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PUNTOS DE REFLEXIÓN FRANCISCANA por Giacomo Bini, Ministro General o.f.m. |
. | Revisión de las estructuras y cambio de vida (CPO)
Las estructuras son expresiones de una calidad de vida evangélica que ilustra y justifica nuestros modos de actuar, nuestro vivir en fraternidad, nuestra misión. Por tanto, lo que debe pedirse ante todo a nuestras estructuras, a nuestras obras es la fuerza dinámica del signo, que consiste en «remitir», la transparencia del signo que deja ver nuestras verdaderas razones de vida. La vida consagrada es profética (sígnica) porque remite directamente al signo-parábola del Reino por excelencia, que es Jesús de Nazaret. La vocación evangélica de Francisco de Asís, don del Espíritu al mundo (como toda vocación), estuvo sostenida siempre, a lo largo de los siglos, por estas palabras iniciales de la Regla: «Vivir el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo». Todas las estructuras que se han creado en el espacio y en el tiempo, en todas las épocas de la historia y en todas las culturas, han sido instrumentos para acercar este mensaje a los hombres de todos los tiempos. Esa es la razón por la cual nuestras estructuras deben tener esta fuerza de comunicación y deben ser cada vez más amplias y dinámicas, pues deben continuamente transformarse y adaptarse a los valores vividos en los diversos períodos y culturas. La uniformidad de ciertas estructuras y su excesiva estabilidad en el tiempo y en el espacio, sin reconsiderar y cambiar la calidad de la vida franciscana -razón profunda de nuestra crisis-, podría no producir los frutos deseados. Los dos obstáculos más comunes que podrían impedir esta transformación de nuestra vida, de nuestras estructuras, son la ausencia de espíritu misionero (o fidelidad al lugar más que al mensaje) y la falta de libertad (pobreza).-- [Fraternitas, Nº 72, enero del 2002] ******** Al Consejo Plenario de la Orden (Noviembre del 2001) 1. Con frecuencia, considerando los límites y los fracasos de un pasado más o menos reciente, nos detenemos, tristes, como frente a una puerta cerrada, y no vemos tantas otras puertas que se abren ante nosotros; no nos damos cuenta de que también el fracaso puede convertirse en una «teofanía». 2. Existe una crisis relacionada con un pasado no integrado serenamente, con un presente desorientado y fraccionado, con un futuro incierto y que no logramos determinar. A los Hermanos y a las Provincias les resulta difícil recobrar el sentido profundo y último de su vocación y de su actividad diaria. 3. ¿Cómo superar la dicotomía entre teoría y práctica, entre lo que profesamos y lo que vivimos? En el fondo hay una crisis de verdad y de claridad que paraliza nuestras decisiones. Francisco nos muestra una vida de plenitud, de libertad, de alegría: a nosotros corresponde «arrebatarla por la fuerza» (cf. Mt 11,12), con una radicalidad animada por la confianza en Dios. La fe y la decisión son indispensables para un discernimiento serio, para caminar sin miedo. 4. ¿Cómo acoger nuevas vocaciones y cómo pedirles que vivan lo que nosotros no vivimos? 5. Si nuestra vida espiritual es débil, nos falta una clave de lectura suficientemente clara para comprender qué estructuras hay que mantener, qué estructuras hay que reformar y adaptar, y qué estructuras hay que crear en obediencia a los signos de los tiempos. 6. Evangelizar significa transmitir aquello de lo que se vive y por lo que se vive. ¿Cómo ayudar a una Entidad incapaz de percibir su propia identidad evangélica y que se preocupa sólo de «administrar» lo que «siempre se ha hecho»? 7. «In negotio religionis facilius possunt nova fundari quam vetera reparari» (Pedro el Venerable, abad de Cluny). En los últimos años, grupos franciscanos nuevos, seguidores de nuestra Regla, se separan de las Familias más tradicionales en busca de renovación. ¿Es inevitable esta separación? ¿Se acabó el tiempo de los profetas que podrían ayudarnos a descubrir nuevos horizontes, a re-orientarnos hacia lo esencial, a re-situarnos sin «desgarros» dolorosos? Acoger sin peros la invitación de seguir a Cristo, dejando espacio al Espíritu en nosotros, creyendo, obedeciendo a su voz y abandonando todo, es indispensable para «re-situar» nuestro camino, para volver a escuchar la llamada y seguirla sin dilaciones; para volver a centrar nuestra actividad en la armonía de una vida teocéntrica y misionera, para volver a visitar y a dar significado evangélico al conjunto de nuestra vida. Durante estos días tenemos una responsabilidad decisiva: poner en marcha una revisión radical -si hace falta- y desinteresada de nuestras estructuras. El reto es grave y urgente: o sabemos responderle preparando y logrando estructuras adecuadas, o ya no tendremos nada que decir al mundo de hoy. El mundo continuará su camino y nosotros seguiremos especulando sobre la calidad de nuestras estructuras, con el riesgo de que éstas se conviertan en nuestra tumba.-- [Fraternitas, Nº 71 Suppl., diciembre del 2001] ******** Proyecto académico y educativo franciscano Una Universidad/Facultad que se llame franciscana debe elaborar un proyecto académico y educativo en clave franciscana. Esto vale para todas nuestras Universidades/Facultades, incluso las eclesiásticas (es un derecho reconocido por el mismo Derecho canónico). Por eso, a nuestras Universidades/Facultades se les exige que custodien y cultiven el rico patrimonio del pensamiento franciscano. Los grandes maestros del pensamiento franciscano no son sólo una «gloria de familia»: pertenecen al patrimonio de la Iglesia y de la humanidad. La Orden, por tanto, tiene el deber de poner a disposición de los hombres de hoy esta riqueza que nos ha confiado la historia. Favorézcase la asimilación de los valores franciscanos, entre los que subrayo los siguientes: - La fraternidad. Todos nuestros Centros académicos deben tener en gran estima la familiaridad, sin limitarse a ser un lugar de pura academia, árido e infecundo, donde se tienen en consideración los grados, los títulos, los honores, pero no las personas. La fraternidad debe impregnar la pedagogía de nuestras Universidades y Facultades. - La libertad que nace de la responsabilidad y de la conciencia de los derechos de los otros. Es necesario educar a los jóvenes en el respeto de los otros, de su diversidad. - El sentido de la justicia. En una «cultura de la apatía», nuestros Centros deben ser instituciones donde se eduque a los jóvenes en el sentido de la justicia. - La paz. Frente al crecimiento de la violencia, debemos educar/formar para construir una cultura de la paz, una civilización del amor. - Amor a la Vida y a la Verdad. Toda la actividad académica e intelectual de nuestros Centros -enseñanza, investigación, publicaciones- debe ser un servicio a la Vida y a la Verdad.-- [Fraternitas, Nº 71, diciembre del 2001] ******** A los Hermanos jóvenes en Canindé (julio del 2001) «Sentirse amado es la mayor alegría del ser humano». La condición necesaria para la armonía en nuestra vida diaria y para una espiritualidad sana y bien orientada, la condición necesaria para edificar nuestra identidad cristiana y franciscana consiste en un gran empeño en discernir nuestra afectividad en sus diversas expresiones. «Nuestro corazón no halla sosiego hasta que halla la paz en ti» (S. Agustín). Esta paz se conquista «devolviendo a casa nuestro propio cuerpo», logrando que se convierta en signo de una «Presencia», de una presencia liberadora y capaz de cambiar nuestras relaciones; purificando cada vez más el deseo de posesión, abriéndolo a la lógica del don. «Devolvemos a casa nuestro proprio cuerpo» educando y formando nuestros deseos, concentrándolos en el Amor verdadero, en el don supremo, y venciendo la tentación de los deseos superficiales, egocéntricos, hedonistas, que manifiestan sin cesar nuevas formas de posesión. Sentirse en el propio cuerpo «como en casa», habitarlo con serenidad y en el diálogo con «Alguien» que nos habita y nos espera. El cuerpo debe convertirse en signo transparente de una Presencia viva: nuestra vida consagrada es una parábola de la irrupción del Reino de Dios en la historia.