DIRECTORIO FRANCISCANO
Temas de estudio y meditación

FRANCISCO, MAESTRO DE ORACIÓN
Comentario a las oraciones de san Francisco

por Leonardo Lehmann, OFMCap

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Capítulo V
PREPARACIÓN PARA LA CELEBRACIÓN
DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

Las «Alabanzas que se han de decir en todas las horas» (AlHor)

[Einstimmung ins Stundengebet, en Franziskus, Meister des Gebets, Werl/Westf., Dietrich-Coelde-Verlag, 1989, 74-89].

Las Alabanzas que se han de decir en todas las horas (AlHor) son como una prolongación y desarrollo de la Exhortación a la alabanza de Dios (ExhAlD) de san Francisco.[1] Ambas oraciones son muy parecidas, tanto por su contenido como por su forma. Brotan de las mismas fuentes: la Biblia y la liturgia. Tienen idéntico tema: alabar a Dios. Pero mientras la ExhAlD es una composición espontánea, menos elaborada y no pensada para su recitación comunitaria, las AlHor son un escrito concebido, meditado y elaborado como oración coral-responsorial. Las AlHor, en efecto, se recitaban como preparación espiritual para la celebración del oficio divino.

EL INVITATORIO FRANCISCANO

El manuscrito más antiguo en el que puede encontrarse la mayoría de los Escritos de Francisco, el Códice 338 de Asís, nos ha transmitido también las Alabanzas que se han de decir en todas las horas. Este antiguo manuscrito del siglo XIII contiene, además del texto de las AlHor, una rúbrica muy reveladora, que nos brinda información sobre la finalidad de esta lauda, sobre las veces que Francisco la recitaba y sobre los rezos diarios del santo de Asís. Según ella, Francisco recitaba diariamente, además de las ocho horas del oficio divino (y el oficio de difuntos los días laborables), el oficio parvo de la Virgen María. Antes de cada una de las horas del oficio divino y antes del oficio parvo, Francisco rezaba también las Alabanzas objeto del presente estudio. Dice dicha rúbrica:

«Comienzan las alabanzas que compuso nuestro beatísimo padre Francisco y que las decía en todas las horas del día y de la noche y antes del oficio de la bienaventurada Virgen María, comenzando así: Santísimo Padre nuestro que estás en los cielos, etc., con el Gloria. A continuación díganse las alabanzas».

De manera parecida suena la rúbrica en los otros manuscritos, casi todos más recientes. Había, pues, por norma, una larga serie de oraciones. El oficio divino, la oración de la Iglesia, estaba enramado con una sucesión de oraciones no oficiales pero que, sin embargo, no son en su conjunto expresión de una devoción de tipo privado, sino que manan de la liturgia. Por ello, más que de sofocación de la liturgia con una devoción privada excesiva, en el presente caso puede hablarse de una ampliación de la liturgia eclesial.

Así pues, antes de cada hora canónica Francisco rezaba el Padrenuestro, al que anteponía su típica adición «Santísimo», la doxología breve («Gloria al Padre...») y, por último, las Alabanzas que se han de decir en todas las horas. Se trata de una preparación en tres fases. La tercera, las AlHor, es, por su amplitud, solemnidad y contenido, el culmen de las tres. Por su forma responsorial, las AlHor son un preludio, una introducción a las horas del oficio divino. Son el invitatorio franciscano.

FRANCISCO, AUTOR DE LAS «AlHor»

Al igual que la ExhAlD, las Alabanzas que se han de decir en todas las horas están compuestas con citas tomadas de la Biblia y de la liturgia y con añadidos personales (los reproducimos aquí en cursiva). La mayor parte del texto son palabras de la Biblia tal como las empleaba la liturgia. De vez en cuando Francisco cambia ligeramente estas palabras o añade alguna propia. Las citas describen un arco que empieza en el antiguo Testamento y concluye en el último libro del nuevo Testamento. La fuente principal la constituyen los himnos del Apocalipsis y, en segundo lugar, el Cántico de los tres jóvenes (Dan 3,51-90); en el v. 7 resuena también el salmo 68,35. El v. 4 y el estribillo están tomados de los laudes del domingo; en este caso Francisco sólo añade la partícula «y». La repetición del estribillo indica que Francisco considera las AlHor como un canto u oración responsorial. En todo caso, el estribillo es una peculiaridad característica de esta lauda.

