DIRECTORIO FRANCISCANO
Santa Clara de Asís

SIGUIENDO EL CAMINO
DE CLARA DE ASÍS

por Fr. José Rodríguez Carballo, min. gen. ofm

Carta del Ministro general de los Hermanos Menores
a las Hermanas Pobres de Santa Clara (11-VIII-06)

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Muy queridas Hermanas Clarisas: Paz y Bien.

Un inefable vínculo carismático une en estrecha comunión a la Orden de los Hermanos Menores con la Orden de las Hermanas Pobres, y ese vínculo misterioso y real es el de la vida y pobreza del altísimo Señor Jesucristo y de su Madre santísima, vida y pobreza que Francisco y Clara abrazaron y en las que perseveraron con amorosa entrega hasta el fin. Nos une asimismo el afecto recíproco, continuación del que se profesaron en sus vidas Francisco y Clara. Y nos une también, tal vez más que ninguna otra cosa, aquello mismo que aparentemente diferencia el carisma específico de las Hermanas Pobres y el de sus Hermanos Menores, a saber, vuestra opción por la contemplación, como forma propia de vivir la pasión del Hermano Francisco y de la Hermana Clara por Cristo y su Evangelio.

De ahí, queridas hermanas, que en esta carta de felicitación por la solemnidad de Santa Clara y de participación en vuestro gozo de hijas, haya querido compartir con vosotras algunos pensamientos sobre la vida contemplativa con la esperanza que vosotras y nosotros podamos seguir el camino de contemplación que nos traza la Hermana Clara.

¿QUÉ ES LA CONTEMPLACIÓN?

Partamos de un texto de la virgen Clara. Santa Clara escribe a Inés de Praga con la intención de enseñarle a contemplar. Y Clara nada le dice de hablar, de cantar o de reflexionar. Sólo le pide que ponga su mente, su alma y su corazón en Cristo Jesús: «Pon tus ojos delante del espejo de la eternidad, pon tu alma en el esplendor de la gloria, pon tu corazón en Aquel que es la figura de la divina sustancia, y transfórmate interiormente, por medio de la contemplación, en la imagen de su divinidad» (3CtaCl 14-15).

En esto consiste precisamente la contemplación: en poner, colocar, ordenar la mente, el alma y el corazón de tal forma que estén constantemente «vueltos hacia el Señor», como dice san Francisco. Él y sólo él debe ser el centro de la capacidad de comprensión (la mente), el centro de la capacidad de amar (el corazón) y el centro de la capacidad de vivir en el mundo de Dios (alma). De este modo la contemplación ocupa toda la persona.

UNA VIDA TOTALMENTE HABITADA POR CRISTO

En la Leyenda de santa Clara leemos: «Le es familiar el llanto sobre la pasión del Señor; y unas veces apura, de las sagradas heridas, la amargura de la mirra; otras veces sorbe los más dulces gozos. Le embriagan vehementemente las lágrimas de Cristo paciente, y la memoria le reproduce continuamente a aquel a quien el amor había grabado profundamente en su corazón» (LCl 30).

Como para la Hermana Clara la contemplación de Jesucristo era el centro de su vida, así también ha de ser para las Hermanas Pobres, hasta poder decir con Pablo: «Vivo, pero no vivo yo, es Cristo quien vive en mi» (Gál 2,20). La contemplación de Cristo, os deberá llevar a sentiros "ocupadas", "habitadas", "conquistadas" por el mismo Cristo, cuyo rostro es impreso en vuestro corazón por la contemplación, como lo fue en el de la Hermana Clara. Pero, al mismo tiempo, la contemplación ha de ocupar toda vuestra persona en su interioridad más profunda. De este modo podemos decir que, como para Santa Clara, también para nosotros, contemplar es vivir en Cristo, con él y por él. Contemplar es afirmarse en él, «abrazarse a él» (4CtaCl 19-21), descubrirlo como la razón que da sentido a una vida, dejarse poseer por él y, de este modo, ser «morada y sede» suya (3CtaCl 22), hasta transformarnos en él.

La contemplación para santa Clara, como para san Francisco, no es, por tanto, un pietismo pasivo, sino un camino de identificación con el Señor hasta convertirnos en «criatura nueva» (Gál 6,15). Y poder decir con Pablo: «Para mí el vivir es Cristo» (Fil 1,21).

