DIRECTORIO FRANCISCANO
Santa Clara de Asís

CLARA DE ASÍS Y DE HOY.
UN CORAZÓN SEDUCIDO
Y CONQUISTADO POR EL SEÑOR

por Fr. José Rodríguez Carballo, min. gen. ofm

.

Carta con motivo del 750 aniversario de la muerte de Santa Clara y de la aprobación de su Regla (11 de agosto de 2004).

Queridas Hermanas Pobres de Santa Clara, queridos Hermanos Menores: Os deseo abundancia de salud y paz en el Señor.

Acción de gracias

Con Santa Clara, "doy gracias al que con esplendidez da la gracia, os ha adornado con tantos títulos de virtudes y os ha hecho brillar con los signos de tanta perfección" (2CtaCl 3); y "desbordo de gozo y salto de júbilo en el Señor" (Hab 3,18) por "la honrosísima fama de vuestra vida religiosa" (1CtaCl 3.4).

Doy gracias al Señor por la fidelidad de tantas hermanas y hermanos que, cual lámpara puesta sobre el candelero, alumbra a todos los de la casa y a cuantos se acercan a ellos y a ellas. Doy gracias al Señor por la generosidad de tantas hermanas y hermanos que, desde el silencio y la clausura o en el claustro del mundo, se entregan sin cálculos egoístas a la construcción del Reino. Doy gracias al Señor por tantas hermanas y hermanos que, aun en medio de tantas dificultades, testimonian con gozo la belleza del seguimiento de Jesucristo pobre y crucificado. Doy gracias a Aquel "de quien procede todo beneficio y todo don perfecto" (Sant 1,17), por las hermanas y por los hermanos que caminan decididamente por las sendas de la virtud (cf. 5CtaCl 3).

Ocasión de la carta

Hoy, 11 de agosto de 2004, cuando la Iglesia hace memoria del tránsito de la Hermana Clara, clausuramos las celebraciones jubilares que, con motivo del 750 aniversario de su muerte y de la aprobación de su Regla, se han venido celebrando allí donde estamos presentes los Hermanos Menores y las Hermanas Pobres.

Con este motivo, deseo vivamente manifestaros el amor que interiormente me anima hacia vosotras, todas y cada una de las Hermanas Pobres, extendidas de oriente a occidente. Os escribo, de hecho, movido por el gran amor que os profeso, como a Hermanas amadísimas en Cristo, que para nosotros "se ha hecho camino" (TestCl 5), y en Francisco, nuestro "bienaventurado padre" (cf. TestCl 48). Os escribo, también, movido por la responsabilidad que me viene de la promesa de Francisco (cf. FVCl 2; TestCl 29) y de la voluntad expresa de Clara (cf. TestCl 50).

Al mismo tiempo que escribo a las hermanas, os escribo también a vosotros, mis queridos hermanos. Siendo Clara la más fiel discípula y seguidora de Francisco, su heredera espiritual, su mejor y más fiel intérprete, y habiendo vivido plenamente la vocación franciscana, la "plantita de Francisco" nos resulta imprescindible, también a nosotros, Hermanos Menores, para conocer a Francisco, para releer y entender en toda su hondura el mensaje y la obra del "Poverello".

Entre vosotras, Hermanas Pobres de Santa Clara, y nosotros, Hermanos Menores, existe una profunda e indisoluble comunión carismática, una real y hermosa complementariedad. Por esta razón, la feliz ocasión que nos ofrece la celebración del doble jubileo clariano, no es sólo motivo de gozo y un tiempo de gracia para profundizar en el conocimiento de Clara para vosotras, amadas hermanas, sino también para todos cuantos hemos hecho nuestro el propósito de Clara de seguir a Jesucristo por la vía que nos trazó el Padre Francisco.

Las reflexiones que siguen, basadas principalmente en los escritos de Clara y de Francisco, tienen la única finalidad de recordarnos nuestro "propósito" (2CtaCl 11), a fin de que, "con andar apresurado" y "con paso ligero" (2CtaCl 12), sin que nos dejemos envolver "por tiniebla alguna ni amargura" (3CtaCl 11), podamos "avanzar con mayor seguridad en el camino de los mandatos del Señor" (2CtaCl 15).

CLARA, "PLANTITA" DE FRANCISCO (TestCl 37)

El Espíritu del Señor suscitó, junto a Francisco, a Clara. Desde entonces, como afirmó Juan Pablo II, ya no es posible separar estos "dos fenómenos", estas "dos leyendas", estos "dos nombres".

Francisco es para Clara y sus hermanas: precursor que muestra el camino, "fundador, plantador y ayuda" (TestCl 48), solícito en cultivarlas, de palabra y con obras, como su pequeña planta (cf. TestCl 49); "columna, único consuelo después de Dios y apoyo" (TestCl 38). Es muy significativo que, al hablar de su vocación en el Testamento, Clara remita constantemente a Francisco.

Clara, a su vez, es para Francisco: consejera y luz para discernir la voluntad del Señor en los momentos de duda (cf. LM 12,2), y siempre "una ayuda semejante a él" (Gén 2,20). Es también significativo que, en las horas de desaliento y de tinieblas, Francisco regrese a San Damián para buscar, junto a Clara, el consuelo que necesita.

De Francisco, Clara recibe a Dios, recibe el afecto y el empuje para lanzarse a vivir a fondo el Evangelio con decisión irrevocable (cf. TestCl 5). De Clara, Francisco recibe la iluminación del Señor. Clara es reflejo de Francisco, en quien se ve como en un espejo (cf. Proc 3,29). El rostro de Francisco, a su vez, es iluminado por la pureza y la pobreza de Clara. Clara amaba tiernamente a Francisco. Es más, Clara se ganó a Francisco, hasta el punto de convertirse para él en imagen de María, por su radicalidad, por su confianza incondicional en Dios, por su fragilidad no exenta de fortaleza, por su lealtad y por su fidelidad.

En Clara arde un único deseo: vivir el Evangelio a ejemplo de Francisco. Por ello, se alimenta de la misma savia y respira la misma frescura evangélica que el Poverello. Habiendo descubierto en Francisco un "verdadero amante e imitador" del Hijo de Dios (TestCl 5), Clara lo amó, se confió y se unió a él para vivir su misma experiencia evangélica. Por ello, una misma es la Regla: "Observar el santo evangelio de nuestro Señor Jesucristo" (2R 1,1; RCl 1,3) y una misma es la misión: restaurar la Iglesia (cf. 2Cel 10.204).

