DIRECTORIO FRANCISCANO
Fuentes biográficas franciscanas

Sacrum Commercium, 36-69


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La Persecución, hermana de la Pobreza

36. »Pero permanecía a mi lado la consumación de todas las virtudes, es a saber, dama Persecución, a quien el Señor confirió -al igual que a mí- el reino de los cielos. Ella era en todo mi fiel colaboradora, mi fuerte protectora y prudente consejera. Tan pronto como veía a algunos entibiarse en el fervor de la caridad o descuidar un tanto las cosas del cielo, poniendo de algún modo su corazón en los bienes de la tierra, al punto estallaba, movilizaba todo un ejército, cubría de ignominia el rostro de mis hijos para que buscaran el nombre del Señor. Pero ahora me ha dejado sola mi hermana y no está conmigo la luz de mis ojos. En efecto, mientras los perseguidores han hecho una tregua con mis hijos, éstos se desgarran entre sí en medio de una guerra doméstica e intestina mucho más cruel, envidiándose los unos a los otros, provocándose mutuamente por el logro de riquezas y el derroche de placeres.

Elogio de los auténticos pobres

37. »Bien es verdad que -pasado cierto tiempo- unos cuantos comenzaron a reaccionar y se pusieron a caminar voluntariamente por la senda recta, que en tiempos anteriores recorrieron algunos obligados por la necesidad. Todos éstos vinieron suplicándome insistentemente con muchos ruegos y lágrimas que ajustara con ellos un tratado de paz perpetua y que compartiese su compañía, de la misma forma que la compartí antes en los días de mi adolescencia, cuando estaba conmigo el Todopoderoso y me rodeaban mis hijos. Fueron éstos -mientras permanecieron en carne mortal- hombres de acendrada virtud, gente de paz, irreprochables ante Dios, perseverantes en el amor fraterno, pobres en el espíritu, faltos de bienes temporales, pero ricos en santidad de vida; colmados de dones y carismas celestiales, fervorosos de espíritu, alegres en la esperanza, sufridos en la tribulación, mansos y humildes de corazón, que conservaban la paz interior, la armonía en las costumbres, la concordia mutua y una gozosa comunión de vida.

»En fin, eran varones del todo consagrados a Dios, gratos a los ángeles, amables a los hombres, rigurosos para consigo mismos, indulgentes para con los demás, religiosos en todo su proceder, modestos en su porte, alegres en el semblante, graves en su interior, humildes en la prosperidad, magnánimos en la adversidad, sobrios en la mesa, pobrísimos en su vestir, muy parcos en el sueño, respetuosos y timoratos. En una palabra: resplandecían por el brillo de todas las virtudes. Mi alma estaba íntimamente unida a ellos y no había entre nosotros más que un solo espíritu y una sola fe.

Los falsos pobres

38. »Después surgieron entre nosotros quienes no eran de los nuestros, unos hijos de Belial, vanílocuos, agentes de la maldad. Confesaban ser pobres, cuando en realidad distaban mucho de serlo; y a mí, que me habían amado de todo corazón esos gloriosos varones de quienes acabo de hacer mención, llegaron a despreciarme y a deshonrarme. Eran éstos de los que seguían el camino de Balaán, hijo de Bosor, que amó un salario de iniquidad; hombres de mente corrompida y privados de la verdad y que piensan que la piedad es un negocio; hombres que, al tomar el hábito de la santa Religión, no se revistieron del hombre nuevo, sino que paliaron el viejo. Murmuraban de sus antepasados y criticaban a espaldas la vida y costumbres de los que fueron fundadores de una santa forma de vida, tachándolos de indiscretos, sin entrañas y crueles; y en cuanto a mí, que me habían asumido en sus vidas, me tildaban de holgazana, áspera, torpe, inculta, desahuciada y difunta.

»En todo ello intervenía muy activamente una rival mía que -astuta como una zorra- ocultaba, bajo la piel de oveja, su rabia lupina.

La Avaricia

39. »Me refiero a la Avaricia, a esa desordenada ambición de adquirir y poseer riquezas. La designaban con un nombre que sonaba a santo para no causar la sensación de haberme abandonado a mí, después que les había hecho la merced de levantarles del polvo y alzarles de la basura. Me aseguraban de ella que abrigaba sentimientos de paz para conmigo, pero en su rabia tramaban engaños. Y, aunque no pueden ocultarse las ruinas de una ciudad situada en la cima del monte, le impusieron el nombre de Discreción o Previsión, cuando tal discreción más bien debiera merecer el apelativo de confusión, y tal previsión el de olvido pernicioso de todo lo bueno.

