DIRECTORIO FRANCISCANO
Temas de estudio y meditación

FRANCISCO, MAESTRO DE ORACIÓN
Comentario a las oraciones de san Francisco

por Leonardo Lehmann, OFMCap

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Capítulo XV
SALUDO DE DESPEDIDA
El «Canto de exhortación» (ExhCl) de san Francisco
a las Damas Pobres de San Damián

[Abschiedsgruss. Das Mahnlied für die Schwestern der hl. Klara, en Franziskus, Meister des Gebets, Werl/Westf., Dietrich Coelde Verlag, 1989, 275-288].

En íntima conexión con el Cántico del hermano Sol se encuentra el Canto de exhortación de san Francisco a las Damas Pobres de San Damián. También el Canto está escrito en lengua vulgar, y fue redactado poco después que el Cántico y en el mismo lugar que éste, es decir, cuando Francisco yacía postrado, gravemente enfermo, en una celdilla en penumbra, para protegerse los ojos de la luz, acondicionada en la casita junto a San Damián donde residían los hermanos menores encargados de la atención espiritual y material de las clarisas.

HALLAZGO DEL «CANTO DE EXHORTACIÓN»

Gracias a dos fuentes escritas a principios del siglo XIV, la Leyenda de Perusa (LP, redactada alrededor de 1310) y el Espejo de Perfección (EP, escrito hacia 1330), se sabía que Francisco había redactado un breve opúsculo, unas palabras de consolación para las clarisas, cuyo texto parecía perdido para siempre. En 1976, el 750 aniversario de la muerte de san Francisco, el padre Giovanni Boccali, OFM, encargado de la atención espiritual de las clarisas y especialista en los escritos de Clara y de Francisco, hizo un espectacular descubrimiento. Dos clarisas le habían relatado que en el convento de las clarisas de Novaglie, cerca de Verona, había un antiguo manuscrito del siglo XIV. El padre Boccali investigó el tema y encontró en el folio 57rv de dicho manuscrito un texto que empieza con las palabras « Audite, poverelle». En el fondo, pues, las clarisas fueron quienes descubrieron el Canto de exhortación a ellas dedicado; fueron ellas las que indicaron la buena pista al padre Boccali. La alegría del descubrimiento, con todo, quedaba enturbiada por una pregunta: ¿Se trataba del texto auténtico o era, por el contrario, una simple imitación?

El padre Boccali, poco después de haber publicado el Canto de exhortación en la revista de la clarisas italianas Forma Sororum, demostró ampliamente en 1978 la autenticidad de este escrito y lo editó basándose en dos manuscritos de los siglos XIV y XVI, comparándolo con los relatos de la Leyenda de Perusa y el Espejo de Perfección, que nos hablan de él.[1] He aquí los argumentos que apoyan su autenticidad:

1. El códice donde fue hallado el Canto pertenecía originariamente al convento de las clarisas de Verona, fundado en 1224, en vida, por consiguiente, de san Francisco y de santa Clara; entre Asís y Verona existía, por tanto, una estrecha unión.

2. El Canto coincide asombrosamente con cuanto relatan los Compañeros en la Leyenda de Perusa y en el Espejo de Perfección. Éstos reproducen su contenido con exactitud, cuando relatan que Francisco mandó entregarlo a las clarisas. Ahora tenemos su texto literal.

3. Los argumentos de Boccali fueron completados con el estudio llevado a cabo por especialistas en literatura italiana antigua. Tanto el ritmo como el vocabulario y el estilo del Canto de exhortación corresponden a la época de san Francisco. El «cursus» del Canto concuerda con el del Cántico de las criaturas. En ambas poesías aparecen las mismas palabras italianas antiguas. Varias expresiones latinizantes, por ejemplo, la misma palabra inicial: «Audite», apoyan la autenticidad del Canto de exhortación.

