DIRECTORIO FRANCISCANO
Fuentes biográficas franciscanas

Sacrum Commercium, 1-35


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Prólogo

1. En el conjunto de las preclaras y nobles virtudes que preparan en el hombre un lugar para morada de Dios e indican el camino (1) más adecuado y expedito para llegar hasta Él, hay una que por especial prerrogativa destaca sobre todas las demás y por gracia singular las aventaja en títulos: ¡la santa Pobreza! Ella, en efecto, es el fundamento y salvaguardia de todas las virtudes, y, aun entre las señaladas virtudes evangélicas, goza justamente de la primacía en cuanto al lugar que ocupa su mención (2). Las demás virtudes -si están bien afianzadas sobre esta base- no tienen por qué temer las lluvias torrenciales, ni la crecida de los ríos, ni los vientos huracanados que se desencadenen, amenazando ruina.

2. No sin razón se atribuye todo esto a la pobreza, cuando el mismo Hijo de Dios, el Señor de las virtudes y el Rey de la gloria, sintió por ella una predilección especial, la buscó y la encontró cuando realizaba la salvación en medio de la tierra. Fue la pobreza a la que en el comienzo de su predicación puso como lámpara en manos de los que entran por la puerta de la fe y como roca en la cimentación de la casa. Es más, el reino de los cielos que Él concede en promesa a las otras virtudes, a la pobreza se lo confiere inmediatamente sin dilación alguna. Dichosos -dice- los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3).

3. Es del todo justo que el reino de los cielos pertenezca a los que nada poseen en la tierra por propia voluntad, por una intención espiritual y por el deseo de los bienes eternos. Es menester que vivan de las cosas del cielo quienes tienen en menos las de la tierra, y que cuantos renuncian a todo lo que es de este mundo, considerándolo como basura, saboreen con fruición, ya en el presente destierro, las dulces migajas que caen de la mesa de los santos ángeles y merezcan gustar cuán dulce y suave es el Señor. La pobreza es la verdadera investidura del reino de los cielos, la seguridad de su posesión y como una santa pregustación de la futura bienaventuranza.

4. Por eso, el bienaventurado Francisco -cual auténtico imitador y discípulo del Salvador-, en el comienzo mismo de su conversión, se entregó con todo celo, con todo afán y con toda deliberación a buscar, encontrar y retener la santa pobreza, sin vacilar ante ninguna adversidad ni arredrarse frente a contratiempo alguno; sin rehuir trabajo ni escatimar fatiga corporal de ninguna clase, con tal de conseguir el poder llegar hasta aquella a quien el Señor confió las llaves del reino de los cielos.

Búsqueda de la Pobreza (3)

El bienaventurado Francisco pregunta por la Pobreza

5. Diligente -como un curioso explorador-, se puso a recorrer con interés las calles y plazas de la ciudad buscando apasionadamente al amor de su alma. Preguntaba a los que estaban en las calles y plazas, interrogaba a cuantos se le cruzaban en el camino, diciéndoles: «¿Por ventura habéis visto a la amada de mi alma?» Pero este lenguaje resultaba para ellos un enigma y como un idioma extranjero. Al no poder entenderse con él, le decían: «Hombre, no sabemos de qué hablas. Exprésate en nuestra propia lengua, y sabremos responderte».

Los hijos de Adán no tenían en aquel tiempo ni voz ni sentido para querer conversar sobre la pobreza, ni siquiera para mencionarla. La aborrecían con ardor al igual que la aborrecen hoy, y a quien venía preguntando por ella no le podían responder nada con palabra de paz. Así es que le contestan como a desconocido y le aseguran que no tienen ni la más remota idea de lo que se les pregunta.

6. «Iré -dijo entonces el bienaventurado Francisco- a los magnates y sabios y les hablaré, pues ellos conocen el camino del Señor y el juicio de su Dios. Ésos, por el contrario, son tal vez unos pobretones e ignorantes que desconocen el camino del Señor y el juicio de su Dios».

