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VOCACIÓN FRANCISCANA por Lázaro Iriarte, o.f.m.cap. |
Capítulo 5:
Allí, ante el altar de la misma iglesita, bajo la mirada de la imagen de María, la joven Clara, aquella noche de la fuga de la casa paterna, prometió obediencia a Francisco y se comprometió en el seguimiento del Señor crucificado. Trataremos de trazar, a base de los escritos personales de Francisco y de Clara y de otros datos históricos, las líneas fundamentales de la que podemos llamar la espiritualidad mariana franciscana. ELEGIDA Y CONSAGRADA POR LA TRINIDAD Francisco considera a la Virgen como el instrumento privilegiado del don central de la Encarnación. La contempla formando parte del designio salvífico de la Trinidad:
De la meditación del evangelio de la Anunciación toma Francisco los conceptos que después él asimila y expresa en formas diversas. Así cuando habla a los cristianos de ese mismo gran don del Padre, su Palabra, Jesucristo:
En los salmos natalicios del Oficio de la Pasión canta a este don del Hijo que el Padre nos ha mandado, haciéndolo «nacer de la bienaventurada Virgen María» (OfP 15,3). Y es precisamente esta excelsa maternidad el título por el cual María debe ser honrada: «Escuchad, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es tan honrada, y muy justamente, porque le llevó en su santísimo seno...» (CtaO 21). En cierto sentido Francisco halla el origen de la hermandad de la familia de Dios en la misma maternidad de María:
De esas alabanzas o loores -laudas trovadorescas- han sido conservadas dos de profundo contenido teológico: el Saludo a la Virgen María y la Antífona que Francisco recitaba al final de cada hora del Oficio de la Pasión. En ambas cabe destacar la relación singular de María con las tres personas de la santísima Trinidad, tipo y modelo de la relación que Dios quiere establecer con cada uno de los creyentes:
La santa Virgen, en efecto, es proclamada: elegida por el santísimo Padre del cielo y por él, con su santísimo amado Hijo y con el Espíritu Santo, consagrada. Conceptos que derivan de la contemplación del diálogo de Gabriel con María (cf. Lc 1,26-38). De la misma contemplación evangélica ha extraído el sentido, tan fecundo para él, de las expresiones del otro texto, si bien no han sido inventadas por él: Hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial; Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo; Esposa del Espíritu Santo. Parece que Francisco haya sido el primero, entre los escritores, en dar a la Virgen María el título de Esposa del Espíritu Santo, hoy normal en la teología mariana. No sólo en María, sino aun en la unión mística de cada cristiano con Dios, la relación nupcial se realiza, según un concepto repetidamente expresado por él, por obra del Espíritu Santo. Es interesante, a este respecto, el paralelismo con la Forma de vida dada a Clara y a las hermanas pobres: «Por inspiración divina os habéis hecho hijas y esclavas del altísimo sumo Rey el Padre celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo» (FVCl 1). La elección divina de una mujer consagrada es vista por Francisco según el tipo ideal de la Virgen María. Más aún, parece directamente inspirada en la misma Forma de vida la hermosa carta de Gregorio IX de 1228, ya citada, a Clara y a las hermanas, que comienza: «Dios Padre, al cual os habéis ofrecido como esclavas, os ha adoptado en su misericordia como hijas, y os ha desposado, por obra y gracia del Espíritu Santo, con su Hijo unigénito Jesucristo...».[5] ASOCIADA AL MISTERIO DE LA POBREZA DEL HIJO Son muy numerosos los textos en que presenta Francisco a la Virgen pobrecita compartiendo con Jesús la condición de los pobres, en conformidad con la opción hecha por el Hijo de Dios desde la Encarnación:
Esta motivación la repetía para animar a los hermanos que se avergonzaban de ir pidiendo limosna:
Como hemos visto, era sobre todo el misterio del Nacimiento el que más le hablaba de la situación en que se halló la Virgen por falta de lo necesario:
Enseñaba a saber descubrir en cada necesitado, no sólo al Cristo pobre, sino también a su Madre pobre:
De modo especial menciona la pobreza de María al proponer el compromiso de la pobreza evangélica a Clara y las hermanas, y así escribe en el testamento dictado para ellas:
Por su parte, santa Clara se identificó de lleno con esa manera de ver la pobreza evangélica, como aparece en su Regla y en su Testamento. El cardenal protector, Rinaldo, escribió en la aprobación de la Regla: «Siguiendo las huellas de Cristo y de su santísima Madre, habéis elegido vivir... en pobreza suma». En el texto de la Regla se hace mención expresa cuatro veces de la pobreza de Cristo y de su santísima Madre, aun en aquellos lugares en que san Francisco, en su Regla, habla sólo de la de Cristo:
En su Testamento, santa Clara indica como compromiso fundamental «la pobreza y la humildad de Cristo y de la gloriosa Virgen María su Madre» (TestCl 46-47). Y también ella, en su primera carta a santa Inés de Praga, contempla la misión maternal de María marcada con la pobreza en el punto mismo de la Encarnación:
Así escribe en la primera carta a Inés de Praga; y en la tercera, siempre en el contexto del anonadamiento de la Encarnación, le dice:
El biógrafo de la santa recuerda las fervorosas exhortaciones que hacía ella a las hermanas, presentando como ejemplo Belén:
TIPO Y MODELO DE RESPUESTA A DIOS En el Saludo a la Virgen aparece una invocación poco común, que debió de antojárseles inverosímil a los copistas de los antiguos manuscritos, y se tomaron la libertad de modificarla. Pero la crítica textual la ha restablecido en su forma original: Ave Domina..., quae es virgo Ecclesia facta, esto es: Virgen hecha Iglesia.[7] Semejante concepto teológico no era extraño a la tradición patrística, tradición que ha recogido el concilio Vaticano II para afirmar: «La Madre de Dios, como ya enseñaba san Ambrosio, es tipo de la Iglesia, por lo que hace a la fe, a la caridad y a la perfecta unión con Cristo... En tanto que la Iglesia ha alcanzado ya en la beatísima Virgen la perfección, con la cual ella es sin mancha, los fieles se esfuerzan todavía por crecer en la santidad luchando contra el pecado; por esto elevan sus ojos a María, que refulge como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos...» (LG 63 y 65). Así se comprende por qué Francisco asocia al Saludo a la Virgen el de «todas las santas virtudes que, por gracia e iluminación del Espíritu Santo, son infundidas en los corazones de los fieles»; María, en efecto, es cifra y modelo de toda virtud. Santa Clara escribe a santa Inés de Praga, en un contexto muy semejante al de la carta de san Francisco a los fieles sobre la morada de la Trinidad en nosotros:
Clara proponía a la Virgen María como modelo de entrega a Dios y de fidelidad a Cristo, pero las hermanas y los demás vieron en ella una perfecta imitadora de la misma santa Virgen. Dei Matris vestigium -impronta de la Madre de Dios- la designan el autor de la Leyenda y el antiguo oficio litúrgico; con el tiempo, lo mismo que Francisco fue llamado alter Christus, Clara será celebrada como altera Maria.[8] ABOGADA Y PROTECTORA Francisco y Clara invocan frecuentemente la intercesión y los méritos de la Virgen María.[9] Escribe Tomás de Celano:
Santa Clara, que había invocado sobre sus hermanas pobres, en el Testamento y en la Bendición última, la protección de María, tuvo el consuelo de ser visitada por la Virgen de las vírgenes, acompañada de un coro de santas vírgenes: la envolvió con un velo blanco finísimo y la besó dulcemente, tres días antes de su muerte, según la visión tenida por sor Benvenuta:
NOTAS: [1] Pueden verse varios estudios sobre el tema en La Virgen María, Madre de Dios.- R. Brown, Notre Dame et St. François, Montreal 1960; Feliciano de Ventosa, La devoción a María en la espiritualidad de san Francisco, en Estudios Franciscanos 62 (1961) 5-21, 227-296; AA. VV., La Madonna nella spiritualità francescana, en Quaderni di Spiritualità Francescana 5, Asís 1963; K. Esser, Devoción de san Francisco a María santísima, en Temas espirituales, Aránzazu 1980, 281-309; H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix, quae est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12 (1971) 413-434; H. Pyfferoen - O. van Asseldonk, María santissima e lo Spirito Santo in san Francesco d'Assisi, en Laurentianum 16 (1975) 446-474; O. Van Asseldonk, María, sposa dello Spirito Santo, secondo san Francesco, en Laurentianum 23 (1982) 414-423; una refundición de los dos artículos precedentes: María santísima y el Espíritu Santo en san Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XVI, núm. 47 (1987) 187-216, que puede verse también en versión informática; F. Uricchio, S. Francesco e il vangelo dell'Infanzia di Luca, en AA. VV., Parola di Dio e Francesco d'Assisi, Asís 1982, 90-154; A. Pompei, María, en DF, 931-952. [2] Cf. F. X. Cheriyapattaparambil, Francesco d'Assisi e i trovatori, Perusa 1985, 65-72. [3] LM 3, 1. Sobre el significado mariano de la Porciúncula, como centro de la Orden, en los primeros biógrafos véase: 1 Cel 106; 2 Cel 18-20; LM 2,8; 3,1; TC 54-56; LP 56; EP 55 y 82-84. [4] 2 Cel 198. Este pensamiento no era extraño a la piedad medieval. En la Oratio 52, atribuida a san Anselmo, se lee: O. María per quam talem fratrem habemus [María por la que tal hermano tenemos] (PL 158, 958). [5] I. Omaechevarría, Escritos de santa Clara..., Madrid, BAC, 19994, 360-361. [6] 1 R 9,4-5; cf. 2 R 6,2-3. No consta en los evangelios canónicos que Cristo y María hayan practicado la mendicidad. [7] SalVM 1. Hay quienes transcriben ecclesia, con minúscula, en el sentido de la iglesia material o templo, sentido que encajaría en la serie de figuras que luego siguen -«tabernáculo suyo, casa suya»-, pero precisamente porque no forma parte de esa enumeración, sino de los conceptos teológicos iniciales, es más seguro el sentido de Iglesia universal. Cf. H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix, quae est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12 (1971) 413-434. [8] LCl Introducción: «... imiten las doncellas a Clara, impronta de la Madre de Dios, nueva capitana de mujeres» (Omaechevarría, p. 134). La expresión se halla en el himno Concinat plebs fidelium, de Alejandro IV, de las primeras vísperas del Oficio antiguo de santa Clara. [9] 1 R 23,6; ParPN 7; OfP Ant 3; TestCl 77; BenCl 7. [10] Proc 11, 4. Tomás de Celano refiere ese mismo hecho en la Leyenda de Santa Clara de la siguiente manera: «La mano del Señor se posó también sobre otra de las hermanas, quien con sus ojos corporales, entre lágrimas, contempló esta feliz visión: estando en verdad traspasada por el dardo del más hondo dolor, dirige su mirada hacia la puerta de la habitación, y he aquí que ve entrar una procesión de vírgenes vestidas de blanco, llevando todas en sus cabezas coronas de oro. Marcha entre ellas una que deslumbra más que las otras, de cuya corona, que en su remate presenta una especie de incensario con orificios, irradia tanto esplendor que convierte la noche en día luminoso dentro de la casa. Se adelanta hasta el lecho donde yace la esposa de su Hijo e, inclinándose amorosísimamente sobre ella, le da un dulcísimo abrazo. Las vírgenes llevan un palio de maravillosa belleza y, extendiéndolo entre todas a porfía, dejan el cuerpo de Clara cubierto y el tálamo adornado» (LCl 46). |
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