DIRECTORIO FRANCISCANO
Documentos franciscanos oficiales

LA VOCACIÓN DE LA ORDEN HOY
Declaración del Capítulo general OFM, Madrid 1973

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[El año 2009 celebraremos, D. m., el VIII centenario de la fundación de la Orden franciscana cuando el papa Inocencio III aprobó la «Forma de vida» que le presentó San Francisco. Como uno de los medios para preparar ese acontecimiento, la Orden (OFM) propone de nuevo la Declaración que hizo en su Capítulo general de 1973 celebrado en Madrid. Aquí y ahora el texto va precedido de dos escritos breves que introducen el documento, y seguido de unas pautas para la reflexión sobre el mismo. Por nuestra parte añadimos, aunque reducido, el amplio aparato de "Notas y comentarios" que publicamos junto con el texto de la Declaración en nuestra revista Selecciones de Franciscanismo n. 6 (1973) 281-335.]

Carta del Ministro General

Queridos hermanos Ministros, Custodios y hermanos todos: ¡El Señor os dé su paz!

Como tuve ocasión de escribiros hace poco en la carta "La gracia de los orígenes", tendremos la gracia de poder celebrar el VIII centenario de la Fundación de nuestra Orden. Para prepararnos a este gran acontecimiento, el año 2006 tendremos en Asís el Capítulo general extraordinario, con el que comenzaremos el proceso de discernimiento y de renovación de la Orden, que es uno de los objetivos que perseguimos con esta celebración.

El Definitorio General ha nombrado una Comisión para la preparación del Capítulo general extraordinario integrada por: Fr. Francesco Bravi (Vicario general), Fr. Ambrogio Nguyen Van Si (Definidor general), Fr. Thaddée Matura, Fr. Hermann Schalück, Fr. Giacomo Bini y Fr. José María Arregui. Ésta ha propuesto a todas las fraternidades de la Orden la lectura y profundización de la Declaración del Capítulo General de Madrid (1973): La Vocación de la Orden hoy. Por tal motivo os la enviamos como propuesta de trabajo, para implicarnos y prepararnos a la celebración del Capítulo general.

Puesto que a todas luces es importante el trabajo y la implicación de todas las Entidades y todos los hermanos de la Orden, pido a los Ministros y Custodios que:

-- hagan llegar una copia de este ejemplar a cada hermano de su Entidad;

-- animen a los hermanos a leer y profundizar el texto personalmente, y en fraternidad;

-- estimulen a los hermanos a responder comunitariamente a las preguntas que se presentan como ayuda complementaria;

-- finalmente, que los hermanos les envíen las respuestas de las fraternidades a la Curia Provincial, y ésta las haga llegar resumidas, en no más de tres folios, a la Secretaría del Capítulo General, en la Curia General de Roma, antes del mes de octubre del 2005.

Tanto la Comisión para la preparación del Capítulo general como el Definitorio, han considerado que el texto que se propone para el estudio y profundización de los hermanos, aun siendo antiguo, conserva el vigor y la actualidad que requieren los tiempos presentes. Personalmente pienso que la lectura, profundización y meditación de esta Declaración del Capítulo General, La vocación de la Orden hoy, puede servirnos de gran ayuda para la renovación que pretendemos con el Capítulo general y con la celebración del VIII centenario de la aprobación de la Orden.

Agradezco una vez más a los Ministros y Custodios su servicio de implicación y de animación de los hermanos; y agradezco también a todos los hermanos de la Orden el compromiso de intentar dar cada vez más calidad a su vocación de fraternidad y de minoridad.

Roma, 1 de enero de 2005.

Fr. José Rodríguez Carballo, ofm
Ministro General

Presentación de la Declaración
«La vocación de la Orden hoy»

Llamados a actualizar continuamente nuestra forma de vida, de nuevo proponemos hoy a los Hermanos la Declaración del Capítulo general de 1973: «La vocación de la Orden hoy».

La Orden de Hermanos Menores, acogiendo la invitación del Concilio Vaticano II, que deseaba para todos los religiosos «un retorno incesante a las fuentes de toda vida cristiana [...] y una adaptación de los institutos a las condiciones de los tiempos, que han cambiado» (PC 2), dio inicio a este proceso de renovación. Se comenzó aquel largo y difícil camino de reflexión, sostenido por numerosas investigaciones históricas, teológicas y espirituales sobre los orígenes, junto a experiencias concretas de renovación, que condujo también a decisiones legislativas. Así fue como, dos años después del Concilio, en el Capítulo de 1967, se trabajó largamente sobre las Constituciones Generales, para adaptarlas a las perspectivas abiertas por el Concilio mismo, mientras seis años más tarde (1973), el Capítulo general de Madrid quiso presentar, bajo la forma de Declaración, redactada de manera moderna, simple y accesible, una visión de la identidad franciscana en el corazón del mundo contemporáneo. Se produjo, en armonía con los documentos conciliares, una entusiasta síntesis de descubrimientos, propuestas, interrogantes y experiencias, venidas del pasado y situadas en el presente. La acogida de la Orden a esta Declaración fue muy positiva: para muchos hermanos fue una inspiración y el documento base para la formación de los jóvenes.

