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CLARA, «SILENCIOSA
PALABRA» DE VIDA Card. Joseph
Ratzinger |
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Siguiendo las órdenes de san Francisco, esperaba una disposición de la voluntad divina sobre el lugar definitivo de su nueva vida. El consejo de san Francisco la guió finalmente a la iglesia de San Damián. El biógrafo comenta este hecho diciendo que aquí fijaba «en seguro el ancla de su espíritu», y no olvida hablar de la historia precedente: «Ésta es aquella iglesia en cuya restauración sudó Francisco con tan admirable esfuerzo; a cuyo sacerdote ofreció sus dineros para reparar la fábrica. Es ésta la iglesia en la que, orando Francisco, una voz, brotada desde el madero de la cruz, resonó en su alma: "Francisco, ve, repara mi casa que, como ves, se desmorona toda"» (LCl 10). El biógrafo ve, sin duda alguna, una disposición divina en el establecimiento definitivo de la vida nueva de santa Clara en San Damián. El lugar se transforma así para siempre en una interpretación de la misión de santa Clara y de sus hijas. La primera respuesta de san Francisco al mandato del Crucifijo: «¡Ve, repara mi casa!» fueron las piedras y el dinero. Pero la Iglesia del Señor es una Casa viva, construida por el Espíritu Santo con piedras vivas. La respuesta, segunda y definitiva, viene de la misericordia divina, de la iniciativa personal del Espíritu Santo: es esta joven que deseaba «hacer de su cuerpo un templo consagrado a Dios» (LCl 6). La Casa de Dios se construye con la caridad sin reservas, con una vida transida de Evangelio. Es cierto que la primera Orden, cuya finalidad esencial fue y es la evangelización, no sólo con palabras sino también con una vida realmente evangélica, era el gran SÍ de san Francisco a la petición que venía y viene de la Cruz: «Ve, repara mi casa, que se desmorona toda». Pero, sin el signo de la vida de santa Clara, faltaba algo esencial. Podría, en efecto, pensarse que la propia actividad humana, el radicalismo de la vida evangélica y la fuerza de la nueva predicación bastarían, por sí solas, para reparar la Iglesia. No es así. El hecho de que santa Clara venga a San Damián tiene un profundo significado: la llama del Evangelio se nutre con la llama de la caridad; la caridad silenciosa, humilde, paciente, carente de esplendor y de éxitos externos; la caridad que no pretende actuar por sí sola, sino que deja hacer al Otro, al Señor; la caridad que se abre sin temor y sin reservas a la acción del Señor es la condición de toda evangelización. Esta caridad es el punto donde se compenetran el espíritu humano y el Espíritu divino, que es caridad. A la Iglesia del tiempo de san Francisco no le faltaba poder ni dinero, no le faltaban escritos y buenas palabras, no le faltaban construcciones: le faltaba aquel radicalismo evangélico que da al mundo el libelo del repudio para vivir sólo para el esposo Jesús. Por eso, a pesar del dinero, de las piedras y de las palabras, la Iglesia «se desmoronaba toda». * * * En San Damián, donde el sufrimiento del Señor con su Iglesia se hace palabra, santa Clara es un signo para todos nosotros. El Señor sufre también hoy en su Iglesia y por su Iglesia: «¡Como ves -como vemos- se desmorona toda!», y nuestra respuesta, como la primera respuesta de san Francisco, es también, sobre todo, piedras, dinero, palabras. La vida de santa Clara no es una «privatización» del cristianismo, no es un esconderse en un individualismo o en un quietismo religioso. La vida de santa Clara abre las fuentes de toda verdadera renovación. Vivir la Palabra hasta el fondo, sin reservas y sin glosas, es el acto por el que se abre la puerta del hombre a Dios, el acto donde la fe se convierte en caridad, donde la Palabra, el Señor se hace presente entre nosotros. Hemos de ser sinceros: la vida evangélica no puede ser, en este momento, un «permanente fortissimo» del amor. De hecho, las preguntas que preceden a la profesión hablan de soledad y de silencio, de plegaria asidua, de penitencia generosa, de obras buenas y de humilde trabajo cotidiano. La vida evangélica, en este mundo, está siempre bajo el signo del misterio pascual, es un continuo paso del egoísmo al amor, es un tender «a la caridad», como dicen las preguntas; es también, por tanto, tentación y experiencia de nuestro propio vacío. Todas las tentaciones de la Iglesia están presentes en la vida monástica, deben estar presentes. Y sólo pueden superarse en la Iglesia, si con ejemplaridad se sufren y superan con la paciencia y con la humildad de las almas elegidas, cuya vida se convierte en un laboratorio de nuestra liberación. * * * La primera lectura de la fiesta de hoy, la Santísima Trinidad, habla de la sabiduría de Dios como arquitecto del universo (Prov 8,22-31). La verdadera sabiduría se comunica en el Evangelio: la vida evangélica es la vida sabia. Vivir el Evangelio no es una especialidad entre otras: la arquitectura del mundo, no sólo de la Iglesia, depende de esta sabiduría. La fiesta de la Santísima Trinidad nos da el marco adecuado para la profesión religiosa: se trata de volver a hallar el perfil original de la vida humana, de la Iglesia, del mundo; se trata de la llave para penetrar en la sabiduría creadora del mundo, se trata de los esponsales entre Dios y el hombre, de nuestro entrar en el ritmo del Amor trinitario. Podemos concretar todo esto mucho mejor, si volvemos a la Leyenda de santa Clara. El autor explica más adelante el significado del lugar y la conexión profunda entre el lugar y la vocación de santa Clara con una sutil combinación de tres textos de la Sagrada Escritura, cuando escribe: «Anidando en las grietas de esta
