DIRECTORIO FRANCISCANO
Temas de estudio y meditación

FRANCISCO, MAESTRO DE ORACIÓN
Comentario a las oraciones de san Francisco

por Leonardo Lehmann, OFMCap

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Capítulo VI
MEDITACIONES SÁLMICAS
SOBRE EL MISTERIO PASCUAL

El «Oficio de la Pasión del Señor» (OfP)

[Psalm-Meditationen zum Pascha-Mysterium. Das Offizium vom Leiden des Herrn, en Franziskus, Meister des Gebets, Werl/Westf., Dietrich-Coelde-Verlag, 1989, 90-117].

I. INTRODUCCIÓN

Las dos primeras oraciones de san Francisco que hemos meditado hasta ahora estaban relacionadas con la cruz: el Crucifijo de San Damián le indicó cuál era su misión; cuando veía una cruz o una iglesia, rezaba: «Te adoramos...».[1] La cruz fue un objeto muy especial de su meditación, en el que centró muchísimas veces su oración privada. Con la ayuda de los salmos recorre el camino de la pasión del Señor. Él desconocía el actual ejercicio del viacrucis, con sus clásicas 14 estaciones, devoción que aparecerá más tarde, en el siglo XV. Pero su recorrido meditando la pasión de Jesucristo coincide plenamente con esa devoción del viacrucis difundida en la Iglesia por sus seguidores, los franciscanos. En su Oficio de la Pasión (OfP) perfila una especie de viacrucis literario, un viacrucis compuesto con palabras del salterio.

[Véase el texto del Oficio de la Pasión del Señor entre los Escritos de san Francisco ].

UN ESCRITO ORIGINAL,
AUNQUE NO SEA NINGUNA INNOVACIÓN

Desde la época de Carlomagno se había difundido la costumbre de rezar, además del breviario oficial, un breviario u oficio divino de tipo privado. Esta devoción se cultivó sobre todo en círculos laicos. Conocido es el caso de san Ulrico ( 973), que rezaba, además del oficio divino oficial de la Iglesia, un oficio en honor de la cruz y otro en honor de la Virgen María. Ambas devociones, a la cruz y a la Virgen María, las encontramos también en el OfP de san Francisco, aunque no con los mismos acentos. Hay que afirmar pues, por una parte, que con su OfP Francisco no inventó nada nuevo, sino que siguió una costumbre de su tiempo; pero, por otra parte, merece destacarse el hecho de que no se conforme con uno de los «oficios» ya existentes, y componga el suyo propio. ¿Dónde recaen sus acentos? ¿Qué es lo que él subraya? Vamos a verlo, leyendo atentamente sus salmos.

UN CONOCIMIENTO PROFUNDO
Y UN USO PERSONAL Y LIBRE DE LOS SALMOS

A primera vista el OfP parece carecer de toda originalidad. En efecto, consta en su mayor parte de versículos sálmicos y de algunas otras citas bíblicas. Pero, si lo observamos más de cerca, descubrimos que Francisco sólo toma dos salmos sin introducirles ningún añadido ni cambiarles el orden de los versículos: el Salmo VIII, para las completas en tiempo pascual, y el Salmo XIII, para las completas en tiempo de adviento, que son, respectivamente, los salmos 69 y 12 del salterio. Los demás salmos del OfP son una mezcla de textos, como un mosaico compuesto con versículos de diversos salmos, con citas del Nuevo Testamento y con diversas adiciones personales. En su composición se puede advertir cómo Francisco no engarza los salmos sin orden ni concierto; al contrario, los une, completa, omite o amplía siguiendo una línea de pensamiento.

Este uso libre de los salmos pudo permitírselo porque había aprendido a leer y escribir, en la escuela parroquial de San Jorge, con la ayuda del salterio.[2] Sabía los salmos casi de memoria, pues en las escuelas de entonces se empleaba el salterio y el evangelio como libros de texto. Su composición de un oficio privado, de un oficio votivo o devocional, como solía llamarse, no hay que imaginársela, por tanto, pensando que Francisco ojeó la Biblia en busca de los versículos adecuados. Cuando él reza con los salmos, generalmente no sabe de qué salmo está tomando la cita (hemos sido nosotros, sus críticos seguidores, quienes hemos incluido después de los versículos, entre paréntesis, los datos relativos al salmo o lugar de donde está tomada la cita). Su composición de los salmos hay que imaginársela más bien del siguiente modo: Francisco contempla un cuadro, una escena, y la medita con palabras que él toma de los salmos, añadiéndoles otras citas bíblicas y expresiones personales. Así sobre todo es como contempla en el OfP, pero sin limitarse a las escenas de la pasión de Cristo, ocurridas desde la tarde del Jueves Santo hasta la mañana del Domingo de Resurrección.

EL MISTERIO PASCUAL

El título de Oficio de la Pasión del Señor (Officium passionis) con que se denomina desde antiguo este escrito, podría inducirnos a pensar que es una meditación centrada exclusivamente en la pasión de Cristo. En realidad Francisco se fija también en otros momentos de la historia de la salvación: la creación del mundo, la resurrección, la segunda venida de Cristo y el juicio final. Por ejemplo, en el Salmo de nona del Viernes Santo (OfP 6) no se recuerda sólo la muerte de Jesús, sino también su resurrección del polvo de la muerte, y se proclama con la plena certeza de la fe su venida para establecer justicia. Así pues, el OfP abarca todo el misterio pascual, tal como lo proclamamos en la eucaristía inmediatamente después de la consagración: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!».

En este sentido es como hay que entender la «pasión» según la mente de san Francisco. Así la entendieron también muchos padres de la Iglesia (Alcuino, por ejemplo) antes que él: la «pasión» es la obra de la salvación, que abarca la muerte, resurrección, ascensión y segunda venida de Cristo. Francisco recuerda todos estos momentos, pero subraya sobre todo la pasión del Señor. Y así lo vemos también en el OfP, cuya introducción indica: «Estos son los salmos que compuso nuestro beatísimo padre Francisco, para veneración, recuerdo y alabanza de la pasión del Señor».

En su biografía de Clara de Asís, Tomás de Celano atestigua que Clara tenía esta misma orientación e indica, además, que ambos santos pensaban igual en este punto: «Aprendió el Oficio de la Cruz, tal como lo había compuesto el amador de la cruz Francisco, y lo recitaba frecuentemente con afecto devoto como él».[3]

Por último, debe tenerse en cuenta que la primera serie de los salmos del OfP de Francisco, que es la más amplia, está pensada no sólo para el triduo sacro, sino también para los días feriales del año litúrgico, o sea, para la mayor parte del año. Es decir, Francisco tiene presente el misterio pascual en su conjunto, pero concede una especial importancia al misterio de la pasión, cuyo desarrollo histórico medita muy de cerca y actualiza con amorosa entrega al Padre. Vive místicamente lo que aconteció en la historia.