Los temas fundamentales que la Declaración afronta fueron retomados después por otros Capítulos, por los documentos de los Ministros generales y por las Comisiones que se sucedieron en el curso de los años. Redactada en el fervor conciliar, la Declaración mantiene un tono de esperanza, invita a todos a un serio examen de conciencia, y permanece como un documento estimulante y optimista.

Para preparar el VIII centenario (1209-2009) de la aprobación de la Forma vitae, nos pareció que retomar este texto podría animar la reflexión de todos los Hermanos sobre la refundación -la reactualización- del proyecto evangélico que la Regla propone y que la Declaración, obediente a la invitación del Concilio, adaptó a los tiempos presentes. Releerlo después de treinta años, personalmente y en fraternidad, no será un gesto nostálgico, sino más bien una confrontación con nuestro tiempo:

-- ¿Qué efectos produjeron las perspectivas abiertas por este texto?

-- De todo lo propuesto, ¿qué ideas son todavía actuales para cada uno de nosotros?

-- ¿Cómo responder hoy a las provocaciones de la Declaración? ¿Cómo pasar de la teoría a la praxis? ¿Qué decisiones, gestos, pasos nuevos e inéditos serían importantes?

-- ¿Se encuentran en el texto aspectos o énfasis hoy superados?

-- ¿Nos encontramos frente a situaciones y desafíos nuevos sobre los que la Declaración nada dice?

-- En un momento de grandes transformaciones y de crisis de nuestras Entidades, ¿qué esperanza tenemos y qué esperanza proponemos al pueblo cristiano?

Roma, 11-XII-2004

La Comisión «Forma Vitae»

LA VOCACIÓN DE LA ORDEN HOY1
Declaración del Capítulo general OFM, Madrid 1973

Presentación

1. Hombres de nuestro tiempo y consagrados a Dios, también nosotros, los Hermanos Menores, nos sentimos interpelados por todas partes sobre el sentido de nuestra vida, de nuestras opciones, y sobre el carácter específico de la vocación de nuestra Orden en el mundo de hoy2.

Ante todo, es Cristo quien nos llama a vivir hoy el Evangelio.

Después, la Iglesia, en la persona de Pablo VI, que ha enviado una Carta a nuestro Capítulo general, nos plantea esta pregunta: «¿Cuál es vuestra misión en la Iglesia, cuál es vuestra vocación específica en el mundo de hoy?», y, al mismo tiempo, nos presenta algunos hitos esenciales para balizar nuestra búsqueda.

El mundo, por su parte, angustiado y agitado por tensiones, mas lleno de simpatía hacia San Francisco, nos pregunta quiénes somos nosotros y qué ayuda podemos prestarle.

Pero incluso nosotros mismos, reunidos en Capítulo para revisar nuestras Constituciones Generales, -como también lo hicieron con frecuencia nuestros mayores a lo largo de la historia de nuestra familia-, buscamos nuestra identidad y el carácter particular de nuestra vocación en el hoy de nuestra existencia3.

2. Queremos dar una respuesta sincera a estas preguntas en la declaración que hemos elaborado. Esta declaración no pretende ser una exposición de todos los elementos de la vida franciscana, ni un documento espiritual, ni mucho menos un tratado teológico. Su propósito es recoger algunos de los elementos esenciales de entre lo que se ha dicho sobre la vocación franciscana, expresarlos de forma condensada e incisiva y presentar, así, como una afirmación de los valores que nos parecen hoy particularmente significativos de la vocación de la Orden4. Quiere, igualmente, tener en cuenta los problemas nuevos surgidos en estos últimos años y precisar, a su luz, algunas de las opciones ya tomadas. Es una llamada acuciante a encarnar en la vida concreta de los Hermanos, mediante realizaciones efectivas, los temas sobre los cuales se ha llegado en la Orden a un acuerdo general.

Esta declaración no debe permanecer letra muerta. Cada Provincia, a su luz y teniendo en cuenta también el Informe del Ministro general, deberá esforzarse en estudiar algunos de los puntos subrayados por ella, a fin de concretizarlos5.

Introducción

3. Nosotros, los Hermanos Menores, proclamamos en primer lugar nuestra confianza en el carisma concedido en otro tiempo a Francisco de Asís y reconocido por la Iglesia6, carisma que sigue siendo actual y vivo, como lo atestiguan numerosas voces tanto de dentro como de fuera del Cristianismo. Dóciles a este carisma de Francisco, que supo captar las aspiraciones profundas de su época, nos sentimos obligados a contemplar el mundo actual y a prestar atención a las cuestiones que nos plantean las tendencias contemporáneas, comprendidas también sus "contestaciones". Nuestra existencia como Fraternidad la debemos a la experiencia histórica de Francisco y de su Orden, y queremos permanecerle fieles. Francisco, acogiendo en la fe el Evangelio de Cristo7, tuvo conciencia de ser enviado al mundo junto con sus hermanos, para testimoniar con su forma de vida y proclamar con la palabra la conversión al Evangelio, la venida del Reino de Dios y la manifestación de su amor entre los hombres. La conciencia de esta misión le dio el dinamismo espiritual, la movilidad y la audacia propia de todo comienzo, y le lanzó en medio de los hombres, cristianos o no, para compartir con ellos, en su situación concreta, la siempre joven y gozosa Buena Nueva. La llamada dirigida entonces a este hombre, nos atañe y nos interpela hoy a nosotros; quehacer nuestro es acogerla y vivirla, respondiendo así a la espera y a las necesidades de los hombres de nuestro tiempo8.

