DIRECTORIO FRANCISCANOSanta Clara de Asís |
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Introducción De las muchas aproximaciones que pueden hacerse a Santa Clara, hay una que forma parte de un aspecto de la vida y personalidad de nuestra santa, sin el cual no se entendería adecuadamente ni su carisma ni su misión: nos estamos refiriendo a la relación humana, espiritual y carismática que la vinculó con san Francisco (y, obviamente, el mismo discurso cabe decir para el Poverello: sin Clara tampoco no se entendería su carisma y su misión). En el presente trabajo me propongo presentar esa relación entre Clara y Francisco viendo en la misma no simplemente una coincidencia casual y fortuita, ni tampoco una aventura inocentemente humana pero fruto del empeño de sus dos protagonistas, sino más bien esta relación tiene una lectura teológica que nos lleva a considerarla como un don, un carisma dado en beneficio de la Iglesia (cf 1Cor 12,1-30; Ef 4,9s). La relación entre Clara y Francisco forma parte, por tanto, de aquello que Dios quiso decirnos con ellos dos. Su amistad no constituye propiamente el carisma, pero sin esta amistad debidamente comprendida, el carisma no se habría dado (al menos en el modo como históricamente se nos dio). Por eso hemos de hablar de una complementariedad carismática y al mismo tiempo de un carisma complementario: Clara y Francisco, fundidos sin confusión, armoniosamente originales, respectivamente referidos. Por una exigencia de limitación de espacio en este trabajo, permítasenos que hagamos referencia a algunos trabajos en donde hemos desarrollado más o menos ampliamente los argumentos que ahora no podemos repetir aquí. Así, hemos escrito en otra parte sobre la teología de los santos, es decir, cómo la memoria de los santos tiene una densidad teológica que justifica su legitimidad cristiana, en el sentido de que forman parte de una historia más grande que ellos mismos y a la cual nos invitan a incorporarnos desde el paradigma de su fidelidad.[2] Igualmente, en otro estudio precedente, ya hemos abordado el tema de la amistad que se ha dado entre Clara y Francisco, al hilo de sus escritos personales, poniendo de manifiesto los porqués de esa relación desde la clave en la que tal amistad se dio: la espiritual.[3] También me dispenso de repetir aquí los aspectos antropológicos y bíblicos que conlleva siempre la complementariedad humana, puesto que lo vivido por Clara y Francisco tiene que ver con el proyecto de Dios y es imagen de cuanto Dios nos ha revelado de sí mismo.[4] Por ello, en este trabajo quiero más bien abordar cómo en Clara y Francisco se ha verificado esa vocación de vivir en el Espíritu amistosamente, con una actitud que ha supuesto y generado una complementariedad carismática, es decir, cómo su relación interpersonal -cargada de afecto amistoso- estuvo al servicio de la obra de Dios en ellos y desde ellos. De modo que, parecidamente a como sucede en la relación interpersonal entre un hombre y una mujer, cuando aciertan a vivir su amor humano en la verdad y sin censurar ninguno de los factores que lo componen y lo acrecientan hasta la maduración completa, también en la relación interpersonal de un hombre y una mujer unidos entre sí por el afecto, pero más aún por el affectus que posibilita y plenifica todos los demás: el de Dios, podemos hablar de las consecuencias creadoras de tal encuentro. El verdadero amor y la auténtica amistad, jamás son estériles, sea cual sea su fecundidad: espiritual y/o biológica. Porque no se trata de una relación de ellos dos, bella y gratificante, pero privada y encerrada en sí misma, como si la tal relación fuera el fin perseguido. Se trata de observar y comprender lo que de esa vinculación nace; dicho de otro modo: se trata de adentrarnos en su fecundidad. Y en nuestro caso, al hablar de la fecundidad nos estamos refiriendo, lógicamente, a la que proviene del Espíritu en ellos dos, del Espíritu que crea y que recrea todas las cosas (cf. Gén 1-2; Ap 21). Es decir, que no estamos solamente ante el don carismático de Francisco o ante el de Clara, sino ante el don de la fecundidad que ha nacido de su fidelidad, que es su gran aportación al concierto de la historia y de la iglesia. Por eso es aplicable a Clara y a Francisco lo que Von Balthasar refiere a la comunidad eclesial: «A través de su relación, Dios ejecuta una sinfonía, en la que no se sabe qué es más rico, si la armonía de su composición o la orquesta polifónica de la creación que la interpreta. Antes de que el Verbo de Dios se hiciese hombre la orquesta que es el universo tocaba más bien sin obedecer a ningún plan u orden preconcebidos: concepciones del mundo, religiones, bosquejos del estado, eran algo así como melodías aisladas y sin unidad… Entonces vino el Hijo, el "heredero universal", por cuya causa había sido reunida también toda la orquesta. La pluralidad de instrumentos que la componen adquiere sentido cuando interpreta, bajo la dirección de Cristo, la sinfonía de Dios. La unidad de la composición procede de Dios. Por eso el mundo era y es plural, y lo seguirá siendo cada vez más. Evidentemente, el mundo no puede abarcar de una ojeada su propio pluralismo, porque la unidad nunca ha radicado en él, ni antes ni ahora. Pero el sentido de su pluralismo no consiste en rechazar la unidad que radica en Dios y que es comunicada por él, sino en adherirse a la sinfonía y en ajustarse a la unidad que está por encima. En cuanto a los oyentes, no son otros que los propios intérpretes: al interpretar la divina sinfonía -cuya composición en modo alguno puede ser comprendida a partir de cada uno de los instrumentos, ni de su totalidad- todos experimentan para qué han sido reunidos. Al principio se sentían extraños los unos a los otros, incluso hostiles. De repente, cuando empieza el concierto, ven con toda claridad cómo sus diferentes voces no se limitan a sonar al unísono, sino que se integran en la superior belleza de la sinfonía».