DIRECTORIO FRANCISCANO
Fuentes biográficas franciscanas

Espejo de Perfección, 1-26


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Capítulo I

Comienza el espejo de perfección del estado del hermano menor

1. Después que se perdió la segunda Regla compuesta por el bienaventurado Francisco, subió éste a un monte con el hermano León de Asís y con el hermano Bonizio de Bolonia para redactar otra Regla (cf. LP 17). La hizo escribir según Cristo se lo iba mostrando.

Pero muchos ministros se reunieron con el hermano Elías, que era vicario del bienaventurado Francisco, y le dijeron: «Nos hemos enterado de que el hermano Francisco está componiendo una nueva Regla, y tememos que sea tan severa, que no podamos observarla. Queremos, por tanto, que vayas a decirle que no nos queremos obligar a esa Regla. Que la haga para él, no para nosotros».

El hermano Elías les respondió que no se atrevía a ir, porque temía la reprensión del bienaventurado Francisco. Mas como los ministros insistieran, repuso que no iría solo, sino acompañado de ellos. Entonces fueron todos juntos. Cuando el hermano Elías llegó cerca del lugar donde se hallaba el bienaventurado Francisco, lo llamó. El Santo acudió a la llamada, y, viendo ante sí a los ministros, preguntó: «¿Qué quieren estos hermanos?» El hermano Elías respondió: «Estos son ministros que se han enterado de que estás haciendo una nueva Regla, y, temiendo que sea demasiado austera, dicen y protestan que no quieren someterse a la misma; que la hagas para ti, no para ellos».

Entonces, el bienaventurado Francisco, con el rostro vuelto al cielo, habló así con Cristo: «Señor, ¡bien te decía que no me harían caso!»

Y al momento oyeron todos la voz de Cristo, que respondía desde lo alto: «Francisco, en la Regla nada hay tuyo, sino que todo lo que hay en ella es mío; y quiero que la Regla sea observada así: a la letra, a la letra, a la letra; sin glosa, sin glosa, sin glosa». Y añadió: «Yo sé de cuánto es capaz la flaqueza humana y cuánto les quiero ayudar. Por tanto, los que no quieren guardarla, salgan de la Orden».

Entonces, el bienaventurado Francisco, volviéndose a los hermanos, les dijo: «¡Lo habéis oído! ¡Lo habéis oído! ¿Queréis que os lo haga repetir de nuevo?»

Y los ministros, reconociendo su culpa, se marcharon confusos y aterrados.

Capítulo II

La perfección de la pobreza



Cómo el bienaventurado Francisco
declaró la voluntad e intención que tuvo,
desde el principio hasta el fin,
sobre la observancia de la pobreza

2. El hermano Ricerio de la Marca (cf. LP 101), noble de nacimiento y más noble por la santidad, a quien el bienaventurado Francisco amaba mucho, lo visitó un día en el palacio del obispo de Asís, y, entre otras cosas que habló con él acerca del estado de la Religión y de la observancia de la pobreza, le hizo una pregunta particular, diciendo: «Padre, dime cuáles fueron tu voluntad e intención cuando comenzaste a tener hermanos, las que tienes hoy y las que esperas mantener hasta el día de tu muerte. Yo quisiera poder atestiguar tu intención y voluntad, tanto la primera como la última, porque nosotros los hermanos clérigos, que tenemos tantos libros, ¿los podremos tener tranquilamente, aunque digamos que pertenecen a la Religión?»

El bienaventurado Francisco le respondió: «Mira, hermano, éstas son mi primera y última voluntad e intención: si los hermanos hubieran querido hacerme caso, no tendría ninguno más que el hábito, el cordón y los calzones, como la Regla nos concede».

Si alguno pusiere la objeción de por qué el bienaventurado Francisco no hizo guardar a los hermanos de su tiempo una pobreza tan estrecha, como había dicho al hermano Ricerio, y por qué no impuso precepto de guardarla así, nosotros que estuvimos con él respondemos con palabras oídas de sus labios: que él ya dijo estas y otras muchas cosas a sus hermanos, y quiso también que en la Regla constaran muchas de ellas que con asidua oración y meditación pedía al Señor para utilidad de la Religión; y afirmaba que todo ello era absolutamente según la voluntad de Dios. Pero, cuando lo comunicaba a los hermanos, les parecía a éstos carga pesada e imposible de soportar. Ignoraban entonces lo que había de sobrevenir a la Religión después de la muerte del Santo.

No quiso entrar en lucha con los hermanos, ya que temía mucho el escándalo en sí como en los hermanos, y condescendía, mal de su grado, con ellos, excusándose de esto ante el Señor. Mas para que la palabra que el Señor había puesto en sus labios para bien de los hermanos no volviera a Él vacía, se afanaba por cumplirla en sí mismo con la esperanza de alcanzar del Señor la recompensa. Y al fin su espíritu quedaba sosegado y consolado.

Cómo respondió a un ministro
que quería tener libros con su licencia
y cómo los ministros, a espaldas de él,
hicieron que se suprimiera en la Regla
el capítulo de las prohibiciones evangélicas

3. Aconteció, al tiempo que el bienaventurado Francisco regresó de ultramar (1), que un ministro cavilaba entre sí acerca del capítulo de la pobreza, y deseaba conocer en esto el pensamiento y voluntad del Santo; y, ante todo, porque entonces había en la Regla un capítulo que contenía algunas prohibiciones del santo Evangelio, como ésta: Nada llevéis para el camino, etc. (Lc 9,3; 1 R 14,1).

El bienaventurado Francisco le respondió: «Yo lo entiendo así: que los hermanos no deben tener nada, sino el vestido con el cordón y los calzones, como dispone la Regla; y los que estén necesitados pueden llevar calzado».

El ministro repuso: «¿Qué haré entonces yo, que tengo tantos libros, que valen más de cincuenta libras?» Hablaba así porque quería tenerlos con su consentimiento, pues tenía remordimiento de conciencia, sabedor de que el bienaventurado Francisco interpretaba estrechamente el capítulo de la pobreza. Francisco le respondió: «Yo no quiero, ni debo, ni puedo ir contra mi conciencia ni contra la perfección del santo Evangelio, que hemos prometido observar». Oyendo esto el ministro, quedó triste.

El bienaventurado Francisco que lo vio tan contrariado, le dijo con gran fervor de espíritu, dirigiéndose en él a todos los hermanos: «¡Vosotros queréis aparecer a los ojos de los hombres como hermanos menores y ser llamados observantes del santo Evangelio, pero en la práctica queréis estar provistos de bolsas!»

