DIRECTORIO FRANCISCANO

Historia franciscana

HISTORIA FRANCISCANA

por Lázaro Iriarte, OFMCap

I. LA ORDEN DE LOS HERMANOS MENORES HASTA 1517

Capítulo II
PRIMERA TRANSFORMACIÓN (1217-1226)

Primera crisis interna. El partido de los letrados

La fraternidad creció rápidamente en el primer decenio de vida. Las fuentes hablan, ciertamente con exageración, de 3.000 hermanos congregados en el capítulo de 1221 y de 5.000 en el llamado de las "esteras", que tuvo lugar probablemente en 12221.También los cronistas extraños a la orden se hacen eco de esa expansión sorprendente2.

Semejante crecimiento incontrolado llevaba consigo, ante todo, el peligro de una admisión indiscriminada de los candidatos, que luego eran enviados por el mundo sin la necesaria formación. En los comienzos, la presencia del fundador, con su fuerte ascendiente personal, mantenía la tensión espiritual y la fidelidad a un programa de vida trazado para héroes; pero, aumentado el número y extendida la orden por regiones distantes, esa acción directora y modeladora se fue debilitando. La espontaneidad inicial fácilmente degeneraba en indisciplina o en singularidad deformante, teniendo en cuenta que el individuo no estaba protegido por el ritmo de una comunidad conventual. No eran pocos los que "andaban vagando fuera de la obediencia" (1R 5,16), o se entregaban a la ociosidad, poniendo en peligro el buen nombre de la orden.

Por otro lado, el parentesco entre las aspiraciones de los movimientos heréticos de la época y la forma de vida de los hermanos menores hacía que éstos fueran recibidos con recelo por los obispos cuando llegaban por primera vez a una región. El capítulo 19 de la regla no bulada responde a esa preocupación: "todos los hermanos sean católicos, y vivan y hablen como católicos" (1R 19,1).

Se comprende que surgiera, en el seno mismo de la fraternidad, la preocupación entre los elementos mejor dotados. Cada vez, en efecto, iban adquiriendo mayor importancia los hermanos doctos, generalmente clérigos, aun por la misma confianza que Francisco depositaba en ellos. Las fuentes franciscanas les dan el nombre de fratres sapientes, scientiati, clerici, y con frecuencia se los confunde en la denominación con los ministros, por razón de que éstos eran nombrados preferentemente de entre ellos. Este sector de la fraternidad, sin menoscabo de su adhesión al fundador y a su programa de vida evangélica, echaba en falta una organización más eficiente y una legislación más precisa, codificada como instrumento de gobierno. Hubieran querido también adoptar elementos tomados de las órdenes monásticas, avalados por larga experiencia. Francisco se oponía a esto resueltamente, como también a toda sugerencia de la prudencia humana que pudiera desvirtuar lo que para él era fundamental en el seguimiento de Cristo: la pobreza total, con la inseguridad y el sentido de peregrinación que le son inherentes, la igualdad entre los hermanos, y lo que él llamaba la "vía de la sencillez".

Capítulo general de 1217. Hugolino

Un primer éxito de la presión del partido de los prudentes fue la distribución de la orden en provincias. Paso importantísimo, que habla muy alto de la creatividad y del sentido de adaptación histórica del mismo Francisco, al introducir una organización totalmente nueva en la tradición monástica, sobre todo teniendo en cuenta que en esas circunscripciones regionales los hermanos seguían sin asentarse en moradas fijas. La provincia viene a ser la fraternidad fundamental, como si dijéramos el nuevo tipo de comunidad itinerante, que se mueve y actúa en una región bajo la guía del "ministro provincial". La decisión capitular (1217) pasó a la regla en estos términos: "Todos los hermanos que fueren designados ministros y siervos de los demás hermanos distribuyan a los hermanos por las provincias y lugares en que se hallaren. Visítenlos constantemente a fin de exhortarlos y confortarlos espiritualmente. Y todos mis hermanos benditos obedézcanles con entera voluntad en todo lo que no se opone a su conciencia o a nuestra forma de vida" (1R 4,2-3).