II. ESTRUCTURA DEL OFICIO DE LA PASIÓN

CINCO ESQUEMAS DIFERENTES
PARA LAS DISTINTAS FIESTAS DEL AÑO LITÚRGICO

El OfP de san Francisco contiene cinco esquemas distintos, para las diversas festividades del año litúrgico. El primero, para «el triduo sacro de la semana santa y en los días feriales del año», tiene siete salmos. Siguen los cuatro salmos con los que se forma el esquema para «el tiempo pascual», dos de los cuales se toman del esquema primero. El tercer esquema, para «los domingos y fiestas principales», añade tres salmos nuevos. El esquema cuarto, para el tiempo del «Adviento del Señor», tiene otros dos salmos nuevos. El esquema quinto, para «el tiempo de la Navidad del Señor hasta la octava de la Epifanía», consta de un solo salmo que se reza en todas las horas; es el salmo más elaborado del OfP, como veremos en el próximo capítulo.[4] Tenemos pues, en total, 15 meditaciones sálmicas o 15 salmos-meditación; 7 de ellos forman el primer esquema, lo cual es una prueba más de que la pasión del Señor constituye el tema principal de este oficio.

INTRODUCCIÓN DE LAS HORAS

Cada salmo está enmarcado en un cuadro invariable. Como indicamos en el capítulo anterior, que trata de las Alabanzas que se han de decir en todas las horas,[5] Francisco empezaba cada una de las horas canónicas con el rezo del Padrenuestro, el Gloria al Padre y las AlHor. «Dichas las alabanzas y la oración, comenzaba la siguiente antífona: Santa Virgen María. En primer lugar decía los salmos de Santa María, luego recitaba otros salmos que había elegido, y, después de todos ellos, los de la pasión». Así nos lo indica la rúbrica introductoria del OfP. Por consiguiente, al principio del rezo de cada hora, Francisco se coloca ante la presencia de Dios uno y trino, y se une a todos los ángeles y santos, que acompañan y sostienen su oración. Sabe que está firmemente vinculado con la Iglesia del cielo y celebra una liturgia que ensambla cielo y tierra.

CONCLUSIÓN DE LAS HORAS

Todas las horas concluyen de manera similar a como comienzan: se repite la antífona Santa Virgen María y el Gloria al Padre. Esto subraya una vez más que Francisco adora a Dios uno y trino y se encomienda a la intercesión de todos los santos, sobre todo de la Virgen María. Esta conclusión queda ilustrada con una solemne invitación a la alabanza, que es, a la vez, un deseo de prolongar esta glorificación de Dios a lo largo de todo el día: «Bendigamos al Señor Dios vivo y verdadero; rindámosle alabanza, gloria, honor, bendición, y restituyámosle siempre todos los bienes. Amén. Amén. Hágase. Hágase».

III. LOS SALMOS PARA EL TRIDUO SACRO
DE LA SEMANA SANTA Y LOS DÍAS FERIALES DEL AÑO

Es imposible reproducir y considerar aquí los 15 salmos de san Francisco. Eso requeriría escribir un pequeño libro. También resultaría demasiado largo el copiar y comentar aquí los 7 salmos del primer esquema. Por ello, nos limitamos a reproducir y meditar tres horas del esquema primero, concretamente completas, sexta y vísperas, que coinciden con tres momentos importantes de nuestro rezo y de nuestra vida de cada día. En cuanto a los salmos correspondientes a maitines, prima, tercia y nona, indicaremos sólo sus líneas de pensamiento, a fin de poder formarnos una idea de lo que Francisco contempla cuando reza dichos salmos.

1. COMPLETAS (OfP 1)

Antífona

«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros, junto con el arcángel san Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro».

Salmo (OfP 1)

1. Oh Dios, te conté mi vida, * y tú pusiste mis lágrimas en tu presencia (Sal 55,8b-9).

2. Todos mis enemigos tramaban males contra mí (Sal 40,8 - Salterio Romano=R), * y juntos celebraron consejo (cf. Sal 70,10c - Salterio Galicano=G).

3. Y me devolvieron mal por bien, * y odio por mi amor (cf. Sal 108,5).

4. En lugar de amarme, me criticaban, * pero yo oraba (Sal 108,4).

5. Padre santo mío (cf. Jn 17,11), rey del cielo y de la tierra (cf. Mt 11,25), no te alejes de mí, * porque la tribulación está cerca y no hay quien me ayude (Sal 21,12 - R).

6. Retrocedan mis enemigos * el día en que te invoque; así conoceré que tú eres mi Dios (Sal 55,10 - cf. R).

7. Mis amigos y mis compañeros se acercaron y se quedaron en pie frente a mí, * y mis allegados se quedaron lejos de pie (Sal 37,12 - R).

8. Alejaste de mí a mis conocidos, * me consideraron como abominación para ellos, fui traicionado y no huía (Sal 87,9 - cf. R).

9. Padre santo (Jn 17,11), no alejes tu auxilio de mí (Sal 21,20); * Dios mío, atiende a mi auxilio (cf. Sal 70,12).

10. Ven en mi ayuda, * Señor, Dios de mi salvación (Sal 37,23).

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo: Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona: «Santa Virgen María...».

COMENTARIO

Un mosaico formado con citas de ocho salmos distintos y con añadidos personales

Si se echa una ojeada al salmo, observamos cómo se sirve Francisco del salterio para su composición. Salta del salmo 55,8b-9 al salmo 40,8 y al 70,10; después toma el versículo 5 del salmo 108,[6] añade luego el versículo anterior de este mismo salmo, pasa al salmo 21,12, etc. Entre los dos últimos versículos citados coloca una invocación a Dios tomada del Nuevo Testamento: Jn 17,11; Mt 11,25, que vuelve a citar, abreviada, en el versículo 9. En este salmo de Francisco encontramos citas tomadas de ocho salmos distintos; hay, además, invocaciones a Dios procedentes del Nuevo Testamento y añadidos personales.

Una oración dirigida a Dios Padre

La invocación «Padre santo mío» o «Padre santo» indica la dirección y la meta de la oración de Francisco, e introduce un cambio sustancial en los salmos. En efecto, los salmos del Antiguo Testamento nunca invocan directamente a Dios como Padre. Fue Jesucristo quien nos alentó a ello. Él mismo rezaba: «¡Abbá, Padre!» (Mc 14,36; cf. Jn 12,28; 17,11), y enseñó a sus discípulos a orar a Dios llamándole Padre: «Cuando oréis, decid: "Padre..."» (Lc 11,2). Incorporando a los salmos esta invocación llena de confianza en Dios, Francisco los cristianiza, valga la expresión, los bautiza. La invocación de Dios como padre aparece en casi todos los salmos del OfP. Con ella se les imprime un signo distintivo de la oración cristiana.[7]

Jesús ora al Padre

En el salmo que estamos comentando se habla, sin duda, con el Padre. Éste es, así se comprueba desde el primer versículo, el tú a quien el orante relata su vida. ¿Pero quién es el orante? ¿Quién se esconde tras ese «yo» que aparece también, explícito o implícito, desde el primer versículo? Todo el salmo fluctúa entre un «yo» y un «tú», entre «mi/mis» y «tu». Es un salmo de lamentación y de súplica, como lo serán también los restantes salmos del esquema primero. En ellos un ser que sufre busca ayuda, expone sus sufrimientos, se lamenta de su desamparo. Ese ser sufriente es Jesús.

