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DIRECTORIO FRANCISCANOHistoria franciscana |
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IV. LA RESTAURACIÓN "Restauración" es el término apropiado. Efectivamente, los "sobrevivientes"1 de la tormenta centenaria, al tratar de reorganizar la respectiva orden, no pensaron en una renovación volviendo a los orígenes, sino que se contentaron con enlazar con la etapa precedente, reunir los materiales dispersos o removidos, como se hace con un edificio que se quiere repristinar, y hacerse a la idea de que todo continuaba lo mismo, pero rehecho y robustecido. Un criterio de adaptación a la nueva sociedad no entraba en las perspectivas eclesiales de aquel tiempo. El pueblo cristiano y el clero, por otra parte, saludaba con gozo la reaparición del franciscano tradicional, ahora más pobre, más sincero, más interior y más popular. Y él se sentía aceptado, si bien la otra sociedad, alejada de la iglesia, lo seguía mirando con desvío y aun con aversión. Frente a las nuevas exigencias apostólicas se pensó en preparar la mente y el espíritu de la nueva generación, pero dentro de las formas tradicionales de vida, que los jóvenes en período de formación imitaban de los viejos dechados, especialmente en aquellas naciones donde, como en Italia, no se había producido una hendidura en la continuidad, por la breve duración de las supresiones. Pero no faltaron hombres de visión realista que hubieran querido una ruptura neta con el pasado inmediato, no en los elementos permanentes, sino en muchas expresiones formales, sin contenido, que contrastaban con la mentalidad ambiente y aun con la autenticidad franciscana. Uno de ellos fue el capuchino José Calasanz de Llavaneras, el futuro cardenal Vives y Tutó († 1913), colaborador del general Bernardo de Andermatt a la edad de treinta años. Protestaba contra un método de formación que convertía a los novicios "en maniquíes, modelándolos según un patrón convencional de gestos y actitudes..., perniciosa peste, que habitúa a los jóvenes a la doblez y a los viejos a la hipocresía", y contra el error pésimo de hacer recaer sobre los jóvenes el peso de las observancias y austeridades, creando la desigualdad e hiriendo de muerte la vida común. Por eso reclamaba sinceridad en los mayores y atención a la nueva mentalidad de los candidatos; si bien, él mismo recelaba de la posible infiltración del liberalismo en las comunidades2. * * * * * Capítulo I En 1882 se celebró el séptimo centenario del nacimiento de san Francisco, pero tímidamente y como a puertas cerradas. Con tal ocasión, León XIII publicó la encíclica Auspicato (17 setiembre 1882), en que hacía un llamamiento a la revigorización de las instituciones franciscanas, en especial de la orden tercera, como el mejor antídoto contra los egoísmos que dan pretexto al socialismo, y, refiriéndose a los miembros de la primera y segunda orden, decía: "Sacudidos al presente por recia tempestad, se hallan sometidos a inmerecida prueba. ¡Ojalá que, por la protección de su santo Padre, puedan salir pronto de esta marejada, más vigorosos y pujantes!"3. Mayor importancia tuvo en 1909 el centenario de la fundación de la orden, cuando ya todas las familias franciscanas se habían recobrado plenamente y miraban al porvenir con esperanza y seguridad. Por eso mismo reapareció la querella interna sobre la genuinidad del entronque con san Francisco y de la sucesión jerárquica de los ministros generales. Pío X declaró en su breve Septimo iam pleno saeculo (4 octubre 1909): "Los ministros generales de las tres familias franciscanas son y deben ser considerados iguales en dignidad y potestad, como vicarios y verdaderos sucesores de san Francisco, cada uno para su familia respectiva... y todos tres se remontan legítimamente al mismo seráfico Padre por la serie de sus predecesores... Las tres órdenes de la familia minorítica son como tres ramas de un mismo árbol, cuya raíz y tronco es Francisco, y sus miembros son con igual y pleno derecho hermanos menores"4. La primera guerra mundial (1914-1918), fuera de la perturbación general, no trajo grandes males a las familias franciscanas; terminada la contienda, pudieron reanudar su vida y su apostolado con mayor libertad que antes. La promulgación del código de derecho canónico en 1917, y la sucesiva adaptación al mismo de las constituciones y otros documentos legislativos y disciplinares, trajo consigo cierta novedad jurídica en algunos aspectos, pero no influyó grandemente en la vida interna. En 1926, el centenario de la muerte de san Francisco no sólo puso en vibración a toda la gran familia franciscana, sino que hizo sentirse a los hijos del Poverello actuales y necesarios en la sociedad moderna, a la vista de los homenajes públicos que se le tributaron y de la popularidad de su figura puesta de manifiesto aun en ambientes protestantes y laicos. Los tiempos habían cambiado; una euforia creativa hacía prodigarse a los miembros de las tres familias minoríticas en multitud de iniciativas y de manera especial en la propagación del evangelio. Los dos decenios de la primera posguerra fueron serenos y fecundos. Si bien, no faltaron pruebas dolorosas como la persecución de Calles en Méjico (1926-1928). La guerra civil española (1936-1939) fue acompañada de la persecución religiosa en la zona roja; murieron asesinados 226 franciscanos y 94 capuchinos, además de 88 miembros de otros institutos franciscanos. El despertar vocacional que siguió a la paz compensó con creces esas pérdidas y las ruinas producidas. Tras ella sobrevino la segunda guerra mundial (1939-1945), que dejó malparadas a muchas provincias de Europa Central. Pero lo peor vino inmediatamente al caer varias naciones bajo la zona de influencia rusa y, por lo tanto, bajo los regímenes comunistas; en algunas, como Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, se llegaría a la supresión total de las comunidades religiosas; en otras, como Yugoslavia, Polonia, Alemania Oriental, Lituania, verían muy restringida su libertad de acción. Esta segunda posguerra, que en el campo cultural y social trajo la quiebra de tantos valores, haría aparecer una nueva crisis en los institutos religiosos. No era sino un aspecto de la crisis general de adaptación que se hacía sentir en la iglesia: la sensación de sentirse como caminando a destiempo con la historia, de estar representando ideales anacrónicos de vida en medio de una sociedad en proceso de secularización, de estar sosteniendo estructuras sin contenido y sin incidencia evangélica en los hombres de nuestro tiempo. Algunos se preguntaban si todavía la vida religiosa tenía algo que decir al mundo actual; otros, menos radicales, seguían creyendo en los valores de la vida consagrada, pero reclamaban la aligeración del lastre de muchas cosas anticuadas, adherencias de otros tiempos con mentalidad y necesidades diferentes. El choque de generaciones era inevitable. Una respuesta a la alarma producida por estos síntomas quiso ofrecer en 1950 el primer congreso internacional de estados de perfección, cuyo principal organizador fue el capuchino Agatángel de Langasco († 1976). La consigna fue: Renovarse y adaptarse. Los congresos se sucedieron a nivel nacional y mundial hasta el II Concilio Vaticano (1962-1965), cuyo decreto sobre la renovación y adaptación de la vida religiosa, seguido del motu proprio Ecclesiae Sanctae y de la exhortación de Pablo VI Evangelica testificatio (1971), dio los principios y las normas de una verdadera renovación que pondrá a los religiosos en condiciones de responder a las exigencias de la época presente. Como los demás institutos, también las órdenes franciscanas tuvieron sus capítulos extraordinarios de renovación y acometieron la revisión a fondo de sus constituciones, promulgadas luego "ad experimentum". El período de renovación y de experimentación sigue abierto. Pero la crisis preconciliar y el clima de provisoriedad de tantas cosas ha desorientado a muchos, y no han faltado los abandonos en número preocupante, lo cual, unido al descenso vocacional, ha hecho acusar una flexión numérica muy pronunciada a partir de 1966, como veremos. Entre tanto, se iban olvidando progresivamente las divergencias entre las varias familias, mediante una creciente intercomunicación y colaboración fraterna, sea a nivel regional sea a nivel de gobierno general, con reuniones y actuaciones conjuntas de los ministros generales de los franciscanos, conventuales, capuchinos y terciarios regulares. Fue significativo a este respecto el acto conmemorativo de los 750 años de la fundación de la orden, en el que renovaron la profesión los cuatro generales ante el papa Juan XXIII en la basílica de Letrán el 16 de abril de 1959. Recientemente, las celebraciones con ocasión del 750 aniversario de la muerte de san Francisco han vuelto a reunir la familia franciscana entera, especialmente en el retiro conjunto de los cuatro ministros generales con sus respectivos definitorios en el monte Alvernia en 1976. En los siglos XIX y XX no han escaseado los frutos de santidad, algunos de ellos espléndidos, proclamados oficialmente por la iglesia. Tales son: los dos legos capuchinos san Francisco María de Camporosso († 1866), caritativo limosnero de Génova, y san Conrado de Parzham († 1894), portero en el santuario de Altötting (Baviera); los beatos, también capuchinos, Inocencio de Berzo († 1890), sacerdote de la provincia de Milán, y Leopoldo Mandic de Castelnovo († 1942), croata, gran apóstol del confesonario en Padua; Manuel Ruiz y sus siete compañeros, que sufrieron el martirio en Damasco en 1860, todos observantes menos un reformado; el otro grupo de ocho mártires franciscanos, tres de ellos obispos, sacrificados en la persecución de los boxers en China el año 1900; finalmente, el gran apóstol de la Inmaculada, Maximiliano Kolbe († 1941), conventual, víctima voluntaria de la caridad en el bunker del hambre del campo de prisioneros de Auschwitz. * * * * * Capítulo II Los franciscanos (O. F. M.) En 1869, Pío IX nombró general al reformado Bernardino de Portogruaro (1869-1889), eminente bajo muchos conceptos, quien en su largo gobierno de veinte años supo imprimir a la orden el impulso decisivo hacia la restauración. Visitó incansable las provincias y atendió con cuidado especial a los religiosos víctimas de las recientes expulsiones en Italia (1870-1873), Prusia (1871-1875) y Francia (1880). Fundó