Estos dos límites a la autoridad de los ministros, insistentemente afirmados por el fundador, así como la obligación que impone la misma regla a los hermanos de observar, por su parte, la conducta de su ministro y de corregirle si no se atiene a la forma de vida de la fraternidad, y aun de denunciarlo al capítulo general si no se enmienda (1R 5,4), demuestran hasta qué punto Francisco se resistía a dejar a los hermanos incondicionalmente a merced de los superiores y trataba de protegerlos contra posibles desviaciones del ideal común. Es posible que esos textos acusen también la prevención de la masa de los hermanos contra una jerarquización que alejaba de ellos la autoridad del padre amado.

Una consecuencia de la división en provincias fue la programación de la expansión de la orden fuera de Italia y en Oriente.

Francisco escogió Francia como campo de su apostolado. Púsose en camino; al llegar a Florencia se le hizo encontradizo el cardenal Hugolino de Segni, obispo de Ostia, legado de la santa Sede en Lombardía y Toscana. De esta entrevista data la amistad íntima que unió a estos dos hombres tan diferentes, hechos para entenderse y completarse. Hugolino será en adelante el consejero de Francisco. Y su primer consejo fue disuadirle del viaje a Francia y hacerle volver a Asís. No estaba bien ausentarse del centro de la fraternidad en un momento en que se estaba ensayando un sistema nuevo de centralización orgánica3. En los planes de los ministros entraba ya el formar algo así como una curia general, residencia fija del ministro de toda la fraternidad.

La escuela protestante, con Paul Sabatier, ha visto en Hugolino el responsable de la supuesta adulteración del ideal franciscano; él habría explotado el movimiento despertado por Francisco y habría abusado de la sencillez y pretendida impericia de éste en provecho de los planes de la Sede romana, con la colaboración dócil e inteligente del partido de los doctos.

No puede negarse la gran influencia del cardenal en el origen y en la evolución de las instituciones franciscanas. Esta influencia fue hasta cierto punto decisiva por lo que hace a la segunda y tercera orden, como hemos de verlo, sin que ello nos lleve a afirmar que él fuera el verdadero fundador de las mismas. El mismo Hugolino, ya papa Gregorio IX, atribuirá reiteradamente a san Francisco, en diversos documentos, no sólo la plena iniciativa como "fundador y rector de la orden de los hermanos menores"4, sino el origen de las "hermanas enclaustradas" y de los "penitentes"5.

La intervención de Hugolino en el desarrollo de la primera orden se hizo sentir principalmente en la protección ofrecida espontáneamente y aceptada por Francisco luego en el capítulo de las "esteras", presidido por el cardenal, y finalmente en la redacción de la regla definitiva. Así lo afirma él mismo, siendo papa, en la bula Quo elongati de 12306. Sirvió asimismo de intermediario, cuando no obró por propia iniciativa, en los varios diplomas pontificios obtenidos en favor de la orden, aun a espaldas y contra la voluntad del fundador.

Hugolino convenía con Francisco en el ideal sustancial de éste; lo amaba y lo veneraba como a un enviado de Dios; se condujo siempre con él con nobleza y sinceridad. Pero estaba muy distanciado de él en el modo de concebir la vocación evangélica de la fraternidad y la realización práctica de la misión que estaba llamada a llevar a cabo en la iglesia. Hombre de gobierno, organizador clarividente, penetrado de un profundo sentido eclesial, deseoso de la reforma de la iglesia y, por otro lado, austero, poco propenso a emociones y arranques idealistas, comprendía y admiraba las aspiraciones del Poverello, pero apoyaba los puntos de vista del sector de los hermanos doctos, aunque sin enfrentarse con el santo.

En concreto, no compartía con Francisco la actitud de abandono despreocupado en manos de la providencia; no aprobaba el que los hermanos fueran enviados por el mundo sin cartas de recomendación. De hecho esa primera gran misión, a raíz del capítulo de 1217, fue un fracaso, mirada con los ojos de la prudencia humana; sólo en España tuvo éxito; de las demás naciones -Francia, Alemania, Hungría- volvieron los hermanos maltratados y descorazonados. Es seguro que fue Hugolino quien obtuvo la bula Cum dilecti filii del 11 de junio de 1218, primer documento expedido por la curia romana en favor de la nueva orden. Iba dirigida a todos los prelados de la iglesia universal, recomendándoles a los hermanos menores y exhortándoles a acogerlos "como católicos y fieles"7.