4. Reconocemos la distancia que media entre la figura de Francisco y nosotros, que nos decimos suyos, entre lo que proponemos como ideal y el semblante concreto de nuestra Orden. La crisis del mundo y de la iglesia, de la que somos tributarios, la situación actual de la Orden (numerosas salidas de Hermanos, envejecimiento del grupo, crisis de confianza en nuestra vocación, como lo ha señalado también el Ministro general en su Relación sobre el estado de la Orden) y, ante todo, nuestra voluntad de ser fieles al Evangelio, nos obligan a un nuevo comienzo, es decir, a una más profunda conversión del corazón9. Nos exigen renovación en la fe, imaginación, coraje, aceptación de riesgos, decisiones inmediatas. A pesar de nuestra fragilidad, queremos comprometernos en este camino e indicar aquellos puntos que, al parecer, se nos imponen con mayor fuerza10.

I. EL EVANGELIO Y LA FE11

5. En el corazón de la vida franciscana, tal como lo atestiguan los Escritos de Francisco y otros textos12, se encuentra la experiencia de fe en Dios en el encuentro personal con Jesucristo. Todo el proyecto evangélico, bajo cualquier aspecto que se le considere -oración, fraternidad, pobreza, presencia entre los hombres, etc.-, remite indefectiblemente a la fe13. Las incesantes recomendaciones de la Regla sobre la búsqueda de Dios, su primacía absoluta y única en la vida de los hermanos, sobre la adoración y el amor que le son debidos, sobre el marchar tras de Cristo y sobre la vida según su Evangelio, sobre la apertura al soplo soberanamente libre del Espíritu, sobre el primado y la perseverancia en la oración; las motivaciones evangélicas propuestas para todas las actitudes de los hermanos -contemplación, ayuno, oración, vestido, pobreza, trabajo, mendicidad, alimento-; todo ello patentiza que en la raíz de semejante vida hay una experiencia singular de la fe en un Dios que es Amor14.

6. Dicha experiencia tuvo lugar en un contexto cultural y religioso muy distinto del nuestro; sin embargo, no es por ello menos ejemplar para nuestra situación15. Vivimos un momento en el que muchas seguridades, facilidades e incluso ilusiones en torno a la fe se derrumban, y se nos impone volver, transcendiendo los aspectos periféricos, al corazón mismo de nuestra opción cristiana: nuestra fe en Dios y Padre de Jesucristo. Fe, que no es mero conocimiento o reflexión teológica, repetición de fórmulas, sistema ideológico o convicción voluntarista, sino un hallazgo, una acogida gradual y viva de la realidad de Dios y del hombre a la luz de Jesucristo. Don gratuito del Espíritu de Jesús, sin quien nada podemos hacer (cf. Jn 15,5), esta fe, libremente aceptada, es el único fundamento sólido sobre el cual puede construirse una vida de oración, de celibato, de fraternidad, de pobreza y de servicio16.

7. Sabemos que no es cómodo vivir dicha exigencia, difícil de expresar en fórmulas precisas, jamás consumada, que siempre hay que reemprender y que nos empuja a nuevos comienzos. Por eso no debemos contentarnos con palabras, ni pretender tampoco tener respuesta para todo; necesitamos, más bien, hacer nuestras, desde el interior de la fe del Pueblo de Dios, humilde y honestamente, la difícil búsqueda y las incertidumbres, comunes a tantos hombres17.

8. Semejante andadura en la fe dará profundidad a nuestra búsqueda espiritual, se haga en común o individualmente; ella sola será el apoyo de nuestra oración. En efecto, todo cuanto se puede decir sobre la oración intensa, sobre la soledad, sobre la necesidad de intercambios espirituales profundos, descansa sobre esta afirmación primordial de la fe. Debemos, pues, sin miedo a las cuestiones críticas que el mundo y la vida nos plantean, verificar incesantemente esta fe, lo que podrá dar mayor firmeza todavía a este fundamento último de nuestro ideal. Si nos esforzamos en vivir así, podremos testimoniar, por nuestra misma búsqueda, que Dios vive, que Jesús es el Señor, que el Espíritu es la fuerza que nos anima. Y nuestras fraternidades podrán convertirse en lugares de alumbramiento de la fe, lugares de oración y de referencia evangélica para nosotros mismos y para los hombres que buscan un sentido a su vida18.