Con todo, y a pesar de saber los ministros que los hermanos estaban obligados a guardar el santo Evangelio según el tenor de la Regla, lograron quitar de ella el capítulo donde se escribía: Nada llevéis para el camino, etc., pensando que con esto quedaban desligados de la obligación de observar la perfección del Evangelio.

Cerciorado de ello el bienaventurado Francisco por gracia del Espíritu Santo, dijo delante de algunos hermanos: «Piensan los hermanos ministros que nos engañan al Señor y a mí. Pues para que sepan todos los hermanos que están obligados a observar la perfección del santo Evangelio, quiero que al principio y al fin de la Regla se escriba esto: que los hermanos están firmemente obligados a observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Y para que los hermanos no puedan alegar jamás excusa alguna, desde el momento en que les comuniqué y les comunico lo que el Señor puso en mis labios para mi salvación y la suya, yo quiero demostrarlo ante Dios con mis obras, y, con su ayuda, quiero observarlo por siempre jamás».

En efecto, él observó a la letra e íntegramente el santo Evangelio desde que empezó a tener hermanos hasta el día de su muerte.

Un novicio quería tener un salterio
con consentimiento del Santo

4. En otra ocasión, un novicio (cf. LP 103) que malamente sabía leer el salterio obtuvo licencia del ministro general (2) para tener uno. Mas, como oía decir a los hermanos que el bienaventurado Francisco no quería a sus hijos ansiosos ni de ciencia ni de libros, no estaba tranquilo, y quería obtener su consentimiento.

Como pasara el bienaventurado Francisco por el lugar donde estaba el novicio, éste le dijo: «Padre, me serviría de gran consuelo tener mi salterio. Tengo ya el permiso del ministro general, pero quisiera también tu consentimiento».

El bienaventurado Francisco le respondió: «El emperador Carlos, Rolando y Oliverio y todos los capitanes y esforzados caballeros que lucharon de firme contra los infieles, sin perdonarse fatigas y grandes trabajos, hasta exponerse a la muerte, consiguieron resonantes victorias, dignas de perpetuarse para siempre. Igualmente, los santos mártires dieron su vida luchando por la fe de Cristo. En cambio, ahora hay muchos que pretenden honra y gloria con sólo contar las hazañas que ellos hicieron. Así, también entre nosotros hay muchos que sólo por contar y pregonar las maravillas que hicieron los santos quieren recibir honra y gloria» (cf. Adm 6). Que es como si dijera: No hay por qué desvivirse por adquirir libros y ciencia, sino por hacer obras virtuosas, porque la ciencia hincha y la caridad edifica (1 Cor 8,1).

Pocos días después, estando el bienaventurado Francisco sentado al amor de la lumbre, volvió el novicio a hablarle del salterio. Francisco le dio por respuesta: «Después que tengas el salterio, ansiarás tener y querrás el breviario; y, cuando tengas el breviario, te sentarás en el sillón como gran prelado, y mandarás a tu hermano, diciendo: ¡Tráeme el breviario!»

Mientras esto decía con gran fervor de espíritu, el bienaventurado Francisco tomó ceniza, y, esparciéndola sobre su cabeza, movía la mano en circulo como quien se lava la cabeza, y decía: «¡Yo el breviario! ¡Yo el breviario!» Y lo repitió muchas veces girando la mano sobre su cabeza. El novicio quedó estupefacto y avergonzado.

Luego, el bienaventurado Francisco le dijo: «Hermano, también yo he tenido tentaciones de tener libros; mas para conocer la voluntad de Dios acerca de esto tomé el libro de los evangelios del Señor y le rogué que, al abrirlo por primera vez, me manifestara su voluntad. Hecha mi súplica y abierto el libro, me salió este pasaje del santo Evangelio: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de Dios; a los demás sólo en parábolas» (Lc 8,9-10). Y añadió: «Hay muchos que se afanan de buen grado por adquirir ciencia, pero feliz el que se hace estéril por amor del Señor Dios».

Transcurridos muchos meses, estando el bienaventurado Francisco en Santa María de la Porciúncula cerca de la celda, por detrás de la casa y a la vera del camino, el mismo hermano le volvió a importunar con lo del salterio. El bienaventurado Francisco le dijo: «Vete y haz lo que el ministro disponga». Con esto se volvía el hermano por donde había venido.

El bienaventurado Francisco se quedó pensativo en el mismo lugar y empezó a reflexionar sobre lo que acababa de decir a aquel hermano; y súbitamente le gritó siguiéndole: «Hermano, espérame, espera». Se acercó a él y le dijo: «Vuélvete conmigo, hermano, y señálame el lugar donde te he dicho que hagas del salterio lo que disponga tu ministro».

Desandando el camino hasta el mismo lugar, el bienaventurado Francisco se puso de rodillas delante del hermano y dijo: «Confieso mi falta, hermano, confieso mi falta; pero has de saber que cualquiera que desea ser hermano menor, no debe tener más que la túnica, el cordón y los calzones, según en la Regla se concede; y, en caso de verdadera necesidad, calzado».

En adelante, a cuantos hermanos le venían a consultar sobre esto, les daba la misma respuesta. Y repetía muchas veces: «Tanto sabe el hombre cuanto obra, y en tanto el religioso ora bien en cuanto practica, pues sólo por el fruto se conoce al árbol» (cf. Mt 12,13).

La observancia de la pobreza en libros,
camas, casas y enseres

5. El bienaventurado Padre enseñaba a los hermanos a buscar en los libros no el valor material, sino el testimonio del Señor; no la pulcritud, sino la edificación. Quería que se tuviesen pocos libros y en común y a disposición de los hermanos que necesitaran de ellos.

La pobreza reinaba con opulencia en camas y cobertores, y así, el que tenía sobre la paja algunos paños raídos, creía disponer de lecho nupcial.

Enseñaba también a sus hermanos a edificar viviendas muy pobres y casitas de madera, que no de piedra, y a construirlas según planos muy elementales. Y no sólo aborrecía la ostentación en las casas, sino que también reprobaba el tener muchos y finos enseres.

Nada quería en las mesas y en los utensilios que remedara lo mundano y recordara el mundo, con el fin de que todo aclamara la pobreza y pregonara peregrinación y destierro.

Cómo hizo salir a todos los hermanos de una casa
que se decía casa de los hermanos

6. De paso por Bolonia, oyó decir que los hermanos habían construido allí una casa para ellos. Tan pronto como se enteró que se decía que la casa era de los hermanos, se volvió y salió de la ciudad; y mandó con todo rigor que todos los hermanos la abandonaran cuanto antes y que bajo ningún pretexto moraran en ella.

Salieron, pues, todos, sin dejar ni a los enfermos, que se los llevaron consigo, hasta que el señor obispo de Ostia, Hugolino, legado en Lombardía, hizo público que la casa era suya.

