DIRECTORIO FRANCISCANO

Historia franciscana

HISTORIA FRANCISCANA

por Lázaro Iriarte, OFMCap

I. LA ORDEN DE LOS HERMANOS MENORES HASTA 1517

Capítulo IV
EL GENERALATO DE SAN BUENAVENTURA
Y SUS CONSECUENCIAS (1257-1274)

Se ha exagerado al dar a san Buenaventura el calificativo de "segundo fundador". Sabatier le atribuye una verdadera transformación de la obra de san Francisco1. Otros, sin llegar a tanto, afirman que el joven general completó la evolución de la orden y dio a ésta su organización definitiva.

Hemos visto que la evolución estaba ya completa. Buenaventura no corrigió ni reformó nada. Conservador por temperamento, aceptó las cosas tal como las halló; pero se percató de los peligros reales externos e internos y se propuso conjurarlos con prudencia y energía.

En su primera circular (23 abril 1257) expuso el programa de su gobierno: defender la orden contra los enemigos externos, mantener las posiciones alcanzadas hasta entonces, establecer una observancia común de la regla2.

Defensa contra los enemigos externos

San BuenaventuraSan Francisco había inculcado a los hermanos menores una humilde dependencia respecto a los obispos y sacerdotes seculares. Pero no pocos habían respondido con desconfianza y hostilidad, aplicando a los nuevos religiosos con todo rigor el derecho vigente. Gregorio IX había salido en su defensa, inaugurando para franciscanos y dominicos un derecho nuevo: en adelante, la cura de almas no debería considerarse exclusiva del clero parroquial. Por su parte, los religiosos provocaban esa actitud con su conducta y, sobre todo, con el cúmulo de privilegios pontificios de que iban respaldados. En el Concilio I de Lyon (1245) los obispos alzaron el grito en defensa de sus prerrogativas.

La universidad de París era el segundo gran adversario. La aversión de los maestros seculares de la Sorbona se hizo sentir, sobre todo, a partir de 1252; los dominicos tenían dos cátedras a la sazón y los franciscanos una. Se las quitaron en 1253, tomando pretexto de la negativa de los mendicantes a tomar parte en una huelga de la universidad; ellos recurrieron al papa, quien reprendió severamente a los maestros y ordenó devolverles las cátedras. La universidad se negó a obedecer, y entonces Juan de Parma se presentó delante de los maestros y estudiantes reunidos y, en calidad de general de la orden, revocó el recurso que sus hermanos habían hecho a Roma. Esta actitud reconcilió a la Sorbona con los franciscanos3.

Después hizo la universidad causa común con el clero en la lucha contra la preponderancia de los mendicantes. Inocencio IV citó a los maestros a su tribunal; pero Guillermo de Saint-Amour, jefe de la campaña contra los frailes, presentó de tal forma la cuestión al papa, que le hizo cambiar totalmente de actitud. Inocencio IV acabó por retirar los privilegios a los mendicantes. Parece que lo que motivó esta decisión fue la aparición de la Introducción al evangelio eterno del joaquinita franciscano Gerardo de Borgo San Donnino. Pero Alejandro IV anuló medio mes más tarde el fallo de su antecesor. La cuestión seguía en pie, y comenzó entonces la polémica literaria.

A partir de 1254 se inicia un nuevo género de ataque contra los mendicantes; ya no se les disputan derechos particulares, sino la misma razón de su existencia y los principios en que se fundan. El portavoz de esta campaña sigue siendo Saint-Amour, quien en su De periculis novissimorum temporum (1255) negaba a los frailes, sobre todo, el derecho a ejercer el ministerio pastoral, porque, decía, en la iglesia no hay más que dos categorías de personas: la de los clérigos, prelados y párrocos, a quienes pertenece la enseñanza y la cura de almas, y la de los monjes y laicos, que deben abstenerse del estudio y vivir del trabajo de sus manos. Enseñaba, además, que la mendicación es contraria a la perfección evangélica.

Apenas aparecida esta obra, fue refutada en París por san Buenaventura y luego por santo Tomás de Aquino. En 1256, el papa la condenaba y aprobaba solemnemente el ideal evangélico de los predicadores y menores. La victoria total de los mendicantes en la universidad coincidía con la elección de Buenaventura para ministro general. La polémica literaria continuó vivísima, como continuó también la oposición del clero secular; y en ella intervinieron los franciscanos más que los dominicos, ya que se trataba de poner a salvo la legitimidad de su ideal de pobreza.