II. VIDA EN LA IGLESIA19

9. Esta profundización de la fe, a la que nuestra vocación y la situación actual nos obligan, no puede emprenderse ni llevarse adelante, sin desfallecer, más que en la comunión de la Iglesia. «El sentido de Iglesia y el servicio a la misma son parte integrante de vuestra vocación primigenia y propia»20. Muchos movimientos evangélicos tuvieron que afrontar, en los siglos XII y XIII, el problema y, con frecuencia, los escándalos en la Iglesia. Algunos de ellos se situaron contra la Iglesia, porque les parecía infiel al Evangelio que querían vivir. Francisco, sensible también a las flaquezas de la Iglesia medieval, quiso de una vez por todas situarse y permanecer en la plena comunión con ella. Y no fueron razones de oportunismo las que le movieron a obrar así, sino un amor profundo y una obediencia sincera a la voluntad de Cristo, quien confió su Iglesia a Pedro y a sus sucesores21. Esta iglesia, jerárquica en sus distintos ministerios, era para Francisco el lugar privilegiado donde resuena la auténtica Palabra de Dios y donde Jesús se manifiesta en sus sacramentos22. Conociendo las debilidades que había en la iglesia, no cesó de amarla y de considerar a los clérigos como maestros y señores suyos, consciente de ser él mismo pecador.

10. Las estructuras de la Iglesia son hoy frecuentemente objeto de crítica, pues constituyen, al parecer de muchos, como un obstáculo a la fe y al Evangelio23. Las críticas y la contestación con respecto a la «institución» adquieren tonos vehementes y duros, y muchos, también entre nosotros, la abandonan, aunque solo sea interiormente24.

11. Aun reconociendo que el rostro de la Iglesia, tal como los cristianos lo reflejamos, aparece algunas veces desfigurado, queremos amar a esta Iglesia con todo el corazón y permanecer en su comunión. Sabemos que sólo en ella podemos acoger y desarrollar nuestro carisma25, ya que ella es la enviada para mantener en el mundo la fe en Dios y la presencia viva de Jesús y de su Espíritu, y para trabajar por el advenimiento del Reino de Dios (cf. Lc 17,20-21). Ciertamente, nuestra forma de vida, en la medida en que es vivida, constituye una fuerza de contestación de la mediocridad y de la flaqueza de las personas y de las estructuras. Pero al mismo tiempo, a ejemplo de Francisco, queremos ser en la Iglesia hombres de paz y de reconciliación, amando a todos nuestros hermanos cristianos y testimoniando obediencia y respeto a los Obispos y sobre todo «al Señor Papa»26.

III. HERMANOS ENTRE LOS HOMBRES27

12. El Señor nos ha llamado a vivir según el Evangelio, no en solitario, sino en una comunidad de hermanos. Pues en ella y por ella se realiza nuestra vocación, porque es el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Dios. No sólo queremos vivir juntos, orientados hacia la misma meta y ayudándonos a alcanzarla, sino que además nos volvemos los unos hacia los otros para amarnos mutuamente, según el ejemplo y el mandamiento que el Señor nos dejó28. Debemos considerarnos todos como hermanos, reverenciarnos mutuamente, manifestarnos con simplicidad nuestras necesidades, prestamos los más humildes servicios, evitar las disputas, las murmuraciones, la cólera, los juicios negativos; en una palabra, debemos amarnos de obra y no de palabra solamente, y eso con la ternura de una madre para con sus hijos29.

13. Semejante vida fraterna, significada y alimentada por la Eucaristía, sacramento de unidad y de caridad, implica la coparticipación material y espiritual, la búsqueda de Dios y de Jesús en la oración en común, los intercambios y las interpelaciones fraternas, la confrontación de nuestros compromisos respectivos y, habitualmente, la vida llevada en común. La opción por una vida de este género, hecha tras reflexión, sometida a la prueba del tiempo y expresada públicamente ante Dios y ante la Iglesia, nos une de forma permanente a la comunidad de nuestros hermanos. Esta vida lleva consigo también la opción por el celibato a causa del Reino (cf. Mt 19,12) que, apoyado en la promesa y en la llamada de Jesús, favorece la realización de semejante género de vida30.

14. Nuestra fraternidad quiere ser una reunión de hombres venidos, bajo el impulso del Espíritu, de diferentes ambientes sociales y culturales y que se esfuerzan por crear entre ellos verdaderos lazos de amistad, de respeto, de acogida mutua; no es simplemente un equipo de trabajo, ni siquiera apostólico. Todos en ella son hermanos, hombres iguales aunque diferentes, libres y corresponsables. Si bien excluye estructuras pesadas y minuciosas, mantiene, sin embargo, el necesario servicio de unidad y de cohesión ejercido por los «ministros y servidores» de la fraternidad, a quienes los hermanos deben obedecer31. De esta manera, buscando juntos lo que agrada al Señor, aceptándose mutuamente, limitando la propia libertad por la de los otros, sometiéndose a las exigencias de la vida común y a las estructuras indispensables de la fraternidad, los hermanos viven la verdadera obediencia de Nuestro Señor Jesucristo32.

15. La comunidad fraterna no es una realidad cerrada en sí misma, sino que, por su mismo dinamismo, se extiende a todos los hombres, que son para nosotros una manifestación de Cristo. Debemos, pues, amar y acoger con benevolencia a amigos y enemigos, tanto si vienen a nosotros, como si vamos hacia ellos. Incluso, podremos buscar con quienes lo deseen, nuevas formas de relación con la familia franciscana33.