-- [Fraternitas, Nº 69 Suppl., octubre del 2001] ******** El descubrimiento y la búsqueda continua de Dios La Palabra de Dios es luz para toda nuestra vida, en la integración y concentración de nuestra personalidad en Dios. Es la verdadera orientación transformante de nuestra vida. Observemos la relación de Francisco con la Palabra de Dios: - Crea espacios de silencio y de soledad para escuchar y acoger la Palabra. - Se deja sorprender con fe: es vulnerable, está desnudo frente a la Palabra. - La guarda en el silencio y se deja transformar por ella. - Arde en deseos de ponerla en práctica como forma concreta de discernimiento. - «Concibe» la Palabra, la pone en práctica con todo su ser. Agustín habla de «parturitio novae vitae». - La Palabra lo guía a la comunión con Dios y con los otros. - La Palabra se vuelve misión, anuncio atestiguado con la vida y proclamado con la voz. ¡La vocación sólo nace, crece y madura a una «temperatura» muy alta! Se requieren dos actitudes importantes para poder mantener vivo el entusiasmo por nuestra «aventura» vocacional: - El descubrimiento y la búsqueda continua de Dios como «tesoro» de nuestra vida; el deseo vivo y constante de encontrarlo empleando todos los medios a nuestra disposición: silencio, estudio, escucha, diálogo, experiencias, verificación... - La radicalidad: ¡La vida consagrada o es profética o no existe! «No podéis servir a dos señores...». Y «si amamos a Dios, debemos protegerlo de nosotros mismos». Es menester llegar a la práctica, a una vida coherente entre «ortodoxia» y «ortopráctica».-- [Fraternitas, Nº 69, octubre del 2001] ******** Los estudios en la vida y en la misión del hermano menor La vocación y la misión del hermano menor consisten en seguir más de cerca las huellas de Jesucristo y en vivir radicalmente el Evangelio según la forma de vida y la Regla de San Francisco, cultivando el espíritu de oración y devoción, viviendo en comunión fraterna, dando testimonio de minoridad y de pobreza, llenando la tierra con el Evangelio de Cristo y predicando la reconciliación, la paz y la justicia. La formación franciscana, basada sobre el encuentro personal con Jesucristo pobre y crucificado, da solidez a la vocación, prepara a la misión y lleva a desarrollar de manera orgánica, gradual y coherente las dotes físicas, psíquicas, morales, intelectuales y espirituales de los hermanos. El estudio, «manifestación del insaciable deseo de conocer siempre más profundamente a Dios, abismo de luz y fuente de toda verdad humana» (VC 98d), es fundamental en la vida y en la formación permanente e inicial de todo hermano menor. En cuanto actividad intelectual, el estudio conduce no sólo a aprender la ciencia y la doctrina, sino sobre todo a alcanzar la sabiduría del espíritu y a dejarse poseer por la Verdad y por el Bien, para amar y alabar al Señor, a quien pertenece todo bien, y servir a los hermanos en la caridad de Cristo. La Ratio Studiorum OFM ilustra la razón, los principios orientadores, el sentido y la finalidad de los estudios en la vida y en la misión del hermano menor y contiene los elementos peculiares y el programa de su formación intelectual, sobre todo respecto a los núcleos franciscanos.-- [Fraternitas, Nº 68, agosto-septiembre del 2001] ******** De la globalización a la fraternidad El fenómeno de la globalización condiciona a los individuos y a los pueblos. Si, por una parte, nos ha hecho soñar con una posible «aldea global» de serena comunión fraterna, por otra, aumentan desmesuradamente los nacionalismos, tribalismos y facciones de todo tipo. En un mundo dividido como el nuestro, Francisco supo ser el hombre de la fraternidad universal. Para él, fiel seguidor de Cristo, no existen barreras económicas, sociales o religiosas que separen. «Al volver de Siena, se encontró (Francisco) con un pobre. El Santo dijo al compañero: "Es necesario que devolvamos el manto al pobrecillo, porque le pertenece. Lo hemos recibido prestado hasta topar con otro más pobre que nosotros"» (2 Cel 87). Para Francisco el verdadero mal, el pecado radical consiste en apropiarse de algo, pues cuanto somos, tenemos y hacemos es don de Dios y debe emplearse como don al servicio de todos. Se trata de restituir todo a Dios, pues todo le pertenece. El «milagro evangélico» llamado Francisco nació cuando la eficacia de una vida basada sobre el comercio y la acumulación fue sustituida por la imagen de Cristo pobre, la imagen de un Dios que se revela pobreza y fragilidad en el don radical de sí mismo. Francisco nos lanza también hoy el reto de la restitución, de la liberación total -interna y externa-, para volver a crear un clima de confianza recíproca, de solidaridad, de comunión y de fraternidad universal. Se trata, básicamente, de acercarse a todo hombre como a un hermano, cambiando el recelo en confianza, la competición en colaboración, la hostilidad en hospitalidad. Reconociendo y respetando la diversidad, Francisco es capaz de reconciliar en la unidad, preocupándose del otro, de su miseria y sufrimiento, superando constantemente la tentación de instrumentalizarlo.-- [Fraternitas, Nº 67, julio del 2001] ******** Lectura franciscana de la Palabra de Dios Para San Francisco la lectura de la Palabra de Dios debe ser simple y espiritual a la vez, dos aspectos que merecen una breve aclaración. Al principio de la Regla no bulada y de la Regla bulada Francisco establece una especie de ecuación entre «seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo» (Rnb 1,1), «guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (Rb 1,1) y la Regla de los Hermanos; y al final del Testamento recuerda: «Así como me dio el Señor decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas palabras, del mismo modo las entendáis sencillamente y sin glosa, y las guardéis con obras santas hasta el fin» (Test 39); por eso, no quiere que se inserten explicaciones o comentarios a la Regla o al Testamento. Hay aquí una convicción de fondo: el cristiano que se acerca a la Palabra de Dios con sencillez y pureza puede captar en ella lo que el Señor quiere comunicar para revelarle el sentido vocacional de su vida. Como Francisco escribe en la Carta a toda la Orden, se trata de «inclinar el oído del corazón para obedecer a la voz del Hijo de Dios, guardar sus mandamientos con todo nuestro corazón y cumplir perfectamente sus consejos» (cf. CtaO 6-7). Sin embargo, la lectura hecha con sencillez y pureza no es una lectura de tipo fundamentalista. Francisco sabe bien que no basta con conocer las solas letras; lo dice explícitamente en la Admonición 7, 2-4, donde emerge con evidencia que hay un conocimiento literal de la Palabra de Dios que mata, en vez de introducir en una vida auténtica: así ocurre cuando se es ávido de saber para vender a los demás los propios conocimientos o para obtener la gratificación del proprio yo. Ése no es ciertamente el conocimiento sencillo y puro al que aspira Francisco y al que propone llegar.