DIRECTORIO FRANCISCANO
Fuentes biográficas franciscanas

Celano: Vida primera de San Francisco, 1-25


.

PROLOGO

En el nombre del Señor. Amén.

1. Deseando narrar con piadosa devoción ordenadamente, guiado y amaestrado siempre por la verdad, los hechos y la vida de nuestro bienaventurado padre Francisco, y no habiendo nadie que guarde memoria de todo lo que él hizo y enseñó, yo, por mandato del señor y glorioso papa Gregorio (1), he tratado de relatar, como mejor he podido, aunque sea con palabras desmañadas, siquiera lo que oí de su propia boca o lo que he llegado a conocer por testigos fieles y acreditados. ¡Ojalá merezca ser discípulo de quien siempre evitó expresiones enigmáticas y no supo de artificios literarios!

2. Lo que he podido recoger sobre el bienaventurado varón, lo divido en tres partes, subdivididas, a su vez, en varios capítulos, con el fin de que la diversidad de los momentos en que tuvieron lugar los hechos no confundan su orden ni despierten la duda acerca de su veracidad.

Así, la primera parte sigue el orden de los hechos, y trata con preferencia de la pureza de conducta y vida, de la santidad de costumbres y de sus saludables enseñanzas. También se insertan algunos pocos milagros de los muchos que Dios nuestro Señor se dignó obrar por medio de él durante su vida.

En la segunda parte se narran los hechos principales sucedidos a partir del penúltimo año de su vida hasta su glorioso tránsito.

Por último, la tercera parte contiene muchos de los milagros -los más se pasan por alto- que el gloriosísimo Santo obra en la tierra ahora que reina con Cristo en el cielo. Refiere también la veneración y el honor, la alabanza y la gloria que con suma devoción le rindieron el bendito papa Gregorio y, con él, todos los cardenales de la santa romana Iglesia, inscribiéndolo en el catálogo de los santos (2). Demos gracias a Dios todopoderoso, que siempre se muestra admirable y amable en sus santos.

PARTE PRIMERA

Para alabanza de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Comienza la vida de nuestro beatísimo padre Francisco.

Capítulo I
Su género de vida mientras vivió en el siglo

1. Hubo en la ciudad de Asís, situada en la región del valle de Espoleto (3), un hombre llamado Francisco (4); desde su más tierna infancia fue educado licenciosamente por sus padres, a tono con la vanidad del siglo; e, imitando largo tiempo su lamentable vida y costumbres, llegó a superarlos con creces en vanidad y frivolidad (5).

De tal forma ha arraigado esta pésima costumbre por todas partes en quienes se dicen cristianos y de tal modo se ha consolidado y aceptado esta perniciosa doctrina cual si fuera ley pública, que ya desde la cuna se empeñan en educar a los hijos con extrema blandura y disolutamente. Pues no bien han comenzado a hablar o a balbucir, niños apenas nacidos, aprenden, por gestos y palabras, cosas torpes y execrables; y, llegado el tiempo del destete, se les obliga no sólo a decir, sino a hacer cosas del todo inmorales y lascivas. Ninguno de ellos se atreve, por un temor propio de su corta edad, a conducirse honestamente, pues sería castigado con dureza. Que bien lo dice el poeta pagano (6): «Como hemos crecido entre las maldades de nuestros padres, nos siguen todos los males desde la infancia». Este testimonio es verdadero, ya que tanto más perjudiciales resultan a los hijos los deseos de los padres cuanto aquéllos con más gusto ceden a éstos.

Mas, cuando han avanzado un poco más en edad, ellos, por propio impulso, se van deslizando hacia obras peores. Y es que de raíz dañada nace árbol enfermo y lo que una vez se ha pervertido, difícilmente podrá ser reducido al camino del bien.

Y ¿cómo imaginas que han de ser cuando estrenan la adolescencia? En este tiempo, nadando en todo género de disolución, ya que les es permitido hacer cuanto les viene en gana, se entregan con todo ardor a una vida vergonzosa. Sujetos de este modo voluntariamente a la esclavitud del pecado, hacen de sus miembros armas de iniquidad; y, no poseyendo en sí mismos ni en su vida y costumbres nada de la religión cristiana, se amparan sólo con el nombre de cristianos. Alardean los desdichados con frecuencia de haber hecho cosas peores de las que realizaron, por que no sean tenidos como más despreciables cuanto más inocentes se conservan (7).

2. Estos son los tristes principios en los que se ejercitaba desde la infancia este hombre a quien hoy veneramos como santo -porque lo es-, y en los que continuó perdiendo y consumiendo miserablemente su vida hasta casi los veinticinco años de edad. Más aún, aventajando en vanidades a todos sus coetáneos, mostrábase como quien más que nadie incitaba al mal y destacaba en todo devaneo. Cautivaba la admiración de todos y se esforzaba en ser el primero en pompas de vanagloria, en los juegos, en los caprichos, en palabras jocosas y vanas, en las canciones y en los vestidos suaves y cómodos (8); y aunque era muy rico, no estaba tocado de avaricia, sino que era pródigo; no era ávido de acumular dinero, sino manirroto; negociante cauto, pero muy fácil dilapidador. Era, con todo, de trato muy humano, hábil y en extremo afable, bien que para desgracia suya. Porque eran muchos los que, sobre todo por esto, iban en pos de él obrando el mal e incitando a la corrupción; marchaba así, altivo y magnánimo en medio de esta cuadrilla de malvados, por las plazas de Babilonia, hasta que, fijando el Señor su mirada en él, alejó su cólera por el honor de su nombre y reprimió la boca de Francisco, depositando en ella su alabanza a fin de evitar su total perdición. Fue, pues, la mano del Señor la que se posó sobre él y la diestra del Altísimo la que lo transformó, para que, por su medio, los pecadores pudieran tener la confianza de rehacerse en gracia y sirviese para todos de ejemplo de conversión a Dios.

Capítulo II
Cómo Dios visitó su corazón por una enfermedad y por un sueño

3. En efecto, cuando por su fogosa juventud hervía aún en pecados y la lúbrica edad lo arrastraba desvergonzadamente a satisfacer deseos juveniles e, incapaz de contenerse, era incitado con el veneno de la antigua serpiente, viene sobre él repentinamente la venganza; mejor, la unción divina, que intenta encaminar aquellos sentimientos extraviados, inyectando angustia en su alma y malestar en su cuerpo, según el dicho profético: He aquí que yo cercaré tus caminos de zarzas y alzaré un muro (Os 2,6). Y así, quebrantado por larga enfermedad, como ha menester la humana obstinación, que difícilmente se corrige si no es por el castigo, comenzó a pensar dentro de sí cosas distintas de las que acostumbraba.