Aun cuando constatamos que nuestro mundo está dividido en clases sociales y en categorías ideológicas, nosotros nos negamos a juzgar y condenar a los hombres en virtud de estas clasificaciones. Conscientes de nuestra obligación de ser en todas partes los testigos del Evangelio, no debemos, en nuestros contactos, enredarnos en disputas, ni hacer proselitismo, ni siquiera religioso; queremos, sí, ser artífices de la paz, sin pretensión alguna, corteses, alegres, sumisos a todos, practicando, si fuere necesario, la no-resistencia en su sentido evangélico (cf. Mt 5,39) y franciscano y convencidos de que no somos más que servidores de una Palabra que nos trasciende. Tenemos que testimoniar a todos cuantos encontremos, con nuestro amor lúcido a la vez que benévolo, el valor insustituible de cada persona34.

16. Situados en un mundo en el que hay estructuras económicas, sociales, políticas, que influyen sobre el hombre y, bajo formas sutiles de manipulación, impiden con frecuencia la verdadera libertad, no podemos permanecer indiferentes ante tal estado de cosas, ni ser solidarios de cualquier situación en la que el hombre no puede vivir como hombre, porque subdesarrollado o explotado. Por todo esto, en nombre de la caridad y de la justicia y, precisamente, para ser fieles a nuestra vocación de «heraldos de la paz», estamos llamados a luchar contra estos males y a trabajar por la liberación tanto de los oprimidos como de los opresores, anunciándoles la conversión a la fe y al Evangelio (cf. Mc 1,15)35.

17. Si acertamos a vivir la auténtica fraternidad entre nosotros, «no de palabra sino de obra»36; si, en lugar de cerrarnos en nosotros mismos, permanecemos abiertos a todos los hombres con los que entramos en contacto, responderemos a la esperanza de un mundo que, amenazado por la despersonalización y el anonimato, anhela profundamente la comunidad. Podremos entonces junto a otros hombres, cristianos o no, servir de fermento en la edificación de una humanidad que no sea una masa de individuos solitarios y despersonalizados, sino una comunión fraterna en Cristo37.

IV. SERVIDORES DE TODOS38

18. El nombre de «Hermanos Menores» que llevamos expresa una exigencia de fraternidad y también la de un humilde servicio («minoridad»). Ya en el interior de nuestro grupo, somos invitados a obedecernos mutuamente y, cuando algún cargo nos da una cierta autoridad, a excluir todo dominio y toda voluntad de poder, a prestar los más humildes servicios39.

19. Con respecto a todos los hombres, nosotros, sumisos a toda criatura por Dios, debemos presentarnos, comunitaria e individualmente, como pequeños, como servidores, a quienes nadie teme porque buscan servir y no dominar ni imponerse, especialmente para fines espirituales. Semejante actitud exige el espíritu de infancia, la pequeñez, la simplicidad, un optimismo decidido ante los hombres y los acontecimientos. Tenemos que aceptar la inseguridad en el plano de las instituciones y de las ideas, la incertidumbre ante el porvenir, reconocer que somos débiles y vulnerables, «siervos inútiles» (Lc 17,10), y que nadie es fuerte sino sólo Dios. De esta forma, contribuiremos, por nuestra parte, a que resplandezca el rostro de la comunidad cristiana, que es el de su Señor, quien no vino a ser servido, sino a servir (Mt 20,28)40.

V. DISCÍPULOS DE CRISTO POBRE41

20. Nuestra Regla y nuestra Vida consisten en seguir en todo las huellas de Jesucristo. Y puesto que Él se hizo pobre por nosotros, estamos llamados a servir al Señor en la pobreza y humildad, como peregrinos y extranjeros en el mundo. La pobreza, vivida en su doble dimensión, espiritual y social, se nos presenta como una tarea peculiar y permanente42.

21. La pobreza de Francisco tenía raíces esencialmente evangélicas y suponía una actitud ante todo interior de despojo total a causa del Reino y de absoluta dependencia con relación a Dios, fuente única de todo bien y de toda riqueza43. Mas tal pobreza se manifestó al exterior de una forma muy particular, haciendo creíble la predicación del Evangelio a los hombres de su tiempo44. Mientras el mundo monástico medieval hacía rendir con su trabajo las propiedades territoriales que le aseguraban la subsistencia, Francisco no quiso para sí ni para sus hermanos propiedad alguna. Él y sus compañeros, a imitación de Cristo y de los Apóstoles, enteramente libres para la proclamación del Evangelio, empezaron a vivir como itinerantes. El trabajar para los otros y, eventualmente, como último recurso, la mendicidad, les aseguraba la subsistencia. Aun cuando la evolución del movimiento franciscano llevó consigo algunas adaptaciones (aceptación de «lugares», casas, iglesias para uso de los hermanos), la negativa de Francisco a ser apresado por ciertas estructuras de la sociedad permanece firme; y lo mismo hay que decir respecto a su rechazo del dinero y a la exigencia de una vida pobre45.

