DIRECTORIO FRANCISCANO
Temas de estudio y meditación

VOCACIÓN FRANCISCANA

por Lázaro Iriarte, o.f.m.cap.


Capítulo 17:
PRESENCIA Y ACCIÓN MISIONERA[1]

La historia de la misión cristiana es deudora a Francisco de Asís no sólo por haber sido el primer fundador que incluyó en la Regla un capítulo especial sobre las expediciones a tierras de infieles, sino porque abrió una era nueva a la evangelización universal.

En la alta Edad Media los pueblos de Europa habían sido evangelizados y civilizados por los monjes mediante el monasterio y desde el monasterio. Aquella labor de integración cristiana había dado como resultado la Christianitas, ciudad de Dios en la tierra, que se configuraba como un todo compacto, social y religioso, a favor de la estructura feudal y bajo la autoridad unificante del reino y del sacerdocio, emperador y papa. Al interior de la Cristiandad no cabía nadie que no profesara la fe católica; la herejía era un atentado contra la base misma de esa sociedad. Fuera de las fronteras de la Cristiandad estaban los infieles; convertir era sinónimo de conquistar. Entre los infieles, extendidos a las puertas mismas de Europa como una amenaza constante, se hallaban los sarracenos, otro bloque social y religioso. La Cruz y la Media Luna eran las enseñas de dos mundos que se excluían recíprocamente.

Cuando Francisco hace su aparición con su programa de paz, la idea de la Cristiandad ha llegado a su formulación culminante bajo el papa Inocencio III; más de un siglo de cruzada ha servido para dar cohesión a los dos bloques, enconándolos en su antagonismo, pero también para hacerlos conocerse mutuamente. Y Francisco capta en el sentir del pueblo cristiano, sobre todo en aquel nuevo pueblo de comerciantes y artesanos, que tiene que haber otro lenguaje que no sea el de las armas entre gentes que creen en el Dios Altísimo. Comenzaba, en efecto, a perder popularidad la cruzada militar.

SIGNIFICADO DE LOS VIAJES DE FRANCISCO

Sorprende la rapidez con que Francisco fue adquiriendo conciencia del destino de la fraternidad en un radio de acción cada vez más universal. El hecho de haber descubierto su vocación evangélica a la lectura de la página de la misión, le hizo ver cada vez más el mundo entero como el campo de la vida y del mensaje de los hermanos menores, «salidos del mundo» y aligerados de los bienes de la tierra precisamente para «ir por el mundo» o, como escribirá al final de su vida en la carta a la Orden, «enviados al mundo entero para dar testimonio, de palabra y de obra, de la voz de Dios» ante todos los hombres (CtaO 9).

Debió de ser a fines de 1212 cuando el fundador intentó por primera vez encaminarse al Oriente, cuando la fraternidad contaba tres años de existencia. El viaje fracasó. Siguió otro intento, al año siguiente, por la vía de Occidente, para ver de acercarse a los moros de España, recién derrotados por los príncipes cristianos en la importante batalla de las Navas de Tolosa. Nuevo fracaso: enfermó y hubo de regresar a Italia (1 Cel 55-56).

Por fin, en 1219, Francisco logró que la fraternidad, reunida en capítulo, programara en serio la evangelización de los infieles. Se formaron cuatro grupos de misioneros; tres de ellos tenían como destino llevar el mensaje de paz a los tres frente donde entonces se localizaba la contienda de cristianos y musulmanes: uno tomaría la ruta de Marruecos a través de España; el otro, dirigido por Elías, se dirigiría a Siria; y el tercero, bajo la guía personal de Francisco, atravesaría el mar hacia Egipto, donde el ejército cristiano tenía sitiada Damietta. El cuarto grupo, dirigido por el hermano Gil, tenía como objetivo el centro mercantil de Túnez.