Y cuando, ya repuesto un tanto y apoyado en un bastón, comenzaba a caminar de acá para allá dentro de casa para recobrar fuerzas, cierto día salió fuera y se puso a contemplar con más interés la campiña que se extendía a su alrededor (9). Mas, ni la hermosura de los campos, ni la frondosidad de los viñedos, ni cuanto de más deleitoso hay a los ojos pudo en modo alguno deleitarle. Maravillábase de tan repentina mutación y juzgaba muy necios a quienes amaban tales cosas.

4. A partir de este día, comenzó a tenerse en menos a sí mismo y a mirar con cierto desprecio cuanto antes había admirado y amado. Mas no del todo ni de verdad, que todavía no estaba desligado de las ataduras de la vanidad ni había sacudido de su cerviz el yugo de la perversa esclavitud. Porque es muy costoso romper con las costumbres y nada fácil arrancar del alma lo que en ella ha prendido; aunque haya estado el espíritu alejado por mucho tiempo, torna de nuevo a sus principios, pues con frecuencia el vicio se convierte, por la repetición, en naturaleza.

Intenta todavía Francisco huir de la mano divina, y, olvidado algún tanto de la paterna corrección ante la prosperidad que le sonríe, se preocupa de las cosas del mundo, y, desconociendo los designios de Dios, se promete aún llevar a cabo las más grandes empresas por la gloria vana de este siglo. En efecto, un noble de la ciudad de Asís prepara gran aparato de armas, ya que, hinchado del viento de la vanidad, se había comprometido a marchar a la Pulla con el fin de acrecentar riquezas y honores (10). Sabedor de todo esto Francisco, que era de ánimo ligero y no poco atrevido, se pone de acuerdo con él para acompañarle; que si inferior en nobleza de sangre, le superaba en grandeza de alma, y si más corto en riquezas, era más largo en liberalidades.

5. Cuando se había entregado con la mayor ilusión a planear todo esto y ardía en deseos de emprender la marcha, Aquel que le había herido con la vara de la justicia lo visita una noche en una visión, bañándolo en las dulzuras de la gracia; y, puesto que era ávido de gloria, a la cima de la gloria lo incita y lo eleva. Le parecía tener su casa llena de armas militares: sillas, escudos, lanzas y otros pertrechos; regodeábase, y, admirado y en silencio, pensaba para sí lo que podría significar aquello. No estaba hecho a ver tales objetos en su casa, sino, más bien, pilas de paño para la venta. Y como quedara no poco sobrecogido ante el inesperado acaecer de estos hechos, se le dijo que todas aquellas armas habían de ser para él y para sus soldados. Despertándose de mañana, se levantó con ánimo alegre, e, interpretando la visión como presagio de gran prosperidad, veía seguro que su viaje a la Pulla tendría feliz resultado.

Mas no sabía lo que decía, ni conocía de momento el don que se le había dado de lo alto. Con todo, podía sospechar que la interpretación que daba a la visión no era verdadera, pues si bien pudiera sugerir que se trataba de una hazaña, su ánimo no encontraba en ello la acostumbrada alegría. Es más, tenía que hacerse cierta violencia para realizar sus proyectos y llevar a buen término el viaje por el que había suspirado. Muy hermosamente se habla aquí por primera vez de las armas y muy oportunamente se hace entrega de ellas al caballero que va a combatir contra el fuerte armado, para que, cual otro David, en el nombre del Señor, Dios de los ejércitos, libere a Israel del inveterado oprobio de los enemigos.

Capítulo III
Cómo, cambiado en el interior, mas no en el exterior,
habla alegóricamente del hallazgo de un tesoro y de una esposa

6. Cambiado ya, pero sólo en el interior y no externamente, renuncia a marchar a la Pulla y se aplica a plegar su voluntad a la divina (11). Y así, retirándose un poco del barullo del mundo y del negocio, procura guardar en lo íntimo de su ser a Jesucristo. Cual prudente comerciante, oculta a los ojos de los ilusos la perla hallada y con toda cautela se esfuerza en adquirirla vendiéndolo todo.

Tenía a la sazón en la ciudad de Asís un compañero, amado con predilección entre todos (12); como ambos eran de la misma edad y una asidua relación de mutuo afecto le hubiera dado ánimo para confiarle sus intimidades, le conducía con frecuencia a lugares apartados y a propósito para tomar determinaciones y le aseguraba que había encontrado un grande y precioso tesoro. Gozábase este su compañero, y, picado de curiosidad por lo oído, salía gustoso con él cuantas veces era invitado.

Había cerca de la ciudad una gruta, a la que se llegaban muchas veces, platicando mutuamente sobre el tesoro. Entraba en ella el varón de Dios, santo ya por su santa resolución, mientras su compañero le aguardaba fuera. Lleno de un nuevo y singular espíritu, oraba en lo íntimo a su Padre. Tenía sumo interés en que nadie supiera lo que sucedía dentro (13), y, ocultando sabiamente lo que con ocasión de algo bueno le acaecía de mejor, sólo con su Dios deliberaba sobre sus santas determinaciones. Con la mayor devoción oraba para que Dios, eterno y verdadero, le dirigiese en sus pasos y le enseñase a poner en práctica su voluntad. Sostenía en su alma tremenda lucha, y, mientras no llevaba a la práctica lo que había concebido en su corazón, no hallaba descanso; uno tras otro se sucedían en su mente los más varios pensamientos, y con tal insistencia que lo conturbaban duramente. Se abrasaba de fuego divino en su interior y no podía ocultar al exterior el ardor de su espíritu. Dolíase de haber pecado tan gravemente y de haber ofendido los ojos de la divina Majestad; no le deleitaban ya los pecados pasados ni los presentes; mas no había recibido todavía la plena seguridad de verse libre de los futuros. He aquí por qué cuando salía fuera, donde su compañero, se encontraba tan agotado por el esfuerzo, que uno era el que entraba y parecía otro el que salía.