en 1882 el órgano oficial de la orden titulado Acta Ordinis Minorum. Tuvo el consuelo de ver restaurados los conventos en la mayoría de las provincias, pero no logró recobrar el de Aracaeli, en Roma, sede de la curia generalicia por espacio de más de seiscientos años, por lo que ésta hubo de instalarse en el nuevo colegio de San Antonio5. En 1889 pudo reanudarse, tras nueva interrupción de veintisiete años, la celebración de los capítulos generales. Fue elegido el padre Luis Canali, de Parma (1889-1897). Las provincias españolas, ya restauradas, estuvieron representadas por su comisario apostólico; el capítulo trató de poner fin a esta escisión, pero sin resultado, por lo que dichas provincias quedaron privadas de la asistencia al próximo capítulo general. El mayor éxito de este capítulo fue la promulgación de constituciones uniformes para toda la orden, meta vanamente perseguida desde 1517. Pero en vista de la oposición de los reformados, hubo de permitírseles a éstos retener sus propios estatutos, que fueron nuevamente revisados. El ambiente, sin embargo, estaba cada vez más dispuesto para dar el paso definitivo hacia la unión. Ya en 1862, en público capítulo general, había hecho una exposición el P. Fulgencio de Turín, pidiendo la unión de las cuatro familias de observantes, reformados, descalzos y recoletos, bajo la única denominación de "franciscanos" y dentro del mismo régimen jerárquico. Ante esta inopinada propuesta, el definitorio guardó silencio, porque aún no estaba preparado el ambiente. En el capítulo de 1889 pudo observarse que la idea se iba abriendo paso, no obstante la resistencia abierta de un sector de reformados. El papa León XIII, paternal favorecedor de todo lo franciscano, tomó como suyo el asunto de la unión y lo presentó al capítulo general de 1895 como programa central. Planteóse primero la cuestión de las dos familias jurisdiccionales, cismontana y ultramontana, que ya no tenían razón de ser; la solución se remitió al fallo de la santa Sede y consistió en dividir la orden en doce circunscripciones. Expuestas por el presidente del capítulo, el dominico cardenal Mauri, las bases de la unión, dieron sus votos por separado cada una de las familias. Los observantes se declararon casi unánimemente a favor; los reformados votaron en su mayoría en contra, lo mismo los pocos descalzos que se hallaron presentes; los recoletos consintieron, pero a condición de que se tomaran las necesarias precauciones para poner a salvo la pobreza de la orden. En la votación general aparecieron 77 vocales a favor y 31 en contra; todavía se logró que 23 de éstos se adhirieran a la mayoría en días sucesivos y sólo ocho se mantuvieron en abierta oposición. Después se designó una comisión para elaborar las constituciones y todo el negocio quedó en manos de la sagrada Congregación de Obispos y Regulares. El 15 de mayo de 1897 eran aprobadas las nuevas constituciones generales y con fecha de 4 de octubre del mismo año aparecía la constitución apostólica Felicitate quadam, en que León XIII decretaba solemnemente la unión bajo la única denominación de Ordo Fratrum Minorum, en la guarda de las mismas constituciones uniformes, en el uso del mismo hábito, igual para todos en la forma y el color (éste debía ser castaño, desapareciendo la anterior variedad de colores: gris, negro, violado y azul); en absoluta unidad de régimen, con un solo ministro general, un procurador, un secretario, un postulador para las causas de canonización. Con el fin de asegurar la eficacia de esta decisión, el papa disponía que las provincias que rehusaran acatar la constitución apostólica quedaran privadas del derecho de recibir novicios y que los religiosos solemnemente profesos que manifestaran no poder aceptar el nuevo estado de cosas, fueran separados de los demás, con autorización para vivir en sus propias casas. La unión, con todo, no era perfecta. Los españoles aceptaron las constituciones generales como el resto de la orden, pero mantuvieron su independencia de régimen, aun después que las demás órdenes religiosas habían renunciado espontáneamente a la bula Inter graviores. El cargo de comisario general de España, que en 1904 volvió a titularse "vicario general", en virtud de un decreto de Pío X, no desaparecería hasta 1932. León XIII nombró ministro general al P. Luis Lauer (1897-1901), ex procurador de los recoletos, que había presidido la comisión encargada de la redacción de las constituciones; a su prudencia y tacto se debe la ejecución de la Felicitate quadam6. En 1911, Pío X ordenó hacer una nueva edición revisada de las constituciones; el nuevo texto fue promulgado por la santa Sede en 1913. Publicado el Código de Derecho Canónico, se hacía necesaria nueva revisión y ésta fue aprobada por el capítulo general de 1921 y ratificada el mismo año por la sagrada Congregación de Religiosos. El capítulo de 1951 aprobó una nueva revisión, que fue promulgada por Pío XII en 1953. Obedeciendo las disposiciones del Vaticano II se acometió, con la colaboración de toda la orden, la revisión a fondo; el capítulo de 1967 aprobó el esquema y encomendó a una comisión la redacción definitiva; ésta fue aprobada en el capítulo de Madrid de 1973 por vía de experimentación. El mapa de las provincias de la orden, cuando ya estaba en marcha la restauración y hecha la unificación de observantes, reformados, recoletos y descalzos, quedó de la siguiente forma en 1897. Toda la orden quedó distribuida en doce circunscripciones, que agrupaban las provincias según un criterio de afinidad regional: 1.ª Italia central, con cuatro provincias; 2.ª Italia septentrional y Cerdeña, con ocho; 3.ª Italia meridional, con cuatro; 4.ª Calabria, Sicilia y Malta, con siete; 5.ª Tierra Santa, Balcanes y Tirol, con nueve; 6.ª Imperio austro-húngaro, con siete; 7.ªAlemania, Bélgica y Holanda, con siete; 8.ª Francia e islas de Gran Bretaña, con ocho; 9.ª las provincias españolas de Santiago, Cantabria y Andalucía, y la de Portugal; 10.ª las de Cartagena, Valencia, Cataluña y Filipinas; 11.ª América meridional y central, con once provincias; 12.ª Méjico y Estados Unidos, con ocho. Las tres provincias y los dos comisariatos que existían en los Estados Unidos deben su origen a los religiosos alemanes emigrados con ocasión del Kulturkampf y a los italianos e irlandeses que acudieron a asistir espiritualmente a las colonias de sus propias naciones. América del Norte sería el campo principal de expansión en el siglo XX. Causa admiración la rapidez con que la orden se fue propagando de nuevo en Francia y en la Península Ibérica, las dos naciones donde la interrupción había sido más prolongada. En 1849 abría el primer convento en Francia el navarro José de Areso († 1878), comisario de Tierra Santa; y ya en 1860 podía constituirse la primera provincia. Al año siguiente, los reformados formaban la provincia de San Bernardino, de la cual se desmembró en 1889 la de San Dionisio; en 1892 aparecía una cuarta provincia con el antiguo título de provincia de "Francia", que iniciaría la expansión de la orden en Canadá. En España existieron algunas comunidades más o menos clandestinas. El gobierno, cayendo en la cuenta de la importancia de la presencia de los religiosos en ciertos países, aun para la influencia española, fue autorizando colegios de misioneros; así, apareció en 1856 el de Priego (Cuenca), trasladado en 1862 a Santiago de Compostela, para proveer de misioneros a Tierra Santa y Marruecos. Obtenida la autorización general, se fueron multiplicando las fundaciones a partir de 1878. En 1889 existían ya ocho provincias. La provincia de Portugal pudo ser restablecida en 1891. Los conventuales (O. F. M. Conv.) En 1860 eran 21 las provincias de los conventuales, que para 1893 se habían elevado a 24, incluyendo los comisariatos: 13 en Italia (con la de Malta, de reciente fundación) y 11 en otras naciones; entre éstas figuraba, desde 1872, la de Estados Unidos de América, donde se habían establecido los conventuales de Baviera en 1852. En 1900 comenzarían a extenderse en Inglaterra y en 1904 regresarían a España después de casi cuatro siglos de haber sido suprimidos. En 1936 las provincias sumaban 27 y en 1950 se elevaban a 33, de las cuales 13 en Italia, 15 en el resto de Europa, 4 en América del Norte y 1 en Japón. Para esa fecha los conventuales italianos se habían extendido en Argentina (1947), en Uruguay (1947) y en Brasil (1946), mientras que los norteamericanos llegaban a Costa Rica (1945) y a Honduras (1948). Hoy, las provincias son 35, incluidos tres comisariatos generales. Desde 1872 hasta 1891 no hubo capítulo general debido a la situación de Italia. En 1872 Pío IX nombró a Antonio María Adragna de Trapani y en 1879 León XIII a su sucesor Buenaventura María Soldatic' de Cherso. Reunido por fin el capítulo general en 1891 eligió a Lorenzo Caratelli de Segni, que gobernó la orden hasta 1904. El capítulo de este año puso las riendas de la orden en las manos de un miembro de la provincia americana de la Inmaculada Concepción. La orden había tomado decididamente la marcha ascendente con una conciencia más universal. En 1823, a petición del ministro general José María de Bonis, Pío VII había confirmado las constituciones de Urbano VIII, con las modificaciones exigidas por los cambios de los tiempos, sobre todo en lo referente a la mitigación de las leyes penales. Estas constituciones estuvieron en vigor hasta 1932, en que comenzaron a regir las aprobadas en el capítulo general de 1930, revisadas con arreglo al Código de Derecho Canónico. El capítulo general especial de 1969 aprobó un nuevo texto, totalmente refundido según las orientaciones del Vaticano II; estas constituciones fueron todavía revisadas en el capítulo ordinario de 1972 y promulgadas ad experimentum7. Los capuchinos (O. F. M. Cap.) La orden capuchina logró reaparecer en Francia relativamente pronto. Fue la provincia de Saboya, reorganizada en 1817, el centro de expansión. Paulatinamente fueron apareciendo algunas comunidades en Provenza; en 1837 se abría el noviciado de Lyon. Y ya en 1844 quedaba erigida la única provincia de Francia, que en 1870 era desmembrada en tres, las de Lyon, París y Toulouse. Después de la guerra mundial los conventos de Alsacia formaron la provincia de Strasburgo (1920). El convento de Velp, recobrado en 1814, fue la base para la restauración en Holanda y Bélgica; la nueva provincia quedó constituida en 1857, y