Puede afirmarse que ningún hecho de la vida del santo está tan abundantemente documentado ni tan objetivamente atestiguado como la visita al sultán Melek-el-Kamel. Además de Celano, Jordán de Giano y san Buenaventura, que tuvo como informador a fray Iluminado, compañero de viaje de Francisco en esa ocasión, han dejado relatos particularizados dos testigos presenciales extraños a la Orden: el obispo Jacobo de Vitry y el cronista Ernoul.[2]

Para comprender el sentido de los viajes misioneros de Francisco, en especial su encuentro con el Sultán, hay que prescindir tanto de la interpretación dada por los biógrafos de la Orden, que lo presentan como un fracaso, ya que el santo no logró ni convertir al soberano musulmán ni conseguir el martirio, como asimismo de la interpretación en clave de cruzada, presente en las otras fuentes; hay que dejar de lado, además, los complementos legendarios. Y lo que queda es la sucesión de los hechos en sí mismos.[3]

Fiel a su consigna minorítica de no prevalerse de recomendaciones ni de cartas de protección, Francisco no va entre los infieles en nombre de nadie, no lleva embajada alguna ni de papa ni de rey. El cardenal Pelagio, que acababa de llegar como legado del papa con un ejército de refuerzo, lejos de apoyarle en su intento, le encareció que tuviera cuidado de no comprometer los intereses de la Cristiandad. Va él mismo, como hombre, como cristiano. «¡Soy cristiano, llevadme a vuestro Señor!», dice a los soldados del sultán cuando le echan mano. Y se presenta ante el soberano como ante un hombre, que tiene otra fe, sin tener en cuenta que se trata del jefe del otro bloque enemigo, sin acomplejarse ante el fausto oriental de que se halla rodeado; y entabla el diálogo de hombre a hombre, persuadido de que el sultán, como cualquier otro hombre, busca con rectitud el camino de la salvación.

Todas las fuentes concuerdan en el éxito fundamental de la visita: Francisco se ganó la simpatía y el afecto del sultán. Jacobo de Vitry añade que, al despedirle con todos los honores, le dijo: «Ruega por mí, para que Dios se digne revelarme la ley y la fe que más le agrada».[4]

Francisco no regresó a Italia con la impresión de que su aventura inaudita hubiera sido un fracaso. Queda, ante todo, el valor simbólico del hecho en sí mismo, como testimonio profético de reconciliación y de paz. El verdadero éxito fue el haber sintonizado espiritualmente con ese jefe musulmán que, como atestiguan las fuentes cristianas, «era de condición suave y pacifica». A una crónica árabe debemos la noticia de que Melek-el-Kamel experimentó un fuerte cambio en sus sentimientos, bajo el influjo de un monje de gran santidad por nombre Fakr-el-Din Farisi (no es difícil ver en este nombre una deformación de Francesco d'Assisi).[5] Las negociaciones entabladas entre el sultán y el rey de Jerusalén Juan de Brienne, jefe militar de los cruzados, pudieron ser otro de los resultados del viaje de Francisco. Este rey se hizo más tarde hermano menor.[6]

Al regreso, Francisco trajo consigo, además de la gracia de una nueva dolencia -el tracoma en los ojos que lo atormentaría hasta la muerte-, el descubrimiento de valores religiosos entre los seguidores de Mahoma. Había cosas que podían servir de modelo a los cristianos, por ejemplo aquel postrarse en adoración varias veces al día a la voz del muecín desde lo alto de los alminares. En efecto, se hizo promotor, entre los gobernantes, de la práctica de invitar a todo el pueblo cristiano, en horas determinadas, a son de campana o por medio de pregón, a tributar alabanzas a Dios (CtaA 7-8; 1CtaCus 8).