Tampoco compartía el espíritu de sencillez y humildad adoptado por la orden como institución. El cardenal, con la vista fija en la renovación de la iglesia, hubiera querido desde un principio ver a los hermanos menores ocupando puestos destacados en la jerarquía y desempeñando misiones públicas; pero en este punto no pudo vencer la resistencia de Francisco: habían de seguir siendo los "menores" en medio del pueblo de Dios (cf. 2Cel 24 y 148). A este propósito de minoridad obedecía también la aversión del fundador a toda clase de privilegios y recomendaciones que los acreditaran ante los obispos y el clero.

En la misma línea, había claro desacuerdo entre Hugolino y Francisco respecto al cultivo de los estudios. Hubiera querido el cardenal que el gran número de hombres cultos que entraban en la fraternidad en número cada vez mayor hallasen modo de aprovechar sus talentos; por esto alentaba a los que deseaban organizar casas de estudio. A su tiempo veremos la actitud del fundador en este particular.

En punto a observancias y austeridades, Hugolino se movía dentro de la concepción monástica tradicional; lo veremos, sobre todo, al hablar de las clarisas. Francisco, por el contrario, estaba animado de una gran libertad de espíritu, que hallaba sus raíces en el evangelio.

Este innegable contraste entre los dos grandes amigos se echa de ver claramente haciendo un cotejo entre el Testamento y la bula Quo elongati8.

El capítulo de 1219. Viaje de Francisco a Oriente

En los inmediatos capítulos generales siguieron aún reuniéndose todos los hermanos con sus ministros a la cabeza. En el de 1218 parece que se halló presente santo Domingo, quien se maravilló grandemente de que nada faltara en aquella asamblea tan numerosa de pobres voluntarios, fiados en la providencia divina; movido por esta experiencia habría recomendado a los suyos el desapropio total9.

Otro paso importante en la evolución interna y en la proyección externa de la fraternidad señaló el capítulo de 1219. En él se organizaron por primera vez las misiones entre infieles. Un grupo fue enviado por el fundador al reino de Marruecos. Francisco mismo emprendió, con otros compañeros, su viaje a Oriente; logró penetrar pacíficamente a través del frente de combate durante el sitio de Damieta por los cruzados y llegar a la presencia del sultán de Egipto, ganándose la voluntad de éste. Fruto de este viaje fue la fundación de la custodia de Tierra Santa.

Esta vez Hugolino no se opuso a la partida del fundador. Había un plan que interesaba realizar en su ausencia. Francisco dejó como vicarios suyos a Mateo de Narni y Gregorio de Nápoles, ambos representantes genuinos del partido evolucionista y jerarquizante. El primero residiría fijo en la Porciúncula, el segundo iría visitando las provincias.

Los dos vicarios se dieron prisa por convocar un capítulo especial, integrado solamente por "algunos hermanos seniores de Italia", según testimonio de Jordán de Giano10. Esta asamblea de notables dictó varios estatutos adicionales, dirigidos a comunicar a la orden un prestigio ascético mediante la adopción de las abstinencias monásticas. Se establecía en principio la abstinencia perpetua, excepto cuando los fieles ofrecieran espontáneamente carne a los hermanos; el ayuno se ampliaba a tres días a la semana: lunes, miércoles y viernes, además de las cuaresmas de la regla; no debían procurarse lacticinios, absteniéndose de ellos totalmente los lunes y los sábados.

Francisco tuvo noticia en Oriente, por medio de un hermano que fue expresamente a informarle, de estas innovaciones contrarias a la libertad evangélica y del rumbo que los vicarios, por cuenta propia, intentaban dar a la orden. Apresuró su regreso a Italia. Su aparición llenó de júbilo a la masa de los hermanos sencillos.

Pronto cayó en la cuenta de la gravedad del momento. Además del viraje hacia el monaquismo, había habido otras novedades. Fray Felipe Longo, visitador de las damas pobres, había impetrado de la santa Sede una bula de protección contra los impugnadores; Juan de Capella pretendía fundar una orden de leprosos; Petro Stacia, provincial de Bolonia, había construido en aquel centro universitario un convento con intención de establecer en él un studium; en la Porciúncula el municipio de Asís había edificado también una casa para albergar a la comunidad central de la orden.