en 1882 quedó dividida en dos. En 1959 los conventos de la región valona formaron circunscripción independiente. Desde 1852 existió en Bayona (Francia) un convento de capuchinos españoles, que continuaban la vida regular en espera de la anhelada restauración en su patria. En 1863 pudo abrirse, con permiso excepcional del rey, un convento noviciado en Arenys de Mar. Pero la restauración definitiva y legal se inició en 1877 con la fundación del convento de Antequera, autorizada por Alfonso XII a instancias del P. Bernabé de Astorga († 1910). Para esa fecha, los religiosos de la comunidad de Bayona ejercían ya el ministerio de la predicación en España con gran libertad. En 1880 eran ya siete los conventos y dos estaban en construcción. Los mejores religiosos, capitaneados por el P. Esteban de Adoáin († 1880), sentían aversión hacia el régimen nacional, instaurado por la bula Inter graviores; por fin pudo lograrse la abrogación en 1885 a petición del mismo comisario apostólico Joaquín de Llavaneras, que pasó a ser provincial de la única provincia constituida en esa fecha. En 1889 fue dividida en tres: Aragón, Castilla y Toledo, con un distrito nullius sujeto directamente al ministro general. En 1898 la provincia de Toledo se desmembró en dos: Andalucía y Valencia; en 1900 con el territorio de la de Aragón se formaron las de Cataluña y Navarra-Cantabria-Aragón. El distrito autónomo fue suprimido en 1907. Con religiosos españoles se constituyó en Portugal un comisariato general en 1939; sería elevado a provincia en 1969. En Italia, el mapa sufrió pocas modificaciones; pero las provincias de Italia meridional, en otro tiempo tan rebosantes de religiosos, han andado mal para levantar cabeza después de la supresión, siendo varias de ellas reducidas a comisariatos, lo mismo que las dos de Cerdeña donde sólo en época reciente ha logrado restablecerse una provincia. En el imperio austríaco tardó en rehacerse la vida regular bajo el absolutismo, por no haber habido mutación política; pero, en cambio, la reacción liberal vino a favorecer a las órdenes religiosas, sobre todo a partir del concordato de 1855. En 1928, debido al cambio de fronteras, fueron desmembrados de la provincia del Tirol los conventos del territorio pasado a Italia, formando la provincia de Brixen. La provincia de Baviera quedaba restaurada para 1836; por el contrario, la de Westfalia era disuelta en 1834 por un decreto de Federico Guillermo III, y así permaneció hasta 1848, en que se promulgó en Prusia la libertad religiosa; en 1860 era erigida la nueva provincia rheno-westfálica. En Suiza sólo tuvieron que experimentar las consecuencias de los cambios políticos los conventos situados en el Ticino. Los capuchinos situados en Polonia sufrieron primero la persecución rusa de 1830-1831, y en 1864, la supresión total. Al recobrar Polonia su autonomía, se formaron en 1921 dos circunscripciones, la provincia de Varsovia y el comisariato de Cracovia, que en 1939 sería erigido en provincia. Asimismo, en 1921 fue creada en Yugoslavia la provincia de Iliria, que en 1967 sería desmembrada en dos comisariatos, Croacia y Slovenia. A favor de la libertad religiosa, pudieron reorganizarse los capuchinos de Irlanda, primero como comisariato (1856) y luego como provincia (1885). Desde 1825 había funcionado en Frascati un noviciado para irlandeses. En 1850 se iniciaba la restauración de la orden en Inglaterra, donde en 1873 podía constituirse una provincia independiente. Además de la depuración de las provincias europeas, tuvieron otro resultado muy providencial las persecuciones de los gobiernos liberales: la expansión de la orden en América. En el período anterior se habían limitado los capuchinos pasados al Nuevo Mundo al apostolado misionero; ahora se iniciaban las fundaciones estables. En 1852 fundaban los españoles en Guatemala; en 1865, el P. Esteban de Adoáin establecía otro convento en El Salvador; en 1872 eran expulsados por la revolución los componentes de estas comunidades que formaban el comisariato de Centroamérica; algunos de ellos, llamados por el presidente García Moreno, fundaban en el Ecuador tres años después. De mayor importancia fueron las fundaciones llevadas a cabo en la América septentrional. En 1858 se fundaba el primer convento en Estados Unidos por obra de dos sacerdotes suizos que lograron llevar una comunidad de capuchinos compatriotas suyos; así se formó en 1860 un comisariato general, elevado en 1882 al rango de provincia, denominada Calvariense, del nombre del primer convento en Mount Calvary. Por otra parte, en 1874, en previsión de lo que podía temerse del Kulturkampf, la provincia de Baviera fundaba un convento en Pittsburgh como refugio de emigración; fue el origen de la provincia de Pennsylvania, erigida en 1882. En la convocatoria del capítulo general de 1884 había escrito el general Egidio de Cortona (1872-1884): Universus ordo noster ante Deum hominesque relevandus est8. Era al mismo tiempo la confesión de la palpable decadencia y la afirmación de un seguro resurgimiento. Comenzaba una nueva época. Los capitulares, reunidos en Roma, vivieron la conciencia de aquella comprobación y de este propósito; no ha habido en la historia de la orden un capítulo tan fecundo en poderosas iniciativas y de tan certera mirada sobre el porvenir. El primer gran acierto del capítulo de 1884 fue poner el timón de la orden en manos de un hombre providencialmente dotado para promover y encauzar el deseado resurgimiento. Los veinticuatro años del régimen del P. Bernardo de Andermatt señalan una ininterrumpida marcha ascendente, verdadero vigor de juventud. Su programa de gobierno quedó condensado en la primera circular de 13 de junio de 1884 con estas palabras: "Guardar en toda su integridad y pureza la regla seráfica, junto con las prescripciones de nuestras constituciones y las sabias tradiciones y costumbres transmitidas por nuestros padres, pero cuidando al mismo tiempo de amoldar, con una prudente adaptación, nuestra disciplina a las condiciones del mundo moderno". Comenzó por una profunda reorganización de la curia general en el sentido de una mayor centralización. Logró la supresión del comisariato apostólico de España, restaurando la unidad de la orden. Inició la publicación mensual del órgano oficial titulado Analecta Ordinis, a partir de 1884. Hizo la revisión de las ordenaciones de los capítulos generales, promulgó el Statutum pro missionibus, el Breviario, Misal, Martirologio y Ceremonial propios de la orden. Pero no fue solamente un inteligente organizador, animado de un celo ardoroso por la renovación espiritual, empleó la mayor parte del tiempo en visitar personalmente las provincias, captando sagazmente la situación peculiar de cada una y dando sabias ordenaciones; promovió vigorosamente los estudios; dio impulso y orientación al ministerio de la predicación sagrada. No debe causar extrañeza que los capitulares reunidos en 1895 le reeligieran, casi unánimemente, para regir la orden durante otros doce años. Durante su gobierno, las provincias y comisariatos pasaron de 46 a 57, y los religiosos de 7.896 a 10.083. El mapa de la orden iría ampliándose, sobre todo, con las nuevas circunscripciones de América, muchas de ellas iniciadas con fines misionales. Las antiguas prefecturas y viceprefecturas del Brasil daban lugar en 1937 a diez custodias confiadas a otras tantas provincias europeas, de las que llegarían a ser provincias las de Río Grande do Sul (1940), Sâo Paulo (1953) y Paraná-Santa Catarina (1968). Chile y Argentina formaban en 1900 una custodia provincial, erigida en 1929 en comisariato, que en 1936 era dividido en dos; en 1974 Chile y Argentina pasaban a ser provincias. La custodia de Uruguay era erigida en 1891, elevada a comisariato en 1943 con el nombre de Rioplatense y a provincia en 1974. La custodia del Perú data de 1948. El comisariato de Ecuador-Colombia, erigido en 1876, fue reducido a custodia en 1890; en 1895 los capuchinos eran expulsados del Ecuador; en 1907 se restablecía el comisariato, que en 1950 fue dividido en dos custodias, la de Colombia y la de Ecuador. En 1931 se formó la custodia de Bogotá, en Colombia. En 1937 las residencias de los capuchinos de Castilla formaron la custodia de Venezuela y Cuba. En 1900 las varias fundaciones existentes en las repúblicas de Honduras, Costa Rica, Nicaragua, Panamá y Méjico formaron la custodia de Centroamérica. La de Santo Domingo fue fundada en 1909 y la de Guatemala en 1964. Todas estas nuevas circunscripciones en la América de lengua española fueron obra de las provincias de España, a excepción de las de Uruguay y Perú, fundación de la provincia de Génova, y de la de Puerto Rico, fundada en 1929 por la provincia de Pennsylvania. En América del Norte, además de las ya mencionadas provincias, Calvariense y Pennsylvánica, han ido apareciendo la de New York (1952), New Jersey (1976), la vice-provincia de California (custodia, 1937), la provincia de Canadá Oriental (1942) y la viceprovincia del Canadá Meridional (custodia, 1938). Hay que añadir las provincias de reciente erección en los territorios de misión, de las que más adelante se hablará. En 1909 se hizo la revisión de las constituciones de la orden, pero dejando intacta la redacción tradicional. Otra nueva revisión se hizo en 1925 con el fin de acomodarlas al Código de Derecho Canónico; en 1928 se hizo también una nueva revisión de las ordenaciones de los capítulos generales. En este mismo año la reforma capuchina celebró con fundado optimismo el cuarto centenario de su existencia. Como en los demás institutos, siguiendo las normas del Vaticano II, se llevó a cabo la revisión y adaptación de las constituciones, que fueron aprobadas en el capítulo especial de 1968, retocadas en el capítulo ordinario de 1970 y nuevamente confirmadas ad experimentum en el de 1974. Cambios en la constitución interna En realidad no han sido muchos los cambios estructurales. La duración del cargo de ministro general, que en el siglo XIX fue de doce años por imposición pontificia, en atención a las circunstancias, volvió a ser de seis años en las tres familias no bien se recobró la normalidad. Y por lo tanto, también la celebración sexenal de los capítulos generales y trienal de los capítulos provinciales. La reflexión a fondo que se hizo sobre el ideal franciscano de vida, sobre el espíritu de san Francisco y sobre el panorama evangélico presentado