En su tratado Quaestiones de perfectione evangelica, con que refutaba a Saint-Amour, en la Apologia pauperum contra Gerardo de Abbeville, y en otros opúsculos, Buenaventura establece los siguientes puntos: 1.º La pobreza voluntaria es el más alto grado de la perfección evangélica. 2.º Predicar y enseñar el evangelio a nadie corresponde mejor que a los que lo practican con mayor fidelidad. 3.º La predicación es un derecho que los frailes han recibido del papa. Y aquí esclarece la cuestión del pastor propio -proprius sacerdos-: el pastor propio de todos los fieles es el papa en primer lugar, después el obispo en su diócesis, el párroco en su parroquia y finalmente todo sacerdote a quien cualquiera de esos tres pastores delegue sus atribuciones. Ahora bien, los mendicantes han recibido del romano pontífice el derecho de predicar. Son los pescadores de la segunda barca, a quienes los de la primera llaman en su ayuda cuando la pesca es abundante. 4.º Los frailes tienen derecho a vivir del evangelio, es decir, a mendigar. El trabajo manual es impropio de personas que se dedican al ministerio de las almas4.

Gobierno interno de la orden

No bastaba rebatir a los adversarios externos del ideal de vida evangélica. Era preciso, además, hacer callar a un segundo grupo de contradictores que veían en la vida real de los menores una flagrante contradicción con aquel ideal. Los había fuera, pero eran más inquietantes los ataques al interior de parte de los "espirituales". Buenaventura considerará misión suya armonizar la regla con la evolución de la orden, haciendo ver que ésta no se ha apartado de las intenciones de san Francisco. Pero, para no dar pie a que esas acusaciones tengan un fundamento real, trabajará por otra parte por mantener vigorosamente la observancia y la fidelidad a la vocación de la orden. He aquí, en resumen, la actitud adoptada por el santo general en los diferentes aspectos del arduo problema doméstico:

1.º Interpretación de la regla. En sus opúsculos sobre la orden Buenaventura representa el sentir de la "comunidad"; contrariamente a Juan de Parma, ve en las declaraciones pontificias, sobre todo en la Quo elongati, la auténtica interpretación de la regla; la conciencia de los hermanos puede quedar tranquila, ya que el romano pontífice es el pastor supremo de la iglesia y de la orden5.

2.º Interpretación de la vida de san Francisco. El fundador continuaba siendo la forma minorum, y esto lo sabía mejor que nadie Buenaventura. Había que llegar a unificar el modo de concebir su vida y su ideal. A esta necesidad obedeció la Legenda maior, biografía oficial escrita a petición del capítulo general de 1260 y adoptada como única y definitiva por el de 1263; el capítulo de 1266 mandó destruir todas las biografías anteriores. Sin traicionar la historia, selecciona hábilmente hechos y enseñanzas para ofrecer un san Francisco predestinado, "ángel del sexto sello", copia perfecta de Cristo crucificado, poniendo de relieve su experiencia mística, pero demuestra no compartir ciertos matices del ideal de minoridad, como la actitud positiva de Francisco hacia el trabajo manual, la inseguridad evangélica, el recelo de los estudios, la espontaneidad...6.

3.º La observancia regular. Buenaventura veló por la fidelidad al espíritu de pobreza y se esforzó por determinar su contenido. La consideraba como la gloria y la característica principal de la orden, en lo fundamental coincidía con san Francisco, habida cuenta de la evolución operada. Conservó la institución de los procuradores o síndicos, pero rechazó el breve Quanto studiosius. Fue intransigente en punto a recepción de dinero; permitió que se hicieran provisiones discretas de las limosnas recibidas; rechazó las rentas fijas, pero admitió los legados y, únicamente en favor del Studium de París, también las fundaciones perpetuas. Partidario del uso estrecho, reafirmó en 1260 la decisión de la orden de no atenerse a la mitigación de la bula Ordinem vestrum de Inocencio IV. Prefería los conventos amplios en el interior de las ciudades por razones de ministerio, de observancia regular, de aprovechamiento del tiempo, de la belleza de los oficios litúrgicos, etc.

4.º Los estudios y la ciencia. Para Buenaventura es un elemento integrante de la actividad franciscana. Y arguye: san Francisco no pudo menos de querer los estudios en la orden, puesto que quiso la predicación, y ésta no es posible sin la ciencia.