Así pues, en sus meditaciones sálmicas Francisco escucha a Jesús que ora al Padre. El objeto de las lamentaciones de Jesús y el modo como se lamenta, lo que pide y cómo lo pide, la confianza que todo ello refleja, constituye el hilo conductor de los salmos. Jesús es el criterio con el que Francisco lee los salmos y todo el Antiguo Testamento. Al igual que los padres de la Iglesia y que la liturgia, reconoce en los salmos la línea mesiánica de la revelación y ve manifestado en ellos el misterio de Cristo: son «nuestro pedagogo hasta Cristo» (cf. Gál 3,24).

Francisco ora con Jesús al Padre

Si Francisco escucha en los salmos a Jesús orando al Padre, eso significa que él se retira por completo a un segundo plano. El «yo» que aparece en los salmos se refiere a Jesús. Pero, por otra parte, también Francisco (y todo aquel que repite sus salmos) ora en ese «yo», también él se entrega en ese «yo» y puede identificarse en su propia situación con la lamentación, la súplica o la confianza de Jesús. Esto es algo que puede aplicarse en particular a Francisco, que sufrió diversas enfermedades, padeció a consecuencia del gran número y de la diversidad de los hermanos, llevó en su propio cuerpo las llagas de Jesús (cf. 2 Cor 4,10). Cuando ora con Jesús: «Padre santo, no alejes de mí tu auxilio» (v. 9), en su invocación resuena su propia experiencia y su propio sufrimiento. Y así debió de comprender cada vez más su misión sustitutoria y su expiación por los demás. En cualquier caso, el modo como en sus salmos se coloca en el lugar de Cristo y se identifica con él, la manera como ora con Jesús sufriente, es sin duda una clave para comprender su propia estigmatización. En quien medita y evoca tan a menudo, tan intensamente y de forma tan personal («yo») las escenas de la pasión de Cristo, pueden desarrollarse y aparecer también las señales, las llagas de esa pasión. En él se imprimirá lo que mira y contempla internamente, y se asemejará a aquel a quien sigue con todas las fuerzas de su cuerpo y de su alma. Es una razón más para fijarnos en lo que Francisco contempla en su meditación de la pasión del Señor.

Jesús en el Huerto de los Olivos

Llama la atención el que Francisco empiece su rezo privado de las horas con las Completas del Jueves Santo (llamadas del Viernes Santo porque con las vísperas se consideraba iniciado litúrgicamente el día siguiente). La rúbrica introductoria nos desvela el motivo: «porque en esa noche fue traicionado y apresado nuestro Señor Jesucristo». Y de hecho los versículos sálmicos elegidos evocan el Monte de los Olivos. Podemos escuchar cómo se lamenta el Salvador, con los ojos arrasados en lágrimas y sudando gotas de sangre, ante el Padre: «¡Oh Dios!... pusiste mis lágrimas en tu presencia» (v. 1). Somos testigos de la condena por el gran consejo (v. 2). Experimentamos el desencanto de Jesús ante la ingratitud del mundo (v. 3) y presenciamos su soledad, tras el abandono de todos, incluso de sus amigos más íntimos y de sus allegados (v. 7). En esta situación el salmo dice, certero, que Jesús oraba: «pero yo oraba» (v. 4); y para expresar todavía más claramente esta oración de Jesús, Francisco prosigue el salmo en estilo directo: «Santo Padre mío, rey del cielo y de la tierra, no te alejes de mí, porque la tribulación está cerca y no hay quien me ayude» (v. 5). Con palabras tomadas de los salmos, Francisco reproduce con asombrosa fidelidad la escena descrita por Lucas: «Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya"» (Lc 22,41).

El v. 6 contempla la victoria final sobre los enemigos y nos recuerda a Jn 18,6, un pasaje relacionado también con el prendimiento de Jesús en el Huerto de los Olivos: «Cuando les dijo: "Yo soy", retrocedieron y cayeron en tierra». El v. 7 continúa la lamentación de Jesús: sus amigos y conocidos han huido rápidamente en cuanto han visto que la situación se volvía peligrosa y se avergüenzan de haber conocido a Jesús. El v. 8, en el que vemos a Jesús traicionado y abandonado, alude claramente a la traición de Judas. Pero el lamento de Jesús ante su situación sin salida se transforma en una súplica animosa al Padre (v. 9), súplica que aparece reforzada en el v. 10 y que concluye con una invocación llena de confianza: «Señor, Dios de mi salvación».

Las fases ideológicas de esta meditación sálmica sobre Jesús en el Huerto de los Olivos nos dan una idea de cómo contempla Francisco la pasión de Cristo: ante los ojos de su espíritu desfila cada una de las escenas del Monte de los Olivos: lágrimas, enemigos, celebrar consejo, odio a cambio de amor, abandono y traición son las palabras-clave. Pero el arte de esta composición sálmica no radica en una descripción del sufrimiento externo, sino en el hecho de que Francisco desvele el sufrimiento espiritual de Jesús: su tristeza, desencanto y angustia, por una parte, y, por otra, su ilimitada confianza en el Padre. Esta confianza y entrega obediente en manos del Padre aparece subrayada en el salmo sobre todo con la doble invocación «Padre santo mío», «Padre Santo». Del mismo modo que en el Monte de los Olivos Jesús luchó con el Padre y terminó entregándose libremente a su voluntad, así también en este solemne salmo Francisco coloca en labios de su Señor la invocación: «Padre». En su Carta a todos los fielesFrancisco describe esta actitud de Jesús con una expresión hermosa y muy gráfica: «Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre» (2CtaF 10).

2. UNA NOCHE EN LA CÁRCEL (OfP 2)

El Salmo de Maitines (OfP 2) no puede relacionarse tan fácilmente como el anterior con una escena concreta y única de la pasión. Teniendo en cuenta el momento temprano del día en que el salmo se recitaba, podemos imaginarnos en qué situación se hallaba en aquella hora el Redentor. Es la madrugada siguiente a la noche de los escarnios. Al principio oímos cómo Jesús clama en la noche al Padre: «Señor Dios de mi salvación, de día y de noche clamé ante ti (Sal 87,2)» (v. 1). Tras una mirada retrospectiva a su constante unión con el Padre, que Jesús reproduce con palabras del salmo 21,10-11 (vv. 4-5), podemos imaginarnos y contemplar cómo ultrajaban a Jesús los soldados en casa del sumo sacerdote (Lc 22,54.63-65): «Tú conoces mi oprobio y mi confusión y mi reverencia hacia ti (Sal 21,10)» (v. 6). Más adelante Jesús se lamenta de los inicuos y violentos que traman su muerte (Sal 85,14) (v. 9); ante sus ojos sólo aparece la muerte (Sal 87,5-6) (v. 10). Sin embargo, también este salmo termina con una confesión llena de confianza: «Tú eres mi Padre santísimo, Rey mío y Dios mío» (v. 11). Un indicio de perspicacia y sensibilidad psicológica de Francisco aparece reflejado en el hecho de que este salmo sobre la noche del jueves Santo aluda al término madre-materno: Jesús retrotrae su mirada hasta el momento de su nacimiento, sabe que desde el principio ha estado en manos de Dios, que le sacó del seno materno (cf. v. 4); «Desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios (Sal 21,11)» (v. 5). Así pues, en su situación de soledad ante la muerte piensa -como se relatará también al describir el momento de su agonía (cf. Jn 19,25-27)- en su Madre.