Y así lo hizo. Mas éstos le respondieron aún con mayor aspereza, diciendo: «¿Qué nueva doctrina es la que propones a nuestros oídos? ¡Esa pobreza que tú buscas sea enhorabuena por siempre para ti, para tus hijos y para tu futura descendencia! Lo que cuenta para nosotros es disfrutar de los placeres y abundar en riquezas, porque corto y triste es el tiempo de nuestra vida y no hay remedio en el fin del hombre. Así que no conocemos nada mejor que alegrarnos, comer y beber mientras vivimos».

7. Quedó profundamente asombrado el bienaventurado Francisco al oír tales desatinos, y, dando gracias a Dios, decía: «¡Bendito seas, Señor Dios, que has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a la gente sencilla! Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Señor, Padre y Dueño de mi vida, no me abandones al consejo de ellos ni permitas que recaiga sobre mí semejante reproche, antes bien haz que -con la ayuda de tu gracia- logre encontrar lo que busco, ya que siervo tuyo soy, hijo de tu esclava».

8. Y así, saliendo con paso rápido de la ciudad el bienaventurado Francisco, vino a parar en un campo, donde divisó a lo lejos a dos ancianos que estaban sentados y sumidos en profunda tristeza. Uno de ellos se expresaba de esta forma: «¿En quién pondré mis ojos sino en el pobrecillo y abatido que se estremece ante mis palabras?» El otro, a su vez, decía: «Nada trajimos al mundo, como nada podremos llevarnos; así que, teniendo qué comer y con qué vestirnos, podemos estar contentos».

Francisco ruega que se le indique dónde mora la Pobreza

9. Acercándose a ellos el bienaventurado Francisco, les dijo: «Indicadme -por favor- dónde mora dama Pobreza, dónde pastorea, dónde sestea al mediodía, porque desfallezco de amor por ella».

«O buen hermano -le contestaron-, nosotros llevamos aquí sentados un tiempo, y tiempos, y medio tiempo (4), y con frecuencia la hemos visto pasar, dado que mucha gente andaba en su busca. A veces iba muy acompañada, pero a menudo volvía sola y desnuda, sin adorno de joyas, sin comitiva que la realzase, sin vestir ropa alguna. Lloraba a lágrima viva y decía: "Los hijos de mi madre se han airado contra mí". Nosotros, empero, la consolábamos diciendo: "Ten paciencia, que los buenos te aman".

10. »Mira, hermano, ahora está subiendo a la montaña grande y elevada, donde Dios la ha establecido. Ella habita en los montes santos, porque el Señor la prefiere a todas las moradas de Jacob. No hay gigante que haya sido capaz de seguir las huellas de sus pies, ni águila que haya logrado volar a la altura de su cuello. Es algo singular la Pobreza: todo el mundo la desprecia por eso de que no se la encuentra en medio de los que viven entre delicias; por lo mismo, queda oculta a sus ojos; aun a las aves del cielo se les esconde. Sólo Dios conoce su camino. Él sabe el lugar de su morada.

11. »Así, pues, hermano, si quisieres llegar hasta ella, quítate los vestidos de fiesta y deja todo peso y el pecado que te asedia, porque, si no te hallares despojado del todo, te será imposible subir hasta la presencia de aquella que se ha recogido en una altura tan elevada. Sin embargo, como es tan benigna, se deja ver fácilmente de los que la aman, y es hallada de los que la buscan. Pensar en ella, hermano, es prudencia consumada, y quien vela por ella, pronto se verá sin afanes. Toma, pues, contigo unos compañeros fieles, a fin de que en la ascensión de la montaña te sirvas de sus consejos y te apoyes en su ayuda, porque ¡ay del solo!, que, si cae, no tiene quien lo levante; mas si uno que va acompañado fuere a caer, lo sostendrá el otro».

