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San Buenaventura: Leyenda mayor de San Francisco (LM) |
San Buenaventura: Introducción: Lázaro Iriarte, o.f.m.cap. Texto tomado de: Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 399) Introducción Buenaventura de Bagnoregio nació hacia el 1217. A la edad de once o doce años fue curado milagrosamente por intercesión de San Francisco, recién canonizado. Educado por los hermanos menores como puer oblatus, debió de iniciar el noviciado a la edad de veintiún años. En 1242 fue enviado al estudio general de París; en el ambiente de aquel centro del saber fue formándose intelectual y espiritualmente hasta obtener el grado de maestro. El capítulo general de 1257 le eligió ministro general. Gobernó la Orden por espacio de diecisiete años, hasta su elevación al cardenalato. Murió durante el segundo concilio de Lyón, el 15 de julio de 1274. Por su formación y por su talla intelectual, Buenaventura se sitúa en la línea de los que, admirando y venerando a San Francisco y amantes de su ideal evangélico, no recelan de una aceptación serena de la evolución de la Orden. Siendo general, se hizo respetar y amar de todos, aun de los celantes, por sus dotes humanas y por su profunda espiritualidad, no menos que por el prestigio que daba a la Orden. La «Leyenda mayor» (1262) Entre los puntos que formaban el programa de gobierno del nuevo general, expuestos por él en la circular de 23 de abril de 1257, uno era el de establecer una observancia común de la Regla. Para ello no bastaban las declaraciones de autoridad obtenidas de la Sede Apostólica. San Francisco continuaba siendo la Regla viva, forma minorum, pero cada cual trataba de tener al Fundador por su parte. La Vida segunda de Celano había servido en realidad para avivar el interés por las «intenciones» del Santo, pero no para aproximar los espíritus. Era preciso dar a la Orden una interpretación oficial y única de la vida y del pensamiento de Francisco. A esto se debió el encargo dado a San Buenaventura por el capítulo general de 1260 de reducir a una sola biografía definitiva cuanto se había escrito hasta entonces o se había transmitido por tradición oral sobre el Fundador. En 1263 pudo presentar al capítulo el fruto de su trabajo: la Leyenda mayor. El capítulo de 1266 le dio carácter oficial e impuso por obediencia a todos los religiosos la destrucción de todas las biografías anteriores. En el prólogo afirma Buenaventura que se pone a escribir el libro movido del afecto a los hermanos y de las instancias del capítulo general, pero también, y aun principalmente, por la especial devoción que personalmente profesa al Santo desde que, siendo niño, fue librado de la muerte por su intercesión (Pról. 3). Y por lo que hace a las fuentes de información, añade: «Con el fin de adquirir un conocimiento más completo y seguro, fui a los lugares donde el Santo nació, vivió y murió, y me informé detenidamente hablando con los compañeros suyos todavía en vida, en especial con los que tuvieron una experiencia mayor de su santidad y mejor le han imitado» (Pról. 4). La verdad es que, desde el punto de vista informativo, la Leyenda apenas añade nada nuevo; sigue la trilogía de Celano. Quizá la única novedad son los numerosos milagros -unos quince- que sólo conocemos por Buenaventura. De ciertos episodios, como la visita de Francisco al sultán de Egipto, recoge pormenores que no se hallan en las fuentes anteriores (LM 9,7). Pero ha sabido ofrecer una elaboración totalmente nueva. Lo que principalmente se propone es trazar en toda su grandeza la personalidad de Francisco como santo predestinado, el «ángel del sexto sello». Pone de relieve su trayectoria espiritual, su vida de oración, sus ascensiones místicas, y no tanto sus ideales como fundador. En esa dimensión ascensional hay un núcleo particularmente caro a Buenaventura: la configuración con Cristo crucificado. No pierde ocasión de introducir este elemento místico como componente de la vocación personal del Santo y de su misión en la Iglesia. Con ello, el sabio general no sólo entona con su propia manera de ver la vida interior, sino que responde a otra finalidad perseguida con fina destreza: la de sustraer la persona del Fundador a la polémica de los partidos internos de la Orden, eliminando en el relato cuanto pudiera alentar a los celantes en su desacuerdo con la evolución. Más tarde, Ubertino de Casale le acusará de haber omitido calculadamente muchas cosas y de haber orillado muchas opiniones del Fundador que contenían las antiguas biografías. Y no le faltaba razón al corifeo de los «espirituales». En la Leyenda mayor no aparece nada, por ejemplo, de la prevención de Francisco contra los estudios, de sus preferencias por la vida sencilla e itinerante, de sus reacciones ante una posible desviación del espíritu de la Regla. Buenaventura selecciona hechos y expresiones de Francisco, pero no falsea la historia. En lo que refiere es leal. La biografía de Buenaventura se impuso no sólo por la fuerza del decreto capitular, sino aun por su perfección de estilo y de contenido. Se revela, sí, el hombre de escuela, con sus conceptos teológicos a veces estereotipados, pero se manifiesta más el predicador acostumbrado a redondear el período. Y no falta el efectismo retórico en los juegos de conceptos y de vocablos, muy del gusto de los latinistas del tiempo. Ello hace que la traducción, si quiere ser fiel al original, ofrezca a nuestros oídos la impresión de algo afectado y convencional. Hay que saber ir más allá de la envoltura retórica. La Leyenda mayor sirvió de texto a Giotto para la galería de frescos de la basílica superior de Asís, que relatan la vida de San Francisco. Durante siglos fue la vida del Santo más divulgada, si bien las comunidades franciscanas preferían los relatos más fantaseados de las crónicas barrocas. Hoy, muy pocos de los estudiosos de San Francisco la citan como fuente de información; prefieren alegar las fuentes anteriores de las que depende. Pero queda siempre la caracterización que nos ha dejado del Santo, al que amaba sinceramente y con cuyos ideales fundamentales, como el de la pobreza interior, estaba totalmente identificado; y queda su visión teológica de la historia, aspecto al que han dado gran importancia estudios recientes. El libro está estructurado en quince capítulos, cuatro de los cuales narran la conversión de Francisco y los orígenes de la Orden; los ocho siguientes le presentan como modelo en varias virtudes evangélicas, en la experiencia de oración, en el anhelo del martirio, en la penetración del sentido de la Escritura, don de profecía y milagros; los tres últimos describen la estigmatización, la muerte y la canonización. El libro se cierra con un apéndice de milagros. La «Leyenda menor» (1263) Poco después de la composición de la obra principal, la Leyenda mayor, redactó San Buenaventura la llamada Leyenda menor, un resumen destinado a uso coral, que debía sustituir al que había compuesto, con la misma finalidad, Tomás de Celano a raíz de la canonización. Se leía en el oficio nocturno de maitines durante la octava de la fiesta de San Francisco; por esto consta de siete capítulos, simétricamente distribuidos en nueve párrafos. Es obra maestra de concisión y de densidad histórica y teológica, y aun de belleza de dicción. |