por el Concilio, trajo como consecuencia como un acuerdo tácito entre los menores de recobrar y poner de relieve muchos elementos oscurecidos a lo largo de los siglos, muy necesarios hoy en un proceso de renovación y de puesta al día de la forma de vida. Tales son, principalmente, la atención al espíritu de la regla, superando la problemática de las antiguas declaraciones pontificias, para lo cual fue un paso importante la declaración de la Congregación de Religiosos de 4 de marzo de 1970; la vuelta al clima de fraternidad y, con ella, al espíritu de compromiso fraterno, de participación corresponsable en la marcha de la orden, de la provincia y de la comunidad local; el voto se concede por igual a sacerdotes y no sacerdotes, abolidas las situaciones de privilegio. El mismo método seguido en la preparación de las constituciones renovadas, a tenor del motu proprio Ecclesiae Sanctae, con amplia consulta de la base, y la necesidad de fundamentar evangélica y franciscanamente cada prescripción, ayudó grandemente a crear una atmósfera nueva. La importancia del capítulo no primariamente como asamblea de gobierno, sino como encuentro de hermanos y participación activa en la promoción de los intereses comunes, aparece de manifiesto en las nuevas constituciones, así como la tendencia a la descentralización por medio de órganos intermedios que, por una parte, dan personalidad a las regiones y, por otra, activan la comunicación con el centro de la orden y la función pastoral del gobierno general. Veamos algunas de las innovaciones más notables. Las constituciones actuales de las tres familias establecen, además del capítulo general ordinario, que se celebra cada seis años, el capítulo general extraordinario, que puede convocarlo el ministro general con su definitorio durante el sexenio por motivos muy importantes. La composición del capítulo general es similar en las tres ramas, con algunas diferencias. Entre los franciscanos son vocales el ministro general, todos los componentes del definitorio general (ocho definidores más el secretario general, el secretario de las misiones y el moderador del oficio de la formación), el custodio de Tierra Santa, los ministros provinciales, los superiores de las vicarías generales, los presidentes de las federaciones y los delegados elegidos en las provincias mayores. Entre los conventuales lo son: el ministro general, los exministros generales, los ministros provinciales, los custodios generales, los custodios capitulares y los delegados elegidos en las provincias. Entre los capuchinos: el ministro general, los ocho definidores generales, el ex-ministro general inmediato, los ministros provinciales, el secretario general, el procurador general y los delegados elegidos en las provincias, viceprovincias y misiones. Un organismo nuevo es el consejo plenario de la orden, que las constituciones de los conventuales denominan capítulo definitorial. Lo convoca el ministro general con su definitorio, y tiene como finalidad principal mantener la comunicación entre la curia general y las áreas periféricas; goza de importantes atribuciones, sobre todo entre los observantes y capuchinos. Lo componen el ministro general con su definitorio y cierto número de delegados elegidos en los diversos territorios; entre los conventuales el capítulo definitorial tiene una mayor representación, ya que asisten los ministros provinciales y un diputado por cada provincia con más de doscientos profesos. En cada provincia está también previsto, además del capítulo provincial ordinario, un capítulo extraordinario durante el trienio, cuando fuere necesario. Toman parte en ambos como vocales, entre los franciscanos: el presidente del capítulo, el ministro provincial, el vicario provincial, los definidores provinciales, el ex-ministro provincial inmediato, el secretario provincial, los superiores de las custodias provinciales, los guardianes, los superiores de las misiones y un número de delegados determinado en los estatutos provinciales; en la elección de estos delegados tienen voz activa y pasiva todos los religiosos de profesión solemne. Entre los conventuales: el presidente, el exministro general en la propia provincia, el ministro provincial, el exprovincial del trienio inmediato, los custodios provinciales, los definidores provinciales, el custodio capitular y los delegados elegidos por todos los religiosos de votos solemnes, según las normas establecidas en cada provincia. Entre los capuchinos: el ministro general si preside, el ministro provincial, los definidores, el ex-ministro general miembro de la provincia, los religiosos a quienes diera tal derecho el capítulo, los viceprovinciales, los superiores regulares de las misiones y los delegados elegidos por todos los religiosos de votos solemnes en la provincia, viceprovincias y misiones. En las provincias de los franciscanos existe un consejo plenario y en las de los conventuales un capítulo definitorial, compuesto de un número más reducido de vocales. Las constituciones exigen que haya estatutos provinciales, a los que remiten muchas determinaciones que pueden ser diversas según la realidad de cada provincia, sistema totalmente opuesto a la uniformidad que antes existía. Finalmente, en las tres familias ha recibido institución jurídica el capítulo local, que se había perpetuado sólo entre los conventuales. Los franciscanos dejan las modalidades del mismo a los estatutos de cada provincia; los conventuales conceden voto en ese capítulo a todos los religiosos de profesión solemne, y los capuchinos admiten a todos los profesos, si bien para ciertos actos jurídicos sólo los de votos solemnes tienen voto deliberativo. Todas las tres familias han implantado también los organismos regionales llamados conferencias de superiores mayores, que agrupan a los de las diferentes áreas culturales y geográficas y se rigen por estatutos propios. Evolución numérica El crecimiento ha sido constante desde fines del siglo XIX, alcanzando el nivel máximo en 1963 para los franciscanos, en 1964 para los capuchinos y en 1968 para los conventuales. Después de estas fechas, como ha sucedido en todos los institutos religiosos por causas complejas ya indicadas, se produce una flexión sensible. N. B.- Bajo el epígrafe "provincias" se comprenden los comisariatos, vicarías y custodias generales, es decir, toda circunscripción autónoma. "Casas" son los conventos formados y las residencias. Entran en el número de "religiosos" los profesos, novicios, postulantes y terciarios perpetuos u oblatos, pero no los aspirantes. Los religiosos nativos de las misiones y circunscripciones dependientes se incluyen en la provincia respectiva. a) Franciscanos
Distribución por áreas geográficas: Italia (con Malta): en 1905, 23 provincias y 5.881 religiosos; en 1941, 30 provincias y 7.273 religiosos; en 1975, 21 provincias y 4.227 religiosos profesos. Países germánicos: en 1905, 8 provincias y 2.220 religiosos; en 1941, 7 provincias y 2.727 religiosos; en 1975, 7 provincias y 1.553 religiosos profesos. Holanda-Bélgica: en 1905, 2 provincias y 926 religiosos; en 1941, 3 provincias y 2.159 religiosos; en 1975, 3 provincias y 1.145 religiosos profesos. Países eslavos: en 1905, 11 provincias y 2.166 religiosos; en 1941, 17 provincias y 3.562 religiosos; en 1975, 17 provincias y 1.974 religiosos profesos. Islas británicas: en 1905, 2 provincias y 207 religiosos; en 1941, 2 provincias y 465 religiosos; en 1975, 2 provincias y 439 religiosos profesos. España-Portugal: en 1905, 8 provincias y 2.001 religiosos; en 1941, 9 provincias y 1.978 religiosos; en 1975, 9 provincias y 1.646 religiosos profesos. Francia: en 1905, 5 provincias y 660 religiosos; en 1941, 6 provincias y 1.008 religiosos; en 1975, 5 provincias y 642 religiosos profesos. Oriente: en 1905, 1 provincia y 208 religiosos; en 1941, 1 provincia y 193 religiosos; en 1975, 1 provincia y 203 religiosos profesos. Canadá - EE. UU.: en 1905, 4 provincias y 1.004 religiosos; en 1941, 7 provincias y 2.765; en 1975, 9 provincias y 3.221 religiosos profesos. Méjico - América C.: en 1905, 6 provincias y 250 religiosos; en 1941, 3 provincias y 252 religiosos; en 1975, 3 provincias y 1.077 religiosos profesos. América meridional: en 1905, 9 provincias y 1.319 religiosos; en 1941, 12 provincias y 1.983 religiosos; en 1975, 12 provincias y 2.876 religiosos profesos. Asia: en 1975, 8 proviuncias y 1.023 religiosos profesos. Oceanía: en 1941, 1 provincia y 123 religiosos; en 1975, 1 provincia y 252 religiosos. África: en 1975, 1 provincia y 590 religiosos9. b) Conventuales
Distribución por áreas geográficas: Italia (con Malta): en 1947, 13 provincias y 1.372 religiosos; en 1975, 13 provincias y 1.426 religiosos. Países germánicos: en 1947, 3 provincias y 207 religiosos; en 1975, 3 provincias y 185 religiosos. Bélgica-Holanda: en 1947, 1 provincia y 113 religiosos; en 1975, 2 provincias y 89 religiosos. Países eslavos: en 1947, 7 provincias y 852 religiosos; en 1975, 9 provincias y 1.042 religiosos. Inglaterra: en 1947, 1 provincia y 32 religiosos; en 1975, 1 provincia y 63 religiosos. España: en 1947, 1 provincia y 37 religiosos; en 1975, 1 provincia y 116 religiosos. Oriente: en 1947, 1 provincia y 20 religiosos; en 1975, 1 provincia y 4 religiosos. América septentrional: en 1947, 4 provincias y 786 religiosos; en 1975, 4 provincias y 984 religiosos. Japón: en 1947, 1 provincia y 52 religiosos; en 1975, 1 provincia y 72 religiosos. Otros: en 1947, 43 religiosos; en 1975, 37 religiosos10. c) Capuchinos