Prescindiendo del v. 11, las AlHor son un mosaico de textos bíblico-litúrgicos. Pero precisamente esto pone de manifiesto cómo Francisco conoce dichos textos, cómo los ha hecho suyos propios y cómo los utiliza. Ora con palabras de la sagrada Escritura, tal y como la liturgia las emplea. Su técnica personal reside en el modo de elegirlas, acoplarlas, acortarlas o ampliarlas.

Así lo indican claramente los manuscritos latinos, cuya rúbrica afirma: « Comienzan las alabanzas que compuso (ordinavit)... nuestro beatísimo padre Francisco». Francisco no es original en todos los puntos de su composición, para la que se sirve de lo previamente conocido. No obstante, debe ser reconocido como autor de las AlHor. Su manera de acoplar los textos bíblicos, sus añadidos personales, incluso algunas simples palabras aisladas están delatando la pluma y la firma del Poverello.

No puede precisarse la fecha exacta de la composición de las AlHor. Pero dado que formaban parte del rezo diario del oficio divino, podemos situar su origen antes de la redacción de la Regla de 1221, en la que aparecen normas, más o menos estrictas, sobre cómo deben los hermanos rezar el oficio divino. Tal vez la Regla no bulada aluda a las Alabanzas que se han de decir en todas las horas cuando dice: «Por esto, todos los hermanos, clérigos y laicos, cumplan con el oficio divino, las alabanzas ( laudes) y las oraciones según deben» (1 R 3,3).

TEXTO DE LAS «ALABANZAS
QUE SE HAN DE DECIR EN TODAS LAS HORAS»

Como las AlHor tienen una estructura peculiar, vamos a reproducir aquí su texto dividiéndolo en tres «estrofas» (A, B y C).

Estrofa A

1. Santo, santo, santo Señor Dios omnipotente, el que es y el que era y el que ha de venir (cf. Ap 4,8).
[Versículo responsorial: V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).
2. Digno eres, Señor Dios nuestro, de recibir la alabanza, la gloria y el honor y la bendición (cf. Ap 4,11).
[V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).
3. Digno es el cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poderío y divinidad y sabiduría y fortaleza y honor y gloria y bendición (Ap 5,12).
[V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).
4. Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo (Cántico de los laudes del domingo).
[V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).

Estrofa B

5. Bendecid todas las obras del Señor al Señor (Dan 3,57).
[V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).
6. Decid alabanza a nuestro Dios, todos sus siervos y los que teméis a Dios, pequeños y grandes (cf. Ap 19,5).
[V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).
7. Alábenlo al glorioso los cielos y la tierra (cf. Sal 68,35; Salterio Romano).
[V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).
8. Y toda criatura, que hay en el cielo y sobre la tierra y las que hay bajo la tierra y el mar y las que hay en él (cf. Ap 5,13).
[V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).
9. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
[V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).
10. Como era en un principio y ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
[V. R.] Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).

Estrofa C

11. Oración: Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios,
todo bien, sumo bien, total bien,
que eres el solo bueno (cf. Lc 18,19);
a ti ofrezcamos toda alabanza, toda gloria,
toda gracia, todo honor,
toda bendición y todos los bienes.
Hágase. Hágase. Amén.

ESTRUCTURA DE LAS «AlHor»

Tres estrofas...

Hemos dividido la oración en tres partes: A, B y C. La parte A presenta enunciados sobre Dios y el Cordero de Dios. Dios es santo, es digno de recibir alabanza. Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado. Esta parte concluye con un canto de alabanza a la Trinidad.

En la parte B, lo que aparece en primer lugar no son enunciados («es»), sino llamadas: bendecid, decid alabanza, alábenlo... Esta segunda parte desemboca también en un homenaje a la Trinidad.

Por último, la parte C se diferencia considerablemente de las anteriores por su forma y por su solemnidad. En lugar de contener nuevos enunciados o llamadas, la parte C es una sola frase, muy amplia; mejor dicho, es una serie de superlativos y atributos concatenados: elogios, honores, alabanzas, júbilo, dirigidos a Dios, que ocupa el centro ideológico, y también material, de la frase. En torno a Dios van girando todas las palabras, en parte repetidas y en parte nuevas.