De este modo, Clara y Francisco han realizado una de las síntesis más geniales en la historia de la Iglesia: la síntesis entre el silencio que escucha y la palabra que anuncia, entre la soledad que adora en la clausura y la presencia que anuncia en la itinerancia. Desde que "el altísimo Padre celestial" iluminó el corazón de Clara (TestCl 24) y Francisco les mostró a ella y a sus hermanas el camino (cf. TestCl 5), y desde que "la dama pobre" le prometió obediencia (cf. RCl 1,4-5; 6,1), la única inspiración franciscana se articula así en dos dimensiones complementarias: la contemplativa, de apertura a la Palabra; la activa, de testimonio de la Palabra. Son las dos dimensiones del amor, que es, a la vez, contemplativo y activo.

Y para que esta unión, profundamente humana y carismática al mismo tiempo, llena de familiaridad y de respeto a la vez, no viniese a menos con el tiempo, conscientes de que "un mismo Espíritu había sacado de este siglo a los hermanos y a las damas pobres" (2Cel 204), Francisco promete a Clara y a sus hermanas "dispensarles siempre un amoroso cuidado y una especial solicitud" (FVCl 2), "por sí mismo y por su Religión" (TestCl 29); por su parte, Clara promete, por sí misma y por sus hermanas, obediencia a Francisco y a sus sucesores (cf. RCl 1,4).

A la luz de lo dicho, es necesario que, tanto los hermanos como las hermanas, nos preguntemos: ¿Cómo vivimos nuestra complementariedad carismática? ¿Cómo respondemos los hermanos al compromiso hecho por Francisco de acompañar espiritualmente a las hermanas? ¿Cómo viven las hermanas cuanto Clara quería expresar con la obediencia a Francisco y a sus sucesores? ¿Qué consecuencias, incluso de tipo jurídico, tendríamos que extraer? ¿No será que el Señor nos está pidiendo algunos cambios significativos que nos lleven a vivir una mayor comunión, no sólo afectiva, sino también efectiva?

Hermanas, mi profunda convicción es ésta: nos necesitamos recíprocamente. Se mutilaría el carisma, si caminásemos separadamente. Y de esto seríamos todos responsables. No queremos, porque no podemos, recorrer caminos paralelos. En el caminar unidos, respetando nuestras diferencias, nos jugamos todo: la fidelidad a Francisco y a Clara; la eficacia evangélica de nuestra misión en la Iglesia y en el mundo; la credibilidad ante quienes, hoy como ayer, están convencidos de que Francisco y Clara son dos almas gemelas e inseparables.

Mientras "suplico" a los hermanos y las hermanas, "en cuanto puedo, con humildes ruegos, por las entrañas de Cristo" (1CtaCl 31), que permanezcan fieles a la herencia que hemos recibido, animo, a unos y a otras, a tener la valentía de revisar nuestras relaciones, potenciarlas y hacerlas evangélica y franciscanamente más significativas, a la luz de las relaciones entre Francisco y Clara y a la luz de cuanto ellos nos han encomendado.

CONOCED VUESTRA VOCACIÓN,
AVIVAD EL FUEGO DE LA GRACIA DE DIOS
EN VOSOTRAS Y EN VOSOTROS

Conocer nuestra vocación para mejor responder a ella, es el gran desafío con el que nos enfrentamos constantemente. Es una tarea nunca acabada y que no podemos delegar. En ello nos jugamos nuestra fidelidad.

Tanto para Clara como para Francisco, nuestra vocación, que es también nuestra misión, es vivir el santo Evangelio (RCl 1,2; 2R 1,1). Viviendo el Evangelio, glorificaremos "al Padre celestial en toda su santa Iglesia" (TestCl 14), y le bendeciremos y alabaremos (TestCl 22) en todo tiempo y lugar, a través de nuestra "famosa y santa vida religiosa" (TestCl 14). De este modo, formaremos "un cuerpo de piedras vivas pulimentadas" (2Cel 204) y seremos "ejemplo y espejo" los unos para los otros y todos para los demás (cf. TestCl 19).

¡Grande y hermosa es nuestra vida y misión, queridas hermanas y hermanos! Consideremos, pues, los múltiples dones que del "Padre de las misericordias" hemos recibido y diariamente recibimos, especialmente el de nuestra vocación (cf. TestCl 2). Consideremos la copiosa benignidad de Dios para con nosotros (cf. TestCl 15). ¡Mucho es lo que el Señor nos ha regalado! Restituyamos multiplicado el talento recibido y guardemos los mandatos de Dios y del bienaventurado padre Francisco (cf. TestCl 18). Entreguémonos totalmente a aquel que todo entero se ha entregado por nosotros (cf. CtaO 29). Entreguémonos, sin reserva alguna, al "más bello de los hijos de los hombres" (2CtaCl 20). Alegrémonos siempre en Él y no dejemos que nos envuelva la tiniebla de la mediocridad, ni la amargura y tristeza que produce "el fango del mundo" (5CtaCl 2). Antes bien, mantengámonos fieles a Aquel a quien nos hemos entregado en amor eterno (cf. 5CtaCl 3-4; 1CtaCl 5).

La gracia de esta fecha jubilar de la aprobación de la Regla, que Clara tan ansiosamente esperó ver confirmada, es una "ocasión propicia" que debemos aprovechar para "confirmar" nuestro "propósito" de servir al Señor y ser fieles a quien nos hemos prometido hasta la muerte (cf. 5CtaCl 4), llevando a término con empeño la obra que tan bien hemos comenzado (cf. 5CtaCl 14), "progresando de bien en mejor, de virtud en virtud" (1CtaCl 32), sin estorbos en los pies, para que ni siquiera nuestros pasos recojan el polvo, sino que, seguros, gozosos y dispuestos, recorramos con cautela la senda de la bienaventuranza (cf. 2CtaCl 12-13).

Clara, engendrada dentro de la Iglesia por la fecundidad profética de Francisco, confesará en su Testamento: "El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino" (TestCl 5). Esta confesión de Clara, que bien podríamos llamar "oración del corazón" de la madre a sus hijas, es la síntesis del Evangelio indicado por Francisco, es la convicción sencilla y fuerte de la "dama pobre", capaz de sostener el sentido y la búsqueda de toda una vida: ¡Conocer el camino para alcanzar la visión de la belleza del Rostro de Dios manifestado en Jesucristo! Este camino ha tomado forma en la vida de Clara, creando un espacio abierto a la "operación del Espíritu del Señor", dando origen a la "forma de vida" de las Hermanas Pobres, que ella misma delinea en la Regla confirmada por el Papa Inocencio IV el 9 de agosto de 1253.

Se ha dicho que Clara tiene el privilegio de centrar lo franciscano en lo esencial. Por ello, en estos momentos en los que se hace necesario el concentrarnos en los elementos esenciales de nuestro carisma, quisiera destacar tres "prioridades", que me parecen fundamentales en la vida de toda Hermana Pobre, así como en la vida de todo Hermano Menor: la dimensión contemplativa, la pobreza y la fraternidad. Vivir estas "prioridades" hará más visible y significativa nuestra vida y transformará nuestra existencia en "profecía de futuro" (NMI 3).