UN VIAJE A LA INTERIORIDAD

La contemplación tampoco es para Clara una simple actividad exterior. En el texto citado de la tercera Carta a Inés, Clara no habla de las facultades exteriores, que ciertamente conoce bien y a las cuales hace referencia en sus escritos, sino de una actitud interior. Esto nos puede ayudar a entender otros textos de Clara. En la cuarta Carta Clara escribe a la "venerable" y "santísima virgen" Inés: «Mira, pues, diariamente este espejo [...] y observa constantemente en él tu rostro» (4CtaCl 15). «Mirar» aquí no es una actividad externa, sino una mirada de esposa hacia su esposo (cf. Mt 25,6). Es un mirar con aquel afecto que permite percibir con profundidad el misterio de la propia persona de Jesucristo en cuanto esposo. Es una "mirada" marcada plenamente por el amor, una "mirada" con el corazón que ama y que reconoce, a través del amor, que Jesús es el centro de la propia vida. En este sentido podemos decir que sólo la esposa está capacitada para tener esta "mirada", para percibir y escuchar la voz de amor que la acompaña. Sólo una esposa con "corazón puro" es capaz de tener esta mirada (cf. Mt 5,8).

UNA ACTITUD CONSTANTE

Precisamente porque tanto el verbo "colocar" como el verbo "mirar" indican en Clara una actitud interior, la contemplación no está limitada para ella a los momentos de oración, sino que es una actitud permanente: «cada día», «continuamente» (4CtaCl 15). La contemplación de Jesús como esposo necesita de constancia, de tiempo. No basta "mirar" esporádicamente o según las propias necesidades o gustos, sino que es necesario "mirar constantemente", "continuamente", "cada día". Sólo la constancia en el "mirar" conduce a percibir la gloria y la belleza del esposo.

Pero la constancia en "mirar" el espejo, que es Cristo, ha de ir acompañada de la vigilancia, como en el caso de las vírgenes vigilantes del Evangelio, que van al encuentro del Señor: «Ora y vela siempre y lleva a cabo con empeño la obra que has iniciado bien» (5CtaCl 13-14).

UNA ACTITUD GOZOSA

En 1228 -Clara tenía entonces 34 años-, Tomás de Celano, refiriéndose a la forma de vida de las Hermanas Pobres de San Damián, escribe: «Han merecido la más alta contemplación en tal grado, que en ella aprenden cuanto deben hacer u omitir, y se saben dichosas abstraídas en Dios, aplicadas noche y día a las divinas alabanzas y oraciones» (1 Cel 20).

Según este texto, la contemplación no es para las hermanas un peso, un deber, sino gozo profundo -«se saben dichosas»-, el gozo que siente la esposa contemplando el rostro del esposo, mucho más cuando aquí se trata del «Rey de reyes» (2CtaCl 1), «el Señor de los señores» (2CtaCl 1), el «supremo Rey de los cielos» (3CtaCl 1). Clara y sus hermanas saben que han confiado sus vidas a aquel cuyo aspecto es más hermoso, su amor más suave y, por ello, cuyo amor las hace felices (cf. 4CtaCl 10-12; 1CtaCl 9). Se puede adivinar en el corazón de Clara el eco de la esposa del Cantar de los Cantares: «Tus amores son más dulces que el vino. Son tus ungüentos agradables al olfato. Es tu nombre un perfume que se difunde, por eso te aman las doncellas» (Cant 1,3). ¿Cómo puede ser un peso estar con el esposo, sentirse amado por él?

LA TRANSFORMACIÓN EN CRISTO

«Engalánate toda entera, interior y exteriormente... de todas las virtudes» (4CtaCl 16). La contemplación lleva a la transformación externa e interna de la persona contemplativa. El término "virtud" está aquí indicando la vida nueva, la vida en plenitud, que se alcanza gracias a la "mirada" constante en el Espejo y gracias a la constante "mirada" sobre uno mismo a la luz del Espejo.

La confrontación libre y auténtica entre Cristo y la persona que contempla transforma a ésta en Aquel en el cual resplandecen todas las virtudes, particularmente la pobreza, humildad y entrega por amor (cf. 4CtaCl 18-26). Estas virtudes son el premio de la contemplación. De este modo, la contemplación, que tiene como corazón el amor nupcial, lleva al amor total: «Déjate, oh reina del Rey celestial, inflamarte cada vez más vivamente con el ardor de esta caridad» (4CtaCl 27).