5.º La acción apostólica. La considera esencial a la orden. Es la razón principal de que los conventos se trasladen a las ciudades. Sentada la legitimidad de la cura de almas, en la práctica adopta con el clero secular la táctica de la conciliación, fomentando el sistema de acuerdos con los obispos y los párrocos, por espíritu de minoridad.

6.º Los privilegios. Los juzga necesarios para la eficacia del apostolado; pero los quiere sólo generales para toda la orden; no consiente las exenciones particulares de provincias o religiosos. Obtenida de la santa Sede la confirmación de los ya adquiridos, avanza en la consecución de otros nuevos.

La constitución interna. Aquí nada de sustancial innovó. Las constituciones de Narbona, promulgadas en el capítulo de 1260, recogen en gran parte disposiciones anteriores. El poder supremo legislativo es el capítulo general, que sigue celebrándose cada tres años conforme al plan de Juan de Parma. Quizá las innovaciones más importantes de ese código legislativo, que servirá de patrón a todas las revisiones posteriores, se refieren a la disciplina penal7.

8.º Represión del joaquinismo. En este punto, Buenaventura, presionado por la curia romana, se mostró implacable; el proceso llevado a cabo contra Juan de Parma, aunque parece fue absolutorio, hizo al general impopular ante un sector de la orden8.

En resumen, en los diecisiete años de su gobierno, san Buenaventura fue el ministro general providencial; logró ganarse la voluntad de todos por el prestigio personal de su saber y de su virtud, por su tacto y equilibrio, por haber sabido armonizar su amor apasionado a san Francisco con su entusiasmo por el esplendor alcanzado por la orden, la admiración por los antiguos eremitorios, a los que le gustaba retirarse por largas temporadas para convivir con los hermanos celantes, con la justificación de los asentamientos urbanos. La orden se sintió unida y segura bajo su mando, exteriormente admirada y respetada, requerida por la Sede romana para misiones de importancia. Es significativa la intervención del general en la elección del papa Gregorio X, que dio fin a la prolongada vacante, y la parte preponderante que tuvo en la preparación del II Concilio de Lyon (1274).

La bula "Exiit qui seminat" (14 agosto 1279)

San Buenaventura murió, ya cardenal, durante la celebración del concilio (14 julio 1274). Apenas reunido éste, se dio cuenta de la tormenta que se cernía sobre las órdenes mendicantes. En el capítulo que convocó ese mismo año para renunciar al generalato, prohibió a sus súbditos hacer uso, hasta el próximo capítulo, de los privilegios más odiosos a los obispos9. Pero esta medida de prudencia no fue parte a contener a los prelados reunidos en Lyon. Propusieron formalmente en el concilio la supresión de todas las órdenes fundadas después del IV Concilio de Letrán; otros, más moderados, se contentaban con pedir se les quitara el ministerio apostólico. Mas no se daban cuenta de que los mendicantes eran el alma del concilio. A las acusaciones de los detractores habría respondido Gregorio X: "Vivid como ellos viven, estudiad como ellos estudian y obtendréis los mismos resultados"10. De hecho, se dio el decreto de supresión como se pedía, pero en él se exceptuaban expresamente los predicadores y los menores, y también, hasta nueva orden, los agustinos y los carmelitas11.

Era preciso, con todo, hacer las paces con el dero secular. Una comisión de dominicos y franciscanos redactó una serie de artículos, que fueron aprobados y presentados al papa por los cardenales Pedro de Tarantasia, dominico, y san Buenaventura; en ellos se renunciaba prácticamente a muchos privilegios en bien de la paz12.

A san Buenaventura sucedió Jerónimo de Áscoli (1274-1279), y a éste, al ser nombrado cardenal, Bonagrazia de san Giovanni in Persiceto (1279-1283). Era entonces papa Nicolás III, que había sido cardenal protector de la orden. A petición de Bonagrazia este papa publicó la bula Exiit qui seminat, nueva declaración solemne de la regla, que por una parte tendía a disipar toda clase de dudas entre los religiosos y por otra debía constituir una apología contundente del ideal franciscano contra los de fuera.

Este importante documento viene a ser una recopilación y un coronamiento de todo el programa de san Buenaventura. El papa toma del santo doctor la doctrina, la argumentación y hasta las mismas expresiones. El punto más importante es la distinción entre el uso de derecho y el uso de hecho; éste es el único permitido y ha de ser pobre, o sea, moderado. Esta teoría del uso pobre dará lugar en los decenios siguientes a violentas e interminables discusiones. El pontífice prohíbe, bajo las penas más graves, hablar y escribir en contra de la regla de los menores o de su profesión.