7. Cierto día en que había invocado la misericordia del Señor hasta la hartura, el Señor le mostró cómo había de comportarse (14). Y tal fue el gozo que sintió desde este instante, que, no cabiendo dentro de sí de tanta alegría, aun sin quererlo, tenía que decir algo al oído de los hombres. Mas, si bien, por el ímpetu del amor que le consumía, no podía callar, con todo, hablaba con mucha cautela y enigmáticamente. Como lo hacía con su amigo predilecto, según se ha dicho, acerca del tesoro escondido, así también trataba de hablar en figuras con los demás; aseguraba que no quería marchar a la Pulla y prometía llevar a cabo nobles y grandes gestas en su propia patria.

Quienes le oían pensaban que trataba de tomar esposa, y por eso le preguntaban: «¿Pretendes casarte, Francisco?» A lo que él respondía: «Me desposaré con una mujer la más noble y bella que jamás hayáis visto, y que superará a todas por su estampa y que entre todas descollará por su sabiduría». En efecto, la inmaculada esposa de Dios es la verdadera Religión que abrazó, y el tesoro escondido es el reino de los cielos, que tan esforzadamente él buscó; porque era preciso que la vocación evangélica se cumpliese plenamente en quien iba a ser ministro del Evangelio en la fe y en la verdad.

Capítulo IV
Cómo, vendidas todas las cosas, despreció el dinero recibido

8. He aquí que, constituido siervo feliz del Altísimo y confirmado por el Espíritu Santo, al llegar el tiempo establecido, secunda aquel dichoso impulso de su alma por el que, despreciado lo mundano, marcha hacia bienes mejores. Y no podía demorarse, porque un mal de muerte se había extendido en tal forma por todas partes y de tal modo se había apoderado de los miembros de muchos, que un mínimo de retraso de parte del médico hubiera bastado para que, cortado el aliento vital, se hubiera extinguido la vida.

Se levanta, protégese haciendo la señal de la cruz, y, aparejado el caballo, monta sobre él; cargados los paños de escarlata (15) para la venta, camina ligero hacia la ciudad de Foligno (16). Vende allí, como siempre, todo el género que lleva y, afortunado comerciante, deja el caballo que había montado a cambio de su valor; de vuelta, abandonado ya el equipaje, delibera religiosamente qué hacer con el dinero. Y al punto, maravillosamente convertido del todo a la obra de Dios, no pudiendo tolerar el tener que llevar consigo una hora más aquel dinero y estimando como arena toda su ganancia, corre presuroso para deshacerse de él.

Regresando hacia Asís, dio con una iglesia, próxima al camino, que antiguamente habían levantado en honor de San Damián (17), y que de puro antigua amenazaba ruina inminente.

9. Acercóse a ella el nuevo caballero de Cristo (18), piadosamente conmovido ante tanta miseria, y penetró temeroso y reverente. Y, hallando allí a un sacerdote pobre, besó con gran fe sus manos sagradas (19), le entregó el dinero que llevaba y le explicó ordenadamente cuanto se había propuesto.

Asombrado el sacerdote y admirado de tan inconcebible y repentina conversión, no quería dar crédito a lo que oía. Por temor de ser engañado, no quiso recibir el dinero ofrecido. Es que lo había visto, como quien dice ayer, vivir tan desordenadamente entre compañeros y amigos y superarlos a todos en vanidad. Mas él persiste más y más en lo suyo y trata de convencerle de la veracidad de sus palabras, y le ruega y suplica con toda su alma que le permita convivir con él por el amor del Señor. Por fin, el sacerdote se avino a que se quedase en su compañía; pero, por temor a sus parientes, no recibió el dinero, que el auténtico despreciador del vil metal arrojó a una ventana, sin preocuparse de él más que del polvo. Pues deseaba poseer la sabiduría, que vale más que el oro, y adquirir la prudencia, que es más preciosa que la plata (Prov 16,16).

Capítulo V
Cómo su padre lo persiguió y lo encerró

10. Mientras permanecía el siervo de Dios altísimo en el lugar mencionado, su padre, cual diestro explorador, rastrea por todas partes para conocer el paradero del hijo. Conocido que hubo el lugar y el género de vida que llevaba, doliéndose grandemente en su corazón, conturbado sobremanera por suceso tan inesperado, convoca a sus amigos y vecinos y corre veloz a donde mora el siervo de Dios. Mas éste, atleta novel aún de Cristo, al oír las voces amenazadoras de sus perseguidores y, presintiendo su llegada, por huir de sus iras, se esconde en una cueva bien disimulada que para esto él mismo se había preparado. Esta cueva estaba en una casa y posiblemente la conocía sólo uno (20). En ella llegó a permanecer por un mes seguido, no atreviéndose a salir apenas, sino en caso de estricta necesidad. El alimento que de vez en vez se le daba lo comía en el interior de la cueva y todo servicio se le prestaba ocultamente. Y orando, bañado en lágrimas, pedía continuamente a Dios que lo librara de las manos de los perseguidores de su vida y que con su gracia diera benignamente cumplimiento a sus santos propósitos. En ayuno y llanto insistía suplicante ante la clemencia del Salvador, y, no fiándose de sí mismo, ponía todo su pensamiento en el Señor. Y, aunque estuviera encerrado en la cueva y envuelto en tinieblas, se sentía penetrado de una dulzura inefable, nunca gustada hasta entonces; todo inflamado en ella, abandonó la cueva y se puso al descubierto de los insultos de sus perseguidores.

11. Levantóse al momento diligente, presuroso y alegre, y, armándose con el escudo de la fe y fortalecido con las armas de una gran confianza para luchar las batallas del Señor, se encaminó hacia la ciudad, y, ardiendo en fuego divino, se reprochaba a sí mismo su pereza y poco valor.

En cuanto lo vieron quienes lo conocían, al comparar lo presente con lo que había sido, se desataron en insultos, saludándolo como a loco y demente y arrojándole barro y piedras del camino. Lo contemplaban tan otro de lo que antes había sido y tan consumido por la maceración de su carne, que cuanto hacía lo atribuían a debilidad y demencia. Mas, porque es mejor el paciente que el orgulloso, el siervo de Dios se hacía sordo y, sin abatirse lo más mínimo ni alterarse por los insultos, daba gracias al Señor por todo ello. Que en vano el malvado persigue a quien va tras el bien, pues cuanto más combatido sea, tanto más poderosamente triunfará. La humillación, como dice alguien, da nuevas fuerzas al ánimo generoso.