La contemplación para Clara lleva a una voluntad decidida de identificarse, hasta el abrazo unitivo, con el Señor, en la pobreza y en el anonadamiento, que en Él ha descubierto gracias a la contemplación. Y el signo visible de esta transformación en Cristo es el amor sin límites. Clara lo dirá con una terminología de enamorada, tomada del Cantar de los Cantares: «Suspirando con el deseo y el amor ardientes de tu corazón, proclama: ¡Atráeme en pos de ti, correremos tras el olor de tus perfumes, esposo celestial! Correré y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la bodega, hasta que tu izquierda esté bajo mi cabeza y me beses con el felicísimo beso de tu boca» (4CtaCl 29-32).

En la contemplación las Hermanas Pobres "aprenden lo que deben hacer u omitir", observa Celano. La contemplación no es una "fuga" de la vida, sino un compromiso para llevar una vida conforme a la de Aquel que es el objeto y la meta de la contemplación.

Mis queridas hermanas, nuestra opción de vida se justifica sólo por Jesucristo; sólo Él puede dar razón de nuestra opción vocacional. Jesús ha de ser el alma de nuestra oración y el centro de nuestra vida. ¿Qué lugar ocupa la persona de Jesús en nuestras vidas? Si queremos convertirnos en contemplativos, hemos de dejarnos "abrazar" por Dios y por su mundo. Contemplar es tener conciencia de Dios en nuestra interioridad: «Vendremos a él y habitaremos en él». Contemplar es transformarnos en Jesucristo, tener los mismos sentimientos de Cristo (cf. Fil 2,5).

Unidos a vosotras en este día solemne, los Hermanos Menores compartimos vuestro gozo y nos asociamos a vuestra alabanza al Dios Altísimo y a su Santísimo Hijo y al Espíritu Consolador, por la gracia de la contemplación con que adornó a su sierva la virgen Clara.

Y por mi parte invoco, sobre todas vosotras, la plenitud de las bendiciones divinas.

Vuestro hermano menor

Fr. José Rodríguez Carballo, Ministro general OFM

Roma, 11 de agosto de 2006, fiesta de santa Clara.

El Ministro General de los Hermanos Menores,
Fr. José Rodríguez Carballo,

A LAS HERMANAS POBRES DE SANTA CLARA

Queridas Hermanas Pobres: ¡El Señor os dé paz!

Una vez más, con ocasión de la fiesta de Santa Clara, deseo dirigirme a vosotras, ante todo para deciros que os llevo en mi corazón y que os agradezco todo lo que hacéis en bien de la Iglesia, del mundo y de nuestra Orden. Por vosotras y con vosotras «doy gracias al que con esplendidez da la gracia, de quien creemos que procede toda óptima dádiva y todo don perfecto, porque os ha adornado con tantos títulos de virtudes y os ha hecho brillar con los signos de tanta perfección» (2CtaCl 3).

Movido por el profundo amor que siento por vosotras, quisiera manifestaros algunas de mis preocupaciones al pensar en el sentido de la vida de las Hermanas Pobres. Como Hermano, que pide permiso para entrar en vuestra vida, os pregunto: pasado un año de la conclusión del 750° aniversario de la muerte de Santa Clara y de la aprobación de la Regla, ¿qué ha quedado en las Fraternidades?, ¿cuáles son aún las reflexiones y los contenidos que fundan vuestro ser?, ¿qué pistas de búsqueda nos ha dejado para el camino de este tercer milenio?

Las exhortaciones surgidas desde 1993, aniversario del nacimiento de Santa Clara, hasta el día de hoy han sido múltiples, también gracias a muchos estudios que han permitido profundizar y colocar a Clara en la justa dimensión histórica, social, cultural, eclesial y religiosa. Todo esto es precioso, pero en la medida en que el análisis histórico no paralice en el pasado la vida de las Hermanas Pobres, que está siempre llamada a ser evangélica y, por tanto, a vivir en el presente el hoy de Dios.

Ciertamente éste es un tiempo favorable, porque estáis recuperando vuestra auténtica Forma de Vida de Hermanas Pobres, que, me parece, por varias vicisitudes históricas aún hoy no ha encontrado una colocación adecuada en la Iglesia, y tal vez ni siquiera en vuestra vida. Me pregunto si lo que estáis profesando hoy, o lo que en este tiempo estáis defendiendo, tiene que ver con la Regla de Santa Clara y con el Evangelio, o no será más bien la defensa de estructuras; me pregunto si os estáis preocupando de dar a los hermanos y a las hermanas esparcidos por el mundo la espiritualidad original que os debería definir como Hermanas Pobres.