Un hermano enfermo que entonces fue sacado de la casa, da testimonio de ello, y fue él quien lo escribió (3).

Cómo quiso derribar una casa que el pueblo de Asís
había levantado en Santa María de la Porciúncula

7. Acercándose el tiempo del capítulo general, que se celebraba todos los años en Santa María de la Porciúncula, el pueblo de Asís, en atención a que los hermanos se multiplicaban de día a día y se reunían allí todos los años -y porque no tenían sino una casuca con paredes de mimbre y de barro y techo de paja-, de común acuerdo construyó en pocos días, con igual prisa que devoción, una casa grande de cal y canto en ausencia del bienaventurado Francisco y sin consentimiento suyo.

Y, regresando el bienaventurado Francisco de una provincia para el capítulo, se vio muy sorprendido por la casa construida. Temió que los hermanos que la vieran tomaran ocasión de hacerse construir, igualmente, casas grandes en los lugares que habitaban o habían de habitar. Y como quería que aquel lugar fuera siempre forma y ejemplo para todos los otros lugares de la Orden, antes de acabar el capítulo subió al tejado y mandó a los hermanos que subieran con él. Con ellos empezó a tirar al suelo las tejas con que estaba retejada, con intención de demolerla hasta los cimientos.

Algunos caballeros de Asís que estaban allí para velar por el orden a causa del gran número de forasteros que se habían reunido para presenciar el capítulo, al ver que el bienaventurado Francisco y los hermanos querían destruir la casa, fueron en seguida a hablar con él y le dijeron: «Hermano, esta casa es del municipio de Asís y nosotros somos sus representantes. Nosotros te prohibimos que destruyas nuestra casa». Oyéndolo el bienaventurado Francisco, respondió: «Está bien; si la casa es vuestra, no la quiero tocar». E inmediatamente bajó de ella con sus hermanos.

Por eso, el municipio de Asís tomó la resolución de que, quienquiera fuera el podestà de la ciudad, estaría obligado a reparar la casa. Y durante mucho tiempo se ha venido cumpliendo todos los años este acuerdo.

Cómo reprendió a su vicario, que hacía edificar allí
una pequeña casa para rezar el oficio

8. En otra ocasión, el vicario del bienaventurado Francisco (4) empezó a edificar en la Porciúncula una pequeña casa donde los hermanos pudieran descansar y rezar sus horas, porque era grande el número de hermanos que afluían allí y no tenían dónde rezar el oficio. Es de saber que acudían allí todos los hermanos de la Orden y era aquél el único lugar donde eran admitidos a ella.

Cuando la casa estaba a punto de ser rematada, regresó al lugar el bienaventurado Francisco; desde la celda oía los ruidos de los que trabajaban en la obra. Llamó a su compañero y le preguntó qué hacían allí los hermanos. El compañero le contó lo que sucedía.

Al momento mandó llamar a su vicario y le dijo: «Hermano, este lugar ha de ser forma y ejemplo para toda la Religión, y quiero, más bien, que los moradores de este lugar soporten, por amor del Señor Dios, estrecheces e incomodidades y que los hermanos que vienen de paso vuelvan a sus lugares edificados con el buen ejemplo de la pobreza; no sea que, teniendo los de este lugar cubiertas a satisfacción todas sus necesidades, los transeúntes tomen de ahí pie para las edificaciones que han de hacer en sus lugares, diciendo: "En Santa María de la Porciúncula, que es el principal lugar de la Orden, se levantan edificios que tienen tales dimensiones y presentan tales ventajas; bien podremos también nosotros construirlos en nuestros lugares"».

No quería morar en celda curiosa o que llamaran suya

9. Un hermano muy espiritual y muy familiar del bienaventurado Francisco hizo construir en el eremitorio donde vivía (5) una celdilla un poco apartada, donde el bienaventurado Francisco pudiera entregarse a la oración cuando viniera.

La primera vez que vino al eremitorio, lo llevó aquel hermano a la celda. El bienaventurado Francisco, al verla, le dijo: «¡Demasiado curiosa es!» Y eso que estaba construida con sólo madera trabajada a sierra y a azuela. «Si quieres que me quede aquí, recúbrela por dentro y por fuera con helechos y con ramas de árboles». Es de saber que cuanto más pobres eran las casas y las celdas, con tanto más gusto moraba en ellas. Realizado por el hermano el rústico arreglo, permaneció allí el bienaventurado Francisco por algunos días.

Un día, estando él fuera de la celda, otro hermano fue a verla y luego vino hacia donde estaba el bienaventurado Francisco. Al verlo venir, le dijo: «¿De dónde vienes, hermano?» «De tu celda», le respondió. Al oírlo, respondió el bienaventurado Francisco: «Porque has dicho que es mía la celda, otro la ocupará en adelante, que no yo».

Nosotros que vivimos con él le oímos decir frecuentemente: Las raposas tienen cuevas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20).

Decía también: «Cuando el Señor se fue al desierto y ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, no se fabricó ni casa ni celda, sino que moró entre peñascos del monte». Y, a ejemplo suyo, no quiso nunca tener casa ni celda que llamaran suya, ni consintió que la hicieran jamás. Y si acontecía que alguna vez decía por casualidad a los hermanos: «Id y preparad aquella celda», no quería luego estar en ella, por reverencia a estas palabras del santo Evangelio: No os inquietéis..., etc. (Lc 20,22s).

Y, cercano ya a su muerte, quiso que se escribiera en su Testamento que todas las celdas y casas de los hermanos fueran sólo de madera y de barro, para salvaguardar mejor la pobreza y la humildad.

Cómo recibir lugares en las ciudades y cómo edificarlos
según la intención del bienaventurado Francisco

10. Estando en cierta ocasión en Siena a causa de la enfermedad de los ojos, el señor Buenaventura, que había donado el terreno donde los hermanos habían edificado el lugar, le preguntó: «¿Qué te parece, Padre, de este lugar?» El bienaventurado Francisco le respondió: «¿Deseas que te diga cómo deben construirse los lugares de los hermanos?» «Sí, Padre», contestó. Entonces el bienaventurado Francisco prosiguió: «Cuando los hermanos llegan a una ciudad donde no tienen un lugar y encuentran a alguien que les ofrece terreno suficiente para el lugar y huerto y otras cosas necesarias, deben, ante todo, pensar en cuánto terreno les bastará, mirando siempre a la santa pobreza y al buen ejemplo que estamos obligados a dar en todo».