Capítulo de 1221. La regla "no bulada"

El disgusto de Francisco fue acerbo. Su primera reacción fue ponerse a derribar la casa de Asís y hacer salir a los hermanos del convento de Bolonia. Pero los doctos le salieron al paso con argucias jurídicas que él no había ni soñado: en Asís los magistrados de la ciudad le hicieron saber que aquella casa era propiedad del municipio, no de los hermanos; y en Bolonia fue Hugolino quien reivindicó la propiedad11.

Se sintió impotente para enfrentarse con el sagaz partido. Pero no estaba dispuesto a asistir pasivamente a la desviación de su obra; además, por aquel camino era inevitable la escisión de la orden en dos tendencias opuestas. El mismo Hugolino debió de asustarse de las consecuencias del paso dado. De hecho la santa Sede se había negado a aprobar los estatutos de los seniores, emanados en ausencia del fundador y fuera del capítulo de la fraternidad12. Francisco pensó que era el cardenal quien podía salvar la situación. Sin pérdida de tiempo se dirigió al papa Honorio III y obtuvo que Hugolino fuera constituido protector y corrector de la fraternidad, con plenos poderes para restablecer incluso su propia autoridad de fundador13. Pero al mismo tiempo se avino a cierta transacción con el partido evolucionista.

Por la bula Cum secundum consilium de 22 de noviembre de 1220, que tenía por objeto reforzar la disciplina interna, se introducía el año de noviciado y se prohibía abandonar la orden después de la profesión. Quedaron anulados los estatutos de los vicarios, revocados los privilegios impetrados por Felipe Longo y desaprobado el intento de Juan de Capella. Francisco se avino a resignar la jefatura administrativa de la fraternidad y designó ministro general, prometiéndole obediencia, a Pedro Cattani, eminente jurista, pero fidelísimo a los ideales del fundador; muerto éste al poco tiempo, le sucedió Elías Bombarone. Pero, no obstante esta abdicación, tan dolorosa para los representantes de la primitiva sencillez, el santo continuó siendo considerado como verdadera cabeza de la orden, y él mismo hizo valer en múltiples ocasiones sus derechos y su responsabilidad de fundador. Como tal siguió mirándolo también la Sede apostólica.

Se deja entender la importancia excepcional que tuvo el capítulo general de Pentecostés de 1221, último al que asistieron todos los hermanos, aun los novicios14. Francisco, que había pedido la ayuda de Cesario de Spira para fundamentar con abundantes textos bíblicos la índole evangélica de la regla, presentó a este capítulo la redacción definitiva de la que suele designarse como Regla no bulada, por no haber obtenido la aprobación pontificia.

En efecto, el núcleo inicial de la "forma de vida", aprobado verbalmente por Inocencio III, había ido ampliándose y completándose a medida que crecía la fraternidad y a medida que la realidad iba exigiendo nuevas adaptaciones. Los capítulos periódicos, por una parte, promulgaban ordenaciones que luego eran incorporadas al texto de la regla, después de someterlos a la aprobación de la Sede romana15. No faltaron, además, intervenciones canónicas que fueron incorporadas asimismo al texto, en especial las disposiciones del IV Concilio de Letrán (1215) para todos los religiosos. Ahora era necesario incorporar también el contenido disciplinar de la nueva bula de Honorio III.

El texto que poseemos de esta regla es el que quedó completado con las adiciones del capítulo de 1221, que no modificó la redacción personal del fundador. Es el documento que mejor revela sus ideales, al mismo tiempo que ofrece un testimonio elocuente de su profunda religiosidad. Y da también el cuadro más espontáneo y fidedigno de la vida de la fraternidad en el primer decenio de la aventura evangélica. Consta de 23 capítulos que, más que artículos de una ley, son suaves exhortaciones paternales, emocionadas y ardorosas.