Distribución por áreas geográficas: Italia (con Malta): en 1900, 27 provincias y 4.702 religiosos; en 1940, 25 provincias y 5.692 religiosos; en 1975, 26 provincias y 4.820 religiosos. Países germánicos: en 1900, 6 provincias y 1.748 religiosos; en 1940, 7 provincias y 2.345 religiosos; en 1975, 7 provincias y 1.508 religiosos. Holanda-Bélgica: en 1900, 2 provincias y 502 religiosos; en 1940, 2 provincias y 1.140 religiosos; en 1975, 3 provincias y 882 religiosos. Países eslavos: en 1900, 6 provincias y 404 religiosos; en 1940, 6 provincias y 699 religiosos; en 1975, 6 provincias y 530 religiosos. Islas británicas: en 1990, 2 provincias y 179 religiosos; en 1940, 2 provincias y 362 religiosos; en 1975, 2 provincias y 374 religiosos. España-Portugal: en 1900, 6 provincias y 998 religiosos; en 1940, 6 provincias y 1.004 religiosos; en 1975, 6 provincias y 1.335 religiosos. Francia: en 1900, 5 provincias y 948 religiosos; en 1940, 5 provincias y 1.203 religiosos; en 1975, 5 provincias y 678 religiosos. Oriente: en 1900, 1 provincia y 94 religiosos; en 1975, 1 provincia y 30 religiosos. Canadá - U.S.A.: en 1900, 2 provincias y 247 religiosos; en 1940, 3 provincias y 722 religiosos; en 1975: 4 provincias y 1.267 religiosos. América Meridional: en 1940, 6 provincias y 371 religiosos; en 1975, 5 provincias y 714 religiosos. Asia (India): en 1940, 1 provincia y 95 religiosos; en 1975, 4 provincias y 434 religiosos. África (Etiopía): en 1975, 1 provincia y 135 religiosos. Oceanía (Australia): en 1975, 1 provincia y 37 religiosos11. De la distribución por áreas geográficas se desprende una observación importante: el corrimiento del centro de cada una de las familias franciscanas hacia otros continentes, un hecho que irá pronunciándose cada día más, como sucede en la vida de la iglesia. Europa dentro de pocos años se hallará en minoría; y téngase en cuenta que un buen número de jóvenes religiosos que figuran como pertenecientes a provincias europeas, son nativos de los territorios de misión. * * * * * Capítulo III A medida que las órdenes franciscanas se iban situando de nuevo en la realidad eclesial y social, iban cayendo en la cuenta de que esa realidad era muy diferente de la que precedió a la gran prueba. Las condiciones de la pastoral habían cambiado, sobre todo en los nuevos conglomerados urbanos; a nuevas necesidades había que responder con nuevas iniciativas y nuevos métodos; y el espíritu de concretez y de adaptabilidad, nunca extinguido en la familia franciscana, ha ido hallando nuevas formas de apostolado popular, si bien no han faltado, sobre todo en la segunda posguerra, colisiones entre los valores de la observancia conventual tradicional y la flexibilidad de vida comunitaria que esas formas requerían. La predicación ha seguido siendo el medio esencial de hacer llegar el mensaje de salvación al pueblo cristiano, sea en forma de panegíricos, misiones populares y retiros, sea cada vez más en forma de catequesis homilética y de animación cristiana de grupos comprometidos. En el siglo XIX se distinguieron como oradores sagrados el recoleto Enrique Thyssen († 1844), el descalzo brasileño Francisco de Monte Alverne († 1858), el reformado Ludovico de Casoria († 1885) y los capuchinos Miguel de Santander († 1831), Esteban de Adoáin († 1880), incansable predicador de misiones populares en Venezuela, Cuba, Guatemala y España, Vicente de Eppan († 1878), Anselmo de Fontana († 1904) y María Antonio de Lavaur († 1907), gran propagador de las peregrinaciones al santuario de Lourdes. A la proclamación kerigmática de la fe se ha unido el apostolado de masa echando mano de los modernos medios de difusión, y en primer lugar la prensa periódica. Con ocasión de la Exposición Internacional de Publicaciones Católicas celebrada en Roma en 1936/1937, se pudo comprobar la magnitud de esa acción religiosa entre el pueblo; sólo las publicaciones periódicas de los capuchinos sumaban en aquella fecha 498 en unas treinta lenguas12. A la prensa vino a unirse la radio y más tarde la televisión. Entre los que con mayor eficacia se han servido de este medio no puede omitirse al popular Mariano de Turín († 1972), con su programa religioso semanal en la televisión italiana durante muchos años. La provincia que se ha dado en mayor escala a esta forma de apostolado es la de los capuchinos de Río Grande do Sul en el Brasil, que ha montado toda una cadena de emisoras de radio y un canal de televisión a colores. Al conceder preferencia al ministerio urbano se ha intensificado en la primera mitad del siglo XX la labor del confesonario en forma de servicio permanente a los fieles. Los capuchinos, que, como ya vimos, habían mantenido oficialmente gran prevención contra esta forma de apostolado, y sólo en 1847 vieron abrogada por el capítulo general la prohibición de las constituciones, han sido en los tiempos actuales los más asiduos ministros de la penitencia sacramental y de la dirección espiritual; baste citar dos grandes figuras de santidad que han hecho del confesonario su medio único de acción apostólica: el beato Leopoldo de Castelnovo († 1942) y el estigmatizado Pío de Pietrelcina († 1968). Otra de las manifestaciones modernas del compromiso pastoral es la labor parroquial, poco ejercitada en la época anterior. A ella se han venido dando de modo particular los conventuales, que en 1947 regentaban un total de 295 parroquias en diferentes naciones, de ellas 47 en Italia. La expansión en las repúblicas americanas, donde los obispos confían normalmente parroquias a los religiosos, ha hecho que esta labor fuera haciéndose normal y, por lo tanto, la preparación pastoral para ejercitarla, aun entre los franciscanos y capuchinos. Estos tenían como norma no aceptar parroquias en los países europeos; todavía el capítulo general de 1932 reafirmó esa actitud; pero el desarrollo de la moderna pastoral de conjunto y la expresa invitación hecha por Pablo VI en 1963 a los superiores generales, hizo que las nuevas constituciones cambiaran de actitud, aceptando como normal la cura parroquial. La segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX fueron muy fecundas en iniciativas dirigidas a fomentar la piedad popular: asociaciones, cofradías, pías uniones. Entre las que mayor difusión han tenido merecen mencionarse la archicofradía de los jueves eucarísticos, cuyo fundador fue en 1907 el capuchino Juan de Guernica († 1950) y que se extendió grandemente por España y América; la milicia de María Inmaculada, fundada en 1917 en Roma por el beato Maximiliano Kolbe, conventual: no es solamente un medio de difundir la devoción a la Virgen, sino en realidad un compromiso de vida cristiana y de dedicación a los intereses de Dios; y la Guardia de Honor del Corazón Inmaculado de María, fundada asimismo en 1917 por el franciscano Buenaventura Blattmann († 1942) en Munich. Para agrupar a los seglares amantes de san Francisco, o atraídos por su figura por interés cultural, se fundó en 1912 y fue reorganizada en 1934, por obra de los superiores provinciales capuchinos de Francia, la asociación Les Amis de Saint-François, que publica su boletín propio con este título. El apostolado social ha recibido en este último siglo formas diversas, adaptadas a las necesidades de las clases trabajadoras. Se han distinguido en este campo Ludovico de Casoria, ya mencionado, iniciador de múltiples obras asistenciales, los franciscanos Mamerto Esquiú († 1883), benemérito de la sociedad argentina, y Lino Maupas de Parma († 1924); los capuchinos Teobaldo Mathew († 1865), el "apóstol de la templanza", que logró agrupar en Irlanda, Inglaterra, Escocia y América a seis millones de hombres en la Liga de la Templanza; Teodosio Florentini de Münster († 1865), fundador de dos congregaciones de religiosas para la instrucción y asistencia benéfica de los pobres y organizador de valiosas iniciativas destinadas a proporcionar a los obreros trabajo y medios de producción; Carlos de Génova († 1859), fundador de un instituto de sordomudos en Lyon; Ludovico de Besse († 1910), que en 1877 puso en marcha los Bancos populares y las Cajas rurales, con la colaboración de José de Aurensan († 1922); Exuperio de Prats-de-Mollo († 1917), egregio publicista de cuestiones sociales; Celestino de Wervicq († 1896), iniciador en Bélgica de la llamada Oeuvre des Forains, que tiene por objeto la asistencia religiosa a los vagabundos y al personal ambulante de circos y profesiones semejantes. Obra eminentemente popular realizó asimismo el insigne pedagogo conventual Gregorio Girard († 1850). Recientemente, muchos hijos de san Francisco se ocupan en la asistencia espiritual y social de los emigrantes en las naciones industrializadas. A este respecto señaló una fecha importante el congreso interprovincial sobre las necesidades actuales del apostolado, celebrado por la orden capuchina en Roma del 21 al 27 de noviembre de 1948, junto con la alocución y la carta especial dirigidas por Pío XII en tal ocasión: eran éstas una llamada apremiante a ir al pueblo trabajador y a identificarse con sus preocupaciones. La asistencia en los hospitales, tradicional en Italia, ha adquirido en estos últimos años una atención particular por parte de los capuchinos, que han venido celebrando varios congresos sobre esa forma de pastoral. * * * * * Capítulo IV Coincidiendo con el triunfo del liberalismo político y religioso en Europa, se fue despertando en el mundo católico una nueva conciencia misionera, que inspiraría multitud de obras de colaboración entre los fieles y daría vida a incontables institutos misioneros; la nueva época colonial ofrecería oportunidades evangelizadoras en Asia, África y Oceanía, ahora bajo la dirección casi omnímoda de la sagrada Congregación de Propaganda Fide, compartida más tarde por la de la Iglesia Oriental para las misiones entre los cristianos de Oriente y por la de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios para los territorios todavía dependientes del patronato portugués. La restauración de las antiguas órdenes religiosas halló ya en marcha este impulso de evangelización, que conocería su empeño máximo a raíz de la primera guerra mundial bajo los pontificados de Benedicto XV y Pío XI. También para las tres familias franciscanas ha sido un largo siglo de esfuerzo misionero pujante, más universalista y mejor planificado que en los siglos anteriores, dentro del plan general de toda la iglesia misionera. La vocación misionera ha sido el móvil que ha impulsado hacia la vida franciscana a muchos candidatos y ha constituido uno de los principales estímulos espirituales en la formación. En un principio se reorganizaron los antiguos colegios de misioneros o se abrieron otros nuevos, sobre todo para las misiones entre los indios americanos y también con miras a las misiones del próximo Oriente, como el de san Antonio de Roma, de los franciscanos, y el de san Fidel, de los capuchinos, fundado en 1841. Más tarde, al confiarse nuevamente a cada provincia la responsabilidad sobre un territorio de misión, dejaron de tener actualidad, en general, tales colegios. Con el fin de fomentar entre los fieles el interés por las misiones, ayudar al descubrimiento de las vocaciones y obtener ayuda económica, se fueron instituyendo asociaciones de colaboración misionera, como la Obra Seráfica de Misas, fundada en 1899 