DIMENSIÓN CONTEMPLATIVA:
"Transfórmate toda entera [todo entero],
por la contemplación, en imagen de su divinidad"

Hacer del Evangelio la única regla de vida, como en el caso de Francisco y de Clara, implica haber descubierto el primado de Dios y de su Palabra en la vida de cada día. Dicho primado no es un principio general, sino el núcleo central de nuestra común vocación. Por este motivo, la dimensión contemplativa ha de ser considerada como la primera y fundamental expresión de nuestro seguimiento de Cristo.

Dicha dimensión contemplativa, que, en expresión de Clara, consiste esencialmente en el abrazo amoroso con Cristo para identificarse con Él, tanto en Clara como en Francisco arranca de una mirada atenta y llena de estupor y gratitud al misterio de la encarnación. Aquel, "al que no podían contener los cielos", se abajó hasta hacerse morada "en el pequeño claustro" del "vientre sagrado" de la doncella de Nazaret (cf. 3CtaCl 18-19). El "Señor de los señores" (2CtaCl 1), "tan digno, tan santo y glorioso", al recibir "la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad" (2CtaF 4), "quiso aparecer en el mundo como un hombre despreciado, indigente y pobre" (1CtaCl 19); "y, siendo sobremanera rico (2Cor 8,9), quiso escoger la pobreza en este mundo, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre" (2CtaF 5).

En Clara, esta mirada es la mirada de esposa a Esposo. En Francisco y Clara esta mirada es la de un corazón enamorado que contempla la encarnación del Verbo del Padre a la luz del amor. Es la mirada atenta y permanente -"diariamente..., constantemente" (4CtaCl 15)-, que lleva a descubrir la belleza de Jesucristo, el "Esposo del más noble linaje" (1CtaCl 7), con el aspecto "más hermoso" (1CtaCl 9), "cuya belleza admiran sin cesar todos los bienaventurados ejércitos celestiales", y "cuya visión gloriosa hará dichosos a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial" (4CtaCl 10.13).

Ante la maravilla de que el Hijo de Dios se haya abajado tanto por nuestra salvación, Clara no puede menos de exclamar, llena de estupor: "¡Oh admirable humildad, oh asombrosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra (cf. Mt 11,25), es colocado en un pesebre" (4CtaCl 20-21). Y no puede menos, tampoco, de invitar a la contemplación de semejante misterio: "Mira atentamente…, considera..., contempla" (4CtaCl 19.22.28).

Pero, si la pobreza y humildad de Belén encienden el estupor interior de Francisco y de Clara y los conquistan para Dios, será el Calvario el lugar privilegiado del amor esponsal de la virgen Clara y del amor transformante de Francisco. De hecho, es en la pasión y muerte del Señor donde se revela plenamente, hasta las últimas consecuencias, el amor de Dios hacia el género humano, su "inefable caridad" (4CtaCl 23). Por lo cual, ante el escándalo de la cruz, la mirada de Francisco se torna seguimiento: "Dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1Pe 2,21; 2CtaF 13), y la de Clara se vuelve penetrante, apasionada y llena de compasión: "Abrázate a Cristo pobre como virgen pobre. Míralo hecho despreciable por ti, y síguelo, hecha tú despreciable por Él en este mundo... Mira atentamente, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo…, hecho para tu salvación el más vil de los varones, despreciado, golpeado, y azotado de mil formas en todo su cuerpo, y muriendo entre las angustias de la cruz" (2CtaCl 18-20).

Tanto en Clara como en Francisco, la contemplación no se reduce a una mera consideración intelectual, sino que es envolvente y global y, como consecuencia, implica a toda la persona en todas sus dimensiones: espiritual, intelectual, afectiva y sensible. "Su amor enamora" (4CtaCl 11), es totalizante. Por eso, mente, alma y corazón (cf. 3CtaCl 12-13) están constantemente vueltos hacia el Señor (cf. 1R 22,19; 4CtaCl 15) para conducir a una progresiva identificación esponsal con el Amado, de tal modo que ya ni siquiera "las paredes de la carne" han de ser obstáculo, sino que deben transparentar a Cristo más todavía: "Pon tu mente en el espejo de la eternidad... y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad" (3CtaCl 12.13).

Como Francisco, por amor, se transformó en viva imagen del Amado (cf. LM 13,5), así Clara, encendida en amor hacia el Esposo, es la amada en el Amado transformada. Y eso mismo sucederá a todo aquel que fije su mirada y su corazón en Dios.

La contemplación franciscano-clariana, lejos de ser un pietismo piadoso, es camino de identificación con el Señor. Quien asume una actitud contemplativa en su vida, se transforma en "criatura nueva" (Gál 6,15) y puede decir en verdad: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1,21). Tanto para Clara como para Francisco, lo mismo para las hermanas que para los hermanos, contemplar es dejarse habitar por Cristo para convertirse en su morada permanente (cf. Jn 14,23); es "mirar", "observar" y "adornarse" de las virtudes del Señor: la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad (4CtaCl 15.16.18); es mirar atentamente a Cristo y abrazarse a Él con el anhelo de imitarlo (cf. 2CtaCl 18-20).

Es la lógica del amor que lleva, por su misma naturaleza, a la transformación y a la acción. De este modo, la contemplación es seguimiento, y el seguimiento lleva de nuevo a la contemplación. En otras palabras, la contemplación es vida, y la vida es contemplación. Pienso que se puede afirmar con toda razón que, tanto para Santa Clara como para San Francisco, seguimiento y contemplación coinciden, hasta el punto de que la contemplación les lleva a identificarse con Jesús pobre, casto y obediente por amor. Del mismo modo, la forma de vida evangélico-contemplativa, abrazada por Clara y sus hermanas, siguiendo el ejemplo de Francisco, es la respuesta lógica a la locura del amor de Dios, revelado en la encarnación, pasión y muerte de Jesús.

Santa Clara, como había hecho antes San Francisco, ha recorrido este camino hasta el final. Ha observado y contemplado a Cristo con todo el amor de que es capaz una mujer iluminada por el Espíritu del Señor, y, unificando mente, corazón y voluntad, ha recorrido, con paso decidido y ligero, los mismos pasos del Hijo de Dios que "pobre fue colocado en un pesebre, pobre vivió en este mundo y desnudo permaneció en el patíbulo" (TestCl 45).

