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DISCÍPULOS DE JESÚS por Miguel Payá Andrés |
. | CAPÍTULO VI LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Nos encontramos ante la cuestión más desconcertante que se haya planteado jamás al espíritu humano y ante la frontera que separa necesariamente la fe de la increencia. Para quien no cree, la resurrección de Jesús es lo totalmente inadmisible. Para quien cree, es el coronamiento de la historia, la confirmación de que la salvación del hombre no es una ilusión, sino una realidad, la victoria decisiva sobre todo mal y todo límite humano. 1. El anuncio de la resurrección Según nos cuentan los evangelios, la resurrección de Jesús encontró a los discípulos en una situación de desánimo y desilusión por el final sin gloria de su Maestro. Se había transformado en tristeza el entusiasmo suscitado por la predicación y los milagros de Jesús. Ciertamente Jesús les había anunciado varias veces que después de su muerte resucitaría (cf. Mc 8,31ss; 9,31ss; 10,34ss). Pero este anuncio no pareció calar en la mente de los discípulos. Su muerte les provocó un dolor tan profundo como para anular toda esperanza. Por eso el Resucitado tuvo que reconquistar su confianza a través de una larga pedagogía de encuentros y de pruebas sobre su nueva realidad: tuvo que hacerse tocar por Tomás (cf. Jn 20,27), caminar (cf. Lc 24,15), comer con ellos (cf. Lc 24,30 y 43; Jn 21,10-12). Y son frecuentes las reprensiones de Jesús resucitado frente al estupor y la incredulidad de sus discípulos: «¡Qué necios y qué torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» (Lc 24,25-26); «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?» (Lc 24,38). Es ejemplar el episodio de los discípulos de Emaús, que se alejan de Jerusalén tristes y desilusionados por el naufragio de sus sueños: «Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto» (Lc 24,19-21). El acontecimiento de la resurrección les resultó, pues, totalmente inesperado. Y fue la luz de la Pascua la que les permitió comprender la verdadera realidad de Jesús. Entonces pasaron de un conocimiento superficial e incompleto a la confesión convencida y el anuncio infatigable, hasta la entrega de la propia vida. La resurrección restituyó a Pedro y a sus compañeros la fe y el entusiasmo por Jesús, convirtiéndoles en difusores tenaces y perseverantes del Evangelio de salvación. A partir de aquel acontecimiento, la Buena Noticia se concentra en un hecho fundamental: Jesús ha resucitado. Así lo vemos en los primeros discursos que encontramos en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 2, 14-39; 3, 13-16; 4, 10- 12). Tiene razón el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma: «La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida por los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio pascual al mismo tiempo que la cruz» (n. 638). Y esta centralidad se observa sobre todo en el escritor más antiguo y prolífico del Nuevo Testamento, el apóstol Pablo. A los fieles de Corinto, que albergaban dudas sobre la realidad de la resurrección, les escribe con gran sinceridad: «Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros» (1 Cor 15,14-15). Y, para demostrar la realidad y la verdad de este hecho, Pablo cita el más antiguo documento de la fe cristiana, escrito alrededor del año 40 (¡sólo diez años después de la muerte y resurrección de Jesús!): «Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día, según la Escrituras; que se apareció a Cefas y, más tarde, a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí» (1 Cor 15, 5-8). El apóstol emplea aquí los verbos «fue visto», «apareció», que se refieren a percepciones reales y externas al sujeto, no a sueños o visiones subjetivas. Y hace un elenco de testimonios del Resucitado, escogidos entre los más autorizados. 2. ¿En qué consistió la resurrección? En el Nuevo Testamento, el acontecimiento de la resurrección se expresa con varias palabras: exaltación, glorificación, ascensión, señorío cósmico, entrada en el santuario del cielo, presencia Pero se prefiere el término «resurrección» porque es el más claro y completo para indicar que el que había muerto ha vuelto a la vida. Para comprender lo que sucedió, vale la pena ver primero lo que no es la resurrección:
Entonces, ¿qué pasó exactamente? Hay que decir, ante todo, que los evangelios no nos describen el hecho mismo, el momento de la resurrección, sino sus consecuencias: que el sepulcro ha quedado vacío y que los discípulos vuelven a ver al mismo Jesús de antes, incluso con las llagas de su pasión en el cuerpo; pero con un cuerpo que, siendo el mismo, está en una situación diferente. Esta situación diferente queda resaltada por el hecho de que Jesús puede entrar en una sala estando las puertas cerradas (cf. Jn 20,19 y 26). Y sobre todo porque no es reconocible a primera vista. No es la Magdalena o los discípulos los que lo reconocen, sino que es Jesús quien les concede la gracia de dejarse ver y reconocer (cf. Jn 20,14-16; 21,4-7). San Pablo, que es quien más ha reflexionado sobre este asunto, explica que lo que ha ocurrido es una transformación gloriosa del cuerpo de Jesús, que, al ser traspasado por el soplo vital del Espíritu creador, ha sido transformado de corruptible en incorruptible, de débil en fuerte, de mortal en inmortal (cf. 1 Cor 15,35-58). Es decir, el cuerpo de Jesús, aun manteniendo su identidad y realidad humana, fue capacitado para vivir eternamente en Dios. Porque lo que realmente sucede después de su muerte es que el Hijo de Dios vuelve a entrar en la comunidad de amor del Padre pero ya con su humanidad resucitada. El Verbo que estaba desde siempre junto al Padre, se encarnó tomando una humanidad como la nuestra. Ahora vuelve al seno de la Trinidad, pero como Dios y hombre para siempre. 3. ¿Qué significa la resurrección de Jesús para nosotros? Dice San Pablo: «Si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás» (Rom 10,9). Por tanto, la resurrección no sólo tiene consecuencias para la persona de Jesús, sino también para nosotros. ¿Cuáles son estas consecuencias?
A la vista de la importancia central de la resurrección de Jesús para nuestra vida, cabría hacer una última observación. La espiritualidad y la piedad cristiana tradicional ha insistido mucho en el acompañamiento del Jesús sufriente. Así se explica la importancia que tiene la Semana Santa y venerables prácticas piadosas como el «Vía crucis». Y esto ha quedado plasmado en la iconografía: Cristo crucificado es la imagen más frecuente en templos, casas y hasta en caminos. ¿Seguimos con igual intensidad a Cristo glorificado? San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, junto al «Vía crucis» (Camino de la cruz), propone un «Vía lucis» (Camino de la luz), es decir, una contemplación de catorce apariciones del Resucitado. ¿No necesitaríamos los cristianos actuales insistir más en la espiritualidad pascual, ser más expertos en el canto de la Pascua, que es el canto a la vida, al triunfo definitivo de todo lo que es vida? |
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