Ascensión de la montaña y encuentro con dama Pobreza

El bienaventurado Francisco exhorta a sus hermanos

12. Siguiendo el consejo de hombres tan ponderados, se fue el bienaventurado Francisco, eligió algunos compañeros que le eran fieles y con ellos llegó presuroso al pie del monte. Allí dijo a sus hermanos: «Venid, subamos al monte del Señor y a la casa de dama Pobreza, para que nos instruya en sus caminos y marchemos por sus sendas».

Pero, al observar lo ardua que se presentaba por cualquier lado la ascensión de la montaña a causa de su extraordinaria altura y aspereza, algunos de ellos comentaban entre sí: «¿Quién puede subir a este monte, quién será capaz de alcanzar su cima?»

13. Percatándose de ello el bienaventurado Francisco, les dijo: «Estrecho es, hermanos, el camino, y angosta la puerta que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella. Mas confortaos en el Señor y en la fuerza de su poder, porque se nos allanará toda dificultad. Deponed la carga de la propia voluntad, echad por tierra el peso de los pecados y ceñíos de valor como hombres valientes. Olvidando lo que queda atrás, lanzaos, en la medida de vuestras fuerzas, hacia lo que está delante. Os aseguro que todo lugar donde pongáis el pie pasará a ser vuestro. Mirad, hay uno que va delante de vosotros infundiéndoos aliento: Cristo el Señor, el cual os atraerá hasta la cumbre de la montaña con los lazos de la caridad. Es maravilloso, hermanos, el plan salvífico que se nos ofrece en la pobreza; con todo, no nos va a resultar difícil gozar de sus abrazos, porque como una viuda se ha quedado la señora de las naciones, vil y despreciable para todos la reina de las virtudes. No hay en la región nadie que se atreva a alzar la voz, nadie que se nos oponga, nadie que con derecho pueda impedirnos realizar esta alianza de salvación. Todos sus amigos la han despreciado y se han vuelto enemigos suyos».

Dichas estas palabras, comenzaron a caminar todos juntos en pos de San Francisco.

La Pobreza se admira de la facilidad con que escalan el monte

14. Iban ya avanzando con paso muy ágil hacia la cumbre, cuando de pronto dama Pobreza -que estaba en la cima de la montaña- extendió su mirada por toda la pendiente. Y al divisar a estos hombres que subían con tanto brío, es más, que volaban, sin poder salir de su asombro, se dijo: «Pero ¿quiénes son esos que vuelan como nubes y como palomas a su palomar? Pues hace tiempo que no he visto hombres tales, ni escaladores tan ligeros desprovistos de toda carga. Así que les voy a hablar de las cosas que tanto medito en mi corazón, no sea que se arrepientan -como otros- de haber efectuado una ascensión tan fatigosa, no habiendo reparado en el abismo que se tiende en torno suyo. Bien sé que ellos no pueden posesionarse de mí sin previo consentimiento mío; pero, si les revelo el plan de salvación, me lo recompensará mi Padre celestial».

Oyóse entonces una voz del cielo que le decía: «No temas, hija de Sión, porque ésos son la estirpe que el Señor ha bendecido y elegido con amor sincero».

15. Y así, reclinándose dama Pobreza en el solio de su desnudez, los previno con bendiciones de dulzura y les dijo: «¿Cuál es la razón de vuestra visita?, decídmelo, hermanos; ¿por qué habéis venido con tanta presteza del valle de los miserables a esta montaña de luz? ¿Acaso me buscáis a mí? Pero ¿no veis que soy una pobrecilla, azotada por la tempestad, privada de todo consuelo?»

Petición de la alianza

El bienaventurado Francisco y sus compañeros elogian a la Pobreza

16. Ellos le respondieron: «Sí, venimos a ti, señora nuestra. Te suplicamos nos acojas en paz. Nuestro más ardiente deseo es hacernos siervos del Señor de las virtudes, ya que Él es el Rey de la gloria. Hemos oído decir que tú eras la reina de las virtudes, y de hecho lo comprobamos ahora con nuestros propios ojos. Por eso, postrados a tus plantas, imploramos humildemente que te dignes vivir en nuestra compañía y seas para nosotros el camino que nos conduzca al Rey de la gloria, así como lo fuiste para Él cuando, naciendo de lo alto, se dignó visitar a los que estaban sentados en tinieblas y en sombra de muerte.