Las adiciones o enmiendas más importantes introducidas en 1221 son: el año de noviciado junto con la prohibición de pasar a otra orden y de andar fuera de la obediencia, "según el mandato del señor papa" (1R 2,10); probablemente la disposición de rezar el oficio divino "según la costumbre de los clérigos de la iglesia de Roma" (antes se acomodaban a los clérigos del lugar); la reducción de los ayunos a los viernes y al tiempo que corre desde la fiesta de todos los Santos hasta Navidad y desde Epifanía hasta Pascua; y se mantiene la supresión de la abstinencia perpetua (1R 3); las cautelas sobre el trato con mujeres y las medidas contra los deshonestos (1R 2 y 13); el extenso capítulo sobre "los que quisieren ir entre los sarracenos y otros infieles" (1R 16); el mandato de que ningún hermano predique "contra la forma e institución de la santa iglesia ni sin autorización de su ministro" (1R 17); la nueva reglamentación de los capítulos: cada año el ministro regional reúne a todos los hermanos de su provincia por la fiesta de san Miguel; anualmente se reúnen los ministros de Italia en la Porciúncula por la fiesta de Pentecostés; y cada tres años tiene lugar el capítulo general de todos los ministros, aun los de fuera de Italia; la convocatoria en estos dos casos pertenece al ministro general, quien puede modificar el plazo de reunión (1R 18).

El texto concluía: "Y de parte de Dios todopoderoso y del señor papa, y por obediencia, yo, hermano Francisco, mando firmemente y ordeno que ninguno disminuya ni añada nada en esta regla, y que los hermanos no tengan otra regla". Sin embargo, la aprobación del papa no llegó. Y la razón fue, a lo que parece, el descontento con que la recibió el sector de los prudentes, en especial los ministros. Ellos preferían un código de vida más preciso y disciplinado, y no podían ver con agrado aquella insistencia en armar a los hermanos frente a los ministros para la defensa del puro ideal, tal como aparecía en los capítulos quinto y sexto.

La regla "bulada" de 1223

Son confusas las noticias sobre la elaboración del texto de la regla definitiva y nos vienen casi exclusivamente de las fuentes tendenciosas del grupo de los espirituales, basadas en el testimonio de fray León. De lo que no puede dudarse es de que no fue una tarea fácil ni exenta de sinsabores para Francisco. Retiróse éste al eremitorio de Fonte Colombo, en el valle de Rieti, acompañado de fray León y fray Bonizo; allí, en largas jornadas de oración y ayuno, fue dictando el texto a fray León. Terminada la primera redacción, la entregó a fray Elías, quien por incuria, tal vez intencionada, la perdió. La verdad parece ser que el nuevo texto no fue del agrado de los ministros reunidos en capitulo. Francisco tuvo que ensayar otra redacción. Antes de presentarla a la aprobación del papa, consultó detenidamente con Hugolino, que hacía de mediador, esforzándose por armonizar las convicciones del santo con las pretensiones de los ministros. El texto fue sometido a una revisión meticulosa, suprimiendo algunos pasajes, mitigando otros y aun reformando notablemente el estilo literario. Aún parece que el mismo Honorio III intervino en persona discutiendo con el fundador algunas cláusulas.

Por fin, el 29 de noviembre de 1223 se expedía en la cancillería pontificia la bula de confirmación, que comienza con las palabras Solet annuere. El texto de la regla quedaba inserto en la bula.

La regla definitiva, con su redacción mucho más breve y menos llena de unción, mantiene, no obstante, todo el contenido esencial de la primitiva legislación; con más energía que nunca se afirma en ella la vocación evangélica de la orden. En realidad Francisco había vencido, aun cuando tuvo que renunciar a expresar algunos conceptos muy caros a él, como el capítulo 14 de la regla anterior, que mandaba ir por el mundo "sin bolsa, sin alforja, sin dinero, sin bastón"; no logró hacer pasar las citas literales del evangelio, pero sí mantener vigorosamente su espíritu (c. 3 y 10). Hubiera querido también dejar constancia en la regla de su preocupación por el respeto a la presencia eucarística de Cristo y a "los nombres del Señor y sus palabras escritas", tema que constituye el objeto de varias de sus cartas16.

