrecillas» de San Damián, en Selecciones de Franciscanismo 34 (1983) p. 71; un comentario óptimo en LP 85.

[5] La síntesis está basada en gran parte en las observaciones de los editores de Claire d'Assise. Écrits. Introducción, texto latino, traducción, notas e índice de M. F. Becker, J. F. Godet y T. Matura. Ed. du Cerf, Col. Sources Chrétiennes, París 1985.

[6] La lettera e lo spirito. Tensione vitale nel francescanesimo ieri e oggi. Ed Laurentianum, Roma 1985, II, 217-227.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXII, núm. 66 (1993) 409-417]

 


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