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FRANCISCO, MAESTRO DE
ORACIÓN |
. | Capítulo III [Weltweite Anbetung. Das Kreuzgebet aus dem Testament, en Franziskus, Meister des Gebets, Werl/Westf., Dietrich-Coelde-Verlag, 1989, 48-59]. La experiencia vivida en la capilla de San Damián marcó a Francisco para el resto de su vida.[1] El Crucifijo le impresionó de tal modo que, en lo sucesivo, cultivó una especial devoción a la cruz. De hecho, la segunda oración de Francisco llegada hasta nosotros está esencialmente vinculada con la cruz. Es una oración particularmente bien atestiguada: nos la han transmitido todos los biógrafos, y Francisco mismo en su escrito más personal, el Testamento, donde leemos:
El contexto vital de la oración «Te adoramos» es el mismo que el de la Oración ante el Crucifijo de San Damián: las iglesias. Las prolongadas permanencias en capillas o iglesias semiderruidas, le inspiraron a Francisco esta oración. Mejor dicho, el Señor se la inspiró. Pues, una vez más, el Pobrecillo «restituye todos los bienes al Señor Dios» (cf. Adm 18,2), que fue quien le dio tanta fe en las iglesias. Durante sus largas vigilias o en el transcurso de sus breves visitas diurnas a las iglesias, debió de sucederle algo decisivo: Francisco quedó colmado de fe y de esperanza, y respondió llana y simplemente con la oración que vamos a meditar.
I. ASIMILACIÓN Y
UTILIZACIÓN CREATIVA UNA FÓRMULA LITÚRGICA El joven Francisco había aprendido algunas oraciones en la escuela y en su participación en el culto divino. El «Te adoramos» es, sustancialmente, una oración transmitida por la tradición, una fórmula litúrgica con la que Francisco estaba familiarizado. Esta fórmula litúrgica aparece, en los breviarios contemporáneos, en las fiestas de la «Exaltación» y de la «Invención de la Santa Cruz», así como en los cantos del Viernes Santo. Por entonces estaban muy en boga las fiestas dedicadas a la cruz. Por eso, el hijo del comerciante Bernardone conocía muy bien la fórmula de adoración de la cruz, empleada también en la actualidad (por ejemplo, en el rezo del Viacrucis), y que dice:
Inmediatamente salta a la vista que la fórmula litúrgica es mucho más breve que la oración de Francisco. Y ello revela un hecho muy instructivo: Francisco amplía la fórmula que él había aprendido. ADICIONES PERSONALES Francisco asimila lo previamente formulado, y lo reelabora. Vive de la tradición, de ese bien supremo, de ese rico tesoro que es la liturgia. Pero lo asimila y lo hace suyo propio. En el presente caso, añade a la fórmula litúrgica varias adiciones personales. Veámoslas más de cerca (aparecen indicadas en el texto con la cursiva): 1. A la invocación «Cristo», antepone las palabras « Señor Jesú (s)». La palabra Señor es uno de los vocablos típicos de Francisco, garante de la autenticidad de sus textos; al igual que en tantos de sus escritos, la encontramos también en el «Te adoramos». Por otra parte, a la vez que al «Cristo» glorioso, el Pobrecillo contempla al Jesús humano y mortal. 2. Pero la adición más importante es: también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero. Como puede advertirse, Francisco no se limita a ampliar una fórmula. Su espíritu le impulsa a rebasar las fronteras de la Umbría natal. Amplía su adoración a todas las iglesias existentes en el mundo entero. Se trata de algo original. Tenemos aquí un rasgo característico del Santo: su apertura de pensamiento, la amplitud de su corazón y de su oración. Es tal y tanta su fe que, cuando divisa una iglesia o una cruz, o cuando entra en una iglesia, piensa en todas las iglesias existentes en el mundo entero y desea adorar al Señor en todas ellas. Está plenamente convencido de la omnipresencia de Dios en todos los signos de la salvación (iglesias, cruz) existentes en el mundo entero. Celano corrobora este rasgo universalista de la adoración de Francisco, y se asombra de que éste y sus primeros compañeros recitaran el «Te adoramos» por doquier:
El más mínimo indicio de una cruz impulsa a Francisco y a sus compañeros a la adoración; su «liturgia» no está limitada a un lugar de culto. La ampliación de la fórmula litúrgica de adoración se corresponde con la dilatación del espacio litúrgico. El mundo se convierte en lugar de adoración.[2] En el «Te adoramos», que los hermanos recitaban en las iglesias y en plena naturaleza, resuena ya la liturgia cósmica que el Cántico del hermano Sol desarrollará más tarde. 3. La tercera adición es el adjetivo « santa»: por tu santa cruz. Este tercer añadido nos brinda una nueva clave para comprender el «Te adoramos». Para Francisco, la cruz es santa, como son santos los nombres del Señor y sus palabras escritas: «los santísimos nombres y sus palabras escritas» (Test 12). Por eso, la adora dondequiera que la ve, e incluso cuando lo que se le presenta ante la vista es sólo un indicio o un esbozo de cruz. La cruz es santa: por eso considera santo el mandamiento recibido del Crucifijo de San Damián. Adviértase, por otra parte, que durante los primeros años de la Fraternidad, el «Te adoramos» se centra exclusivamente en la cruz. Pero la reforma del Concilio IV de Letrán (1215) promovió también el culto de la eucaristía[3] y, de otro lado, en 1224 Honorio III concedió a los hermanos menores el poder tener altares portátiles e iglesias propias.[4] Por influencia de estos hechos, y paralelamente con la «cruzada eucarística» de Francisco y de Honorio III,[5] la fórmula de adoración de la cruz quedará marcada e interpretada en clave eucarística, y se referirá al misterio de la salvación en la cruz y en el altar.[6] DIFUSIÓN DEL «TE ADORAMOS» Francisco asimiló profundamente esta fórmula de adoración de la cruz. Y la transmitió a sus primeros compañeros, exhortándoles a recitarla con frecuencia. En efecto, la Leyenda de los tres compañeros y Celano relatan que, en los comienzos de la Orden, época en la que los hermanos carecían de breviarios y todavía no rezaban el oficio divino, Francisco les mandó recitar el «Te adoramos»:
La oración «Te adoramos», por consiguiente, forma parte del primitivo tesoro de oraciones de los hermanos menores, moldea a la joven fraternidad y la acompaña en su caminar peregrinante. Los hermanos se desplazan de iglesia en iglesia y, durante estos desplazamientos, descubren por todas partes, incluso en los simples indicios del signo de la cruz, la humildad del Hijo de Dios hecho hombre. II. DISTINTAS VERSIONES DE UNA ÚNICA TRADICIÓN La fórmula de adoración de la cruz transmitida en el Testamento, se encuentra, con mínimas variantes, tanto en Tomás de Celano y la Leyenda de los tres compañeros, como en el Anónimo de Perusa y la Leyenda Mayor de san Buenaventura (1 Cel 45; TC 37; AP 19; LM 4,3). Es, pues, un texto extraordinariamente bien atestiguado. Todos los biógrafos consideran importante el transmitir la fórmula de adoración de la cruz adoptada y adaptada por el Fundador de la Orden. El «Te adoramos» es realmente una perla del tesoro de la tradición de la Orden, que sigue recitándola en la actualidad. En efecto, también hoy en día puede comprobarse cómo los franciscanos (no tanto los capuchinos) y, sobre todo, las clarisas y muchas congregaciones de religiosas franciscanas recitan comunitariamente, una o más veces al día, esta oración de san Francisco; en muchos casos, además, suele hacerse de rodillas y con los brazos extendidos en forma de cruz. El «Te adoramos» no sólo es un hermoso signo de la continuidad histórica de la Orden fundada por Francisco, sino que también es un signo de la comunión fraterna existente en la familia franciscana y que rebasa las fronteras de las distintas naciones. Siempre fue para mí una agradable experiencia el poder rezar a coro con otros esta oración, cuando me hallaba en Italia, Francia, España, Inglaterra, Alemania o Austria, en América Latina o en Asia. El «Te adoramos» me ofrecía como un poco de seguridad, como un retazo de suelo franciscano natal en tierra extranjera. Una cosa, con todo, enturbia esta alegría: el que haya tantas versiones, no sólo en las distintas naciones, sino incluso en las distintas Provincias de una misma nación o área lingüística. Conozco, ya sólo en el ámbito de los países de lengua alemana, más de doce traducciones diferentes del texto latino básico. Por otra parte, el texto latino no es tan uniforme como podría creerse. Las adiciones que Francisco introdujo en la fórmula de adoración de la cruz, tal y como la transmite el Testamento, la hacen un tanto áspera. Resulta incómodo, sobre todo, el « et» delante de « todas tus iglesias». Se trata de un «et» que no es copulativo, razón por la cual lo suprimen muchas traducciones; otras le anteponen un «aquí» (hic), lo cual es una «ampliación interpretativa acorde con el sentido del pasaje» (K. Esser). Por otra parte, la preposición «ad» no significa «en», sino « junto a», « en dirección a», « mirando a»: indica la dirección hacia la que se postraban los hermanos cuando recitaban la oración, al divisar una cruz o una iglesia. Existen otros detalles que se prestan a discusión, pero son menos importantes. He aquí el texto original, y su traducción, a dos columnas:
La vuelta al texto original latino es sin duda una utopía. Pero es lícito esperar que la gran familia franciscana encuentre, junto con el descubrimiento del valor de esta primitiva oración franciscana, caminos hacia una versión unificada, de modo que, en sus no pocos encuentros, los hermanos y hermanas puedan rezarla con las mismas palabras. La oración merece este esfuerzo. III. MEDITACIÓN DE LA ORACIÓN Te adoramos... La Oración ante el Crucifijo de San Damián estaba formulada en primera persona del singular: mostraba la situación de dudas y tinieblas en que se veía envuelto Francisco, y su entrega confiada al Crucificado. En el «Te adoramos» y en las restantes oraciones, el Pobrecillo emplea casi siempre la primera persona del plural: te adoramos, te bendecimos, te damos gracias... Este detalle no es una mera rúbrica litúrgica, sino un reflejo bien preciso de la presencia de la primitiva fraternidad, de los compañeros a quienes había enseñado y con quienes recitaba esta oración. Además, Francisco es consciente de estar vinculado con todas las iglesias del mundo; por eso, con el empleo de la primera persona del plural incluye a toda la cristiandad existente en el mundo entero. Sabe que, cuando ora, lo hace en comunión con toda la Iglesia. Revisemos, aunque sea brevemente, cuántas veces oramos en primera persona del singular y cuántas en primera del plural... ¿Somos conscientes, en la celebración de la Liturgia de las Horas y de la santa Misa, de estar orando en comunión con toda la Iglesia, de que lo que estamos haciendo lo hacemos en nombre de la Iglesia? En la primera persona del plural están incluidos: los que rezan conmigo, aquí y ahora, y la comunidad entera, sin excluir a los ausentes por enfermedad o por el motivo que sea; toda la Provincia, la Orden... La primera persona del plural refleja la comunión con todos los miembros de la parroquia, de la diócesis, de la Iglesia entera. Aquí y ahora, en este lugar concreto, público o reservado, estamos unidos con la Iglesia del silencio, nos mantenemos en comunión y solidaridad con los perseguidos, encarcelados o torturados a causa de la fe. Estamos orando en nombre de todos... Te adoramos, Señor Jesucristo... ¡Adorar! ¡No existe otra forma más santa y sublime de oración! ¡Es su expresión suprema! Sólo se adora a Dios. Cualquier adoración no centrada en Dios, es una idolatría. Adorar: con cuerpo y alma; inclinarse, postrarse ante Dios. En la adoración, un gesto, el mismo silencio, puede ser más expresivo que mil palabras. Tomás de Celano y los otros biógrafos indican que los hermanos recitaban el «Te adoramos» postrados en tierra (1 Cel 45; TC 37; AP 19; LM 4,3). La palabra y el gesto se funden para adorar, para llevar a cabo esta acción que acapara al ser humano en su totalidad. En el acto de adoración culmina esencialmente nuestro ser de criaturas: el hombre se inclina como criatura ante su Creador, reconoce a Dios como el origen de donde procede, y le agradece, unido a todos los demás hombres y a todos los seres, la vida recibida. Por eso, en la adoración se concentra la experiencia del «nosotros» y el hombre se abre a la aceptación de todos los otros hombres como hermanos y hermanas; más todavía, se abre incluso a la aceptación fraterna de todas las criaturas. Por eso justamente añade Francisco a la fórmula tradicional de adoración de la cruz, la siguiente adición personal: ... también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero... «La primera persona del plural, el nosotros, impulsa con tanta amplitud a Francisco, que éste no puede adorar solo y en una sola iglesia, sino que tiene que adorar junto con todos los redimidos y en todas las iglesias existentes en el mundo entero. Las palabras todas y entero expresan ese universalismo que encontramos tantas veces en san Francisco. Este universalismo es la respuesta a la universalidad de la redención, que aparece reflejada por todas partes y en el mundo entero mediante la presencia de las iglesias y de la cruz. Éstas, las iglesias y la cruz, atestiguan que, mediante la redención, el mundo ha vuelto a ser "lugar de Dios"».