12. Extendiéndose durante largo tiempo este rumor y bullicio por las plazas y villas del poblado y corriendo de aquí para allá la voz de los que se burlaban de él, llegó esta fama a oídos de mucha gente y, por fin, a los de su propio padre. Al oír éste el nombre de su hijo, y como si tales injurias de los conciudadanos recayeran sobre él, se levantó en seguida, no para librarlo, más bien para hundirlo; y, sin guardar forma alguna, se lanza como el lobo sobre la oveja, y, mirándolo fieramente y con rostro amenazador, lo apresa entre sus manos, y, sin respeto ni decoro, lo mete en su propia casa.

Sin entrañas de compasión, lo tuvo encerrado durante muchos días en un lugar tenebroso (21), pensando doblegar la voluntad de su hijo a su querer; primero, a base de razonamientos, y luego, con azotes y cadenas. Mas el joven salía de todo esto más decidido y con más vigor para realizar sus santos propósitos, y no perdió la paciencia ni por los reproches de palabra ni por las fatigas de la prisión. Que no es posible doblegar, por medio de azotes y cadenas, los rectos propósitos del alma y su actitud. Ni puede ser arrancado de la grey de Cristo quien tiene el deber de alegrarse en la tribulación. Ni tiembla ante el diluvio de muchas aguas (Sal 31,6) quien tiene por refugio en los contratiempos al Hijo de Dios; para que no nos parezca áspero lo nuestro, nos pone ante los ojos lo que Él padeció, inmensamente mayor.

Capítulo VI
Cómo su madre lo liberó y cómo se despojó de sus vestidos ante el obispo de Asís

13. Sucedió, pues, que, teniendo su padre que ausentarse de casa por algún tiempo a causa de urgentes asuntos familiares (22) y permaneciendo el varón de Dios encerrado en la cárcel de la casa, su madre, que había quedado sola con él, desaprobando el modo de proceder de su marido, habló con dulces palabras a su hijo. Intuyendo ella la imposibilidad de que éste desistiera de su propósito, conmovidas las entrañas maternales, rompió las ataduras y lo dejó libre para marchar. Él, dando gracias a Dios todopoderoso, volvió al instante al lugar donde había permanecido anteriormente. Muévese ahora con mayor libertad (23) probado en la escuela de la tentación; con los muchos combates ha adquirido un aspecto más alegre; las injurias han fortalecido su ánimo; y, caminando libre por todas partes, procede con más magnanimidad.

En el ínterin retorna el padre, y, no encontrándolo, se desahoga en insultos contra su mujer, sumando pecados sobre pecados. Bramando con gran alboroto, corre inmediatamente al lugar con el propósito, si no le es posible reducirlo, de ahuyentarlo, al menos, de la provincia. Mas como el temor del Señor es la confianza del fuerte, apenas el hijo de la gracia se apercibió de que su padre según la carne venía en su busca, decidido y alegre se presentó ante él y con voz de hombre libre le manifestó que ni cadenas ni azotes le asustaban lo más mínimo. Y que, si esto le parecía poco, le aseguraba estar dispuesto a sufrir gozoso, por el nombre de Cristo, toda clase de males.

14. Ante tal resolución, convencido el padre de que no podía disuadir al hijo del camino comenzado, pone toda su alma en arrancarle el dinero. El varón de Dios deseaba emplearlo todo en ayuda de los pobres y en restaurar la capilla; pero, como no amaba el dinero, no sufrió engaño alguno bajo apariencia de bien, y quien no se sentía atado por él, no sé turbó lo más mínimo al perderlo. Por esto, habiéndose ya encontrado el dinero que el gran despreciador de las cosas terrenas y ávido buscador de las riquezas celestiales había arrojado entre el polvo de la ventana, se apaciguó un tanto el furor del padre y se mitigó algo la sed de su avaricia con el vaho del hallazgo. Después de todo esto, el padre lo emplazó a comparecer ante el obispo de la ciudad (24), para que, renunciando en sus manos a todos los bienes, le entregara cuanto poseía. A nada de esto se opuso; al contrario, gozoso en extremo, se dio prisa con toda su alma para hacer cuanto se le reclamaba.

15. Una vez en la presencia del obispo, no sufre demora ni vacila por nada; más bien, sin esperar palabra ni decirla, inmediatamente, quitándose y tirando todos sus vestidos, se los restituye al padre. Ni siquiera retiene los calzones, quedando ante todos del todo desnudo. Percatándose el obispo de su espíritu y admirado de su fervor y constancia, se levantó al momento y, acogiéndolo entre sus brazos, lo cubrió con su propio manto. Comprendió claramente que se trataba de un designio divino y que los hechos del varón de Dios que habían presenciado sus ojos encerraban un misterio. Estas son las razones por que en adelante será su protector. Y, animándolo y confortándolo, lo abrazó con entrañas de caridad.

Helo ahí ya desnudo luchando con el desnudo (25); desechado cuanto es del mundo, sólo de la divina justicia se acuerda. Se esfuerza así por menospreciar su vida, abandonando todo cuidado de sí mismo, para que en este caminar peligroso se una a su pobreza la paz y sólo la envoltura de la carne lo tenga separado, entre tanto, de la visión divina.

Capítulo VII
Cómo, asaltado por los ladrones, fue arrojado a la nieve
y cómo se entregó al servicio de los leprosos

16. Cubierto de andrajos el que tiempo atrás vestía de escarlata, marchaba por el bosque cantando en lengua francesa alabanzas al Señor (26); de improviso caen sobre él unos ladrones. A la pregunta, que le dirigen con aire feroz, inquiriendo quién es, el varón de Dios, seguro de sí mismo, con voz llena les responde: «Soy el pregonero del gran Rey; ¿qué queréis?» Ellos, sin más, le propinaron una buena sacudida y lo arrojaron a un hoyo lleno de mucha nieve, diciéndole: «Descansa, rústico pregonero de Dios». Él, revolviéndose de un lado para otro, sacudiéndose la nieve -ellos se habían marchado-, de un salto se puso fuera de la hoya, y, reventando de gozo, comenzó a proclamar a plena voz, por los bosques, las alabanzas del Creador de todas las cosas.

Así llegó, finalmente, a un monasterio (27), en el que permaneció varios días, sin más vestido que un tosco blusón, trabajando como mozo de cocina (28), ansioso de saciar el hambre siquiera con un poco de caldo. Y al no hallar un poco de compasión, y ante la imposibilidad de hacerse, al menos, con un vestido viejo, salió de aquí no movido de resentimiento, sino obligado por la necesidad, y llegó a la ciudad de Gubbio, donde un antiguo amigo (29) le dio una túnica. Como, pasado algún tiempo, se extendiese por todas partes la fama del varón de Dios y se divulgase su nombre por los pueblos, el prior del monasterio, recordando y reconociendo el trato que habían dado al varón de Dios, se llegó a él y le suplicó, en nombre del Salvador, le perdonase a él y a los suyos.