Vuestras Fraternidades están llamadas hoy a hacer visible la vida evangélica, a ser testigos de presencias que abandonan su existencia en Dios. ¡Cuánta necesidad hay en este tiempo de personas que, como Clara, con su profundidad de vida, impregnada de silencio, conducen a Él!

Es urgente recuperar la profecía que un día fue confiada por el Espíritu a Francisco y a Clara. La búsqueda del sentido de vuestra identidad, vinculada a vivir el Evangelio, en altísima pobreza y en unidad de espíritus (cf. RCl 5; 2 R 6,4), si es auténtica no os paraliza, al contrario, os coloca en los caminos del Espíritu.

¿Cómo responder hoy al Señor, a los hermanos y a las hermanas que os interpelan? ¿Cómo "refundar" vuestra vida?

Vuestra Forma de Vida exige volver a partir siempre desde Cristo, tener siempre la mirada fija en Él (cf. 2CtaCl 11), para poder encarnar el Evangelio de un modo comprensible a los hombres y a las mujeres de hoy. Cuando el signo ya nada significa, quiere decir que la estructura ha velado el rostro de Cristo, dominando sobre los valores que hemos de encarnar.

Vuestra vida no es fuga mundi, fuga del mundo, sino contemplación de las profundidades del amor trinitario, a través de la cual aprendéis el arte del amor a Cristo, entre vosotras y hacia todos los hermanos y hermanas que habitan en el mundo. Aún hoy resuena fuertemente la invitación de Clara dirigida a Inés de Praga: «Pon tu mente en el espejo de la eternidad, pon tu alma en el esplendor de la gloria, pon tu corazón en la figura de la divina sustancia…» (3CtaCl 12-13), para ser signo del amor gratuito de Dios a la humanidad.

Intelectualizar la pertenencia al mundo de los excluidos, o hacerla coincidir solamente con una dimensión de la vida, significa todavía hoy no hacer visible la intuición que el Espíritu confió a Francisco y a Clara. Cuanto más sois contemplativas, tanto más vuestra existencia participa íntimamente en la historia del mundo, para testimoniar que es habitada por el Espíritu de Dios. Se necesitan gestos visibles que visualicen la altísima pobreza, la comunión fraterna, el cuidado de Dios por la humanidad.

El testimonio de fraternidades reconciliadas que cultivan el don de la comunión, que custodian la diversidad, y que viven la unidad, no como homologación en las cosas por hacer, es signo de esperanza para quien vive en el aislamiento, es compartir la propia búsqueda de Dios con quien, de algún modo, busca dar un sentido a la vida.

Hoy es urgente estar encarnados para hacer creíble el Evangelio. Clara, siguiendo el ejemplo de Francisco, simplemente se revistió de Cristo, el Hijo de Dios, el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob, y abrazando la altísima pobreza, la hizo visible en el amor fraterno. También hoy las Hermanas Pobres están llamadas a hacer visible a Cristo en la existencia personal y fraterna, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo sean tocados por el testimonio de personas que, con su ser, comuniquen la esperanza.

Termino pidiéndoos, una vez más, orar por mí y por toda la Orden de los Hermanos Menores, que dentro de pocos meses comenzará la preparación para la celebración del VIII Centenario de su fundación. Pedid para nosotros y para vosotras el don de la iluminación del Señor, para conocer su santa voluntad y, al mismo tiempo, para que nos dé la fuerza de cumplirla siempre.

"Que os vaya bien en el Señor, y orad por mí" (1CtaCl 35). Os bendice de corazón vuestro Ministro y siervo.

Roma, 11 de agosto del 2005.

Fr. José Rodríguez Carballo, Ministro general OFM

CLARA, UNA MUJER ENAMORADA
DEL SEÑOR JESÚS

Fr. José Rodríguez Carballo, Ministro general ofm
(Barcelona, 25 de septiembre de 2004)

Queridas hermanas Pobres de Santa Clara, queridos hermanos y hermanas de la Familia Franciscana: El Señor os dé la paz.

Hace tan sólo unas semanas que hemos clausurado solemnemente el 750 aniversario de la muerte y de la aprobación de la Regla de la Hermana Clara.