Quedan aún restos de las cálidas exhortaciones primitivas, aunque más condensadas. Mantiene con mayor firmeza el espíritu de libertad evangélica respecto a los ayunos, suavizándolos aún más que en la regla de 1221, ya que deja libre la cuaresma de la Epifanía (2R 3). Sigue en pie la prohibición de viajar a caballo fuera del caso de necesidad y la libertad para comer "de todo lo que les fuere servido" (2R 3). La prohibición del dinero se hace más tajante y absoluta (2R 4). El trabajo es considerado aún como el medio normal de subsistencia, aunque desaparece el valor social que se le daba en la otra regla y se da como único motivo "evitar la ociosidad, enemiga del alma", común en la ascética monástica (2R 5). El capítulo central es el de la pobreza, bellamente estructurado y saturado de ardor evangélico: insiste en la prohibición de residencias fijas para no perder la vocación de "peregrinos y forasteros" y reclama de los hermanos el heroísmo de "no tener nada bajo el cielo fuera de esa única herencia de la pobreza". Aun las necesidades más urgentes, como la asistencia a los hermanos enfermos, no deben resolverse a costa de la pobreza, sino acudiendo a los recursos de la caridad entre miembros de una misma familia (2R 6).

Aparecen los pecados reservados, cuya absolución corresponde a los ministros (2R 7). Queda configurado el gobierno de la orden: un "ministro y siervo de toda la fraternidad", que sigue indefinidamente en el cargo hasta su muerte, a menos que fuere depuesto por el capítulo; éste constituye la autoridad suprema: lo componen los ministros y custodios y se reúne cada tres años, o en otro plazo mayor o menor según lo disponga el ministro general; los capítulos provinciales y custodiales siguen celebrándose cada año con asistencia de todos los hermanos (2R 8). La licencia de predicar queda reservada al ministro general (2R 9). La relación entre los hermanos y sus "ministros y siervos" se mantiene como en la regla primera, aun con los mismos términos. Parece que Francisco quiso seguir afirmando el derecho de "resistencia" de los hermanos frente a los superiores en el caso en que éstos se desviaran de la fiel observancia de la regla; Honorio III habría mitigado el texto en la forma que aparece en el capítulo 1017. Se introduce la prohibición de acercarse a los monasterios de monjas sin autorización de la Sede apostólica (2R 11). El capítulo de las misiones entre infieles queda muy abreviado y se reserva a los ministros el conceder la licencia a los que quisieren ir, movidos de "inspiración divina" (2R 12). Finalmente, se impone la obligación de tener siempre un cardenal protector, al que corresponde "gobernar, proteger y corregir la fraternidad" para garantizar la fidelidad a la iglesia romana y a la fe católica y, mediante ella, la fidelidad a la vida evangélica, en especial a la pobreza (2R 12).

Al fijar la cancillería papal en el pergamino la bulla de plomo quedó cerrado el ciclo evolutivo de la ley fundamental. Era ya una ley canónica y pasaría como tal al Corpus Iuris. Francisco experimentó lo que esto significaba cuando quiso intercalar una nueva cláusula sobre la igualdad de todos los hermanos en el seno de la fraternidad (2Cel 194). No cabían ya adaptaciones de la letra; ésta quedaba fijada jurídicamente; en cambio quedaba abierto el camino de las interpretaciones.

El Testamento (1226)

El último capítulo general en vida de san Francisco se celebró en Pentecostés de 1224. Fue probablemente en esta ocasión cuando el fundador, impedido por su enfermedad para tomar parte en él, dirigió a los ministros reunidos y a todos los hermanos una notable carta, en tono de gran humildad y amor fraterno. En ella recomendaba vivamente la reverencia al santísimo Sacramento, exhortaba cálidamente a los hermanos sacerdotes, ya numerosos, a llevar una vida en conformidad con su misión altísima, encargaba el respeto a las palabras del Señor, llamaba la atención con fuerza sobre la recitación del oficio divino en conformidad con las normas de la iglesia y sobre el peligro de indisciplina; insistía en la fidelidad a la regla. Y manifestaba su deseo de que "en los lugares en que moraban los hermanos se celebrara una sola misa al día", aunque hubiera varios sacerdotes; éstos debían "contentarse, por amor de caridad, con asistir a la misa del único celebrante" (CtaO 30-32).