3. SUFRIMIENTO TRANSFIGURADO (OfP 3)

En el Salmo de Prima (OfP 3) es todavía más difícil encontrar una relación directa con un momento concreto de la pasión de Cristo. Esto se debe, entre otras cosas, a que este salmo no se reza sólo durante el triduo sacro y los días feriales del año, sino, como indica su rúbrica final, «siempre en prima». A excepción de medio versículo tomado del salmo 17,18 (v. 5) y la ya conocida invocación «santísimo Padre mío» (v. 3), propia de Francisco, reproduce básicamente el salmo 56, siguiendo su mismo orden de versículos. Ahora bien, la liturgia de los monjes (por ejemplo Ruperto de Deutz) relacionaba la hora de prima con la condena de Jesús por Pilato (cf. Mt 27,11-13). El inicio del salmo alude de lejos a esta escena: «Ten piedad de mí, ¡oh Dios!, ten piedad de mí, porque mi alma confía en ti (Sal 56,2)» (v. 1). Esta confianza en la dificultad se prolonga a lo largo de todo el salmo. Sí, Jesús sabe que ya ha sido escuchado y da gracias por la segura e inminente salvación. Por eso, habla de su pasión como si ya hubiese pasado. La esperanza en la victoria sobre la malicia de los enemigos le impulsa a alabar a su Padre: «Clamaré al santísimo Padre mío altísimo; al Señor que me benefició (cf. Sal 56,3)» (v. 3).

Como este salmo muestra, Francisco no se hunde en la tristeza por la condena a muerte de Jesús. Contempla la pasión del Señor desde y a la luz de la Pascua. Ve sin duda con realismo la muerte de Jesús, que afirma: «Prepararon un lazo para mis pies y doblegaron mi alma. Cavaron ante mí una fosa, y cayeron en ella (Sal 56,7)» (vv. 6-7). Pero su visión no se detiene ahí, llegando hasta la liberación de la muerte (cf. v. 4). La hora matutina de prima («me levantaré a la aurora», v. 9), induce a Francisco a pensar en la mañana de Pascua y a alabar la fidelidad de Dios (v. 11). Sus maravillas deben ser proclamadas a todo el mundo, como desea Francisco al final del salmo: «Álzate sobre los cielos, ¡oh Dios!; y sobre toda la tierra, tu gloria (Sal 56,12)» (v. 12).

4. GUSANO Y NO HOMBRE (OfP 4)

El Salmo de Tercia (OfP 4) recuerda mucho más vivamente que los precedentes los dramáticos hechos ocurridos ante el procurador Poncio Pilato: los sumos sacerdotes, los ancianos y la muchedumbre exigen a gritos que Pilato condene a Jesús (Mt 27,11-26). Francisco describe esta escena en 10 versículos tomados de 6 salmos distintos. Oye cómo Jesús ora al Padre en su difícil situación: «Ten piedad de mí, oh Dios, porque me ha pisoteado el hombre; todo el día hostigándome me ha atribulado (Sal 55,2)» (v. 1). Los versículos siguientes evocan fácilmente la resolución del sanedrín, la condena a muerte de Jesús, la flagelación, el escarnio y la coronación de espinas (Mt 27,26-31), así como la escena del «Ecce Homo» (Jn 19,4-5). Los gemidos y lamentaciones de Jesús culminan en el grito del versículo 7: «Y yo soy gusano y no hombre, oprobio de los hombres y desecho del pueblo (Sal 21,7)». Este versículo procede del salmo que rezó Jesús crucificado inmediatamente antes de morir. Con ello se confirma que Francisco, al igual que otros escritores, piensa que en la hora de tercia se dio como una cuasi-crucifixión, una crucifixión mediante el grito del pueblo: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Y luego, a la hora de sexta, tuvo lugar la ejecución de dicha condena, la crucifixión con los clavos.

Sin descripciones naturalistas exageradas, con trazos breves pero vigorosos, Francisco sabe reflejar la famosa escena ante Poncio Pilato, burla de la auténtica justicia, y, con palabras certeras tomadas de los salmos, identificarse con la situación anímica de Jesús, el inocente al que se condena a muerte. En la escena la serenidad se sobrepone a la lamentación y, una vez más, la meditación desemboca en la súplica: «Padre santo, no alejes tu auxilio de mí, mira por mi defensa (Sal 21,20 y Jn 17,11)» (v. 9).

5. SEXTA (OfP 5)

Antífona:

«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros, junto con el arcángel san Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro».

Salmo(OfP 5)

1. A voz en grito clamé al Señor, * a voz en grito supliqué al Señor (Sal 141,2).

2. En su presencia derramo mi oración, * y ante él expongo mi tribulación (Sal 141,3).

3. Cuando me iba faltando el aliento, * también tú conociste mis senderos (Sal 141,4).

4. En este camino por donde andaba, * los soberbios me escondieron un lazo (Sal 141,4 - cf. R).

5. Yo miraba a la derecha, y veía, * y no había quien me conociese (Sal 141,5).

6. No tengo adónde huir, * y no hay quien cuide de mi alma (Sal 141,5).

7. Porque por ti soporté el oprobio, * la confusión cubrió mi rostro (Sal 68,8).

8. Me he convertido en un extraño para mis hermanos, * y en un peregrino para los hijos de mi madre (Sal 68,9).

9. Padre Santo (Jn 17,11), el celo de tu casa me devoró, * y los oprobios de los que te censuraban cayeron sobre mí (Sal 68,10).

10. Y se alegraron y se juntaron contra mí, * se acumularon sobre mí los azotes por sorpresa (Sal 34,15).

11. Se multiplicaron más que los pelos de mi cabeza * los que me odiaron sin razón (Sal 68,5).

12. Se hicieron fuertes los enemigos que me perseguían injustamente; * devolví entonces lo que no había robado (Sal 68,5).

13. Se levantaban testigos inicuos, * me preguntaban lo que no sabían (Sal 34,11).

14. Me pagaban mal por bien (Sal 34,12) y me criticaban, * porque yo seguía la bondad (Sal 37,21).

15. Tú eres mi Padre santísimo, * Rey mío y Dios mío (Sal 43,5).

16. Atiende a mi ayuda, * Señor Dios de mi salvación (Sal 37,23).

Jesús en la cruz

Sexta tenía una importancia especial desde mucho antes de san Francisco, pues, según la tradición más común, era la hora en la que crucificaron a Cristo (téngase en cuenta, no obstante, Mc 15,25: «Era la hora de tercia cuando le crucificaron»). Hipólito de Roma (†235) justifica el momento en que se reza esta hora canónica en el hecho de que Cristo fuera crucificado a la hora de sexta. Varios siglos después el abad Ruperto de Deutz (†1129/1130) escribe: «A la hora de sexta Cristo el Señor fue elevado en la cruz por nosotros, a fin de atraer todo hacia sí (cf. Jn 12,32)».[8]

Llama la atención que en el primer tercio de su salmo (vv. 1-6) Francisco siga sin modificaciones el salmo 141, el salmo que él mismo rezó antes de morir (cf. 1 Cel 109). Incluso quien no está muy familiarizado con la pasión de Jesús descubre en estos versículos evidentes alusiones al Siervo paciente que lucha en la cruz con la muerte. Clama en alta voz para que su oración y su lamento lleguen al Padre, que conoce sus senderos; sus enemigos le han tendido lazos en el camino de la vida; el Crucificado se siente abandonado por todos.