[8] Hagamos, en nuestra adoración, la prueba de recorrer con el pensamiento todas las iglesias que conocemos: la iglesia en que me bautizaron y recibí la primera comunión, la parroquia de mi niñez...; la capilla del noviciado, la iglesia repleta de gente durante la celebración de mi profesión religiosa...; la iglesia donde fui ordenado sacerdote y la iglesia donde celebré la primera Misa...; la iglesia en que permanecí aquellas horas, tal vez decisivas, a solas con Dios, en silenciosa oración ante el sagrario...; la capilla de la montaña donde pasé unas vacaciones...; las hermosas cruces de las encrucijadas de los caminos...; las cruces que coronan las cimas de las montañas...; las iglesias y capillas de Asia, África o Iberoamérica donde trabajan religiosos o religiosas conocidos, parientes o amigos, y que sólo he visto en fotografía... En todas partes del mundo hay iglesias y cruces, signos visibles de que el mundo ha sido redimido, de que Dios ha trazado sobre él la señal de la cruz, lo ha bendecido. Dando gracias me uno en la adoración a todos los redimidos, me santiguo y trazo luego sobre el mundo la señal de la cruz... y te bendecimos... Adorar es alabar. La alabanza y la acción de gracias ocupan el primer plano en la vida de oración de Francisco, muy por delante de la petición. La mayoría de sus oraciones son oraciones de alabanza y de acción de gracias. Alabar a Dios, bendecirlo, decir cosas buenas de Él, narrar sus maravillas, tal y como hacen tantos salmos... Darle gracias por la creación, con la que su amor nos ha llamado a la vida... Darle gracias por la redención, signo de que Él no abandona nunca a su creación y de que no permite que el hombre perezca... Francisco enuncia el punto central de la historia, el punto crucial que ha cambiado el mundo: la redención. ... pues por tu santa cruz redimiste al mundo He aquí el motivo más profundo de la adoración, la auténtica razón por la que emplea esa primera persona del plural de dimensión universal y por la que amplía la adoración a todas las iglesias. Dios ha redimido al mundo entero: desde su muerte, resurrección y envío de su Espíritu, Cristo es el centro de la creación, es el todo en todos (cf. Ef 1). Francisco responde a la redención del cosmos orando en primera persona del plural y adorando a Dios en el mundo entero. En esta forma de oración resultan llamativas tanto su vinculación con el signo concreto de una iglesia o de una cruz, como su tendencia a la universalidad. La experiencia de la omnipresencia de Dios no es una experiencia desvinculada ni de un lugar concreto ni del cosmos en general, sino que está determinada por el signo salvífico de la cruz, erigido por Dios. «La cruz no está simplemente presente en un sentido general y en un punto espiritual interior; Francisco cree además que los efectos de la cruz toman cuerpo en el edificio de las iglesias; la iglesia en la cual se encuentra ahora es el lugar de la cruz; y ese lugar adquiere una dimensión universal: en todas las iglesias. Así se presenta una nueva paradoja a la fe: Dios en su humildad está presente en un lugar y, al mismo tiempo, está presente en todas partes; Dios, uno y todo, está aquí y en todas partes».[9] Y puesto que por la santa cruz ha quedado suprimida la desdichada separación existente entre el Creador y las criaturas, y la de unas criaturas con otras, Francisco podrá entonar más tarde, en idéntica fe, el Cántico del hermano Sol, ese canto de alabanza en el que están incluidas todas las criaturas. «La alabanza es júbilo por la recobrada unidad de la creación redimida en su Creador y Redentor, que Francisco ve siempre de manera unitaria».[10] Así pues, el «Te adoramos», ésta nuestra fórmula de adoración, se revela como un elemento fundamental de la vida de oración de Francisco. La adoración, con palabras y gestos, con amor y entrega, practicada desde muy pronto y luego tantas veces repetida, llegó a convertirse en un rasgo fundamental de su vida. Su vida es adoración y alabanza.