roca, La santa es presentada como una paloma, San Damián como un nido en las grietas de la roca. Tras ello está el Cantar de los Cantares, donde el Esposo dice a la esposa: «Paloma mía, que anidas en las grietas de la roca, en escarpados escondrijos, déjame ver tu rostro, déjame oír tu voz » (2,14). El Esposo, en su amor, llama a la esposa «paloma»: es una expresión de ternura y de deseo. La Iglesia, siguiendo las huellas del pueblo hebreo, oye en estas apasionadas palabras la voz del Amor divino, la voz del Creador y del Redentor. La humanidad redimida, la Iglesia es esta «paloma», esta esposa amada y buscada por el Amor divino, buscada en nuestros escondrijos, buscada en los riscos del mundo. El colegio de vírgenes de santa Clara es una realización profunda de la verdadera esencia de la Iglesia, indicada en esas imágenes: su vida es un transformarse, un llegar a ser paloma en las manos del Señor, es el acto de despertarse a la voz del Amor que me busca: «Déjame ver tu rostro, déjame oír tu voz». Toda la vida monástica según la vocación de santa Clara está descrita en estas palabras. El hombre retorcido sobre sí mismo en el pecado, en el deseo de la auto-realización, comienza a enderezarse y vuelve su rostro a los ojos del Señor. Vivir como monja significa vivir con la mirada fija en Jesús y hacerle oír la propia voz, que se une a la Suya en la meditación de la Palabra divina y en la plegaria de la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo. El Cantar de los Cantares, a cuyo texto alude la Leyenda, habla de los escondrijos de la paloma en las grietas de la roca. En la tradición mística esta palabra tiene un doble significado: desde el primer pecado, el hombre busca su escondrijo, escondiéndose de la Palabra divina, y el Redentor encarnado nos busca en nuestros diversos escondrijos. Pero está también el significado contrario: San Damián, «las grietas de la roca» se transforman en escondrijo feliz, donde santa Clara y sus vírgenes se esconden y viven sólo para Dios. Semejante escondrijo, alejado de la curiosidad del mundo, de las alabanzas y de los temores mundanos, es importante precisamente hoy. La opinión pública, manipulada por los medios de comunicación, es cada vez más el poder de los poderes, el verdadero gobierno del mundo: y también la Iglesia tiene la grave tentación de someterse a su tiranía. La opinión dominante se vuelve más fuerte que la verdad y precisamente por esto la Iglesia se ve amenazada de desmoronarse. Por eso es tan importante este feliz escondrijo, sustraído a los ojos del mundo, abierto sólo a los ojos del Señor. En este sentido habla el segundo texto bíblico aludido en la frase antes citada de la Leyenda, es decir, Jeremías 48,28, donde dice el profeta: «Abandonad las ciudades, id a vivir
entre rocas
Salir de la vanagloria del propio mundo, pequeño o grande; no vivir para las noticias, sino fijos en los ojos del Señor: este imperativo profético nos afecta a todos y se realiza de modo ejemplar en el escondrijo de la comunidad de santa Clara. Por último, encontramos en este texto tan rico de la Leyenda un tercer elemento. Hablando de la paloma de plata, el autor cita el salmo 68, 14: «Mientras reposabais en los
apriscos, Se puede estar bastante seguro de que la Leyenda lee e interpreta este texto misterioso con san Agustín. Para el gran doctor de la Iglesia la plata expresa el esplendor que la paloma recibe de la Palabra divina, y expresa también la pureza que viene de la penitencia y de la palabra de perdón que se nos da en el sacramento. En la familiaridad con la Palabra de Dios y en la comunión sacramental crecen las alas que hacen volar a nuestra alma, superando la gravedad terrestre. El alma se hace paloma, vuela a las alturas, a Jesús. Todo esto, lejos de ser un misticismo romántico o poco real, ofrece indicaciones muy concretas para la vida religiosa. Amar la sencillez; no dar importancia a las opiniones humanas; someterse al juicio de los ojos del Señor y aprender de Jesús la castidad, la obediencia, la pobreza; meditar las palabras divinas junto con la gran Tradición de la Iglesia, unirse en la penitencia con el Señor que sufre, vivir no para uno mismo, sino en unión con el Señor para su Cuerpo paciente, para la oveja perdida: la humanidad; hacer que el esposo nos oiga en la adoración y así aprender a volar: he aquí el modo de reparar la casa del Señor. Éste es el camino hacia la verdadera reforma de la Iglesia. Profesar es poner el propio nido en la cavidad de esta roca, uniéndose al Colegio de vírgenes de Cristo fundado por santa Clara, para llegar a ser «paloma de plata» en y con este Colegio; para llegar a ser «alma eclesiástica», esposa de Cristo. Es responder con generosidad y coraje a la voz brotada del madero de la Cruz: «Ve , repara mi casa!». Gracias por este coraje. ¡Oremos para que Dios bendiga cada día el camino del Colegio de santa Clara! Amén. [En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXI, n. 62 (1992) pp. 270-274] |
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