Para continuar describiendo la situación del Crucificado, Francisco se sirve del salmo 68, que domina el segundo tercio de su meditación sálmica (vv. 7-12). Ve a Jesús cubierto de oprobio y de afrentas, convertido en un extraño hasta para sus parientes. Así y todo, oímos resonar la acostumbrada invocación «Padre», que nos deja entrever la profundidad con que Francisco se sumerge e identifica con el Crucificado orante, con quien se dirige a Dios Padre: « Padre santo, el celo de tu casa me devoró, y los oprobios de los que te censuraban cayeron sobre mí» (v. 9). Jesús examina retrospectivamente su vida y puede reconocer sinceramente que se ha entregado por entero al Reino de Dios, que ha estado siempre en las cosas de su Padre (cf. Lc 2,49). Su lamento nos induce a pensar en el insulto del ladrón crucificado a su izquierda y en las burlas de los que pasaban por allí y «le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: "Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!". Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: ¡que baje ahora de la cruz, y creeremos en él!"» (Mt 27,39-42).

Para el último tercio de su salmo Francisco elige versículos tomados de diferentes salmos y que sintonizan con la imagen antes descrita del Siervo de Yahvéh clavado en la cruz. Algunas palabras clave nos lo pueden confirmar: los enemigos se han confabulado, se amontonaron desdichas, se levantaron falsos testigos, me perseguían injustamente. El recibir mal por bien es una especie de compendio del destino de la vida de Jesús. Pero Francisco no se limita a ofrecer este cuadro negativo, sino que lo transforma en positivo. En el Siervo paciente clavado en la cruz ve una vez más al Hijo de Dios que se entrega en manos del Padre: «Tú eres mi Padre santísimo, Rey mío y Dios mío» (v. 15). Con total confianza Jesús se pone en manos de su Padre. De Él solo le viene el auxilio y la salvación. La palabra «salvación» es el broche lleno de confianza con que se cierra este salmo, en el que se ha descrito tanta desgracia y desamparo.

De este salmo de sexta en su conjunto podemos afirmar con O. Schmucki: «En este mosaico de distintos versículos sálmicos seduce su plenitud bíblica, su profundidad religiosa y su orientación lógica al centro en el que se decide la vida cristiana: la inaccesible sublimidad y la conmovedora cercanía del Padre, o, dicho con otras palabras, la pasión de Jesús como aceptación obediente de la voluntad del Padre y entrega apasionada para la salvación del hombre».[9]

6. LA HORA DE LA MUERTE DE JESÚS (OfP 6)

El Salmo de Nona (OfP 6) se relaciona inequívocamente con la hora de la muerte de Jesús en la cruz, pues «alrededor de la hora nona», es decir, hacia las tres de la tarde, «clamó Jesús con fuerte voz: ... "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" ... Jesús, entonces, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló su espíritu» (Mt 27,46-50). Marcos y Lucas indican, al igual que Mateo, que la hora de nona fue el momento en que falleció Jesús. Esto dio origen, desde los primeros tiempos del cristianismo, a un especial momento de oración centrado en el recuerdo de los acontecimientos de la muerte de Cristo en la cruz. El salmo de Francisco está impregnado de esta mentalidad. Podemos distinguir en él dos fases. En la primera y más amplia (vv. 2-14), el Salvador crucificado habla en primera persona del singular; luego, por así decir, Francisco responde a la salvación con una alabanza y una profesión de fe, empleando la tercera persona del singular y la primera del plural (vv. 15-16). Las expresiones en primera persona del singular contienen en gran parte quejas formuladas con palabras del salmo 21, el mismo que Cristo recitó inmediatamente antes de fallecer. Un versículo muy conocido del Libro de las Lamentaciones, tomado de la liturgia, precede e introduce estas dos partes (v. 1).

Pero lo que más admira en este salmo-meditación es el hecho de que Francisco no se detenga en las lamentaciones de Jesús; al contrario, a partir del versículo 11 lo contempla como al resucitado y glorificado en los cielos. Para ello elige versículos de seis salmos distintos, mientras que hasta ese momento sólo se había servido del salmo 21. En esta segunda parte, en la que el orante está guiado por la fe pascual, es donde aparecen también los añadidos personales de Francisco, que superan ampliamente a los salmos del Antiguo Testamento.

Vista globalmente, esta meditación sobre la escena de la muerte de Cristo se desarrolla del siguiente modo: en primer lugar, el Salvador clavado en la cruz pide que se apiaden de él y exclama: «Oh todos vosotros los que pasáis por el camino, atended y ved si hay dolor como mi dolor (Lm 1,12)» (v. 1). A continuación detalla los sufrimientos que le producen ese incomparable dolor: los verdugos me rodean como perros, se dividen y echan a suerte mis vestidos, han taladrado mis manos y mis pies, abren sobre mí sus bocas como leones rugientes, todos mis huesos están dislocados, mi corazón se derrite como cera, se me pega la lengua al paladar, en mi sed me han dado a beber vinagre (vv. 2-9, siguiendo el salmo 21). El v. 10, cuya primera parte está también tomada del salmo 21, habla de la muerte de Jesús, pero le añade inmediatamente, sirviéndose del salmo 3,6, la idea de la resurrección, ampliada incluso con la de la ascensión:

10. Y me llevaron al polvo de la muerte (cf. Sal 21,16c) * y aumentaron el dolor de mis llagas (Sal 68,27b).

11. Yo dormí y me levanté (Sal 3,6c - R), * y mi Padre santísimo me recibió con gloria (cf. Sal 72,24).

12. Padre santo (Jn 17,11), sostuviste mi mano derecha ' y me guiaste según tu voluntad * y me recibiste con gloria (Sal 72,24 - R).

¡Aquí aparece el Domingo Pascual inserto en el Viernes Santo! Al igual que el autor del Crucifijo de San Damián, Francisco ve aquí íntimamente unidas la muerte, la resurrección y la ascensión del Señor, formando el misterio único y polifacético de la Pascua, la Passio Christi. Como buen místico, no se detiene en los sufrimientos físicos y psíquicos de Jesús. Aunque el salmo está pensado para el Viernes Santo, supera el hecho histórico ya acontecido de la muerte de Jesús, culminando su pensamiento en Cristo glorificado. Para Francisco, el hombre que pende en la cruz es Dios, el Señor. Por eso le hace decir: «Mirad, mirad, porque yo soy Dios... seré ensalzado entre las gentes y seré ensalzado en la tierra (Sal 45,11; cf. Fil 2,8-11)» (v. 14). Francisco subraya tanto la divinidad como la humanidad del Crucificado. Los sufrimientos de Jesús no fueron aparentes, como afirmaban muchos herejes de entonces, sino reales. Para destacar esta verdad añade a la alabanza, expresada con palabras tomadas del « Benedictus» y del salmo 33, una alusión al carácter sangriento de la redención en la cruz:

15. Bendito sea el Señor Dios de Israel (Lc 1,68a), que redimió las almas de sus siervos con su propia santísima sangre, * y no abandonará a ninguno de los que esperan en Él (cf. Sal 33,23 - R).