»Sabemos, en efecto, que tuyo es el poder, tuyo el reino, que tú te elevas por encima de todas las virtudes (5), habiendo sido constituida por el Rey de reyes como reina y soberana. Basta que tú nos otorgues la paz y seremos salvos, de suerte que por tu mediación nos reciba el que por ti nos redimió. Si tú decides salvarnos, bien pronto quedaremos libertados. Pues el mismo Rey de reyes y Señor de los señores, el Creador del Cielo y de la tierra, prendado está de tu belleza y hermosura. Nada menos que un rey que se hallaba sentado en su solio, rico y glorioso como era en su reino, abandonó su palacio, dejó su heredad -que había gloria y riquezas en su casa- y, descendiendo de su trono real, tuvo la singular dignación de venir a tu encuentro.

17. »Grande es, por tanto, tu dignidad, e incomparable tu alteza, pues, dejando todos los coros de ángeles e innumerables virtudes que sobreabundan en el cielo, vino precisamente a buscarte a ti en las regiones más bajas de la tierra; a ti que yacías en la charca fangosa, en lugares tenebrosos y en sombra de muerte. Eras aborrecida, y no poco, de todo ser viviente. Todo el mundo rehuía tu presencia y en lo que podía se apartaba de ti. Y si bien a algunos les resultaba del todo imposible alejarse de tu compañía, no por eso eras para ellos menos odiosa y detestable.

18. »Mas cuando vino el Señor del señorío, al asumirte a ti en su propia persona, te enalteció sobre las tribus de los pueblos y como a esposa te ciñó con la diadema, elevándote por encima de las nubes (6). Aunque es cierto que son incontables todavía los que te detestan, ignorando tu virtud y tu gloria, sin embargo, nada te afecta esto, ya que habitas libremente en los montes santos, en el sólido recinto donde mora la gloria de Cristo.

Títulos de la Pobreza

19. »Y así enamorado de tu belleza, el hijo del altísimo Padre se unió solamente contigo en el mundo y te halló fidelísima en todo. En efecto, antes de que Él descendiera a la tierra procedente de la patria luminosa, ya le tenías dispuesto un lugar adecuado, un trono donde sentarse y un lecho en que descansar: la Virgen pobrísima de la que nació, iluminando este mundo. Cierto es que saliste fielmente al encuentro del recién nacido, de suerte que en ti y no entre delicias hallara Él su morada preferida. Fue puesto -dice el evangelista- en un pesebre, porque no había sitio para Él en la posada. Y lo acompañaste siempre, sin separarte jamás de Él durante toda su vida, de modo que -cuando apareció en la tierra y vivió entre los hombres-, mientras las zorras tenían madrigueras y las aves del cielo nidos, Él, en cambio, no tuvo dónde reclinar la cabeza. Después, cuando abrió su boca para enseñar -Él que en otro tiempo había despegado los labios de los profetas-, de entre las muchas cosas que habló, fuiste tú la primera a quien alabó, la primera a quien enalteció al decir: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3).

20. »Además, en el momento de elegir a algunos testigos fidedignos de su santa predicación y gloriosa vida para la salvación del género humano, no escogió, ciertamente, a unos ricos mercaderes, sino a pobres pescadores, dando a entender con semejante predilección cómo deberías tú ser estimada de todos. Finalmente, para que se hiciera patente a todos tu bondad, tu magnificencia, tu fortaleza y dignidad; para dejar en claro que tú aventajas a todas las virtudes, que sin ti no puede haber ninguna y que tu reino no es de este mundo, sino del cielo, fuiste tú la única que permaneciste unida al Rey de la gloria cuando todos sus elegidos y personas queridas lo abandonaron cobardemente. Pero tú, como fidelísima esposa y tiernísima amante, no te separaste ni un solo instante de su compañía; incluso te mantenías más firmemente unida a él cuando veías que era más despreciado de todos. Y en verdad que, si tú no lo hubieras acompañado, nunca habría podido recibir Él un menosprecio tan universal.