17. Después, el santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos (30); vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas, según él mismo lo refiere en el testamento: «Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia» (Test 1-2). En efecto, tan repugnante le había sido la visión de los leprosos, como él decía, que en sus años de vanidades, al divisar de lejos, a unas dos millas, sus casetas, se tapaba la nariz con las manos.

Mas una vez que, por gracia y virtud del Altísimo, comenzó a tener santos y provechosos pensamientos, mientras aún permanecía en el siglo, se topó cierto día con un leproso, y, superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso. Desde este momento comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que, por la misericordia del Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo.

También favorecía, aun viviendo en el siglo y siguiendo sus máximas, a otros necesitados, alargándoles, a los que nada tenían, su mano generosa, y a los afligidos, el afecto de su corazón. Pero en cierta ocasión le sucedió, contra su modo habitual de ser -porque era en extremo cortés-, que despidió de malas formas a un pobre que le pedía limosna; en seguida, arrepentido, comenzó a recriminarse dentro de sí, diciendo que negar lo que se pide a quien pide en nombre de tan gran Rey, es digno de todo vituperio y de todo deshonor. Entonces tomó la determinación de no negar, en cuanto pudiese, nada a nadie que le pidiese en nombre de Dios. Lo cumplió con toda diligencia, hasta el punto de llegar a darse él mismo todo en cualquier forma, poniendo en práctica, antes de predicarlo, el consejo evangélico que dice: A quien te pida, dale, y a quien te pida un préstamo, no le des la espalda (Mt 5,42).

Capítulo VIII
Cómo reparó la iglesia de San Damián
y del tenor de vida de las señoras que moran en aquel lugar

18. La primera obra que emprendió el bienaventurado Francisco al sentirse libre de la mano de su padre carnal fue la construcción de una casa del Señor; pero no pretende edificar una nueva; repara la antigua, remoza la vieja. No arranca el cimiento sino que edifica sobre él, dejando siempre, sin advertirlo, tal prerrogativa para Cristo: Nadie puede poner otro fundamento sino el que está puesto, que es Jesucristo (1 Cor 3,11). Como hubiese retornado al lugar donde, según se ha dicho, fue construida antiguamente la iglesia de San Damián, la restauró con sumo interés en poco tiempo, ayudado de la gracia del Altísimo.

Este es el lugar bendito y santo en el que felizmente nació la gloriosa Religión y la eminentísima Orden de señoras pobres y santas vírgenes por obra del bienaventurado Francisco, unos seis años después de su conversión. Fue aquí donde la señora Clara, originaria de Asís (31), como piedra preciosísima y fortísima, se constituyó en fundamento de las restantes piedras superpuestas. Cuando, después de iniciada la Orden de los hermanos, ella, por los consejos del Santo, se convirtió al Señor, sirvió para el progreso de muchos y como ejemplo a incontables. Noble por la sangre, más noble por la gracia. Virgen en su carne, en su espíritu castísima. Joven por los años (32), madura en el alma. Firme en el propósito y ardentísima en deseos del divino amor. Adornada de sabiduría y singular en la humildad: Clara de nombre; más clara por su vida; clarísima por su virtud (33).

19. Sobre ella se levantó también el noble edificio de preciosísimas perlas, cuya alabanza no proviene de los hombres, sino de Dios, ya que ni la estrechez de nuestro entendimiento lo puede comprender ni podemos expresarlo en pocas palabras.

Antes de nada y por encima de todo, resplandece en ellas la virtud de una mutua y continua caridad, que de tal modo coaduna las voluntades de todas, que, conviviendo cuarenta o cincuenta en un lugar, el mismo querer forma en ellas, tan diversas, una sola alma.

En segundo lugar, brilla en cada una la gema de la humildad, que tan bien les guarda los dones y bienes recibidos de lo alto, que se hacen merecedoras de las demás virtudes.

En tercer lugar, el lirio de la virginidad y de la castidad en tal forma derrama su fragancia sobre todas, que, olvidadas de todo pensamiento terreno, sólo anhelan meditar en las cosas celestiales (34); y de esta fragancia nace en sus corazones tan elevado amor del esposo eterno, que la plenitud de este sagrado afecto les hace olvidar toda costumbre de la vida pasada.

En cuarto lugar, en tal grado se hallan todas investidas del título de la altísima pobreza, que apenas o nunca se avienen a satisfacer, en lo tocante a comida y vestido, lo que es de extrema necesidad.

20. En quinto lugar, han conseguido la gracia especial de la mortificación y del silencio en tal grado, que no necesitan hacerse violencia para reprimir las inclinaciones de la carne ni para refrenar su lengua; algunas de ellas han llegado a perder la costumbre de conversar, hasta el extremo de que, cuando se ven precisadas a hablar, apenas si lo pueden hacer con corrección.

En sexto lugar, en todo esto vienen tan maravillosamente adornadas de la virtud de la paciencia, que ninguna tribulación o molestia puede abatir su ánimo ni aun inmutarlo.

Finalmente, en séptimo lugar, han merecido la más alta contemplación en tal grado, que en ella aprenden cuanto deben hacer u omitir, y se saben dichosas abstraídas en Dios, aplicadas noche y día a las divinas alabanzas y oraciones.

Dígnese el Dios eterno conceder, por su santa gracia, que tan santo principio concluya con un fin más santo. Por ahora será suficiente lo dicho sobre las vírgenes consagradas a Dios y sobre las devotas esclavas de Cristo, puesto que su maravillosa vida y gloriosa institución, que recibieron del señor papa Gregorio (35), a la sazón obispo ostiense, exigen una obra propia y tiempo disponible (36).

Capítulo IX
Cómo, cambiado el vestido,
repara la iglesia de Santa María de la Porciúncula,
y, oído el evangelio, deja todas las cosas
y se confecciona el hábito para sí y sus hermanos

21. Entre tanto, el santo de Dios, cambiado su vestido exterior (37) y restaurada la iglesia ya mencionada, marchó a otro lugar próximo a la ciudad de Asís; allí puso mano a la reedificación de otra iglesia muy deteriorada y semiderruida (38); de esta forma continuó en el empeño de sus principios hasta que dio cima a todo.

