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EL «PRIVILEGIO DE LA
POBREZA» por Constantino Koser, min. gen. o.f.m. |
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Carta Encíclica del
Ministro General A las amadísimas Hermanas de la Orden de santa Clara, a todos los Padres y Hermanos de la Orden de los Hermanos Menores, a todas las Hermanas de la Tercera Orden Franciscana y a todos los Miembros de la Tercera Orden Secular: Gozo y paz y copiosa consolación en el Espíritu Santo. Introducción Carísimas Hermanas, amadísimos Hermanos. Muchas cosas sucedieron hace 750 años, el día 17 de septiembre de 1228: muchos nacieron, otros muchos murieron, entre nacimiento y muerte hubo muchos acontecimientos. No todos los acontecimientos se celebran siete siglos y medio después de acaecidos. Pero, entre los que tuvieron lugar hace 750 años, hay uno que merece ser celebrado: la concesión del Privilegio de la pobreza a santa Clara, por bula del Papa Gregorio IX, antes Cardenal Hugolino, amigo de san Francisco y de santa Clara. La bula Sicut manifestum est fue firmada el día 17 de septiembre de 1228 en Perusa, donde entonces se encontraba el Papa. El documento iba dirigido «a las amadas hijas en Cristo, Clara y demás siervas de Cristo, congregadas en la iglesia de San Damián, del obispado de Asís». El original de la bula lo tenemos aquí, delante de nosotros, en el protomonasterio de Santa Clara en Asís: es este pequeño pergamino. Puesto que vosotras sucedéis legítimamente a aquellas «amadas hijas», esta bula debe considerarse legítimamente dirigida a vosotras, aquí presentes en la celebración y en el gozo. El privilegio, concedido, confirmado y protegido por la «autoridad apostólica», os da el derecho, verdaderamente singular y extrañísimo, de «que por ninguno podáis ser obligadas a recibir posesiones». Esto se puede celebrar simplemente por motivos históricos, como se podría celebrar la inauguración de la pirámide de Cheops. Vosotras no lo celebráis así, sino que, al celebrarlo y gozaros, os comprometéis a seguir queriendo el privilegio y a conformar vuestra vida al derecho que os fue concedido por el Papa y que está apoyado en su «autoridad apostólica». Gregorio IX debió firmar esta bula con una sonrisa divertida y, al mismo tiempo, profundamente complacida. Divertida, porque la súplica y petición era verdaderamente extraña y muy diversa de las que le llegaban todos los días. Complacida, por la terquedad de aquella «amada hija» que quería ser «absuelta de sus pecados, pero no de los votos hechos al Señor» (cf. LCl 14). Complacida, porque Gregorio IX sabía apreciar las cosas del espíritu y se daba cuenta de que esta bula, aunque muy breve, encerraba un contenido indescriptiblemente profundo y unas consecuencias muy amplias en la vida. Sabía que, posiblemente, nunca había refrendado con su firma una bula tan significativa. La bula Sicut manifestum est del 17 de septiembre de 1228 es ciertamente una de las bulas más importantes y más espirituales de toda la historia de los Papas. Que un Papa firmara semejante bula, es ya de por sí suficiente para hacer de los Pontífices una dinastía positivamente singular. Que después de 750 años haya todavía monjas que, entre tantos documentos importantísimos perdidos o destruidos, conserven el mismo pergamino firmado por Gregorio IX, y que celebren el acontecimiento empeñadas con toda la firme decisión de su alma en continuar queriendo y usando el privilegio de «no ser obligadas por ninguno a recibir posesiones», esto es en verdad un milagro del Evangelio. Por esto, también es grande en nuestra alma la alegría de poder celebrar con vosotras esta conmemoración, y de poder, con vosotras, reafirmar la voluntad que llevó a santa Clara a hacer la más extraña de las peticiones jamás recibida por un Romano Pontífice. ¡Pobreza! Hoy esta palabra pertenece al vocabulario más corriente en todo el mundo y todos la usan. Pero, más que referida a un contenido, se refiere a una mentalidad y a una actitud que van desde la oposición más decidida a la pobreza, con la voluntad firme de eliminarla, hasta el amor enamorado de la pobreza, no sólo en el sentido de estar al servicio de los pobres y de resolver sus problemas, sino también de ser pobres, con todas las actitudes intermedias pensables. Semejante aluvión de actitudes produce, como resonancia, otro aluvión de sentidos diversos de la palabra, todos ellos más o menos contaminados por la confusión y los equívocos. El Evangelio, si fuese leído y meditado con el sentido del Señor, podría arrojar luz sobre tantas tinieblas. Las pocas líneas del Papa Gregorio IX, que constituyen la bula Sicut manifestum est, son muy luminosas por la luz derivada del Evangelio. Dejemos que esta luz inunde nuestras almas. He aquí el texto del Privilegio de la pobreza concedido por Gregorio IX a las clarisas el 17 de septiembre de 1228: Gregorio obispo, siervo de los siervos de Dios. A