Las AlHor, por tanto, se despliegan en tres fases, coincidentes con las tres partes en que hemos dividido la oración y que podemos denominar estrofas. Esta estructura ternaria puede advertirse también en el v. 1, cuya subdivisión evidencia inmediatamente una triple estructura ternaria:

Santo santo santo
Señor Dios omnipotente
el que es el que era el que ha de venir.

Como salta a la vista, el v. 1 tiene una triple estructura ternaria: en sentido vertical; en sentido horizontal; y en sentido temporal: el que es, el que era, el que ha de venir. Es una estructura de tres por tres.

La estructura ternaria con que empiezan las AlHor tiene su contrapunto en el v. 11, con el que concluye la oración. El v. 11 no es tan fácilmente divisible. Contiene todas las alabanzas aparecidas en los versículos precedentes. En él confluyen simultáneamente, como en un mar, todas las corrientes de alabanza.

... en honor de la Trinidad

Tras la construcción en tres estrofas podemos captar un sentido más profundo. Las AlHor empiezan con el triple «santo» de los serafines y despliegan a continuación, en tres escenas, la alabanza a Dios. Al final de la primera (v. 4) se nombra expresamente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, del mismo modo que la estrofa segunda concluye con el «Gloria al Padre...» (vv. 9-10). La doxología breve resuena también después del «Padrenuestro» que antecede a las AlHor, como indica la rúbrica. Es decir, las AlHor contienen una triple alabanza explícita a las tres divinas personas: al principio de la oración y en los dos momentos culminantes y conclusivos de las escenas A y B.

En los otros Escritos de Francisco leemos muchísimas veces cómo adora y cómo invita a adorar al «Señor Dios omnipotente en Trinidad y Unidad, Padre, e Hijo y Espíritu Santo» (1 R 21,2). Un ejemplo de ello lo teníamos en su ExhAlD. Las Alabanzas que se han de decir en todas las horas nos ofrecen otro más. La devoción de Francisco a la santísima Trinidad, la orientación trinitaria de su oración llega en el presente caso a reflejarse incluso externamente en la construcción literaria: la estructuración, fácilmente perceptible, de las AlHor en tres fases es un signo de la devoción del Santo de Asís a la santísima Trinidad.

COMENTARIO DEL TEXTO: LAS «AlHor»,
LITURGIA CÓSMICA EN HONOR DE LA TRINIDAD

ESCENA A: LA IGLESIA PEREGRINANTE Y LA IGLESIA TRIUNFANTE, UNIDAS EN LA ALABANZA DIVINA

Para comprender en su pleno sentido las citas bíblicas utilizadas por Francisco, veamos el contexto bíblico de donde proceden. ¿Quién es, por ejemplo, el que proclama el triple «Santo, santo, santo...» en el Apocalipsis? Si formulamos estas preguntas, encontramos una multitud de actores. Es verdad que en las AlHor no se les cita expresamente, pero están, valga la expresión, entre bastidores. Francisco y los que rezan las AlHor son sus portavoces, asumen el papel de distintos personajes bíblicos.

V. 1: Santo, santo, santo Señor Dios omnipotente, el que es, y el que era y el que ha de venir (cf. Ap 4, 8).
Versículo responsorial: Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (cf. Dan 3,57).

En primer lugar tenemos los cuatro serafines, que cantan el triple «Santo» (Is 6,3; Ap 4,8). Ellos son quienes inauguran en el Apocalipsis la liturgia delante del trono de Dios. Y con este trisagio empiezan también las AlHor. Es interesante observar, así mismo, cómo Francisco cambia una palabra. En lugar de decir «el que era y el que es y el que ha de venir» (Ap 4,8), dice, a semejanza de Ap 1,4: «... el que es y el que era...». Sin duda alguna Francisco experimenta a Dios sobre todo como presente y, en segundo lugar, como Dios de la historia pasada y futura.

V. 2: Digno eres, Señor Dios nuestro, de recibir la alabanza, la alegría y el honor y la bendición (cf. Ap 4,11).
V. R.: Y alabémoslo...