En este contexto bendecimos hoy la imagen de Santa Clara que perpetuará la presencia de "la plantita de Francisco" en esta "catedral de los pobres", como amaba llamar Gaudí a esta hermosa basílica de la Sagrada Familia, que, además de su incomparable belleza, es visiblemente un acto de fe. De hecho, a través de este templo, Gaudí, hombre de profunda e intensa religiosidad, ha querido cantar la gloria del Creador, el gran Arquitecto del universo, y representar el misterio de la Iglesia de Jesucristo en cuyo centro se halla el mismo Cristo, representado en la torre más alta (170 metros), al que hacen corona su madre María de Nazaret, representada en la segunda torre más alta (130 metros), los cuatro evangelistas y los doce apóstoles.

Felicito a la Familia Franciscana de Cataluña por esta hermosa iniciativa, que es continuación de la que habéis tenido hace algunos años cuando colocasteis en el mismo templo la imagen de San Francisco. Y es que no podían faltar las imágenes de Francisco y de Clara en este templo que canta a la naturaleza como obra de extraordinaria belleza salida de las manos del Creador. Seguro que Antonio Gaudí, el "Dante de la arquitectura", el "arquitecto de Dios", católico ferviente, seguidor de Francisco en su opción por una vida pobre y austera, y contemplativo de la naturaleza en la que descubre de la gloria del Creador, gozará inmensamente desde "el seno de Abrahán" por esta iniciativa que ennoblece, todavía más, esta obra llamada a ser el símbolo de la fe de este pueblo. Felicidades a todos vosotros, promotores de la iniciativa; felicidades a Montserrat García, a cuyo genio artístico se deben las imágenes de San Francisco y de Santa Clara. Y gracias por invitarme a presidir este acto festivo y de familia.

El año clariano, apenas clausurado, nos ha permitido acercarnos más, conocer mejor y amar con mayor afecto a la "mujer nueva", la hermana Clara de Asís, cuyo mensaje descubrimos cada día más actual y más necesario para entender a Francisco. De hecho, Francisco y Clara son dos almas gemelas que han sabido realizar una de las síntesis más geniales en la historia de la Iglesia: la síntesis entre el silencio que escucha y la palabra que anuncia, entre la soledad que adora en la clausura y la presencia que anuncia en la itinerancia. Clara es la que mejor entendió e interpretó a Francisco, de tal modo que bien podemos decir que desde que "el altísimo Padre celestial" iluminó el corazón de Clara y Francisco les mostró el camino a ella y a sus hermanas, Francisco y Clara son, como magistralmente afirmó Juan Pablo II, "dos fenómenos", "dos leyendas", "dos nombres" que ya no es posible separar.

En Francisco y Clara, el Padre de las misericordias nos ofrece un modelo y un ejemplo para "seguir más de cerca las huellas de Jesucristo" y para "observar fielmente el Evangelio" (CCGG OFM 5,2), que hemos prometido el día de nuestra profesión, con la pureza del que escucha con corazón limpio, con la inmediatez del niño al que le son revelados los secretos del Reino, con la confianza del pobre que espera ver saciada su sed y hambre de la Palabra que sale de la boca de Dios.

Así son precisamente Francisco y Clara; "dos leyendas" de limpio de corazón, que por ello han contemplado el rostro del Dios vivo; "dos fenómenos" en los cuales brillaron con luz propia la "señora santa pobreza con su hermana la santa humildad" (SalVir 2); "dos almas gemelas" que saciaron su hambre y su sed en la mesa de la Palabra y en el silencio de la contemplación.

Adentrémonos, por unos momentos, en la intimidad de la hermana Clara para comprender la gran actualidad del mensaje de Clara para los hombres y mujeres de hoy, particularmente para nosotros miembros de la Familia Franciscana.

"La cortejaré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Me casaré contigo..." (Os 2,14ss), leemos en la primera lectura que la Iglesia nos propone en la fiesta de Santa Clara. "¡Atráeme!... Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la bodega, hasta que tu izquierda esté bajo mi cabeza y tu derecha me abrace deliciosamente", escribe Clara a Santa Inés de Praga (1CtaCl 1.3; 2, 4.6). Es el lenguaje de los enamorados.