-- [Fraternitas, Nº 66, junio del 2001] ******** El martirio, raíz de la vocación franciscana Antes de volver al Padre y después de anunciar a sus discípulos la recepción del Espíritu, Jesús los envía al mundo entero para que sean sus «testigos -martyres- hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Continuar la misión de Jesús entre los hombres significa emprender un camino de martirio, es decir, de testimonio radical, de don de sí y sin reservas al Padre. Como Jesús, el discípulo se entrega por entero a la voluntad del Padre y da testimonio de su amor fiel a los hombres. Ser discípulo del Señor resucitado significa insertarse inmediatamente en un dinamismo de kénosis, de muerte y resurrección; conlleva un largo itinerario de «vaciamiento», de abandono. El camino «a Jerusalén» es, desde el principio, camino a la cruz. Este amor, marcado por el don de uno mismo hasta la más total expoliación y anonadamiento, caracterizó la vida de Francisco de Asís e hizo de él un imitador fiel de Jesús, el «Mártir por excelencia». El Pobrecillo se sintió atraído y conquistado por el amor de Dios, por ese amor pobre, frágil, impotente, amenazado desde el nacimiento y que se entregó voluntariamente a la muerte por la reconciliación y la paz. Siguiendo el ejemplo de esta tenaz entrega, Francisco convirtió su vida en un testimonio evangélico de confianza y de don sin condiciones, en un «martirio», aunque sin derramamiento de sangre. El Evangelio según San Juan empieza con este «éxodo» de Jesús: «Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). Y Francisco expresa «parabólicamente» su vocación evangélica en seguimiento de Jesús con la página de la «perfecta alegría», que refleja exactamente el mismo contenido. La vocación franciscana consiste radicalmente en este «martirio», en una peregrinación de vuelta al Padre en la expropiación cada vez más radical de uno mismo, haciéndose don y obediencia al Padre para que el mundo tenga la vida, la paz y la reconciliación.-- [Fraternitas, Nº 65, mayo del 2001] ******** El servicio de la autoridad y el empeño de la obediencia
El horizonte o punto de llegada al que hay que mirar y a cuya luz han de confrontarse las autoridades y los súbditos, es el amor al Padre y el seguimiento de Cristo hasta las últimas consecuencias, entregándose a Dios por el bien de los hermanos. Según Francisco, el Espíritu Santo es el ministro general de la fraternidad: todos están obligados a obedecerle, y esta obediencia se concreta en la fidelidad al proyecto evangélico expresado en la Regla y en las Constituciones generales, en los documentos de la Iglesia y de la Orden. El proyecto de vida evangélica debe guiar el camino de la autoridad y el camino del individuo. Por eso, en este proceso la autoridad tiene confiado un papel importante e indispensable, un papel que debe ser repensado, re-evangelizado, con miras a un servicio-don recibido de Dios, con miras a una misión claramente espiritual (CC.GG. 45-46). Dejarse «poseer», como los profetas, por esta misión es una garantía para la comunidad. En cambio, si uno se deja poseer sólo por la búsqueda del triunfo, confiando exclusivamente en sus propias capacidades, se corre el riesgo de que fracasen los dinamismos constructores de fraternidades evangélicas. Una autoridad que se deja guiar por el Espíritu, escuchando y colaborando con los otros (definidores, guardianes, formadores...), puede abrir nuevos horizontes: se convierte en guía e impulso hacia la meta; facilita y provoca opciones evangélicas en fraternidad; procura, más que realizar cosas o mantener estructuras sin vida, que en los hermanos nazcan ideas y motivaciones; sabe crear confianza y sentido de pertenencia, requisitos indispensables para la innovación y la creatividad en fraternidad. El autoritarismo y el permisivismo paralizan y frustran en los otros el impulso a ser nuevos y creativos. El diálogo y el crecimiento espiritual en el seno de una Provincia, al igual que la apertura a la relación con las otras Entidades y con el «Gobierno» de la Orden, dependen -con demasiada frecuencia- del modo como se entiende y como se ejerce la autoridad. La vida evangélica franciscana no puede agotarse en el ámbito de una Provincia. Es urgente preparar y formar para el futuro un «liderazgo» más evangélico y franciscano, como servicio fraterno de caridad.-- [Fraternitas, Nº 62, febrero de 2001] ******** Comunicar la vocación de frailes menores Si la fe se refuerza compartiéndola, también la vocación se afianza en la medida en que se comunica. El Cuidado Pastoral de las Vocaciones no puede ser una simple estrategia para asegurar la continuidad de nuestras Entidades y de nuestras obras apostólicas; no puede ser un simple medio para conseguir nuevos «adeptos»; no puede obedecer a una preocupación más o menos angustiosa por el número y la supervivencia. El auténtico Cuidado Pastoral de las Vocaciones brota del gozo de sentirse «escogido, alcanzado y ganado por el Señor Jesús» (Fil 3,8-12); es exigencia del encuentro personal con el Señor (cf. Jn 1,40.45; 4,39; 12,22). «Considerad vuestra vocación» (1 Cor 1,26). Todos hemos sido llamados por el Señor. La fidelidad dinámica a esa llamada no puede limitarse a la esfera personal: debe ser también ocasión de desarrollo para otras vocaciones. El gozo profundo de quien ha encontrado el tesoro escondido (cf. Mt 13,44), de quien se siente llamado, le lleva a hacer partícipes a los demás de la propia alegría «mediante el anuncio explícito» del Evangelio de la vocación. «Ay de mí si no evangelizare», decía Pablo (1 Cor 9,16). Quien ha recibido la buena noticia de la vocación no puede menos de comunicarla abiertamente a los demás y de invitarles explícitamente a seguir a Jesús. Es necesario pasar de una «pastoral de espera» a una «pastoral de propuesta»; de una «pastoral de retaguardia» a una «pastoral de vanguardia». El Señor no cesa de llamar. Ésta es la certeza que motiva nuestra esperanza. Pero, al mismo tiempo, quiere necesitar de nosotros para hacer sentir dicha llamada. Y esto debe urgirnos al compromiso de invitar a otros a seguirlo. La vocación vivida con gozo es siempre noticia, historia fascinante de la que se hace partícipes a los demás. La vocación acogida con estupor y vivida con entusiasmo se torna necesariamente invitación: «Venid y veréis» (Jn 1,39).-- [Fraternitas, Nº 61, enero de 2001] ******** Por los caminos del mundo Ser discípulos se concretiza en ser apóstoles, enviados a todos los hombres. La disponibilidad a anunciar el Evangelio allende las fronteras del proprio país y de la propia cultura es un signo seguro de fidelidad a la vocación franciscana. El mundo actual presenta grandes retos que interpelan nuestra vocación; por eso, nuestra Orden ha puesto en marcha en los últimos años proyectos misioneros animados por fraternidades internacionales e interculturales en varias naciones de África, Asia y Europa Oriental. La misión, el ir por el mundo es una cuestión de fe, de fe viva: es «el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros» (Redemptoris missio 11c). Cristo se revela a la Iglesia y manifiesta su rostro mediante el testimonio de los mártires y de los santos. El ejemplo de nuestros hermanos mártires es una invitación a recuperar la «frescura» misionera y estar dispuestos a anunciar el absoluto de Dios en nuestra vida, abandonando todo y recobrando nuestra libertad interior y exterior en el anuncio de la Buena Noticia. El descubrimiento de la paternidad absoluta y gratuita de Dios se concreta para Francisco en la búsqueda de una fraternidad verdaderamente universal, que abarca a todos los hombres del mundo. El Pobrecillo manifiesta su experiencia del Evangelio a todas las criaturas por los caminos del mundo. Se trata de una itinerancia fraterna, «de dos en dos». Francisco nunca envía a un fraile solo al mundo. La fraternidad y la comunión son punto de salida y de llegada de la misión franciscana: se va juntos con miras a una reconciliación universal. El camino es la casa del apóstol; la cercanía de los hermanos de camino, su apoyo; la presencia del Espíritu que lo habita, su fuerza.