DIRECTORIO FRANCISCANO

Historia franciscana

HISTORIA FRANCISCANA

por Lázaro Iriarte, OFMCap

II. ÉPOCA MODERNA:
OBSERVANTES - CONVENTUALES - CAPUCHINOS

Capítulo VII
ESPIRITUALIDAD.
NUEVOS MAESTROS Y NUEVAS IRRADIACIONES

La fecunda vitalidad espiritual de los siglos XVI y XVII es deudora a tres corrientes de diverso signo: la devoción moderna, desarrollada en los Países Bajos en el siglo XV, con su tendencia a la metodización de la actividad del espíritu; la escuela mística alemana, que floreció en los siglos XIV y XV y se caracteriza por su tendencia a la absorción de las potencias bajo la acción infusa de la gracia; y el humanismo cristiano de fines del siglo XV y primer tercio del XVI, que despertó una espiritualidad inspirada en la sagrada Escritura y en el pensamiento platónico-agustiniano, orientada hacia la contemplación amorosa y hacia las obras de caridad; se desarrolló en los cenáculos bíblicos y dio su fruto en los oratorios del Divino Amor en Italia. Por desgracia, la aparición del luteranismo hizo sospechosos todos estos movimientos evangélicos, impidiéndoles llegar a madurez.

Tres son principalmente las áreas geográficas en que se desarrolla la producción espiritual en el período que estudiamos: la Península Ibérica en el siglo XVI, Francia en el siglo XVII, Italia a lo largo de los tres siglos. Cada una de estas tres zonas presenta sus caracteres peculiares.

Espiritualidad franciscana española

El siglo de oro español debió a la savia franciscana, pletórica y creadora, gran parte de su grandeza; y quizá en ningún otro campo como en el de la producción espiritual. El matiz franciscano de la libertad de espíritu, del predominio del amor, de la espontaneidad en la marcha hacia Dios recibe forma en el afán sistematizador y en la precisión del análisis psicológico del proceso espiritual, que caracteriza toda la mística española del siglo XVI. Con ella tiene de común la mística franciscana la clara exposición de las experiencias interiores, el vuelo teológico y cierta hidalga austeridad, extremosa en ocasiones, pero nunca huraña ni egoísta.

Abre la serie de los libros didácticos de la escuela mística española el Arte para servir a Dios de Alonso de Madrid († 1570), cuya primera edición apareció en 1521 y que alcanzó, en solo el siglo XVI, treinta ediciones en español, seis en latín, diez en francés, once en italiano, cinco en flamenco, una en portugués, una en inglés y una en alemán. Cifra toda la santidad en "ser con Dios de un espíritu y de un solo querer" y en "obrar con amor y por amor". Otra obra importante suya es Espejo de ilustres personas, que viene a ser un ensayo de espiritualidad seglar; alcanzó veinte ediciones en español y numerosas en otras lenguas.

Santa Teresa hizo gran aprecio del Arte de fray Alonso, lo mismo que de la Subida al Monte Sión de Bernardino de Laredo († 1540), cuya doctrina lleva a la posesión de Dios en la "contemplación quieta" mediante la "aniquilación" progresiva. Pero ningún autor franciscano ejerció tan hondo magisterio sobre la santa doctora como Francisco de Osuna († 1540) con sus Abecedarios, el más famoso de los cuales es el tercero; su espiritualidad se basa en la ascética del recogimiento, que consiste en imponer silencio gradualmente a los sentidos externos e internos y al entendimiento, hasta llegar a "no pensar nada" por vía de discurso, sino a atender a solo Dios con mirada sencilla y gozosa, que termina en la unión con Él por la voluntad. Por el mismo tiempo gozaba de gran aceptación la Via spiritus de Bernabé de Palma († 1532).

Entre los libros recomendados por santa Teresa a sus monjas se halla además, el Oratorio de religiosos del fecundo y originalísimo escritor Antonio de Guevara († 1545), cuyas obras literarias alcanzaron enorme difusión en toda Europa. Maestro más directo de la misma santa, con su consejo y ejemplo, fue san Pedro de Alcántara († 1562); su Tratado de la oración y meditación, resumen de otro de igual título del dominico Luis de Granada, ha tenido más de trescientas ediciones en diversas lenguas. Parecida resonancia tuvo Diego de Estella (t 1578) con sus tan conocidas obras Tratado de la vanidad del mundo y Meditaciones del amor de Dios.