TEXTO ORIGINAL DEL «CANTO»

En el manuscrito hay una bella miniatura, de la escuela de Giotto, que representa a san Francisco en gesto de exhortación y con el dedo índice de la mano derecha señalando a sus oyentes invisibles. Al lado está el texto del Canto en vulgar, en italiano antiguo. El copista antepone una nota introductoria, escrita en latín. He aquí el texto:

 

[Haec verba fecit beatus Franciscus in vulgari]

A

1 Audite, poverelle dal Signór vocáte,
ke de multe parte et provincie séte adunáte:
2 vivate sémpre en veritáte,
ke in obediéntia moriáte.

B

3 Non guardate a la vita de fóre,
ka quella dello spírito è miglióre.
4 Io ve prégo per grand'amóre
k'aiáte discrecione / de le lemosene ke ve dà el Segnore.

C

5 Quelle ke sunt adgravate de infirmitáte
et l'altre ke per loro sò ádfatigáte,
tutte quante lo sostengáte en páce.

D

6 Ka multo venderite cara quésta fatíga,
ka cascúna serà regina / en celo coronata cum la Vérgene Maria.

El oyente/lector advierte inmediatamente que en este texto hay más rimas consonantes que en el Cántico. El Canto de exhortación consta en el fondo de dos cuartetos rimados (A-B), de un terceto (C) y de un dístico (D); en total, trece líneas. Yo prefiero numerar sólo los versos íntegros, es decir, la frase entera (no sólo su mitad), en cuyo caso resultan seis versos en total. Los versículos 4 y 6, más largos, riman, al igual que los demás, en la mitad del versículo: discrecione / Segnore, y más claramente: regina / coronata / Maria. Se trata, por tanto, de líneas rítmicamente rimadas que, por su forma y contenido, pueden dividirse en cuatro estrofas (A-B-C-D). Según los relatos de los compañeros de Francisco, el texto estaba acompañado de una melodía (probablemente de tipo sálmico) y fue cantado a las clarisas; por consiguiente puede hablarse, con razón, de una Exhortación cantada.

TRADUCCIÓN DEL «CANTO»

 

[Estas palabras las compuso el bienaventurado Francisco en lengua vulgar:]

A

1 Escuchad, pobrecillas, por el Señor llamadas,
que de muchas partes y provincias habéis sido congregadas:
2 Vivid siempre en la verdad,
que en obediencia muráis.

B

3 No miréis a la vida de fuera,
porque la del espíritu es mejor.
4 Yo os ruego con gran amor
que tengáis discreción de las limosnas que os da el Señor.

C

5 Las que están por enfermedad gravadas
y las otras que por ellas están fatigadas,
unas y otras soportadlo en paz,

D

6 Porque muy cara venderéis esta fatiga,
porque cada una será reina en el cielo coronada con la Virgen María.

UN RELATO DE LOS COMPAÑEROS
CONTENIDO EN LA «LEYENDA DE PERUSA»

Dos fuentes nos han dejado constancia, de manera esencialmente unánime, de las circunstancias concretas en las que surgió el Canto de exhortación: la Leyenda de Perusa (LP 85) y el Espejo de perfección (EP 90). Como el relato contenido en esta última obra es una edición posterior del texto de la LP, ofrecemos aquí el texto de la Leyenda. Si se comparan ambos relatos, se verá cuánto se parecen.

«Aquellos mismos días y en el mismo lugar, el bienaventurado Francisco, después de haber compuesto las alabanzas del Señor por sus criaturas, compuso también unas letrillas santas con música, para mayor consuelo de las damas pobres del monasterio de San Damián, particularmente porque sabía que estaban muy afectadas por su enfermedad.

»Como no podía, a causa de la enfermedad, visitarlas y consolarlas personalmente, hizo que sus compañeros les transmitieran la letra que había compuesto para ellas. Con estas palabras, como siempre, les quiso manifestar brevemente su voluntad: que debían tener una sola alma y vivir unidas en caridad, ya que, por su predicación y ejemplo, ellas se habían convertido a Cristo cuando los hermanos eran todavía pocos. Su conversión y su vida eran prestigio y edificación no sólo de la Religión de los hermanos, de la que eran su plantita, sino de la Iglesia entera de Dios.