Hablaba así porque no quería en absoluto que los hermanos rebasaran la medida de la pobreza ni en las casas, ni en las iglesias, ni en los huertos, ni en las demás cosas que usan; ni quería que ocuparan ningún lugar a título de propiedad, sino que vivieran en ellos «como peregrinos y forasteros». Ni quería tampoco que fueran establecidos muchos hermanos en cada lugar, porque le parecía difícil que, siendo muchos, se guardara la pobreza. Y ésta fue su intención desde el día de su conversión hasta el fin de su vida: que absolutamente se guardara la pobreza en todo.

Viendo los hermanos cuánto terreno les era necesario para el lugar, deberían presentarse al señor obispo de la ciudad y decirle: «Señor, tal vecino nos quiere dar, por amor de Dios y la salvación de su alma, tanto terreno con el fin de que podamos edificar allí un lugar. Primeramente recurrimos a vos, porque sois el padre y señor de todas las almas confiadas a vuestro cuidado pastoral y de todas las nuestras y de las de nuestros hermanos que han de vivir en este lugar. Por eso, queremos edificar allí con la bendición de Dios y la vuestra».

Hablaba de esta manera porque el bien de las almas que los hermanos intentan conseguir, más eficazmente lo consiguen viviendo en santa paz con el clero, ganando así a clero y pueblo, que no escandalizando a aquél, aunque se atraigan al pueblo. Y añadía: «Dios nos ha llamado para ayuda de su fe y de los clérigos y prelados de la santa Iglesia. Por tanto, estamos obligados a amarlos cuanto podamos, a honrarlos y a respetarlos. Se llaman hermanos menores porque, al igual que por su título, por el ejemplo y las obras han de ser los más humildes de todos los hombres. Y porque, desde el día de mi conversión, el Señor puso en boca del obispo de Asís su palabra, con que me aconsejó acertadamente y me confortó en el servicio de Cristo nuestro Señor, por esto y por otras muchas excelencias que contemplo en los prelados, quiero amar, y venerar, y tener por mis señores no solamente a los obispos, sino hasta a los pobrecillos sacerdotes (cf. 2 Cel 146).

»Después de haber recibido la bendición del obispo, vayan y hagan que se les abra una zanja larga por los límites del terreno que reciben para edificar, y planten allí un buen seto, en vez de pared, en señal de pobreza y humildad. Luego háganse construir casas pobres, de ramas y de barro, y algunas celdas donde los hermanos puedan a veces orar y dedicarse al trabajo, para ocupar mejor el tiempo y evitar la ociosidad. Háganse también edificar iglesias pequeñas. Ni deben construirse iglesias grandes con motivo de predicar al pueblo o con otros pretextos, porque mayor humildad y mejor ejemplo supone salir a predicar a otras iglesias. Y si alguna vez los prelados y los clérigos, religiosos o seculares, vinieren a estos lugares, las casas pobrecillas, las celdillas e iglesias pequeñas les servirán de predicación, y quedarán más edificados con esto que con palabras».

Y añadía: «Muchas veces los hermanos hacen construir edificios grandes, con detrimento de nuestra santa pobreza, y dan con ello ocasión de murmurar y mal ejemplo al prójimo. Llevados a veces de codicia y ambición, abandonan estos lugares y edificios por otros mejores y más santos o de mayor concurrencia de fieles, o los derriban y levantan en su lugar otros grandes y excesivos; entonces, los bienhechores que les habían dado limosnas y otros que lo ven quedan muy contrariados y escandalizados. Por eso, es siempre preferible que los hermanos construyan edificios pequeños y muy pobres, como fieles cumplidores de su profesión y dando buen ejemplo al prójimo, a que procedan contra lo que profesaron, y den a los demás mal ejemplo. Porque, si sucediera alguna vez que los hermanos dejaran los lugares pobrecitos por motivo de ir a otro lugar más apropiado, sería menor el escándalo que de ahí se derivara».

Cómo los hermanos, en especial superiores e intelectuales,
le fueron contrarios en cuanto a la construcción
de lugares y edificios pobres

11. Habiendo ordenado el bienaventurado Francisco que las iglesias de los hermanos fueran pequeñas y que las casas se construyeran sólo de madera y de barro en señal de pobreza y humildad, quiso que la reforma, máxime en lo referente a la construcción de edificios de madera y barro, se iniciase en Santa María de la Porciúncula, con el fin de que este lugar, el primero y más importante de toda la Orden, fuera un memorial perenne para todos los hermanos, presentes y venideros. Pero algunos hermanos se le oponían en esto, argumentando que en algunas provincias la madera era más cara que la piedra, y por eso no les parecía bien que las casas fueran de madera y de barro.

El bienaventurado Francisco, ya muy enfermo y cercano a la muerte, rehuía discutir con ellos; por eso, quiso que en su Testamento se escribiera: «Guárdense los hermanos en absoluto de recibir iglesias y moradas ni nada de lo que se construya para ellos, si no son como conviene a la santa pobreza, hospedándose siempre allí como forasteros y peregrinos» (Test 24).

Nosotros que estuvimos con él cuando escribió la Regla y casi todos los demás escritos, somos testigos de que tanto en la Regla como en sus otros escritos hizo poner muchas cosas a las que se opusieron muchos hermanos, principalmente prelados e intelectuales; hoy serían muy útiles y necesarias para toda la Religión. Mas, como temía mucho el escándalo, condescendía, no de voluntad, con el querer de ellos. No obstante, repetía frecuentemente: «¡Ay de los hermanos que me llevan la contra en lo que yo veo claramente ser la voluntad de Dios para mayor utilidad y por necesidad de toda la Religión, aunque yo condescienda con ellos muy a pesar mío!»

Por esta razón se desahogaba así con frecuencia con nosotros sus compañeros: «Esto es lo que me duele en el alma y me apena grandemente: que en aquellas cosas que, con mucha oración y meditación, consigo de Dios por su misericordia para utilidad presente y futura de toda la Religión, y que son -como lo sé cerciorado por Él- según su voluntad, algunos hermanos, apoyados en la autoridad de su ciencia y en falsa providencia, me las impugnan y las rechazan, diciendo: "Esto ha de mantenerse y observarse y aquello no"».

Consideraba robo recibir o usar
más limosnas de las necesarias

12. El bienaventurado Francisco decía con frecuencia a sus hermanos: «Yo no he sido ladrón de limosnas, recibiéndolas o empleándolas en más de lo que la necesidad exigía. Siempre me he contentado con recibir menos de lo que me tocaba, para que otros pobres no quedaran privados de su porción; obrar de otra manera sería hurto».