El reconocimiento de que Dios es digno de recibir alabanza, brota de la boca de los veinticuatro ancianos (Ap 4,9-11), que proclaman: «Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder». En lugar de poder, Francisco dice bendición y, además, añade alabanza. Así pues, amplía la serie de elogios. Éstos aparecen también, en el mismo orden, al principio del Cántico del hermano Sol. «Tuyas son la alabanza, la gloria, el honor y toda bendición» (Cánt l). Es un sorprendente paralelo, prueba, por una parte, en favor de la autenticidad de Francisco como autor de las AlHor, e indicio, por otra, de que el Cántico del hermano Sol surgió a partir de la alabanza diaria a Dios.

V. 3: Digno es el cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poderío y divinidad y sabiduría y fortaleza y honor y gloria y bendición (Ap 5,12).
V. R.: Y alabémoslo...

Francisco toma textualmente del Ap 5,12 la alabanza al Cordero. Se ve «unido a los "miles de miles" de ángeles, a los seres misteriosos y a los ancianos que glorifican al Cordero de Dios delante de su trono, y escucha cómo ese inmenso coro le atribuye las siete cualidades, a saber, el poder infinito, la naturaleza divina, la sabiduría revelada en la historia del mundo y de la salvación, la fuerza irresistible, el honor, la gloria y la alabanza».[2] Cuando los seres misteriosos, los ancianos y los innumerables ángeles le atribuyen a Dios las siete propiedades, están reconociendo su perfección y absolutez, pues, en el Apocalipsis y en la tradición de la Iglesia, el 7 es el número de la perfección.

V. 4: Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo (Cánt. laudes del domingo).
V. R.: Y alabémoslo...

Esta alabanza, tomada de los laudes del domingo, está, al igual que el versículo responsorial, en primera persona del plural. El orante (o los orantes) se adhiere a los diversos «actores» celestiales, a cuyo coro une su propia voz. La alabanza a la Trinidad cierra la primera parte de las AlHor. Con Juan, el vidente de Patmos, el orante recurre en la primera escena a la liturgia celeste «delante del trono y del Cordero». Ante sus ojos hay un inmenso coro, formado por los serafines, los ancianos y miríadas de ángeles. Mediante el versículo responsorial y la alabanza conclusiva de la primera parte de las AlHor, el contemplante se integra en el coro, participa de la liturgia del cielo. Así pues, la escena o estrofa A nos brinda dos aspectos:

-una liturgia supratemporal: la consumación futura, en el cielo, se celebra ya ahora;

-la comunión entre la Iglesia peregrinante y la Iglesia triunfante: en cada hora, el coro de los hermanos menores se une a la Iglesia del cielo y pronuncia las mismas palabras de alabanza con que alaban a Dios los innumerables seres que están delante y alrededor del trono del Cordero.

ESCENA B: LLAMADA A TODO EL COSMOS

V. 5: Bendecid todas las obras del Señor al Señor (Dan 3,57).
V. R.: Y alabémoslo...

Tras el versículo 4, empieza la segunda escena con una breve llamada a la alabanza, tomada del Cántico de los tres jóvenes, de Daniel. El versículo es como el título de toda la escena, en la que se exhorta al hombre y a todas las criaturas a alabar a Dios.

V. 6: Decid alabanza a nuestro Dios, todos sus siervos y los que teméis a Dios, pequeños y grandes (cf. Ap 19,5).
V. R.: Y alabémoslo...

Todos sus siervos, los que temen a Dios, pequeños y grandes, sea cual fuere su situación social.

V. 7: Alábenlo al glorioso los cielos y la tierra (cf. 5al 68, 35; Salt. Rom.).
V. R.: Y alabémoslo...

El cielo y la tierra. Aquí añade Francisco, de manera muy característica, el adjetivo calificativo «glorioso». Con esta misma palabra se dirigía también a Dios cuando rezaba ante el Crucifijo de San Damián: «Altísimo, glorioso Dios...».[3]

V. 8: Y toda criatura, que hay en el cielo y sobre la tierra y las que hay bajo la tierra, y el mar y todo lo que hay en él (cf. Ap 5,13).
V. R.: Y alabémoslo...