[6] Nosotros, por lo tanto, al hacer memoria de dos santos, al recordar de este modo a Clara y Francisco en su complementariedad sinfónica, lo hacemos para reconocer, agradecer y beneficiarnos de la melodía que Dios hizo para ellos, y para adherirnos desde nuestra personal música al único concierto de la historia: el de la salvación. Los registros desde los que en los estudios citados más arriba hemos dado un apunte sobre la amistad espiritual en general y sobre la de Clara y Francisco en particular, nos sirven para entender la vinculación afectiva que les unió desde una clave salvífica: no fueron amigos de un modo superficial, frívolo, sino que han hecho de su amistad un lugar de mutua ayuda para encontrar su vocación única y crecer en ella con apasionada y apasionante fidelidad. En efecto, ellos han descrito un itinerario humano y creyente que no se hace eco de un empeño propio tejido de señuelo y seducción, ni de una estrategia a favor del ansia y de la necesidad, como en otra célebre -y casi contemporánea- pareja sucedió: Eloísa y Abelardo.[7] Más bien, Clara y Francisco han respondido desde su biografía afectiva y amistosa a un designio mayor que ellos mismos. Ellos, ciertamente fueron los protagonistas, arriesgando su libertad en beneficio de la fidelidad íntegra, pero no quienes establecieron el inicio del origen, ni el final de su destino de su singular relación, sino que tal origen y tal destino respondían al diseño creativo de su Creador. 1. Un éxodo inicial común: la búsqueda del querer de Dios Es este un primer aspecto de sus itinerarios cristianos en el que aparecen unidos en la misma actitud: tanto Francisco como Clara tendrán que abandonar su tierra, y caminar desnudamente hacia la que Dios quería mostrarles, sin otra seguridad que la de estar en sus manos. En ambos se verifica eso que precisamente indica una creciente madurez espiritual: cada vez viven más su vida desde el proyecto de Otro, desde el designio de Dios. Veamos cómo se da este proceso vocacional en Francisco y en Clara, y cómo viven básicamente la misma experiencia de búsqueda, de abandono e incertidumbre, la docilidad a los indicios de Dios e indicaciones de la Iglesia. En la vida de Francisco hay un momento inicial, fundamentalmente marcado por un saber humilde y oscuro: saber lo que no se quiere pero no vislumbrar siquiera aquello que en el fondo se desea o intuye. Es un periodo complejo y árido, lleno de perplejidad, pero suele ser una excelente pedagogía por la que Dios conduce a la persona hacia su tierra de la promesa. Así nos refiere Celano el comienzo del éxodo del Poverello:
Todo el problema de Francisco, como el de cualquier persona, giraba en torno a esta gran decisión de su existencia: vivir desde Otro. Hasta entonces Francisco había sido su propia medida, él quien decidía lo que había que hacer según sus personales pretensiones y expectativas. La novedad decisiva que marca un momento fuerte, irresistible, un «kairós» en una biografía humana, es esta ruptura de nivel que saca a la persona de sus escondrijos y engaños, para llevarla a una vida en transparencia y verdad. Si Francisco no hubiera tenido paciencia con todo lo no resuelto en su corazón, como decía bellamente el poeta Rilke,[9] si se hubiera autoengañado hasta convencerse de que sus preguntas esenciales quedaban respondidas en el prestigio y el poder, en el dinero y la fama, en la jarana y la frivolidad, jamás habría llegado al descubrimiento de Dios como su Todo:
Los biógrafos de Francisco, a través de las búsquedas de éste, permiten que nos asomemos a su pasión por estas preguntas esenciales que le provocaban el desencanto ante los dioses falsos, conduciéndole hasta la apertura estremecida ante el Dios vivo. La Leyenda de los Tres Compañeros, con lenguaje clásico de cambio y conversión pondrá esta locución de Dios hacia el Poverello:
Lo cual es atestiguado por el mismo Francisco al comienzo de su Testamento cuando habla del momento inicial de su conversión junto a los leprosos: «… aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura del alma y del cuerpo» (Test 3). Esta salida de sus dulzuras y vestidos (cf. 1Cel 15; TC 25), este éxodo de sus sueños y seguridades hacia una nueva tierra, cuya revelación esperaba del Señor, tuvo cumplimiento aquella mañana en la que todas sus búsquedas y preguntas quedaron respondidas al escuchar el Evangelio de la Misión en la iglesita de la Porciúncula:
Ahora quedaba desarrollar con discernimiento eclesial aquello que había descubierto, una nueva forma de vida en la cual lo que quería el Señor y lo que deseaba el corazón de Francisco se habían unificado: Francisco quería verdaderamente vivir su vida y su destino desde la voluntad de Otro, lo cual lejos de enajenarle le permitió ser él mismo por primera vez.