22. Necesitamos descubrir hoy cómo, en una situación socio-económica diferente, podemos mantener lo esencial de nuestra opción por la pobreza. En el pasado, la Orden, atraída sin cesar por la pobreza radical de Francisco, ha reaccionado continuamente, con más o menos vigor, contra la tendencia natural a instalarse. Hoy, todos estamos invitados a buscar cómo expresar la misma exigencia. La carencia de propiedad de bienes raíces, la penuria del alojamiento46, la subsistencia asegurada por el propio trabajo, la precariedad del empleo, son en nuestros días la condición normal de un gran número de hombres, y todavía es más importante la masa de aquellos que viven en condiciones inhumanas. Conviene, por tanto, buscar, habida cuenta de las situaciones locales, la forma de vivir como los pequeños de hoy. Participando, pues, de esta situación, pero sin aceptar las estructuras que mantienen a tantos de nuestros hermanos los hombres en la miseria, trataremos de ser, junto con ellos, la levadura de una sociedad nueva llamada a la total participación en la salvación de Cristo (cf. Rm 11,12)47.

23. Si acertamos a vivir así, podremos desempeñar, frente a la sociedad de producción y de consumo, un servicio de contestación. No tener propiedades, vivir del propio trabajo, de forma sencilla, modesta, pero bella, negarse a ser víctima de la publicidad que no persigue otro fin que el consumo, nos dará el verdadero sentido de los bienes materiales, nos acercará más a los pobres, a los marginados, y también a todos aquellos que, no encontrando sentido en una sociedad de abundancia, buscan una vida más sobria y más libre48.

24. Nuestra pobreza evangélica implica también el compartir. Cuanto tenemos, no sólo lo compartiremos entre nosotros, sino que además buscaremos darlo en ayuda a otros que se encuentran en necesidad material o espiritual. Liberados de todo temor por la pobreza que hemos escogido, viviendo gozosamente de la esperanza fundada sobre la Promesa, podremos testimoniar a los hombres de nuestro tiempo que este mundo tiene un Sentido que lo trasciende y lo arrebata hacia un futuro que nosotros llamamos: Jesucristo49.

25. Inspirándonos en el Cántico del Hermano Sol, extenderemos nuestro cuidado fraterno a la naturaleza, hoy amenazada por la conducta irresponsable y ávida de la sociedad industrial y de consumo. Queremos humanizar la tierra que hemos recibido gratuitamente del Amor de Dios, enseñoreándonos de ella (Gn 1,28) con un dominio que la haga enteramente fraterna al servicio de todos. De esta manera, sintonizaremos con la inquietud de nuestro tiempo, dándole además la razón de nuestra actitud: esta creación tiene un origen de Amor que le da su sentido, a saber, el nacimiento de una humanidad fraternal reunida en Cristo, por quien y para quien ha sido creado el mundo50.

VI. EL TRABAJO DE LOS HERMANOS51

26. El trabajo es una necesidad ligada a nuestra profesión de pobreza. Francisco y los primeros hermanos se aplicaban a trabajos muy variados (cuidado de los leprosos, trabajos entre el pueblo, predicación...). Con relación al conjunto de la vida religiosa medieval, Francisco introdujo un concepto y una práctica nuevos: el trabajo fuera de casa. Este trabajo no era principalmente clerical en el sentido actual de la palabra, pues el pequeño grupo de los primeros tiempos se componía de las más diversas gentes, y solamente algunos eran sacerdotes. Los hermanos ejercían, cuando era posible, el oficio o la profesión que ya tenían antes de entrar en la fraternidad o aprendían uno. Dicho trabajo era ocasión de contacto con la gente y un medio de anunciar el Evangelio52. Esta novedad no sobrevivió a la evolución de la Orden y a su inserción gradual en los cuadros de la vida clerical y monástica. La Orden, posteriormente, se ha dedicado principalmente al trabajo ministerial (ministerios sacerdotales, predicación, estudio), a la asistencia social (cuidado de los enfermos, atención a los pobres, promoción de las clases desamparadas) y a los trabajos domésticos en el interior de los conventos para los no clérigos.

27. Últimamente, participando en la evolución general de la vida religiosa, influenciados también por ciertas experiencias de otras comunidades, hemos redescubierto un aspecto del trabajo tal y como Francisco lo había vislumbrado. El trabajo y las ocupaciones empiezan a diversificarse en nuestras fraternidades. Aunque el trabajo ministerial, el servicio a nuestras propias obras, así como los trabajos domésticos internos ocupan legítimamente a la mayoría de los hermanos, es cada vez más frecuente ver a hermanos ejercer diferentes oficios o profesiones asalariados dentro de empresas o instituciones que no pertenecen a la Orden ni a la Iglesia. Tal orientación nos parece también conforme a nuestra vocación, pues nos encarna de una manera especial en la sociedad, nos hace trabajar en su construcción y nos acerca a los que viven de su trabajo. Al mismo tiempo que es un camino del futuro, hace que alcancemos una de las intuiciones de nuestros orígenes53.

28. Creemos, pues, que los hermanos pueden ejercer cualquier trabajo o profesión que sean compatibles con la vida cristiana y franciscana. Mientras afirmamos la necesidad de trabajar en las obras propias o al servicio de las instituciones organizadas de la Iglesia, reconocemos la importancia del trabajo entre los otros como forma de servicio y de testimonio que nos acerca particularmente a nuestros hermanos.