Esta preocupación del santo por evitar la disociación de la fraternidad en el momento de la celebración eucarística respondía a la nueva realidad, ya inevitable, de los asentamientos de la fraternidad. Francisco acepta por fin el hecho, que comenzó hacia 1220, con las adaptaciones que comporta. La primera es la de la vida litúrgica; constituida la fraternidad local, ésta deberá reunirse cada día para la oración comunitaria, y sobre todo para la Eucaristía. Esta evolución estaba prevista en una bula de Honorio III de 29 de marzo de 1222, que concedía un privilegio a las iglesias de los hermanos menores, "si les sucediere tener algunas"18. Por aquella fecha, y todavía en 1224, se recitaba en común el oficio divino y se celebraba la misa con privilegio de altar portátil en los eremitorios y en los oratorios19.

El grupo asentado habitará ya una casa y tendrá una iglesia; pero no será un "monasterio". En la nomenclatura oficial de la orden esos asentamientos recibirán el nombre de lugares. Al mismo tiempo aparece la figura del superior local, que será llamado guardián, término vulgar de origen germánico, que corresponde al latino custos, custodio.

Todo aquel sufrimiento moral, que no logró ahogar en el Poverello su íntimo gozo espiritual, acabó de purificarle místicamente. Aquel mismo año de 1224, en el mes de septiembre, tenía lugar su estigmatización en el monte Alvernia. Hecho una imagen viva de Cristo crucificado, atormentado de dolencias corporales y cada día más consumido de la llama del amor transformante, Francisco siguió todavía recorriendo los caminos de Italia central, venerado y aclamado como santo en todas partes. En la primavera de 1226, hallándose en Siena, se sintió morir y dictó escuetamente su última voluntad: bendecía a todos los hermanos, les recomendaba la caridad entre ellos, la fidelidad a la señora pobreza y la reverencia y sumisión a los prelados y clérigos de la iglesia20.

Habiendo experimentado una leve mejoría, fue trasladado a Asís. Y fue aquí donde, en forma más extensa, dictó su Testamento definitivo, cuyo texto nos ha llegado en su dicción espontánea, sin la revisión literaria de otra mano.

Para captar el alcance de este documento hay que tener en cuenta la situación interna del fundador en los últimos años. Veía que la interpretación práctica de la regla, en manos de los responsables, no siempre se acomodaba al sentido obvio de la misma ni a su espíritu. Algunas veces le asaltaba cierto presentimiento de que la orden llegaría a renegar del contenido fundamental de su vocación. En momentos de expansión y desahogo con sus íntimos no podía reprimir gestos de profundo desagrado -que más tarde exageraría fray León al escribir sus recuerdos21- contra la dirección que los ministros se empeñaban en imprimir a la orden en su afán de hacer de ella una institución eficiente y respetada.

Por eso, en el lecho de muerte, quiso hacer una protesta vibrante de su programa y ponerlo ante sus hijos presentes y futuros al menos como una meta ideal que los espoleara siempre a la fidelidad más al "espíritu" que a la letra de la regla.

El Testamento es, ante todo, un reconocimiento ardoroso al Señor por la conversión y por la vocación evangélica, una afirmación de la absoluta iniciativa del Altísimo en el nacimiento de la fraternidad. Luego, dando una respuesta a los signos de desvío que le inquietan, inculca vigorosamente el respeto a los sacerdotes con cura de almas, por pobres y despreciables que sean, la reverencia al cuerpo y sangre del Señor y a sus palabras escritas, la consideración a los teólogos. Recuerda el desprendimiento total, la sencillez y humildad de los primeros años, en especial el sentido del trabajo manual. El párrafo en que insiste en este aspecto es una clara reacción contra la interpretación que se estaba dando al capítulo quinto de la regla: quiere que todos se ejerciten en algún oficio y que "los que no saben, lo aprendan". Afirma que la mendicación es sólo un medio subsidiario cuando el trabajo no basta.