»Conocedor el bienaventurado Francisco de que desde el principio de su conversión, por voluntad y necesidad, llevaban una vida muy austera y pobre, sentía siempre gran piedad por ellas.

»Por eso, en el mensaje les ruega también que, como el Señor las había congregado de muchas partes para unirlas en la santa caridad, en la santa pobreza y en la santa obediencia, mantengan hasta morir fidelidad a éstas. Les pide especialmente que con alegría y acción de gracias provean discretamente a sus necesidades corporales, sirviéndose de las limosnas que el Señor les proporcionaba; y, sobre todo, recomienda que tengan paciencia las sanas por los trabajos que soportan por sus hermanas enfermas, y éstas en las enfermedades y necesidades que sufren».

El Canto de exhortación fue compuesto poco después del Cántico del hermano Sol, en las mismas circunstancias de enfermedad, desaliento y tentaciones externas. Por eso, a estas «letrillas santas con música» escritas para consuelo de las Damas Pobres, pueden aplicárseles las mismas reflexiones que hicimos al hablar del Cántico.

Resulta asombroso cómo una persona gravemente enferma, casi ciega y llena de sufrimientos como Francisco, fuera capaz de componer semejantes poesías. «En una perspectiva puramente humana y médica, esta densa creación poética del Santo es un enigma».[2] Normalmente quien está gravemente enfermo no es capaz de estar pendiente de los problemas y preocupaciones de los demás; bastante tiene con ocuparse de él mismo y de su propia enfermedad. Francisco se sobrepone a su enfermedad con la oración, la meditación, el canto y la creación poética. No se deja vencer por la tentación de la autocompasión. En vez de estar pendiente de sus propios sufrimientos, se preocupa de las enfermedades y de los sufrimientos de los demás. A pesar de ser el primero en necesitar consuelo, compone estas letrillas «para mayor consuelo de las Damas Pobres».

COMENTARIO DEL «CANTO»

1 Escuchad, pobrecillas, por el Señor llamadas,
que de muchas partes y provincias habéis sido congregadas:

Como el profeta Isaías (Is 1,2.10), como el libro de los Proverbios (1,8; 4,1.10.20; 8,6), como san Benito en el prólogo de su Regla, Francisco empieza el Canto de exhortación pidiendo atención a sus oyentes: «¡Escuchad!». También a sus hijos espirituales les dice: «Escuchad, señores hijos y hermanos míos» (CtaO 5). Una noticia importante debe ser escuchada con atención; exige disponibilidad interior para acogerla.

Después de esta llamada viene el encabezamiento o tratamiento con el que Francisco se dirige a las Damas Pobres: «Pobrecillas». El Poverello se dirige a las Pobrecillas; es consciente de que él y ellas están unidos por una misma opción de vida. El vocablo Pobrecillas es una palabra cariñosa que, además, refleja la realidad tal cual es: las hermanas viven en la pobreza que han elegido libremente; Francisco siente compasión por ellas; las denomina como realmente son: «Pobrecillas». Pero no pobrecillas en el sentido de ser dignas de lástima, sino en el de estar marcadas por una vocación. Por eso añade inmediatamente: «del Señor llamadas». La palabra «Pobrecillas» equivale, por tanto, a un título honorífico: las hermanas han escuchado la llamada de Jesús: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,20). Haciéndose pobres interior y exteriormente, las hermanas siguen las huellas de Jesús y de su santísima Madre (cf. UltVol). Francisco recuerda a sus hijas espirituales del cercano conventito de San Damián la vocación a la que han sido llamadas.

Aunque Francisco fue el fundador del convento de San Damián, les recuerda a las Damas Pobres que son obra de Dios: el Señor las ha llamado a San Damián desde diversas provincias de Italia. Desde que Clara huyó de la casa paterna (1212) hasta el momento de la composición del Canto habían transcurrido unos doce o trece años. En ese breve tiempo la pequeña fundación de San Damián se ha convertido -así se desprende del v. 1- en una fuerza irradiante que atrae muchas vocaciones. En vida de santa Clara los muros del convento llegaron a albergar unas cincuenta monjas.