[15] ¿Y qué podemos decir respecto de Clara? Igualmente, el carisma clariano se ha ido gestando lentamente, aún después de haber comenzado su andadura, porque era demasiado sorprendente lo que parecía pedir el Señor tanto a Clara como a Francisco, como para ajustarlo y concretarlo en una apresurada programación. Cuando Clara se fuga de la casa paterna la noche del domingo de Ramos de 1212, acaso sepa tan sólo lo que no quiere, lo que desea dejar, pero desconozca del todo lo que realmente desea el Señor de ella. Era la típica actitud de un creyente que se deja conducir por Otro, sin negociar ni pactar ninguna planificación. El éxodo de Clara, como anteriormente el de Francisco, comenzaba como el éxodo de Abraham: «… vete de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré» (Gén 12,1). Francisco, aquella noche de Ramos «no tenía un programa concreto que ofrecer a Clara, si no era la libertad de la pobreza abrazada. ¿Incorporarla a la hermandad de los menores? Ni se le pasó por la cabeza. ¿Lanzarla a una vida itinerante, llevando como los hermanos el mensaje de paz en pobreza y minoridad? Francisco no sabía programar de antemano; ante el nuevo hecho de su experiencia de fundador, optó por esperar a que el Señor manifestara su voluntad, como lo había hecho con él. De momento buscó un asilo para hermana Clara en un monasterio y luego en otro».[17] La Leyenda de Santa Clara nos presenta el comienzo del éxodo clariano con una descripción bella y sugerente que recuerda el cortejo nupcial, tanto por el vocabulario como por el rito de la ceremonia:[18]
Estamos en el mismo impasse que ya se dio en Francisco: abandonar la tierra vieja, pero ignorar dónde y cómo y cuándo se podrá pisar la tierra nueva, la prometida. Ni Clara ni Francisco saben mucho más que querer vivirse y desvivirse desde Dios, situándose en una posición de disponibilidad y escucha: «hasta tanto que el Altísimo dispusiera otra cosa». Algunos quisieran ver en la escena de la Porciúncula el momento final del camino de Clara, dejándola entre los frailes «como un fraile más», pero no es difícil comprobar cómo aquella noche del domingo de Ramos no era sino el comienzo y esos casi cuarenta años que siguen a ese comienzo, serán para Clara un proceso de búsqueda discernida, de éxodos sucesivos, hasta ver sancionada su propia Regla por la autoridad papal como «vera et authentica via christiana». No era, pues, el final sino tan sólo el principio. No fue, en efecto, sencillo para Clara recibir el carisma de una forma de vida que representaba una notable novedad -como correspondientemente le ocurrió a Francisco- en aquel marco eclesial. Ante las diversas posibilidades de consagración a Dios en ese momento, y teniendo en cuenta las varias alternativas que existían en el laicado como en la vida religiosa de la época, Clara no se unirá al monacato tradicional -del que tuvo experiencia en san Paolo delle Abbadesse-,[20] ni al monacato renovado del movimiento cisterciense -que tan influyente fue en la espiritualidad personal de Clara y que tan en boga estaba entonces-,[21] así como tampoco se adherirá a ninguno de los grupos laicos femeninos -al estilo de las beguinas- que recogían en buenísima medida las inquietudes evangélicas del naciente franciscanismo,[22] y ni siquiera se unirá a las mulieres renclusae como aquellas que existían en el valle de Spoleto entre las cuales parece ser que se encontraban las que vivían en el eremitorio de Sant'Angelo di Panzo[23] con las que también estuvo Clara después de su consagración en la Porciúncula. De manera que ella tendrá que conjugar proyecto contemplativo y monástico (pero sin que ello significase abrazar el camino benedictino, cisterciense o el de las mulieres inclusae) con un estilo de vida franciscano (pero sin que ello la llevase a asumir ningún camino apostólico como el de las beguinas).[24] Es decir, Clara recibió una forma de vida que era contemplativa y claustral, fraterna y eclesial, pobre y menor… y todo ello en sintonía con las opciones evangélicas de san Francisco: aquí residía toda la novedad de su personal carisma. Evidentemente, un tal carisma no era recogido por ninguno de los posibles cauces existentes en aquél momento, el carisma Dios lo daba con la vida de Clara. Ahora había que reconocerlo, abrazarlo y desarrollarlo viviéndolo. 2. «Querer siempre lo que sabemos que a Ti te agrada» (CtaO 50): Tanto Clara como Francisco no se detuvieron en su punto de partida, por importante e incisivo que pudiera resultar. No bastaba, lógicamente, salir de la antigua tierra, sino que había que llegar a la nueva, esa que era objeto de la promesa de Dios. Estamos ante una segunda actitud que también será común en el Poverello y en la Pianticella: dejar que Dios vaya completando y perfeccionado lo que Él mismo comenzó (1Cel 20d). Se trata de permanecer en el punto de partida creciendo en esa gracia que allí Dios ha concedido a modo de semilla, como bellamente dice Clara a Inés en la segunda de sus Cartas:
Hay una actitud de permanente búsqueda, de continuo éxodo, que define al verdadero peregrino, cuando se ha descubierto que la verdadera tierra anhelada al final de todos nuestros pasos es sólo Dios, como se refleja en la experiencia creyente de aquel otro buscador de una nueva tierra que fue Moisés: también en él se verificará esa nota de «irrealización» en el empeño de llegar a esa tierra nunca alcanzada y por la que un día se emprendió el camino (cf. Dt 33-34). La tierra real hacia la que caminaron Francisco y Clara era, justamente, Dios, no ningún edén fértil de leche y miel, pero tampoco una tumba vacía en cualquier monte Nebo. Dios era el origen, Dios era el camino y Dios fue también su destino. Francisco expresará esta actitud en una oración con la que termina la Carta a toda la Orden, en la que quiere, sólo y siempre, abrazar el querer de Dios:
Obviamente esto sólo es posible cuando se ha adoptado una postura pobre y menor de querer vivir desde Otro, y de realizarse desde el cumplimiento del designio suyo más que desde la afirmación de los propios planes. También esto forma parte de la teología franciscana de la «expropriatio».[29] En este trance de buscar continuamente el querer de Dios, Clara y Francisco se ayudarán mutuamente siendo el uno para el otro una mediación a tener en cuenta a la hora de hallar la concreta voluntad de Dios. Clara será muy explícita al decir cómo Francisco ha supuesto una ayuda extraordinaria, una mediación única para encontrar la vocación y crecer en ella:
Clara no duda en atribuir este papel mediador a Francisco, que profetizó sobre las hermanas mientras restauraba la iglesita de san Damián, al hablar de unas damas pobres que habitarían ese lugar con fama de santidad para gloria de Dios y bien de su Iglesia (cf. TestCl 9-14). Lo cual no significa que sea Francisco quien llama, sino que es la voz de Dios la que Clara oye y la que en definitiva secundará:
Hemos podido recuperar un escrito muy significativo de Francisco porque Clara lo cita en su Regla, y es sintomático que ella exprese en esta cita que representa la «forma vivendi», la «forma de vida», que el Poverello da a las Hermanas, la mediación de la que venimos hablando.[33]
Estos son los término en los que Clara fija la memoria de Francisco, la finalidad de tal recuerdo y la mutua fidelidad que se brindaron: entre el Espíritu que inspira y Clara que con Él se desposa, hay un nexo fundamental: la mediación de Francisco. Ella hace una memoria de la persona de Francisco como quien reconoce y agradece en él los beneficios de Dios, mirabilia Dei (cf. TestCl 2). Según se desprende suavemente en el Testamento de Clara, o más drásticamente en las cartas a Inés de Praga, no se puede ser fiel a la llamada de Dios sin serlo también a quien la ha hecho perceptible. Clara no confunde la Voz (Dios) con el porta-voz (Francisco), pero tampoco los puede ni los quiere separar. Consiguientemente, la fidelidad será también fusionada pero sin confusión a Dios y a Francisco: ella profesará el Evangelio ante Dios y ante Francisco, es decir, ante quien y para quien quiere vivirse y desvivirse, pero igualmente ante aquel que medió para que ella descubriese el beneficio de su vocación:
Especialmente el Testamento de Clara es como un homenaje al gran mediador de Dios en su vida: Francisco. Es casi un estribillo el repetitivo uso de partículas causales en su texto, que señalan esta función mediadora del Poverello:
Por todo ello, Clara hará una confesión de doble fidelidad -si cabe hablar así-: a Dios y a Francisco, ya que como ella misma testimonia, una vez más, la voluntad de Aquel se ha hecho manifiesta en éste, cuya fidelidad o infidelidad afecta a todo el Cuerpo Místico: al Señor, a su Madre, a Francisco, a toda la Iglesia:
La fidelidad a-Dios-en-Francisco no sólo vendrá vivida y testimoniada por Clara sino que también se hará urgencia para sus hermanas ante lo que considera innegociable. Es decir, Clara tendrá que escuchar y podrá obedecer muchos imponderables que le irán surgiendo a lo largo de ese proceso en el que situará su carisma en el marco jurídico más apropiado.[41] Pero cuando algún punto de esos imponderables llega a modificar lo esencial de la fidelidad prometida a-Dios-en-Francisco, entonces no tendrá ningún reparo en librar la batalla ante quien sea, sin excluir al mismo papa con todo el respeto y toda la comunión eclesial que haga falta.[42] Desde esta óptica se entiende la rotundidad y firmeza con las que exhorta a Inés de Praga a no jugar con lo que sabemos que es voluntad de Dios; en el segundo de estos textos no le falta, incluso, la ironía y el humor al insistir en la misma idea: cuando la fidelidad está en entredicho, no se puede obedecer a los hombres antes que a Dios, y mucho menos contra Él (Hch 4,19-20):
Al igual que Clara no sólo buscó la voluntad del Señor al comienzo de su camino sino a lo largo de todo él, del mismo modo el Francisco que comienza el suyo con aquel «Señor, ¿qué quieres que haga?» (LM 1,3), y que desea permanecer en el cumplimiento del designio divino («querer siempre lo que sabemos que a ti te agrada»: CtaO 50), tiene un momento en su vida en el que ha de hacer un importante discernimiento. Clara no estará cuando Francisco tenga que descabalgarse de sus antiguas andanzas para dar comienzo a lo que Dios le tenía destinado, pero sí que estará en esta segunda ocasión, cuando su Hermano tenga que volver a hacer un discernimiento hondo, porque, llegado a un punto, él no sabía si Dios le quería como contemplativo itinerante o estable, es decir en la vida apostólica o en la vida retirada.[48] Por ello pidió la ayuda a sus hermanos y hermanas. Dos fuentes biográficas nos trazan este discernimiento en el que Clara será mediación para Francisco, con un delicioso diálogo:
No le interesaba más que aquello que le interesó al comienzo de su vida evangélica: ser acepto a Cristo, caminar en sus caminos, realizar sus designios. Por esta razón quiso consultar con Silvestre y con Clara, los cuales habían escogido la contemplación desde una forma de vida eremítica y claustral, respectivamente. Fray Maseo trajo la respuesta de estos dos hermanos consultados:
Clara significará, tanto para Francisco como para las primeras generaciones de Hermanos, un discernimiento en acto, una parábola viva de lo que significa buscar y permanecer abrazados a la voluntad de Dios. Clara y Francisco han vivido apasionadamente esta adhesión a Jesucristo, al acontecimiento que se hace vocación en sus vidas, que tiene un punto de partida al que se permanece fiel en la medida en que se convierte en continuo y renovado presente: lo que empezó a ocurrir entonces, sigue sucediendo, aconteciendo hasta que se llegue al final de ese camino, al destino último que no será otro sino Dios. Y en este itinerario de mutua ayuda, de amistad en el Espíritu, Francisco para Clara y Clara para Francisco serán mediación recíproca con la que Dios irá acercando su salvación. 3. «Unum atque eundem spiritum» (2 Cel 204): Ese agudo conocedor del interior humano que fue Ignace Lepps, dirá sin ambages y con una notable claridad: «Estamos convencidos de que puede haber amistad auténtica entre un hombre y una mujer, sin que haya entre ellos lazo alguno propiamente erótico. Y son precisamente estas amistades las que son espiritualmente más fecundas. En la comunión a que dan origen, encontramos todo el aporte de complementariedad espiritual, intelectual y sensible de ambos sexos. Faltará ciertamente, la complementariedad carnal en sentido estricto, pero esta falta podrá compensarse ampliamente por la mayor eficacia espiritual de la comunión de amistad. Las amistades excepcionales de san Francisco de Asís y santa Clara… y tantas otras parejas de una fecundidad espiritual extraordinaria, confirman nuestra tesis y su éxito compensa más que suficientemente el fracaso de algunas amistades de esta índole».[51] No solamente la adhesión a Francisco como tal explica la amistad espiritual de Clara con él, sino la adhesión a todo lo que en él Dios hace y dice. Es decir, un nivel de comunión que trata de abarcar el don de la otra persona tal como se nos da, en toda la amplitud y con todos los matices que representan la gracia de su vida, sin censurar ningún aspecto de lo que realmente Dios quiere en la persona amiga darnos y decirnos (cf. Adm 8 y 12). Por esta razón Clara, recordando la vida de Francisco hará memoria del regalo mediador de su persona (aspecto que sobresale en el Testamento de ella), y el regalo configurador de su carisma (que aparece evidentemente en la Regla y en las Cartas a Inés de Praga). Aunque esta distinción (persona-carisma) es funcional, porque son inseparables, queremos con ella insistir en la actitud abrazadora en su totalidad, que marcó esta amistad espiritual, repetimos, sin olvido, ni modificación, ni censura de lo que realmente Dios entregaba en el otro. Y esto es posible cuando una relación está gestada, presidida y acompañada por el Espíritu del Señor. Como ha mostrado -en varios trabajos- Optatus van Asseldonk, «según las fuentes, existía entre Francisco y Clara un amor profundo, cordial, noble, ardiente, inspirado por el Espíritu de caridad (agapé). Uno amaba a la otra intensamente "en el Espíritu". Con un amor que, sin perder nada de la riqueza del hombre, se había encendido en sus corazones desde los primeros instantes por el toque de la gracia: no eros inicial que luego se transforma en agapé sublimándose, sino caridad divina que rápidamente hace de todas las cuerdas los instrumentos del don. El Espíritu Santo, autor de la vocación evangélica de Francisco y Clara fue, sin duda, también el inspirador de su amistad».[53] Clara con su forma vitae expresará femeninamente y desde una vida contemplativa, lo que el Espíritu quiso decir y mostrar en Francisco, pero de un modo propio. Pues, como dice Ezio Franceschini, «si la mujer ha sido creada como "adiutorium", debe serlo en todo, evidentemente: por lo tanto, también en el adorar a Dios, en el amar a Dios, en el servir a Dios, en el darle junto al hombre hijos del espíritu, además de los de la carne; esto es Clara junto a Francisco».[54] La fecundidad de una amistad espiritual se expresa en esta forma complementaria de vivir un único carisma,[55] fecundidad avalada por una tradición de 8 siglos en los que se ha dado una dilatada presencia eclesial, enriquecida con tan diversas formas de santidad y tan creativos y plurales modos de edificar el Reino de Dios, por parte de los Hermanos Menores y de las Hermanas Pobres. En una idéntica línea de pensamiento se sitúa también Chiara A. Lainati: «Clara aparece junto a Francisco por iluminación interior por parte del Espíritu, como la posibilidad de tener las propias raíces perennemente hundidas en la vida divina. La mujer ha nacido como "ayuda" junto a Francisco. Y la suscita en su entereza de mujer, como complemento de la realidad de Francisco, como su fecundidad. Más allá del umbral del misterio divino, Clara representa para san Francisco la semilla perennemente plantada en la vida divina, que asegura la fecundidad y la linfa al árbol entero. Una continua recepción de amor, una apertura al Espíritu que florecerá externamente, en todo el árbol franciscano, como conformidad con la vida del Hijo de Dios entre los hombres».[56] Esta complementariedad humano-divina que han protagonizado Clara y Francisco, con dos nombres, dos fenómenos, dos leyendas inseparables, cuyo binomio sólo puede ser entendido profundamente en una clave cristiana y evangélica,[57] nos permite volver al inicio de una creación inocente, o por mayor exactitud, nos adentra en la promesa cumplida de una creación de inocencia lavada, redimida. Efectivamente, como dice con gran belleza Jean François Godet, «Clara y Francisco se llaman el uno al otro porque, en el intercambio que había entre ellos, en el amor que ellos compartían, Clara llega a ser verdaderamente mujer "varón y hembra», y Francisco llega a ser verdaderamente hombre "varón y hembra". En el encuentro con Clara, Francisco ha acogido la parte femenina de sí mismo, su ternura; y Clara ha acogido en su relación con Francisco la parte masculina de su ser, su fuerza. Uno y otra han expulsado el miedo del otro. Francisco ya no tuvo miedo de ser tierno y llegó a ser fuerte. Clara, tejiendo su relación con Francisco, desarrolló su ternura y llegó a ser fuerte. Francisco encontró en Clara su masculino, su fuerza, y Clara encontró en Francisco su femenino, su alimento, su ternura. Cada uno revela al otro lo que él es. Para Francisco como para Clara, lo Humano que ellos eran, a imagen de Dios, creció el uno por el otro. Más que otras mujeres, Clara permitió a Francisco llegar a ser Francisco. Y Francisco, más que otros hombres, permitió a Clara llegar a ser Clara. Uno al otro se alimentaron y así liberaron la fuerza que los habitaba. Lo Humano no puede consumarse más que en una relación al otro, cuando acepta la diferencia, la carencia y la separación, cuando acepta tener necesidad del otro, actitud que lleva el nombre de humildad».