Cómo Cristo le manifestó que no quería que los hermanos
poseyeran nada ni en común ni en particular

13. Como los ministros intentaran persuadirle de que permitiera a los hermanos tener algunas posesiones al menos en común, con el fin de que tan gran multitud contara con algunos bienes a que recurrir, el bienaventurado Francisco se puso en oración, invocó en ella a Cristo nuestro Señor y se lo consultó. La respuesta no se hizo tardar: «Yo les proveeré -dijo- de todo en particular y en común; siempre estaré dispuesto a mirar por esta familia por más que aumente y siempre le dispensaré mi favor mientras ella tenga puesta la confianza en mí».

Cómo abominaba el dinero
y cómo castigó a un hermano que lo tocó

14. El verdadero amigo e imitador de Cristo, Francisco, despreciaba a la perfección todas las cosas del mundo; pero, tratándose del dinero, lo abominaba sobre todo, e inducía siempre a sus hermanos, de palabra y ejemplo, a huir de él como del mismo diablo. Les había dado la consigna de que valoraran en el mismo precio el dinero y la basura.

Sucedió que cierto día entró un seglar a orar en Santa María de la Porciúncula y depositó al pie de la cruz una moneda como ofrenda. Luego que salió el devoto, la vio un hermano, y, de la manera más inocente, la cogió con la mano y la arrojó a una ventana. El hecho llegó a conocimiento del bienaventurado Francisco, y el hermano, viéndose descubierto, acudió cuanto antes a pedir perdón, y, postrado en tierra, se ofreció a recibir el castigo. Arguyóle el Santo y le reprendió muy duramente por haber tocado la moneda, y le mandó que tomara de la ventana la moneda con la boca, la sacara fuera del seto del lugar y la pusiera con la boca en unos boñigos de jumento.

Al tiempo que aquel hermano cumplía con alegría lo que le había sido impuesto, todos los que lo vieron y oyeron quedaron sobrecogidos de gran temor, y desde entonces menospreciaron más el dinero, comparado a un boñigo de asno, y cada día se reafirmaban con nuevos ejemplos a menospreciar totalmente el dinero.

Cómo enseñaba a evitar el regalo,
a no tener muchas túnicas
y a sobrellevar con paciencia las contrariedades

15. Revestido este hombre de la virtud de lo alto, más se caldeaba interiormente con el fuego divino que exteriormente con el abrigo del cuerpo. Vituperaba a los que veía vestidos con más de dos túnicas y a los que sin necesidad vestían en la Orden ropas muelles. Toda necesidad que no era medida por la razón, sino formulada por el deleite, la consideraba como prueba de espíritu apagado. «Si el alma -decía- cae en la tibieza y va enfriándose poco a poco por la disminución de la gracia, por fuerza la carne y la sangre buscarán lo suyo».

Y añadía: «¿Qué se puede esperar, cuando el alma no vive el gozo espiritual, sino que la carne busque su propio placer? Entonces, el instinto animal simula necesidades y la inteligencia carnal forma conciencia. Si algún hermano padece verdadera necesidad y se apresura a encontrar pronto remedio, ¿qué recompensa recibirá? Tuvo, en verdad, ocasión de merecer, pero demostró afanosamente que no le agradaba. No sobrellevar con paciencia las necesidades, no es otra cosa que retornar a Egipto» (6).

Finalmente, no quería que por motivo alguno llevaran los hermanos más de dos túnicas, si bien permitía que se les cosiera algunos retazos. Decía que debían ser mirados con horror los paños elegantes y zahería ásperamente a cuantos obraban en contrario. Para confundir a los tales con su ejemplo, siempre llevaba cosido sobre la túnica un áspero saco. Y así, en la hora de la muerte, mandó que la túnica que le servía de mortaja fuera cubierta de saco.

En cambio, a los hermanos que padecían enfermedad u otra necesidad permitía vestir otra túnica más blanda a raíz de la carne, debiendo guardar siempre en lo exterior la aspereza y vileza del vestido. Solía decir también con gran pena: «Se relajará de tal suerte la austeridad y dominará tanto la tibieza, que los hijos de un padre pobre no tendrán rubor de usar hasta paños de escarlata, mudado sólo el color».

No quería satisfacer a su cuerpo en aquellas necesidades
que otros hermanos padecían

16. Viviendo el bienaventurado Francisco en el eremitorio de San Eleuterio, frente a Rieti, a causa del frío que hacía forró interiormente con algunos retazos su túnica y la de su compañero. Con esto, ya que él no acostumbraba usar más que una túnica, su cuerpo comenzó a sentirse un tanto aliviado.

Al volver poco después de la oración, dijo con gran alegría a su compañero: «Es preciso que yo sea forma y ejemplo para todos los hermanos; aunque necesita mi cuerpo de túnica reforzada de retazos, tengo que considerar, sin embargo, que otros hermanos míos padecen la misma necesidad, y acaso no tienen con qué ni pueden remediarla. Debo, pues, ponerme yo en su situación y soportar las mismas necesidades, para que, viendo ellos mi ejemplo, las soporten con más paciencia».

¡Cuántas y qué grandes necesidades desatendió en su cuerpo, a fin de que, dando buen ejemplo a sus hermanos, sobrellevaran más pacientemente toda deficiencia! ¡Nosotros que vivimos con él no tenemos palabras para expresarlo! Y cuando los hermanos empezaron a aumentar, éste fue su primero y principal afán: enseñarles, más con obras que con palabras, qué debían hacer o evitar.

Se avergonzaba al encontrar a otro más pobre que él

17. Como un día se encontrase en el camino con un hombre muy pobre, se quedó contemplando su pobreza, y dijo a su compañero: «La pobreza de este hombre es para nosotros motivo de gran sonrojo y reprende mucho la nuestra. Para mí, no hay mayor bochorno que encontrar a alguno más pobre que yo, porque he escogido a la pobreza por mi dama, por mis delicias y mis riquezas espirituales y corporales, y porque ha corrido por todo el mundo la voz de que yo he hecho profesión de ser pobre ante Dios y ante los hombres».

Cómo animó y enseñó a los primeros hermanos,
que se avergonzaban de pedir limosna,
a que fueran a pedirla

18. Cuando el bienaventurado Francisco empezó a tener hermanos, se regocijaba tanto de su conversión y de que el Señor le hubiera dado esa buena compañía, y tanto los amaba y veneraba, que se abstenía de decirles que fueran a pedir limosna. La razón era que creía que se avergonzaban de ir a mendigar. En atención a ello, iba él solo todos los días en busca de limosnas.