IV. SUGERENCIAS PRÁCTICAS 1. El «Te adoramos» nos ha mostrado cómo utilizaba Francisco los textos recibidos de la tradición: no los repetía mecánicamente, sino que penetraba en ellos, los meditaba, los modificaba y adaptaba. Los empleaba de manera creativa. ¿No podría, a veces, un ligero cambio del texto ayudarnos a orar mejor? ¿No podría, a veces, ayudarnos a orar mejor un solo fragmento que muchos textos? ¿No sería más beneficioso, en ocasiones, rezar un Oficio más corto? Se puede, y decimos esto simplemente a título de ejemplo, rezar las Vísperas empleando un solo salmo, intercalando silencios meditativos durante su recitación, etc. Podríamos aludir a las muchas posibilidades que la Liturgia nos brinda. Deberíamos, sobre todo en la oración privada, saber servirnos de los textos con mucha mayor creatividad, llenándolos de espíritu y vida... 2. ¿No podríamos recitar a veces en la iglesia el «Te adoramos», añadiéndole una genuflexión lenta? Tal vez este gesto nos ayudara a identificarnos más con esta oración. Doblamos consciente y lentamente la rodilla a la vez y mientras recitamos la fórmula de adoración de la cruz. Esta forma de hacer la genuflexión, practicada en la antigüedad, podría robustecer nuestra conciencia de la presencia de Cristo. 3. Tal vez debamos añadir que nuestra debilidad humana necesita formas y fórmulas estables: por ejemplo, un momento determinado y fijo, o la costumbre personal de permanecer unos minutos en adoración silenciosa, o una breve fórmula que conocemos de memoria; la oración «Te adoramos», de san Francisco, es sin duda una de las más apropiadas. 4. Los primeros cristianos solían orar con los brazos extendidos. Muchos artistas han representado a Francisco en esta postura orante, que sin duda expresa muy gráficamente su relación con la cruz. Esta expresión orante del Pobrecillo, cuyas llagas tanto le asemejaron al Crucificado, es una reproducción de Aquel que abrazó al mundo entero cuando extendió sus brazos en la cruz. En bastantes conventos sigue manteniéndose la costumbre de rezar el «Te adoramos» con los brazos extendidos. No sería bueno que esta práctica decayera, como si se tratase de una mera forma externa o de una costumbre trasnochada; al contrario, convendría revitalizarla como expresión de una oración auténtica y personal. Quien se arrodilla una y muchas veces con los brazos extendidos, profundizando en la actitud de una entrega amorosa y de un amor que abraza a todos sin excepción, con el tiempo se asemejará a Aquel a quien está imitando con esa postura externa. Un ejemplo bien vivo y convincente de ello lo tenemos en Francisco. 5. Celano refiere que los primeros compañeros de Francisco descubrían el signo de la cruz «en la tierra, en una pared, en los árboles o en las cercas de los caminos» (cf. 1 Cel 45b). Así pues, las cosas profanas les recordaban el signo de la salvación. Hagamos también nosotros alguna vez la prueba, por ejemplo durante el paseo, de prestar atención y fijarnos en las cosas que pueden evocar una cruz: la descubriremos en las piedras, en las ramas de los árboles... y en cualquier parte de este mundo nuestro dominado por la técnica. 6. Un joven religioso en período de formación relató que, en cierta ocasión, restauró al frente de un grupo de monaguillos una pequeña ermita semiderruida. Tras conversar con los campesinos, cubrieron el nuevo tejado, taparon las hendiduras y rajas, repintaron las paredes. Los monaguillos pedían información sobre los orígenes de la capilla a los campesinos; las familias campesinas, por su parte, volvieron a interesarse por su capilla. Una sencilla fiesta de bendición, para la que los monaguillos prepararon con sus guías una celebración de la Palabra, selló la unión que había ido creciendo entre los campesinos, dueños de la