Contemplando continuamente el rostro de Cristo, Clara lo refleja como en un "espejo" y comunica la fuerza que le viene de nutrir y custodiar, en el corazón y en la vida, una fuerte pasión por Cristo, su Esposo, y una tierna compasión por el hombre y la mujer de todo tiempo. De este modo, Clara, "amante apasionada de Cristo crucificado y pobre" (Juan Pablo II), y Francisco, "verdadero amante e imitador" de Jesucristo pobre y crucificado (cf. TestCl 5), se transforman en testimonio del amor de Dios por la humanidad.

Como es propio de una persona profundamente enamorada, Clara y Francisco se identifican con Jesús, se reflejan en Él, se revisten de Él y se transforman en Él. Sus corazones han sido seducidos por el Esposo, conquistados por el Señor. Ambos se dejaron envolver por la luz que destella el "espejo" del Padre. Esta es la experiencia fundamental. La admiración, el silencio habitado y la clausura, sobre todo, del corazón, serán las consecuencias inmediatas tanto para el Poverello como para la Hermana Clara.

A la luz del ejemplo de Clara y de Francisco, podemos preguntarnos: ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestras vidas? ¿Cómo vivimos la dimensión contemplativa que caracteriza el carisma franciscano-clariano? ¿Cuáles son los obstáculos que encontramos en nuestra vida de contemplación y cómo podemos removerlos? En nuestro caso concreto, ¿seguimiento y contemplación coinciden? ¿Cómo se vive en nuestras fraternidades la "clausura del corazón"?

Queridas hermanas y hermanos, el mundo de hoy nos está pidiendo a gritos que le mostremos a Jesús. Esto exige una vida de contemplación, una vida en la que, fijando nuestra mente y nuestro corazón en el "espejo", que es Cristo, y "removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación", podamos servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios "con limpio corazón y mente pura" (1R 22,26). Nuestros hermanos, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, nos están pidiendo que amenos totalmente a quien totalmente se entregó por nosotros, de tal forma que, como Francisco y Clara, nos transformemos de tal manera en el icono del Amado, en imagen viva de Jesucristo (cf. Rm 8,29), que en nuestra vida se trasparente su misma vida (cf. 2Cor 4,10).

La contemplación hizo de Francisco un "hombre nuevo", y de Clara, "una fuente de luz". En este inicio del siglo XXI, Clara y Francisco nos invitan a "saborear la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado para los que le aman" (3CtaCl 14). Con su mirada y su corazón vueltos hacia el Señor, Clara y Francisco nos invitan a no dejarnos arrollar por las prisas, el activismo, el ruido y la superficialidad. Las hermanas y los hermanos ¿tendremos la valentía de acoger dicha invitación? También nosotros estamos obligados a "bendecir y alabar a Dios" (TestCl 22), a poner en Jesucristo nuestra mente, alma y corazón, para transformarnos en Él (cf. 3CtaCl 12-13). De ello dependerán, sin duda, el sentido y la hondura de nuestra propia vida, la significatividad y el futuro de nuestras fraternidades.

Este es el gran reto que tenemos por delante, de tal modo que, si nuestras fraternidades no se transforman en "escuelas" de búsqueda de Dios, en "mesas" donde cotidianamente se comparte el pan de la Palabra, en "lugares protegidos" de espiritualidad, de oración, de adoración y de contemplación; si nosotros no somos hombres y mujeres en los que el primado de Dios y la dimensión contemplativa se vuelcan en mediaciones adecuadas y concretas (cf. NMI 3), no seremos un referente para el mundo.

"VIVIR SIN NADA PROPIO":
"ABRÁZATE POBRE A CRISTO POBRE"

La pobreza es una de las notas características de franciscanismo, particularmente de la forma de vida de las Hermanas Pobres. El "vivir sin nada propio" (2R 1,1; RCl 1,2) bien se puede decir que es la nota dominante y distintiva de nuestro "hacer penitencia" (cf. RCl 6,1). "Vivir sin nada propio" es algo innegociable para Francisco y Clara, dos verdaderos "anawin" o "pobres de Yahvéh".

Clara y Francisco, refiriéndose a quien desee abrazar esta vida, piden que se le anuncie la palabra del Evangelio (cf. Mt 19,21): "que vaya y venda todas sus cosas y se esfuerce por distribuirlas entre los pobres" (RCl 2,8; 2R 2,5). Esta palabra evangélica está en la base de la vida de Francisco y de Clara; es la palabra carismática por excelencia, el marco referencial de su experiencia evangélica, la opción de fondo, que inspira la decisión de vivir según "la perfección del santo Evangelio" (FVCl 1; cf. RCl 6,3), orienta el camino e ilumina los pasos sucesivos.

La "predilección" que muestran Francisco y Clara por la pobreza radical, expresada en el "vivir sin nada propio", no se inspira en las modas de la época, sino en el amor a Cristo, el Pobre por excelencia (cf. TestCl 45). De Él aprendieron el despojo, el abajamiento más radical y absoluto.

La contemplación de Cristo pobre y crucificado está en el centro de la experiencia espiritual de Francisco y Clara, da sentido y explica sus opciones concretas de vida, sobre todo las referidas a la pobreza. El camino seguido por Francisco y Clara es el camino señalado por Cristo Jesús con su actitud y sus sentimientos: "Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Fil 2,6-8).

La fe permitió a Clara y a Francisco descubrir que, para la salvación de los pecadores y redención de los esclavos, no escogió el Señor el camino de la riqueza y del poder, sino el de la pobreza, la humildad y el servicio; desde la fe, "el Pobre de Asís" y "la Dama pobre" intuyeron que la salvación y la redención sólo se podían acoger en la medida en que, por la pobreza, la humildad y el servicio, entraban en el camino de Cristo y seguían sus huellas (cf. 1Pe 2,21). Tanto para Clara como para Francisco, la "santísima pobreza" no es simplemente una virtud, ni tan sólo una renuncia a las cosas; es, sobre todo, un nombre y un rostro: el rostro de Jesucristo Pobre y Crucificado (cf. 2CtaCl 19).

Desnudo nació entre nosotros el que es la Palabra de Dios, y fue envuelto en pañales y en ternura por el amor de su Madre el que es luz y vida de todo lo que existe. Despojado de sus vestiduras, murió por nosotros el Hijo de Dios; despojado de toda belleza, se entregó por nosotros el que es la gracia del universo (cf. TestCl 45). Ese fue el camino que, movidos por la gracia de Dios, quisieron recorrer el bienaventurado Francisco y la bienaventurada Clara.

Contemplando los misterios de la encarnación y de la pasión, muerte y resurrección, el hermano Francisco y la hermana Clara grabaron en lo más íntimo de sus corazones la memoria de la humillación del Señor y comprendieron que se dirigían a ellos particularmente las palabras del Evangelio: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Mt 16,24). A partir de esta experiencia, "se revistieron del espíritu de pobreza, del sentimiento de la humildad y del afecto de una tierna compasión" (LM 1,6), que les condujo a la imitación de Cristo, Hijo de Dios bendito y glorioso, siguiendo sus huellas por el camino de la humildad y la pobreza (cf. 1R 9,1; 3CtaCl 4.25) y abrazándolo en los más pobres, en los leprosos (cf. LM 1,5-6).

