DIRECTORIO FRANCISCANO
Fuentes biográficas franciscanas

Leyenda de Santa Clara (LCl)


 

LEYENDA DE SANTA CLARA

Introducción, traducción y notas:
Ignacio Omaechevarría, o.f.m.

Texto tomado de:
Escritos de Santa Clara
y documentos complementarios.

Edición bilingüe preparada por
Ignacio Omaechevarría, o.f.m.

Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 314)
Madrid, 1999, 4ª edición (reimpresión), págs. 127-197.

LCl 1-29

LCl 30-62

Introducción
por Ignacio Omaechevarría, o.f.m.

Santa Clara es una de las santas mejor documentadas de la hagiografía medieval, no por la abundancia de documentos que de ella se ocupan, pero sí por su calidad y excepcional garantía histórica. Aparte del Proceso de canonización, poseemos una Leyenda oficial escrita a raíz de su muerte, con motivo de su canonización, por encargo del Sumo Pontífice. El autor, en la dedicatoria al Papa, expone de este modo los criterios por los que se ha guiado: «Queriendo cumplir el encargo recibido y no juzgando método seguro proceder a base de solos los documentos que pude leer, los cuales resultaban deficientes o incompletos, recurrí a los compañeros de san Francisco, y aun a la comunidad de las mismas vírgenes [de San Damián], meditando con frecuencia en aquella sentencia de los antiguos, según la cual sólo los testigos de vista o quienes de ellos recogen el testimonio están capacitados para escribir la historia» (1).

De hecho, el autor tuvo a su disposición nada menos que las actas del proceso instruido por el obispo Bartolomé Accorombani de Espoleto, según se deduce de la lectura de la obra. Los comentadores se complacen, desde Z. Lazzeri, que publicó por primera vez el texto del Proceso, en señalar los lugares paralelos, para concluir que la Leyenda no es otra cosa que la redacción en forma literaria de las declaraciones de los testigos (2). Pero el autor, no contento con poseer estos testimonios escritos, quiso informarse más ampliamente hablando con los compañeros de san Francisco, en particular con Fr. León y Fr. Ángel, presentes en el curso del proceso, y con las mismas monjas que habían hecho las declaraciones, para que aclararan y completaran algunos puntos.

Nos preguntamos ahora: ¿Quién es el autor? ¿O quiénes son quizá los autores? ¿Tenemos tal vez aquí otra Leyenda de los Tres Compañeros?

Fausta Casolini, en su segunda edición italiana de la Leyenda, alude a una nueva hipótesis de Z. Lazzeri. Al ocuparse de cumplir la comisión del Papa, el obispo de Espoleto tiene consigo en San Damián, el 24 de noviembre de 1253, como actuarios y auxiliares, además del notario Martín, y de Leonardo, arcediano de Espoleto, y de Giacomo, arcipreste de Trevi, tres Frailes Menores: Fr. Ángel, Fr. León y Fr. Marcos, el capellán del monasterio. Fr. Ángel y Fr. León fueron, juntamente con Fr. Rufino, los «tres compañeros» que en 1246 enviaron desde Greccio al ministro general Fray Crescencio aquel famoso ramillete de hechos y dichos de san Francisco; y aunque no parece que pueda atribuirse a ellos la actualmente llamada Leyenda de los Tres Compañeros, hay quien sugiere que ésta pudo ser escrita separadamente por Fr. Ángel, calificado alguna vez como «evangelista» del Seráfico Patriarca. Esta vez falta Fr. Rufino, el primo precisamente de santa Clara; pero su ausencia puede considerarse compensada con la presencia de Fr. Marcos. Fr. Ángel y Fr. León saben muchas cosas de santa Clara; el capellán del monasterio puede proporcionar otras informaciones. Los tres juntos escuchan ahora tantas declaraciones edificantes. ¿No era natural que se sintieran impulsados a escribir otra Leyenda de los Tres Compañeros sobre santa Clara?

Pero no va por ahí la hipótesis del P. Z. Lazzeri, sino que se fija de modo especial en el capellán Fr. Marcos, de quien se encuentran algunas noticias en Fr. Ángel Clareno, y en el capítulo 48 de Fioretti, y en el Liber exemplorum Fratrum Minorum, y en la sabrosa Crónica de Fr. Salimbene de Parma, que escribe: «Primus Marcus... Item bonus dictator fuit velox et intelligibilis». Y añade Salimbene que Fr. Marcos copiaba, para conservarlos con cariño, todos los sermones de san Buenaventura.

Mas la profesora Fausta Casolini opina que los calificativos de «bonus dictator et velox et intelligibilis» no significan aquí que Fr. Marcos fuera un buen escritor, como Fr. Tomás de Celano, sino un buen secretario, hábil para redactar documentos oficiales al servicio de los ministros generales; y que no hay argumentos suficientes por ahora para negar a Celano la paternidad de la Leyenda de santa Clara.