2 Vivid siempre en la verdad,
que en obediencia muráis
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Después de la llamada y del tratamiento-encabezamiento viene la exhortación propiamente dicha: «¡Vivid siempre en la verdad!». Tanto la palabra vida como la palabra verdad son términos que aparecen muchas veces en los escritos del apóstol san Juan. Para Francisco la palabra vida es muy importante, equivale a la Regla: «La regla y vida de los hermanos menores es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo...» (1 R 1,1). Las hermanas deben permanecer siempre fieles a lo que prometieron, deben vivirlo «en la verdad»; es decir, su conducta debe ser sincera, leal, concorde con lo que un día profesaron, y debe serlo a lo largo de toda la vida, de manera que «mueran en obediencia». La obediencia equivale aquí, al igual que en otros lugares de los escritos de Francisco, a la vida franciscana en su conjunto. Según Francisco, profesar equivale a «ser recibidos a la obediencia» (cf. 1 R 2,9). «Vagar fuera de la obediencia» (1 R 5,16) significa ser infieles a la vida franciscana. Con incomparable concisión el v. 2 llama a las hermanas a vivir real y verdaderamente lo que prometieron en la profesión, y a vivirlo así siempre.

3 No miréis a la vida de fuera,
porque la del espíritu es mejor
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Después de la invitación positiva, en la que se les indica a las hermanas cómo deben vivir, sigue una admonición que les señala lo que no deben hacer: «No miréis a la vida de fuera». Hay que tener presente que las Damas Pobres de San Damián vivían en estricta clausura. Existía, pues, el peligro de mirar de soslayo la vida de fuera del convento. Con frecuencia se engaña uno a sí mismo con pensamientos como los siguientes: tal vez hubiera podido hacer más, si me hubiera dedicado a un trabajo social fuera del convento; tal vez hubiera sido mejor fundar una familia; a veces puede uno pensar que ha desperdiciado parte de la vida...

A todo ello responde Francisco: «La vida del espíritu es mejor». Insiste en el valor de la virginidad consagrada a Dios. Describe, una vez más, el camino franciscano como «vida», como vida del espíritu: consiste en dejarse guiar por el Espíritu y por la gracia de Dios. A la vida de fuera no opone aquí una vida dentro del convento, sino la apertura interior al Espíritu de Dios. La clausura no sirve de nada si no abre a Dios. En este mismo sentido Francisco anima en la Regla a los hermanos a aplicarse «a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar continuamente al Señor con un corazón puro, y tener humildad y paciencia en la persecución y en la enfermedad» (2 R 10,8-9).

4 Yo os ruego con gran amor
que tengáis discreción de las limosnas que os da el Señor
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Cuando Francisco pide algo que considera muy importante, lo pide encarecidamente «en el amor, que es Dios» (1 Jn 4,16); así lo vemos, por ejemplo, en 1CatF 2,19; 2CtaF 87; 1 R 17,5; 22,26. ¿Qué es lo que desea cuando ruega «con gran amor» en su Canto de exhortación? Es bien sabido que las clarisas vivían una vida de extrema pobreza. En 1215-1216 Clara logró que el papa Inocencio III le concediera el «Privilegio de la pobreza». La Iglesia consideró que no podía observarse una pobreza tan extrema como la que Clara quería. Apoyada por Francisco, Clara luchó en defensa de su ideal; en 1228 logró que el papa Gregorio IX le confirmara el «Privilegio de la pobreza».