Para Francisco y para Clara, la contemplación de Cristo pobre no se reduce a una hermosa teoría mística del desasimiento, sino que toma carne en una pobreza real, concreta, esencial. Siendo Él modelo de toda perfección, sólo queda reproducir su imagen: "Míralo hecho despreciable por ti, y síguelo, hecha tú despreciable por Él en este mundo" (2CtaCl 19; cf. Adm 6). En Francisco y en Clara, la pobreza radical, el "vivir sin nada propio", es la respuesta a la kénosis de Jesús, el intento de revivir su abajamiento, su misterio de expropiación y de total abandono de la propia vida y dignidad en las manos del Padre.

Como su Señor Jesucristo, también el hermano Francisco y la hermana Clara entraron despojados de todo en el camino de la conversión, "vencidas ya las seducciones de la vida mortal" (2Cel 214), libres de todo cuidado de sí mismos y de todo impedimento, dispuestos al combate espiritual (cf. 1CtaCl 29). Y, como fieles imitadores de Cristo, llegada la hora de su tránsito desde la luz temporal a la luz perpetua, se durmieron en el Señor tal como habían vivido: "sin nada propio". El hermano Francisco, habiéndose transformado en su vida en verdadero imitador de Cristo pobre y crucificado, poco antes de morir quiso que lo pusieran desnudo sobre la desnuda tierra, y así, despojado de la túnica de saco, volvió, según la costumbre monástica, el rostro al cielo, y dijo a los hermanos: "He concluido mi tarea; Cristo os enseñe la vuestra" (cf. 2Cel 214). Por su parte, Clara, cuya vocación y vida se condensan en "observar perpetuamente la pobreza y la humildad de nuestro Señor Jesucristo" (RCl 12,13), podrá decir al final de sus días: "Así como yo fui siempre celosa y solícita en observar y hacer observar a las demás la santa pobreza..., así también las que me sucedan en este oficio están obligadas a observar y a hacer observar a las demás, con la ayuda de Dios, la santa pobreza" (TestCl 40-41; cf. Test 34-35).

El "privilegio de la pobreza", el "vivir sin nada propio", "sin posesiones ni propiedades en común" (cf. RCl 6,12) que den seguridad material y nos priven de hacer la experiencia concreta de Dios como "gran limosnero" y "Padre de las misericordias" (cf. 2CtaCl 3; TestCl 2), es la traducción en clave clariana de la intuición de Francisco. Una opción, si se quiere, todavía más radical, pues la clausura os hace, queridas hermanas, más indefensas frente a la vida, en comparación con la itinerancia y mendicidad de los hermanos, y os coloca frente a la determinación de hacer experiencia de vuestra total dependencia de Dios y de los hermanos.

Siguiendo el ejemplo de Francisco y de Clara, el "vivir sin nada propio", que abarca todas las dimensiones del vivir cotidiano, es para nosotros, franciscanos y clarisas, la prueba de nuestra fe, que consiste en experimentar hasta qué punto somos amados y custodiados por un Padre espléndido y misericordioso (cf. TestCl 58), como el hijo pequeño lo es por su propia madre (cf. Proc XI,3). Es una forma de amar a quien nos amó primero; una forma de confianza radical en Dios, en su fidelidad, en su amor; una forma total de despojamiento que nos lleva a no tener nada para ser colmados enteramente de la riqueza del amor de Dios, y a orar con el bienaventurado Francisco: "Tú eres, Señor, toda nuestra riqueza a satisfacción" (AlD 4).

De este modo, la dimensión de la pobreza material -dimensión importante, que nunca se debe dejar de lado- se inspira y, a la vez, conduce a la dimensión más interior y más radical de la expropiación en todas sus formas, la que alcanza al corazón mismo de la persona: los hermanos y las hermanas no deben apropiarse de nada (cf. 2R 6,1; RCl 8,1; Adm 2,3; 7,4; 8,3). Dicho de otra manera, para Clara y Francisco, no hay pobreza sin humildad, no hay pobreza sin minoridad, no hay pobreza sin asumir la humillación que nos puede venir de otros (cf. Proc II,1; Adm 14,4).

A la luz de lo dicho, es necesario que nos preguntemos: ¿Cómo expresamos concretamente el "vivir sin nada propio"? ¿Qué formas de pobreza y minoridad estamos llamados a 'inventar' o 'recuperar', para que nuestro compromiso de "vivir sin nada propio" sea realmente un testimonio visible y creíble, significativo y significante? ¿Cuál es el verdadero fundamento de nuestra pobreza? ¿Estamos convencidos de que la 'itinerancia', entendida sobre todo como desapropiación y libertad de espíritu, es una característica de la vocación franciscana y clariana, y una exigencia de nuestro "vivir sin nada propio"? ¿Cuál es nuestra actitud y disponibilidad frente a los cambios que por necesidad hemos de realizar?

Cristo ha consumado pobre su obra. Francisco y Clara han concluido pobres su tarea. Ahora nos toca a nosotros asumir, como actitud existencial, el vivir siempre en actitud de conversión (cf. 2R 2,17), denunciando, de este modo, los falsos valores de nuestro tiempo. Porque en esto consiste la pobreza: en "vivir sin nada propio", tal como lo hemos prometido; en ser libres y desapegarnos de lugares, personas y cosas, "cual peregrinos y extranjeros en este mundo" (2R 6,2; RCl 8,2); en poner las estructuras al servicio de la vida y no ésta al servicio de aquellas; en trabajar "fiel y devotamente" como primera manifestación de nuestra condición de pobres, "desechando la ociosidad, enemiga del alma" (2R 5,1-2; RCl 7,1-2); en restituir al Señor, con la palabra y el ejemplo, todos los dones que de Él hemos recibido (cf. 1R 17,17; Adm 18,2).

Y, puesto que todos los bienes sólo al altísimo Dios pertenecen (cf. Adm 7,4; 2CtaCl 3), nos sentimos movidos a compartirlos fraternalmente con los que tienen menos que nosotros; con todos queremos ser "apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes" (2R 3,11), anunciadores de paz y de justicia, sin juzgar a nadie ni enojarnos o turbarnos por cosa alguna, ni siquiera por el pecado del hermano (cf. Adm 11; RCl 9,5); y tratamos de adoptar la vida y condición de los pequeños de la sociedad, comportándonos entre ellos como menores, no apartándonos, por nuestro tenor de vida, de los que menos recursos tienen, y "aceptando de buen grado ser tenidos por viles, simples y despreciables" (cf. Adm 19).