De hecho, la gran mayoría de los investigadores están de acuerdo en atribuir a Celano la paternidad de esta Leyenda, sin que pese mucho en el platillo opuesto de la balanza la opinión de Lorenzo di Fonzo, que la califica de «obra más probablemente espuria», o la de Z. Lazzeri, quien hasta hace algunos años, no sin previas vacilaciones, la juzgaba obra de san Buenaventura. Y a nuestro parecer constituyen una prueba decisiva, aunque se trate de razones de crítica interna, las observaciones de carácter estilístico y filológico, tan claras en este caso, puestas de relieve principalmente por Cellucci, Casolini, Fassbinder, contra las cuales, por lo demás, no se han podido aducir argumentos suficientemente válidos de crítica externa.

Respecto al contenido de la Leyenda, aparte de su coincidencia fundamental con el Proceso, debe observarse que sorprende un poco el lugar que en ella ocupa el episodio de la vocación de Inés y de la persecución de que fue víctima por parte de sus parientes. Y llama la atención asimismo encontrar en uno de los códices colacionados por Pennacchi dos capítulos trasladados aquí, según parece, de Actus-Fioretti, ya que están como dislocados y faltan en los otros códices.

Por lo que hace al episodio de santa Inés, Bughetti formula la hipótesis de que Celano escribió tal vez más de una versión de la Leyenda, y una de ellas estaría representada por el códice 133 de la Biblioteca Classense de Ravena, y otra, anterior, por la Leyenda versificada. En ambas versiones falta el episodio de la fuga de Inés y de la consiguiente persecución por parte del tío Monaldo y de la parentela. La profesora Casolini, acogiendo en parte la sugerencia de Bughetti, cree poder distinguir en la elaboración de la Leyenda estos tres estadios: 1.º, el brevísimo esquema insertado en 1 Cel 18-20; 2.º, un esbozo de la vida y virtudes de la santa anterior al día de su muerte; 3.º, el epílogo sobre el tránsito y milagros, y la breve adición final sobre la canonización en Anagni. Y así la profesora da como posible que el autor ignorara la historia de Inés cuando tenía redactados los capítulos iniciales, bastante antes de la canonización, y por eso la refirió más tarde, relacionándola con la eficacia de la oración de santa Clara (3).

El caso es que la Leyenda estuvo, al parecer, terminada al tiempo de la canonización, ya que la adición final relativa a la ceremonia tiene trazas de ser un detalle que se quería añadir en el momento supremo, explicándose de este modo que no se señale ni siquiera la fecha exacta y todo se reduzca a la indicación cronológica de que fue «al acercarse la fecha de su tránsito al Señor (11 de agosto), dos años después del mismo...» (LCl 62). ¿Se trataba quizá de entregar al Papa un ejemplar ya completo con ocasión de la misma ceremonia?

Sobre los dos capítulos tomados, según decimos, de Actus-Fioretti, baste consignar que sólo figuran en uno de los códices colacionados por Pennacchi, en el del Museo Británico.

Queremos aludir, aunque sea brevemente, a la relación mutua que se advierte entre la Bula de canonización y la Leyenda. La interdependencia es evidente, no sólo en cuanto a contenido, sino aun en cuanto a estilo. Mas puede plantearse la pregunta, como lo hace Casolini, de si la Bula sirvió de inspiración a la Leyenda, o, a la inversa, fue la Bula la que se inspiró en la Leyenda. No es tan seguro que pueda admitirse sin más la suposición de E. Grau de que el punto de partida del juego de palabras que se desarrolla en torno al nombre de «Clara» haya que buscarlo en la Bula, sino que más bien la Bula está inspirada en los escritos de Celano, que juega ya con la palabra en su Vida I de san Francisco, y que quizá fue el redactor también de la Bula.

Nuestra publicación no pretende ser una nueva edición crítica. Nos atenemos al profesor Francesco Pennacchi, que nos dio en 1910 la primera edición, tomando como base el texto del códice 338 de la Biblioteca Comunal de Asís y colacionándolo con otros códices. La profesora F. Casolini reprodujo en 1953 la edición de Pennacchi con traducción italiana aneja. Nuestra edición, tan gentilmente autorizada por el hijo del profesor Pennacchi, quiere responder a la demanda de quienes no tienen a mano ni la una ni la otra. Utilizaremos, naturalmente, los estudios anteriores, según los casos; aunque, dada la finalidad de la obra, prescindimos de señalar las variantes. Con el texto latino va la primera traducción española.

No señalamos los paralelismos de la Leyenda con el Proceso, porque para el caso basta la tabla de concordancias que insertamos al final de la Leyenda.

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Notas:

1) El texto completo de esta dedicatoria se publica a continuación como prólogo de la Leyenda.

2) Es preciso, con todo, destacar también lo que hay de nuevo y diferente en el Proceso (cf. AFH 13, 1920, 415-423) y lo que narra de especial la Leyenda (ibid., 423-426). La Leyenda resume y sintetiza, prescindiendo con frecuencia de detalles concretos, para generalizar y convertir en paradigma lo que el Proceso narra con indicaciones concretas de lugares, personas y costumbres, que tan preciosas resultan para nosotros y que hacen la noticia más viva e inmediata. El autor escribió la obra, como él mismo lo declara, examinando con atención las actas del Proceso, pero haciendo por su parte una síntesis apta para sus fines.

3) Otros han supuesto que el episodio se silenció en un primer momento por respeto a la familia y que luego fue insertado en algún códice, fuera de lugar, por mano extraña.