-- [Fraternitas, Nº 60, diciembre de 2000] ******** El camino de la solidaridad Viendo la situación actual de nuestra Orden y teniendo presentes los próximos congresos internacionales sobre pastoral vocacional y sobre «Justicia y Paz», que se celebrarán, respectivamente, en Asís y en Vossenack, les indicamos el camino de la solidaridad como actitud fundamental de nuestra vida común. El punto de partida de la solidaridad es la contemplación del amor de Dios a los hombres y a toda la creación. Este amor recibió un rostro en Jesús de Nazaret (cf. Jn 1,14). El rostro de Jesús, en efecto, refleja el rostro del Padre: «Yo y el Padre somos uno», dice el Señor (Jn 10,30). Pero el rostro de Jesús no refleja sólo el rostro del Padre, sino también el del hombre, pues Jesucristo es la solidaridad divina con los hombres. Jesucristo libera a los hombres para una nueva solidaridad y comunión entre ellos (cf. GS 32), a fin de que «también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6,4). Al principio de la «vida nueva» de san Francisco, «alter Christus» y enamorado de la Encarnación (cf. Greccio, Alverna), está su conversión, producida en su encuentro con el leproso a las puertas de Asís. En aquel encuentro Francisco no sólo realizó un gesto de piedad, sino, sobre todo, restituyó al pobre la dignidad humana, cuyo fundamento profundo y último consiste en la semejanza del hombre con Dios. Así como Jesús nos muestra con su vida el rostro del Padre y la solidaridad con los hombres, Francisco, hombre solidario, nos indica con su seguimiento evangélico el rostro de Jesucristo en los pobres, que son para él el sacramento de Dios (cf. Mt 25). He aquí, pues, un camino bien preciso para actuar con solidaridad: «Vivir los unos para los otros» (cf. Jn 13,34-35).-- [Fraternitas, Nº 59, noviembre de 2000] ******** Sustituir
la cultura de la apariencia Nadie puede afirmar hoy que falte claridad a nuestro proyecto de vida evangélica. Pero quizás no logra convertirse en un proyecto existencial y en un nuevo estilo de vida. El problema de estos instrumentos (documentos) que han marcado el camino franciscano durante los últimos años no consiste en ser demasiados o demasiado extensos o poco claros: el verdadero problema es que han sido acogidos (cuando han sido acogidos...) como «documentos» y no como importantes instrumentos para reestructurar y reanimar nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, preguntémonos -y respondámonos con sinceridad-: ¿Cuándo hemos leído por última vez las Constituciones Generales? Así nuestra vida diaria se está desintegrando y fraccionando a partir de los incontables compromisos y deseos suscitados en nosotros por un mundo demasiado consumista. Debemos sustituir la cultura de la apariencia, de la inmediatez y de la eficacia, propia de nuestro mundo «global», con una cultura de la interioridad, del silencio, de la escucha obediente, de la fecundidad divina. A pesar de los fracasos, más aún, aleccionados por éstos, debemos pasar de la lógica de la evidencia y del «siempre se ha hecho» a la lógica de la confianza. Es urgente reconstruir nuestra unidad interior, basándola sobre una formación espiritual sólida que sepa integrar cuanto somos y cuanto hacemos en una identidad pacificada y en la que la Palabra de Dios -acogida como acontecimiento siempre nuevo- y la Eucaristía -recibida como fuerza para el camino en seguimiento de Cristo- vuelvan a ser el fundamento de nuestra construcción.-- [Fraternitas, Nº 57, agosto-septiembre de 2000] ******** Lo que nos falta son alternativas de vida en Fraternidad Vivimos en un momento capital de nuestra historia, inmersa en un proceso de profunda transformación, pero que contiene numerosos gérmenes de vida, abundantes expectativas y esperanzas de reconstrucción positiva, copiosas preguntas de contemporáneos nuestros que procuran dar nuevos significados y nuevos contenidos a sus vidas. Se nos estimula e interpela a que, sabiendo captar las numerosas exigencias positivas que emergen de nuestro mundo, demos razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pe 3,15) y la expresemos visiblemente con símbolos y con un estilo de vida significativo para el hombre de hoy. San Francisco y su mensaje mantienen una actualidad sorprendente, capaz de despertar simpatía y acogida en todas las culturas. Francisco está más vivo que nunca y habla a los hombres de hoy. ¿Lograremos encarnar su proyecto evangélico y comunicarlo con convicción y alegría mediante una visibilidad atrayente que abarque alma y cuerpo, vida y palabra, comportamientos personales y relacionales? Ese es el reto que el mundo actual nos dirige en nuestro camino del tercer milenio... Lo que nos falta, una vez más, no es la palabra o gestos aislados de generosidad, sino formas concretas, alternativas de vida en Fraternidad. Estamos sufriendo, como dice san Pablo, «dolores de parto».-- [Fraternitas, Nº 56, julio de 2000] ******** Celebrar la Pascua de Cristo Celebrar la Pascua significa vivir la solidaridad humana y divina mediante la cual el sufrimiento se vuelve redentor como el de Jesús y la muerte ya no es la palabra última y definitiva. «No temáis. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado... Ha resucitado... Id aprisa a decir...» (Mt 28,5-7). Jesús nos muestra el camino, aunque la lógica del amor parezca destinada al fracaso. Celebrar la Pascua de Cristo resucitado significa aceptar el sufrimiento que causa el no poder cambiar todas las realidades negativas que nos rodean y, también, ser conscientes de que podemos darles otro contenido, insertarlas en un horizonte distinto. La historia que sigue desarrollándose en torno a los discípulos de Emaús no ha cambiado, pero es iluminada por una perspectiva nueva que ha empezado a arder en sus corazones. Tras el compartir eucarístico, los dos discípulos han cambiado radicalmente su modo de considerar y de afrontar los acontecimientos: es de noche, pero no tienen miedo de la oscuridad; en Jerusalén siguen los mismos enemigos de antes, pero el temor se ha convertido en valentía. Ya no hace falta huir del pasado ni refugiarse en el aislamiento. Ahora pueden correr hacia «los otros» y hacer estallar la misionariedad gozosa que caracteriza a los creyentes de todos los tiempos. ¡La prueba de que Cristo ha resucitado verdaderamente es que el mundo es ahora diverso! Sí, la prueba no es sólo el sepulcro vacío, sino la experiencia profunda de la presencia transformadora del Resucitado en nosotros. Como María Magdalena, como Pedro, como los discípulos de Emaús, también nosotros, si encontramos al «Señor resucitado y viviente», superaremos todos los miedos y desconfianzas, y sabremos dar un nuevo sentido a los acontecimientos de la historia. Vivir en la luz de la resurrección es mirar el mundo con los ojos de Dios.-- [Fraternitas, Nº 53, abril de 2000] ******** Responsabilidad espiritual del hermano Ministro Todo ministerio, incluido el de la autoridad, es un don que viene de Dios y pertenece a Dios. El Espíritu es quien elige y llama a este ministerio, vinculado con el actuar de Dios más que con nuestros talentos, para el bien espiritual de los hermanos, para el Reino. Es un servicio fraterno. Quien lo ejerce debe estar, frente al Padre, en una situación y actitud de hijo dócil, colaborador con el Espíritu en la construcción de la comunión:
Se trata, por tanto, de crear espacio y dejarlo libre y a disposición de la fuerza del Espíritu que deberá influir en los hermanos. Influir, convencer, transformar, hacer actuar de un determinado modo no es lo principal de la autoridad: todo es «funcional», con vistas al Espíritu, que hace todo esto.-- [Fraternitas, Nº 52, marzo de 2000] ******** San Pedro de Alcántara y el espíritu de oración San Pedro de Alcántara es el hombre de Dios, es un gigante del espíritu, porque dejó que Dios creciera en él. La oración y la contemplación es el sello, el fundamento, el alma, el corazón... lo es todo en su vida. El espíritu de oración y devoción constituye la gran prioridad -cualitativamente hablando- del proyecto de vida de la reforma alcantarina: todo está en función de ella y a su servicio. Su penitencia y mortificación encuentran su sentido más profundo como disposición para una oración confiada de abandono en la que el ser humano se pone por completo en las manos de Dios. Su gran actividad apostólica arranca de su profunda comunión con Dios, nacida y alimentada por «la oración de más horas». Pero este primado cualitativo lleva también consigo el primado práctico de la oración. Ésta ha de ser la primera ocupación y preocupación de los hermanos. Los hombres de hoy, particularmente nosotros, Hermanos Menores como san Pedro de Alcántara, necesitamos redescubrir la belleza de «el corazón y la mente vueltos hacia el Señor». El mundo de hoy, marcado por un ateísmo favorable a lo religioso, nos está pidiendo a gritos que seamos testigos de Dios, que creemos en nuestro mundo lugares de experiencia de Dios. Nuestro futuro dependerá, en gran parte, de la capacidad de testimoniar a los demás la presencia de Dios. ¿Cómo nos preparamos, personal y comunitariamente, a este futuro? ¿Cómo respondemos a la vocación de ser testigos de Dios en una sociedad marcada por la secularización? -- [Fraternitas, Nº 51, febrero de 2000] ******** Caminos actuales de transformación profética La Orden está viviendo momentos de esperanza, de promesas y de posibilidades que ya se están realizando. Estamos viviendo un kairós especial, una gracia que nos ha sido dada con vistas a nuevos comienzos, a una vida nueva, empezando precisamente por nuestros valores carismáticos. El tiempo para dar testimonio de estos valores es favorable: a nosotros corresponde proyectarlos con valentía en nuestro mundo con un lenguaje comprensible y creativo. Muchos hermanos, muchas Provincias están entrando en este camino de transformación profética; existe un regreso innovador a los valores fundamentales de nuestro carisma. Incluso los hechos preocupantes, como el eclipse de grandes obras y la disminución del número de hermanos, pueden interpretarse como una purificación del eficientismo y una invitación a la revisión dinámica de las estructuras, para adaptarlas a las exigencias de hoy. Está creciendo la colaboración entre el «gobierno central» y las Provincias y la colaboración entre las Provincias vecinas. Florecen en las Provincias o Conferencias algunas Fraternidades diversificadas según ciertos carismas: unas, más radicales; otras, más contemplativas; otras, «de inserción» y más comprometidas en un diálogo de solidaridad con el mundo. Esta diversidad es acogida positivamente, sin prevenciones o prejuicios. Se trata de un camino muy importante para el nacimiento de Fraternidades proféticas que abran nuevas sendas. Es una «fidelidad creativa» querida por la Iglesia y en sintonía con nuestro carisma.-- [Fraternitas, Nº 50, enero de 2000] ******** A los editores franciscanos: «el espíritu de Asís» Llamo vuestra atención sobre un punto concreto. Aunque ningún sector de la cultura nos es ajeno a los franciscanos, os invito a prestar especial atención a lo que Juan Pablo II ha llamado «el espíritu de Asís». El mundo actual y las culturas contemporáneas son muy sensibles a los temas que conlleva el «espíritu de Asís» y que coinciden con los temas centrales del gran jubileo del año 2000. En la carta que el Definitorio escribió a los Hermanos con motivo de la fiesta de san Francisco del presente año, se recuerda que a menudo nos preocupamos por los números, los métodos, la insuficiencia de medios. También vosotros os preocupáis de ello, y con razón. Sin embargo, la memoria del «espíritu de Asís» nos exhorta a mirar «más lejos». En efecto, si la comunicación se inspira en la mentalidad y en los pensamientos consumistas, contribuye ciertamente a «construir» una «aldea global», pero una «aldea mercado», alienante, sin caminos ni puentes que permitan ir hacia los otros. Vuestra iniciativa debe tender sobre todo a favorecer la comunicación verdadera, contribuyendo así a abrir caminos hacia los «hermanos ladrones», el «hermano sultán», el «hermano lobo», el «hermano Sol», «nuestra hermana la madre Tierra, la cual... produce diversos frutos con coloradas flores y hierba».-- [Fraternitas, Nº 49, diciembre de 1999] ******** Nadie puede parar la obra del Espíritu En nuestra vocación franciscana el Señor se sirvió, para llamarnos a él, de diferentes hechos y acontecimientos, y nuestro camino se concretizó en una determinada Casa y en una determinada Provincia. Pero el Señor nos llamó para su Reino, no para nuestra Provincia. Como aconteció a los discípulos al día siguiente de Pentecostés. Como le sucedió a Francisco al día siguiente de haber recibido la iluminación de su vocación escuchando la Palabra de Dios. La «opción» de los primeros compañeros de Francisco, cuando todavía eran un grupito, «por los leprosos», adquirió una dimensión universal de evangelización, de encuentro con todos los leprosos del mundo, sin que esperasen a haber curado a todos los leprosos de Asís, a todos los leprosos de «su Provincia». ¡La formación no se recibe «dentro» para salir, luego, «fuera»! Una Fraternidad local o provincial cargada con demasiadas cosas que hacer «en casa», con demasiados proyectos personales, aunque sean buenos, insensibiliza su vocación, que es participación en la misión de Jesús: «Recibid el Espíritu Santo... Id al mundo entero...». Muchas de nuestras vocaciones nacieron de experiencias y de aspiraciones misioneras. También hoy en día muchos jóvenes llevan en su corazón este deseo-espera que no llega a encarnarse. Hay muchos Hermanos dispuestos a reemprender el camino itinerante de la evangelización. La Orden ha puesto en marcha varios proyectos internacionales que están muriendo por falta de Hermanos. En algunas regiones está disminuyendo la presencia de la Orden. ¿Pero se puede, por ello, traicionar la evangelización misionera? ¿No son los pobres los más generosos? ¿Puede un Ministro provincial, en nombre de las necesidades de la Provincia, asumir la responsabilidad de impedir una llamada misional? Nuestra Regla es clara: Nadie puede impedir lo que es obra del Espíritu.