Merecen, además, citarse en el siglo XVI, el insigne teólogo Miguel de Medina († 1578), que escribió deliciosos tratados sobre la humildad y la infancia espiritual; Juan de Bonilla, en cuyo Tratado de la paz del alma se inspiraría más tarde el "Combate espiritual" del teatino italiano Scupoli; Andrés de Ortega, que escribió un Tratado del camino del espíritu; Gabriel de Toro, que en 1548 publicó su Teología mística, unión del alma con Dios; el beato Nicolás Factor († 1583), autor de varias obritas espirituales; Juan de Pineda († 1593), famoso por su Agricultura cristiana; y el más fecundo y celebrado de todos, el descalzo Juan de los Angeles († 1609), cuyas obras más conocidas son los Triunfos del amor de Dios, los Diálogos de la conquista del reino de Dios y el Manual de vida perfecta. Es el primer escritor ascético que da cabida en su exposición a la psicofisiología, tratando de explicar científicamente los fenómenos de la vida interior, empresa para la que se hallaba preparado como ninguno en su tiempo. Su concepción del "centro del alma" guarda gran parecido con el "castillo interior" de santa Teresa. Es el más franciscano y bonaventuriano de los escritores españoles. Casi contemporáneos suyos son Diego Murillo († 1616), de cuya Escala espiritual hemos hablado ya, y Juan de Cartagena († 1617), que vivió en Italia y escribió Praxis orationis mentalis.

La lista de los grandes maestros, que aún podría prolongarse con muchas otras obras, parte de ellas anónimas, queda encerrada en los límites del siglo XVI. En el siguiente cabe mencionar a los descalzos Antonio Sobrino († 1622), autor de Vida espiritual y perfección cristiana, libro mandado retirar por la Inquisición en 1618, y Diego de la Madre de Dios († 1712), conocido por su Arte mística; a los capuchinos Gaspar de Viana († p. 1677), autor de dos importantes obras sobre la perfección cristiana; Isidoro de León († p. 1687), que publicó la obra Místico cielo en tres volúmenes; Agustín de Zamora († p. 1678), Pedro de Aliaga († p. 1688), Antonio de Fuentelapeña († c. 1702) y Antonio de la Puebla († 1710). Y ya que tratamos de espiritualidad franciscana, no puede omitirse la famosa concepcionista María de Jesús de Agreda († 1665), que tan grande influjo ejerció con su Mística ciudad de Dios María santísima.

El siglo XVIII ofrece algunas figuras como Antonio Arbiol († 1726), cuyo libro Desengaños místicos alcanzó once ediciones en el mismo siglo, lo mismo que otro libro suyo La familia regulada; y los capuchinos Félix de Alamín († p. 1727), autor de varios tratados, y Manuel de Jaén († 1739), cuya Instrucción para confesar y para recibir la sagrada comunión fue reimpresa varias veces1.

Espiritualidad franciscana italiana

Menos propensa que la española a las grandes síntesis de la teología mística, la espiritualidad italiana se orienta hacia la piedad concreta y hacia la acción; es un misticismo creador, de exigencia de realizaciones caritativas; por una parte las figuras de santidad ofrecen una manera de ir a Dios optimista, afectiva, equilibrada, pero esa misma índole práctica conduce fácilmente al moralismo paralizante y a cierto recelo latente contra todo lo que sea vuelo místico del alma. Obras que en el resto de Europa circulaban libremente, fueron condenadas por quietistas al difundirse en Italia.

Es la reforma capuchina la que, desde sus orígenes, presenta una producción notable de libros espirituales. Se comprende que, dada la finalidad primordial del cultivo del estudio, la producción impresa se encaminara preferentemente a hacer mejores a los lectores. Por otra parte, como lo hemos de ver, la predicación capuchina tenía como complemento imprescindible la implantación de la vida interior y la dirección espiritual de los fieles.