La ocupación le resultaba demasiado fatigosa, pues en el mundo había vivido entre delicadezas y era flaco de complexión, y, por otro lado, sus excesivas privaciones y sacrificios le habían debilitado en demasía. Así, considerando que él solo no podía sobrellevar tanto trabajo y que ellos habían sido llamados también a la misma vida, aunque ahora se avergonzaran de hacerlo, porque no conocían bien su vocación ni tenían discreción suficiente para adelantarse y decir: «También nosotros queremos ir a pedir limosna», les habló de esta manera: «Carísimos hermanos e hijitos míos, no tenéis por qué avergozaros de ir a pedir limosna, pues el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo, y nosotros, a ejemplo suyo, hemos elegido el camino de la verdadera pobreza. Ésta es nuestra herencia; la adquirió nuestro Señor Jesucristo y nos la dejó a nosotros y a cuantos, por imitarle, quieren vivir en santísima pobreza. Os digo en verdad que muchos nobles y sabios del siglo vendrán a nosotros y tendrán a gran honor y gloria el ir a pedir limosna. Id, pues, confiados y gozosos en busca de limosna con la bendición de Dios; y debéis ir a pedir limosna más contentos y alegres que aquel, pongo por ejemplo, que por una moneda ofreciese cien denarios, porque vosotros, cuando pedís y decís: "Una limosna por amor de Dios", ofrecéis a los que se la pedís el amor de Dios, en cuya comparación son nada el cielo y la tierra».

Como los hermanos eran pocos, no los podía enviar de dos en dos, sino que cada uno iba solo por castillos y villas. Y sucedía que, cuando volvían con la limosna que habían recogido, cada uno se la mostraba al bienaventurado Francisco, y decían unos a otros: «Yo he recogido más limosna que tú». Y, al verlos alegres y joviales, el bienaventurado Francisco se regocijaba íntimamente. Y, en adelante, cada uno pedía de muy buen grado licencia para salir a pedir limosna.

No quería que los hermanos vivieran precavidos
ni preocupados por el día de mañana

19. Por este mismo tiempo, estando el bienaventurado Francisco con los hermanos que entonces tenía, vivía con ellos en tanta pureza, que en todo y por todo observaban a la letra el santo Evangelio; esto desde el día en que el Señor le reveló que, tanto él como los hermanos, debían vivir según la forma del santo Evangelio. Así que prohibió al hermano que hacía de cocinero que pusiera por la tarde a remojo de agua caliente, como es costumbre, las legumbres que servirían de comida al día siguiente, por observar las palabras del santo Evangelio: No os preocupéis del día de mañana (Mt 6,34). Y el cocinero aguardaba a echar las legumbres a remojo, para que se ablandaran, hasta después del rezo de maitines, cuando ya había empezado el día en que se servirían de comida. Por la misma razón observaron esto muchos hermanos durante largo tiempo en muchos lugares, y no querían recoger o recibir más limosnas que las que necesitaban para el día, principalmente en las ciudades.

Cómo reprendió de palabra y con el ejemplo
a los hermanos que habían preparado con suntuosidad
la mesa el día de Navidad porque había llegado un ministro

20. Un hermano ministro vino a celebrar, en compañía del bienaventurado Francisco, el día de la Natividad del Señor en el lugar de los hermanos sito en Rieti (cf. LP 74 n. 10). Con ocasión de la venida del ministro y de la fiesta, los hermanos prepararon la mesa con cierto aderezo y curiosidad el día de Navidad, poniendo en ella hermosos y blancos manteles y vasos de cristal.

Cuando el bienaventurado Francisco bajó de la celda a comer, le sorprendió que hubieran elevado las mesas y las hubieran preparado curiosamente. Entonces marchó en secreto, tomó el bastón y el sombrero de un pobre que había llegado aquel mismo día y, llamando en voz baja a uno de sus compañeros, salió fuera de la puerta del lugar sin que se dieran cuenta los hermanos. El compañero quedó dentro junto a la puerta. Los hermanos entre tanto habían entrado a comer, pues tenían orden del bienaventurado Francisco de que, cuando no llegaba puntual a la hora de la comida, no le aguardaran.

Al poco tiempo de estar fuera llamó a la puerta, y su compañero le abrió al momento. Con el sombrero caído a la espalda y con el bastón en la mano, fue, como peregrino y pobre, a la puerta de la casa donde estaban comiendo los hermanos y pidió, diciendo: «¡Una limosna, por amor del Señor Dios, a este pobre peregrino y enfermo!» El ministro y los demás hermanos le conocieron en seguida, y el ministro le respondió: «Hermano, también nosotros somos pobres, y, como somos muchos, necesitamos las limosnas que tenemos; mas, por el amor del Señor, a quien has invocado, ven con nosotros y te daremos de las limosnas con que el Señor nos ha regalado».

Una vez que entró y se paró ante la mesa, el ministro le alargó la escudilla de la que él comía; lo mismo hizo con el pan. Tomándolo en sus manos, se sentó humildemente en el suelo cerca del fuego en presencia de los hermanos que estaban sentados a la mesa. Y, suspirando, dijo a los hermanos: «Al ver la mesa preparada con tanto refinamiento y cuidado, he pensado que no era mesa propia de los pobres religiosos que salen todos los días a pedir de puerta en puerta. A nosotros, carísimos, nos va mejor que a otros religiosos seguir el ejemplo de humildad y pobreza de Jesucristo, porque ésta es nuestra vocación y esto hemos profesado ante Dios y ante los hombres. Por eso, me parece que ahora debo sentarme como hermano menor, pues las fiestas del Señor y de otros santos más dignamente se celebran con escasez y pobreza, con las cuales los mismos santos han conquistado el cielo, que no con superfluas curiosidades, que alejan a las almas del cielo».

Con esto quedaron confundidos los hermanos, pensando que era pura verdad lo que decía. Algunos comenzaron a derramar copiosas lágrimas contemplando cómo yacía sentado en el suelo y cómo tan santa y discretamente les había querido corregir y enseñar. Amonestaba a los hermanos a que tuvieran las mesas tan humildes y convenientes a su estado, que los seglares pudieran quedar edificados, y, si se acercara algún pobre y fuera invitado por los hermanos, pudiera sentarse igual que ellos, y no el pobre en el suelo y los hermanos en bancos.

Cómo al tiempo de un capítulo
el señor ostiense derramó lágrimas
y quedó edificado de la pobreza de los hermanos

21. El señor ostiense, que fue luego el papa Gregorio IX, vino al capítulo que celebraban los hermanos en Santa María de la Porciúncula y entró con muchos caballeros y clérigos a la casa para ver el dormitorio de los hermanos. Viendo que dormían en el suelo y que no tenían debajo del cuerpo sino un poco de paja y unos colchones muy pobres y casi completamente rotos y que no usaban almohada, empezó a derramar abundantes lágrimas delante de todos, diciendo: «¡Estos hermanos duermen aquí! ¡Y nosotros, míseros, nadamos en la abundancia! ¡Ay! ¿Qué será de nosotros?»