El paso más importante es la adaptación por lo que se refiere al hecho de los asentamientos. La regla prohibía "apropiarse" las casas y lugares, es decir, instalarse en ellas; ahora acepta la realidad, pero dice: "Guárdense los hermanos de aceptar absolutamente las iglesias, las moradas pobrecitas y cuanto para ellos se construye, si no estuviese en consonancia con la pobreza que prometimos en la regla, hospedándose en ellas como viajeros y forasteros". La adaptación se hace manteniendo la línea del espíritu de la regla, ya que la letra ha quedado superada: a condición de evitar toda instalación.

Es particularmente fuerte la prohibición de solicitar privilegios o breves de recomendación en la curia romana, "ni por sí ni por medio de otra persona" (intencionada alusión a la acción de Hugolino como intermediario de tales cartas de protección). Este aspecto de minoridad en el seno de la sociedad lo llevaba Francisco muy en el corazón: "Si en alguna parte no fueren recibidos, vayan a otra tierra a vivir en penitencia con la bendición de Dios".

Frente al peligro de indisciplina, el santo manifiesta su voluntad de obediencia rendida al ministro general y al guardián que él le asignare, y asimismo su voluntad de rezar el oficio divino según la norma de la iglesia. Sigue una medida fuerte contra los hermanos que se insubordinan, que no rezan el oficio divino como deben o que son sospechosos en la fidelidad a la iglesia.

Termina aclarando que no se trata de añadir "otra regla". El Testamento es "una recordación, amonestación y exhortación, a fin de observar más católicamente la regla prometida al Señor". Pero impone al ministro general y a los demás superiores que respeten el texto y lo unan a la regla, de forma que en los capítulos, al leer la regla, se lea también el Testamento. Finalmente, prohíbe toda glosa o interpretación así en la regla como en el Testamento: "Así como el Señor me concedió decir y escribir pura y sencillamente la regla y estas palabras, así las entendáis sencillamente y sin comentario".

Francisco moría en la tarde del 3 de octubre de 1226 en la Porciúncula. Dos años más tarde, con bula de 19 de julio de 1228, era canonizado por Gregorio IX, nombre que tomó el cardenal Hugolino al subir al solio pontificio.


NOTAS:

1. Jordán de Giano, Crónica 16; LM 4,10; LP 18; Eccleston, De adventu, SF I, 232.

2. Cf. K. Esser, La orden franciscana. Orígenes e ideales..., 72-80.

3. Cf.. 1Cel 74; LP 108.

4. Cf. Bull. Franc. I, 46, 49, 68.

5. Carta a la b. Inés de Praga, 9 mayo 1239, Bull. Franc. I, 241.

6. Bull. Franc. I, 68.

7. Bull. Franc. I, 2.

8. L. Zarnke, Der Anteil des Kardinals Ugolino an der Ausbildung der drei Orden des heil. Franz, Leipzig-Berlin 1930.

9. Consta por el testimonio de un dominico, recogido por Olivi. Cf. K. Esser, La orden franciscana. Orígenes e ideales..., 117 n. 109.

10. Jordán de Giano, Crónica 11s.

11. LP 56; 2Cel 57s; EP 6s.

12. Jordán de Giano, Crónica 12.

13. Así tuvo origen el cargo de cardenal protector, enlace entre la orden y la Sede apostólica; más tarde lo obtendrían la mayoría de los institutos religiosos, hasta que Pablo VI lo suprimió en 1967.

14. Jordán de Giano, Crónica 16.

15. Testimonio de Jacobo de Vitry, en H. Boehmer, Analekten zur Gesch. des Franziskus von Assisi, ed. C. Andresen, Tübingen 1961, 67.

16. L. Iriarte, Lo que san Francisco hubiera querido decir en la regla, en Est. Franc. 77 (1976) 375-391; también en Selecciones de Franciscanismo n. 17 (1977) 165-178.

17. Ibid. 384-387.

18. Bull. Franc. I, 9.

19. Bula de 3 dic. 1224, ibid. 20.

20. Conocido como Pequeño Testamento de Siena. Cf. K. Esser, Das Testament des hl. Franziskus von Assisi, Münster i. W. 1949, 10s. Die opuscula des hl. Franziskus, Grottaferrata 1976, 458s.

21. Véase, sobre todo, la Intentio Regulae, LP 101.

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