Y es que Clara es ante todo eso: una mujer enamorada del Amor mismo, que no desea ya vivir para ella misma sino para Cristo y dejar que habite en ella: "...y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mi" (Gál 2,20), podría decir muy bien Clara, haciendo suyas las palabras de Pablo. Clara es una mujer que no desea otra cosa que no sea unirse a Cristo pobre y crucificado: "Abrázate pobre a Cristo pobre" (2CtaCl 18), podrá decir a Inés, porque antes hizo realidad en su vida este deseo. Clara es una mujer enamorada de aquel "cuyo amor apasiona, cuya contemplación nutre, cuya benignidad llena, cuya suavidad colma"; aquel "cuyo recuerdo ilumina suavemente, a su perfume revivirán los muertos, su vista gloriosa hará felices a todos los ciudadanos de la Jerusalén celeste" (4CtaCl 3). Clara es una mujer profundamente enamorada de Jesucristo, su esposo, que no se deja fascinar por el esplendor del mundo, que pasa como una sombra, ni se deja engañar por sus falsas apariencias (cf. Carta a Ermentrudis de Brujas).

Seducida por la hermosura de la bienaventurada pobreza de Jesucristo, por su santa humildad y por su inefable caridad (cfr. 4CtaCl 3), Clara hace de Jesucristo el gran amor de su vida, el motivo cotidiano de su contemplación. Y, fijando su mente y su corazón en el "espejo" que es Cristo, ama totalmente a quien totalmente se le entregó por amor, hasta trasformarse toda entera en imagen del Amado (cf. 2CtaCl 13), "el más bello de los hijos de los hombres, hecho por nuestra salvación el más vil de los varones" (cf. 2CtaCl 4). Seducida por el amor de Jesucristo, lo ama apasionadamente y se entrega incondicionalmente a aquel que da y se da sin medida: "Ama totalmente a quien totalmente se entregó por amor" (3CtaCl 15). De esta forma Clara se transforma en el amado, de tal modo que la vida de éste se transparentó en su cuerpo (cf. 2 Cor 4,10). Jesús entra en la vida de Clara y la transforma a imagen de su divinidad.

Queridos hermanos y hermanas: En un mundo como el nuestro, en el que la fidelidad no es ciertamente la virtud de moda, Clara, "la hermana pobre", se nos presenta como la mujer fiel, capaz de darse sin reservas de ninguna clase y de entregarse con corazón indiviso al único amor de su vida: Cristo. En un mundo como el nuestro, donde el amor en muchas ocasiones dura lo que el rocío de madrugada, Clara se nos presenta como la mujer fiel, a la que nada ni nadie le separa del amor que da sentido a su vida: el amor a Cristo pobre. En un mundo como el nuestro, ansioso de encontrar la felicidad pero que muchas veces la busca donde ciertamente no se puede encontrar -el poseer para dominar, el aparentar para ser considerados y el placer para disfrutar-, Clara se nos presenta como la mujer que, con "andar apresurado, con paso ligero", sin que tropiecen sus pies ni aun se le pegue el polvo del camino, "recorre la senda de la felicidad, segura, gozosa y expedita" (2CtaCl 3), rebosa de alegría y de felicidad. "Correré y no desfalleceré...". El amor la libera de sí misma y la hace ligera. La identificación con Cristo pobre, prefiriendo el desprecio del mundo a los honores, la pobreza a las riquezas temporales, y siguiendo a aquel cuyo "poder es más fuerte, su generosidad más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave y todo su porte más elegante que el de ningún otro" (cfr. 1CtaCl 2), es el secreto de su fidelidad y de su felicidad.

Clara es mujer feliz... Su secreto, como el secreto de toda felicidad, es la fidelidad. Clara nos enseña que no es posible la felicidad sino amando con corazón indiviso a aquel que, en palabras de Francisco, es "el amor..., la belleza..., el gozo..., nuestra esperanza y alegría..., toda nuestra dulzura" (AlD 4-6). No puede haber felicidad sino es "permaneciendo" unidos a aquel que es vida y por ello da la vida (cf. Jn 15,4-10); a aquel que es el gozo y que por ello es fuente de felicidad. Clara nos invita a pasar de las apariencias a la esencia, de la superficialidad a la profundidad, de lo que es secundario a la única "sola cosa necesaria".