-- [Fraternitas, Nº 45, julio de 1999] ******** Hagamos esperanzados la parte que nos corresponde Si pienso en mi experiencia en África, en las numerosas visitas que durante mi primer año de servicio de Ministro general he hecho a los hermanos en Cuba, China y tantas naciones de Asia, América y Europa, veo en todas partes la simpatía con que nuestros contemporáneos contemplan la vida de los hermanos y la historia de san Francisco. Y pienso que ésta es nuestra gran esperanza: la vida del Pobrecillo y la autenticidad de su experiencia mantienen una gran fuerza para inducir a la reflexión y llevar a la experiencia de Dios. Esta esperanza ha sido confiada a nuestras manos, por pobres que sean, y ha sido sembrada en nuestro corazón. La esperanza no radica, sin embargo, en nuestras capacidades ni en nuestra pretensión de resolver todos los problemas, de llegar a ser dueños del mundo con todos los medios que la ciencia actual pone a nuestro alcance. Existe -también entre algunos cristianos- una «estrategia» de búsqueda de «triunfo», de presencia a toda costa, que puede ser antievangélica. Nosotros debemos sólo crear espacios donde resuene la voz de Dios y el Espíritu del Padre y del Hijo continúe sembrando signos del Reino en nuestra sociedad y en nuestro tiempo. Y, además, debemos vivir en la confianza de que Dios sigue haciendo su parte, de que también hoy el Espíritu sopla en el corazón de los hombres y la Palabra de Jesús sigue siendo capaz de iluminar las experiencias más profundas de la vida humana. Poco antes de morir, Francisco invitó a quienes le rodeaban a «hacer la parte que a ellos les correspondía», a descubrir la misión que Dios ha confiado a cada uno y que sólo cada uno puede y debe cumplir, sin aferrarse a «lo que siempre se ha hecho». Abrigo en mi corazón la esperanza de que también hoy estamos en condiciones de captar esta «provocación» de Dios y de dar con alegría toda nuestra vida para «hacer la parte que nos corresponde». Nada, en efecto, hay más triste que no saber qué hacer con la propia vida.-- [Fraternitas, Nº 43, mayo de 1999]. ******** Actualidad de la atracción de San Francisco Francisco impresiona a los hombres y mujeres de nuestro tiempo por muchos motivos. Su atractivo nace de ser un hombre «realizado» que supo encarnar valores que todos miran con particular atención. La relación con Dios, para Francisco, no es una costumbre ni una alienación, sino el horizonte donde cobran sentido las demás experiencias de la vida. El descubrimiento de Dios, de su amor y de su solicitud por todos y cada uno de los hombres, fue el comienzo de una aventura humana extraordinaria. Mirando a Dios, que «es misericordioso» con todos sus hijos, Francisco aprende a mirar con otros ojos a todos los hombres, a cada persona concreta. Su capacidad de diálogo con los hombres y con las mujeres, con los ricos y con los pobres, con los «ladrones» y con los marginados, con los cristianos y con los musulmanes, es un ejemplo y una provocación para todos nosotros. A partir del descubrimiento de Dios, Francisco recibe, igualmente, ojos nuevos para ver la creación que lo rodea, para entenderla como un don que Dios nos ha confiado y no como un instrumento que hay que usar o un recurso que hay que explotar. Creo que todo esto puede resumirse en dos palabras: «padre» y «hermano». Francisco descubre que la paternidad de Dios no es una limitación a su libertad, sino un ofrecimiento de alianza, una promesa de vida plena. Y de la paternidad amorosa de Dios brota la «fraternidad» rigurosa entre todos los seres vivientes. Y fraternidad significa reconocer, en todos, los signos de la dignidad dada por Dios, descubrir la solidaridad interna que une a todos los hombres haciéndoles, no adversarios o rivales o extraños, sino «hermanos».-- [Fraternitas, Nº 42, abril de 1999]. ******** Ministerio de la escucha Uno de los retos actuales más urgentes, sobre todo en el mundo industrializado, es la atomización, la fragmentación de la vida del hombre que camina hacia el tercer milenio. Una fragmentación interior, experimentada por todo ser humano ante los mil deseos y las mil opciones cotidianas y cuya raíz es el «consumismo» apresurado, alimentado por una comunicación salvaje al servicio del mercado global. No es fácil reconstruir diariamente la unidad interior, un espacio de calma donde acoger y dejar actuar la Palabra de Dios. Sin embargo, quien está interiormente dividido difícilmente podrá ser creador de comunión y anunciador de la Buena Noticia. La vida contemplativa es un testimonio silencioso pero elocuente de la unidad armoniosa y serena a la que tiende de corazón todo ser, es «la parte mejor» que María eligió. Es, por tanto, una invitación a la formación, a un discernimiento maduro de las múltiples propuestas, no todas negativas, que hay que orientar e integrar. Una ayuda para distinguir lo esencial de lo secundario, lo urgente de lo que puede dejarse para mañana, sin disiparse en un activismo siempre inquieto. Me permito sugerir algunas líneas de reflexión: 1. Reconsiderar la formación teológica. El verdadero teólogo es aquel que no sólo sabe hablar de Dios, sino sobre todo hablar con Dios. Quien es experto en Dios, se vuelve necesariamente experto en comunión, pues quien se ejercita en acoger a Dios crea espacios para acoger al otro. 2. Valorar la oportunidad de que cada diócesis cree Centros de reconstrucción interior para sacerdotes, religiosos y laicos, donde se puedan curar las heridas personales, centros de verificación y de crecimiento en el Espíritu. 3. Formar acompañantes bien preparados que progresan en la vía de la simplicidad contemplativa, hombres y mujeres dispuestos a entregarse por entero a este servicio. Se trata del ministerio de la escucha, uno de los que deben tener prioridad en la situación actual.-- [Fraternitas, n. 40, febrero de 1999] ******** La fraternidad en la minoridad Testigos de comunión.- ¿Cuál es nuestro deber frente a las injusticias, divisiones, racismo y cerrazones? Muchas veces sabemos claramente cuál es, pero no logramos cumplirlo. Desde hace muchos años reconocemos que el individualismo y el provincialismo bloquean todo crecimiento y se oponen a nuestro carisma, pero no conseguimos liberarnos de ellos. Somos diligentes en denunciar las injusticias, el racismo, las violencias étnicas, pero nuestra vida ordinaria contradice nuestras palabras y nuestras proclamas. Demasiado a menudo los nacionalismos y los resentimientos regionales impiden un mínimo de colaboración interprovincial. Grupos de Hermanos que viven en una misma área no logran entenderse, quizás por provenir de Provincias o naciones diferentes. ¿Cómo tenemos el valor de denunciar, si no nos reconciliamos, si no hablamos desde una experiencia concreta de fraternidad o, al menos, desde el esfuerzo por construir fraternidad entre nosotros? Al individualismo existente entre los Hermanos, que condenamos desde hace años y que es típico de nuestra cultura, le cuesta morir e impide toda actividad. Hacia un proyecto de Fraternidad evangélica.- La improvisación, la urgencia, la supervivencia constituyen el empeño inmediato que absorbe casi todas las energías diarias de la mayoría de los Hermanos. No conseguimos, como Fraternidad provincial o internacional, mirar el futuro con fe, con esperanza. Parece como si para ser creativos fuera preciso situarse al margen de la Fraternidad, es decir, fuera de nuestra más genuina vocación carismática: la Fraternidad evangélica al servicio del Reino, la Fraternidad en la minoridad.