ermita, y los «restauradores de iglesias». En muchas regiones existen humilladeros (lugares devotos que suele haber a las entradas o salidas de los pueblos y junto a los caminos, con una cruz o imagen), capillitas, ermitas, etc. Tal vez podríamos prestarles más atención y orar en ellos o ante ellos (Viacrucis, mes de María...), mantenerlos limpios, adornarlos, hablar con sus propietarios... De Francisco se dice que muchas veces llevaba consigo una escoba para barrer las iglesias (cf. LP 60; EP 56). Y de los primeros compañeros se ha escrito que «creían encontrar siempre un lugar sagrado allí donde se levantaba una cruz o una iglesia» (TC 37a). 7. Tal vez podría cantarse el «Te adoramos».[11] * * * N O T A S: [1] Véase L. Lehmann, En busca de sentido. La Oración de S. Francisco ante el Crucifijo de San Damián, en Selecciones de Franciscanismo n. 58 (1991) 65-76. [2] Véase L. Lehmann, La espiritualidad secular franciscana, en Selecciones de Franciscanismo n. 49 (1988) 109-130. [3]Nota del traductor.- El canon 20 del Concilio IV de Letrán manda que en todas las iglesias se conserve la eucaristía bajo llave: «Statuimus ut in cunctis ecclesiis chrisma et eucharistia sub fideli custodia clavibus adhibitis conserventur». Ésta y otras normas del mismo Concilio tuvieron un influjo decisivo en el culto eucarístico. [4] La bula por la que Honorio III concedió a los franciscanos el privilegio de los altares portátiles y de tener iglesias propias es la Quia populares tumultus (BF I, 20). [5] En cuanto a la cruzada eucarística de Francisco y de Honorio III, véase L. Lehmann, OFMCap, Der Brief des hl. Franziskus an die Lenker der Völker. Aufbau und missionarische Anliegen, en Laurentianum 25 (1984) 287-324, especialmente 308-310, con bibliografía. [6] Nota del traductor.- Sobre la devoción eucarística de Francisco sigue siendo fundamental el estudio de B. Cornet, Le «De reverentia corporis Domini», exhortation et lettre de S. François, en Études Franciscaines 6 (1955) 65-91, 167-180; 7 (1956) 20-35, 155-171; 8 (1957) 33-58. Véase, igualmente, O. Schmucki, La «Carta a toda la Orden» de san Francisco, en Selecciones de Franciscanismo n. 29 (1981) 235-263; O. Schmucki, La mística de san Francisco de Asís a la luz de sus escritos, en Selecciones de Franciscanismo n. 60 (1991) 355-390, en particular el n. 7 de la II parte, pp. 377-381. [7] Nota del traductor.- Hemos tomado la traducción de la edición de la BAC; la de I. Rodríguez, Los Escritos de san Francisco de Asís, Murcia, Ed. Espigas, 1985, p. 581, sólo difiere de ella por las comas con que acota la oración de relativo. L. Iriarte, Escritos de san Francisco y de santa Clara de Asís, Valencia, Ed. Asís, 1981, p. 76, traduce del siguiente modo: «Te adoramos, Señor Jesucristo, aquí y en todas tus iglesias esparcidas por el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz has redimido el mundo». Una alusión al valor «intensivo» y no copulativo del «et» puede verse en J. Micó, Reflexiones sobre el Testamento de san Francisco en Selecciones de Franciscanismo n. 28 (1981) 3-52, especialmente 11-12. Sobre la interpretación de «et» y «ad», véase la obra citada de I. Rodríguez, pp. 595-596. [8] E. Jungclaussen, Die Fülle erfahren. Tage der Stille mit Franz von Assisi, Friburgo 1978, 40s. [9] A. Rotzetter en AA.VV., Un camino de Evangelio. El espíritu franciscano ayer y hoy, Madrid, Ed. Paulinas, 1984, p. 136. [10] E. Jungclaussen, Die Fülle erfahren. Tage der Stille mit Franz von Assisi, Friburgo 1978, 41s. [11] Véanse, como ejemplo, los números 103, 106, 121, 156, 163 del Cantoral Litúrgico Nacional español. [En Selecciones de Franciscanismo, vol. XX, núm. 60 (1991) 323-334] [En L. Lehmann, Francisco, maestro de oración, pp. 49-60] |
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