21. »Tú estabas con Él en los improperios de los judíos, en los insultos de los fariseos, en los reproches de los príncipes de los sacerdotes; con Él en las bofetadas, con Él en los esputos, con Él en los azotes. El que debía ser reverenciado por todos, era de todos ultrajado; sólo tú le consolabas. No lo abandonaste hasta la muerte, y una muerte de cruz. Y en la misma cruz -desnudo ya el cuerpo, extendidos los brazos y elevadas las manos y los pies- sufrías juntamente con Él, de suerte que en el Crucificado nada aparecía más glorioso que tú. En fin, cuando subió al cielo, te hizo entrega del sello del reino de los cielos para marcar a los elegidos, de modo que cuantos aspiran al reino eterno deban acudir a ti, pedir tu auxilio y entrar por tu medio, porque nadie que no esté sellado con tu distintivo puede ingresar en aquel reino.

22. »Ea, pues, señora, ten compasión de nosotros y márcanos con la señal de tu gracia. Pues ¿quién será tan necio, quién tan insensato, que de todo corazón no te ame a ti, que de esa forma has sido escogida y preparada por el Altísimo desde toda la eternidad? ¿Quién no te reverenciará y honrará, cuando Aquel a quien adoran todas las virtudes de los cielos te condecoró con tan excelso honor? ¿Quién no venerará de buen grado las huellas de tus pies, cuando el Señor de la majestad se postró tan humildemente a tus plantas, se te unió con tan estrechos lazos y te tomó en su compañía con tan gran amor? Te rogamos, pues, señora, por Él y a causa de Él, no desoigas las súplicas que te presentamos en nuestras necesidades, mas líbranos siempre de todo peligro, ¡oh gloriosa y eternamente bendita!»

Respuesta de dama Pobreza. Su gran discurso

23. A estas palabras respondió dama Pobreza con un corazón jubiloso, semblante risueño y dulce voz, diciendo:

«Os confieso, hermanos y amigos queridísimos, que desde que habéis comenzado a hablar me siento inundada de alegría y de contento, observando vuestro fervor, al comprobar ya vuestra santa intención. Vuestras palabras se me han vuelto más apetecibles que el oro y las piedras muy preciosas, más dulces que la miel de un panal que destila. Porque no sois vosotros los que habláis, es el Espíritu Santo quien habla por vuestro medio, y su misma unción os va enseñado todas las cosas que habéis hablado acerca del Rey altísimo, el cual, por pura gracia, me tomó como a su favorita, quitando con ello el oprobio que pesaba sobre mí en la tierra y me elevó a la categoría de los grandes del cielo.

24. »Quisiera, por tanto, si no os resulta pesado escucharme, entretejeros la historia de mi situación; una historia larga, sí, pero no por eso menos útil. ¡Ojalá aprendáis con ello cómo debéis comportaros y agradar a Dios, guardándoos de incurrir en el reproche de que miráis atrás los que intentáis poner mano al arado!

»No soy ruda e inculta -como muchos se imaginan-, sino muy antigua y llena de número de días, versada en la ordenación de las cosas, en la variedad de las criaturas, en los cambios de los tiempos. Cuán inestable sea el corazón humano, lo sé por la experiencia de los años, por ingenio natural, así como por un don singular de la gracia.

La Pobreza recuerda su estancia en el paraíso

25. »Estuve una temporada en el paraíso de mi Dios, donde el hombre andaba desnudo; es más, yo misma me paseaba en el hombre y con el hombre a lo largo de aquel jardín delicioso en extremo, sin ningún temor ni incertidumbre, sin sospechar siquiera que me pudiera sobrevenir desgracia alguna. Estaba creída que mi convivencia con el hombre duraría por siempre, ya que por el Altísimo había sido él creado justo, bueno y sabio, y había sido colocado en el lugar más ameno y hermoso que imaginarse pueda. Yo era sumamente dichosa, jugando todo el tiempo en su presencia, porque -al no poseer aquél nada propio- todo él pertenecía a Dios.