En la práctica, el privilegio de la pobreza significaba que las hermanas dependían cada día de las limosnas de los bienhechores. Se confiaban enteramente a la providencia de Dios, que es el gran Limosnero, y se fiaban de la sabiduría de san Francisco, quien había afirmado que «la limosna es la herencia y justicia que se debe a los pobres, adquirida para nosotros por nuestro Señor Jesucristo» (1 R 9,8; cf. 2 Cel 77). Pero la irregularidad en la recepción de las limosnas de los bienhechores hacía que las hermanas recibieran unas veces menos de lo que necesitaban, y otras más de lo necesario. Por eso, Francisco las invita a administrar las limosnas con cuidado y discreción. El hecho de ser atendidas por los hermanos que mendigaban para ellas y por los bienhechores, no las exime de administrar las limosnas con responsabilidad. Al contrario, deben tener discreción, un concepto que Francisco repite en varios lugares (cf. CtaCle 2; 1CtaCus 4; 1 R 16,4; 17,2). No debe aceptarse todo indiscriminadamente; hay que aceptar sólo lo necesario. La sensatez en la alimentación nos previene de la intemperancia (cf. Adm 27) y del consumo irreflexivo de lo que otros han producido con su duro trabajo. En realidad, la historia demuestra que la pobreza puede ser perniciosa, que el pedir limosna puede llevar a la vagancia y a descuidar el trabajo manual, que Francisco valoraba positivamente (cf. Test 20). De san Fidel de Sigmaringen se cuenta que no aceptaba nada que no necesitaran de inmediato él o alguno de sus hermanos.

Posiblemente Francisco quiere prevenir también, con sabia y moderada sabiduría, contra un ayuno exagerado. Las clarisas ayunaban entonces de una forma que hoy nos resulta increíble. Clara hubo de ser obligada por el obispo Guido II y por Francisco a tomar cada día al menos un trozo de pan (LCl 18). Lo que aquí afirma Francisco recuerda otra advertencia suya respecto al ayuno exagerado: «El comer, dormir y otras necesidades corporales deben ser satisfechas con discreción por el siervo de Dios, para que el hermano cuerpo no pueda murmurar... El siervo de Dios atiende con discreción a su cuerpo y lo cuida de modo conveniente y honesto...» (LP 120d-e; cf. EP 27). Administrar las limosnas con discreción significa también ver en ellas un don del Señor, aceptarlas con gratitud y disfrutarlas con respeto y alegría.

La petición de Francisco en su Canto de Exhortación apunta a lo necesario para la vida de cada día. Se refiere exactamente a lo que necesitamos cada día, discerniendo correctamente cuáles son nuestras necesidades en el comer, beber, vestir...

5 Y las que están por enfermedad gravadas
y las otras que por ellas están fatigadas,
unas y otras soportadlo en paz,

No menos diaria era en San Damián la enfermedad. La «hermana enfermedad» era un huésped permanente. La carencia de alimentos y el severo ayuno predisponían a enfermedades patógenas como la malaria y la tuberculosis, que causaban estragos en la Edad Media. El estrecho espacio en el que vivían las hermanas facilitaba el contagio. Encima del refectorio había una sala para las enfermas; era una de las instalaciones fijas del convento. Clara misma tenía allí su cama de enferma en el ángulo que comunicaba la enfermería con el dormitorio (lugar marcado actualmente, en su recuerdo, con un ramo de flores).

Teniendo en cuenta este marco se comprende la presente estrofa, en la que se dirige a las hermanas enfermas y a las que las atienden. Unas y otras se encuentran en una dura situación; pasiva las primeras y activa las otras. Francisco sabe por propia experiencia lo que significa estar enfermo. Más aún, escribe hallándose gravemente enfermo. Y es significativo que no sólo piense en las enfermas, sino también en las que se fatigan con los incesantes recados y servicios prestados a diario en su atención a las enfermas. A unas y a otras -a las sanas y a las enfermas, a las hermanas atendidas y a quienes las atienden-, les dirige idéntica petición: «soportadlo en paz». ¡Cuánto conocimiento de las personas encierra, con su brevedad y exactitud, este sencillo ruego! Quien está atado por largo tiempo a una cama, sin apenas esperanzas de restablecimiento, quien es débil y sufre recaídas una y otra vez, pierde fácilmente la paciencia; y se lamenta. ¡Mantener la paz! Es exactamente lo contrario de la murmuración y de la lamentación. Paz: mantenerse en la situación que Dios quiera, no simplemente resignados, sino gustosos, con alegría. Ponerse una y otra vez en manos de Dios, decir «sí» a su voluntad aquí y ahora... «Loado seas, mi Señor, por aquellos que... soportan enfermedad y tribulación. Bienaventurados aquellos que las sufren en paz, pues por ti, Altísimo, coronados serán», leemos en el Cántico (vv. 10-11).