La primera obra impresa por un capuchino fue Arte dell'unione, de Juan de Fano († 1539), aparecida en 1536. Después de ésta tuvieron gran divulgación dos obritas de Bernardino de Balvano († c. 1570), enderezadas también a enseñar a las almas los métodos de oración mental; y el mismo fin se propuso en 1574 Silvestre de Rossano († 1596) en otro tratado similar. Siguió después Esercizi d'anima de Cristóbal de Verucchio, autor también de un libro de meditaciones sobre la Virgen que alcanzó catorce ediciones italianas y dos latinas, y la Prattica dell'orazione mentale de Matías de Salò († 1611), obra que fue más de cincuenta veces reimpresa en varias lenguas y que coloca a su autor entre los grandes maestros de la vida espiritual; escribió, además, otros muchos tratados y cursos de meditaciones. Fecundo escritor fue asimismo Valerio de Venecia († 1618), autor de varias series de meditaciones y de una extensa obra ascética titulada Prato fiorito di vari esempi, muy divulgada. Gran aceptación tuvieron en varias naciones las numerosas obras de Alejo de Salò († 1628) sobre la Virgen María, la pasión del Señor, la presencia de Dios, la oración mental, etc.; sus obras completas tuvieron hasta seis ediciones, además de las incontables reimpresiones de muchos de sus tratados.

Característico de la literatura espiritual capuchina, aun fuera de Italia, es el empeño por presentar la vida interior como asequible a toda clase de personas, y aparece en los mismos títulos: Método fácil... Camino fácil..., Regla clara... Se trata de breves tratados, escritos en general por hombres entregados de lleno al ministerio entre los fieles, y parten de la convicción práctica del llamamiento general a los más altos grados de la unión con Dios en el estado al que cada cual ha sido llamado. Esta copiosa literatura, modesta en sus pretensiones de difusión, es el mejor índice de la primacía de la oración entre los medios de renovación cristiana.

Las obras de mayor divulgación fueron Orologio spirituale de Francisco de Corigliano († 1625), Fuoco d'amore de Tomás de Olera († 1631), hermano lego que ejerció notable influencia con su correspondencia espiritual; Direttorio della vita cristiana de Francisco de Vicenza († 1656), Meditazioni sopra la vita di Cristo de Benito de Scandriglia († 1659), La filomela ovvero Canto spirituale de Marcantonio de Carpenedolo († 1665), Viaggio del cielo de Serafín de Milazzo († c. 1660), Viaggio dell'anima per andare a Dio de Matías de Parma († 1676), Directorium quotidianum de Domingo de Francavilla († 1688), Direttorio mistico de Bernardo de Castelvetere († 1760) y las obras del más fecundo de todos Cayetano María de Bérgamo († 1753), autor eminentemente ascético y moralizante; entre ellas destacan: Il cappuccino ritirato per dieci giorni, que ha tenido numerosas ediciones en ocho lenguas; L'umiltà del cuore, 45 ediciones en italiano; La fraterna carità, 12 ediciones en italiano y traducciones a las lenguas principales; Pensieri ed affetti sopra la Passione di Gesù Cristo, 47 ediciones en italiano, 7 en francés, 4 en español, 2 en flamenco...

Dentro de la familia capuchina merece un puesto relevante santa Verónica Giuliani († 1727), la extraordinaria mística estigmatizada, que dejó relatadas sus experiencias en las 22.000 páginas manuscritas de su Diario, que ha tenido dos ediciones en italiano y una en español2.

Además de los capuchinos, destacan entre los escritores italianos de obras espirituales los conventuales Antonio de Matelica († p. 1535), Andrés Verna († p. 1600), conocido por su Triplice Abecedario; Felipe Gesualdi († 1618) y Casimiro Liborio Tempesti († 1758), autor de varias obras de inspiración bonaventuriana, la principal Mistica Teologia; los observantes Bartolomé Cordoni de Città di Castello († 1535), autor del De unione animae, puesto en el índice de libros prohibidos en 1584; Mateo Selvaggi de Catania († p. 1542), que escribió Modo di vivere secondo la divina volontà y De nuptiis animae; Sixto Cucchi († 1630), autor de Strada per ascendere al alto monte della contemplazione; Clemente Pelandi († c. 1687), que publicó varias obras con títulos rebuscados según el gusto de la época, y los reformados Bartolomé Cambi de Salutio († 1617), cuyas obras principales son Testamento dell'anima, Luce dell'anima, muy editada y traducida, y Paradiso dei contemplativi, además de otras obras poéticas; Santos de Palermo († 1625), Ignacio Lupi de Bérgamo († 1659), con su Teologia mistica; el fecundo hermano lego san Carlos de Sezze († 1670), que transmitió sus experiencias luminosas en el Trattato delle tre vie, en el Cammino interno dell'anima y en su ingenua autobiografía Le grandezze delle divine misericordie; el también fecundo Andrés Zanoni de Arco († 1674), conocido por sus Esercizi spirituali; finalmente san Leonardo de Porto Maurizio († 1751), cuyos escritos van dirigidos al fruto continuado de sus predicaciones3.