Todas y cada una de las criaturas que hay en el cielo y sobre la tierra y bajo la tierra, y el mar y cuanto hay en él. Francisco se apropia y cita aquí literalmente Ap 5,13, que es una llamada a todas las criaturas, las cuales, según la visión bíblica del mundo, están colocadas en tres planos: el cielo, la tierra y debajo de la tierra, además del mar. El versículo enlaza con la alabanza que proclaman los ángeles en el v. 3, e incluye a todo el cosmos sin ninguna excepción. Automáticamente viene a la mente el recuerdo del Cántico del hermano Sol. Hay, además, un interesante paralelismo de forma: si el Cántico menciona los cuatro elementos (aire, agua, fuego y tierra), en las AlHor la llamada a todo el cosmos consta de cuatro versículos (vv. 5-8), del mismo modo que, aludiendo a la Trinidad, la alabanza y glorificación de Dios constaba de tres versículos (vv. 1-3). En las AlHor está presente tanto la dimensión trinitaria-intensiva como la dimensión cósmica-extensiva,[4] así como la profundidad de la autoinmersión en Dios y la extensión participativa a todo el universo.

V. 9: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
V. R.: Y alabémoslo...

V. 10: Como era en un principio y ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
V. R.: Y alabémoslo...

Al v. 3 le seguía una alabanza a la Trinidad. También al v. 8 le sigue una alabanza a Dios Trino y Uno. El «Gloria al Padre...», reforzado con la doble recitación del versículo responsorial, es la coronación conclusiva de la escena B, y, a la vez, de las escenas A y B tomadas conjuntamente; la simetría entre ambas estrofas es, en efecto, una prueba de su unidad.

La diferencia consiste en que la primera escena es más liturgia en acción y la segunda, en cambio, invitación a la creación entera a integrarse en ese coro polifónico de alabanza. Por así decir, Francisco exhorta a las criaturas a que le ayuden a alabar a Dios. La liturgia se dilata abarcando todo cuanto existe, se hace cósmica. Entre la escena A y la escena B hay, pues, un despliegue, una ampliación, una dinámica, un crescendo. Es algo que puede apreciarse incluso en la misma longitud de los versículos, sobre todo en la escena B.

ESCENA C: FRUICIÓN DE LA PLENITUD Y BONDAD DE DIOS

V. 11: Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios,
todo bien, sumo bien, total bien,
que eres el solo bueno (cf. Lc 18,19);
a ti ofrezcamos toda alabanza, toda gloria,
toda gracia, todo honor,
toda bendición y todos los bienes.
Hágase. Hágase. Amén.

El crescendo desemboca en un final. El potente coro se funde en la escena C, concentrándose en una única voz. El versículo responsorial tantas veces repetido se transforma en una interminable serie de alabanzas. La multiplicidad de las imágenes contempladas cede ante la visión de la plenitud: Dios, todo en todas las cosas (cf. Col 1,16).

Francisco «ha asimilado tanto la plenitud de Dios como fuente inagotable del bien, que querría remontarse, es decir, restituirse, hecho alabanza, a Dios».[5] Acerquémonos al contenido de esta larga frase. La primera mitad es una proclamación, un elogio solemne de Dios; la segunda es una resolución y propósito por parte del hombre.

Sublimidad y trascendencia de Dios

Consciente de la grandeza de Dios y de la pequeñez del hombre que a Él se aproxima, Francisco inicia el v. 11 con la proclamación: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios». Este elogio repite, en cierto modo, a Ap 4,8, citado en el v. 1. Pero aquí se amplía la expresión «Dios omnipotente» con tres adjetivos en grado superlativo. La palabra «santísimo» enlaza también con el triple «santo» con que empiezan las AlHor. Como vemos, pues, la primera y la última frase de las AlHor coinciden en la alabanza, aunque la expresen en medida completamente distinta. La alabanza a Dios con que empiezan las AlHor se eleva, en el último versículo, hasta lo inconmensurable. Es algo que también aparece claramente en la continuación del versículo.

Dios, el bien

En cuanto la palabra «Dios» aflora a sus labios, Francisco elogia al Señor llamándolo «... todo bien, sumo bien, total bien, que eres el solo bueno».

Este fragmento muestra también la forma original y personal de orar de Francisco. En torno a la palabra de Jesús: «sólo Dios es bueno» (Lc 18,19), teje Francisco tres nuevas expresiones que alaban a Dios, el bien: Dios es todo bien, el sumo bien, el bien total. Todo el bien existente tiene su origen en Dios. El bien en su conjunto, en su pluralidad, en su grandeza y en su densidad, se concentra en Dios. Dios es la bondad fontal, el bien original, y todo bien; el único bien, del que brota todo bien; la plenitud del bien, que se autoderrama sobre el mundo.