»Y dirigiéndose a mí, me decían: "Tuyo es el poder, tuyo el reino; ¡no tengas miedo! ¿Qué tiene de malo dedicarse a obras de misericordia y a producir buenos frutos, socorrer a los necesitados, dar algo a los pobres?"

La Pobreza amonesta a los falsos religiosos

40. »Yo les respondía: "No discuto, hermanos, que no sea bueno lo que proponéis; pero, por favor, os suplico: considerad vuestra vocación. No miréis hacia atrás. No bajéis de la azotea a recoger cosa alguna de la casa. No volváis del campo en busca del manto. No os entrometáis en los negocios del siglo. No dejéis que os envuelva otra vez el contagio y la corrupción del mundo, del que huisteis una vez de haber conocido al Salvador. Pues resulta inevitable que los que se envuelven de nuevo en dichas redes, queden vencidos, y necesariamente el final de ellos viene a ser peor que el principio, abandonando -bajo apariencia de piedad- el cumplimiento del sagrado mandato que se les confió".

Reacción de estos religiosos

41. »Al dirigirles yo estas palabras, se produjo entre ellos una disensión. Unos decían, refiriéndose a mí: "¡Es buena y habla bien!" Otros, por el contrario: "¡No, que quiere seducirnos para que la imitemos! ¡Es una miserable, e intenta hacernos a todos miserables como ella!"

La Pobreza habla de los buenos religiosos

42. »No pudo por entonces mi rival expulsarme del ámbito de los religiosos, dado que aún había entre ellos un crecido número de hombres de gran fervor e intensa caridad que se hallaban en los comienzos de su conversión, hombres que con sus clamores pulsaban el cielo y lo penetraban con insistentes oraciones, que se elevaban sobre sí por la contemplación y tenían en menos todo lo de la tierra. Entonces, el Creador de todas las cosas me ordenó y el que me creó, el Señor, me dijo: "Habita en Jacob, sea Israel tu heredad y echa raíces entre mis elegidos". Yo me desvivía por dar fiel cumplimiento a este mandato. Y así, cuando estaba con ellos y avanzábamos juntos por el camino real, gracias a mí alcanzaban prestigio entre la muchedumbre y eran la admiración de los poderosos; la gente los veneraba y los llamaba santos. Pero ellos comenzaron a sentirse incómodos con dicho tratamiento y, recordando las palabras del hijo de Dios: "Yo no recibo gloria de los hombres", rehusaban por completo los honores que se les tributaban.

La Avaricia se apropia el nombre de Discreción

43. »Se movían en este clima de amor tan ferviente a Cristo, cuando de pronto la Avaricia -arrogándose el nombre de Discreción- comenzó a decirles: "Pero, por favor, no os presentéis tan hoscos ante los hombres, ni menospreciéis de esa forma los honores que os rinden, antes bien mostraos afables con ellos; y no rechacéis externamente la gloria que os brindan, tratando -eso sí- de rehusarla por completo en vuestro interior. Es cosa buena entablar amistad con los reyes, adquirir fama entre los príncipes, fomentar la familiaridad con los grandes, porque mientras ellos os dirigen tales muestras de respeto y veneración, y de esa forma os ensalzan y buscan vuestra compañía, muchos, a la vista de este ejemplo, se convierten más fácilmente a Dios".

44. »Viendo las ventajas de semejante proceder, aceptaron el consejo dado; pero, sin reparar en la trampa que se les había tendido junto al camino, terminaron por abrazar de todo corazón la gloria y el honor. Se imaginaban ser en su interior tal como se pregonaba de ellos al exterior, depositando su gloria en la boca de los aduladores de la misma forma que la depositaron las vírgenes necias en los vendedores de aceite, y el siervo inútil en la tierra (1).

»La gente, empero, que se creía que éstos eran de hecho lo que aparentaban al exterior, de buen grado les ofrecía sus bienes para remisión de los propios pecados. En un principio, aquellos buenos religiosos estimaban todo esto como si fuera basura. "Nosotros -decían- somos pobres, y así queremos mantenernos siempre; no nos interesa lo vuestro, sino vosotros. Teniendo qué comer y con qué vestirnos, estamos contentos con eso, porque vanidad de vanidades y todo es vanidad". Así, de día en día aumentaba más y más la veneración de la gente hacia ellos; en tal grado, que muchos llegaban a menospreciar sus bienes al ver el poco aprecio que hacían de los mismos estos santos varones.