Soportar en paz los trabajos es exactamente la tarea de las hermanas que atienden a las enfermas. Se extenúan en su servicio a las demás. Corren el peligro de volverse hurañas, de perder sensibilidad para escuchar siempre las mismas pequeñas peticiones de las enfermas. Cuando pasa el tiempo sin que el enfermo mejore, el médico y las otras personas que le atienden pueden sentirse desanimados y con la tentación de disminuir las atenciones al paciente; y sin embargo, es entonces cuando el paciente más necesita la cercanía de alguien que le infunda confianza y paz...

Mantener la paz: qué difícil mantenerla ante un enfermo impaciente o criticón...

Tanto las enfermas como sus enfermeras deben esforzarse continuamente por mantener una actitud de paz basada en Dios. Entonces podrá experimentarse lo que relata Francisco en su Testamento: «Aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo» (Test 3). ¡La fuerza del amor lo transforma todo!

6 Porque muy cara venderéis esta fatiga,
porque cada una será reina en el cielo coronada con la Virgen María
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Con la partícula porque se une la última estrofa y la que acabamos de comentar. Quien aguanta la propia enfermedad o los trabajos que pueda implicar la atención a las enfermas, manteniendo la paz interior, no quedará sin recompensa. Al igual que en muchos otros lugares de sus escritos, Francisco contempla la vida temporal sobre el fondo de la vida eterna. Para él, la expresión «por el reino de los cielos», que encontramos repetidas veces en sus escritos, es muy importante y decisiva.

Hoy en día no solemos hablar de un premio en la otra vida. Se afirma, más bien, que debemos amar al prójimo por él mismo, no «por amor de Dios», y que no hay que hacer el bien pensando en la recompensa eterna. Con esta manera de hablar se está expresando algo que es exacto. No se puede degradar al prójimo, a un enfermo en el presente caso, convirtiéndolo en un medio para ganar el cielo. Quien sirve al enfermo «en paz», no considerará nunca su servicio de esa manera tan egoísta. Pero, rectamente entendido, el pensar en el premio eterno es un estímulo para no mostrarse tacaños en esta vida en el servicio al prójimo. Francisco, experto en negocios desde su juventud, usa aquí una imagen muy familiar para él: las hermanas enfermas y las que las atienden podrán vender caros sus trabajos y su paciencia, es decir, serán recompensadas con creces.

Esta forma de expresarse recuerda una escena relatada por Tomás de Celano, ocurrida después de que Francisco fuera desheredado por su padre, en presencia del obispo. Francisco había renunciado a todo y había abandonado la ciudad. Los antiguos amigos y compañeros de juventud se burlaban del nuevo «loco», cuando le veían pedir limosna. «Una mañana de invierno en que (su hermano Ángel) ve a Francisco en oración, mal cubierto de viles vestidos, temblando de frío... dice a un vecino: "Di a Francisco que te venda un sueldo de sudor". Oyéndolo el hombre de Dios, regocijado en extremo, respondió sonriente: "Por cierto que lo venderé a muy buen precio a mi Señor"» (2 Cel 12).

Los sufrimientos soportados con paciencia recibirán una recompensa. Tal vez influenciado por las numerosas pinturas y mosaicos que presentan la coronación de la Virgen María, Francisco se imagina la recompensa eterna con la imagen de la coronación. Toda hermana que acepta con serenidad la propia enfermedad o que atiende con abnegación a una enferma, será reina en el cielo; será coronada como la Virgen María, que le dijo «sí», Fiat, a Dios (Lc 1,38) y le sirvió en todo momento.