29. Semejante compromiso implica también ciertos límites. Límites humanos, pues debemos velar para no ser esclavos del trabajo ni del lucro y para conservar nuestra libertad de hombres frente a un mundo con estructuras deshumanizantes. Límites impuestos por nuestra forma de vida: para nosotros, lo que retiene la prioridad absoluta es la búsqueda de Dios (vida interior, soledad, oración), la vida fraterna, la disponibilidad para los otros, la pobreza y el rechazo de todo poderío. Cualquier trabajo que nos impidiese habitualmente llevar este género de vida, que es nuestra tarea esencial, no puede ser aceptado54.

30. Así, aun reconociendo en el trabajo la consumación de la creación, el completo desarrollo del hombre y su participación en el destino de la humanidad, aun realizándolo con fidelidad y competencia, debemos, sin embargo, ser conscientes de que no tiene sentido sino por su referencia al Padre que trabaja sin cesar en el mundo (cf. Jn 5,17), para hacer de él una tierra de los vivientes55.

VII. MENSAJEROS DE LA PAZ EN NUESTRO MUNDO56

31. La misión esencial de nuestra fraternidad, su vocación en la Iglesia y en el mundo, consiste en la realización vivida de nuestro proyecto de vida. Creemos que esforzándonos por vivir la experiencia de fe en el seno de la comunidad humana, creando una fraternidad de amor y de servicio abierta a todos, viviendo en la pobreza y el trabajo, participando en la esperanza de los pobres, podemos ser un esbozo de la nueva humanidad reunida alrededor de Jesús resucitado por el poder de su Espíritu. Nuestra aportación a la construcción de la Iglesia y de la humanidad es ante todo de este orden: damos testimonio, en primer lugar, con nuestra propia vida.

32. La palabra que anuncia y explica lo que Dios realizó en Jesucristo y lo que Él prosigue en nosotros y en el mundo, forma indisolublemente parte, por supuesto, de nuestra misión, percibida por Francisco en el Evangelio de la Misión de los Apóstoles y confirmada por un mandato de la Iglesia. Todos debemos estar siempre dispuestos a dar razón de la esperanza que habita en nosotros (1 Pe 3,15). Quienes han recibido el ministerio sacerdotal anuncian la Palabra según las modalidades inherentes a tal ministerio; pero todos los hermanos deben dar testimonio, también de palabra, del Señor Jesús57.

Prestaremos particular atención a los cristianos desconcertados, a los hombres y mujeres en camino hacia la fe o a los grupos de cristianos que, de diversas maneras, desean constituir comunidades de vida.

33. Nuestra voluntad de crear en el seno mismo del pueblo una comunidad fraterna, donde los hombres más diversos compartan la vida, los bienes, el trabajo; una fraternidad que rehúse el poder para ser sierva, que opte por un estilo de vida que la acerque a los pobres y la sensibilice ante la suerte de todos los oprimidos, lleva consigo, quiérase o no, repercusiones sociales y políticas. Hay que guardarse, sin embargo, de confundir esta voluntad con cualquier corriente política, de la clase que sea, de dejarla utilizar por una u otra tendencia; se procurará, esto sí, llevar hasta sus últimas consecuencias las exigencias de las Bienaventuranzas. Así podremos demostrar la posibilidad -siempre relativa, ya que ningún logro humano puede identificarse con el Reino de Dios- de una comunidad en la que el hombre sea libre, reconocido como hermano, respetado en su valor.

34. Partiendo de ahí y teniendo en cuenta nuestra vocación de paz, nos será posible participar de veras en los problemas y pugnas sociales y políticas de hoy. Esto exige una información seria, que evite los arrebatos emocionales, los juicios sumarios injustos, las declaraciones irresponsables, y que permita un análisis objetivo de las situaciones. Además, si intentamos vivir la justicia y la coparticipación entre nosotros, si participamos, según nuestras posibilidades y nuestros carismas, en la suerte y en el trabajo de los pobres y de los marginados de nuestro tiempo, tendremos entonces el derecho y el deber de unir nuestra voz a la de los oprimidos. Pero lo haremos por amor a la persona que descubrimos en todo hombre, cualquiera que sea el grupo social al que pertenece. De esta manera, como artífices de la paz, haremos avanzar la realización del Reino de Dios en el que ya no deben existir muros entre los hombres, ni dominación: «No hay ya siervo o libre..., porque todos sois uno en Cristo Jesús» (cf. Ga 3,26-28)58.

35. Lo que hemos dicho de la sociedad vale, en parte, para nuestra misión en la Iglesia. Si vivimos de veras según el Evangelio la fe, el amor mutuo, la pobreza, el ejercicio de la autoridad como servicio, conseguiremos ser en su seno un fermento de inquietud y de contestación evangélica. Tremenda exigencia, pues el mal y el fracaso se encuentran, en primer lugar, en nosotros mismos; contentarnos con una contestación puramente verbal de los otros sería una hipocresía59.

VIII. SENTIDO DE LAS ESTRUCTURAS
DE NUESTRA FRATERNIDAD

36. La descripción de nuestro ideal pone de manifiesto que no somos una organización estructurada con miras a una o varias tareas concretas a realizar. Somos una comunidad de hermanos que, en el interior de la comunión de la Iglesia, en unión con todos los que están animados por el espíritu de Francisco, queremos simplemente vivir un estilo de vida evangélica, convencidos de que éste constituye una aportación peculiar al testimonio global de los cristianos.