26. »Mas, ¡ay!, de improviso sucedió una catástrofe, del todo inaudita desde que la criatura comenzara a existir, cuando aquel infeliz, que en medio de su hermosura perdió un día la sabiduría -introduciéndose en una serpiente quien no pudo estar en el cielo-, lo atacó con fraudes para lograr que se convirtiera, como él, en prevaricador del mandato divino. El miserable creyó a quien tan mal le aconsejaba hasta darle su consentimiento, y, olvidándose de Dios, su Creador, imitó al primer prevaricador y transgresor. Al principio estaba desnudo -según afirma de él la Escritura-, pero no sentía vergüenza, porque residía en él una plena inocencia. Pero, una vez de pecar, se dio cuenta de su desnudez, y, ruborizado, corrió hacia unas hojas de higuera, con las que se hizo unos ceñidores.

27. »Viendo, pues, a mi compañero convertido en transgresor y cubierto con las hojas, porque otra cosa no tenía, me separé de él y con el rostro bañado en lágrimas me puse a mirarlo desde lejos. Esperaba que él me pondría a salvo del abatimiento de mi espíritu y de una tempestad tan horrorosa.

»De repente resonó un ruido del cielo, acompañado de una luz deslumbradora en extremo, que sacudió el paraíso entero. Miré fijamente, y vi al Señor de la majestad paseándose en el paraíso a la hora de la brisa de la tarde. Inefable, indescriptible era el resplandor que despedía su gloria. Acompañábale multitud de ángeles, que con voces potentes clamaban, diciendo: "Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos; llena está toda la tierra de tu gloria". Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes.

28. »Ante su vista -lo confieso sinceramente-, me puse temblando de pies a cabeza, toda sobrecogida de terror y espanto; me sentía desfallecer: el cuerpo lo tenía como paralizado; el corazón, en cambio, a todo palpitar. Entonces, desde lo hondo grité, diciendo: "¡Señor, ten piedad; Señor, ten piedad! No llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti". Y Él me respondió: "Anda, escóndete un breve instante mientras pasa mi cólera".

»Inmediatamente llamó a mi compañero: "Adán, ¿dónde estás?" Él contestó: "Oí, Señor, tu voz, me entró miedo, porque estaba desnudo, y me escondí". Y en verdad desnudo, porque, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos salteadores, que lo despojaron incluso de los bienes naturales una vez que hubo perdido la semejanza con el Creador. Con todo, el Rey altísimo -lleno igualmente de benignidad - aguardó a que hiciera penitencia, dándole oportunidad de volverse a Él.

29. »Pero el miserable dejó inclinar su corazón a proferir palabras de malicia con el fin de justificar con excusas su pecado. Hízose con ello reo de una culpa y castigo mayores, atesorando contra sí cólera para el día de la cólera y de la indignación del justo juicio de Dios. El Señor no perdonó ni a él ni a su descendencia, descargando además sobre todos ellos la terrible maldición de la muerte. Como resultado del juicio, en el que intervenían todos los asistentes, el Señor lo expulsó del paraíso de delicias. Dicho juicio era justo, pero también misericordioso. Y para que volviera a la tierra de la que había sido sacado, pronunció sobre él -muy suavizada- la sentencia de maldición; le hizo unas túnicas de piel, dando a conocer con ello su condición mortal una vez que se había despojado del ropaje de inocencia.