[58] No se nos escapa que todo este argumento debe ser no sólo más confrontado desde las fuentes clarianas, sino también, como es lógico, desde las fuentes franciscanas,[59] para no llegar a conclusiones precipitadas ni preconcebidas forzando los datos históricos o rellenando con reflexiones apócrifas el silencio y discreción de esta amistad espiritual entre Clara y Francisco.[60] Aún así, no podemos soslayar este término de complementariedad entre Clara y Francisco, entre las hermanas y los hermanos -continuadores en la historia de lo que con ellos comenzó-, la cual complementariedad se hace y se posibilita en la fidelidad recíproca a sus respectivos caminos, sin fusión y sin confusión. Es importante que haya una reciprocidad carismática entre el místico y el profeta, entre el misionero en los caminos del mundo y el contemplativo en la soledad del claustro. Y esto es lo que nosotros entendemos a la hora de apelar a una mayor comunión entre la Orden de Francisco y la de Clara: una comunión carismática e incluso una sana y mutua dependencia espiritual. Otra cuestión es la dependencia jurídica, que plantea algunas dificultades derivadas del estatuto canónico que es diferente para una Orden apostólica (como la OFM) y para una Orden monástica (como la OSC),[61] problemática que en opinión de la profesora Clara Gennaro era sentida vivamente por diversas órdenes en aquel momento, con el riesgo de comportar, o al menos favorecer, una transformación de las órdenes mendicantes hacia el modelo monástico al asumir la cura monialium.[62] La historia de las dos órdenes de San Francisco y Santa Clara en este punto de la mutua dependencia, es algo compleja ya desde el principio,[63] evidentemente no por las grandes intuiciones carismáticas que animan complementariamente a una y otra Orden, sino por la vinculación canónica y jurídica que entre ambas se planteaba. Hay que decir que por parte de los Hermanos Menores, hubo en los orígenes una resistencia bastante notoria en hacerse cargo de las Hermanas, por implicar una atención espiritual (capellanes y confesores), una atención material (los «questores») y una atención canónica (los visitadores). No se trataba de un imperdonable desdén hacia las Hermanas, sino que, como subraya el padre Omaechevarría, ante el vasto crecimiento del movimiento religioso femenino que se iba aglutinando especialmente en torno a san Damián y las damianitas, los Hermanos Menores no quisieron cargar con un compromiso tan exigente para sus posibilidades reales. La resistencia vino solventada inicialmente durante el generalato de San Buenaventura, pero con varias condiciones como aquella de la «no obligatoriedad»: si los frailes atendían a las monjas, era «non ex debito, sed sui amore», pero siempre estuvo latente una doble expectativa: el recelo de los Franciscanos, así como el deseo de las Clarisas respecto de esa vinculación estrecha entre las dos órdenes.[64] A la luz de toda esta problemática, parece que el hecho de que Clara -junto con las primeras Hermanas- fuera admitida a obediencia por parte de Francisco, como tan profusamente testimonia ella,[65] se trata de una decisión personal de Francisco sólo respecto de Clara y del primer grupo de san Damián, como sugiere Clara en su Testamento al decir que la tal obediencia ocurrió después de la conversión de ambos:
Esta obediencia tuvo lugar en los primerísimos tiempos, casi en el umbral de la vocación de seguimiento de Francisco y de Clara («poco después de mi conversión»), es decir mucho antes de escribir Francisco sus dos Reglas -donde se prohíbe precisamente tal práctica, quizás después de unos años de andadura en donde se han podido sopesar otros inconvenientes que en los inicios no se entreveían-. En cualquier caso se trata de una excepción del Poverello de las que en alguna ocasión él solía usar:[67] por ejemplo, cuando acoja precisamente a obediencia a Práxedes (cf. 3Cel 181), o permita que Jacoba no observe la ley de la clausura conventual cuando Francisco esté en el lecho de muerte (cf. EP 112). No obstante, Clara, en su propia Regla incluirá postreramente lo que no ha dejado de repetir en el Testamento, como fiel reflejo de lo que sería la gran lucha de su vida: la altísima pobreza y la comunión con Francisco y su Orden. En el capítulo primero de su Regla, Clara despliega una promesa de obediencia diversificada: papa Inocencio y sus sucesores-Iglesia, Francisco y sus sucesores-OFM, Clara y sus sucesoras-OSC:
A Clara le asiste el compromiso que el mismo Francisco quiso y prometió de tener un diligente cuidado y una especial solicitud de las Hermanas. Se trata del célebre texto de la Forma Vitae para las Damas Pobres que Clara insertará en su Regla, y que hay que entenderlo junto a la explícita prohibición que el Poverello da a los Hermanos de no admitir «a obediencia» a ninguna mujer y de no entrar en los monasterios de monjas, a excepción de los designados por la autorización de la Sede Apostólica:[71]