En esto consiste precisamente la gran actualidad de la personalidad de una mujer que vivió gran parte de su vida encerrada y enferma en San Damián. Clara, una mujer plenamente realizada que acoge la belleza de la existencia como narración del soplo de Dios en ella. Clara, una mujer que ha aprendido a ver a Dios a partir de su vida, a sentir que Dios la atraviesa en su corporeidad, "morada y asiento de Dios" (3CtaCl 22). Clara se deja transformar por Jesucristo crucificado, camino que le "mostró y enseñó, de palabra y con el ejemplo" el bienaventurado Padre Francisco (TestCl 5). Clara escogió vivir el Evangelio "sine glosa", ella que "mucho se deleitaba en escuchar la Palabra de Dios" (Proc 10,8). Clara, viviendo en la pobreza radical, muestra a los hombres de todos los tiempos el santo Evangelio, que se concretiza en un estilo de vida esencial, simple, sobrio, transparente y fraterno con el cual se hace visible todo el amor, más que materno, de Dios por la humanidad, y muestra también el primado de Dios que se debe dar en la vida de todo ser humano.

Pero Clara nos enseña, también, que a Cristo no le encontramos nunca solo. Unirse a Cristo es recorrer el camino que nos lleva hacia el Padre y hacia los demás. Para Clara, comulgar con su Amado es comunicar en un mismo amor ardiente con aquellos y aquellas que pueblan su corazón y su vida. Lo mismo que el pequeño jardín de San Damián se abre sobre la vasta llanura de Asís, su corazón se extiende a las dimensiones infinitas del corazón de Dios. En un mismo amor amamos a Uno y a los otros. Dios es relación. No hay felicidad que no se ofrezca, se acoja y se comparta. El árbol bueno de la contemplación lleva en sí mismo el fruto sabroso de la amistad y de la fraternidad. De este modo, el mismo Jesús viene a desplegar nuestra capacidad de amar y la vida de relación se convierte en terreno privilegiado en el que Dios Amor se da a probar y se deja tocar.

Inmersa en la relación constante con Jesucristo, Clara se convierte en mujer de escucha profunda. En las relaciones interpersonales se deja guiar únicamente por el deseo de que el otro sea acogido como don de Dios. Vive toda su existencia como un amor apasionado por la humanidad. Presenta a Dios las ansias, los problemas y los dramas del mundo.

Al final de sus días Clara se entrega a Dios bendiciéndolo: "Ve segura -dice Clara a su alma- porque llevas buena escolta para el viaje. Ve porque aquel que te creó te santificó; y guardándote siempre, como la madre al hijo, te ha amado con amor tierno. Tú, señor, seas bendito porque me creaste" (LCl 46). Desde su lecho de muerte, a distancia de 750 años, Clara sigue interpelándonos para que encontremos el sentido de la vida, un sentido que Clara encontró en Jesucristo y en unas relaciones fundadas en los valores evangélicos: encontrando al otro con el corazón, acogiéndolo en la alteridad, contemplando la existencia como don de Dios.

Queridas hermanas y hermanos: A lo largo de este año hemos intentado acercarnos a Clara, la mejor discípula de Francisco, madre, hermana y maestra no sólo de "innumerables vírgenes", sino también para todos nosotros. Que esta celebración, con la que bendecimos esta hermosa imagen de la virgen Clara, nos lleve a potenciar todo aquello que nos une como Familia franciscana y a imitar el ejemplo de fidelidad de Clara en el camino de seguimiento de Jesucristo que el bienaventurado padre Francisco, "verdadero amante e imitador" del Señor, le mostró con su vida y con sus palabras (cf TestCl 5) y nos sigue mostrando todavía hoy a todos nosotros sus hijos e hijas.

Hermanos, hermanas: Es el momento de "refundarnos", de "repensar" nuestra vida y misión para hacerla más "visible" y "significativa" para el hombre y la mujer de hoy. Es el momento de la "fidelidad creativa" (cf. VC 37). Francisco y Clara nos indican el camino. ¿Tendremos la valentía de recorrerlo? ¿Tendremos la valentía de responder a las exigencias de nuestro carisma franciscano/clariano y a las esperanzas que el hombre y la mujer de hoy han depositado en nosotros?

Este templo nos invita a la alabanza al Señor. En él se lee: "Sanctus - Hosanna - Excelsis - Aleluya". Que nuestra vida sea un canto de alabanza al Señor que nos ha creado y que nos ha llamado a formar parte de esta gran familia, la Familia franciscana.

Hermanos y hermanas, termino con las palabras de Clara a Inés: "Salud en el Señor y orad por mí" (1CtaCl 35).

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