-- [Fraternitas, Nº 39, enero de 1999] ******** Hermanos, jóvenes y ancianos, del mundo entero El 4 de octubre, fiesta de san Francisco, el Definitorio general envió a los «Hermanos, jóvenes y ancianos, del mundo entero» una carta en la que reflexiona, especialmente, sobre el don de los Hermanos ancianos, «memoria carismática de la Orden y síntesis armoniosa de un camino». En ella subraya también la misión de testimoniar la esperanza y devolver al amor la frescura de la gratuidad, y destaca «el ministerio de la escucha..., expresión auténtica de amor y de comunión que colma la distancia entre las generaciones, ayuda a construir una relación armónica entre las diversas etapas de nuestra vida y atenúa la tensión existente entre el ideal y la realidad»: «Ustedes, Hermanos ancianos, son nuestra memoria carismática. De Ustedes recibimos todo: los valores, las estructuras y el carisma que Ustedes han custodiado con fidelidad. Ustedes nos iniciaron y formaron en el amor a la vida franciscana. Con tantos cambios, sobre todo después del concilio Vaticano II, quizás les hemos exigido demasiado; sin embargo, Ustedes aceptaron con humildad lo que muchas veces les parecía incomprensible e inaceptable. Todavía hoy garantizan en nuestras Fraternidades una presencia silenciosa y fiel, acogedora y disponible, limitada a veces en sus posibilidades pero siempre generosa. Esta memoria experiencial de Ustedes es preciosa para nosotros, pues nos ayuda a evitar superficialidades e improvisaciones sin historia, a la vez que proporciona fundamento a nuestros proyectos y continuidad a nuestras proyecciones proféticas. Ustedes pueden ser la expresión de una vida como síntesis armoniosa de un camino. Es el momento de la verdad. Tras tantas experiencias más o menos logradas, se hallan Ustedes en condiciones de captar lo esencial. Después de los numerosos años transcurridos, saben distinguir lo importante de lo secundario y pueden mirar los acontecimientos con profundidad y clarividencia. Con los años emergen los puntos de referencia sobre los que una persona ha construido su ser, aparece con claridad aquello en lo que uno ha depositado su confianza. Ustedes están llamados a ser testigos vivientes de lo esencial, de una experiencia profunda y renovada de Dios vivo, en la que se integran serenamente en la unidad todas las etapas y acontecimientos de la vida. De este modo, su testimonio se transforma en importante mensaje para el hombre actual, tan dividido y fragmentado: con su vida unificada en Dios, son Ustedes mensajeros de paz y de unidad».-- [Fraternitas, Nº 37, noviembre de 1998] ******** ¿Pedir o dar? Escuchemos un breve pasaje de la Regla no bulada: «Y manifieste confiadamente el uno al otro su propia necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo proporcione. Y cada uno ame y nutra a su hermano, como la madre ama y nutre a su hijo, en las cosas para las que Dios le diere gracia» (1 R 9,10-11). Lo que Francisco coloca al principio de nuestro vivir en común no es el dar, sino el pedir. Como si dijera que para construir una comunidad hay que ser capaces de tender la mano, reconocer que, lejos de ser autosuficientes, necesitamos al hermano y a la hermana con quienes convivimos. Sin esta humildad (reconocer mi necesidad, tender la mano pidiendo ayuda) es imposible una verdadera comunión. Luego viene el dar, el responder a la petición del hermano/hermana, el tener los ojos abiertos no sólo a mi necesidad, sino también a la del otro. Dos puntos que subrayar: Primero: debo dar las cosas para las que Dios me diere gracia. No soy dueño de nada. En la Fraternidad experimento mi pobreza radical (hasta tal punto que debo empezar ¡pidiendo!). Así, pobre como soy, comparto con mi hermano lo que el Señor me ha regalado (cosas, capacidades, tiempo...). Segundo: hay que fijarse en el parangón (como la madre...) y en la delicadeza de los verbos empleados: amar y nutrir. Francisco no quiere que haya padres entre sus Hermanos -hay un solo Padre, el del cielo, que ningún hombre puede substituir-; en cambio, no teme pedir a los Hermanos el ser madres unos de otros. Este "ser madres" se expresa amando y nutriendo. Lo que el hermano y la hermana piden no sólo es un trozo de pan o un vestido, sino, sobre todo, el ser acogidos, aceptados, amados.-- [Fraternitas, Nº 36, octubre de 1998] ******** Audacia en el Espíritu A los Presidentes de las Conferencias de Provinciales: La renuncia, la resignación, la apatía, la desilusión por las Provincias que están envejeciendo, o la satisfacción de "salvarse solos" por parte de quienes siguen teniendo vocaciones. Todos necesitamos: * audacia, animada de esa pasión que es don del Espíritu, para redefinir nuestra identidad, para vivir nuestra vocación, pues las presiones de la secularización son cada vez más fuertes y la infidelidad a los valores religiosos cada vez más frecuente. * audacia en el creer en las maravillas que Dios puede realizar con nosotros y mediante nosotros a cualquier edad, por encima de cualquier estructura agonizante. Cambiando es como se camina hacia la perfección. * audacia en el superar los umbrales de nuestros intereses domésticos, provinciales: «Nuestro claustro es el mundo». No nos engañemos. ¡Nadie se salva solo! La fe, el amor y la fraternidad se multiplican dándolos. * audacia en una itinerancia misionera que se expresa sobre todo en la disponibilidad y la solidaridad, en el ir incesantemente hacia los otros, hacia los que están más lejos. * audacia profética que consiste en colaborar con el Espíritu para suscitar entre nosotros hombres-profetas y Fraternidades proféticas.-- [Fraternitas, Nº 35, agosto-septiembre de 1998] ******** Contemplación y conversión franciscana Al término de estos días transcurridos con todos Ustedes en este hermoso «Monte San Francisco» (Guatemala), quiero, en primer lugar, agradecer al Señor la gracia de haber participado en esta XV Asamblea de la Unión de las Conferencias Latino-Americanas Franciscanas. Esta Asamblea de la UCLAF ha manifestado, una vez más, que es posible dar testimonio de la unidad en la diversidad. En estos días he visto las maravillas que Dios obra con nosotros en estas tierras. Esta realidad debe infundirnos ánimo para seguir adelante y comprometernos a colaborar, en cada una de nuestras Entidades, con el Espíritu Santo, que es el Actor principal, capaz de realizar lo imposible. Doy gracias al Señor y agradezco a todos Ustedes el testimonio de vida evangélica que me han ofrecido. Pienso que tenemos claro, en la inteligencia y en el corazón, que nuestra vida evangélica debe fundarse y hundir sus raíces en el espíritu de contemplación, en el ver a Dios en los signos de los tiempos, los acontecimientos de la historia y la vida de los pobres. La contemplación franciscana consiste en entregarnos diariamente a Dios y a los hermanos, como prometimos el día de nuestra profesión. Ése es el secreto y ésa es la raíz de nuestra vida evangélica, de nuestra evangelización en fraternidad y de la colaboración entre las Fraternidades de una Entidad y entre todas las Entidades. ¡Cuánta creatividad y novedad de vida tendríamos si cada hermano y cada Entidad dijera a Dios y a los Ministros de la Fraternidad: «¡Señor, haz hoy de mí lo que quieras! ¡Estoy a tu disposición!» La falta de itinerancia, de disposición y de éxodo es la causa de casi todas nuestras dificultades. Dios, los hermanos, los pobres esperan nuestra disponibilidad. Lo que «recibisteis gratis, dadlo gratis». Pidamos al Espíritu Santo, especialmente en este año dedicado a Él, su ayuda en este camino de conversión. Si vivimos esta prioridad del espíritu de oración y devoción en itinerancia y disponibilidad, la memoria se volverá profecía. Concluyo con unas palabras de Pablo VI: «La Iglesia (en nuestro caso, la Orden) necesita un Pentecostés perenne. Necesita fuego en el corazón, palabra en los labios, profecía en la mirada.»