Podemos llamar magistral a este modo como el Santo de Asís, carente de estudios teológicos especiales, contempla aquí simultáneamente la realidad sangrienta de la muerte de Cristo en la cruz y su victoria gloriosa. Al final del salmo de nona, la mirada de Francisco supera incluso el Viernes Santo y los acontecimientos pascuales, y contempla la consumación de los tiempos, cuando Cristo vendrá a juzgarnos. Con admirable convencimiento de fe subraya:

16. Y sabemos que viene, * que vendrá a juzgar con justicia (cf. Sal 95,13b).

En este versículo conclusivo vemos una vez más con qué creatividad se sirve Francisco de los salmos: a la primera parte del salmo 95,13b antepone las palabras «y sabemos» y en la segunda añade «que vendrá», leyendo el salmo con la vista puesta en el futuro. Estos cambios evidencian que Francisco ora en nombre de la Iglesia (uso de la primera persona del plural) y teniendo en cuenta la muerte y resurrección de Jesús y su venida como juez al final de los tiempos.

«Lo que sorprende en esta meditación bíblica... es la visión de conjunto de los diferentes misterios cristológicos. Hemos de tener muy presente que el Poverello dispuso esta meditación sálmica para la hora de nona del Viernes Santo, es decir, para un momento en el que la mirada litúrgica se centra espontáneamente en la contemplación de los hechos acaecidos en la cruz. También Francisco considera en este tiempo de oración, sirviéndose como modelo del salmo 21, los sufrimientos físicos y psíquicos del Varón de dolores, pero al mismo tiempo piensa en la resurrección, en la ascensión y en la segunda venida del Señor. Cuando Francisco celebra el momento histórico de la muerte de Cristo en el día de Viernes Santo, nunca vemos un pasiocentrismo unilateral y parcial. En su conciencia religiosa se compenetran y enlazan en todo tiempo litúrgico las imágenes del Cristo histórico y del Cristo celestial».[10]

7. VÍSPERAS

Antífona:

«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros, junto con el arcángel san Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro».

Salmo (OfP 7)

1. Pueblos todos, batid palmas, * aclamad a Dios con gritos de júbilo (Sal 46,2).

2. Pues el Señor es excelso, * terrible, Rey grande sobre toda la tierra (Sal 46,3).

3. Porque el santísimo Padre del cielo, nuestro Rey antes de los siglos, * envió a su amado Hijo desde lo alto y realizó la salvación en medio de la tierra (Sal 73,12).

4. Alégrense los cielos y exulte la tierra, ' conmuévase el mar y cuanto lo llena; * se alegrarán los campos y todo lo que hay en ellos (Sal 95,11-12).

5. Cantadle un cántico nuevo, * cantad al Señor toda la tierra (Sal 95,1).

6. Porque grande es el Señor y muy digno de alabanza, * más temible que todos los dioses (Sal 95,4).

7. Familias de los pueblos, ofreced al Señor, ' ofreced al Señor gloria y honor, * ofreced al Señor gloria para su nombre (Sal 95,7-8).

8. Ofreced vuestros cuerpos ' y llevad a cuestas su santa cruz, * y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos (cf. Lc 14,27; 1 Pe 2,21).

9. Tiemble en su presencia la tierra entera; * decid entre las gentes que el Señor reinó desde el madero (Sal 95,9-10 - G/R).

(Hasta aquí se dice a diario desde el Viernes Santo hasta la fiesta de la Ascensión. Y en la fiesta de la Ascensión se añaden estos versículos:)

10. Y subió al cielo, y está sentado a la derecha del santísimo Padre en el cielo; elévate sobre el cielo, oh Dios, * y sobre toda la tierra, tu gloria (Sal 56,12).

11. Y sabemos que viene, * que vendrá a juzgar con justicia (cf. Sal 95,13 - R).

Viernes Santo pascual

Las meditaciones sobre la historia de la pasión concluyen con el Salmo de Vísperas(OfP 7). De los siete salmos del esquema primero, éste es el que tiene más añadidos personales de Francisco. Ellos nos revelan cómo y qué medita Francisco la tarde del Viernes Santo.

«Nadie a quien se le presentara por primera vez y sin explicación previa este salmo, esta serie de versículos sálmicos, sería capaz de sospechar que Francisco lo redactó pensando en la tarde-noche del Viernes Santo. La línea de pensamiento de esta meditación no es, sin lugar a dudas, la "compassio", la compasión, la unión con los sufrimientos y padecimientos del Varón de dolores, sino la alabanza emocionada de la " beata Passio", de la salvación que llena de felicidad a la humanidad entera».[11]

El acorde fundamental del salmo de vísperas es la alegría por la salvación que Cristo ha llevado a cabo. Como las vísperas se rezaban de noche, el orante contempla retrospectivamente los sufrimientos que Cristo ha superado. Por la fe cree en la resurrección y, por tanto, celebra la muerte en la cruz como una victoria. Por eso, podemos llamar a esta meditación sálmica de Francisco el canto vespertino de la victoria gloriosa del Crucificado.

Francisco estalla de alegría ya en el primer versículo. Al instante presenta el motivo de dicha alegría con dos frases justificativas, que empiezan con las palabras «pues» y «porque». La primera frase muestra la excelsa sublimidad de Dios y su señorío sobre toda la tierra. La segunda acentúa que ese Padre santísimo y que supera nuestras medidas espacio-temporales «envió de lo alto a su amado Hijo», el cual ha entrado en nuestro mundo y ha realizado la salvación. Por ello, se alegra la tierra entera, más aún, se alegra todo el cosmos. Con varios versículos del salmo 95 invita al cielo y a la tierra, al mar y a los campos a alegrarse y alabar a Dios. Francisco reza también estos versículos sálmicos en todas las horas del tiempo de Navidad (cf. OfP 15,9-12). La encarnación le produce la misma alegría que la salvación en la cruz. Y es muy revelador cómo pasa, de la invitación a la alabanza, a la invitación a entregarse y ofrecerse como ofrenda: en el versículo 8 prosigue la palabra del versículo 7 «ofreced», tomada del salmo 95,7-8, pero lo que hay que ofrendar aquí no es gloria, sino nuestra carne y sangre: debemos ofrendarnos a nosotros mismos en cuerpo y alma, cargando con su santa cruz y siguiendo hasta el fin sus santísimos preceptos. El seguimiento de la cruz es consecuencia de la acción de gracias por la salvación. Nuestro agradecimiento no debe limitarse a los sentimientos de alegría. Debemos responder a la maravilla de la muerte salvífica de Cristo con la ofrenda de nuestro seguimiento de la cruz del Señor.