Francia y Europa central

En el siglo XVI debe mencionarse el observante flamenco Francisco Vervoort († 1555), cuya influencia fue muy grande en su ambiente, y el alemán Gaspar Schatzgeyer († 1527) que, además de sus escritos antiluteranos, escribió Formula vitae christianae.

El siglo XVII es el siglo de oro de la espiritualidad francesa, y en ella ocupan un puesto preponderante los capuchinos, que conocieron su máximo florecimiento en Francia en la primera mitad del siglo. El escritor de mayor renombre y padre de la escuela espiritual capuchina es el inglés Benito de Canfield († 1610). Su obra más importante es la Regla de perfección, escrita en francés y publicada por primera vez en inglés hacia el año 1600. Tuvo cuatro ediciones en inglés, veintiuna en francés, trece en latín, cuatro en italiano, cuatro en flamenco, cinco en alemán, dos en español y una en árabe. Fue enorme la influencia de esta obra, no sólo entre los capuchinos, sino aun entre las personas espirituales más conocidas del siglo XVII.

Se ha designado a esta escuela espiritual por el principio fundamental que la informa: la voluntad de Dios, considerada como el compendio de las tres etapas de la vida interior. El secreto de todo progreso en la perfección está en "aplicar nuestra intención a la voluntad de Dios"; a esto se reducen todos los demás ejercicios; es el método más breve y meritorio. Esa voluntad de Dios, según el modo y el grado en que nosotros la conocemos, se divide en exterior, que es la voluntad de Dios conocida por la ley y la razón; interior, o sea la misma voluntad divina conocida de un modo experimental activo-pasivo, mediante inspiraciones, iluminaciones y elevaciones, y esencial, cuando se la conoce pasivamente, con una visión inmediata y continua; se la llama así porque la percibe el alma como identificada con la misma esencia divina. Según la terminología tomada de la escuela alemana, particularmente de Harphius, corresponde la voluntad exterior a la vía activa, la interior a la vía contemplativa y la esencial a la vía supereminente.

La Regla de perfección, combatida ya a raíz de su aparición, fue puesta en el índice de la Inquisición española en 1667 y en el del Santo Oficio en 1689, por el abuso que de ella hacían los quietistas4.

Benito de Canfield tuvo muchos discípulos en Francia y Flandes. Algunos de ellos dejaron escritos notables como Lorenzo de París († 1631), que publicó Le palais d'amour divin; Honorato de Champigny († 1624), autor de L'Academie évangelique; Constantino de Barbenson († 1631), autor de Anatomie de l'âme y Secrets sentiers de l'amour divin; Marcial d'Etampes († 1635), cuyo Traité facile pour apprendre á faire l'oraison mentale tuvo numerosas ediciones; José de París.(† 1638), autor de otro método para facilitar la oración mental; Sebastián de Senlis († p. 1647), que escribió La philosophie des contemplatifs; José de Morlaix († 1661); y al final del siglo, Leandro de Dijon († 1667); José de Dreux († 1671); Ivón de París († 1678); Luis Francisco de Argentan († 1680), conocido por su trilogía Les grandeurs de Dieu ... -de Jésus Christ- ... de la Sainte Vierge; Bernardino de París († 1685), que escribió Esprit de Saint François, primer ensayo sobre el ideal franciscano; Pablo de Lagny († 1694), autor de Chemin abregé de la perfection chrétienne, por no citar más que los más conocidos.