EL CAPÍTULO DE LA REGLA
SOBRE LAS MISIONES

El capítulo dieciséis de la Regla no bulada, añadido por el fundador en la redacción de 1221, puede considerarse como el resultado de las cuatro experiencias misioneras enumeradas. Cada una aportó lecciones útiles para el futuro. El grupo llegado a Túnez fue obligado a reembarcar inmediatamente por los mismos cristianos de la alfóndega, que no querían tener problemas con los musulmanes.[7] Los cinco destinados a Marruecos, en su afán de conseguir el martirio, apenas llegados a Sevilla comenzaron a despreciar el culto islámico y a insultar a Mahoma; fueron maltratados y encarcelados, pero lograron ser encaminados a la capital de Marruecos, cuyo soberano Abu-Yacub, Emir-el-Mumenim, finalmente los hizo decapitar el 16 de enero de 1220. Al tener noticia Francisco de su martirio, exclamó: «¡Ahora puedo decir con verdad que tengo cinco verdaderos hermanos menores!» Pero luego desaprobó el relato del martirio, a motivo de los elogios que en él se hacían de su persona.[8] La misión de Siria echó raíces sin dificultad en las tierras controladas por los cruzados; los misioneros no tardarían en entablar el diálogo ecuménico con las Iglesias orientales con buenos resultados.

Además de la propia experiencia de su viaje a Oriente, Francisco tuvo en cuenta la de sus compañeros, más bien negativa. En efecto, Jacobo de Vitry refiere que, mientras el santo era objeto de las atenciones del sultán, otros hermanos menores predicaban a los sarracenos en la zona ocupada por los cruzados: «Los sarracenos suelen escuchar gustosamente la predicación de los hermanos menores cuando se limitan a exponer la fe de Cristo y la doctrina del Evangelio; pero desde el punto en que en su predicación condenan abiertamente a Mahoma como a mentiroso y pérfido, esto ya no lo soportan, y los azotan sin piedad...».[9]

Todo esto sirvió al fundador para precisar en la Regla la finalidad de la misión, el sentido de la vocación misionera y la metodología pastoral que debía seguirse con los infieles.

1. La misión en sentido franciscano.- El capítulo dieciséis de la Regla primera ha sido colocado a continuación de las normas que indican a los hermanos «cómo deben ir por el mundo». En la mente del fundador, efectivamente, la misión de ir entre los sarracenos y otros infieles entra en la lógica del destino general de los hermanos menores, enviados a todos los hombres.

2. La vocación misionera.- Al igual que la común vocación evangélica, también la gracia de ir entre los infieles procede de inspiración divina, como se dice en la Regla bulada; se trata de un llamamiento especial, que da al hermano un verdadero derecho a realizarlo, de tal manera que al ministro solamente incumbe verificar si el candidato es «idóneo para ser enviado»; en caso afirmativo, no puede negarle el permiso. Francisco «consideraba máxima obediencia, y en la que nada tendrían la carne y la sangre, aquella en la que por divina inspiración se va entre los infieles, sea para ganar al prójimo, sea por deseo de martirio. Estimaba muy acepto a Dios pedir esta obediencia» (2 Cel 152).

3. Medio fundamental, el testimonio cristiano.- Francisco establece dos tiempos en la metodología misionera de los hermanos.

Ante todo, en ambos momentos, se trata de vivir espiritualmente entre ellos. Conocemos ya el sentido del adverbio «espiritualmente» en la terminología del santo; es la aplicación concreta de la opción fundamental de «vivir entre los hombres» (véase el capítulo 14).

El primer tiempo no es otra cosa en realidad sino la reafirmación de la consigna dada en las dos reglas sobre el modo de ir minoríticamente por el mundo: «no litigar, no trabarse en discusiones, no juzgar a los demás, sino más bien ser mansos, pacíficos y modestos, apacibles y humildes...» (2 R 3,10-11).

Dice, pues, a los misioneros: «Un modo consiste en que no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos» (1 R 16,6).

El verdadero hombre del Evangelio no polemiza, no trata de convencer a nadie de su error, menos aún de despreciar o censurar las creencias, la cultura, los usos del pueblo que lo acoge. Se adapta también a las instituciones sociales que halla (es el sentido exegético del texto bíblico citado).