También en la estrofa del Cántico antes mencionada se habla de coronación, aunque no se cite a la Virgen María. Pero a las «Damas» de San Damián Francisco les presenta el ejemplo de la Virgen. Su intuición le indica que María puede desempeñar un papel especial en el mundo de los sentimientos de la mujer. Conocía a Clara, cuya vida orientó hacia María. Un signo, entre otros, de ese amor especial que Clara le profesaba a la Virgen María lo encontramos cuando, en su lecho de muerte, se le aparece la Madre de Dios en medio de un coro de vírgenes «llevando todas en sus cabezas coronas de oro» (cf. LCl 46).

UN LEGADO ESPIRITUAL

El Canto de exhortación es un testamento espiritual de san Francisco a su amada y cultivada «Plantita», crecida en el claustro de San Damián. Con él quería manifestar para siempre su voluntad a sus hijas espirituales. A pesar de su brevedad, el Canto de exhortación recorre paso a paso todo el camino franciscano que las hermanas clarisas se han propuesto recorrer. Recuerda la gracia de la vocación, el maravilloso crecimiento de la planta cuidada por Francisco, la sublime promesa que las hermanas han hecho. Las anima a mantenerse fieles al compromiso que un día asumieron, a vivirlo de verdad y a permanecer hasta la muerte en la obediencia. Esto significa, en concreto, que las hermanas deben ser responsables y cuidadosas en el uso diario de los dones de Dios, y que deben mantener la paz interior tanto si están enfermas como si se dedican al cuidado de las enfermas.

Vivir en la verdad, morir en la obediencia y ser coronadas en el cielo constituyen el camino y la meta de la vida franciscana, tal y como dice aquí claramente Francisco a sus Damas de San Damián. Clara y sus hermanas deben dejar que este Canto de exhortación caballeresco resuene en su corazón y en sus obras. Y Clara y sus hermanas lo han puesto en práctica -hasta hoy- mediante una vida oculta con Cristo en Dios (cf. Col 3,3).

El ejemplo de Clara brilla sereno y transparente hasta el día de hoy.[3] A ella, la gran mujer, le corresponde por derecho propio la última palabra del comentario a esta oración de san Francisco, en cuya escuela se convirtió ella misma en maestra -«nueva capitana de mujeres»-, dice Celano (LCl Carta Proemio). Las siguientes palabras de Clara, tan distintas aparentemente, coinciden en su contenido con las de Francisco: «Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia, y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad» (3CtaCla 12-13).[4]

NOTAS:

[1] G. Boccali, Canto di esortazione di san Francesco per le "poverelle" di San Damiano, en Collectanea Franciscana 48 (1978) 5-29; Id., Parole di esortazione di S. Francesco alle "Poverelle" di San Damiano, en Forma Sororum 14 (1977) 54-70. El texto publicado en Collectanea puede verse, aligerado de notas y condensado en algunos puntos, junto con el texto publicado en Forma Sororum, en G. Boccali, Canto de exhortación de san Francisco para las "Pobrecillas" de San Damián, en Selecciones de Franciscanismo núm. 34 (1983) 63-87. Véase también O. Schmucki, Audite poverelle. El redescubierto canto de exhortación de san Francisco para las Damas Pobres de San Damián, en Selecciones de Franciscanismo núm. 37 (1984) 129-143.

[2] O. Schmucki, Audite poverelle..., en Selecciones de Franciscanismo núm. 37 (1984) p. 135.

[3] Cf. M. V. Triviño, La misión eclesial de las Damas Pobres, en Selecciones de Franciscanismo núm. 66 (1993) 487-502.

[4] S. López, Lectura teológica de la Carta III de santa Clara, en Selecciones de Franciscanismo núm. 66 (1993) 418-435.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXIV, núm. 72 (1995) 427-437]

[En L. Lehmann, Francisco, maestro de oración, pp. 281-293]

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