las amadas hijas en Cristo, Clara y demás siervas de Cristo, congregadas en la iglesia de San Damián, del obispado de Asís: salud y apostólica bendición. Como es manifiesto, deseando consagraros únicamente al Señor, renunciasteis a todo deseo de cosas temporales; por lo cual, vendidas todas las cosas y distribuidas a los pobres, os proponéis no tener posesión alguna en absoluto, siguiendo en todo las huellas de Aquel que por nosotros se hizo pobre, camino, verdad y vida. Ni os hace huir temerosas de un tal propósito la penuria de cosas, porque la izquierda del Esposo celestial está bajo vuestra cabeza para sostener las flaquezas de vuestro cuerpo, que, con reglada caridad, habéis sometido a la ley del espíritu. Finalmente, quien alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo, no os faltará en cuanto al sustento y al vestido, hasta que, pasando Él, se os dé a sí mismo en la eternidad, cuando su derecha os abrace más felizmente en la plenitud de su visión. Así, pues, tal como nos lo habéis suplicado, confirmamos con el favor apostólico vuestro propósito de altísima pobreza, concediéndoos, por la autoridad de las presentes Letras, que no podáis ser obligadas por nadie a recibir posesiones. Por consiguiente, a nadie en absoluto le sea lícito quebrantar esta escritura de nuestro otorgamiento, o contradecirla con osadía temeraria. Y si alguien se aventurase a intentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios todopoderoso y de sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo. Dado en Perusa, a 17 de septiembre [de 1228], en el segundo año de nuestro pontificado. 1) El propósito de altísima pobreza El Pontífice dice que el propósito de las «amadas hijas», a las que se dirige, es el de la «altísima pobreza». Este es también vuestro propósito. Este propósito lo habéis hecho siguiendo la llamada del Señor que, por caminos diversos, os ha conducido a la vida de clarisas en este nuestro tiempo. Os ha buscado allí donde estabais, os ha conducido una por una, os ha hecho llegar a la entrada del camino que sucesivamente os ha llevado a ser candidatas, novicias, profesas simples temporales y, finalmente, profesas solemnes de la «altísima pobreza». Es el eterno propósito al que santa Clara se entregó con todas sus fuerzas -¡eran tantas!: talentos humanos y gracias divinas, los diez talentos-; y es el propósito al que se entregan, con todos los talentos y con tanta buena voluntad, todas sus hijas hasta hoy. Nos imaginamos cómo santa Clara, complacida, mira hoy desde el cielo a sus numerosas hijas esparcidas por el mundo, que renuevan con todo el corazón el empeño de la «altísima pobreza». 2) ¿Por qué amar la pobreza? El mundo de hoy y de siempre, el esfuerzo de los hombres de todos los tiempos, aunque sean respetuosos hacia los pobres y estén decididos a ayudarlos, ha estado siempre firmemente concentrado en superar la pobreza, vencerla, eliminarla. El mundo no ama la pobreza, más bien la odia, aun cuando respete a los pobres. ¿Cómo se le ocurrió a santa Clara, con san Francisco, enamorarse de la pobreza hasta el punto de darse enteramente para ser pobres? El Papa dice que el amor a la pobreza, tal como lo veía santa Clara, tenía un motivo religioso, el más sublime posible: «deseando consagraros únicamente al Señor». Este motivo, el más elevado y también el más general, y, por lo mismo, el más indeterminado, llega a la forma concreta de la «altísima pobreza» porque se especifica en el querer seguir «en todo las huellas de Aquel que por nosotros se hizo pobre, camino, verdad y vida». Alguien podría pensar que se debe poner un punto después de «se hizo pobre». Pero el Papa continúa el texto, sin punto, con «camino, verdad y vida». Una enseñanza brevísima en palabras, pero amplia en consecuencias: si Cristo no fuese camino, verdad y vida, difícilmente podríamos aceptar así, sin reticencias, el amor a la pobreza, que parece contradecir todas las instancias de la razón. Lo aceptamos porque nos lo ha propuesto El que es «camino, verdad y vida». Lo aceptamos así, aunque no alcancemos a comprender mucho del porqué, aunque nuestra razón nos lleve tal vez en dirección contraria, opuesta, negativa. Lo aceptamos porque así ha vivido El, «camino, verdad y vida». Y aquí se acaban todas nuestras objeciones. ¿Nos dirá necios el mundo y se escandalizará? Lo ha hecho siempre, se lo decía también al Señor Jesucristo. Como san Pablo, estamos dispuestos a seguirle a Él, con un «no me avergüenzo» (non erubesco). Y esto nos basta como motivo y como razón. 