Es posible que fuera el mismo fundador quien se interesó por obtener del papa, en marzo de 1226, en favor de los hermanos de Marruecos -donde su presencia se había consolidado ya gracias a la metodología enseñada por él-, una bula en virtud de la cual se les autorizaba a ir sin el hábito religioso y sin la tonsura clerical, a dejarse crecer la barba según el uso árabe y a recibir y usar dinero.[10] Se había tomado muy en serio el criterio de adaptación social para mejor «vivir espiritualmente» entre los musulmanes.

4. En el momento oportuno, el anuncio de la palabra.- «El otro modo consiste en que, cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios, para que crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y se hagan cristianos...» (1 R 16,7).

La presencia profética del misionero preparará el terreno a la Palabra. No ha de ser la impaciencia humana la que indique el momento en que debe comenzar la evangelización directa, sino los intereses de Dios. El mismo contenido de la predicación dependerá del grado de esa preparación del clima humano, así cultural como espiritual: «Estas y otras cosas que agraden al Señor, pueden decirles a ellos y a otros, porque dice el Señor en el Evangelio: Todo aquel que me confiese ante los hombres, también yo lo confesaré ante mi Padre que está en los cielos (Mt 10,32). Y: El que se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su majestad y en la majestad del Padre y de los ángeles (cf. Lc 9,26)» (1 R 16, 8-9).

5. Disposición martirial.- En las antiguas fuentes franciscanas la vocación misionera es vista exclusivamente como vocación al martirio, y se atribuye a Francisco esa misma finalidad en sus viajes hacia los sarracenos. El texto de la Regla desmiente una tal concepción. Con todo, en la situación de entonces, no era mera hipótesis la oportunidad de dar la vida al ir entre los infieles. Tanto el texto bíblico introductorio como, sobre todo, los que se añaden al final del capítulo dieciséis, tienen un sentido eminentemente martirial.

Pero Francisco considera semejante disposición como una actitud que debe ser común a todos los hermanos, no sólo a los misioneros: «Y todos los hermanos, dondequiera que estén, recuerden que ellos se dieron y que cedieron sus cuerpos al Señor Jesucristo. Y por su amor deben exponerse a los enemigos, tanto visibles como invisibles; porque dice el Señor: El que pierda su alma por mi causa, la salvará (cf. Lc 9,24) para la vida eterna (Mt 25,46)» (1 R 16,10-11). Más tarde escribirá san Buenaventura: «Los que piden ser recibidos en nuestra Orden, han de venir dispuestos para el martirio».[11]

Clara y sus hermanas de San Damián siguieron con ansiedad y emoción la grande aventura de las cuatro expediciones de los hermanos rumbo a los sarracenos, de modo especial el viaje de Francisco, hasta que su regreso las llenó de alegría. La santa hubiera querido apagar su ardor en el amor de Jesucristo yendo también ella a ofrendar su vida por Él. «La dicha madonna Clara tenía tal fervor de espíritu, que a gusto deseaba soportar el martirio por amor del Señor. Y lo demostró cuando, al enterarse de que en Marruecos habían sido martirizados algunos frailes, dijo que quería ir allí; y la testigo había llorado por este motivo. Esto ocurrió antes de que ella enfermase» (Proc 6,6). Fue una jornada de gran emoción en San Damián. Clara se hallaba entonces en el vigor de sus veintiséis años. De manera semejante dice otra testigo: «Entre las hermanas era Clara la más humilde de todas, y tenía tal fervor de espíritu, que de buen grado, por el amor de Dios, hubiese soportado el martirio en defensa de la fe y de su Orden. Y antes de caer enferma deseó marchar a Marruecos, donde, según se decía, habían padecido el martirio algunos frailes» (Proc 7,2; cf. 12,6).