No olvidemos nunca, hermanos y hermanas, que ésta es la voluntad de Francisco y de Clara, y esto es lo que prometimos: "Seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo" (1R 1,1; cf. 3CtaCl 4) y amar siempre "a nuestra señora la santa pobreza" y observarla fielmente hasta el fin (cf. TestS 4; RCl 12,13; TestCl 39-43).

COMUNIÓN DE VIDA EN FRATERNIDAD:
EL SEÑOR ME DIO HERMANOS Y HERMANAS

Clara, siguiendo fielmente la opción evangélica de Francisco, vive el seguimiento de Cristo pobre en la comunión de la vida fraterna. Desde que el Altísimo reveló a Francisco que debía "vivir según la forma del santo Evangelio" (Test 14), y a Clara le iluminó el corazón (cf. TestCl 24), ni uno ni otra se comprendieron a sí mismos, sino en comunión profunda con sus hermanos y hermanas. Y, desde que el Señor les regaló hermanos y hermanas (cf. Test 14; TestCl 25), tampoco pensaron otra forma de vida que no fuese la vida fraterna en comunidad.

Tanto para Clara como para Francisco, la fraternidad es el lugar en el que el Evangelio es vivido en lo cotidiano, el ámbito privilegiado en el que se da testimonio de un Dios que es comunión en la diversidad y diversidad en la comunión. Por eso, la fraternidad será un elemento irrenunciable del proyecto evangélico franciscano-clariano.

Llamados a seguir más de cerca el Evangelio y las huellas de nuestro Señor Jesucristo, los Hermanos Menores y las Hermanas Pobres somos constituidos en fraternidad y como fraternidad. Si la vida consagrada es "signum fraternitatis" (cf. VC c. II), la vida en fraternidad es nuestro rostro, nuestra vocación y misión, nuestro modo de vivir el Evangelio y de testimoniar a Cristo (cf. Jn 13,35).

La fraternidad es, sin lugar a duda, uno de los ejes, junto con la contemplación y la pobreza-minoridad, sobre los cuales Francisco y Clara han hecho girar toda su forma de vida. En este sentido, el nombre que llevamos, Hermanos Menores y Hermanas Pobres, es bien significativo y sintetiza nuestra vocación y misión, tal como se lo consignó Francisco a Clara.

La fraternidad, como exigencia de la vocación franciscana y clariana, parte de una experiencia de fe, gracias a la cual, primero Francisco y luego Clara, pueden reconocer que los otros son verdaderos regalos del Señor: "Cuando el Señor me dio hermanos", reconocerá Francisco, lleno de estupor (Test 14), y otro tanto confesará Clara: "… junto con las pocas hermanas que el Señor me había dado a raíz de mi conversión" (TestCl 25). Dios dio hermanas a Clara, como había dado hermanos a Francisco. Ellos y ellas son don y regalo del "Padre de las misericordias".

Y lo que nace de una experiencia de fe, se alimenta y nutre de la contemplación del misterio trinitario, modelo y origen de toda comunión fraterna (cf. VFC 8.9), y se manifiesta en gestos llenos de afecto que rezuman una caridad genuina y muestran una relación transparente, sin doblez, basada en la sencillez, en la familiaridad y en el reconocimiento de los dones del Señor en cada uno de los hermanos y hermanas. Sólo la mirada del que ama y tiene un corazón sencillo, como en el caso de Francisco y de Clara, es capaz de descubrir, con admiración y respeto, la obra del Espíritu en los demás (cf. EP 85).

Nada tiene de extraño el que tanto San Damián como la Porciúncula se conviertan bien pronto en lugares donde el ideal de la primitiva comunidad cristiana (cf. Hch 2,44-47; 3,34-35) se hace vida en lo cotidiano, y tal experiencia se vuelve visible en gestos bien concretos, a través de los cuales unos nutren a otros (cf. 2R 6,7-8; RCl 8,15-16), y todos obedecen incondicionalmente a Dios y se obedecen caritativamente entre sí.

Pero, si la fraternidad es don que se acoge con fe y con gratitud, es también tarea y, como tal, ha de ser construida y custodiada. Por un lado, la edificamos en base a unas relaciones humanas profundas, mediante el cultivo de las cualidades requeridas en toda relación humana (cf. VFC 27). Por otro lado, siendo como es la fraternidad un "tesoro que llevamos en vasijas de barro" (2Cor 4,7), es necesario custodiarla atentamente. En este contexto, no es de maravillarse el que Clara, haciendo suyas las exhortaciones de Francisco a los hermanos (cf. 2R 10,7; Adm 24 y 25), exhorte a sus hermanas a "guardarse de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, difamación y murmuración, disensión y división" (RCl 10,6). Ambos eran conscientes de los peligros que corre este tesoro y, por lo tanto, de la necesidad de una cooperación activa entre el don de Dios y el compromiso personal (cf. VFC 23).

Pero la fraternidad, para ser propuesta de vida evangélica, debe ser verdadera, concreta e íntima. Por este motivo, Clara, al mismo tiempo que pide a sus hermanas que "manifieste confiadamente la una a la otra su necesidad" (RCl 8,15; cf. 2R 6,8), les exhorta a manifestar, a través de las obras, el amor que se profesan: "Amándoos mutuamente por la caridad de Cristo, mostrad exteriormente con las obras el amor que interiormente os tenéis, para que, estimuladas las hermanas con este ejemplo, crezcan siempre en el amor de Dios y en la caridad mutua" (TestCl 59-60). Y, si entre ellas se hiciese presente cualquier desavenencia o escándalo, las hermanas no deben dejarse llevar de la ira o la turbación, sino mantener la paz del corazón y adelantarse a ofrecer el perdón recíproco para sanar las heridas (cf. RCl 9,5ss; Adm 11), conscientes siempre de que "la unidad del amor mutuo es el vínculo de la perfección" (RCl 10,7) y que la fraternidad se construye al precio de la reconciliación y el perdón (cf. VFC 26).

Si la fraternidad cualifica y da autenticidad a nuestra consagración y misión, entonces nuestras comunidades deben ser verdaderas fraternidades y hacerse visibles como tales. Para ello, debemos construirlas y reconstruirlas día a día, obedeciendo todos a la palabra del Evangelio que resuena en el corazón e inspira el tierno afecto y la autenticidad de los gestos cotidianos, a través de los cuales se plasma el amor a los demás. Cualquier gesto fraterno, hasta el más elemental, el más humilde y el más simple, lleno de bondad, discreción y delicadeza, puede convertirse en una "piedra pulimentada" (2Cel 204) en la construcción de la fraternidad.