3) La realización práctica del propósito de la altísima pobreza En los dos mil años de «seguimiento de Cristo» se han elaborado diversos modos de vivir el «por nosotros se hizo pobre». Pero todos los modos deben tener la raíz y el inicio en lo más profundo del alma. Lo dice el Papa con estas pocas, precisas y significativas palabras: «renunciasteis a todo deseo de cosas temporales» (abdicastis rerum temporalium appetitum). Si el amor a la pobreza no comienza ahí, en esta profundidad de propósito interior y en la renuncia al mismo «deseo o apetito de cosas temporales», todo se vuelve ilusión, hipocresía y demagogia. Examinémonos para verificar si en nosotros el tema de la pobreza comienza ahí, en la «renuncia a todo deseo de cosas temporales». Si no fuere así, es preciso convertirse pronto y radicalmente, pues, de lo contrario, todo resulta equivocado en el camino regio de la pobreza. Y aquí no se habla de teorías o de ideas, sino de praxis, de hechos, de actitudes, de vida vivida. Se habla de la realización del propósito de la altísima pobreza. O lo tomamos en serio, hasta sus últimas consecuencias, o hacemos comedia. Supuesto este fundamento, puede seguir, debe seguir y es coherente el otro paso: «venderlo todo». Pero no basta «venderlo», es necesario además volatilizar lo obtenido de la venta, y para esto el tercer paso no es darlo al monasterio o a la Iglesia, sino «distribuirlo a los pobres». Así se lo dijo el Señor en el Evangelio al joven rico, así nos lo dice a nosotros el Papa, así es. ¿Razonable? No, es «antieconómico», nos dicen. Sí, decimos nosotros, con aquella racionabilidad que se halla en el Evangelio, no con la de los «gentiles y judíos». El paso siguiente, característico de san Francisco y de santa Clara, consiste en decidir «no tener posesión alguna -nullas omnino possesiones habere-». Y de este paso precisamente nace en santa Clara la necesidad del privilegio de la pobreza, por aquella paradoja del mundo, que quita cuanto puede a quien quiere tener y obliga a tener a quien no quiere. 4) Las dificultades Este cuarto paso en el camino de la «altísima pobreza» hace surgir dos frentes de dificultades: el miedo a la «penuria de las cosas», y, por otro lado, la dificultad proveniente del mundo, de los amigos, bienhechores, autoridades solícitas, sabios con consejos cargados de larga experiencia, enemigos y también el maligno, particularmente empeñado en frustrar el propósito, todos los cuales quieren obligar a aceptar posesiones que garanticen un vivir decoroso y humano. El pan único que les quedaba, bendecido por santa Clara con el corazón angustiado, el aceite en la alcuza reducido ya a unas gotas, son el signo altamente significativo, contado por la Leyenda de santa Clara, para demostrar que el Señor no ahorra a sus seguidores los apuros de la verdadera, dolorosa y deprimente penuria. «Ni os hace huir temerosas de un tal propósito la penuria de cosas». Es la realidad. 5) Seguridad en el Señor Se dará el caso de tener un solo pan para muchas, unas pocas gotas de aceite en la alcuza..., sin que se vea de dónde puede venir la providencia. «Aquel que alimenta a las aves del cielo y viste a los lirios del campo no permitirá que os falte el alimento ni el vestido». El Papa cita el Evangelio y aduce así el fundamento de la confianza en que descansa el «propósito de la altísima pobreza». Lo aduce... pero sabe que hay pobres que mueren de hambre... Se arriesgan a pasar hambre, con la fe en el más allá, con la fe en la «vida eterna». Ciertamente, es como decía san Francisco: hay como un pacto entre el mundo y los seguidores de Dama Pobreza, en el sentido de que si los seguidores de tal Dama dan al mundo el precio de su buen ejemplo, el mundo les dará lo poco que necesitan como vestido, alojamiento y alimento. Poco, sí, muy poco, pero en la medida de la necesidad. Y la mano del mundo no es otra, en nuestro caso, que la mano del Señor que tiene cuidado de las aves del cielo y de los lirios del campo. Pero hace falta aceptar la angustiosa experiencia de la «penuria», y no tener miedo. A quien de esta manera llega a no tener miedo, habiendo dado los pasos descritos, el Papa le concede el extrañísimo privilegio de la pobreza: «que por ninguno podáis ser obligadas a recibir posesiones». Conclusión Carísimas hermanas, también nosotros los hermanos tenemos un «privilegio de la pobreza». Todos somos herederos de san Francisco, que explicó las «ventajas de no poseer» al Obispo Guido de Asís que quería obligarle a aceptar posesiones. Todos somos herederos de santa Clara, que pidió un tan extraño privilegio al Papa Gregorio IX. Y nos encontramos ante el pergamino original y auténtico, en el que un Papa se hace garante de una concesión tan «necia para los griegos y escandalosa para los judíos». El pergamino tiene 750 años. Nuestra alegría es grande, desbordante, contagiosa ante esta larga historia de vida vivida en el propósito de la «altísima pobreza» y del privilegio de «que por ninguno podáis ser obligadas a recibir posesiones». Estamos decididos a continuar esta historia del Evangelio en medio de los hombres. Que santa Clara y san Francisco os bendigan. Roma, 14 de septiembre de 1978. [Selecciones de Franciscanismo, vol. VIII, n. 22 (1979) 146-150] |
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