por la terciaria Frieda Folger en favor de las misiones capuchinas, la Unión Misionera Franciscana, erigida en Pía Unión en 1922, para ayuda de las misiones de los franciscanos, y la Cruzada Misionera Franciscana, creada en 1924, en beneficio de las misiones de los conventuales. Veamos la vitalidad evangelizadora de cada una de las ramas franciscanas. Misiones de los franciscanos La nueva expansión misionera, iniciada a fines del siglo XVIII entre las tribus salvajes de América, había quedado casi totalmente interrumpida en los años de la emancipación. Por fin los mismos gobiernos liberales de las nuevas repúblicas cayeron en la cuenta del perjuicio que ocasionaba a los intereses nacionales la opresión de las órdenes religiosas y buscaron misioneros en Europa. Los expulsados de España, unidos a los refuerzos llegados de Italia, lograron restaurar los colegios de misioneros y reorganizar algunas misiones. El más intrépido de estos reorganizadores fue el padre Andrés Herrero († 1838), auxiliado del padre Cirilo de Alameda († 1872), que después fue cardenal. En 1834 se dirigió a España en busca de misioneros compatriotas suyos, pero el gobierno liberal no le permitió siquiera desembarcar; entonces continuó para Roma y, provisto de plenos poderes por Gregorio XVI, reclutó una expedición de franciscanos italianos, con los que pudo constituir el colegio de La Paz, en Bolivia. En un nuevo viaje a Europa, tuvo la suerte de reunir hasta ochenta nuevos operarios españoles e italianos, que distribuyó en Perú, Chile y Bolivia. Así pudo comenzar la segunda etapa de la actividad de los colegios misioneros: Sucre, Potosí, Tarija, Tarata, Río Cuarto, Corrientes, Chillán, centros de una fecunda irradiación misionera que tuvo como principal blanco las tribus salvajes del Ucayali, los chiriguanos y tobas de Bolivia, el Gran Chaco y las regiones vecinas. Las gloriosas misiones de América del Norte habían quedado casi del todo arruinadas para mediados del siglo XIX; los restos de las reducciones de California fueron confiados en 1885 a la provincia norteamericana del Sagrado Corazón, cuyos misioneros fundaron nuevas estaciones y extendieron su campo de acción a otras tribus. La misma provincia tomó también a su cargo varias avanzadas misioneras en los estados de Michigan y Wisconsin. La custodia de Tierra Santa, que conoció días tan aciagos en la primera mitad del siglo XIX, tuvo en 1860 su página de martirio con la muerte de ocho religiosos de la comunidad de Damasco, degollados por los drusos con su guardián padre Manuel Ruiz. China, incesante centro de atracción del celo franciscano, no quedó nunca del todo abandonada. En 1839 llegaba el padre Ludovico Besi, a quien se unían al año siguiente Gabriel Grioglio y Luis Moccagatta, los tres iniciadores de la nueva etapa de las misiones franciscanas en el celeste imperio. A estos tres obispos hay que añadir una larga lista de insignes vicarios apostólicos: Eligio Cosí, Pedro Pablo de Marchi, Amato Pagnucci, Teótimo Verhagen y los tres beatos mártires Antonio Fantosati, Gregorio Grassi y Francisco Fogolla, víctimas de los boxers en 1900, junto con otros cuatro franciscanos, siete sacerdotes indígenas de la Tercera Orden, siete franciscanas misioneras de María y trescientos terciarios seculares. En el Japón volvieron a entrar los franciscanos en 1906, y comenzaron por fundar un colegio de lenguas europeas en la ciudad de Sapporo, isla de Yeso. Para entonces, un impulso universalista había llevado a los franciscanos de las diversas naciones hacia los más distantes territorios. En 1900 se elevaba a 31 el número de colegios de misioneros en toda la antigua América española: 3 en Chile, 4 en Argentina, 5 en Bolivia, 7 en Perú, 3 en Ecuador, 1 en Colombia, 7 en Méjico, 1 en California. Todos dependían de la Congregación de Propaganda Fíde y agrupaban un total de más de 800 religiosos, ocupados en su mayor parte en la conversión o en la asistencia espiritual de los indios. Paulatinamente, estos colegios irían perdiendo su carácter misional al constituirse las prefecturas apostólicas encomendadas a provincias regulares conforme al sistema general de la Propaganda. También en el Brasil fueron restauradas las misiones franciscanas entre los indios de la selva a partir de 1870, llegando a formar multitud de reducciones. En 1891 tomó a su cargo una misión la provincia de Sajonia y en 1899 se encargó de otra la provincia española de san Gregorio. Las misiones entre los cismáticos del este de Europa y del Asia Menor habían cobrado nuevo auge. Hacia 1880 trabajaban en la costa e islas del mar Egeo 26 observantes y 9 reformados en 10 estaciones; la provincia de Bosnia atendía a 75 parroquias con un total de 250 religiosos y la custodia de Herzegovina a 19, con 60 religiosos; en Serbia, Montenegro y Albania los misioneros eran 39 en 25 estaciones. En Siria trabajaban por el mismo tiempo 44 religiosos y la custodia de Palestina contaba 180. En la costa septentrional de África se alineaban las misiones de Marruecos con 27 misioneros, Trípoli con 10, el bajo Egipto con 7 estaciones primarias, el alto Egipto con 11 estaciones. En el África oriental la orden tenía encomendada la misión de Assab. En China los misioneros franciscanos sumaban 75, distribuidos en siete vicariatos apostólicos, el año 1885. Por otra parte, aunque todavía bajo el régimen del patronato español, no puede pasarse por alto la labor de Filipinas, donde en 1857 los 184 misioneros franciscanos atendían a la cura pastoral de 750.000 indios en sus 117 parroquias y en 1890, como queda dicho, servían a más de un millón de fieles. En el curso del siglo XX la expansión misional de la orden ha ido creciendo sin cesar. En 1934 ocupaba el primer puesto entre los institutos misioneros con un total de 2.094 religiosos en las misiones dependientes de la Propaganda y 1.506 en otros territorios. Los primeros tenían a su cargo 4 misiones en el próximo Oriente, 1 en la India, 1 en Indochina, 24 en China, 3 en Japón, 7 en África septentrional, 1 en África occidental, 6 en América meridional, 1 en Insulindia y 13 en Europa. En 1951 los misioneros franciscanos, que trabajaban en 65 misiones dependientes de la Propaganda, sumaban 2.745, de los que eran indígenas más de 400; otras nueve misiones dependían de la Congregación de la Iglesia Oriental y 32 de la Consistorial. Al sobrevenir en 1949 la victoria comunista tuvieron que salir expulsados de la China continental los 550 franciscanos extranjeros que trabajaban en las 29 misiones confiadas a la orden; éstas quedaron al cuidado del clero nativo secular y regular. En 1973 se elevaba a 4.073 el número de los religiosos que figuraban como misioneros, sea bajo los dicasterios pontificios citados sea en prelaturas o administraciones de vario régimen13. Misiones de los conventuales A fines del siglo XIX los conventuales tenían una sola misión en Turquía con siete estaciones, al cuidado de muy pocos misioneros. El colegio de misiones de Roma había sido expropiado y disuelto en 1873 por el gobierno italiano. Pero el despertar misionero se hizo notar desde la restauración con una tendencia más universalista que en la época anterior. En 1908 entraban a trabajar en el vicariato apostólico de Dinamarca los conventuales de la provincia de Bélgica-Holanda. En 1924 la orden tomaba en China la misión de Hinganfu, en el Shensi. Ese mismo año renacía el antiguo colegio de misioneros en forma de Escuela Apostólica para las Misiones, que recogía las vocaciones misioneras de jovencitos reunidos en toda Italia; su primera sede fue Amelia y después el Sacro Convento de Asís. También en otras ciudades, como Roma, Brescia y San Marino, se fueron erigiendo parecidos seminarios de misioneros. En 1929 se iniciaba la misión de rito bizantino-eslavo en Moldavia. En 1930 se fundaba una en el Japón, diócesis de Nagasaki, erigida comisariato general en 1940; en 1931 era confiada a la orden la de Ndola en la Rhodesia septentrional; en 1937 la de Buitenzorg, en la isla de Java; en 1939 la de Bulgaria, de rito bizantino-eslavo, y en 1940 otra de rito bizantino-griego en Albania. Esta última fue destruida totalmente con la expulsión de los italianos en 1945. Si añadimos las misiones en sentido amplio abiertas recientemente en varias regiones religiosamente abandonadas de América central y meridional, no puede menos de aparecer muy halagüeño el despliegue apostólico actual de los conventuales. En 1947 trabajaban en todos estos campos misionales 97 sacerdotes, 39 hermanos y 29 religiosas; las casas en países de misión eran 41, las parroquias 55 y las estaciones 99. Regentaban 4 seminarios con 101 seminaristas. En 1954 la orden tomaba a su cargo la misión de Suecia y en 1958 la de Corea. En la actualidad, los conventuales tienen tres provincias misionales: la de Oriente con 4 religiosos, la de Transilvania con 23 y la del Japón con 72; tres custodias generales en países de misión: la de Bulgaria con 11 religiosos, la de Corea con 5 y la de Zambia con 6; además la misión de China con 7 y la de Indonesia con 5 religiosos14. Misiones de los capuchinos Las residencias misionales eran en 1782, en total, 523, de las que 125 se hallaban en Europa, 44 en Asia, 26 en África y 228 en América; los capuchinos franceses tenían a su cargo 200; los españoles, 130; los italianos, 109, y los alemanes 84. Pero entre tanto, algunos de los gobiernos iban negando su apoyo a los misioneros, las provincias reducían sus envíos de personal y en pocos años apenas quedaba en pie alguna que otra. La revolución de 1789 acabó con las misiones francesas; la misma suerte corrieron casi todas las italianas después de la invasión napoleónica. Las de Venezuela subsistieron con relativo florecimiento, aunque escaseaban las vocaciones misioneras, hasta que la emancipación americana terminó con ellas violentamente. En 1830 casi nada quedaba de la antigua expansión misional. Para conjurar el mal se llegó a la fundación de colegios de misioneros, a imitación de los que tenían los observantes. Así aparecieron el de La Habana, en 1782, para la misión de la Luisiana; el de Ancona, en 1787, para la del Tibet; el de Sanlúcar, en 1795, para Venezuela; pero no produjeron los frutos deseados. El despertar misionero de Europa que siguió a la revolución vino a coincidir providencialmente con la dispersión de los religiosos arrojados de sus conventos; para los que querían seguir vistiendo el hábito y llevar vida regular fue una solución el campo misional; las vocaciones misioneras brotaban en forma inesperada. A partir de 1831, bajo el pontificado de Gregorio XVI, se abren a nueva vida las misiones capuchinas. En 1841 se fundaba en Roma el Colegio de San Fidel para formación de misioneros. Ese mismo año se confiaba a la orden la misión de Bulgaria; seguían en 1842 las de Venezuela y Mesopotamia, y, sucesivamente, las de Brasil, Indostán, Abisinia, Araucania, etc. En 1858 se instituía el cargo de procurador general de misiones, cargo que recaía en el padre Anastasio Hartmann de Lucerna, hombre de grandes arrestos apostólicos. El capítulo general de 1884 señala, también en el terreno de las misiones, la hora de un nuevo empuje y de una más perfecta organización. En 1887 aparecía el Statutum pro Missionibus, cuyos dos puntos fundamentales consistían en hacer volver bajo la dependencia directa del general todas las misiones, suprimiendo la procura general mencionada, y en confiar cada misión a una provincia determinada. La siguiente estadística nos dará idea del creciente compromiso misionero de la orden en todo este largo siglo:
N. B.- La disminución del año 1940 se debe a que en 1937 pasaron a ser custodias provinciales las que figuraban como misiones latiori sensu en América.- Desde esa fecha sólo se computan los misioneros que trabajan en los territorios dependientes de las Congregaciones de Propaganda Fide, de la Iglesia Oriental y de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios.- A este criterio estricto de "misionero" corresponde el número de misioneros; en realidad, en 1975, los capuchinos de los territorios misionales sumaban 1.907. De las antiguas misiones entre los protestantes subsistieron las de Retia y Mecco-Calanca en Suiza hasta 1920, en que pasaron a depender de la jurisdicción ordinaria. En el curso del siglo XIX las misiones de Levante fueron pasando a manos de los capuchinos italianos. Para obviar la escasez de personal se fundó en 1881 el Instituto Apostólico de Oriente, destinado a surtir de misioneros a Bulgaria, Creta, Asia Menor, Armenia, Siria y Mesopotamia. La sede del instituto se fijó en Budja, cerca de Smirna. Tenía su seminario seráfico, su noviciado y su colegio de estudios eclesiásticos. En 1908 fue confiado a la provincia de Venecia y en 1911 transformado en comisariato general, que por fin fue suprimido en 1913, siendo distribuidos sus miembros entre varias provincias. Las misiones de Grecia, Constantinopla, Bulgaria, Turquía, Siria y Mesopotamia fueron pasando por fases diferentes a merced de la situación política y de la procedencia de los misioneros: a los italianos se añadieron los exclaustrados españoles de 1842 a 1873, y más tarde los franceses, que lograrían implantar la orden en el Líbano. La mayor expansión misional se realizó, en un primer tiempo, en el Indostán. Las misiones capuchinas, segmentadas en su mayor parte del vicariato apostólico de Tibet-Indostán creado en 1820, están enclavadas en las regiones interiores, con predominio islámico. Así fueron creándose hasta catorce misiones, varias de las cuales han sido encomendadas al clero nativo. Fruto notable de ese esfuerzo apostólico ha sido el arraigo de la orden en la India; en 1938 era erigido el comisariato general, que pasaba a ser provincia en 1963; en 1972 era desmembrada en tres provincias y una viceprovincia. En China se han fundado en el siglo XX tres misiones: la de Tienshu (1922), de la provincia rheno-westfálica; la de Pingliang (1930), de la de Navarra-Cantabria-Aragón, y la de Kiamusze (1933), en Manchuria, de la del Tirol septentrional. Con la implantación del régimen comunista todos los misioneros extranjeros fueron expulsados. Las antiguas misiones de África desaparecieron totalmente en el siglo XIX. En cambio, desde mediados de siglo crecen pujantes las del África oriental. En 1845, Gregorio XVI confiaba a los capuchinos el vicariato de la región Galla, en Etiopía, y nombraba para regentarlo a uno de los más insignes misioneros modernos, Guillermo Massaia († 1889), creado cardenal por León XIII como premio a sus treinta y cinco años de labor apostólica. En 1910 se desmembró la misión de Djibuti, en la Somalia francesa. Desde 1863 hasta 1936 la misión etiópica corrió por cuenta de los capuchinos franceses. Después de la ocupación italiana la tomaron los italianos, que fundaron nuevas circunscripciones. La floreciente misión de Eritrea data de 1894. Con el fin de proveer a la formación de los jóvenes nativos de estas misiones instituyó Benedicto XV en 1919 el Colegio Etiópico, en el recinto del Vaticano, bajo la dirección de la orden capuchina. También han sido numerosas las vocaciones a la orden, hasta el punto de haber podido ser erigida, en 1975, la provincia etiópica regida por superiores nativos. En el resto del territorio africano los capuchinos han ido tomando misiones en diversas regiones, la primera de las cuales fue la de las islas Seychelles en 1852. Hoy son 26 las circunscripciones atendidas por los capuchinos en todo el continente, estando concentrados principalmente en Etiopía, Tanzania, Tchad, Congo, Angola, Mozambique y Madagascar. También en la restauración de las misiones de América tuvieron parte importante los capuchinos italianos desde mediados del siglo XIX. En 1840, a petición del gobierno del Brasil, eran restablecidas las tres antiguas prefecturas de Bahía, Pernambuco y Río de Janeiro, y en 1846 se creaban otras cinco viceprefecturas. En 1889 se iniciaba la implantación de la orden, siendo confiada con tal fin a la provincia de Trento la misión de Sâo Paulo; después otras provincias se han encargado de sus correspondientes misiones, dando lugar en época reciente a las actuales provincias y viceprovincias. Eran las misiones en sentido impropio, que en 1937 fueron transformadas en custodias provinciales. Hablamos ya de la expedición de capuchinos exclaustrados llegada a Venezuela en 1842 a petición del gobierno; en 1849 eran todos expulsados. Efecto de aquella expulsión fueron las fundaciones de Guatemala, El Salvador y Ecuador. Más tarde se hicieron otras que integraron en 1900 la custodia de Centroamérica, dependiente de la provincia de Cataluña. Esta provincia tomó también a su cargo la misión de Caquetá, en Colombia, de indios salvajes, y en 1913 la de Bluefields, en Nicaragua, que en 1943 pasó a depender de la provincia Calvariense de los Estados Unidos. En 1886 tomaban los capuchinos españoles la misión de la Guajira, confiada en 1898 a la provincia de Valencia, que en 1926 tomaría también a su cargo la misión de las islas de San Andrés y Providencia, posesión de Colombia. En 1890 volvieron a Venezuela los capuchinos de Castilla, que formaron con sus primeras residencias la custodia de Venezuela-Puerto Rico-Cuba; en 1922 tomaban a su cargo la misión de indios infieles del Caroní y en 1943 la de Machiques, en cuyo territorio se hallan los indios motilones, tan temidos en otro tiempo, pero ahora evangelizados pacíficamente desde que en 1960 lograron establecerse entre ellos los misioneros. De la de Caroní se desmembró en 1954 la misión de Tucupita, confiada a la misma provincia de Castilla. También fue desmembrada la de Caquetá en 1951, quedándose los capuchinos catalanes con los territorios de Sibundoy y de Leticia; la de Guajira lo fue en 1952, quedando confiado el vicariato de Riohacha a la provincia italiana degli Abruzzi y el de Valledupar a los capuchinos valencianos; éste es hoy diócesis de régimen ordinario. La provincia de Navarra tomó a su cargo en 1954 la misión de Aguarico en el Oriente ecuatoriano. La misión de Araucana, en Chile, fue confiada a los capuchinos italianos en 1848, y desde 1895 a los alemanes de la provincia de Baviera. En Oceanía se han ido fundando las misiones de Carolinas, Marianas y Palaos (1885-1918), Guam (1911), Mendi (1958) y Suva, Fidji (1971). En Indonesia, las de Pontianak (1905), Padang (1911) y Sibolga (1957). En el Japón, la de Ryukyu (1946). De las 45 misiones que había en 1950, estaban situadas: 3 en Europa oriental, 16 en Asia, 14 en África, 8 en América y 2 en Oceanía. De las 58 existentes en 1975, corresponden 3 a Europa oriental, 16 a Asia, 26 a África, 10 a América y 3 a Oceanía15. * * * * * Capítulo V La organización de los estudios ha cambiado sensiblemente en esta época respecto a la anterior. Por un lado, el establecimiento de los seminarios menores en casi todas las provincias ha ofrecido una preparación uniforme en latín y humanidades previamente al ingreso en el noviciado, lo cual ha ayudado a un programa también uniforme en los cursos de filosofía y teología, con cierta diferencia en la colocación del estudio de las ciencias según las naciones; por otro lado, las normas de la iglesia sobre la formación eclesiástica han sido cada vez más uniformantes lo mismo para el clero secular que para el regular. El Código de Derecho Canónico establece un mínimo de dos años de filosofía y cuatro de teología, "siguiendo la doctrina de santo Tomás" (can. 589). A los cuatro años de teología se ha añadido en la mayor parte de las provincias un quinto año de pastoral. Después del Vaticano II el plan de formación ha sufrido algunas modificaciones, en las cuales ha influido grandemente el hecho de que, al disminuir el número de alumnos y también por la multiplicación de las facultades de teología, se han constituido en todas partes centros de estudios comunes a varias órdenes religiosas y al clero secular. Para la formación del profesorado y para la especialización en las diferentes materias, cada familia franciscana se apresuró a establecer colegios de formación superior, sobre todo en Roma. El primero en aparecer fue el Colegio Seráfico Internacional de los conventuales, en sustitución del antiguo colegio de San Buenaventura, que fue cerrado por causa de la supresión en 1873. El nuevo colegio fue fundado en 1885; en 1905 se obtuvo de la santa Sede la erección de la Facultad Teológica, que en 1935 fue reconocida como Facultad Pontificia. Los franciscanos fundaron su Colegio Internacional de San Antonio en 1890 como estudio general de la orden; en 1933 fue erigido el Ateneo Antonianum con tres facultades: teología, filosofía y derecho canónico; en 1938 consiguió el título de Pontificio. Más tarde fueron agregados al Ateneo el Instituto Bíblico de Jerusalén, fundado en 1927, el Instituto Apostólico, fundado en 1946 y el Instituto Franciscano de