30. »Viendo a mi compañero cubierto con la piel de los muertos, me alejé por completo de él, ya que su única aspiración consistía en multiplicar trabajos para hacerse rico. Así es que me lancé por el mundo errante y fugitiva, toda deshecha en lágrimas y gemidos. Desde entonces no he hallado dónde posar mi pie, ya que incluso Abrahán, Isaac y Jacob y demás recibieron en promesa riquezas y una tierra que manaba leche y miel. En todos ellos busqué descanso, y no lo encontré, estando como estaba a la puerta del paraíso un querubín que blandía flameante espada hasta que del seno del Padre descendiera al mundo el Altísimo, el cual tuvo la singular dignación de requerirme.

El testimonio de Cristo

31. »Y cuando -cumplidas todas las cosas que habéis dicho- quiso Él volver a su Padre, que lo había enviado, hizo de mí el testamento que legó a sus elegidos, ratificándolo con un decreto irrevocable. He aquí sus términos: "No poseáis oro ni plata ni dinero. No llevéis talega, ni alforja, ni pan, ni bastón, ni calzado, ni tengáis dos túnicas. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos. Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la polilla y la carcoma las echan a perder, donde los ladrones abren boquetes y roban. No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos. Cualquiera que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo", y lo demás que está escrito en el mismo libro.

Los apóstoles

32. »Todo esto lo observaron con la mayor diligencia los apóstoles y todo el grupo de los discípulos, que en ningún momento dejaron de cumplir cuanto habían escuchado a su Señor y Maestro. Ellos -como soldados muy valerosos y jueces del orbe de la tierra- pusieron en práctica el mandato de salvación (7) y lo predicaron por doquier, colaborando con ellos el Señor y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban. Su caridad era ardiente: llenos de sentimientos de piedad, acudían siempre solícitos a remediar las necesidades de todos, estando muy alerta para no incurrir en aquel reproche: "Ésos dicen, pero no hacen". De ahí que uno de ellos pudiera confesar con absoluta seguridad: "No me atrevo a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por mi medio de obra y de palabra, con la fuerza del Espíritu Santo". De igual modo decía otro: "No tengo plata ni oro". Y así todos ellos -tanto en vida como en muerte- me enaltecieron con los mayores elogios.

»Sus oyentes se esforzaban por cumplir todo lo que les anunciaban los maestros, y, vendiendo sus posesiones y bienes, repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Vivían todos unidos y lo tenían todo en común. Alababan juntos a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. Por eso, el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar.

Los seguidores de los apóstoles

33. »Durante un largo período de tiempo fueron muchos los que convirtieron en realidad el contenido de estas palabras, tanto más cuanto se conservaba en su memoria la sangre del pobre Crucificado y embriagaba sus corazones el cáliz glorioso de su pasión. Pues si algunos se sentían a veces tentados de abandonarme a causa de la extremada austeridad, nada más acordarse de las llagas del Señor -en las que se manifiesta su entrañable misericordia-, se imponían un severo castigo por la tentación, se me unían más estrechamente y me abrazaban con mayor afecto. Yo estaba con ellos y trataba incansablemente de grabar en su memoria los dolores de la pasión del Rey eterno, de suerte que -reconfortados no poco con mis palabras- tomaban de buen grado un instrumento de hierro con que laceraban su propio cuerpo y veían, sin asustarse, manar de su carne sangre sagrada. Estas victorias fueron sucediéndose durante mucho tiempo y en tal grado, que no había día en que miles y miles no fueran marcados con el sello del Rey soberano (8).

La Paz, contraria a la Pobreza

34. »Mas, ¡ay!, poco después sobrevino la paz; pero una paz más nefasta que cualquier guerra. En sus comienzos fueron pocos los sellados, menos en el intermedio, poquísimos al final. Y ved ahora cómo realmente en la paz reside mi mayor amargura. Mientras reina esa paz, todo el mundo huye de mí, todos me desechan, nadie me busca, sufro el abandono universal. Tengo paz por parte de los enemigos, pero no por parte de los familiares. Los extraños me dejan en paz, los hijos me declaran la guerra. ¡Y yo he criado hijos y los he engrandecido, pero ellos me han despreciado!

