![]() |
|
![]() |
UNGIDOS POR EL ESPÍRITU por Miguel Payá Andrés |
. | INTRODUCCION El pasado curso nos dedicamos a conocer a Jesús su persona, su historia, su obra, su mensaje y a descubrir también las exigencias que suponía ser discípulos suyos [véase el tema Discípulos de Jesús]. Pero, al final, caímos en la cuenta de que la presencia de Jesús Resucitado entre nosotros, se produce y revela solamente gracias a otra presencia oculta y discreta, pero determinante, la del Espíritu Santo. Y es que el misterio inefable de Dios, que se revela en Jesús, sólo llega a ser experiencia para el creyente por la acción del Espíritu Santo. Es a través de él como Dios, invisible, inefable e incognoscible, se acerca al hombre y llega a ser Dios-con-nosotros. Lo dice San Pablo: «Como está escrito: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu, y el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios. Pues, ¿qué hombre conoce lo que en el hombre hay, sino el espíritu del hombre, que está en él? Así también las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios» (1 Cor 2,9-11). Por tanto, conocer al Espíritu Santo es entrar en las profundidades de Dios. Pero también penetrar en el misterio de nuestra vida personal y comunitaria, como partícipes de la vida divina. Y éste va a ser el gran tema que nos va a ocupar aquí y ahora. Conviene prevenir algunas dificultades que vamos a encontrar en nuestra reflexión. El tema del Espíritu Santo nos puede resultar, al menos al principio, un poco más difícil de digerir que el de Jesús. Ante todo, porque lo conocemos menos: el Espíritu suele ser para muchos cristianos el gran desconocido. Y esta ignorancia no se debe solamente a deficiencias en la formación cristiana que hemos recibido, cosa que es verdad en muchos casos, sino también a otros motivos. El principal es que el Espíritu no tiene un rostro humano, porque no se ha encarnado como el Hijo de Dios; y por eso sólo podemos intuir su realidad a través de imágenes y símbolos. Pero es que, además, el Espíritu no se presenta nunca como protagonista, no habla de sí mismo, sino que se refiere siempre a la palabra y a la obra de Jesús, que él nos hace comprender y asimilar. Sin embargo, vale la pena arrostrar estas dificultades, porque el Espíritu es el auténtico «tesoro escondido», el secreto último de nuestra vida y de nuestra felicidad. Las ocho catequesis que presentamos están divididas en dos partes perfectamente diferenciadas. La primera está dedicada a mostrarnos cómo se ha ido manifestando el Espíritu Santo en la historia de la salvación. Y la segunda nos hace descubrir la acción del Espíritu en las áreas más importantes de nuestra vida: la Palabra de Dios, los sacramentos, la Iglesia, nuestra vida personal y el matrimonio. Y una última palabra sobre la presentación de este folleto. Este año no podemos ofrecer iconos del Espíritu Santo, sencillamente porque no existen. El Espíritu no tiene iconos porque, como ya hemos recordado, no tiene rostro humano, no se ha encarnado. Por eso hemos optado por recurrir a los símbolos, como hace la Sagrada Escritura. En la cabecera de cada capítulo aparece una fotografía que hace referencia a una de las muchas imágenes, las principales, con que el Espíritu mismo ha querido dársenos a conocer. Y cada símbolo es ilustrado por un pequeño texto. Miguel Payá Andrés |
. |
|