Todo en la vida de las Hermanas Pobres y de los Hermanos Menores debe conducir a la unidad, al amor recíproco, a la comunión fraterna. Así, la contemplación del amor de Dios, manifestado en los misterios de la encarnación y de la pasión y muerte de Jesús, encuentra en la vida fraterna el terreno privilegiado. En ella, Dios amor se da a probar, a tocar. De igual manera, la expropiación de la altísima pobreza no sólo une a Cristo pobre, sino que une entre sí tanto a los hermanos como a las hermanas, abriendo un espacio en los corazones a la santa operación del Espíritu que es caridad. De este modo, el otro es un don que se ofrece a nuestra libertad de amar.

En la construcción de la fraternidad franciscana, el servicio de la autoridad es una pieza clave. La autoridad, tanto para Clara como para Francisco, es, ante todo, seguimiento de Cristo siervo, el Hijo del hombre que vino a servir y no a ser servido (cf. Mt 20,28; Adm 4). Este servicio se expresa siendo artífice de comunión (cf. RCl 4,11-12; CtaM 1-12), en la admonición y en la corrección de los hermanos y hermanas (RCl 10,1; 9,1; 2R 10,1), en la fiel custodia del carisma recibido del Señor (cf. RCl 6,11) y de los hermanos y hermanas que les han sido confiados (RCl 4,9; 1R 4,6), promoviendo la corresponsabilidad y la colaboración (cf. RCl 2,1-2; 4,15-19.22-24).

Dado que la fraternidad implica apertura y reconocimiento de los otros, construir fraternidad significa trabajar para que la colaboración con otras fraternidades sea una hermosa realidad. Esto exige renunciar a la autosuficiencia, cualesquiera que sean los medios de que una fraternidad disponga. Lo cual significa además tener un gran sentido de realismo. Porque ¿cómo puede un hermano creerse tan "rico" que llegue a pensar que no necesita de los demás? El orgullo y la soberbia, que pueden provenir del número de Hermanos y Hermanas o, incluso, de una buena preparación intelectual, son frutos de la carne, nunca del Espíritu. La comunión que abre las puertas a la colaboración es el mejor antídoto contra el cansancio y la falta de esperanza que a veces ronda en nuestros corazones.

La tentación, para los Hermanos Menores, puede significar el "provincialismo", mientras que, para las Hermanas Pobres, puede ser la "autonomía" de que gozan los monasterios, si ésta es pensada y practicada como un cerrarse sobre sí mismas, como una "defensa" frente a "peligros" externos que amenazan ciertas falsas seguridades.

A la luz de lo dicho, cabe preguntarse: ¿Qué imagen de sí mismas ofrecen nuestras fraternidades? ¿Qué significa para nosotros pertenecer a una Orden? ¿Qué sentido de pertenencia a ella tenemos? ¿Qué medios utilizamos para construir fraternidad y para superar los conflictos que surgen en nuestras fraternidades? ¿Cómo vivimos las cualidades requeridas en toda relación humana? ¿Qué ejemplos de perdón y reconciliación podemos ofrecer al mundo de hoy, tan violento y dividido? ¿Qué cambios se nos están pidiendo para lograr una verdadera colaboración entre Provincias y entre monasterios?

Personalmente estoy convencido de que, si mucho es el camino que hemos recorrido en el "terreno", no siempre fácil, de la fraternidad, mucho es el que todavía nos queda por recorrer para alcanzar unas fraternidades que puedan ofrecer a nuestra sociedad el singular testimonio de ser "lugares privilegiados de encuentro con Dios" (CCGG 40) y "hogares" en los que se puede alcanzar "la plena madurez humana, cristiana y religiosa" (CCGG 39).

Uno de los grandes retos que tenemos por delante es el de pasar de una vida en común a una comunión de vida en fraternidad. Para ello, no es suficiente, ni mucho menos, vivir bajo un mismo techo. Tampoco, realizar un mismo trabajo, ni siquiera ser buenos amigos. No somos ni una comuna, ni una empresa, ni un simple grupo de amigos. Somos hermanos y hermanas, formamos "una familia unida en Cristo" (ES II 25), en la que se deberían dar unas relaciones interpersonales verdaderas y armónicas, cordiales y fraternas, animadas por la fe en el Padre en quien todos somos hijos, en el Espíritu que nos une en el respeto a la diversidad, y en el Hijo en el cual somos hermanos. Una fe que nos lleve a amar a todos sin distinción, incluidos los que sufren y, tal vez por ello, hacen sufrir. Una fe que nos anime a esperar en los otros y en la posibilidad de su conversión y crecimiento. Una fe que nos mueva a trabajar sin descanso en la construcción de la fraternidad, aunque ello signifique morir a uno mismo (cf. LG 46).

Francisco es considerado el "hermano universal" y Clara ha sido definida como "fuego de caridad, miel de bondad, lazo de paz y comunión de fraternidad" (BC 10). Ellos han hecho su tarea. Ha sonado la hora de realizar la nuestra. En otras palabras, es hora de aplicarnos a realizar nuestra misión, que consiste en ser parábola viva de una humanidad fraterna y reconciliada y en promover una "espiritualidad de comunión" (NMI 42), ante todo, al interior de nuestras propias fraternidades (cf. VC 51), para luego extenderla a nuestras Provincias y Federaciones, a nuestras respectivas Órdenes, a la Familia Franciscana, a toda la humanidad. "Partiendo el pan de la fraternidad" es como seremos signo, sobre todo con el testimonio de vida, de la nueva humanidad reunida en torno a Jesús resucitado por la potencia del Espíritu.

FORMARNOS PARA FORMAR
Y VIVIR EN FIDELIDAD CREATIVA

Cuanto hemos compartido hasta ahora, supone una gran ductilidad y disponibilidad para dejarse formar y transformar la mente y el corazón a través de un serio y sólido camino formativo que "se inicia con la llamada de Dios y la decisión de cada uno [una] de seguir con San Francisco [y Santa Clara] las huellas de Cristo pobre y crucificado" (RFF 1), un camino que no acaba nunca (cf. VC 65).

Tanto en los Hermanos Menores como en las Hermanas Pobres, la formación ha de ser un proceso dinámico de crecimiento armónico de toda la persona (cf. VC 65) que, bajo la acción del Espíritu Santo, abre su corazón al Evangelio y se compromete a mantener constantemente una actitud de conversión. De este modo, daremos pasos concretos hacia "la progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre" (VC 65).