La Previsión humana

45. »Entre tanto, aquella bárbara enemiga mía -viendo el cariz que iban tomando las cosas- comenzó a enfurecerse con vehemencia, hasta rechinarle los dientes, y, transida de un profundo dolor en su corazón, dijo: "¿Qué hacer? He aquí que todo el mundo se va en pos de ella. Me apropiaré -pensó- el nombre de Previsión y les hablaré al corazón, por si acaso me oyen y acceden a mis palabras".

»Y así lo hizo. Se les acercó muy humilde y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí todo el día ociosos, sin hacer provisión alguna para el día de mañana? ¿Qué perjuicio puede causaros el tener lo necesario para la vida, si os abstenéis de lo superfluo? Sin duda que con mayor paz y sosiego podríais dedicaros a la obra de vuestra salvación y de la de los demás, si dispusierais de cuanto os es de estricta necesidad. Mientras tenéis tiempo, mirad por vosotros y por vuestra posteridad, porque día llegará en que los hombres retiren su mano de los primeros donativos y de las limosnas acostumbradas. Sería estupendo el que siempre permanecierais de esa forma, pero de ninguna de las maneras podéis continuar así, ya que el Señor va aumentando de día en día vuestra familia. ¿Acaso no aprobará Dios el que poseáis algo con que socorrer a los necesitados y tener presentes a los pobres, cuando Él mismo dice: 'Hay más dicha en dar que en recibir'. ¿Por qué no aceptáis los bienes que se os ofrecen para no defraudar a los donantes la recompensa eterna? No tenéis por qué temer el contacto con las riquezas, toda vez que las reputáis por nada. No reside la maldad en las cosas, sino en el corazón, pues vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno, Así, pues, para los buenos, todo es bueno, todo está a su servicio, todo ha sido creado para su utilidad. ¡Oh, cuántos que poseen bienes los malgastan!; pero, si los tuvierais en vuestras manos, ¡qué buen destino les daríais, porque santa es vuestra intención, santo vuestro propósito! No pretendéis enriquecer a vuestros parientes, que ya están bien situados; pero, si vosotros tenéis los bienes necesarios, podéis llevar una vida más decorosa y ordenada".

»Estas y otras razones parecidas adujo aquella desalmada; y algunos -cuya conciencia estaba ya contaminada- le dieron al momento su asentimiento. Otros, en cambio, haciéndose los sordos, dejaban pasar dichas palabras y con agudos argumentos refutaban las razones expuestas. En la discusión, tanto éstos como aquélla se basaban en las pruebas de las Escrituras.

La Avaricia pide auxilio a la Acidia (2)

46. »Pero, viendo la Avaricia que por sí sola era incapaz de recabar de estos lo que se proponía, cambió de plan para realizar mejor su objetivo. Llamó en su auxilio a la Acidia -que es la negligencia personificada para emprender toda obra buena y para completarla una vez comenzada-, y firmó con ella un pacto, y precisamente un pacto que iba en contra de éstos. No es que tuvieran entre sí demasiada familiaridad ni que compartieran idéntica suerte; pero, tratándose de hacer el mal, se aliaron de buen grado, así como antaño Pilato y Herodes para ir en contra del Salvador.

»Tomada la resolución, bramó la Acidia, y, atacando fuertemente con sus satélites, penetró en el recinto de los religiosos. Disparó sus armas con tal ímpetu, que logró extinguir en ellos la caridad y los redujo a mera tibieza e indolencia, e, invadidos poco a poco por el desánimo, quedaron como muertos de corazón.

Religiosos vencidos por la Acidia

47. »Comenzaron después a añorar miserablemente los ajos y cebollas de Egipto que habían abandonado y a reclamar ruinmente lo que con ánimo tan generoso habían despreciado. Caminaban tristes por la senda de los mandatos de Dios e iban lánguidos al cumplimiento de cuanto se les imponía. Desfallecían bajo su peso y, por falta de espíritu, apenas podían respirar. Era rara en ellos la compunción, nula la contrición. Su obediencia estaba llena de murmuración; sus pensamientos eran rastreros; su alegría, disoluta; su tristeza, pusilánime; su hablar, incauto; su risa, fácil; en su rostro dibujábase la hilaridad; en su porte, la vanidad. Su vestido era suave y delicado, de corte curioso y de confección muy caprichosa. Su sueño era prolongado; su comida, excesiva; su beber, inmoderado. Proferían al aire necedades, chistes y chocarrerías. Recitaban fábulas, modificaban las leyes, distribuían provincias y comentaban con interés los sucesos humanos. Descuidaban por completo la vida espiritual, no sentían celo alguno por la salvación de las almas; rara vez platicaban sobre cosas del cielo y era remisa su aspiración a los bienes eternos.