Espiritualidad, fundado en 1970 con la colaboración de las tres familias minoríticas y bajo la responsabilidad de la orden capuchina; estos tres institutos están integrados actualmente en la facultad teológica como secciones especializadas, mientras que funciona como sección de la facultad filosófica el Instituto de Pedagogía, fundado en 1948. El Colegio Internacional de San Lorenzo de Brindis, de la orden capuchina, tuvo origen en 1908 en la sede del Colegio de San Fidel y fue trasladado a su sede propia en 1911. La orden no ha querido erigir facultad propia, sino que los alumnos del colegio obtienen los grados académicos en alguna de las universidades o en alguno de los ateneos de Roma16. Fuera de estos centros de formación superior y de algunas facultades teológicas del primer ciclo, aparecidas recientemente, los hijos de san Francisco no se han sentido llamados a regentar bajo la responsabilidad de la orden otras universidades, con la única excepción de la St. Bonaventure University en Estados Unidos, erigida oficialmente en 1950. Lo cual no quiere decir que no haya un gran número de profesores en universidades eclesiásticas y civiles o que no hayan contribuido eficazmente a la creación y florecimiento de algunas, como el tan conocido Agustín Gemelli († 1959), fundador en 1919 y rector por muchos años de la Universidad Católica de Milán; fundador, además, de publicaciones muy acreditadas, como son la Rivista di Filosofia neo-scolastica (1909). Vita e pensiero (1914), Rivista di Studi di Psicologia (1920), además de otras iniciativas culturales y de su enorme producción científica. Comenzando por la contribución a los estudios bíblicos, además del mencionado Instituto de Jerusalén, deben mencionarse el fundado en Pekín en 1945, trasladado a Hong Kong en 1948, que ha llevado a cabo la primera versión al chino de toda la biblia, y el fundado en Tokio en 1956 con la misma finalidad de publicar la versión japonesa; ambos están integrados por equipos de especialistas franciscanos de los dos países. Por no citar los actuales escrituristas, merecen mencionarse, entre los capuchinos, Miguel Hetzenauer de Zell († 1928), profesor durante veinticuatro años en el Pontificio Seminario, hoy Universidad, de Letrán; su sucesor en la misma cátedra Teófilo García de Orbiso († 1975), ambos autores de numerosas publicaciones; Miguel de Esplugues († 1934), uno de los iniciadores de la "Fundació Bíblica Catalana", y Constantino Rösch de Eisenhartz († 1944), muy conocido por sus versiones, y, entre los franciscanos, Gaudencio Orfali († 1926), Paulino Lemaire († 1963), Donato Baldi († 1965) y Mauro Witzel († 1968), todos ellos figuras representativas del Instituto de Jerusalén17. En teología dogmática no faltaron esfuerzos notables con ocasión del Concilio Vaticano I (1869/70), a pesar de lo calamitoso de los tiempos; citemos los mariólogos Jacinto Martínez y Sáez de Peñacerrada († 1873), obispo capuchino de La Habana, y el observante Ludovico Colini de Castelplanio († 1874); posteriormente se hizo conocer por su Scotus docens el franciscano Deodato de Basly († 1937). Todavía en la teología mariana debe mencionarse la Pontificia Academia Mariana Internacional, promotora de varios congresos internacionales, cuya alma ha sido el padre Carlos Balic, OFM († 1977). Entre los moralistas y canonistas destacan los capuchinos Piat de Mons († 1904), fundador de la Nouvelle Revue Théologique; Timoteo Schäfer de Hechingen († 1948), Mateo Conte de Coronata († 1961) y Gommaro Michiels de Booischot († 1965). Como autores de obras de espiritualidad son dignos de mención los capuchinos Ambrosio de Valencina († 1914), Exuperio de Prats-de-Mollo († 1917), Cesario de Tours († 1922), Adolfo de Denderwindeke († 1925), Juan de Guernica († 1950), Bernardino Goebel de Valwig († 1973); los franciscanos Valentín M. Breton († 1957) y Marziano M. Ciccarelli († 1963); el conventual León Veuthey († 1976). Entre las iniciativas relacionadas con el cultivo de la filosofía, además de la ya citada de Agustín Gemelli, debe mencionarse la revista catalana Criterion, fundada en 1925 por Miguel de Esplugues. Pero el campo donde ha habido mayor producción y hombres de ciencia más eminentes es el de la historia, en especial la de la orden. Basta tener en cuenta las publicaciones periódicas y los institutos de investigación reseñados en la introducción historiográfica. Como autores de mayor relieve citamos: los franciscanos Justiniano Ladurner († 1874), Marcellino da Civezza († 1906), Heriberto Holzapfel († 1936), Jerónimo Golubovich († 1941), Atanasio López († 1944), Miguel Bihl († 1950), Livario Oliger († 1951), Fernando M. Delorme († 1952), José M. Pou y Martí († 1961), Efrén Longpré († 1965), Diómedes Scaramuzzi († 1966), Hugolino Lippens († 1967), Fidel de Lejarza († 1971), Esteban J. P. van Dijk († 1971); los conventuales Luis Palomes († 1877), Nicolás Raedlé († 1893), Conrado Eubel († 1923), benemérito por su Hierarchia Catholica Medii Aevi y por la continuación del Bullarium Franciscanum; y más tarde Giuseppe Abate († 1969), y los capuchinos Roque de Cesinale († 1900), Ubaldo de Alençon († 1927), Eduardo de Alençon († 1928), Graciano de París († 1943), Octavio de Alatri († 1943), Clemente de Terzorio († 1946), Amadeo Teetaert de Zedelgem († 1949), Hilarino Felder de Lucerna († 1951), Fredegando Callaey de Amberes († 1967), Julián Eymard de Angers († 1970) y Fidel de Ros († 1970). En el campo de la misionología son conocidos Pío M. de Mondreganes († 1964) y Metodio de Nembro († 1976). Como en otras épocas, también en la nuestra ha habido entre los misioneros filólogos eminentes, como el arabista José María Lerchundi († 1896), Marcelino de Castellví († 1951), fundador en Sibundoy en 1933 del Centro de Investigaciones Lingüísticas y Etnológicas en la Amazona Colombiana, y Román de Vera († 1959), autor de multitud de obras en chamorro, la lengua de Guam, y en varias lenguas de las islas Filipinas. En las ciencias experimentales sobresalen el conventual húngaro Pío Titius (t 1884), naturalista; los observantes Luis Beltrán († 1827), argentino, notable físico y químico; José Trinidad Reyes († 1855), fundador de la universidad de Honduras, su patria; Vicente María Gredler († 1912), naturalista, y el ya citado Agustín Gemelli († 1959), talento universal, pero eminente sobre todo como médico en su especialidad de psiquiatría. Los años de supresión y de decadencia no lograron interrumpir la tradición artística. En la música prosigue la lista de eminentes compositores, como el descalzo Juan da Soledade († 1832), portugués; el observante italiano David Moretti († 1842), el tirolés Pedro Singer († 1882), inventor del instrumento llamado Pansymphonicon. Pero también en esta época son los conventuales quienes presentan figuras de primer orden, como Antonio Musilli († 1886), Alejandro Borroni († 1896), Emilio M.ª Norsa († 1912) y Domingo Stella († 1951). Los capuchinos compositores más conocidos son los vascos Nicolás de Tolosa († 1923), Tomás de Elduayen († 1953), José Antonio de San Sebastián (Donostia, † 1956), eminente además como musicólogo, y el italiano José de Bra († 1967). En el campo de las artes figurativas hemos de comenzar por mencionar el museo franciscano, iniciado en Marsella en 1882 por el capuchino Luis Antonio de Porrentruy († 1912); en 1902 fue trasladado a Roma; en 1928 a Asís; nuevamente a Roma en 1954, y finalmente en 1968 tuvo su sede conforme a las exigencias modernas junto a la del instituto histórico de los capuchinos. Contiene más de 20.000 piezas catalogadas: pinturas, esculturas, cerámicas, monedas, medallas, sellos, grabados, aguafuertes, etc. Entre los artistas modernos citemos a Pascual Sarullo († 1893), pintor conventual, al escultor franciscano Claudio Granzotto († 1947), a los escultores capuchinos Juan de Verona († 1883), Luis de Ovada († 1886), Antonio de Vera († 1942) y Efrén M.ª Kawitter de Kcynia († 1970), escultor y pintor polaco de gran personalidad. Como arquitecto se distinguió en el siglo XIX el capuchino Francisco M.ª Lorenzoni de Vicenza († 1880). NOTAS: 1. La expresión, bien significativa, aparece en una exhortación a todos los religiosos publicada en 1882 en el órgano oficial de la orden: "Fratrum numerum, qui superstites remanemus, fervore redimamus!" Acta OFM 1 (1882) 69. 2. Lázaro de Aspurz, El cardenal Vives y Tutó y las instituciones franciscanas, en Estudios Franc. 56 (1965) 321-346. 3. Acta OFM 1 (1882) 151s. 4. Analecta OFMCap 25 (1909) 310. 5. E. Urbani, Padre Bernardino da Portogruaro. Vicenza 1965. 6. H. Holzapfel, Manuale, 333-340.- Praecipuae res notatu dignae in ordine fratrum minorum gestae ab anno 1909, en Acta OFM 78 (1959) 240-252. 7. Rinascita serafica, I frati minori conventuali nell'ultimo cinquentenario (1900-1950). Roma 1951.- Album generale ordinis fratrum minorum conventualium. Romae 1960. 8. Analecta OFMCap 1 (1885) 12. 9. Según las estadísticas publicadas en Acta OFM 25 (1906) 120-123; 61 (1942) 24-25; 95 (1976) 161-167. Cf. Evolutio numerica ordinis, ibid., 92 (1973) 100. 10. Commentarium OFMConv 45 (1948) 44-46; 73 (1976) 24s.- Album generale ord. fr. min. conventualium. Roma 1960, 68, 724s. 11. Analecta OFMCap 17 (1901) 136s; 57 (1941) 48-52; 92 (1976) 76-92. 12. Lexicon Capuccinum, 1316-1331. 13. Conspectus Missionum O. F. M. Quaracchi 1903....- C. Pavis, Progressus missionum franciscalium in ultimis 50 annis, en Acta OFM 78 (1959) 306-309; ibid., 92 (1973) 118. 14. G. M. Bastianini, Apostolato missionario, en Rinascita serafica. I frati min. conventuali nell'ultimo cinquantennio (1900-1950). Roma 1951, 161-169.- Album generale ord. fr. min. conventualium. Roma 1960, en Commentarium OFMConv 73 (1976) 25. 15. Lexicon Capuccinum, 1147-1154. Cf. las estadísticas de Analecta OFMCap en los años correspondientes.- Metodio da Nembro, Sviluppi del pensiero missionario nell'ordine cappuccino dal 1830 al 1884, en CF 36 (1956) 5-55.- G. Annovazzi, Condizioni e tentativi di riordinamento delle missioni estere cappuccine durante la prima meta del secolo XIX, ibid., 338-391. 16. G. M. Stano, La Pontificia Facoltà Teologica nel Collegio Serafico Internazionale a Roma, en Rinascita Serafica, 177-185.- Pontificium Athenaeum Antonianum ab origine ad praesens. Roma 1970.- Bonaventura ab Andermatt, Collegium Internationale S. Laurentii a Brundusio. Conspectus historicus. Roma 1958. 17. La sacra Scrittura e i francescani. Roma 1973. |