De allí pasó a otro lugar llamado Porciúncula, donde existía una iglesia dedicada a la bienaventurada Virgen Madre de Dios (39), construida en tiempos lejanos y ahora abandonada, sin que nadie se cuidara de ella. Al contemplarla el varón de Dios en tal estado, movido a compasión, porque le hervía el corazón en devoción hacia la madre de toda bondad, decidió quedarse allí mismo.

Cuando acabó de reparar dicha iglesia, se encontraba ya en el tercer año de su conversión. En este período de su vida vestía un hábito como de ermitaño, sujeto con una correa; llevaba un bastón en la mano, y los pies calzados.

22. Pero cierto día se leía en esta iglesia el evangelio que narra cómo el Señor había enviado a sus discípulos a predicar; presente allí el santo de Dios, no comprendió perfectamente las palabras evangélicas; terminada la misa, pidió humildemente al sacerdote que le explicase el evangelio. Como el sacerdote le fuese explicando todo ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia (40), al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica».

Rebosando de alegría, se apresura inmediatamente el santo Padre a cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar; no admite dilación alguna en comenzar a cumplir con devoción lo que ha oído. Al punto desata el calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y, gozoso con una túnica, se pone una cuerda en lugar de la correa. Desde este momento se prepara una túnica en forma de cruz para expulsar todas las ilusiones diabólicas; se la prepara muy áspera, para crucificar la carne con sus vicios y pecados; se la prepara, en fin, pobrísima y burda, tal que el mundo nunca pueda ambicionarla. Todo lo demás que había escuchado se esfuerza en realizarlo con la mayor diligencia y con suma reverencia. Pues nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza (41).

Capítulo X
Predicación del Evangelio y anuncio de la paz
y la conversión de los seis primeros hermanos

23. Desde entonces comenzó a predicar a todos la penitencia con gran fervor de espíritu y gozo de su alma, edificando a los oyentes con palabra sencilla y corazón generoso. Su palabra era como fuego devorador, penetrante hasta lo más hondo del alma, y suscitaba la admiración en todos. Parecía totalmente otro de lo que había sido, y, contemplando el cielo, no se dignaba mirar a la tierra. Y cosa admirable en verdad: comenzó a predicar allí donde, siendo niño, aprendió a leer y donde primeramente fue enterrado con todo honor (42). De este modo, los venturosos comienzos quedaron avalados por un final, sin comparación, más venturoso. Donde aprendió, allí enseñó, y donde comenzó, allí felizmente terminó.

En toda predicación que hacía, antes de proponer la palabra de Dios a los presentes, les deseaba la paz, diciéndoles: «El Señor os dé la paz». Anunciaba devotísimamente y siempre esta paz a hombres y mujeres, a los que encontraba y a quienes le buscaban. Debido a ello, muchos que rechazaban la paz y la salvación, con la ayuda de Dios abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron en hijos de la paz y en émulos de la salvación eterna (43).

24. Entre éstos, un hombre de Asís, de espíritu piadoso y humilde, fue quien primero siguió devotamente al varón de Dios. A continuación abrazó esta misión de paz y corrió gozosamente en pos del Santo, para ganarse el reino de los cielos, el hermano Bernardo. Este había hospedado con frecuencia al bienaventurado Padre; habiendo observado y comprobado su vida y costumbres, reconfortado con el aroma de su santidad, concibió el temor de Dios y alumbró el espíritu de salvación. Lo había visto que, sin apenas dormir, estaba en oración durante toda la noche, alabando al Señor y a la gloriosísima Virgen, su madre; y se admiraba y se decía: «En verdad, este hombre es de Dios».

Diose prisa, por esto, en vender todos sus bienes, y distribuyó a manos llenas su precio entre los pobres, no entre sus parientes; y, abrazando la norma del camino más perfecto, puso en práctica el consejo del santo Evangelio: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme (Mt 19,21). Llevado a feliz término todo esto, se unió a San Francisco en su hábito y tenor de vida, y permaneció con él continuamente, hasta que, habiéndose multiplicado los hermanos, pasó con la obediencia del piadoso Padre a otras regiones (44).

Su conversión a Dios sirvió de modelo, para quienes habían de convertirse en el futuro, en cuanto a la venta de los bienes y su distribución entre los pobres. San Francisco se gozó sobremanera con la llegada y conversión de hombre tan calificado, ya que esto le demostraba que el Señor tenía cuidado de él, pues le daba un compañero necesario y un amigo fiel.

25. Inmediatamente le siguió otro ciudadano de Asís, digno de toda loa por su vida; comenzó santamente y en breve tiempo terminó más santamente (45). No mucho después siguió a éste el hermano Gil, varón sencillo y recto y temeroso de Dios, que a través de su larga vida, santa, justa y piadosamente vivida, nos dejó ejemplos de perfecta obediencia, de trabajo manual, de vida solitaria y de santa contemplación (46). A éstos se une otro. Viene luego el hermano Felipe, con el que suman ya siete; a éste el Señor tocó los labios con la piedra de la purificación (47) para que dijese de Él cosas dulces y melifluas; comprendía y comentaba las Sagradas Escrituras, sin que hubiera hecho estudios, como aquellos a quienes los príncipes de los judíos reprochaban de idiotas y sin letras (48).

* * * * *

Notas:

1) Gregorio IX, el gran amigo de San Francisco y protector oficial de la Orden en tiempo en que no era sino el cardenal Hugolino; fue papa de 1227 a 1241.

2) El 19 de julio de 1228.

3) El valle de Espoleto pertenecía entonces al imperio. En 1198, Conrado de Ürslingen se vio obligado a cederlo al papa. Asís aprovechó esta misma ocasión para deshacerse de la soberanía teutónica y crearse un gobierno comunal.

4) Celano no precisa la fecha de nacimiento. Pero la podemos fijar a partir de algunos datos que nos proporciona: nos dice que murió «el año vigésimo de su conversión» (1 Cel 119) o «cumplidos los veinte años de su total adhesión a Cristo» (1 Cel 88), conversión que tuvo lugar a los veinticinco de su edad (1 Cel 2). Como sabemos que su muerte ocurrió el 3 de octubre de 1226, su nacimiento ha de colocarse en 1181 ó 1182.

5) Lo que Celano nos dice en esta Vida primera es muy distinto de lo que nos va a decir en la Vida segunda (3-5). La razón principal de estas diferencias es que el autor emplea en sus dos escritos esquemas teológicos distintos: mientras en la primera biografía se valdría de ciertos esquemas descriptivo-teológicos agustinianos, en los que se resalta el pecado para que luego destaque más la gracia, en la segunda quiere presentar una imagen de Francisco destinado desde el principio a una santidad encumbrada.