Respuesta del hombre mediante la alabanza ininterrumpida

Francisco responde a la experiencia de la bondad de Dios con su decisión y propósito de alabarle: «A ti te ofrezcamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor y toda bendición y todos los bienes». En el fondo, en la conclusión de este himno Francisco retoma las palabras del Apocalipsis que antes ha citado brevemente en los vv. 2, 3 y 6: alabanza, gloria, honor, bendición (Ap 4,11; 5,12; 19,5). Pero se desliga en gran parte del texto bíblico, emplea las palabras en un orden distinto y añade varias otras:

a) Toda-todo . Entre los añadidos personales sobresale la partícula «toda-todo». Aparece seis veces en la segunda parte del v. 11. Del mismo modo que en la primera parte la palabra de Lucas: «sólo Dios es bueno» es ampliada y reforzada con las partículas «todo», «sumo», «total» ( omne, summum, totum), así también ahora imprime sobre los vocablos «alabanza, gloria, honor, bendición», del Apocalipsis, la partícula «toda, todo, todos» (omnem, omnia). Es algo típico de Francisco.

b) Toda gracia . También con esta palabra rebasa Francisco el texto bíblico. Su oración es, especialmente, acción de gracias. El vocablo latino que Francisco emplea es « gratia», que significa «gratitud, reconocimiento» y «gracia, don». Francisco conceptúa todo como gracia, como don de Dios. Escribe a un ministro, servidor de la fraternidad: «Debes considerarlo todo como una gracia» (CtaM 2). Como considera que todo es «gracia», se lo restituye todo a Dios con un «¡Gracias!», con una alabanza agradecida. El himno conclusivo de las AlHor es una señal inconfundible de que Francisco restituye íntegramente a Dios todo bien, todo honor, toda gloria, del mismo modo que piensa por entero, ora y vive por entero en Dios. Por eso añade una palabra que no se encuentra en el texto bíblico del que ha tomado la cita:

c) Y todos los bienes . El balbuceo del Pobrecillo concluye con este último homenaje. Devolver todos los bienes a Dios es algo típico de su manera de ser, como podemos deducir también de la oración con la que concluía su Oficio de la Pasión: «Bendigamos al Señor Dios vivo y verdadero; rindámosle alabanza, gloria, honor, bendición, y restituyámosle todos los bienes, Amén. Amén. Hágase. Hágase».

Las palabras «todos los bienes», de la segunda parte del v. 11, coinciden exactamente con la primera parte del versículo. En la primera parte, Francisco alaba a Dios, el bien; lo ha experimentado como el «todo bien, sumo bien, total bien». Por eso, desea que nosotros, los hombres y todas las criaturas, devolvamos todos los bienes a Dios, en quien reside todo bien; a Él le pertenecen, de Él sólo proceden.

d) Hágase. Hágase. Amén. Las AlHor concluyen, al igual que la ExhAlD, con un « Fiat, fiat! Amen». Este final está lleno de entrega, anhelo y deseo. Francisco no tiene mayor aspiración que el que Dios reciba toda alabanza, toda gloria y todos los bienes. «Fiat» (hágase) y «Amen», significan en el fondo lo mismo. Con este triple y vigoroso punto final, Francisco subraya su decisión de ofrecerle a Dios toda gloria y agradecerle todos los bienes.

La oración final es el fragmento de las AlHor donde más se manifiesta en esta lauda la forma personal, original y hasta mística de orar de Francisco. «En las pocas líneas de su oración el Poverello revela todos los aspectos esenciales de su imagen y visión de Dios. Para él, Dios es el "omnipotente, santísimo, altísimo", el sumo y único bien. Los rasgos de la transcendencia se compenetran con asombroso equilibrio con los de la inmanencia. En ningún momento encontraremos en él el más mínimo rasgo de minimización, de cualquier tipo de empequeñecimiento de Dios o de Cristo. Dios vive y actúa en una infinita sublimidad por encima de todas las criaturas, sin dejar por ello de preocuparse directa e intensamente de cada una de ellas. Con la repetición de los atributos relacionados con el concepto "bien", resalta que Dios es el bien original y fontal del que brota todo bien creado».[6]