Entre los observantes franceses merece citarse Francisco Leroux († 1696) por su Traité spirituelle pour s'avancer dans le chemin de la perfection, y entre los recoletos Pascual Rapine († 1673), autor de obras históricas y ascéticas; Arcángel de Enguerrand († 1699), Severino Rubéric († p. 1623), Jacobo de Embrun († 1646), Victorino Aubertin († 1669) y Bonifacio Maes († 1706), flamenco, que escribió Mystieke theologie. A la espiritualidad flamenca pertenece asimismo el capuchino Juan Evangelista de Bois-le-Duc († 1635), autor de obras muy difundidas en varias lenguas, en especial Het Ryek Godts inder zielen.

En Alemania sobresalen los capuchinos Víctor de Tréveris († 1669), Juan Crisóstomo de Oberbüren († 1634), autor de varios tratados espirituales importantes, y Martín de Cochem († 1712), que compuso más de setenta obras destinadas a fomentar la religiosidad entre el pueblo, en especial su divulgadísima Explicación de la santa misa. En Polonia fue notable el reformado Juan Crisóstomo Dobrosielski († 1676), que publicó Summarium asceticae et mysticae theologiae; fue el primero en emplear la denominación de "teología ascética"5.

El cuadro cronológico y geográfico en que se desenvolvió la literatura espiritual del siglo XVII nos lleva sin más a preguntarnos cuál fue la actitud ante el quietismo en sus diversas etapas y ante el jansenismo. Las enseñanzas de Benito de Canfield sobre la voluntad de Dios, en los años del "prequietismo" francés, ofrecían ya un peligro manifiesto si eran mal interpretadas. De hecho en 1629 eran expulsados de la orden Lorenzo de Troyes y Rodolfo de París como contaminados de las ideas de los alumbrados; la actitud enérgica de José du Tremblay y la refutación hecha por Constantino de Barbençon y Arcángel de París acabaron con aquel brote peligroso en el seno mismo de la orden. Pero al propagarse medio siglo después el sistema quietista de Molinos, otra vez recayó la sospecha sobre los seguidores del maestro de la escuela capuchina. Un decreto del santo Oficio de 29 de noviembre de 1689, el año de la condenación de Molinos, ponía en el índice a varios capuchinos con Benito de Canfield, como ya se ha dicho, lo cual en manera alguna permite suponer un contagio verdadero en sector alguno de la orden; buen número de eminentes escritores se declararon adversarios acérrimos de las desviaciones místicas; Francisco María de Jesi († 1711) fue nombrado por el obispo de Jesi inquisidor para extirpar los errores de Molinos en su diócesis; en España le refutaron con la pluma Martín de Torrecilla, Félix de Alamín y Antonio de Fuentelapeña; en Francia hizo lo propio Nicolás de Dijon y más tarde en Italia Casimiro de Marsala († 1762).

Al jansenismo hicieron frente en todo tiempo los capuchinos con la propagación de la comunión frecuente ante todo. Las constituciones de 1643 exhortaban a los religiosos a comulgar diariamente; los predicadores promovían el apostolado eucarístico por medio de múltiples instituciones y de escritos apologéticos o pastorales. Más tarde veremos la actitud de la orden respecto de esta herejía en el terreno dogmático.

Como en las demás naciones, también en Francia y el centro europeo fue escasa la producción de obras espirituales en el siglo XVIII. Son dignos de mención el conventual Benito Sygl († 1764), el reformado Segismundo Neudecker († 1736), autor de un tratado titulado Geistesschule, y el capuchino Ambrosio de Lombez († 1778), cuyo Traité de la paix intérieure alcanzó gran difusión en varias lenguas6.

Influjo en la vida cristiana

La mayoría de los escritores mencionados y de los predicadores de mayor renombre fueron también grandes directores de almas y propulsores de poderosos movimientos de espiritualidad dentro y fuera de la orden.

Son muchos los escritos destinados a llevar a los fieles el conocimiento y el amor de Jesucristo, sobre todo de Cristo crucificado. La obra de mayor divulgación fue la Vida de Cristo del padre Martín de Cochem. Gran propagador de la devoción al Niño Jesús fue el padre Juan Crisóstomo de Oberbüren († 1634).