6) Séneca el filósofo, que en la Edad Media gozaba de gran prestigio como presunto corresponsal con San Pablo. Si Celano le da el título de poeta, es porque se le atribuyen varias tragedias. La cita está tomada de su correspondencia (Ad Lucil. l. VI epist. 8 n. 1).

7) San Agustín en sus Confesiones: «Fingía haber hecho lo que no había hecho para no parecer tanto más abyecto cuanto más inocente, y tanto más vil cuanto más casto» (II 3,7).

8) Parece que el joven Francisco cultivó de modo particular la originalidad y la extravagancia en sus vestidos, valiéndose de los paños del negocio de su padre. Los Tres compañeros destacan el modo de vestir impropio a su condición, vanidoso y llamativo; a veces añadía retazos de paño valioso a vestidos de tela ordinaria (TC 2).

9) No más cruzar la Porta Nova, la más próxima a la casa paterna de Francisco, contempla uno un hermoso paisaje: a la izquierda queda la impresionante mole del monte Subasio; a la derecha, el valle umbro; de frente, el sinuoso camino que lleva a Foligno.

10) Por aquellas fechas, un irreprimible frenesí guerrero quemaba a los italianos del centro contra los invasores alemanes, que se habían tornado cordialmente odiosos en todas partes. El gran senescal del imperio, Markwald de Anweiler, intentaba por las armas la tutela del futuro Federico II, confiada a Inocencio III. Este papa encargó el mando de sus huestes a Gualterio de Brienne. Muchas ciudades, emborrachadas por los logros primeros de ese militar en la Pulla, se lanzaron a organizar levas de nuevas tropas. Cf. LM 1,3 nota.

11) Noticias complementarias a este respecto en 2 Cel 6. Fueron, sin duda, recogidas de las que transmitieron los Tres Compañeros (TC 5).

12) Según conjetura de Sabatier (Études inédites p. 163), se trataría de quien más tarde había de ser el hermano León.

13) Compárese este pasaje con 2 Cel 95.

14) Cf. Test 14 y 2CtaCle 6.

15) Escarlata: palabra reservada hoy día al color rojo vivo, que hasta el siglo XVI designó un tinte brillante de color blanco, azul o verde. Los aires exóticos que influyeron en la moda occidental en tiempos de las Cruzadas trajeron del Oriente las primeras muestras de damasco, escarlata y carmesí. Todas estas telas raras eran muy apreciadas y muy costosas.

16) Dista unos quince kilómetros, que Francisco, de regreso, tuvo que hacerlos a pie.

17) «Nos es desconocida la época en que fue construida la iglesia; sabemos únicamente que aparece mencionada en un documento de la primera mitad del siglo XI. No hubiera quedado vestigio alguno de la misma si un día no hubiera entrado en ella San Francisco para orar» (A. Masseron, Assise [París 1950] p. 158).

18) Para la Edad Media, el miles es el caballero que reviste su actividad política de sentido de humor y desinterés; gracias a los juglares, la idea de caballero penetró hasta en las menores aldeas. La palabra condensó el ideal de toda una época.

19) Francisco tuvo un gran respeto a los sacerdotes durante toda su vida. Cf. Test 6-10.

20) Sin duda, el «amigo» del que habla en 1 Cel 6.

21) Probablemente, sería uno de esos rincones situados bajo la escalera, carente en absoluto de la más pequeña comodidad. Recuérdese la leyenda de San Alejo.

22) «En la ruta natural del Mediterráneo al Mar del Norte, ya desde fines del siglo XII se fijó la Champaña como centro principal de intercambio entre Oriente y Occidente. En Troyes, Provins, Bar-sur-Aube, Lagny, centros por los que sucesivamente se iban montando las ferias a lo largo del año, los hombres de negocios italianos eran los animadores y los que regulaban el tráfico... A veces cruzaban los Alpes o los Apeninos en el rigor de las estaciones; viajaban solos o en caravanas, con o sin conductores especializados. Eran muy frecuentes las emboscadas, ya que los mercaderes podían ser presa fácil y provechosa tanto de personas necesitadas como de bandidos profesionales. Mejor que nadie conocían ellos las posadas de la ruta, los almacenes en las villas, los albergues poco confortables, en que el buen humor de los viajantes apenas podía disipar la pena de estar lejos de los suyos» (Y. Renouard, Les hommes d'affaires italiens du Moyen Âge [Arman Colin 1950] pp.40. 74).

23) Como se ha visto (1 Cel 10), Francisco, desconfiando de sus propias fuerzas, no osaba exponerse a la cólera de su padre, sino que prefería ocultarse en un escondrijo.

24) Guido secundus, que fue obispo de Asís desde 1204 (?) hasta su muerte, el 30 de julio de 1228. El tribunal episcopal tenía sus competencias, y las decisiones que tomaba acarreaban efectos jurídicos. Pero un tribunal eclesiástico, ¿tenía autoridad para juzgar a un laico? Para Heimbucher (Die Orden und Kongregationen der katolischen Kirche [Paderborn 1935] I p. 670), el mero hecho de ser ermitaño colocaba a Francisco bajo la jurisdicción episcopal. Según Hilarino Felder (Der Christusritter aus Assisi, Zürich 1941), Francisco debió de ser recibido como «oblato» de la iglesia de San Damián, y así obtendría el poder acogerse a la jurisdicción eclesiástica. Además, el que atendía a San Damián era, probablemente, un monje del monte Subasio.

25) Tema familiar a la espiritualidad medieval y, sobre todo, a la franciscana: 2 Cel 12. 194. 214 y los paralelos de San Buenaventura: LM 2,4; 7,2; 14,3.

26) Es signo manifiesto del gozo que embargaba a Francisco después de su definitiva renuncia. Solía cantar en francés cuando quería expresar la alegría interior. Cf. 1 Cel 16; 2 Cel 127; LM 2,5; Lm 1,8; TC 33; EP 93.

27) Probablemente, de San Verecundo, un poco al sur de Gubbio. Hoy día, Vallingegno.

28) Garcio es el término que emplea el texto original; encierra un sentido despreciativo, que se aplicaba en razón de las ocupaciones que se asignaban por motivos de incapacidad o malas costumbres.