Para el padre Iriarte, lo que aparece más evidente en toda la cuestión es precisamente «el espíritu de aquellas cláusulas, que revelan bien el corazón de santa Clara: conciencia de la común vocación evangélica de la primera y segunda Orden; unidad y apoyo mutuo en el empeño de un mismo ideal de pobreza y minoridad; derecho de las hermanas pobres a tener la ayuda necesaria de los frailes menores, al menos en el plano espiritual: deber de ofrecerles los tesoros de la propia experiencia contemplativa con el testimonio de una vida de total expropiación y de inmolación silenciosa».[73] Por todo ello, más allá de la problemática puntual sobre la dependencia canónica, lo más importante es esa mutua bene-ficiencia entre Francisco y Clara, y consiguientemente entre los Hermanos y las Hermanas. Hay una misma raíz espiritual que les lleva a unos y otras a vivir serenamente lo que ejemplarmente vivieron Clara y Francisco: la complementariedad carismática, sin injerencias y sin indiferencias. En este sentido se expresa Michel Hubaut, al hablar de verificar la vital complementariedad «de las hermanas y de los hermanos de la gran familia espiritual de Francisco. La proximidad de los hermanos comprometidos en las rutas del hombre permite a las hermanas alimentar su contemplación con todos los grandes interrogantes contemporáneos y arraigar su plegaria en el espesor de la historia de un pueblo. De rebote, las hermanas recuerdan, con su vida, la última esperanza que debe animar el combate evangélico de los hermanos. Estos liberan a las hermanas de una plegaria atemporal, desenganchada de la aventura humana. Y las hermanas liberan a los hermanos del horizonte reductor de un humanismo chato».[74] Quiero finalizar con un texto de gran belleza, que traduce adecuadamente esta historia binaria de Clara y Francisco, en cuya amistad espiritual y humana, el designio de Dios en ellos, entre ellos y desde ellos ha tenido el sello de los dones del Espíritu, el estupor de Pentecostés, que no es otro que volver a escuchar en nuestro tiempo, en nuestra tierra y en nuestra lengua, las maravillas de Dios (cf. Hch 2,11):
N O T A S: [2] Véase nuestra ponencia en el Congreso Internacional sobre «Las Clarisas en España y Portugal», celebrado en la Universidad Pontificia de Salamanca del 20 al 25 de septiembre de 1993: Jesús Sanz Montes, Memoria sanctorum. Reflexión teológica a propósito del VIII Centenario de Santa Clara de Asís (en prensa). [3] Cf. Jesús Sanz Montes, Francisco y Clara de Asís. Icono y palabra de amistad. Madrid 1988. [4] Cf. Jesús Sanz Montes, Clara de Asís: herencia y tarea. Su contribución carismática a la tradición femenina cristiana. Madrid 1993, 221-253. [6] H. U. Von Balthasar, La verdad es sinfónica. Encuentro. Madrid 1979, 6. [7] Cf. F. Alberoni, Innamoramento e amore. Garzanti, Milano 1985, 18-19; R. Pernoud, Eloísa y Abelardo..., 46-62. [9] «Querría rogarle lo mejor que sepa, mi querido señor, que tenga paciencia con todo lo que no está resuelto en su corazón y que intente amar las preguntas mismas... No busque ahora las respuestas, que no se le pueden dar, porque usted no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva usted ahora las preguntas. Quizá luego, poco a poco, sin darse cuenta, vivirá un día lejano estando en la respuesta» (R. M. Rilke, Cartas a un joven poeta. Alianza, Madrid 1990,46-47). [15] Cf. Jesús Sanz Montes, Tradición contemplativa de la Iglesia: Francisco de Asís, en Vida Religiosa 72/5 (1992) 348-350. [17] L. Iriarte, Etapas históricas de la vocación femenina franciscana, en Cuadernos Franciscanos [Cefepal] 13 (1980) 189. [18] Cf. L. Padovese, La «tonsura» di Chiara: gesto di consacraziones o segno di penitenza?, en D. Covi e D. Dozzi, Chiara, francescanesimo al femminile. Dehoniane, Roma 1992, 393-406. [20] Cf. M. Bartoli, Chiara d'Assisi. Ist. Storico Cappuccini, Roma 1989, 69-75; A. Fortini, Nuove notizie intorno a S. Chiara di Assisi, en Arch Franc Hist 46 (1953) 3-43; G. Penco, Alcuni aspetti dei rapporti tra le prime comunità di clarisse e le monache benedittine, en Benedictina 34 (1987) 15-23. [21] Piénsese que el primer visitador que tienen las damianitas no será un franciscano sino un monje cisterciense: Fray Ambrosio, entre 1218-1219, hasta que sea sustituido por el franciscano Fray Felipe Longo. [22] Cf. G. Casagrande, Note su manifestazioni di vía comunitaria femminile nel movimento della penitenza in Umbría nei secc. XIII, XIV, XV, en Analecta TOR 15 (1982) 459-479. [23] Cf. F. Santucci, S. Angelo di Panzo presso Assisi, en Atti Accademia Properziana del Subasio 13 (1986) 83-112; Cf. M. Bartoli, Chiara d'Assisi. Ist. Storico Cappuccini, Roma 1989, 77-80; M. Sensi, Incarcerate e recluse in Umbria nei secoli XII e XIV: un bizzocaggio centro-italiano?, en R. Rusconi, (ed.), II movimento religioso femminile in Umbría nei secoli XIII-XIV. La Nueva Italia, Roma 1984, 87-121. [24] Hemos expuesto con detenimiento esta compleja problemática en: Jesús Sanz Montes, Clara de Asís: herencia y tarea. Su contribución carismática a la tradición femenina cristiana. Madrid 1993, 253-281. [29] Cf. 2R 1,1; 6,1; Adm 3,5.10; 11,3; L. Iriarte, «Appropriatio» et «expropriatio» in doctrina s. Francisci, en Laurentianum 11 (1970) 3-35. [33] Cf. nuestro comentario de este texto desde la clave amistosa: Jesús Sanz Montes, Francisco y Clara de Asís. Icono y palabra de amistad. Madrid 1988, 84ss. [41] Así por ejemplo el. tener que asumir la Regla benedictina (con alguna cláusula franciscana como el Privilegium paupertatis) y el subsiguiente título de abadesa. No obstante en todo ello, Clara no dejará de darle una interpretación y una vivencia en sintonía con el carisma franciscano. Cf. L. Iriarte, La Regola di Santa Chiara. Biblioteca Francescana, Milano 1976, 90ss. (Trad: Letra y espíritu de la Regla de santa Clara. Ed. Asís, Valencia2 