Entre las formas de devoción tradicionalmente franciscanas se daba especial importancia a las que tenían por objeto el culto a la pasión del Señor y en particular el Vía Crucis, cuyo mayor apóstol fue san Leonardo de Porto Maurizio. Este ejercicio piadoso había ido evolucionando en el curso de los siglos XV, XVI y XVII, adoptando diversas formas y variando el número de estaciones desde un mínimo de siete hasta un máximo de treinta y siete. Desde que Inocencio XI concedió indulgencias en 1686 al practicado "por los frailes menores, custodios de Tierra Santa", prevaleció éste con sus catorce estaciones en la forma actual.

Antes de que la devoción al sagrado Corazón de Jesús fuera aceptada públicamente en la iglesia, tuvo numerosos propagadores entre los capuchinos; baste citar los nombres de Lorenzo de París († 1631), Tomás de Bérgamo († 1631), José du Tremblay († 1638), Agustín de Zamora, Francisco de Montereale y Dionisio de Luxemburgo († 1712).

La devoción a la santísima Virgen revistió una forma solemne y como oficial en la exaltación del privilegio de la Inmaculada Concepción de María, proclamada patrona de toda la orden en el capítulo general de Toledo de 1645. Y tuvo manifestaciones más íntimas y espirituales en iniciativas como la de la esclavitud mariana. La primera "Hermandad de Esclavos de la Virgen, Madre de Dios" se fundó en el convento de las religiosas concepcionistas de santa Úrsula de Alcalá; recibió sus primeros estatutos de manos de fray Juan de los Angeles, gran apóstol de esta devoción, en 1595, estatutos que fueron refundidos y aprobados por el comisario general de la familia ultramontana Pedro González de Mendoza en 1608; fray Melchor de Cetina escribió en 1618 un valioso opúsculo fundamentando teológica y ascéticamente la nueva forma de devoción y redactó nuevamente los estatutos con la fórmula de consagración a María. La hermandad alcanzó un éxito prodigioso; se inscribieron en ella el emperador y la emperatriz de Austria, Felipe III y la reina doña Margarita, la infanta sor Margarita de la Cruz, el ministro general de la observancia Juan del Hierro y muchos otros insignes personajes. Fue confirmada canónicamente por Inocencio XI en 1685 y por Clemente XII en 1720.

Los capuchinos promovieron en el siglo XVIII con gran entusiasmo la devoción a María bajo la advocación de Divina Pastora, que tuvo por apóstol a Isidoro de Sevilla († 1750) y más tarde al beato Diego de Cádiz. En Alemania promovieron los predicadores capuchinos en el siglo XVII el culto a María Auxiliadora, sobre todo mediante la cofradía conocida bajo el nombre de Maria-Hilf, fundada en 1684 por el padre Albano de Munich; a los cuatro años contaba 170.000 asociados; en el siglo XVIII se extendió por toda Europa. Al padre Jerónimo de Forlí († 1630) se debe la costumbre de coronar solemnemente las imágenes de María. Como apóstoles del santo rosario se señalaron Juan Bta. de Monza, Honorato de Cannes († 1694), José de Carabantes († 1694) y Pablo de Cádiz († 1694). Mérito especial corresponde a la orden capuchina en la institución de la fiesta del Nombre de María, decretada por Inocencio XII en 1682 en agradecimiento por el triunfo obtenido contra los turcos.

En la vida religiosa del pueblo, los conventuales influyeron mediante iniciativas de piedad e instituciones de importancia. Desde el siglo XV comenzaron a propagar la Corona Franciscana o rosario de las siete alegrías de la Virgen, cuya fiesta celebra la orden el 26 de agosto. Sixto V erigió en 1585, en la basílica patriarcal de Asís, la Archicofradía del Cordón Seráfico, dando así existencia canónica, bajo la dirección del general de los conventuales, a la devoción, ya para entonces muy extendida entre los seglares de ambos sexos, de ceñir el cordón de san Francisco, aun sin pertenecer a la orden tercera.