Francisco une aquí varias citas del Nuevo Testamento (Lc 14,27; Mt 16,24; 1 Pe 2,21) con el salmo 95 y añade su palabra típica «santo» («santa cruz», «santísimos preceptos»). Para él la cruz y los mandamientos son santos porque han sido santificados por el Salvador. Más que un instrumento de martirio, la cruz es el signo de la salvación, al igual que los mandamientos son un camino que conduce a la vida, más que exigencias coaccionantes. Al mandamiento recibido del Crucifijo de San Damián lo llama también «santo» (cf. OrSD); cuando ve una cruz ora: «Te adoramos, Señor Jesucristo... porque por tu santa cruz redimiste al mundo» (Test 5).

Para Francisco el acontecimiento del Gólgota no es un hecho simplemente pasado, tiene consecuencias aquí y ahora. El haber compuesto este salmo de vísperas no sólo para el Viernes Santo, sino también para todos los días feriales del año -con ligeros cambios, también para el tiempo navideño-, quiere decir que diariamente contempla el triunfo salvífico de la cruz y el consiguiente seguimiento diario de la cruz del Señor. La importancia permanente de la muerte de Jesús en la cruz y su reinado universal «desde el madero» están reflejados también claramente en el v. 9. La expresión «desde el madero» (a ligno) es un añadido que la iglesia primitiva introdujo en el salmo 95,10. Esta expresión se encuentra también en un himno a la cruz compuesto por Venancio Fortunato (fallecido en el siglo VII) y que la liturgia hizo suyo y transmitió de siglo en siglo hasta hoy en día. De modo que Francisco debió de conocer el añadido «desde el madero» tanto por el salterio como por la liturgia. Una razón más para que en su meditación de la pasión aparezca la idea del reinado de Cristo sobre todas las almas «desde el madero» de la cruz.

En la fiesta de la Ascensión se añaden dos versículos relacionados con el misterio de ese día. En una significativa ampliación del salmo 56,12, Francisco confiesa, a semejanza del credo, que el Hijo ha sido elevado a los cielos, donde está sentado a la derecha del Padre. Se cierra así el círculo de ideas de este salmo: si en el v. 3 se indicaba que el santísimo Padre del cielo envió de lo alto a su amado Hijo, en el v. 10 se nos dice que el Hijo ha subido a los cielos y está sentado a la derecha del santísimo Padre en el cielo.

El reinado de Cristo aparece luego unido con la idea del juicio final, de modo que el salmo de vísperas concluye con la misma visión de la parusía con que concluía el salmo de nona (v. 11; cf. OfP 6,6).

IV. RESUMEN

Los siete salmos que Francisco compuso para recitar durante el triduo sacro de la semana santa y en los días feriales del año, presentan ante nuestros ojos, con trazos concisos y sin naturalismos ni descripciones exageradas, escenas concretas de la historia de la pasión de Jesús: su agonía en el Huerto de los Olivos, el prendimiento, la traición, las burlas, la condena a muerte, la crucifixión, su sufrimiento y muerte en soledad. Pero Francisco no circunscribe su contemplación a los padecimientos de Jesús, y menos todavía a sus solos padecimientos físicos; es consciente en todo momento de la victoria definitiva de Jesús en la cruz. Lee la historia de la pasión a la luz de la Pascua. Une la « Passio dolorosa» con la « Passio beata». Resulta asombroso que en la misma hora de nona, el momento tradicionalmente destinado a meditar la muerte de Jesús «a la hora de nona», su pensamiento se dirija también a la resurrección, glorificación en los cielos y segunda venida del Señor. En vísperas aparecen, además, los temas de la encarnación y del reinado universal de Cristo.

La visión del orante se dilata en una amplia perspectiva que, desde la cruz, llega retrospectivamente hasta «nuestro Rey antes de los siglos», a la vez que contempla la perspectiva futura de la parusía del Hijo de Dios. En el momento presente el discípulo debe esforzarse en llevar su propia cruz y seguir a Cristo hasta el final. Se subraya la importancia del seguimiento de Cristo, pero colocándolo a la vez en el amplio marco de lo que Dios ha realizado por nosotros. El seguimiento es respuesta agradecida a la entrega total de Cristo. De este agradecimiento debe participar toda la creación, y todos los pueblos deben conocer el reinado de Cristo. En los salmos del primer esquema del OfP, lo que más llama la atención, junto a esta importancia universal de la muerte salvífica de Cristo, es su visión global del misterio pascual. En la oscuridad del Viernes Santo brilla el fulgor de Pascua.

Francisco pudo componer un oficio de la pasión de estas características porque leía los salmos en clave cristológica; en ellos descubrió la línea mesiánica de la revelación, viendo el reflejo de los acontecimientos y misterios de Cristo, que él subrayó y puso de manifiesto con algunos añadidos personales. En los salmos de lamentación y de súplica escuchó a Cristo paciente presentando sus gemidos y ruegos al Padre. Francisco estaba familiarizado con la «sublimación cristológica» de los salmos gracias a la liturgia, con la que compartía también la idea de que en el rezo de los salmos se lleva a cabo la función mediadora de Cristo, se ora al Padre en nombre de Cristo y por Cristo, presentando al mismo tiempo peticiones en favor de los demás. Esta concepción del rezo de las horas y de la meditación de la pasión no ha perdido nada de su validez y vigencia.

V. SUGERENCIAS PRÁCTICAS

1. REZAR LOS SALMOS A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento comprende y lee los salmos en clave cristológica. Así lo hacen también la generalidad de los santos Padres. En la actualidad se ha olvidado un tanto esta comprensión y lectura cristológica de los salmos. El modo como Francisco los reza y medita puede ayudamos a reencontrar el acceso a este «antiquísimo libro de oración» de la Iglesia. En esa misma línea hay que entender las breves citas que anteceden a los salmos en el breviario actual. En el rezo comunitario de las horas podrían leerse en alta voz, antes de las antífonas o sustituyéndolas, estos títulos neotestamentarios con los que el breviario «bautiza» los salmos del Antiguo Testamento.

2. SANTIFICAR EL DÍA CON EL REZO DE LAS HORAS

Emplear el OfP de san Francisco como una variación en el rezo privado de las horas, puede tener una buena acogida entre los religiosos. Podrían servir para ello los tres salmos que acabamos de meditar. Hoy en día, además, muchos laicos procuran estructurar su jornada y darle una orientación espiritual con el rezo de un oficio de las horas breve y sencillo. El modelo que Francisco nos propone es muy práctico; siguiendo dicho modelo, el rezo de las horas tendría esta estructura:

- Padre nuestro...
- Gloria al Padre...
- Alabanzas que se han de decir en todas las horas.
- Antífona.
- Salmo (según la hora del día).
- Antífona
-Gloria al Padre...

Gran parte de estas oraciones se conocen o pueden aprenderse fácilmente. Y si aprendemos de uno a tres salmos, por ejemplo, (el/los que preferimos del salterio o de los de Francisco, u otros), dispondremos de un material precioso que podremos rezar a cualquier hora del día, santificando la jornada incluso cuando vamos de viaje o estamos realizando un trabajo manual sencillo.