48. »Endurecidos de este modo, comenzaron a envidiarse y provocarse mutuamente, y, tratando de sobreponerse el uno al otro, acusaban al hermano de los peores vicios. Rehuían lo penoso, andaban a la caza de vanos goces, ya que no atinaban con los verdaderos. No obstante, mantenían a toda costa la fachada de santidad, no sea que fueran del todo menospreciados; y, hablando de cosas santas, se esforzaban por ocultar ante la gente sencilla la miseria de su vida. Pero tan grande era su relajación interior, que, no pudiendo disimularla, se traslucía visiblemente al exterior.

49. »Finalmente, comenzaron a adular a los seglares y a entablar estrecha amistad con ellos con objeto de vaciarles las bolsas, agrandar los edificios y acumular unos bienes a los que habían renunciado por completo. Vendían palabras a los ricos, y saludos a las matronas; y frecuentaban con sumo interés los palacios de los reyes y príncipes, para añadir casas a casas y juntar campos con campos. Y he aquí que se han engrandecido ya, se han hecho ricos y poderosos en la tierra, porque han ido de mal en peor y no han conocido al Señor. Han sucumbido al ser enaltecidos, se han deslizado sobre la tierra como abortos, y encima tienen la desfachatez de venirme diciendo: "¡Somos tus amigos!"

Los pobres enriquecidos persiguen a la Pobreza

50. »Estaba yo muy dolorida, máxime por algunos que en el siglo no hubieran pasado de ser unos pobretones y miserables, y que, una vez venidos a mí, se hicieron ricos. Ellos, bien cebados y rollizos, eran los más recalcitrantes de todos, llegando a burlarse de mí. Y precisamente se trataba de aquellos que eran tenidos aun por indignos de vivir, agotados por el hambre y la penuria, que comían hierbas y cortezas de árboles, escuálidos por la calamidad y miseria. Ahora, en cambio, no se conforman con la vida común, sino que se separan de la misma y van a apacentarse desvergonzadamente. Su vida de constante mendigar cosas superfluas resulta muy molesta a los demás. Se procuran honor entre los discípulos de Cristo quienes en el siglo eran considerados muy dignos de desprecio aun por parte de sus conocidos. Y los que a menudo carecían de pan de cebada y de agua, que contaban por delicia morar debajo de los espinos, hijos de gente insensata y despreciable y que no se dejaban ver en absoluto sobre la tierra, se han cebado en mis miserias, me aborrecen, se distancian de mí y hasta se atreven a escupirme en la cara. Me he convertido en blanco de sus contumelias y terrores, y los que eran mis amigos y partidarios, ésos eran precisamente los que me insultaban. Se avergonzaban de mí, y tanto más me repudiaban cuanto más reconocían haber sido enriquecidos con mis beneficios; hasta tal punto, que se desdeñaban incluso de oír mi nombre.

La Pobreza los exhorta a volver junto a sí

51. »En medio de mi profunda aflicción, me dirigía a ellos, diciéndoles: "Volved, hijos descarriados, y os curaré de vuestra apostasía. Guardaos de toda avaricia, que es una idolatría, pues el avaro no se hartará de dinero. Recordad aquellos primeros días, cuando, recién iluminados, sostuvisteis recios y penosos combates. No seáis gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Al que viola la ley de Moisés lo ejecutan sin compasión, basándose en dos o tres testigos. ¿Cuánto peor castigo pensáis que merecerá uno que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha juzgado como impura la sangre de la alianza que lo había consagrado y ha ultrajado al Espíritu de la gracia? Reflexionad, pues, prevaricadores, que, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes".

»Pero ellos replicaban indignados: "¡Marcha, miserable; apártate de nosotros, que no nos interesan tus caminos!"

»Yo les respondía: "Apiadaos de mí, apiadaos de mí siquiera vosotros mis amigos. ¿Por qué me perseguís sin motivo? ¿No os dije yo que mi conducta y la vuestra no estaban de acuerdo? ¡Vamos! ¡Me pesa de haberos conocido!"