1994). [42] Cf. el diálogo entre el papa Gregorio IX que refiera la LCl 14, verdadero modelo de «resistencia profética». Porque cuando surge un conflicto entre lo que Dios pide y lo que un estamento eclesial permite se puede mantener una fidelidad hasta la sumisión dócil pero con una libertad hasta la osadía paciente. Efectivamente, Clara responderá siempre con una sumisión responsablemente crítica: no romperá jamás con la Iglesia ni se enfrentará con ella ni tan siquiera urgida por la obediencia a Dios, pero no dejará de decir lo que en conciencia ella sentía como venido de Dios y como exigencia de la voluntad de Él. Cf. M. A. du Christ, Chiara e i Papi, en Vita Minorum 33 (1991) 343-365; J. Garrido, La forma de vida de Santa Clara. Aránzazu, Oñate 1979, 332ss. [48] Creo que es valiosa la distinción que hace Javier Garrido entre carisma contemplativo y forma de vida contemplativa, porque efectivamente, el carisma contemplativo es una manera de ser, de vivir y convivir, desde la escucha de la Palabra de Dios y desde la adoración de su multiforme Presencia. Este carisma puede vivirse en la soledad más escondida como también en la apostolicidad más itinerante. La forma de vida contemplativa, sin embargo, supone una opción vocacionada de vivir el carisma contemplativo desde unas coordenadas que se identifican o al menos participan de ciertos valores del monacato tradicional: separación claustral, silencio, soledad, estabilidad, etc. Cf. J. Garrido, El carisma contemplativo en San Francisco, en Ídem, La forma de vida de Santa Clara. Aránzazu, Oñate 1979, 40-69. Jesús Sanz Montes, Tradición contemplativa de la Iglesia: Francisco de Asís, en Vida Religiosa 72/5 (1992) 350-351. [51] I. Lepp, La comunicación de las existencias. Ed. C. Lohlé. Buenos Aires 1964, 146. [53] O. Van Asseldonk, Affetto, amicizia. en La lettera e lo spirito. Tensione vitale nel francescanesimo ieri e oggi. Ed Laurentianum, Roma 1985, II, 189. [54] E. Franceschini, La vocazione di Chiara, en Chiara d'Assisi. Rassegna del protomonastero 1/2 (1953) 22. [55] Cf. M. Aimée du Christ, Complementarietà del I e II Ordine (Frati Minori e Sorelle Povere), en Vita Minorum 28 (1986) 269-273; R. Manselli, San Francesco..., 173. [56] Ch. A. Lainati, La Regola Francescana e il II Ordine, en Vita Minorum 44 (1973) 229. [57] Cf. Giovanni Paolo II, Discorso alle clarisse d'Assisi..., 5. [58] J. F. Godet, Claire et la vie au féminin, en Laurentianum 31 (1990) 157-158. [59] Remitimos, una vez más, a nuestro estudio Francisco y Clara de Asís. Icono y palabra de amistad. Madrid 1988, donde hemos analizado esta relación y su significado, a partir de los mismos escritos de nuestros dos santos: Clara bajo la mirada de Francisco (pp. 81-110), Francisco bajo la mirada de Clara (pp. 111-134), El universo amistoso de Francisco y Clara (pp. 135-162). [60] Es obvio que hay que ser cautelosos a la hora de reconstruir una biografía amistosa, tal y como nos permiten entrar en ella los documentos fehacientes de los que disponemos; y no hay que descartar los diferentes filtros ideológicos en los que estos datos son servidos. Cf. E. Covi, Il femminile nel linguaggio di Chiara, en Laurentianum 31 (1990) 131ss; J. Micó, «Con limpio corazón y casto cuerpo» (2CtaF 14). La castidad franciscana, en Selecciones de Franciscanismo 55 (1990) 47-82. [61] Lo hemos estudiado más detenidamente en Jesús Sanz Montes, Clara de Asís: herencia y tarea. Su contribución carismática a la tradición femenina cristiana. Madrid 1993, 256-263 [Itinerario del proyecto evangélico de Clara (Puntualización jurídica: el IV Concilio Lateranense -canon 13-)]. Sobre el aspecto canónico de la estructuración de las distintas posibilidades de vida consagrada de entonces (Institución eremita, monástica, canonical y apostólica), cf. A. Boni, Gli istituti religiosi e la loro potestà di governo. Roma 1989, 229-243; A. Domingues de Sousa, La dottrina ecclesiale della vita religiosa e il suo influsso sulla "forma vitae" di S. Francesco, en AA. VV., Lettura biblico-teologica delle fonti francescane. Roma 1979,117-164. [62] Cf. C. Gennaro, Chiara, Agnese e le prime consorelle: dalle «pauperes Dominae» di S. Damiano alle Clarisse, en AA. VV., Movimento religioso femminile e francescanesimo nel secolo XIII. Assisi 1980,173. [63] Cf. H. Grundmann, Movimenti religiosi nel medievo. Ricerche sui nessi storici tra l'eresia, gli Ordini mendicanti e il movimento religioso femminile nel XII e XIII secolo e sui presupposti storici della mistica tedesca. Bologna 1980, 247-253. [64] Cf. I. Omaechevarría, Las clarisas a través de los siglos. Cisneros, Madrid 1972, 27-31. [65] Cf. RCl 1,3-5; RCl 6,1.10-11; TestCl 25. 40. 52. [67] Cf. Jesús Sanz Montes, Lo femenino en la vida y espiritualidad de Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo 63 (1992) 458-459. [70] RCl 1,3-5; cf. RCl 6,1.10-11; TestCl 25. 40. 52. [71] Cf. 1R 12,1; 2R 11,1-3. [72] Forma Vitae para Clara... 1-2 (cf. RCl 6,3-4). Subrayados nuestros. Hemos comentado brevemente el texto en Jesús Sanz Montes, Francisco y Clara de Asís. Icono y palabra de amistad. Madrid 1988, 84-87. [73] L. Iriarte, La Regola di santa Chiara. Biblioteca Francescana, Milano 1976, 31-32. [74] M. Hubaut, Cristo, nuestra dicha. Aprender a orar con Francisco y Clara de Asís. Ed. Aránzazu, Oñate 1990, 110. [76] Sorelle Clarisse, Come fonte sigillata. Ancora, Milano 1982, 4-7. Cf. Ch. A. Lainati, Temi spirituali dagli Scritti del Secondo Ordine Francescano. S. Maria degli Angeli, Assisi 1970, 9-10. [En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXII, núm. 66 (1993) 465-485] |
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