37. Todo cuanto es necesario como estructura y hace de nosotros una «Orden» (Orden de Hermanos Menores), tiene la finalidad de asegurar la comunión fraterna entre nosotros y con la Iglesia, para que nuestro testimonio sea siempre y cada vez más evangélico. Tal es el sentido fundamental de la autoridad en nuestra fraternidad, tanto a escala local o provincial como para toda la Orden. Los hermanos a quienes se les confía el servicio de la autoridad, aseguran la ligazón y unidad de los hermanos, los despiertan a su responsabilidad cristiana, los afianzan en su vocación evangélica y franciscana, los liberan de su aislamiento para abrirlos a una comunión más amplia. Ésta es, ante todo, la función del Ministro general de la Fraternidad, quien mantiene, con intercambios frecuentes y contactos personales, la unidad de los hermanos dispersos por el mundo y los representa ante el centro de la unidad eclesial60.

38. Garantizados y asegurados estos lazos fundamentales -y aún queda mucho por hacer en este terreno-, se ha confiado a las fraternidades, a las provincias, a las agrupaciones culturales o regionales, la más amplia autonomía y libertad, todavía insuficientemente aprovechadas. Las leyes necesarias tienden a garantizar la subsidiaridad y a protegerla, eventualmente, contra la negligencia o la irresponsabilidad. De todos modos, hay que contar más con el diálogo y el contacto personal entre los hermanos y sus ministros que con la multiplicidad y la precisión de las leyes.

39. En el seno de los grupos (fraternidades, provincias, Orden), se dejará un amplio margen a la participación de todos en las responsabilidades. Aunque la pluriformidad es un bien, sin embargo, hay que velar para que no conduzca al aislamiento de cada grupo, sino que se organicen contactos e intercambios a nivel de responsables y también entre hermanos de diferentes grupos.

40. En la elaboración de las leyes, la Orden adoptará su propio camino, evitará la anarquía y la disgregación, conservará la agilidad y la flexibilidad, de suerte que, periódicamente, en cada Capítulo general, se lleven a cabo revisiones y renovaciones posibles61.

Así es como podremos vivir según las palabras de Francisco: conscientes de haber hecho muy poco hasta ahora, estemos siempre dispuestos a recomenzar la conversión evangélica a la que hemos sido llamados62.

[Selecciones de Franciscanismo n. 6 (1973) 281-292]

PARA LA REFLEXIÓN

«La Vocación de la Orden hoy» núms. 1-11

1. «La regla y la vida de los Hermanos Menores es ésta: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo...» (2 R 1,1).

Para reencontrar la fe verdadera en la vida cotidiana se pide de manera contemporánea, pasión por la búsqueda del rostro de Dios y una separación radical de las cosas.

¿Qué obstáculos concretos hay que remover y qué mediaciones (estructuras) personales y fraternas proponer para la reactualización de nuestra vocación y misión?

2. «Cuál es vuestra misión en la Iglesia, cuál es vuestra vocación específica en el mundo de hoy?» (Pablo VI).

Francisco y la primera fraternidad dieron una respuesta a estos interrogantes, acercando la Iglesia al mundo de su tiempo.

¿Cómo es nuestra relación con la Iglesia y cómo podemos estar más presentes, en medio de la gente, para mejorar el diálogo entre Iglesia y mundo?

«La Vocación de la Orden hoy» núms. 12-30

3. «Y manifieste el uno al otro su necesidad, porque si la madre nutre y ama a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno amar y nutrir a su hermano espiritual?» (2 R 6,8).

El miedo, la falta de fe y el individualismo a menudo van juntos, paralizan nuestro camino y levantan muros de cerrazón y de división...

¿Cómo continuar profundizando nuestras relaciones personales en vistas a una Fraternidad más auténtica, más contemplativa, y más misionera?

4. «Los hermanos no se apropien de nada...» (2 R 6,1). «Y yo trabajaba con mis manos... quiero firmemente que todos los demás hermanos trabajen... aprendan... por el ejemplo y para desechar la ociosidad...» (Test 20-21).

¿Cómo vivir hoy estas exigencias de la Regla y del Testamento con la respectiva actualización de nuestras CCGG (arts. 72-82)?

¿Qué pasos podemos dar en la sobriedad y la solidaridad, personalmente y en Fraternidad?

«La Vocación de la Orden hoy» núms. 31-40

5. «Dichosos los pacíficos [...]. Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en medio de todas las cosas que padecen en este mundo, conservan la paz en su alma y en su cuerpo...» (Adm 15).

Reconciliados con nosotros mismos y con nuestros hermanos, compartiendo en nuestra propia carne las ansiedades y los miedos de nuestros contemporáneos (cf. SdP 20), ¿cómo podemos, concretamente, llevar la paz a nuestro mundo, y qué dificultades encontramos?

6. «Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia y cumplid lo que prometisteis con propósito bueno y firme» (CtaO 10).

Para valorizar nuestra vocación y mejorar la calidad de nuestra misión: ¿qué tipo de mediaciones necesitamos?, ¿qué ambiente fraterno-religioso?, ¿qué estructuras son más significativas (personales, relacionales)?, ¿qué nos impide un estilo de vida más evangélico, a nivel personal y fraterno?

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