A completar esta decretal vino en 1283 la institución de los síndicos apostólicos o procuradores seglares, que administraban las limosnas pecuniarias en nombre de la santa Sede y a beneficio de los religiosos, hacían por sí mismos los contratos prohibidos a éstos y las reclamaciones judiciales contrarias a la regla. Así, por la vía de las soluciones jurídicas, la orden trataba de "aquietar las conciencias" mediante valores de forma13.

La polémica en torno a los privilegios (1279-1312)

Al transmitir a sus súbditos la Exiit qui seminat, Bonagrazia les recomendaba que evitasen toda ocasión de pleitos con el clero secular. Recordaba la máxima de Buenaventura de que la paz con los clérigos depende en gran parte de la prudencia de los religiosos y del exacto cumplimiento de la regla.

En esta tercera fase de la lucha los ataques se dirigen solamente contra los privilegios, lo mismo que en la primera, y contra la acción exterior de los frailes. El ataque proviene, sobre todo, del episcopado francés.

El papa Martín IV (1281-1285) no perdía ocasión de favorecer a los franciscanos, predilección excesiva que fue perjudicial. A las reclamaciones de Guillermo de Mâcon, enemigo número uno de los mendicantes, respondió con la famosa bula Ad fructus uberes (13 diciembre 1281), destinada a levantar enorme polvareda por los exorbitantes privilegios que contenía. En virtud de ella, los mendicantes podían predicar y confesar dondequiera sin contar para nada con los obispos ni con los párrocos.

Los obispos franceses se apercibieron para la lucha; hízose intensa propaganda y se preparó una protesta general al papa para pedir la anulación de la bula. La táctica adoptada por el momento fue aferrarse al canon del IV Concilio de Letrán, que obligaba a los fieles a confesarse una vez al año con su párroco; en una asamblea de París se definió que en esa confesión anual los fieles tenían que volver a acusarse de todos los pecados absueltos por los frailes. Estos se condujeron con circunspección, dejando de hacer uso de muchos privilegios.

Honorio IV (1285-1287), ya que no podía ir más adelante en su entusiasmo por los hijos de san Francisco, confirmó todos los privilegios anteriores y anuló los contratos estipulados por los superiores con el clero secular en perjuicio de la orden. Era clara la voluntad de la Sede romana de forzar un nuevo derecho pastoral mediante el sistema de privilegios, que al mismo tiempo eran una afirmación de la potestad ordinaria del papa en toda la iglesia y una respuesta a las aspiraciones espirituales de los fieles.

Desgraciadamente, los religiosos acabaron por ceder al favor pontificio y esta altivez exasperó aún más al episcopado francés, que ahora se propuso ganar para su causa a la universidad de París, pero sin resultado; los mendicantes gozaban en ella de gran influencia. Durante la vacante de la santa Sede a la muerte de Honorio IV, los obispos firmaron un manifiesto contra la bula y lo enviaron a Roma; pero salió elegido el franciscano Jerónimo de Áscoli, ex general de la orden, con el nombre de Nicolás IV (1288-1292). Los obispos no se intimidaron y elevaron a él sus quejas. En 1290, hallándose en París los legados pontificios Gerardo de Parma y Benito Gaetani, presidieron una asamblea nacional del episcopado en que se pidió insistentemente la supresión del privilegio de oír confesiones otorgado a los frailes. Gaetani, futuro papa Bonifacio VIII, habló duramente a la asamblea, manifestando la decisión de la santa Sede de seguir favoreciendo a los religiosos por encima de todo.

Pero el mismo Bonifacio VIII (1294-1303) vino a dar el triunfo a los obispos en 1300 con la bula Super cathedram, que determinaba sabiamente las relaciones entre el clero secular y los frailes. Estos podrían predicar libremente en sus iglesias y en las plazas públicas, fuera de las horas en que lo hacían los prelados locales. Para confesar necesitaban el permiso del ordinario, bajo presentación de los superiores. Los fieles podrían ser sepultados en las iglesias de los regulares, pero éstos habían de pagar la cuarta parte de los ingresos al párroco. Terminaba el papa suprimiendo todos los privilegios precedentes, al mismo tiempo que tomaba a los frailes bajo su protección. Esta decisión causó profunda decepción en la mayoría de los religiosos y hasta se esparció el rumor de que Bonifacio VIII se proponía suprimir la orden. Los dominicos y parte de los franciscanos adoptaron una actitud de rebeldía; el clero, por su parte, quiso tomar el desquite.