El Señor habla a la Pobreza

52. »Entonces me habló el Señor, diciendo: "Vuélvete, vuélvete, Sunamitis; vuélvete, vuélvete para que te veamos. Tus propios hijos son rebeldes y no quieren hacerte caso, porque no quieren hacerme caso a mí. Tienen un corazón traidor y rebelde y se han marchado lejos; no es que te hayan rechazado a ti, sino a mí. En efecto, tú los amaestraste contra ti y los instruiste para tu perdición, porque, si no te hubieran escogido a ti, jamás se habrían enriquecido de semejante manera. Fingían amarte con intención de escaparse después de verse así colmados de tus beneficios. Por eso se han apartado con una actitud hostil y traidora, y, aferrándose a la mentira, rehúsan convertirse. No vayas a creerles otra vez, aunque te vengan con buenas palabras, porque te han rechazado y buscarán tu muerte. No eleves por ellos alabanzas ni plegarias, que no te escucharé, pues los he desechado por haberme ellos despreciado".

Dama Pobreza previene al bienaventurado Francisco acerca del progreso y decadencia de la vida de su Orden (3)

53. »He aquí, hermanos, que con un prolijo discurso os he referido la historia en forma de una parábola. Preceda la mirada a vuestros pasos para ver cómo debéis comportaros. Es sumamente peligroso mirar atrás y burlarse de Dios. Acordaos de la mujer de Lot y no os fiéis de cualquier espíritu. Pero yo confío en vosotros, carísimos, porque en vosotros -más que en los demás- veo cosas mejores y más cercanas a la salvación, ya que, al parecer, habéis hecho una renuncia absoluta de todas las cosas, os habéis liberado de todo peso. Prueba muy convincente de ello es para mí el hecho de que hayáis subido a esta montaña, cuya cima tan pocos han logrado alcanzar hasta el presente. Pero os digo a vosotros, amigos míos, que la malicia de muchos me hace sospechar hasta de la virtud de los buenos, puesto que bajo piel de oveja he visto con frecuencia esconderse lobos rapaces.

54. »Mi deseo más ardiente es que cada uno de vosotros imite a los santos, que por la fe y la paciencia me heredaron a mí. Pero como temo que os suceda lo mismo que a los demás, os doy un saludable consejo: No pretendáis -como al principio- alcanzar las metas más altas y sagradas, sino avanzad gradualmente, de suerte que, teniendo a Cristo de guía, lleguéis finalmente hasta la cumbre. Tened cuidado, no suceda que, tras haber recibido en vuestras raíces el abono de la vileza, os encontréis estériles, porque entonces no habrá otra cosa que se os aplique sino el hacha. No os fiéis demasiado de las buenas intenciones que abrigáis actualmente, porque los sentimientos del hombre son más propensos a hacer el mal que el bien, y fácilmente vuelve uno a las andadas aun cuando en ocasiones esté muy lejos de ello. Bien sé que, en medio de vuestro intenso fervor, todo se os hace sumamente llevadero, pero tened presente aquello que se dice: He aquí que los que le sirven no son estables, y en sus mismos ángeles descubre faltas.

55. »Ciertamente, en un principio todo se os presenta muy suave y soportable, pero poco después -sintiéndoos seguros- os olvidaréis de los beneficios recibidos. Pensaréis poder recobrarlos a la hora en que se os antoje y sentir nuevamente la consolación primera; pero, una vez admitida la negligencia, no es fácil extirparla. Luego vuestro corazón se inclinará hacia otras cosas, pero será raro que suspire por volver a los principios. Y así, reducidos a indolencia y flojera espiritual, pretenderéis excusaros con razones tan fútiles como éstas: "No podemos vivir con la valentía de los comienzos". "¡Han cambiado los tiempos!" Con ello daréis a entender vuestra ignorancia sobre lo que está escrito: "Cuando el hombre hubiere acabado, entonces está empezando". Y en vuestro interior no resonará sin cesar otra voz que ésta: "Mañana, mañana volveremos al primer marido, que entonces nos iba mejor que ahora".

»Mirad, hermanos: os he avisado de antemano muchas cosas. Otras muchas más me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Día llegará en que os exponga más claramente todo lo que os acabo de referir».

Ratificación de la alianza

Respuesta del bienaventurado Francisco y de sus hermanos. Juramento de fidelidad a dama Pobreza

56. A estas palabras postróse en tierra el bienaventurado Francisco con sus hermanos dando gracias a Dios, y dijo:

«Señora nuestra, nos place cuanto acabas de decir y es imposible hallar nada censurable en todo lo que has hablado. ¡Verdad es cuanto oímos decir en nuestra tierra de tus palabras y tu sabiduría, y por mucho supera tu sabiduría a todo lo que oímos decir! ¡Dichosas tus gentes, dichosos tus siervos, que están siempre en tu presencia y escuchan tu sabiduría! ¡Bendito sea por siempre el Señor tu Dios, a quien has complacido y que te ha profesado un amor perpetuo y te ha constituido reina para administrar un juicio de misericordia con sus siervos! ¡Oh, cuán bueno y suave es tu espíritu cuando corriges a los que yerran y amonestas a los que pecan!