-- [Fraternitas, Nº 34, julio de 1998] ******** Prioridad de la Orden: el espíritu de oración La prioridad de la Orden, en singular, es -el Definitorio está cada vez más convencido de ello- el espíritu de oración, el espíritu de devoción. No empleo el término «contemplación», que puede remitir al tercer cielo de san Juan de la Cruz. No. Empleamos el lenguaje franciscano de Francisco: el espíritu de oración, el espíritu de devoción. ¿Por qué estamos convencidos de esto? Porque vemos que en la Orden falta este fuego. Hay un cierto desaliento. Hay muchos abandonos en la vida religiosa, en todos los continentes; jóvenes y no tan jóvenes. Existe a veces un sentido de crecimiento en el trabajo que hay que hacer. Pero a menudo es una huida, más que un trabajo. Huida de los otros, huida de Dios. Creo que la mayor dificultad que tenemos, tanto respecto a la fraternidad como respecto a la minoridad/pobreza, es la carencia de este espíritu del Señor, pues la fraternidad y la minoridad dependen de este ser en el Señor. No puedo imponer la pobreza a nadie. Es una elección libre, que depende de la elección de Cristo. Pero si no existe esta elección de Cristo, aunque hable tres días seguidos de la belleza de la pobreza, aunque lea todas las fuentes franciscanas, no sirve a nadie. Recuerdo una frase de Francisco que para mí es fundamental: «Lo que por encima de todo deben anhelar los hermanos es tener el Espíritu del Señor y su santa operación» (Rb 10,8). Tener, no las cosas, ni la elección, ni la competencia, sino, para Francisco, el Espíritu del Señor. Hoy día las estructuras ya no salvan. Por eso, o existe este corazón vuelto al Señor, o no creo que haya mucho que esperar.-- [Fraternitas, Nº 33, junio de 1998] ******** Formación permanente Las opciones valientes en el ámbito de la formación inicial deben inducir a prestar más atención a la formación permanente, de la que pende la calidad de la vida de la Provincia y de nuestras Fraternidades. Se trata, ante todo, de crear una mentalidad compartida que acreciente la conciencia de que cada día de nuestra vida -sea cual fuere nuestra edad, preparación cultural y riqueza de experiencia- estamos llamados a "aprender" a ser hermanos. El compromiso y esmero en un programa realista de formación permanente ayudará a mejorar la capacidad de comunión y de comunicación de los Hermanos. El testimonio de una Fraternidad que se deja plasmar por la Palabra de Dios, que la ha reunido, y que, a la luz de esa Palabra, se empeña en un camino de comunión, es el primer modo de anunciar el Evangelio.-- [Fraternitas, Nº 32, mayo de 1998] ******** Prioridades en la vida franciscana A partir del documento capitular, el Definitorio general ha especificado varias prioridades que guiarán nuestra acción en los próximos años. -- Para que la forma de vida revelada a Francisco sea posible y tenga sentido es preciso que -estamos persuadidos de ello- se alimente de un profundo diálogo con Dios. Por eso -y estimulados por el mensaje que Su Santidad dirigió al Capítulo-, hemos colocado en primer lugar la dimensión contemplativa de nuestra vocación, convencidos de que el criterio para valorar nuestras actividades no es su eficacia o su cantidad, sino su autenticidad, que sólo la búsqueda constante del rostro del Señor puede garantizar. -- Francisco descubrió la peculiaridad de su vocación cuando «el Señor le dio hermanos». También nosotros estamos convencidos de que nuestra forma de vida sólo tiene sentido si se vive en la Fraternidad. El primer anuncio del Evangelio que se nos pide es atestiguar que se puede vivir como hermanos, no obstante la diversidad de mentalidades y de culturas. Durante los últimos 15 años de mi vida, en mi experiencia misional en Tanzania, Ruanda y Kenya, me percaté de cuán significativa era para aquellos pueblos la «convivencia» de Hermanos de distintos continentes. -- Debemos, en tercer lugar, cultivar un «estilo» propio en la búsqueda de Dios y en nuestro testimonio a los hermanos: el de la minoridad-pobreza y la solidaridad con todos los hermanos y hermanas que ven amenazados los derechos fundamentales de la persona. Una solidaridad no sólo proclamada, sino también vivida en la condivisión de los sufrimientos y de las privaciones, en los riegos y en las desilusiones. -- Querríamos, también, que continuara el empeño de asumir con nuevo vigor una tarea que, según Francisco, es un deber de todos los Hermanos: la evangelización, el impulso misionero que debe caracterizar nuestras presencias con las formas más apropiadas a cada situación. -- Es evidente que estas cuatro prioridades exigen un adecuado empeño formativo: la formación es el humus del que reciben vida. En particular sentimos la necesidad de una formación continua que nos ayude a superar los riesgos de la costumbre y de la repetición.-- [Fraternitas, Nº 30, marzo de 1998] ******** La dimensión contemplativa La dimensión contemplativa es el fundamento y la razón de ser de nuestra vida franciscana. No se trata, por tanto, de una opción más, sino de decir "sí" o "no" al Señor, que nos llama hoy. Es una respuesta de fe que debe ser cada día más profunda. Una respuesta libre ("si quieres"), vinculante ("deja todo"), concreta ("dejaron todo y lo siguieron"). Se trata, pues, de "recordar", de hacer "memoria" de nuestra generosidad inicial, siguiendo la invitación de santa Clara a vencer la apatía y las falsas seguridades que bloquean nuestro camino de conversión, para encontrar la alegría del don en la plenitud del ser de Cristo, con nuestros hermanos y hermanas, por el Reino de Dios. Sin esta respuesta decidida, personal y comunitaria a Cristo, el hablar de fraternidad, de evangelización, de formación... es mera retórica, sin base ni corazón, incapaz de cambiar nuestro futuro. La vida de fe, como nuestra vocación, es una adhesión y una búsqueda diarias, no una conquista lograda de una vez por todas.-- [Fraternitas, Nº 28, enero 1998] ******** Alegría, libertad, movilidad Creo que nuestra vida debería ser ante todo un grito de alegría dirigido a todos los hombres. Deberíamos ser personas alegres, pues somos hijos de un Dios que ha resucitado y que nos invita a difundir esta alegría entre todos los hombres. Cuanto somos y tenemos es don de Dios, nuestro Padre, y por tanto todo debe contribuir al bien de todos los hombres, a fin de construir una verdadera fraternidad humana universal. El franciscano debería ser testigo del camino hacia una libertad que es rechazo de todo apego terreno, de cualquier forma de poder y de posesión egoísta. El franciscano es un hombre pacificado y gozoso, a la búsqueda incesante de su identidad mediante la belleza de su vocación. Pero esto sólo es posible si en la base existe una profunda disponibilidad para encontrar a Dios, que nos busca continuamente y nos ama. Una tercera característica del hermano menor podría ser la «movilidad», es decir, su capacidad de inculturarse dondequiera que esté, pues dondequiera que esté allí está su casa, allí encuentra hermanos. Quizás así, presentando al hombre de hoy esta nuestra identidad, conseguiremos deshacer la cultura de la sospecha recíproca, lograremos que los hombres se acerquen unos a otros, infundiremos esperanza a la humanidad, colaboraremos en la construcción de relaciones nuevas, transformando la hostilidad en acogida y hospitalidad.-- [Fraternitas, n. 27, diciembre de 1997] |
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