Benedicto XI (1303-1304), que había sido maestro general de los dominicos, anuló lo hecho por su antecesor. Siguióse fuerte polémica literaria, en que Juan Duns Scoto defendió la decisión de Benedicto XI.

En el concilio de Vienne (1311-1312) pasó a primer término la cuestión de la exención de los regulares. Hablaron contra ella los obispos conciliaristas Guillermo Le Maire y Guillermo Durand. Tras vivas discusiones quedó en pie la exención; se promulgaron decretos condenando los abusos de ambas partes y finalmente se obtuvo de Clemente V que diera fuerza de ley a la bula Super cathedram de Bonifacio VIII. Este documento será, en adelante, el que regulará las relaciones entre el clero secular y los mendicantes hasta el pontificado de Sixto IV. En lo que toca a la vida interna y al gobierno de la orden los religiosos dependerán inmediatamente del papa; en cuanto a la actividad apostólica fuera de sus iglesias dependerán de los obispos y del clero secular como auxiliares suyos. Al cabo de un siglo quedaba acuñado el nuevo derecho14.


NOTAS:

1. P. Sabatier, Opusc. de critique hist., II, 161 n. 1.

2. Opera omnia, VIII, 468s.

3. T. de Eccleston, De adventu..., AF I, 92; Salimbene, Chronica, p. 299.

4. Gratien de París, Historia de la fundación y evolución de la Orden de Frailes Menores en el siglo XIII. Buenos Aires, Ed. Desclée de Brouwer, 1947, 193-206, 235-248.- A. van den Wyngaert, Querelle du clergé séculier et des Ordres Mendiants à l'Université de Paris au XIIIe siècle, en La France Franciscaine, 5 (1922) 257-281, 369-396; 6 (1923) 47-70.- P. Glorieux, Les polémiques "contra Geraldinos", en Rech. Théol. Anc. Méd. 6 (1934) 5-41; 7 (1935) 129-155.- L. Olivares Molina, San Buenaventura defensor de la orden franciscana. Santiago de Chile 1961.

5. Cf. Epist. de tribus quaestionibus, 6s, Op. omnia, VIII, 333.

6. Cf. L. Iriarte, La imagen de san Francisco tal como nos la delinea san Buenaventura, en Naturaleza y Gracia, 21 (1974) 183-220.

7. R. B. Brooke, en su estudio Early franciscan governement, Cambridge 1959, 296-300, ofrece un cuadro, ciertamente discutible, de los elementos de las constituciones de Narbona que datan de fechas anteriores, y serían la mayoría. Cf. además G. Odoardi, L'evoluzione istituzionale dell'ordine, codificata da s. Bonaventura, en San Bonaventura maestro di vita francescana e di sapienza cristiana. Atti del Congr. Int. Bonav. 1974, I, Roma 1976, 137-185.

8. Cf. Gratien de París, Historia de la fundación y evolución de la Orden de Frailes Menores en el siglo XIII. Buenos Aires, Ed. Desclée de Brouwer, 1947, 233-295.- H. Roggen, Saint-Bonaventure comme "le second fondateur" de l'Ordre des frères mineurs, en Franz. Studien 49 (1967) 249-271.

9. Opera omnia, VIII, 467.

10. Testimonio de la Chronica nova de Sebastián de Olmedo, en D. A. Mortier, Hist. des Maîtres Generaux de l'Ordre des Frères Précheurs, II, Paris 1905, 98 n. 2.

11. Constit. 23. Conciliorum Oecum. Decreta, Bologna 1962, 326s.

12. Texto en D. A. Mortier, Hist. des Maîtres Generaux de l'Ordre des Frères Précheurs, II, Paris 1905, 99-101.

13. F. Elizondo, Bulla "Exiit qui seminat" Nicolai III, en Laurentianum 4 (1963) 59-119.

14. B. Mathis, Die Privilegien des Franziskanerordens bis zum Konzil von Vienne 1311. Paderborn 1928.- H. Lippens, Le droit nouveau des Mendiants en conflit avec le droit coutumier du clergé séculier, du Concile de Vienne à celui de Trente, en AFH 47 (1954) 241-292.- Y. M. Congar, Aspects ecclésiologiques de la querelle entre mendiants et séculiers dans la seconde moitié du XIIIe siècle et le debut du XIVe, en Arch. Hist. Doctr. Litt. M. A. 36 (1961) 35-151.

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