57. »Ea, pues, señora, por el amor con que te amó el Rey eterno y por el que tú le profesas, te suplicamos encarecidamente que no nos defraudes en nuestras aspiraciones, antes bien trátanos conforme a tu mansedumbre y misericordia. Tus obras son grandiosas e inenarrables; por eso, las almas ignorantes se extravían de ti. Y como tú avanzas sola, erizada por doquier de escollos, como un ejército en orden de batalla, no pueden morar contigo los insensatos. Pero mira que nosotros somos tus siervos y ovejas de tu rebaño. ¡Para siempre y por siglos sin fin nos comprometemos con juramento a guardar los preceptos de tu justicia!» (4).

Consentimiento de dama Pobreza

58. Se le conmovieron las entrañas a dama Pobreza al oír tales palabras y como es propio de ella compadecerse siempre y perdonar, sin poder contenerse por más tiempo, corrió a abrazarlos y, dando a cada uno el ósculo de paz, les dijo: «Mirad, ya vengo con vosotros, hermanos e hijos míos, segura de que por medio vuestro he de conquistar otros muchos».

El bienaventurado Francisco, a su vez, no cabiendo en sí de pura alegría, comenzó a alabar en alta voz al Omnipotente que no abandona a los que en él esperan, diciendo: «Bendecid al Señor todos sus elegidos, celebrad días de alegría y alabadle, porque es bueno, porque es eterna su misericordia».

Y, bajando de la montaña, llevaron a dama Pobreza al lugar donde ellos moraban, pues era ya casi mediodía.

Banquete de la Pobreza con los hermanos

59. Y, preparadas todas las cosas, la apremiaron a compartir su comida.

Mas ella dijo: «Mostradme primero el oratorio, la sala capitular, el claustro, el refectorio, la cocina, el dormitorio y el establo, los pulcros asientos, las mesas bien pulidas y las casas inmensas. Veo que todo esto brilla aquí por su ausencia; a vosotros, en cambio, os encuentro alegres y contentos, desbordando de gozo, repletos de consolación, como si todo estuviera dispuesto conforme a vuestro talante».

«Señora y reina nuestra -le replicaron-, nosotros tus siervos estamos rendidos tras una caminata tan larga, y tú que has venido en nuestra compañía has debido de cansarte también no poco. De modo que vayamos antes a comer, si así lo ordenas, y, una vez reconfortados, todo se cumplirá de acuerdo con tus deseos».

60. «Me place lo que proponéis -añadió ella-; pero traed ya agua para lavarnos las manos, y toallas con que secarnos».

Inmediatamente le presentaron una vasija de arcilla medio rota -no había allí una entera- llena de agua. Y al verterle el agua en las manos, andaban mirando de acá para allá en busca de una toalla. Y, en vista de que no la encontraban, uno le alargó la túnica que vestía para que con ella se enjugara las manos. La Pobreza la tomó muy agradecida, al mismo tiempo que alababa a Dios en el fondo de su corazón por haberla hecho partícipe de la compañía de tales hombres.

61. A continuación la llevaron al lugar donde estaba preparada la mesa. Una vez allí, lo observó todo atentamente, y, al no ver más que tres o cuatro mendrugos de pan de cebada o salvado puestos sobre la hierba, en el colmo de su asombro decía entre sí: «¿Quién vio jamás cosa semejante por generaciones de generaciones? Bendito seas tú, Señor Dios, que cuidas de todas las cosas; porque con sólo quererlo lo puedes todo, y has enseñado a tu pueblo a agradarte por medio de tales obras».

Así es que se sentaron todos juntos, dando gracias a Dios por todos sus dones.

62. Ordenó entonces dama Pobreza que sirvieran en escudillas viandas cocidas. Al punto le trajeron una sola escudilla -llena de agua fría- para que untaran todos en ella el pan; no había allí abundancia de escudillas ni variedad de cocidos.

Pidió que se le presentaran, al menos, una cuantas hierbas crudas y aromáticas. Mas, al no tener hortelano ni saber de huertas, se fueron al bosque, recogieron unas hierbas silvestres y se las pusieron delante.

Ella insistió: «Pasadme un poco de sal para sazonar las hierbas, que saben amargas».

Le contestaron: «Aguarda, señora, mientras vamos a la ciudad y te la traemos, si es que hay alguna persona que nos la suministre».