Los dos polos de la oración conclusiva de las AlHor son Dios y todo; su centro, el bien ( bonum). Asimilando estas tres palabras y repitiéndolas de distinta manera, en una especie de rumia, Francisco saborea la infinita plenitud de Dios. Si se piensa en los dos polos de esta oración mística, la jaculatoria « Deus meus et omnia», «Dios mío y todas las cosas», que nos transcriben las Florecillas en su capítulo segundo, parece auténtica y creíble. Dicha jaculatoria contiene, de forma abreviada, lo que la oración conclusiva de las AlHor despliega de forma meditativa.

RESUMEN

Las Alabanzas que se han de decir en todas las horas, oración pensada y compuesta como preparación para la recitación diaria del oficio divino, tiene los siguientes rasgos característicos:

-La visión conjunta de la Unidad y de la Trinidad de Dios, reflejada incluso en la estructura externa de esta composición. La oración es trinitaria. En la oración conclusiva de las AlHor la Trinidad, la «multiplicidad» de Dios se diluye en la Unidad y la «simplicidad». La visión de la Trinidad y de la Unidad de Dios confiere a las AlHor su impulso y dinámica interna.

-Francisco y sus compañeros se unen en espíritu al coro de los innumerables ángeles y santos que gozan de la gloria eterna en presencia del Dios vivo y delante del Cordero. Ya ahora, la comunidad peregrinante de los hermanos une coralmente su voz a la de la liturgia del cielo, en la que podrá participar ininterrumpidamente y sin velos al final de los tiempos.

-Esta unidad litúrgica se da no sólo entre la comunidad de los hermanos y la comunidad de los definitivamente salvados, sino que incluye también al universo entero, puesto que Francisco invita al cielo y a la tierra y a todas las criaturas a alabar a Dios. La liturgia se torna cósmico-universal. No pueden pasarse por alto los acordes y coincidencias existentes entre las AlHor y el Cántico del hermano Sol.

-Las AlHor describen una línea determinada: de arriba abajo, del Dios santo al Cordero de Dios, luego a nivel de anchura y extensión, y, por último, nuevamente hacia Dios, centro y origen de todos los bienes. Desde la liturgia del cielo contemplada por Francisco, la oración se extiende a todo el cosmos, avanza hacia la profundidad de Dios y descansa finalmente en la plenitud de su bien.

SUGERENCIAS PRÁCTICAS

1. Para comprender bien las Alabanzas que se han de decir a todas las horas, hay que estar familiarizados con los capítulos 4, 5 y 19 del Apocalipsis. Centremos alguna vez nuestra lectura y meditación bíblica en estos capítulos.

2. Puede meditarse cada una de las escenas por separado. La primera, a su vez, permite un triple paso:

a) una idea del misterio oculto e indecible de Dios, que es santo (v. 1);

b) un diálogo de tú a tú con Dios (v. 2);

c) meditación del misterio de la salvación en la figura del Cordero inmolado (v. 3).

3. En la segunda escena Francisco responde a la triple epifanía del Señor. Teniendo ante sus ojos la consumación final del mundo, ve a Cristo presente en toda la creación. Hemos de ejercitamos en ver la transparencia de Cristo en toda la realidad creada. ¿Dónde se me hace más visible esta transparencia?

4. Donde con más fuerza se experimenta la transparencia de Cristo «es en el sacramento del altar, bien sea en la celebración de la eucaristía, bien sea en la contemplación y adoración del Señor en las especies sacramentales, solemnemente expuestas a la veneración de los fieles».[7] Por eso, es muy conveniente orar las AlHor unidas a la celebración eucarística o a la adoración al santísimo Sacramento.

5. También es muy conveniente degustar y proclamar las AlHor en plena naturaleza. «El " Sanctus" cantado en el sacramento de la eucaristía, y reflejado con intensidad creciente en el triple "santo, santo, santo" y en "digno", revela la estructura sacramental del cosmos y convierte a ese mismo cosmos en signo que transparenta la presencia de Cristo».[8] Así resulta luego más fácil invitar a todas las criaturas a alabar al Señor, como hace Francisco en la segunda parte de las AlHor.