Y él y todos los demás quedaron muy edificados. Mesa, no vieron ninguna, porque los hermanos comían sentados en el suelo. Pues, mientras vivió el bienaventurado Francisco, todos los hermanos comían en este lugar en el suelo.

Cómo algunos caballeros encontraron lo necesario
pidiendo limosna de puerta en puerta,
conforme al consejo del bienaventurado Francisco

22. Morando el bienaventurado Francisco en Bagnaia, sobre la ciudad de Nocera (7), se le empezaron a hinchar mucho los pies debido a su enfermedad de hidropesía, y enfermó gravemente. La noticia llegó a oídos de los vecinos de Asís, y algunos caballeros vinieron deprisa para llevárselo, porque temían que muriese allí y se quedaran otros con su santísimo cuerpo (8). En la travesía del camino se pararon en un castro del territorio de Asís para comer (9). El bienaventurado Francisco se quedó descansando en la casa de un hombre pobre, que con gozo y de buen grado le hospedó. Los caballeros se fueron al castro a comprar qué comer, pero no encontraron nada. De regreso a donde el bienaventurado Francisco, le dijeron como bromeándose: «Mirad, hermanos, nos vais a tener que dar de vuestras limosnas, porque no hemos podido encontrar nada para comer». El bienaventurado Francisco, con gran fervor de espíritu, les dijo: «En verdad que no habéis encontrado nada, porque habéis ido confiados en vuestras "moscas" (esto es, en el dinero) y no en Dios. Volved por las mismas casas en donde habéis querido comprar comida y, sin rubor ninguno, pedid limosna por amor del Señor Dios, y veréis cómo, movidos por el Espíritu Santo, os dan en abundancia». Dispuestos a cumplir el consejo del bienaventurado Francisco, salieron a pedir limosna, y sucedió que los vecinos a los que les pidieron les dieron con alegría y en abundancia de las cosas que tenían. Los caballeros no dejaron de reconocer que esto era algo milagroso, y volvieron llenos de gozo a donde el bienaventurado Francisco alabando al Señor.

El bienaventurado Francisco tenía por gran nobleza y dignidad, no sólo ante Dios, sino ante los hombres, el pedir limosna por amor del Señor Dios, porque todo lo que el Padre celestial creó para provecho del hombre, por amor de su amado Hijo lo reparte luego, después del pecado, gratuitamente a buenos y malos a título de limosna.

Decía también que el siervo de Dios debería pedir limosna por amor del Señor Dios con más contento y gozo que aquel que fuera pregonando su generosidad y cortesía y dijera: «A cualquiera que me dé una moneda que valga un solo denario, yo le daré mil marcos de oro», porque el siervo de Dios, al pedir limosna, ofrece el amor de Dios a aquel a quien se la pide, y, en comparación de él, ni el cielo ni la tierra valen nada.

Por eso, antes de que los hermanos se hubieran multiplicado, como también después de que su número hubo crecido, cuando iba a predicar y era invitado por algún bienhechor noble o rico a comer y hospedarse en su casa, al acercarse la hora de comer iba por limosna antes de entrar a la casa del huésped, para así dar buen ejemplo a los hermanos y para hacer honor a la dignidad de la pobreza. Y muchas veces decía a quien le había invitado: «Yo no quiero abandonar mi dignidad real y mi herencia y profesión y la de mis hermanos: pedir limosna de puerta en puerta». Y a veces ocurría que le acompañaba el que le había invitado, y, tomando las limosnas que recogía el bienaventurado Francisco, las guardaba como reliquias por devoción al siervo de Dios.

Quien esto escribe lo vio muchas veces y da testimonio de ello.

Cómo fue a pedir limosna
antes de entrar a comer con el cardenal

23. En cierta ocasión en que el bienaventurado Francisco visitaba al señor ostiense, que fue después el papa Gregorio, a la hora de comer salió furtivamente a pedir limosna; cuando volvió, ya había entrado el señor ostiense a comer con muchos caballeros y nobles. Acercándose el bienaventurado Francisco, colocó sobre la mesa ante el cardenal las limosnas que había encontrado y se puso junto a éste, porque el cardenal quería que el bienaventurado Francisco se sentara siempre a su lado. El señor cardenal sintió sonrojo de que hubiera ido en busca de limosnas y las hubiera dejado sobre la mesa, pero entonces nada le dijo en atención a los comensales. Después que el bienaventurado Francisco comió un poco, tomó de sus limosnas y dio un poco de ellas, de parte del Señor Dios, a cada uno de los caballeros y a los capellanes del señor cardenal. Todos lo recibieron con muestras de devoción, descubriéndose reverentemente; y algunos lo comían y otros lo guardaban por devoción a Francisco. El señor ostiense se alegró visiblemente por la devoción de los comensales y más teniendo en cuenta que aquellas limosnas no eran pan de trigo.

Después de la comida se retiró el señor cardenal a su aposento y se llevó consigo al bienaventurado Francisco; echándole los brazos, lo estrechó contra sí con gran gozo y alegría y le susurró: «¿Por qué, hermano mío simplón, me has hecho pasar por el sonrojo de que, viniendo a mi casa, que es la de todos tus hermanos, hayas ido antes a pedir limosna?»

A lo cual respondió el bienaventurado Francisco: «Al contrario, señor, os he demostrado el máximo honor, porque, cuando el súbdito realiza su quehacer y obedece a su señor, le honra grandemente». Y añadió: «Yo tengo que ser forma y ejemplo de vuestros pobres, sobre todo porque sé que en esta Religión hay y habrá hermanos menores de nombre y de hecho, los cuales, por amor del Señor Dios y por la unción del Espíritu Santo, que los adoctrinará en todo, se rebajarán a toda humildad, sujeción y servicio de sus hermanos; los hay también, y los habrá entre ellos, que, dominados por la vergüenza o por la mala costumbre, se niegan y se negarán a humillarse y a abajarse para pedir limosna y para dedicarse a trabajos serviles; y por eso me siento obligado a enseñar con las obras a todos los que están y estarán en la Religión, para que no tengan excusa ante Dios ni en este mundo ni en el otro. Estando, pues, en vuestra casa, y sois nuestro señor y papa, y en las de otros nobles y ricos del mundo, y sabiendo que no sólo me recibís con gran devoción por amor del Señor Dios, sino que me urgís a ello, no quiero avergonzarme de ir a pedir limosna. Muy al contrario, lo quiero considerar y tener, según Dios, por la mayor nobleza y dignidad real y como un honor a Aquel que, siendo Señor de todos, por amor nuestro se quiso hacer esclavo de todos; y, siendo rico y resplandeciente de majestad, quiso venir pobre y despreciado en nuestra bajeza (cf. 2 Cel 73).