Entre las muchas características que podríamos señalar de la formación -permanente e inicial- del Hermano Menor y de la Hermana Pobre, quisiera subrayar las siguientes:

a) Ha de ser experiencial. Para ello, la formación debe ahondar sus raíces en la vida de la fraternidad, generar vida y tender a transformar en obras lo que se aprende (cf. Adm 21).

b) Ha de tener una mirada positiva y, a la vez, propositiva sobre el momento presente. La formación debe asumir los desafíos que le presentan el mundo y la historia, leyendo e interpretando, a la luz del Evangelio, los signos de los tiempos (cf. Sdp 6), y armonizando la memoria con la profecía, para transitar un camino fecundo y creativo, inserto en el presente y proféticamente abierto al futuro.

c) Ha de ser una formación de calidad. La calidad de nuestro futuro depende, sin duda alguna, de la calidad que tenga nuestra formación. Si queremos garantizar una cierta estabilidad, tanto en los momentos más difíciles como en los más ordinarios y cotidianos (cf. VC 65.71), hemos de apostar por una formación de calidad, capaz de hacer arraigar en el corazón de los hermanos y de las hermanas los valores humanos, espirituales y carismáticos necesarios (CdC 18). Lo cual, "en una época acelerada como la nuestra", exige tiempo; sobre todo, "tiempo, perseverancia y espera paciente…, porque en realidad la persona se va forjando muy lentamente" (CdC 18). En nuestro caso, la formación de calidad exige, también, privilegiar la experiencia de fe, la comunión de vida en fraternidad y la afectividad.

d) Ha de ser una formación personalizada. Dado que el sujeto en formación es el primer y principal responsable de su propia formación, y puesto que cada persona es una iniciativa irrepetible de Dios, la formación ha de ser personalizada, con el fin de que cada uno asuma responsablemente la dinámica de su crecimiento vocacional. Se impone, por tanto, un proceso formativo personalizado y que ayude a personalizar, atento a lo peculiar de cada persona, aceptando y estimulando su ritmo de crecimiento, acompañando y ayudando a cada hermano y hermana a descubrir y a hacer fructificar cada vez más el don de Dios en su vida.

Formar constituye hoy un desafío que debemos asumir en la alegría y en la esperanza de quien se sabe llamado a continuar la misión de Jesús, el único Maestro. Formarnos, vivir en estado de formación permanente o de conversión, es el gran desafío que nos viene de la fidelidad creativa a nuestra vocación y misión.

CONCLUSIÓN

Queridos hermanos y hermanas, con sencillez os he hecho partícipes de algunas reflexiones sobre los elementos que, desde una lectura atenta de los Escritos de Clara y de Francisco, pienso que son esenciales al carisma franciscano y clariano. No he pretendido ser exhaustivo en esta exposición, ni tan siquiera en la enumeración de dichos elementos. Simplemente he pretendido dejar hablar a Clara y a Francisco a través de sus escritos -razón por la cual abundan las citas- y poner de manifiesto que realmente se trata de "dos almas gemelas".

Al término de la carta, haciendo mías las palabras de Clara a la hermana Inés de Praga, os ruego, queridos hermanos y hermanas, que acojáis "benigna y devotamente" "lo que imperfectamente os he escrito", "viendo en ello, al menos, el afecto [fraterno] que con caridad ardiente siento a diario" por vosotros, queridos hermanos, y por vosotras, amadas en el Señor (4CtaCl 36-37).

Con Clara, os invito a orar: "Doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 3,14) para que, por los méritos de la gloriosa Virgen santa María, su Madre, de nuestro beatísimo padre Francisco, [de nuestra amadísima hermana y madre Clara] y de todos los santos, el mismo Señor que inició en nosotros la obra buena, nos dé también el incremento (cf. 1Cor 3,6-7) y la perseverancia final. Amén" (TestCl 77-78).

Oración a Santa Clara

Clara, corazón derramado,
pon en pie la alegría.

Clara, loca de amor,
ordena la ternura en su sitio.

Clara, de nombre y de vida,
guíanos en la noche.

Clara, vendaval del Espíritu,
disipa nuestros miedos.

Clara, candil sobre la mesa,
únenos en familia.

Clara, la de los ojos limpios,
limpia el polvo de nuestros párpados.

Clara, madre y hermana,
ruega por nosotros.
Ruega por estas manos
que a veces se equivocan.
Ruega por estos ojos
que a veces se cierran.
Ruega por este corazón
que no ama como debiera.

Clara, madre y hermana,
ruega por la paz que nos falta,
por la esperanza que no tenemos,
por la alegría que se apaga.

Clara, madre y hermana,
ruega al Señor para que nos conceda
el don de la fidelidad
y el don de nuevos
hermanos y nuevas hermanas.

Roma, en la Curia General OFM, 11 de agosto de 2004
Fr. José Rodríguez Carballo OFM
Ministro general

Siglas y abreviaturas

Sagrada Escritura:

1Pe

Primera carta de San Pedro.

2Cor

Segunda carta a los Corintios.

2Tim

Segunda carta a Timoteo.

Ef

Carta a los Efesios.

Fil

Carta a los Filipenses.

Gál

Carta a los Gálatas.

Gén

Libro del Génesis.

Hab

Libro del Profeta Habacuc.

Hch

Libro de los Hechos de los Apóstoles.

Jn

Evangelio según San Juan.

Mt

Evangelio según San Mateo.

Rom

Carta a los Romanos.

Sant

Carta del Apóstol Santiago.

Escritos de Santa Clara:

1CtaCl

Primera carta a Inés de Praga.

2CtaCl

Segunda carta a Inés de Praga.

3CtaCl

Tercera carta a Inés de Praga.

4CtaCl

Cuarta carta a Inés de Praga.

5CtaCl

Carta a Ermentrudis de Brujas.

RCl

Regla de Santa Clara.

TestCl

Testamento de Santa Clara.

Escritos de San Francisco:

2CtaF

Segunda carta a los fieles.

1R

Primera Regla de San Francisco.

2R

Segunda Regla de San Francisco.

Adm

Admoniciones.

AlD

Alabanzas al Dios Altísimo.

CtaM

Carta a un Ministro.

CtaO

Carta a la Orden.

FVCl

Forma de vida para Clara y sus hermanas.

Test

Testamento de San Francisco.

TestS

Testamento de Siena.

Otras siglas:

2Cel

Vida segunda de San Francisco, de Tomás de Celano.

BC

Bula de canonización de Santa Clara.

CCGG

Constituciones generales OFM.

CdC

Caminar desde Cristo.

EP

Espejo de perfección.

ES

Ecclesiae Sanctae.

LG

Lumen gentium.

LM

Leyenda mayor, de San Buenaventura.

NMI

Novo millennio ineunte.

Proc

Proceso de canonización de Santa Clara.

RFF

Ratio Formationis Franciscanae OFM.

Sdp

El Señor os dé la paz (Documento del Capítulo general OFM, 2003).

VC

Vita consecrata.

VFC

Vida fraterna en comunidad.

[En Acta Ordinis Fratrum Minorum 123 (2004) 203-216]

.