6. Siguiendo el modo de proceder de las AlHor podemos, en una fase posterior de la meditación, dejar de lado las imágenes contempladas y dedicarnos exclusivamente a alabar a Dios y tributar homenaje a Aquel que es «todo bien, sumo bien, total bien».

7. Junto a todo lo dicho, no olvidemos usar las AlHor con la finalidad para la que fueron compuestas: como invitatorio de nuestra celebración, privada o comunitaria, del oficio divino.

8. La jaculatoria «Dios mío y todas las cosas»,[9] fórmula abreviada de las AlHor, se presta muy bien a ser rezada al compás del ritmo respiratorio. Nos servimos del doble movimiento de la aspiración y de la expulsión del aire para profundizar el sentido de las palabras que vamos pronunciando. La aspiración y la espiración nos sirven de apoyo y ayuda para la contemplación:

«Dios mío» - Aspirar a Dios, proporcionarle espacio dentro de mí, dejarme llenar de Él...

«y todas las cosas» - Espirar a Dios, descubrirlo en todas las cosas, contemplar todas las cosas a partir de Dios...

«Dios mío» - Experimentar la profundidad de Dios en mi propia profundidad y como misterio de mí mismo...

«y todas las cosas» - Percibir la extensión del mundo como creación de Dios y lugar de mi actividad...

«Dios mío y todas las cosas» es la síntesis y esencia de mi relación con Dios y con el mundo, del recogimiento y de la misión, de la profundidad y de la extensión.

9. Podemos cantar las AlHor.

* * *

Alabanzas que se han de decir
en todas las horas [AlHor]

Santo, santo, santo Señor Dios omnipotente, el que es y el que era y el que ha de venir:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Digno eres, Señor Dios nuestro, de recibir la alabanza, la gloria y el honor y la bendición:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Digno es el cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder y la divinidad y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que teméis a Dios, pequeños y grandes:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Los cielos y la tierra alábenlo a él que es glorioso:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Y toda criatura que hay en el cielo y sobre la tierra, y las que hay debajo de la tierra, y el mar y las que hay en él:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo:
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Como era en el principio y ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos.

Oración: Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios,
todo bien, sumo bien, total bien, que eres el solo bueno;
a ti te ofrezcamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia,
todo honor, toda bendición y todos los bienes.
Hágase. Hágase. Amén.

NOTAS:

[1] Nota del traductor.- Véase L. Lehmann, Invitación gráfica a la alabanza. La «Exhortación a la alabanza de Dios», en Selecciones de Franciscanismo n. 61 (1992) 65-76.

La traducción de las AlHor está tomada de I. Rodríguez - A. Ortega, Los escritos de san Francisco de Asís, Murcia, Editorial Espigas, 1985,124-127.

[2] O. Schmucki, Gotteslob und Meditation nach Beispiel und Anweisung des hl. Franziskus von Assisi, Lucerna 1980,34-35.

[3] Nota del traductor.- Véase L. Lehmann, En busca de sentido. La Oración de S. Francisco ante el Crucifijo de San Damián, en Selecciones de Franciscanismo n. 58 (1991) 65-76.

[4] A. Rotzetter, en su comentario a mi libro Tife und Weite, en Fidelis 72 (1985) 51.

[5] E. Jungclausen, Die Fülle erfahren. Tage der Stille mit Franz von Assisi, Friburgo 1978, 88.

[6] O. Schmucki, Gotteslob und Meditation nach Beispiel und Anweisung des hl. Franziskus von Assisi, Lucerna 1980,35-36. Cf. C. Paolazzi, Lettura degli Scritti di Francesco, Milán 1987, 80-82.

[7] E. Jungclausen, Die Fülle erfahren. Tage der Stille mit Franz von Assisi, Friburgo 1978, 86.

[8] E. Jungclausen, Die Fülle erfahren. Tage der Stille mit Franz von Assisi, Friburgo 1978, 86-87.

[9] Cf. S. López, «Dios mío y todas mis cosas». Transcendencia y exclusividad de Dios en san Francisco, en Verdad y Vida 28 (1970) 47-82; también, parte del mismo artículo en Selecciones de Franciscanismo n. 3 (1972) 52-68.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXI, núm. 62 (1992) 163-176]

[En L. Lehmann, Francisco, maestro de oración, pp. 75-90]

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