35. »Aun en aquel tiempo en que la lámpara del Señor brillaba encima de mi cabeza y a su luz cruzaba yo las tinieblas, estaba ya el demonio ensañándose sobre un gran número de adictos míos, allí estaba el mundo tratando de seducirlos, allí también la carne incitándolos con sus concupiscencias, de suerte que muchos comenzaron a amar al mundo y a lo que hay en el mundo.

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Notas:

1) El tema del camino se repite con insistencia a través de todo el Sacrum Commercium. La pobreza indica el camino más excelente y rápido para llegar hasta Dios (n. 1 y 16). Francisco quiere conocer los caminos de la pobreza y andar por sus sendas (n. 12). Estrecho y arduo es el camino que lleva a la posesión de la pobreza (n. 12 y 13). Con ella, los buenos religiosos avanzan por un camino regio (n. 42). Los falsos religiosos no quieren saber nada de los caminos de la pobreza (n. 51). Y así en otros pasajes.

2) Cf. Mt 5,3.- La obra del Sacrum Commercium está llena de citas y referencias bíblicas. Se ve que su autor es muy versado en sagradas letras. Además, en el texto latino de la edición de Quaracchi: Sacrum Commercium Sancti Francisci cum domina Paupertate, que seguimos en la traducción, aparecen algunas notas que son de confrontación con otros escritos de autores franciscanos, como Tomás de Celano, San Buenaventura, Ubertino de Casale, Bartolomé de Pisa, etc. No las hemos transcrito al castellano. El lector que quisiera profundizar en el conjunto de esta obra, puede recurrir a la citada edición crítica de Quaracchi o a la traducción alemana y estudio documentado de K. Esser, O.F.M. - E. Grau, O.F.M., Des Bund des hl. Franziskus...

3) La obra del Sacrum Commercium se presenta como una única pieza, sin división de capítulos. La edición de Quaracchi divide el SC en títulos, que a veces abarcan varios números. Parece que dichos títulos son apócrifos y no siempre hacen ver claramente la trayectoria de la obra. Para facilitar al lector la visión de su conjunto, nos ha parecido oportuno señalar, junto a esos títulos, las grandes secciones de que se compone el texto.

4) Ap 12,14; Dan 7,25.- La expresión un tiempo, y tiempos, y medio tiempo corresponde al espacio de tres años y medio. Desde el profeta Daniel, este espacio de tiempo se ha convertido en duración-tipo de toda clase de persecución y tribulación. Cf. también Lc 4,25; Sant 5,17. Pero la misericordia divina pone límite a la aflicción, llevando el consuelo a los atribulados. Véase en la Biblia de Jerusalén las notas explicativas de los versículos señalados de Ap y Dan.- En este contexto del Sacrum Commercium, dicha expresión, puesta en boca de los ancianos, indicaría el tiempo en que la Pobreza fue despreciada y perseguida, por lo que en medio de su tribulación se retiró a una alta montaña de difícil acceso. Pero dama Pobreza recibió de nuevo el consuelo del Señor cuando Francisco y sus pobrecitos -tras una fatigosa y diligente búsqueda- la encontraron por fin y firmaron con ella una alianza de amistad y fidelidad perpetuas.

5) 1 Cr 29,11.- A través del Sacrum Commercium, la pobreza aparece ostentando su categoría de reina. Reina de las virtudes y reina también, como esposa que es del Rey de los reyes. Cf., por ejemplo, los n. 1.2.13.15.18, etc.

6) Cf. Is 61,10; 14,14.- El autor de Sacrum Commercium presenta a la Pobreza como esposa de Cristo más bien que de Francisco. Cf. los n. 18.20.23.62.64, etc. Ella firma una alianza de paz con el Pobrecillo y sus compañeros.

7) Salutare mandatum: se refiere al mandato de guardar fidelidad a la pobreza como camino que lleva a la salvación.

8) Se hace aquí referencia a la época de las persecuciones de la Iglesia, en que muchos mártires fueron sellados con el distintivo del Crucificado. En el número siguiente se alude al período de la «paz constantiniana».

Introducción SC 36-69

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