«Prestadme entonces -dijo- un cuchillo para mondar lo superfluo de las hierbas y cortar el pan, que está muy duro y seco».

«Dispensa, señora -le contestan-, no tenemos herrero que nos forje cortantes; por el momento utiliza los dientes en lugar del cuchillo, que luego te proveeremos».

«Y ¿no tenéis un poco de vino?», añadió ella.

«Señora nuestra -le respondieron-, vino no tenemos, pues lo esencial para la vida del hombre son pan y agua; además, no está bien que tú bebas vino, ya que la esposa de Cristo debe huir del vino como del veneno».

63. Después que se hubieron saciado con la satisfacción de compartir escasez tan grande más que si hubieran saboreado hasta la hartura toda clase de manjares, bendijeron al Señor, ante cuyos ojos habían hallado tan singular gracia.

Seguidamente condujeron a dama Pobreza a un lugar donde pudiera descansar, pues se encontraba fatigada. Y, desnuda como estaba, se acostó sobre la desnuda tierra. Pidió entonces que le trajeran una almohada para apoyar en ella la cabeza. Al momento le trajeron una piedra y se la pusieron de cabezal.

Ella -tras haber dormido sobria y muy plácidamente- se levantó con toda presteza y suplicó se le enseñara el claustro. La llevaron a una colina y le mostraron toda la superficie de la tierra que podían divisar, diciendo:

«Este es nuestro claustro, señora».

Dama Pobreza bendice a los hermanos
y los exhorta a perseverar en la gracia recibida

64. Ordenó que se sentaran todos juntos y les dirigió palabras de vida diciendo:

«Hijos míos, benditos seáis del Señor Dios, que hizo el cielo y la tierra, pues me habéis acogido en vuestra casa con tal plenitud de amor, que, al estar hoy con vosotros, me he sentido como transportada al paraíso de Dios. Por ello estoy inundada de gozo, desbordo de consuelo y pido perdón por haber tardado tanto en venir. Verdaderamente, el Señor está con vosotros, y yo no lo sabía. He aquí que por fin ya veo lo que deseé, ya poseo lo que codicié, porque estoy unida en la tierra a quienes me evocan la imagen de Aquel con quien estoy desposada en los cielos. Que el Señor bendiga vuestra fortaleza y acepte la obra de vuestras manos.

65. »Os ruego y suplico encarecidamente como a hijos muy queridos: perseverad en la tarea que habéis emprendido bajo la dirección del Espíritu Santo, no abandonando vuestra perfección -como suelen algunos- sino que, esquivando todas las emboscadas de las tinieblas, esforzaos siempre por tender a lo más perfecto. Altísima es vuestra profesión, está por encima del hombre y de sus fuerzas, e ilustra con mayor claridad la perfección de los antiguos. No abriguéis la menor duda ni incertidumbre acerca de vuestra posesión del reino de los cielos, porque ya desde ahora tenéis la garantía de la futura herencia y habéis recibido ya la prenda del Espíritu una vez que habéis sido marcados con la señal de la gloria de Cristo, emulando en todo, con su gracia, aquella primera escuela que él congregó cuando vino al mundo. En efecto, la misma obra que los discípulos realizaron teniendo a Cristo presente, la habéis emprendido íntegra en su ausencia, de suerte que podéis decir sin reparo alguno: "He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te seguimos".

66. »Que no os arredre la magnitud del combate ni la enormidad de la tarea, porque recibiréis una espléndida recompensa. Y, fijos los ojos en el autor y consumador de todo bien, el Señor Jesucristo, el cual, por la dicha que le esperaba, sobrellevó la cruz, despreciando la ignominia, mantened firme la confesión de vuestra esperanza. Corred en caridad al combate que se os propone; corred con paciencia, que os es muy necesaria para realizar el designio de Dios, y alcanzar así la promesa. Pues poderoso es Dios para llevar a feliz término la empresa sobrehumana que con su santa gracia habéis comenzado: Él es fiel a sus promesas.

67. »Que el espíritu que actúa en los hijos rebeldes no encuentre en vosotros nada que le complazca, no encuentre ninguna duda ni desconfianza, no sea que tome pie de vosotros mismos para atacaros con su perfidia. Pues es soberbio en extremo, y su soberbia y arrogancia son más que su fortaleza. Y como rebosa furor contra vosotros, os acometerá con todas las armas de su astucia y tratará de inyectaros el veneno de su maldad, puesto que quien ya venció y derribó a otros, sometiéndolos a su imperio, no se resigna a veros a vosotros por encima de él.