»Por eso quiero que sepan los hermanos de hoy y de mañana que siento más gozo espiritual y corporal cuando me siento a la mesa pobre de los hermanos y veo con mis ojos las limosnas pobres recogidas de puerta en puerta por amor del Señor Dios, que cuando me siento con vos o con otros señores a mesas preparadas con gran variedad de manjares. Porque el pan de limosna es pan santo santificado por la alabanza y amor de Dios, pues, cuando va el hermano a pedir limosna, primero debe proclamar: "Bendito y alabado sea Dios", y después debe decir: "Una limosna por amor del Señor Dios"».

Con estas palabras del bienaventurado Francisco quedó el señor cardenal muy edificado, y le dijo: «Hijo mío, haz lo que mejor te parezca, pues veo que el Señor está contigo, y tú con él».

El bienaventurado Francisco quiso siempre, y muchas veces lo dijo, que los hermanos no debieran pasar mucho tiempo sin ir a pedir limosna, por el mérito que tiene y porque no se avergonzaran luego cuando habrían de hacerlo. Es más, cuanto más noble y de condición social más alta hubiera sido un hermano, tanto más se alegraba y se edificaba al verlo ir por limosna o que hacía otros trabajos serviles que solían hacer entonces los hermanos.

Un hermano que ni oraba ni trabajaba y comía bien

24. Al comienzo de la Religión, cuando los hermanos moraban en Rivo Torto, cerca de Asís, había entre ellos uno que oraba poco y no trabajaba ni quería ir a pedir limosna y comía bien.

Viéndolo el bienaventurado Francisco, conoció por inspiración del Espíritu Santo que era hombre carnal, y le dijo: «Sigue tu camino, hermano mosca, pues quieres chupar del trabajo de tus hermanos y permanecer ocioso en la obra del Señor, como zángano ocioso y estéril, que nada produce y no trabaja, y se alimenta del trabajo y producto de las buenas abejas».

Y se marchó por su camino; y porque era carnal, no pidió ni encontró misericordia.

Cómo salió con fervor al encuentro de un pobre
que volvió con la limosna cantando al Señor

25. En otra ocasión, estando el bienaventurado Francisco en Santa María de la Porciúncula, un pobre muy espiritual (10) venía por el camino, con la limosna que había recogido en Asís, alabando en alta voz al Señor con gozosa alegría. Cuando ya se acercaba a la iglesia de Santa María, le oyó el bienaventurado Francisco, y, sin perder tiempo, le salió al encuentro en el camino con gran fervor y gozo; y, besándole con incontenible alegría el hombro sobre el cual llevaba la alforja con las limosnas, se la tomó, se la puso sobre su hombro y la llevó a la casa, y allí, delante de los hermanos, exclamó: «Así quiero que vayan y vuelvan mis hermanos con la limosna: alegres, jubilosos y alabando a Dios».

El Señor le reveló que se llamaran hermanos menores
y que anunciaran la paz y la salvación

26. Una vez dijo el bienaventurado Francisco: «La religión y vida de los hermanos menores es una pequeña grey que el Hijo de Dios ha pedido a su Padre celestial en estos últimos tiempos, suplicándole: "Quisiera, Padre, tuvieras a bien concederme un nuevo y humilde pueblo en estos últimos tiempos que por su humildad y pobreza sea distinto de cuantos le han precedido y que tenga por su único contento el poseerme a mí solo". Y el Padre celestial respondió a su Hijo amado: "Hijo mío, se ha cumplido lo que acabas de pedirme"».

Por eso, decía el bienaventurado Francisco que el Señor le había revelado ser voluntad suya que se llamaran hermanos menores (11), porque son ellos el pueblo pobre y humilde que el Hijo de Dios pidió, y del que el mismo Hijo de Dios dice en el Evangelio: No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino (Lc 12,32); y también: Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40). Y, aunque el Señor lo dijera de todos los pobres de espíritu, predijo de manera especial que había de fundarse en la Iglesia esta Religión de los hermanos menores.

Tal como fue revelado al bienaventurado Francisco que su Religión se llamaría de los hermanos menores, hizo luego que se escribiera en la primera regla, que, presentada al papa Inocencio III, fue aprobada por él y confirmada y anunciada luego en público consistorio (cf. LP 101). También le fue revelado el saludo que habían de emplear los hermanos, como hizo escribir en su Testamento: «El Señor me reveló que debiera decir al saludar: El Señor te dé la paz» (Test 23).

En los orígenes de la Religión, yendo de camino con uno de los primeros doce compañeros, el hermano saludaba a todos, hombres y mujeres y a los trabajadores del campo, diciendo: «El Señor os dé la paz». Como no habían oído nunca que otros religiosos saludaran así, les extrañaba muchísimo. Y algunos, malhumorados, replicaban: «¿Qué intentáis decirnos con este saludo?» De modo que el hermano comenzó a avergonzarse y pidió así al bienaventurado Francisco: «Permíteme que salude de otra manera». El bienaventurado Francisco lo animó diciendo: «Déjales que digan lo que quieran, porque no perciben las cosas de Dios. Pero tú no te encojas de ánimo, porque habrá muchos nobles y principales de este mundo que por este saludo te mostrarán, a ti y a los hermanos, reverencia. Pues gran cosa es que el Señor quiera disponer de un nuevo y pequeño pueblo que no tenga parecido en su vida y en sus máximas con los que le han precedido y que se sienta contento con tener tan sólo al mismo Altísimo y Glorioso».

* * * * *

Notas:

1) A fines de julio de 1220, a su regreso de Siria.

2) En vida del Santo ejercieron el cargo sólo los hermanos Cattani y Elías.

3) El relato se puede situar, probablemente, en el verano de 1220, cuando San Francisco, a su regreso de Siria a Asís, pudo ver en Bolonia al cardenal Hugolino.

4) Podría tratarse del hermano Elías.

5) Cf. LP 57. Sarteano, según precisa Celano.

6) Aludiendo a las quejas que proferían los israelitas por haber salido de Egipto (Núm 11,20; Ex 16,2-3).

7) LP 96 dice que, vuelto de Siena y de Celle di Cortona y después de haber estado en Santa María de la Porciúncula, se vino a Bagnaia, al sur de Nocera (Umbría).

8) Hecho característico del extraordinario aprecio que tenían las gentes de la Edad Media por las reliquias; la escena se reproducirá a la muerte del Santo.

9) Celano precisa que en Satriano.

10) 2 Cel 76 dice que este pobre era un hermano.

11) Muy distinta es la versión que da 1 Cel 38 sobre el origen de este nombre.

Introducción EP 26-55

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