3. EMPLEAR CREATIVAMENTE LOS SALMOS

Al igual que Francisco, también nosotros podemos componer salmos sirviéndonos de los versículos sálmicos que conocemos de memoria.

4. COMPARAR

Leemos uno de los salmos de Francisco y buscamos en la Biblia sus citas escriturísticas. ¿Qué dicen allí exactamente? ¿En qué contexto lo dicen? ¿Qué cambios introduce Francisco? ¿En qué nuevo contexto coloca dichas citas? (Téngase en cuenta que Francisco cita según la Vulgata y siguiendo su numeración).

5. MEDITAR LA SAGRADA ESCRITURA

Leemos detenidamente una perícopa, por ejemplo «Jesús en el Huerto de los Olivos» (Lc 22,39-54 y paralelos), nos imaginamos las distintas personas que en ella aparecen y nos preguntamos qué es lo que el texto, qué es lo que Jesús nos quiere, me quiere decir para mi vida de hoy. Luego, y como conclusión, rezamos lentamente OfP 1, el salmo de completas con el que Francisco medita esta perícopa evangélica.

6. EJERCICIO DEL VIACRUCIS

Podemos recorrer el viacrucis siguiendo el OfP de Francisco. Generaciones enteras, sobre todo pobres y enfermos, han reconocido en el viacrucis el camino de su propia vida y han recobrado fuerza y consuelo recorriendo el último camino que Jesús recorrió. Han vivido y experimentado el viacrucis como un camino que conduce a la vida. Siguiendo las estaciones del viacrucis podemos presentar al Padre, con Jesús y por Jesús, nuestros propios sufrimientos y los sufrimientos del mundo. Podemos imaginamos los distintos personajes que aparecen a lo largo del viacrucis, identificarnos con ellos, dejarnos interpelar por ellos: Jesús, María, Pilato, los soldados, las personas que ayudaron a Jesús (la Verónica, Simón de Cirene), los diferentes personajes presentes al pie de la cruz...

Recorrer el viacrucis, sobre todo si se hace al aire libre, posibilita esa experiencia total que tantas veces se busca hoy en día y que abarca cuerpo y alma: caminar, detenerse, permanecer de pie, arrodillarse llegado el caso, contemplar, escuchar, meditar, guardar silencio, responder (rezando o cantando). Además, un viacrucis comunitario puede concluir muy bien con una celebración del sacramento de la reconciliación o con una celebración de la palabra en la que se eleven peticiones a Dios por las necesidades de nuestro mundo, sin olvidar las necesidades o problemas de tipo sociopolítico (persecución, tortura, terrorismo, hambre...).

7. DEL SALMO AL HIMNO

El OfP 7, el salmo de vísperas de Francisco, contempla el Viernes Santo a la luz del Domingo de Resurrección. Contiene también el pensamiento del reinado de Cristo «desde el madero», un pensamiento que encontramos igualmente en el himno «Vexilla regis prodeunt» de Venancio Fortunato, autor al que hemos aludido anteriormente. Este himno, proclamado durante siglos en el oficio divino, se encuentra también hoy en día en el libro de la Liturgia de las Horas.[12] Vale la pena comparar ambos textos. Además, puede proclamarse unido al rezo del OfP, que no contiene ningún himno. Lo reproducimos siguiendo una antigua traducción:

Salen del Rey las banderas:
de la cruz brilla el misterio,
do la vida sufrió muerte
y nos dio vida muriendo.

Desgarrado por la herida
que abrió de la lanza el hierro,
para lavar nuestras culpas
agua y sangre brotó el pecho.

Cumplióse lo que cantara
David en himno profético
al decir a las naciones:
Reinó Dios desde el madero.

¡Árbol bello y refulgente
de real púrpura cubierto,
sólo digno entre millares
de tocar tan santos miembros!

Feliz tú, de cuyos brazos,
balanza del santo Cuerpo,
pendió el rescate del mundo
y el botín quitó al infierno.

Salve, ¡oh cruz!, dulce esperanza:
de la Pasión por el mérito
la gracia aumenta a los justos,
las culpas borra a los reos.

Trinidad, fuente de gracia,
alábete el universo,
y pues victoria nos diste
por la cruz, danos el premio. Amén.

* * *

NOTAS:

[1] Véase L. Lehmann, En busca de sentido. La Oración de S. Francisco ante el Crucifijo de San Damián, en Selecciones de Franciscanismo n. 58 (1991) 65-76; Id., Adoración Universal. La oración «Te adoramos» del Testamento de S. Francisco, en Selecciones de Franciscanismo n. 60 (1991) 323-334.

[2] Puede verse, al respecto, O. Schmucki, «Soy ignorante e idiota » (CtaO 39). El grado de formación escolar de san Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo n. 31 (1982) 80-106.

[3] Inmediatamente antes de esta frase, escribe Celano: «Para alimentar su alma ininterrumpidamente en las delicias del Crucificado, meditaba muy a menudo la oración de las cinco llagas del Señor». Esta oración no se ha conservado hasta nosotros.

[4] Véase L. Lehmann, El «Salmo Navideño» de san Francisco (OfP 15), en Selecciones de Franciscanismo n. 59 (1991) 251-263.

[5] Véase L. Lehmann, Preparación para la celebración de la liturgia de las horas. Las «Alabanzas que se han de decir en todas las horas», en Selecciones de Franciscanismo n. 62 (1992) 163-176.

[6] Contrariamente a la lectura de K. Esser, «mala pro vobis», debe leerse «mala pro bonis», «males en vez de bienes»; véase mi recensión a L. Hardick - E. Grau, Die Schriften des heiligen Franziskus von Assisi. Einführung, Übersetzung..., 8ª edición, Dietrich Coelde Verlag, Werl/Westf. 1984, en Franz Stud 68 (1986) 284.

[7] Véase T. Matura, «Mi Pater Sancte». Dios como Padre en los Escritos de san Francisco, en Selecciones de Franciscanismo n. 39 (1984) 371-405; y T. Matura, En oración con Francisco de Asís, Aránzazu 1995, 141-179.

[8] PL 170, 14. Pueden verse las citas y referencias a los Santos Padres en O. Schmucki, Das Leiden Christi im Leben des hl. Franziskus von Assisi. Eine quellenvergleichende Untersuchung im Lichte der zeitgenössischen Passionsfrömmigkeit. Roma 1960; Id., Gotteslob und Meditation nach Beispiel und Anweisung des hl. Franziskus von Assisi. Lucerna, 1980, 43-47.

[9] O. Schmucki, Gotteslob und Meditation, 47.

[10] O. Schmucki, Gotteslob und Meditation, 49.

[11] O. Schmucki, Gotteslob und Meditation, 49-50.

[12] Oficio divino. Liturgia de las horas según el rito romano, editado por la Comisión Episcopal Española de Liturgia, 1980; reproduce el himno «Vexilla regis prodeunt» en el Apéndice de himnos latinos; cf. tomo II, pág. 1.937.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXI, núm. 63 (1992) 381-401]

[En L. Lehmann, Francisco, maestro de oración, pp. 91-116]

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