29) Sería uno de los tres hermanos Spadalunga, según un documento del 11 de abril de 1399, editado en AFH 1 (1908) y MF 5 (1890) 77.

30) En el hospital de San Salvador de los Muros, en el lugar de la actual Casa Gualdi, a medio camino entre Asís y Santa María de los Angeles. ¿Qué es lo que a Francisco le impulsaba a ir a los leprosos? A ello le induciría la contemplación de Cristo doliente según Is 53 (le tuvimos como leproso...); las estatuas y vidrieras, que representaban al mismo Cristo con rasgos de leproso; la recomendación de Cristo en Mt 10,8, texto, por lo demás, decisivo en la vocación de Francisco, que dice: limpiad los leprosos. Acaso influyó también en él la leyenda de aquel monje que, creyendo que llevaba a un leproso a sus espaldas, vio que transportaba al mismo Cristo. San Francisco los amaba con un amor singular y les daba la designación de «mis hermanos cristianos» (LP 64; EP 58).

31) Celano anota este detalle porque la familia de Clara, expulsada de su casa de la plaza de San Rufino, en Asís, cuando el levantamiento popular de 1198-99, se había refugiado en su castillo de Cocorano, en territorio de Perusa. Cf. P. Théobald, Assise au temps de saint François: EF sept. (1938) p. 448s. Acerca de la familia de Clara Favarone, cf. I. Omaechevarría, Escritos de Santa Clara y documentos contemporáneos (Madrid, BAC 314, 1970).

32) Clara Favarone tenía dieciocho años cuando la noche del 18 al 19 de marzo, la que siguió al domingo de Ramos de 1212, prometió obediencia a Francisco en Santa María de los Ángeles. Después de una breve permanencia en el monasterio de benedictinas de Bastia y en el de Sant'Angelo in Panso, pasó a habitar con sus primeras seguidoras en el edificio adyacente a la capilla de San Damián, la primera restaurada por el Santo. En los tres primeros años, a lo que parece, la fraternidad femenina ensayó la aventura evangélica a base de la elemental «forma de vida» que les trazara Francisco, en retiro y fidelidad gozosa a dama Pobreza; en 1215, según parece, sor Clara se vio obligada a acogerse a la Regla de San Benito.

33) Donde nosotros no vemos sino mero juego de palabras, Celano descubre el presagio de un destino; para ello se apoya en que, según la Escritura, el nombre encierra la vocación.

34) Es la aplicación de la Adm 16.

35) En 1218-19. Según las constituciones llamadas «hugolinas» (BF I pp. 263-67). Texto definitivamente aprobado por Inocencio IV (bula Solet annuere, del 13 de noviembre de 1245: BF I pp. 394-99).

36) Parece que Celano concibe el propósito de escribirla. Hoy nos es conocida una Vida de Santa Clara, escrita por orden de Alejandro IV, que fue quien canonizó a la Santa en septiembre de 1255 (I. Omaechevarría, Escritos de Santa Clara y documentos contemporáneos [Madrid, BAC 314, 1970] pp. 125-99. ¿Es Celano su autor? La mayoría de los investigadores creen que ha de atribuirsele la paternidad de la obra (Id., ibid., pp. 121-22).

37) Su descripción aparece en este mismo número. El llevarlo era suficiente para que se diera la transformación jurídica, señalada mas arriba en 1 Cel 14 nota. Que la palabra habitus haya que interpretarla aquí en el sentido natural de vestido y no de comportamiento, nos lo garantizan Julián de Espira (título de los capítulos 2 y 3: AF 10 pp. 340-42) y Bernardo de Bessa (Liber de laudibus, AF 3 p. 687).

38) Se trata, probablemente, de la iglesia de San Pedro; no se conoce con precisión su ubicación.

39) Esta iglesia dependía también de la abadía de Monte Subasio.

40) Celano no cita literalmente los textos evangélicos, sino que conglomera recomendaciones de textos tomados, indistintamente, de los tres sinópticos. Se señala de ordinario como fecha de este hecho el 24 de febrero de 1208. Pero se ha de observar que el 24 de febrero de ese año se celebró el primer domingo de cuaresma. Por otra parte, no parece probable que Francisco escuchara dicho evangelio en la fiesta de un apóstol, ya que los biógrafos se contentan con decir «quadam die», «cierto día» (1 Cel 22; TC 25).

41) Para los inicios de la Orden cf. K. Esser, La Orden franciscana. Orígenes e ideales (Aránzazu 1976).

42) La iglesia de San Jorge (en el lugar de su emplazamiento se encuentra hoy la capilla del Santísimo Sacramento de la basílica de Santa Clara) se hallaba a pocos pasos de la casa Bernardone; en ella había una escuela presbiterial que frecuentó Francisco; Santa Clara le escuchó predicar en ella; y fue también aquí donde en 1228 se desarrollaron las ceremonias de la canonización. Cuando Celano escribía estas líneas, Gregorio IX ordenaba la construcción de una iglesia destinada a acoger definitivamente el cuerpo del Santo (bula del 29 de abril de 1228).

43) Paz y salvación: dos temas que aparecen ya unidos en aquel célebre versículo de Isaías: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación! (Is 52,7), y que San Buenaventura lo comenta así: «Anunció la paz, predicó la salvación, y con moniciones saludables, a muchos que, separados de Cristo, antes habían estado lejos de la salvación, los reconcilió en la verdadera paz» (LM 3,2; cf. 2 R 3,13).

44) Compostela; cf. más abajo 1 Cel 30.

45) Sin duda, Pedro Cattani, jurista, acaso canónigo de la catedral de Asís. Siguió a Francisco el mismo día que Bernardo de Quintavalle (TC 28). Gozó de la simpatía del Santo. Le acompañó en su viaje a Oriente en 1219 (cf. 2 Cel 30 nota). Es elegido vicario general (Lázaro Iriarte opina que con funciones de ministro general; cf. Consideraciones sobre las llagas 4 nota 8) el 29 de septiembre de 1220. Ejerce el cargo hasta el 10 de marzo de 1221, fecha de su muerte en la Porciúncula, donde fue sepultado.

46) Recibido en la Orden el 23 de abril de 1208, murió en 1262. La segunda parte de la frase está interpolada; Celano no podía hablar en 1229 de la larga vida del hermano Gil. Cf. Introducción a las Florecillas; en este volumen p. 798.

47) Alusión al relato de la vocación de Isaías (Is 6,6).

48) Los apóstoles (Hch 14,14).

Introducción 1 Cel 02

.