68. »Con motivo de vuestra conversión, carísimos, los ciudadanos del cielo han celebrado grandes festejos y entonado cánticos nuevos en la presencia del Rey eterno (5). En vosotros y por vosotros se gozan los ángeles, porque mientras muchos -gracias a vosotros- guardarán virginidad y brillarán por su castidad, se llenarán los puestos vacíos de la ciudad de arriba, donde las personas vírgenes han de ser colocadas en lugares de preferencia, ya que los hombres y las mujeres que no se casan serán como ángeles de Dios en el cielo. Se regocijan los apóstoles, viendo que se renueva su vida, se predica su misma doctrina y se hacen patentes por vosotros los ejemplos de una santidad extraordinaria. Se alegran los mártires, esperando que con el derramamiento de sangre sagrada se reproduzca su misma constancia. Saltan de gozo los confesores, comprobando que frecuentemente se rememora en vosotros su victoria sobre el enemigo. Se sienten jubilosas las vírgenes, que siguen al Cordero adondequiera que vaya, al constatar que gracias a vosotros va aumentando a diario su número. En fin, están que desbordan de exultación los habitantes todos de la corte celestial, que van a celebrar cada día las fiestas solemnes de nuevos conciudadanos y serán rociados constantemente con el perfume de las santas oraciones que se elevan desde este valle.

69. »Así, pues, hermanos, os ruego, por la misericordia de Dios, que os ha impulsado a abrazar una vida tan extremadamente pobre: obrad conforme a las intenciones que traíais al venir aquí, conforme a los objetivos de vuestra subida a la montaña desde los ríos de Babilonia. Acoged humildemente la gracia que os ha sido concedida, haciendo un digno uso de ella siempre y en todo para alabanza, gloria y honor de aquel que murió por vosotros: Jesucristo Señor nuestro, que vive y reina, vence e impera con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén» (6).

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Notas:

1) Cf. Mt 25,8-10.18.24-30.- San Gregorio Magno, parafraseando la parábola de las diez vírgenes, dice, entre otras cosas, lo siguiente: «Con el nombre de aceite se designa el brillo de la gracia»; «Los vendedores de aceite son los aduladores».- La otra concisa expresión, tomada de la parábola de los talentos, viene a indicar la falsa confianza que el siervo inútil depositó en la tierra, en cuyo seno escondió por pereza el talento. Y así como las vírgenes necias buscaron vanamente su gloria, «el brillo de la gracia», en los vendedores de aceite, y este siervo se fió de la tierra como lugar seguro para conservar su tesoro, así estos religiosos se contentaron con las vanas alabanzas de los aduladores.

2) En el texto latino aparece la palabra Acidia. El mismo autor del Sacrum Commercium, en este número 46, da su definición y, en los números siguientes, describe los efectos desastrosos que produce su presencia en los religiosos. Es un estado de ánimo bien conocido de los maestros de vida espiritual, y denota una amargura interior acompañada de pereza, tibieza, hastío...

3) En los números precedentes, la Pobreza ha hablado de los buenos y de los falsos religiosos, sin especificar a qué Orden pertenecen. En otros lugares del Sacrum Commercium, al amonestar a Francisco y sus compañeros que no sigan el ejemplo de esos falsos religiosos, emplea los términos genéricos de «los otros», «los demás»...- En lo que sigue, la Pobreza se refiere, más bien, a la Orden de San Francisco, con sus vicisitudes de florecimiento y decadencia.

4) Sal 118,106.- Momento importante éste, en que Francisco y sus compañeros ratifican con un solemne juramento su alianza de amistad y fidelidad perpetuas con dama Pobreza. Ésta, a su vez, acepta muy emocionada dicha alianza, según se observa en los números siguientes.

5) Termina este hermoso poema -cuyo autor tiene como principales fuentes de inspiración la Sagrada Escritura, la Liturgia y los Santos Padres, además de una profunda y perspicaz experiencia de la vida religiosa- con las últimas exhortaciones y una ardiente plegaria, en que interviene toda la corte celestial, alabando a la Santísima Trinidad por las proezas que ha realizado en Francisco y en sus pobrecitos.

6) La edición de Quaracchi, al término del texto del Sacrum Commercium, añade, con caracteres distintos, lo siguiente: «Esta obra fue compuesta en el mes de julio, después de la muerte del bienaventurado Francisco, el año 1227 de la Encarnación del Señor, Salvador nuestro Jesucristo».- Cf. en la introducción al SC la problemática existente sobre la fecha de su composición.

SC 1-35 Introducción

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