Medio eficaz de renovación cristiana para grupos selectos fue la práctica de los ejercicios espirituales, así como lo era para remover anualmente el fervor entre los religiosos. Muchos de los autores arriba reseñados y muchos predicadores escribieron libros para servir de guía a tales retiros, especialmente a partir de la mitad del siglo XVII; fueron más abundantes entre los capuchinos, reformados y recoletos. El método, tanto para religiosos como para seglares, por lo general, era fundamentalmente el de san Ignacio de Loyola, con las modificaciones introducidas por las tendencias moralizantes de la época y por la espiritualidad tradicional franciscana.

Se halla expuesto en la guía de ejercicios más antigua que se conoce, publicada en 1705 por el futuro general capuchino Miguel Ángel de Ragusa, inspirado en varios autores jesuitas que él mismo recomendaba: máxima soledad interna y externa, intervención inmediata del director cuando es posible tenerlo, penitencias extraordinarias, examen de conciencia dos veces al día con miras a la confesión general, cuatro meditaciones diarias, que han de versar los cuatro primeros días acerca del pecado y de los novísimos (primera semana ignaciana), los cuatro siguientes acerca de la vida y pasión de Jesucristo (segunda y tercera semana), los dos últimos acerca del amor de Dios, de la eucaristía y de la voluntad divina (cuarta semana). Anteriormente habían publicado materia de meditación para los ejercicios Angélico de Lisle († 1650) y José de Dreux († 1671) ; este último, y después de él el padre Francisco de Montereale, ensayaron un plan de ejercicios de inspiración franciscana. Pero el libro de mayor aceptación en la orden para los ejercicios de diez días fue El capuchino retirado del padre Cayetano María de Bérgamo, publicado por primera vez en 1719 y traducido luego a todas las lenguas europeas; aunque en el modo de distribuir la materia sigue al padre Miguel Ángel de Ragusa y recuerda el método ignaciano, difiere grandemente de éste en el desarrollo de las meditaciones y en la manera de enfocar el fruto propio de cada semana y de cada día.

El mismo autor de El capuchino retirado y otros muchos buenos directores de ejercicios se dedicaron a extender este excepcional medio de ordenación evangélica entre el clero así secular como regular, entre las religiosas y entre el pueblo. Quedan buen número de obras compuestas con este fin. Para los eclesiásticos y religiosos los ejercicios duraban diez días, los de los fieles solían ser de cuatro a seis días. Fue sobre todo notable la campaña de ejercicios populares realizada por los capuchinos franceses en la segunda mitad del siglo XVII, campaña impulsada por el padre Honorato de Cannes († 1694); eran ejercicios semicerrados, con meditaciones, pláticas y exámenes mañana y tarde; se daban por separado a las diferentes categorías de personas. También conocieron los capuchinos el apostolado de los ejercicios cerrados; duraban cinco días y parece que sólo eran admitidos los hombres; a este fin se habilitaban casas espaciosas en las ciudades, ya que los conventos capuchinos no ofrecían condiciones. En el siglo XVIII dejaron escritos cursos o tratados de ejercicios para los extraños Esteban de Cesena († 1771), Nicolás de Eslava, el beato Diego de Cádiz, Miguel de Santander († 1831); se sirvieron eficazmente de este medio de apostolado el padre Francisco Albano de Rüdesheim († 1783), Andrés de Faenza († 1783), Nicolás de Lagonegro († 1792).


NOTAS:

1. Místicos Franciscanos Españoles, ed. B.A.C., 3 vols. Madrid 1948-1949.- Diccionario de Hist. Ecl. Esp., 4 vols. Madrid 1973-1975.- J. M. Moliner, Historia de la literatura mística española. Burgos 1961.- E. A. Peers, Studies of the Spanish mystics. Vol. III, London 1960.

2. Optatus a Veghel, Scriptores ascetici et mystici Ord. Capuccinorum, en Laurentianum 1 (1960) 98-130, 213-244.- Metodio da Nembro, Quattrocento scrittori spirituali. Roma 1972, 29-137.

3. Optat de Veghel, Spiritualité franciscaine, en Dict. Spiritualité, V, 1347-1391.

4. Optat de Veghel, Benoit de Canfield (1562-1610). Sa vie, sa doctrine et son influence. Roma 1949.

5. Optat de Veghel, Spiritualité franciscaine, en Dict. Spiritualité, V, 1367-1391.

6. E. Longpré - A. Rayez, Spiritualité franciscaine, en Dict. Spiritualité, V, 1633-1648.

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