* * *

Ha quedado atrás el tiempo de la Christianitas. Sería anacrónico seguir dividiendo a los hombres en «mundo cristiano» y «mundo infiel»; la Iglesia es ya, aun en su realidad geográfica y cultural, verdadero «misterio universal de salvación». Donde existe, es la Iglesia misionera. No tiene sentido ni siquiera hablar de «misiones extranjeras». Francisco de Asís nos ayuda a recobrar la conciencia de la universalidad de la misión, o sea el mensaje de conversión dirigido a todos, cristianos y no cristianos, «a todos los que quieren servir al Señor Dios dentro de la santa Iglesia católica y apostólica, y a todos los órdenes... y a todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas, y a todas las naciones y todos los hombres en cualquier lugar de la tierra, que son y que serán» (1 R 23,7).

La estrategia de Francisco de confiar el resultado, antes que nada, al testimonio de una vida cristiana sincera entre los infieles, preparando así el terreno a la promulgación del Evangelio y a la implantación de la Iglesia, encaja perfectamente en la doctrina trazada por el Vaticano II en el decreto Ad gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia.

NOTAS:

[1] J. Micó, La evangelización entre los infieles, en Selecciones de Franciscanismo, vol. 21. núm. 63 (1992) 329-352, con bibliografía; L. Iriarte, La vocación misionera en la Orden franciscana, en España Misionera 5 (1948) 18-26; L. Iriarte, Espiritualidad misionera franciscana, en Cuadernos Franciscanos 11 (1978) 152-157; Pedro de Anasagasti, El alma misionera de san Francisco, Roma 1955; P. de Anasagasti, Francisco de Asís busca al hombre. Vocación y metodología misioneras franciscanas, Bilbao 1964; P. de Anasagasti, Liberación en san Francisco de Asís. Peculiar metodología misionera franciscana en el siglo XIII, Aránzazu 1976; P. de Anasagasti, La vocación misionera de santa Clara de Asís y de su Orden, Bilbao 1977; K. Esser, La preocupación misionera de san Francisco, en Selecciones de Franciscanismo, vol. 8, núm. 22 (1979) 95-102; G. Basetti-Sani, L'Islam e Francesco d'Assisi, Florencia 1975; G. Basetti-Sani, Ecumenismo e riforma, en DF, 453-470; G. Basetti-Sani, Saraceni, en DF, 1647-1672; J. R. H. Hoorman, Ecumenismo e san Francesco, en DF, 471-480; A. Blasucci, Martirio, en DF, 953-966; F. Margiotti, Missione, en DF, 1007-1022; G. Spiteris, Francesco d'Assisi profeta dell'incontro tra Occidente e Oriente, en AA. VV., Francescanesimo e profezia, Roma 1985, 453-493.

[2] 1 Cel 57; LM 9,7-8; LP 77; Flor 24; Jacobo de Vitry, Carta 2 y también Historia Orientalis; Ernoul, Chronica, 2-4; cf. textos en J. A. Guerra (ed.), San Francisco de Asís. Escritos..., Madrid, BAC-399, 19997, pp. 964-970.

[3] Cf. F. De Beer, François, que disait-on de toi? París 1977.

[4] Historia Orientalis; véase también Carta 2; cf. textos en J. A. Guerra (ed.), San Francisco de Asís. Escritos..., Madrid, BAC-399, 19997, pp. 964-968.

[5] M. Roncaglia, Fonte arabo-musulmana su san Francesco in Oriente, en Studi Francescani 55 (1958) 258-259.

[6] Cf. F. De Beer, François, que disait-on de toi? París 1977, 81-83.

[7] Vita fratris Aegidii, II, en Chronica XXIV Generalium, AF III, 78.

[8] Passio sanctorum martyrum Berardi..., en AF III, App. I, 579-586. Jordán de Giano, Crónica, 7-8.

[9] Historia Orientalis; véase el texto en J. A. Guerra (ed.), San Francisco de Asís. Escritos..., Madrid, BAC-399, 19997, p. 967.

[10] Bullarium Franciscanum I, 24-25.

[11] Expositio super Regulam, 2, en Opera omnia, VIII, 938. Cf. L. Iriarte, El martirio, meta del seguimiento de Cristo según san Buenaventura, en San Bonaventura Maestro di vita francescana e di sapienza cristiana, III, Roma 1976, 335-349.

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